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Nómadas
Print version ISSN 0121-7550
Nómadas no.30 Bogotá Jan./June 2009
Latinos y sajones. Identidad nacional y periodismo en los años veinte
Latinos and Saxons. National identity and journalism in the 1920s
Santiago Castro-Gómez*
* Doctor en Filosofía por la Johann Wolfgang Goethe Universität de Frankfurt. Docente/investigador del Instituto Pensar de la Pontificia Universidad Javeriana (Bogotá - Colombia). E-mail: s_castrogomez@yahoo.com
ORIGINAL RECIBIDO: 13-II-2009 ACEPTADO: 10-III-2009
El artículo realiza un análisis discursivo de algunos textos periodísticos producidos en Bogotá en la década del veinte del siglo pasado. El autor parte de la idea de que la función de producción de la identidad nacional, pasa en el siglo XX de los letrados a los periodistas y se expresa en crónicas y reportajes urbanos. La prensa de comienzos de siglo habría movilizado la tesis según la cual, el mundo contemporáneo podría entenderse como una lucha entre la "raza latina" y la "raza sajona", en la cual Colombia tendría el papel civilizatorio de contener el "sajonismo" imperial de los Estados Unidos, potenciando su alma latina como identidad nacional.
Palabras clave: periodismo, identidad nacional, latinismo, sajonismo, Bogotá, siglo XX.
O artigo realiza em análise discursiva de alguns textos jornalísticos produzidos em Bogotá na década de vinte do século passado. O autor parte da idéia de que a função de produção da identidade nacional, passa no século XX dos letrados aos jornalistas e se expressa em crônicas e reportagens urbanas. A imprensa do começo do século teria mobilizado a tese segundo a qual o mundo civilizatório poderia se entender como em luta entre a "raça latina" e a "raça saxã", na qual a Colômbia teria um papel civilizatório de conter o "saxonismo" imperial dos Estados Unidos, potencializando sua alma latina como identidade nacional.
Palavras-chaves: jornalismo, identidade nacional, latinismo, saxonismo, Bogotá, século XX.
Some journalistic papers produced in the last century's 20s in Bogotá are the subject of a discursive analysis in this article. The author states that in the 20th century the production of national identity goes from the learned people to the journalists and that it is evidenced in urban chronicles and reports. The early 20th century's press might have expressed the thesis from which the contemporary world could be understood as a struggle between the Latin race and the Saxon one where Colombia would have had the civilizing role of stopping the imperial American "saxonism", strengthening its Latin nature as national identity.
Key words: journalism, national identity, latinism, saxonism, Bogotá, 20th century.
Uno de los fenómenos más interesantes durante las dos primeras décadas del siglo XX en Colombia fue, sin lugar a dudas, la emergencia del periodismo. Periódicos y revistas hubo desde el siglo XVIII y durante todo el siglo XIX, pero fue tan sólo en el contexto de una serie de transformaciones urbanas económicas, sociales y culturales, jalonadas por la naciente industrialización del país y por nuevos avances tecnológicos, que puede hablarse del periodismo como actividad propiamente moderna en ciudades como Barranquilla, Medellín y Bogotá1. En este artículo me concentraré en el modo en el que algunos periodistas de la capital empezaron a asumir hacia la década del veinte una de las funciones más sagradas y exclusivas del letrado decimonónico: la producción discursiva de la identidad nacional. Me centraré concretamente en los discursos en torno al "latinismo" publicados por la revista bogotana Cromos con motivo de eventos cotidianos en la época, tales como peleas de boxeo, reinados de belleza, carreras de automóviles y paseos turísticos.
Comenzaré diciendo que la Regeneración había generado en Bogotá un tipo de intelectual "humanista", versado en disciplinas como la filología, el derecho y la teología, muy ligado al imaginario de la "Atenas Suramericana" y a instituciones de gran prestigio como la Academia de la Lengua. No se trataba de un "periodista" en el sentido moderno de la palabra sino de un hombre de letras que veía la escritura como un medio para "civilizar" a un país asolado por interminables conflictos ideológicos y guerras partidistas. Personajes como Miguel Antonio Caro, José María Samper, Rufino José Cuervo, Salvador Camacho Roldán y Manuel Ancízar, entre otros muchos, escribían constantemente en periódicos de Bogotá con el fin de intervenir en política y de contribuir a elevar el nivel cultural de una población que, en su gran mayoría, ni siquiera podía leer sus escritos. Casi todos estos letrados compartían la idea de que la urbanidad, la moral, el buen hablar y la religión constituían los marcadores universales de la civilización a la cual aspiraban a llegar. Sin embargo, ideológicamente diferían en los modelos por seguir para alcanzar esta meta.
