Introducción
La secuencia de acontecimientos que a continuación se narran y las interpretaciones tentativas que se van integrando, tienen como escenario un acontecimiento estelar de la historia de la educación superior en el occidente de México, concretamente la configuración de un nuevo paradigma que represento los intentos, y logros, de un nuevo concepto de ejercicio de conocimiento y prácticas profesionales de la educación pública. Su edificación-difícil, convulsionada y acosada, respondía al renovado pensamiento ilustrado y liberal, que desplegaba sus banderas en los inicios de la república federal mexicana a partir de 1824 y concretamente en el estado libre y soberano de Jalisco en 1826. El Instituto de Ciencias o Instituto del Estado, bajo las influencias del modelo napoleónico, pero fundamentalmente de la imaginación y creatividad de los nuevos actores políticos y educadores jaliscienses, se erigió para ofrecer una nueva educación, una nueva gestión institucional, un nuevo currículo. Institución que no estuvo exenta de problemáticas producto de sus propias acciones, pero principalmente por los poderosos grupos opuestos al nuevo régimen. En este periplo, se accionaros avances, supresiones y refundaciones, tanto de esta nueva institución, como de la universidad que, suprimida con la aurora de la república, reapareció y hasta llegó a fundirse con el Instituto. Pero como veremos en esta breve itinerario que aquí presentamos, esta nueva institución estaba obstinada en constituir un hito respecto a la concepción moderna y democrática del saber y la reflexión de la educación superior jalisciense, en gran parte del siglo XIX y principios del XX.
Los institutos
En México, los institutos literarios o científicos fueron la apuesta de los liberales por el estudio, la educación superior y el fomento de la ciencia aplicada y las humanidades no vinculadas a la religión, así como para la preparación de cuadros para el ejercicio profesional, la producción y el progreso moderno. Si bien se establecieron varios de estos institutos en el país durante todo el siglo XIX, no hubo un proyecto nacional homogéneo en ese sentido, ni en la Primera República Federal (1824-1856) ni en la Segunda (1857-1916). Fueron un elemento característico del nuevo proyecto de nación federal, aunque los grupos conservadores, cuando estuvieron en el poder, no ofrecieron un modelo propio y en Guadalajara optaron por el viejo modelo universitario con algunas reformas2.
El republicanismo era el marco idóneo para construir una estrategia nacional de educación científica, pues contenía una propuesta innovadora para la educación superior que rompiera con el viejo esquema erudito y corporativo del saber superior universitario colonial3, pero las difíciles condiciones entonces prevalecientes -precariedad económica, crisis social, guerras intestinas, invasiones extranjeras, etc. -no permitieron ahondar una propuesta integral y prolongada. Sin embargo, hubo proyectos en algunas entidades federativas que enderezaron modelos e instituciones que buscaban un renovado tipo de conocimiento, particularmente vinculado a las nuevas disciplinas, producto del paradigma científico y las teorías humanísticas ilustradas no dogmáticas. Estos fueron los institutos, que, si bien con influencia de la Ilustración francesa (de ahí que algunos estudiosos los han llamado napoleónicos4), sin embargo eran una creación netamente mexicana.
Al observar que en ningún país latinoamericano, a excepción de México, se fundó en la primera mitad del siglo XIX algún instituto de educación superior5, las universidades que se crearon buscaron cumplir ese papel formativo. En México, un proyecto que parecía ser rector de una estrategia de innovación institucional y educativa en el campo superior y la investigación, establecido en la capital de la República en 1823, fue la creación del Instituto Nacional de Ciencias, Licenciatura y Artes, que tenía como fin principal ser el eje articulador y filosófico de una nueva educación en el país. Ya Rosalina Ríos nos da cuenta de las limitaciones y la vida efímera de esa institución, a la que le atribuye su origen en los lineamientos de Cádiz6.
