Medellín, diciembre del 2018
Podemos construir historias a partir de fragmentos; memorias, a partir de recuerdos; momentos, a partir de imágenes. De eso se trata parte de nuestro oficio; de componer y configurar un universo de información que estaba dispersa o que permanecía oculta ante nosotros.
Quien ejerce la labor de coleccionar busca reunir información de manera particular. Unos lo hacen por tema; otros, por gama de colores; otros, por periodos de tiempo. Cada uno le imprime su especificidad y hace de este trabajo algo que busca ser conservado. Hay un temor latente en quienes coleccionan que radica en tener todo sobre su colección y preservarlo para que sea visto por las generaciones futuras. Algunos incluso exhiben esta información y hacen de ella un altar, una galería de objetos que hablan del pasado.
Cuando los cientistas de la información se enfrentan a este tipo de colecciones, deben no solo organizar, sino también comprender su naturaleza. Descifrar una colección es como descifrar el mundo; es entrar en la mente del otro y entender la manera en la que está compuesta su trama. Un símil visual es el collage, compuesto por fragmentos que poseen una relación semántica capaz de construir ideas mediante el uso de imágenes y colores diferentes.
Quienes analizamos el orden o el sentido de la información no escapamos a pensar, cuando estamos frente a una colección, en las posibilidades y en la complejidad de la mente humana para crear relaciones y hacer en un pequeño trozo de papel, en un álbum o en un archivo, la síntesis de lo que pensamos y del papel que ocupamos en el mundo.