Uno de los temas de discusión más álgido era la definición de la "identidad nacional". Para pensadores liberales como los hermanos José María y Miguel Samper, la herencia del Imperio español en América del Sur había sido desastrosa pues dejó una estela de autoritarismo y servilismo en todas las esferas de la vida social; por el contrario, la herencia de la colonización sajona en América del Norte había sido altamente positiva, pues permitió el desarrollo de las libertades individuales y del trabajo esforzado como fuente de riqueza. De otro lado, intelectuales conservadores como Miguel Antonio Caro pensaban que la obra colonizadora de España había sido altamente benéfica en las Américas, pues nos heredó valores artísticos, religiosos y metafísicos que son muy superiores a los valores puramente "técnicos" y materialistas de la civilización anglosajona. Hispanismo y sajonismo eran, pues, los dos modelos civilizatorios alrededor de los cuales se debatía el tema de la identidad nacional entre los letrados decimonónicos.
Pero hacia las primeras décadas del siglo XX, este debate sobre la identidad nacional se había transformado notablemente no solo en cuanto a sus contenidos, sino también en cuanto a sus protagonistas. Los periódicos seguían siendo el escenario de esta polémica, pero estos medios de comunicación ya no eran los mismos del siglo XIX. No sólo aparecieron nuevas formas de narración como la crónica, la entrevista y el reportaje, más acordes con la velocidad de la vida urbana en el contexto de la industrialización, sino que surgió también el periodismo como actividad profesional, lo cual estableció una diferencia clara entre los periodistas de tiempo completo y los letrados, que ahora sólo aparecían como colaboradores externos. Tales reporters (este era el nombre con el que se conocía a los periodistas) eran por lo general personajes vinculados con la burguesía emergente de la capital y muy afines, por tanto, a los ideales republicanos de la "Generación del Centenario". Eran intelectuales que combinaban su afición por las humanidades con su interés por nuevos saberes como la bacteriología, el urbanismo, la higiene y las ciencias pedagógicas. La mayoría de ellos eran partidarios de la industrialización del país, aunque críticos de la modernización desenfrenada y de la excesiva dependencia económica frente a potencias como los Estados Unidos.
Mi punto es que son estos reporters quienes hacia la década del veinte retoman el debate sobre la identidad nacional, pero ahora mediado por las ideas de autores muy populares en la época como los franceses Le Bon, Taine y Renan y el uruguayo José Enrique Rodó. Dichos autores proclamaban que lo más característico del "espíritu latino", propio de los países mediterráneos, era su inclinación hacia los ideales estéticos y desinteresados, mientras que el "espíritu sajón", propio de los Estados Unidos, se orientaba hacia el cultivo de la racionalidad técnoeconómica y su fascinación por las promesas redentoras del industrialismo. Los "pueblos latinos" entre los que se contaban las naciones hispanoamericanas se orientaban hacia el cultivo de la belleza y no eran aptos para la loca carrera mercantilista que amenaza al mundo. Eran ellos quienes podrían ofrecer resistencia al avance de la civilización mercantilista e imperialista encarnada por los Estados Unidos.
Esta contraposición entre la "raza latina" y la "raza sajona", que sustituyó la vieja polémica letrada entre hispanistas y anglófilos, hizo muy pronto carrera entre los periodistas de Bogotá. Muchos de ellos eran apasionados admiradores de Francia, especialmente después de su brillante desempeño militar y político durante la primera guerra mundial. Pero quizás ninguno como el cronista de Cromos Carlos Villafañe, más conocido como "Tic-Tac", expresó mejor el sentimiento de su generación frente a la cultura francesa, a propósito de la conmemoración de la batalla de Verdún:
Para nosotros -beligerantes espirituales de los trópicos- la importancia de la guerra radica en las líneas de los sectores occidentales. Y es que aquí todos nuestros sentimientos y nuestras ideas militan bajo las banderas libertadoras de Francia [...] Francia es la mente guiadora de los acontecimientos, el corazón que anima o desanima el pulso de la guerra [...] Esta concepción francesa de la justicia, humana y fraternal, ha sido heredada en línea directa de la Grecia antigua. Grecia fue la nación que creó la idea de la dignidad humana y de la libertad sometida a la ley [...] Francia defiende hoy, con la integridad de su territorio, los fueros de la civilización latina, venida de Atenas a Roma, radiante de gracia y de armonía sobre las ruinas de la Hélade (Cromos, No. 19, 1925: 311).