Muchos estudiosos adjudican principalmente el surgimiento de estos institutos a los cambios educativos impulsados por la Revolución francesa y al establecimiento de institutos en ese país, como entidades educativas revolucionarias en el periodo napoleónico. También, o como consecuencia de ello, se consideran los criterios de renovación educativa e institucional de la Constitución gaditana de 1812 como su afluente más directo. Poco se han considerado como una variable independiente estos proyectos singulares que impulsaron los liberales del país y las condiciones específicas de la realidad política e ideológica del México republicano,pues una vez consumada la independencia en 1824, afloraron grupos de ideólogos, activistas y escritores ilustrados y liberales activos, nacionales y extranjeros residentes en México.
Con el paso del tiempo, y a través de la circulación de libros de texto, novelas, música, obras de teatro, revistas y periódicos, entre otros medios, los sectores alto y medio de la sociedad mexicana llegaron a participar plenamente del patrimonio cultural europeo, especialmente británico y francés, mientras que los científicos se apropiaron de los valores y productos de la ciencia de aquellas capitales y le asignaron un lugar preponderante dentro de la vida social y cultural. Específicamente, le adjudicaron la capacidad de promover el progreso del país, a través de una visión utilitaria de la ciencia, semejante a la ultramarina, pero que aquí se vinculó con el propósito de contribuir a la autonomía intelectual, no menos que política y económica del país7.
Es en la Primera República, a partir de los preceptos de la Constitución de 1824, cuando empiezan a ser evidentes los esfuerzos por establecer los institutos científicos8 en algunos de los estados federativos recién creados. Ya, las políticas de Estado están impregnadas de un hálito de gestación republicana que vincula, si no por primera vez9, sí de manera amplia, la educación con la ciencia moderna10, pero sin tomar como referente a las universidades (la de México y la de Guadalajara), que tenían a los ojos de los liberales un gran desprestigio por ser hijas del régimen colonial y contener un modelo anquilosado y dogmático, muy limitado respecto a la ciencia moderna. Otro elemento que benefició el que los institutos fuesen considerados una alternativa académica para el fomento técnico y profesional, fue el hecho de que no se estableció ningún vínculo con la Iglesia ni con sus cabildos eclesiásticos, pues por lo regular en el periodo colonial sus personeros copaban los puestos de los claustros de doctores de las universidades referidas11, controlando la dirección y los contenidos educativos de esas instituciones. Estos institutos, por el contrario, constituyeron un parteaguas en la historia de la historia de la educación superior en México, pues fundaron la educación laica superior desde nuevos paradigmas.
La influencia francesa, concretamente napoleónica, fue desde luego paradigmática, no estrictamente institucionalizante, pues, para empezar la estructura orgánica francesa estaba basada en un plan maestro que implicaba instalar diferentes institutos o escuelas que partieran de un orden común complementario12, como era la educación y experimentación científica, humanística y artística de manera explícita13, todo ello repartido en diversas instituciones. En cambio, en México, cada entidad federativa creó su propio modelo a partir de un instituto al que cada una de ellas le dio su propia fisonomía14.
Así fue como fueron apareciendo los institutos en las provincias al amparo de la Constitución federal de 1824 y de las propias leyes estatales que se fueron promulgando por los congresos locales, como en los estados de Oaxaca, Jalisco y Chihuahua, fundados entre 1826 y 1827; el del estado de México en 1828, el Literario y Científico Hidalguiano Tamaulipeco en 1830 y el Literario de Zacatecas en 1832. Más adelante, los de Coahuila (1838) y Veracruz, en Jalapa, Córdoba y el puerto de Veracruz, entre 1843 y 1844. En la segunda mitad del siglo XIX en la ciudad de Pachuca en 1869 se funda el Instituto Literario y Escuela de Artes y Oficios. También se establecieron en Campeche, Durango, San Luis Potosí, Mérida, Tampico y Guerrero15
Una muestra del espíritu innovador educativo bajo un pensamiento ya plenamente liberal lo ilustra la fundación emprendida por profesores españoles en1821 en Oaxaca, con el fin de instaurar carreras liberales en ese estado. Ahí mismo abrió sus puertas en esa entidad un instituto que finalmente impulsó la educación superior en 182916.