La "guerra de las razas" que "Tic- Tac" veía librarse en el escenario de la primera guerra mundial, es el combate entre las dos mitades de Occidente por el control del planeta. Latinos y sajones combaten por imponer su hegemonía espiritual y geopolítica sobre el mundo, y esa lucha planetaria se expresa en todos los ámbitos de la cultura. Así, por ejemplo, en el año de 1923 aparece en la revista Cromos una reseña que establece un paralelo entre la artista francesa Huquette Duflor y la actriz de cine norteamericana Justine Johnson, con el fin de comparar la "belleza latina" con la "belleza sajona". Johnson revela un tipo de mujer afectada por el feminismo, es decir, una belleza varonil. Es "una mujer que piensa, que aprende desde la escuela a decir siempre cuanto cree y cuanto siente, que hace del amor un asunto secundario y que vota periódicamente en las elecciones" (Cromos, No. 351, 1923: 235). De otro lado, afirma el periodista, "el tipo de hermosura francesa es muy conocido entre nosotros. Vive en toda una literatura, para nosotros familiar. Ella ha cruzado por las poesías y novelas de los clásicos, de los románticos y de los modernos: es la eterna provinciana llena de abnegación y de dulzura" (Ibíd.). El periodista termina su reseña con estas palabras: "Vosotros, queridos lectores, debéis juzgar por vosotros mismos. Si en algo puede decidirse si hay grandes diferencias entre estas dos razas, es en el gusto para apreciar la belleza" (Ibíd.: 234).
También en el ámbito del deporte los reporters creían ver reflejada la batalla por el control del mundo entre latinos y sajones. Un buen ejemplo de esto es la inmensa propaganda que la prensa local hizo del famoso match por el campeonato mundial de peso pesado entre el norteamericano Jack Dempsey y el púgil francés George Carpentier, que tuvo lugar en la ciudad de Jersey City el día 2 de julio de 19212. En Bogotá, el combate fue vendido por los periodistas como el enfrentamiento entre la fuerza bruta y la belleza3, o bien como "el pugilato histórico entre dos razas": los latinos contra los sajones:
El espectáculo se sublimiza y se depura cuando las voces de dos razas dialogan en el recinto y cuando el encuentro encarna, a despecho de todas las filosofías, dos tácticas, dos modalidades y dos historias humanas diferentes. No fue otra la causa de esa ruda conmoción que fatigó los nervios de la humanidad cuando hace poco Carpentier y Dempsey, a despecho de todo protocolo y contra las protestas de muchos, representaban para la muchedumbre y para la elite, el pugilato histórico entre la raza latina y la sajona. En el uno la gracia, la destreza, la ciencia guiando con elegancia y con arte la potencialidad del músculo, a la manera de un caballero gentil la pujanza de homérico corcel. En el otro, la fuerza incontrastable de la maquinaria humana, captada como la energía de una corriente en poderoso mecanismo, e insensibilizada a los golpes por obra y gracia del método, que es repetición, que es constancia (Cromos, 1921: 245).
Parecía claro que las simpatías de la prensa y del público local estaban con Carpentier, por ser el representante de la "raza latina", a la cual se sentía orgulloso de pertenecer un sector de la elite bogotana. Es comprensible, entonces, la tremenda desilusión que generó la derrota del "caballero gentil" por parte de la "insensible máquina" gringa con un fulminante golpe de knock out. De inmediato surgió la duda de si aquella derrota suponía el triunfo definitivo de los ideales de la raza sajona sobre aquellos de la raza latina. Durante las semanas posteriores a la pelea se publicaron varias reseñas que discutían con pasión este tema, y algunos periodistas terminaron por reconocer tácitamente que el boxeo nada tenía que ver con el carácter de la raza, tal como había sido inicialmente presentada la pelea: "Del triunfo de Dempsey sobre Carpentier no se puede deducir la superioridad de la raza americana, como no podría deducirse la superioridad de la raza negra por haber sido Jack Johnson, durante mucho tiempo, el campeón incontestado de boxeo" (Cromos, No. 295, 1922: 101).