El Instituto del Estado (fundado en 1826) o Instituto de Ciencias de Jalisco, fue junto con 70 el de Oaxaca, una de las primeras instituciones de educación superior de su tipo en México y tal vez en toda América Latina; su trascendencia estriba no solo en el hecho de que con la reforma educativa que se establece se cierra el capítulo de la preeminencia de la educación escolástica y su secuela selectiva respecto al ingreso de alumnos.
Así que podríamos considerar que hay una explicación multifactorial; un vínculo ineludible entre realidad heredada, liberalismo, influencia francesa y gaditana, experiencia de la ciencia ilustrada, además de la viva e innovadora influencia de la Ilustración y el liberalismo mexicano, que explica la línea trazada por la república para impulsar las luces educativas del país a través de la ciencia teórica y aplicada, necesarias para la industria, el comercio, las leyes, pero también del pensamiento humanístico en busca de una racionalidad institucional más allá de la gobernabilidad corporativa. Es importante recordar que el pensamiento ilustrado planteaba como divisa fundacional que la forma más idónea para acabar con el despotismo y la ignorancia era la educación, divisa que tomó con fuerza el liberalismo, de ahí los planes de instrucción pública y la reforma a la educación profesional que se inauguraron con la Primera República y en particular en el estado libre y soberano de Jalisco.
Cuando se establece el federalismo, se gesta una sana competencia regional para impulsar los nuevos proyectos económicos y educativos -que son los dos ramos que unidos de manera indisoluble debían empujar el desarrollo- ; proyectos impulsados en cada una de las provincias, consideradas ya como espacios soberanos con sus propios congresos representativos, por lo tanto, capaces ya de legislar en diversos campos de la sociedad.
El instituto: una propuesta de secularización en un ambiente polarizado
Habrá que reconocer, sin embargo, que el republicanismo y la ilustración educativa no nació con la Primera República, no fue una generación espontánea, sino que tenía una larga presencia que se fue gestando desde la última década del siglo XVIII y primeras del siglo XIX17, puesto que levantar un proyecto integral lleno de referentes inéditos (forma de organización escolar e institucional, nuevo modelo pedagógico y didáctico, innovadora propuesta curricular, nueva legislación educativa, nuevos criterios presupuestales, etc.), si bien se implementaron de inmediato, tenían en realidad ya un largo aliento en el imaginario de un importante sector de intelectuales y políticos liberales que, agazapados o actuantes discrecionalmente, esperaban el momento propicio para levantar instituciones como el instituto, ente completamente innovador y propicio para sus afanes reformadores. Esta transición explica cómo se pasó de una instrucción colonial y confesional en 1825, a un paradigma liberal construido solo unos años después, al menos en los paradigmas jurídicos18.
Habría además de reparar en la intencionalidad de instaurar por parte del Estado una secularización imprescindible, necesaria como paradigma de la vida moderna, pues solo con esta divisa se podrían cambiar voluntades y mentalidades, aunque fuese paulatinamente, pues es un mundo con una filosofía y moral aún muy sedimentada en aras de la conservación del viejo régimen colonial y conservador, y la educación aparece como el mecanismo estratégicamente más eficaz en la promoción de esta secularización a través de la educación, arena que por su propia naturaleza es reproduccionista, pues la emisión de cuadros preparados académica y profesionalmente para impulsar nuevos paradigmas desde la laicidad, la ciencia y la potestad civil, eran determinantes19.
En Jalisco, una vez que tomó posesión el primer régimen federal con el gobernador Prisciliano Sánchez en 1826, se formuló y aprobó un nuevo plan educativo que instaló en todos sus ramos la educación pública. Esta noticia representó para la historia de la educación en México y en Jalisco algo más que una transición institucional, fue un acontecimiento verdaderamente trascendental. No era simplemente un hecho secuencial, espontáneo, resultado de la instalación por primera vez de un nuevo gobierno republicano y su proyecto educacional, fue realmente uno de los eventos de transición no solo educativo más importantes de América Latina, puesto que instaló nuevos paradigmas respecto a la organización y el ejercicio del saber, y creó las primeras instituciones republicanas de enseñanza. Irrumpe institucionalizado un nuevo paradigma filosófico e ideológico. Como preámbulo, se suprimió la antigua Universidad20 para establecer el primer Instituto de Ciencias del país.