No obstante, esta asimilación del boxeo a la "guerra de las razas" probó ser un poderoso gancho publicitario que la prensa bogotana no estaba dispuesta a desechar. El tema de la lucha entre latinos y sajones fue nuevamente lanzado a la palestra con motivo de la pelea por el campeonato nacional entre el joven aristócrata bogotano Rafael Tanco y el púgil aficionado Bem Brewer, un empresario norteamericano con intereses mineros en Chocó. La ocasión era perfecta para demostrar, ahora sí definitivamente, que la "raza latina" era moral y físicamente superior a la "raza sajona":
Nuestra raza debe triunfar del campeón americano. ¿No es cierto? ¿Qué contestaríais vosotros, lectores? ¡Que debe vencer, en lucha franca, caballerosa y decisiva! Porque necesitamos, románticamente si queréis, que sobre la fuerte musculatura del adversario yanqui afirme Tanco la rapidez nerviosa y sabia de su voluntad colombiana [...] La silueta atrayente y ágil de Tanco responde en nuestro espíritu y a ella nos asimos con patriótica y pasional vehemencia [...] La alegría de sus ojos, la serenidad inteligente de su actitud, reveladora de un latino dominio sobre los nervios en tensión, nos reconfortan, nos entusiasman (Cromos, No. 280, 1921: 245-246).
Otra vez la idea de la lucha entre las razas, y otra vez la decepción. El numeroso público que asistió al salón Olympia de Bogotá, vio cómo después de unos pocos rounds, el blanco cuerpo de Rafael Tanco caía de forma aparatosa al ring, demolido por los abrumadores golpes del empresario yanqui. ¿Otra señal más de la "decadencia de la raza"? ¿Quizá Tanco no era un representante "puro" de la raza latina? ¿O tal vez estemos destinados a vivir para siempre bajo el yugo imperial de los norteamericanos? Y es que después de haber sido estimulado por la prensa a creer firmemente en la superioridad racial y moral de Tanco, el público bogotano deseaba entender cuál podría ser el "significado" de tan humillante derrota. Curiosamente, el llamado a la realidad provino de la misma prensa que había creado la ilusión:
Tristemente hemos tenido que convencernos de que nuestra superioridad en el boxeo es tan inferior como muchísimas otras cosas que estamos persuadidos de dominar cuando apenas si alcanzamos comprender. Una multitud abigarrada aguardaba impaciente la lucha decisiva, tremenda, en que nuestro campeón debía vencer y reivindicar el dominio de nuestra fuerza latina sobre la mole gigantesca del norte [...] Las dos figuras sobre el ring denuncian un antagonismo étnico que es tanto más intenso cuanto que los medios ambientes han perfilado las fisonomías de las razas con una comprensión admirable [...] El latino siente, el yanqui calcula; el latino idealiza, el yanqui multiplica; el latino tiene vanidades del corazón y vibraciones tremulentas de los nervios; el yanqui presiente las consecuencias de la vida y es impasible ante los veleidosos bamboleos de las situaciones; el latino vive por dentro; el yanqui por defuera [...] En el salón hay un silencio trágico. El pescozón del yanqui ha iniciado el ocaso de nuestras ilusiones y nos ha dado la tristísima lección del dominio del hecho sobre la fatuidad tan primorosamente diseccionada por Cervantes [...] El gallardo joven vencido creía de buena fe, como lo creíamos nosotros, que su habilidad estaba basada en principios más o menos científicos [...] Pero el tiempo, ese viejo audaz y cobarde que se atreve a matar el recuerdo en los corazones palpitantes, también mata la ilusión y demuestra con severidad de dictador que en la vida humana no se puede torcer la fuerza de las cosas y que para llegar a un fin hay que sembrar el camino de verdaderas espinas (Cromos, No. 262, 1921: 276).
La superioridad técnica, deportiva e industrial de los Estados Unidos parecía, entonces, un asunto incuestionable hacia mediados de la década del veinte, pero ello no supuso la abdicación de los periodistas. Algunos de ellos vieron en esa superioridad el comienzo de la "decadencia de Occidente", conforme a la formulación muy conocida del filósofo alemán Oswald Spengler. Es el caso del payanés Miguel Santiago Valencia, cofundador de la revista Cromos, sin duda el más importante "latinista" de la década de los veinte en Colombia, y a cuyos artículos escritos para Cromos entre 1925 y 1928 dedicaré lo que resta de este trabajo. Como corresponsal en París, Valencia contempla durante esta época los sucesos europeos posteriores a la primera guerra mundial y denuncia el paradójico triunfo de una civilización "decadente" como la sajona:
Estamos asistiendo al desprestigio de los valores que crearon la armoniosa civilización mediterránea [...] Horribles cosas han nacido de tanta sangre vertida: el positivismo más grosero, un abajamiento de las delectaciones, y, sobre todo, una nueva moral de mercaderes de manga ancha que rige todas las acciones [...] Hasta ayer sonreíamos con desprecio y un algo de compasión ante el lema que inventó una raza advenediza y fuerte, para expresar su lastimosa concepción de la vida: Time is money. Y hoy, insigne profanación, nosotros los latinos estamos grabando en el pedestal de Palas Atenea esa bárbara inscripción [...] Sólo a los influjos del progreso material obedece en su marcha las sociedades presentes. La admiración no va ya al pensador ni al artista, no se eleva a esas cimas de luz y de belleza: nada a ras de tierra buscando valores positivos, para hacer de estos sus excelencias [...] Una vez generalizado el desinterés por todo lo que no sea industria, comercio y cultivo físico, extinguida la voluntad idealista, ya trocados los excelsos númenes por grotescos ídolos relucientes e su baño de oro nuevo, ¿cuál será la suerte de toda ciencia y de todo arte que no se adapten a una fructuosa industrialización?" (Valencia, 1928: 353-354).
La americanización del mundo, en opinión de Valencia, parece ser el destino de toda la humanidad. El mundo se precipita hacia la barbarie, pues se ha impuesto en todos lados una "lastimosa" concepción de la vida: "Time is money". "Nueva York vence sobre Atenas y Roma" (Ibíd.). El simple "vivir bien", arropados en las certezas tradicionales que dan la lengua, la religión y la raza, es algo que ya no seduce a nadie. Por el contrario, la gente quiere "vivir mejor" y combatir el aburrimiento de tales certezas mediante la conquista de la incertidumbre. Los hombres desean moverse hacia lugares siempre desconocidos, en pos de "grotescos ídolos relucientes" que les sacan de sí mismos, sumiéndolos en la nada. El nihilismo anglosajón encuentra de este modo su caldo de cultivo. El imperativo de la utilidad, de la racionalidad instrumental, parece haberse apoderado del mundo y no queda ya lugar para la poesía, para el cultivo de los ideales estéticos, para la mística y el desinterés de la acción humana, que son precisamente las características de lo "latino".
En sus crónicas semanales enviadas a Cromos, Valencia se lamenta por el modo en que París, la flamante capital de la "civilización latina", ha venido siendo invadida por las fuerzas oscuras del mercantilismo. "Uno tras otro desaparecen los antiguos cafés, en los que se dieron cita la vagancia, el esprit y el amor, trinidad adorable que ha hecho por el renombre de París mucho más que sus museos" (Valencia, 1925: s/p). De aquel "vagabundeo sin rumbo" del que hablaba Baudelaire en el siglo XIX, ya no queda prácticamente nada. Temerosas de "llegar tarde", las gentes se mueven con rapidez por las calles de una ciudad que se adapta, cada vez más, a la lógica del comercio; los edificios de bancos pueblan ahora los antiguos boulevards, y París adopta irremediablemente la apariencia de Broadway. Como si fuera poco, la devaluación del franco frente al dólar ha hecho que la "ciudad luz" se inunde de turistas extranjeros, que como una manada de bestias excitadas recorren las antiguas calles en busca de nuevas sensaciones: "Esa ciudad de la luz, pero de la luz nocturna, del amor venal, si amor puede llamarse a la caricia mecánica de cabarets y dancings, de jazz-band y perversiones ad hoc, la descubre cualquier llegado en la estúpida colina de Montmartre" (Valencia, 1926: s/p).
Pero la visión de Valencia no es completamente desesperanzada. En otra de sus crónicas realiza una comparación entre Oriente y Occidente, para destacar que la tendencia hacia la movilización permanente y el incremento de su potencial cinético es, precisamente, lo que marca la decadencia de la civilización anglosajona y abre el camino para un posible triunfo de la sabiduría oriental en el mundo:
Del balance de dos civilizaciones, la serena y espiritual del Oriente, y la agitada y positivista del Occidente, representada por Europa y América del Norte, no resulta a favor nuestro la alardeada superioridad [...] Desde al año satánico de 1914 se aceleró el desprestigio de las fuerzas morales que crearon nuestra hegemonía, y ésta va rodando al caos precipitadamente [...] Sin embargo, presagios consoladores ven algunos, y pueda que se realice la vieja profecía del ocultista Papus: el día en que la civilización llegue a su apogeo en Europa, comenzará la decadencia para ella, al mismo tiempo que la supremacía general pasará al Nuevo Mundo. Luego la civilización occidental, enriquecida con todos los resultados adquiridos, volverá a Asia, su punto de origen, y entonces se fusionará la tradición de Oriente con la ciencia de Occidente (Valencia, 1926: s/p).
Valencia piensa que la civilización "serena y espiritual" de Oriente terminará por surgir triunfante de las ruinas dejadas por Occidente, cumpliéndose así "la vieja profecía del ocultista Papus". El periodista parece referirse a Gérard Anaclet Vincent Encausse, un excéntrico médico y ocultista francés que murió poco antes de finalizar la primera guerra mundial, fundador de la orden cabalística Rosacruz, para quien Oriente y Occidente son expresiones culturales del gran principio hermético de la polaridad universal. Según Papus, la oposición entre Oriente y Occidente no es geográfica sino espiritual. Occidente representa la negación de la sabiduría tradicional de Oriente. La conciliación mundial de los opuestos se dará cuando la cultura occidental y la oriental encuentren una "síntesis", pero para ello tendrá que producirse primero la decadencia del mundo moderno, que al parecer Valencia y otros muchos intelectuales latinistas interpretaban como la primera guerra mundial. En su ímpetu hacia la inquietud permanente y el movimiento, Occidente está des-orientado, es decir, carece de aquellos valores "orientales" que podrían detener su decadencia. Pero esta decadencia es ya irreversible, de modo que la única esperanza parece ser una futura síntesis entre Oriente y Occidente que tendrá lugar, según Valencia, en el Nuevo Mundo, preparándose así el regreso de la civilización hacia su punto de origen, donde se completará el "gran ciclo de la cultura".
Lo interesante de esta comparación es el modo en el que Valencia coincide punto por punto con la visión sobre América Latina publicada un año antes por el filósofo mexicano José Vasconcelos bajo el pomposo título La raza cósmica. Más conocido en Colombia por sus propuestas educativas que por su descabellada mitología latinoamericanista, Vasconcelos pensaba que los pueblos indígenas de América Latina descendían directamente de los atlantes, la "raza roja" que estableció los fundamentos de la civilización (Vasconcelos 1990 [1925]: 13-15). Al decaer los atlantes, se formó la cultura helénica y empezó el desarrollo de la civilización occidental, cuyo destino era expandirse por el mundo y regresar nuevamente a América "para consumar una obra de recivilización y repoblación" (Ibíd.: 16). La civilización sale de América y regresa nuevamente a ella, pero regresa fortalecida con el desarrollo de la conciencia intelectiva, impulsada por Occidente. Al igual que Rodó, Vasconcelos trabaja con la contraposición entre latinos y sajones, pero le otorga a estas categorías una dimensión no solo racial sino cognitiva: los latinos y los sajones encarnan dos formas distintas de conocimiento. Los pueblos sajones, en los que predomina la racionalidad científico-técnica, están en franca decadencia, han cumplido ya su misión histórica y deberán abrir el paso a los pueblos latinos, que encarnan un modo de conocimiento adecuado en este momento para la evolución del espíritu humano: la intuición4. Los ideales de la raza cósmica serán fundamentalmente estéticos y no cinéticos. Ella inaugurará el tercer período definitivo y final de la historia de la humanidad, el estadio estético, que sustituirá al estadio material y al intelectual (Ibíd.: 37)5.
El orientalismo de Valencia y el latinoamericanismo de Vasconcelos coinciden entonces en que América Latina es el futuro espiritual de una humanidad que agoniza bajo la dictadura de la industrialización6. "¿Por qué no levantar allí el templo del futuro?", pregunta nuestro cronista parisino-payanés. "Si la civilización sigue la ruta del sol, que se conformen con verla agonizar en este continente envejecido [Europa], que no traten de rejuvenecerlo con la sabiduría milenaria del levante y vayan a saludar la nueva aurora en los picos andinos" (Valencia, 1926: s/p). Tanta era su obsesión con el mito de la raza cósmica que en 1926, informando a los lectores de Cromos sobre recientes investigaciones realizadas en Francia, Valencia dice que la ciencia ha empezado a descubrir la existencia de la "bronceada raza antediluviana" de los atlantes, "un pueblo occidental anterior a toda historia". Hasta en la mismísima Sorbona, universidad enemiga de toda novedad, se acaba de fundar la "Sociedad de Estudios Atlántidos" donde se dan cita geólogos, geógrafos, historiadores, arqueólogos, filólogos y epigrafistas para investigar científicamente la pista de Platón. Coincidiendo con la reciente publicación de un artículo que sugiere que Bochica era un atlante que vino para civilizar a los muiscas de la sabana de Bogotá7, Valencia dice que un estudio profundo de las antigüedades americanas podría mostrar que el destino de la "raza latina" es eminentemente civilizatorio, ya que así viene marcado desde su génesis atlántida (1926: s/p).
Las crónicas semanales de Miguel Santiago Valencia publicadas entre 1925 y 1928 en la revista Cromos, son tan sólo un pequeño ejemplo del modo en el que los periodistas han asumido el papel de formadores de la opinión pública en torno al tema de la identidad nacional. Por aquella época no habían sustituido aún a los letrados en esta función, pero ya se insinuaba la emergencia de una nueva clase de productores simbólicos, de un nuevo tipo de intelectual, cuyos artículos buscaban llegar no sólo a la tradicional clase ilustrada criolla, sino también a otros actores sociales inexistentes en el siglo XIX como la naciente clase media urbana y el proletariado. Las crónicas, reportajes y entrevistas (acompañadas de ilustraciones y fotografías) rompen con el ampuloso estilo de narración heredado del siglo XIX y "visualizan", por así decirlo, el tema de la identidad nacional, haciéndolo accesible a estos nuevos actores sociales mediante su alusión a peleas de boxeo, reinados de belleza, carreras de automóviles y viajes turísticos. El mismo lenguaje empleado en las crónicas, lleno de sarcasmo, humor y modismos, deja ver que el ideal de estos nuevos intelectuales ya no es defender el buen manejo del idioma, signo de distinción de las élites letradas en el siglo XIX, sino hablar en un lenguaje claro y entendible para esos sectores urbanos emergentes. Ya no se trata de "civilizar" a estos sectores mediante la escritura, sino de hacerles saber que aunque la industrialización es un proceso inevitable y que los Estados Unidos han asumido una detestable posición imperial en este proceso, Colombia puede enfrentarlo con una personalidad propia si potencia ciertos caracteres típicos de la identidad nacional. Los periodistas no hablan entonces de la "latinidad" como si fuese un modelo civilizatorio que arrancaría a la nación de la profunda barbarie en la que se halla sumida por causa de sus orígenes raciales, sino de una impronta ya depositada en su alma, que tan sólo requiere potenciarse mediante la voluntad política. La barbarie, por consiguiente, no es una amenaza que viene de adentro, de las "deformaciones de la raza", sino de afuera, de las intromisiones políticas y económicas de naciones extranjeras. El latinismo se convierte así en un modelo civilizatorio que debe ser capaz de contener las patologías arrastradas por el "sajonismo" imperial de los Estados Unidos.
CITAS
1 Sobre estas transformaciones urbanas me he ocupado ampliamente en el libro Tejidos oníricos. Movilidad, capitalismo y biopolítica en Bogotá (1910-1930) (2009).
2 Claro que algunos latinistas detestaban el boxeo, por considerarlo una típica manifestación del espíritu materialista anglosajón. Con motivo de la pelea entre Carpentier y Dempsey, aparece en Cromos el siguiente comentario: "El entusiasmo que esta clase de torneos despierta entre los angloamericanos no lo puede comprender ni sentir quien no lleve en su sangre y en su alma, impresa y viva, la señal de esa raza. El furor de las gentes del norte por los hombres que se dan puñetazos ajustados a ciertas reglas no podemos experimentarlo nosotros; apenas si nos arranca la sonrisa con que compadecemos las supremas candideces, o un comentario burlón" (Cromos, 1921: 389).
3 "Carpentier encarna el tipo del perfecto atleta. Cuerpo blanco, de admirable armonía, que podría servir de modelo para una estatua griega. El cuerpo de Dempsey está cubierto de vello, como el de un oso". (Cromos, No. 269, 1921: 76).
4 La decadencia de unos y el surgimiento de otros es producto de una lucha evolutiva que Vasconcelos desea reconstruir históricamente. Los actores del descubrimiento y la conquista de América fueron las dos ramas más pujantes de la raza blanca: los sajones y los latinos. Los sajones se apoderaron del norte, los latinos del sur. Los sajones conservaron la pureza de sangre, mientras que los latinos se mezclaron con el indio y, posteriormente, con el negro. De este cruce nace una nueva raza que combina la herencia de los atlantes con la herencia de los latinos. Sobre esta herencia latina es preciso fundar el patriotismo y la unidad latinoamericana, porque el mestizaje del español con el indio creó las bases para el surgimiento de la gran civilización futura: "La colonización española creó mestizaje; esto señala su carácter, fija su responsabilidad y define su porvenir. El inglés siguió cruzándose sólo con el blanco, y exterminó al indígena. Esto prueba su limitación y es el indicio de su decadencia" (Vasconcelos, 1990 [1925]: 27). Mediante el mestizaje, el español "latinizó" al indígena, le transmitió los ideales morales y estéticos de la raza latina: "Los mismos indios puros están españolizados, están latinizados, como está latinizado el ambiente [...] El indio no tiene otra puerta hacia el porvenir que la puerta de la cultura moderna, ni otro camino que el camino ya desbrozado por la civilización latina" (Ibíd.: 24-25). Pero se trata de una latinidad más amplia y completa que la que representa España. La "latinidad" de América Latina lleva en su sangre el alma de todas las razas. Ha llegado, pues, el momento en que desde América, y aprovechando el magnífico desarrollo de la conciencia intelectiva, se pongan las bases para un nuevo estadio civilizatorio de carácter universal: la configuración de la "raza cósmica".
5 En palabras de Vasconcelos, la predestinación de América Latina "obedece al designio de constituir la cuna de una raza quinta en la que se fundirán todos los pueblos, para reemplazar a las cuatro que aisladamente ha venido forjando la historia. En el suelo de América hallará término la dispersión, allí se consumará la unidad por el triunfo del amor fecundo y la superación de todas las estirpes. Los pueblos latinos, por haber sido más fieles a su misión divina de América, son los llamados a consumarla" (Vasconcelos, 1990 [1925]: 27).
6 Sobre el modo en que "América Latina" es una formación discursiva que opera de forma similar al "Oriente" descrito por Edward Said me ocupé ampliamente en el libro Crítica de la razón latinoamericana (1996).
7 El artículo, firmado por un tal Luis Soracta, llevaba como título "Bochica, hijo de la Atlántida" y fue publicado en 1925 por la revista Santafé y Bogotá.
Bibliografía
CASTRO-GÓMEZ, Santiago, 1996, Crítica de la razón latinoamericana, Barcelona, Puvill. [ Links ]
CASTRO-GÓMEZ, Santiago, 2009, Tejidos oníricos. Movilidad, capitalismo y biopolítica en Bogotá (1910- 1930), Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana. [ Links ]
CROMOS, semanario de actualidad colombiana, 1920-1930. [ Links ]
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