Es importante insistir en que quien encabezó esta nueva cruzada educacional al fundarse el Instituto en 1826-27, fue el primer gobernador constitucional de Jalisco, Prisciliano Sánchez, personaje singular que representa junto con su generación liberal21, un signo de avance radical, un romanticismo político muy atrayente y necesario22, reflejado entre otras cosas en un gran proyecto educativo, buscando en la educación un rol protagónico que no había existido antes, tratando de desarrollar aquellas expectativas que impactasen en el nuevo modelo social federalista. No era solo suplir a la educación fundamentalmente confesional y dogmática de la Universidad; el concepto de educación desde el Instituto buscó aclimatarse a la realidad regional, empezando por imprimirle primeramente los grandes ejes que serán sustantivos en la educación moderna que requería la región, a través de un paradigma “departamentalizado”, si pudiéramos llamarlo así23, plasmado en un modelo público, gratuito, laico y uniforme; conceptos nuevos para la historia de la educación superior de México y Jalisco, hasta ese momento.
Vaivenes y barruntos en la disputa por la educación
El proyecto del Instituto de Ciencias en Jalisco representaba una nueva etapa histórica, lo que implicaba un eslabón transformador y definitivo en el campo de la instrucción profesional, reconociendo que las fuerzas conservadoras estaban, podríamos decir, intactas y en proceso de reorganización24. Los liberales jaliscienses tienen en esos años de la Primera
República de 1824, el poder político suficiente para fundar el Instituto, y luego refundarlo o reestablecerlo durante 40 años de vaivenes políticos. Ambos, el Instituto Científico, que era la estrategia de los liberales, y la Universidad, estrategia de los conservadores que reestablecen cuando recuperan el mando político del Estado, cuantas veces sea posible. Y así fue durante más de medio siglo en que se sucede este enroque político y educativo (1827-1861), que finaliza por una decisión bonapartista del Estado liberal moderado que los funde, hasta que, Universidad e Instituto, quedan finalmente suprimidos en 1861-6225.
¿Todo quedó ahí para el modelo que había inaugurado el Instituto? Consideramos que no; el modelo institucional ilustrado fue un proyecto que llegó para quedarse aun sin Instituto, pues prevaleció el modelo institucional a partir de 1861 como paradigma académico durante todo el resto del siglo XIX y primeras décadas del siglo XIX, sin existir física y jerárquicamente (1862-1924), a excepción de su dirección administrativa, la cual quedó en manos del gobierno del estado26.
El régimen liberal pone de pretexto razones presupuestales para su supresión definitiva, pero seguramente fue para cancelar esa trinchera que les resultaba tan desgastante al encarar educativa e ideológicamente el paradigma republicano del Instituto a su contraparte conservadora que pugnaba por la Universidad, casi siempre con encono. Realmente esa era la causa y no los presupuestos, pues la manutención y el sostenimiento de la educación superior continuaron, operados desde el gobierno del estado, con sus altas y sus bajas, conservando las carreras, los maestros, los alumnos, el currículo.
La Universidad, cuando tuvo el poder circunstancial del estado en Jalisco, poco hizo para realizar procesos para modificar su modelo curricular, privilegiando los estudios religiosos. La reforma de 1834 del jesuita carmelita Crisóstomo Nájera, como hemos dicho, intentó modernizarlo, así como otras reformas un poco desesperadas realizadas entre 1849 y 1860 que buscaban ponerlo a tono con los nuevos tiempos cada vez que se restablecía.
Merece hacer un comentario pertinente sobre Nájera a efecto de reconocer la significación de los cambios implementados por la Universidad27 en esos tiempos y para no repetir aquíla apología que ha hecho la historiografía correspondiente para quien los esfuerzos y el modelo del Instituto fue lo único que merece mencionarse en ese largo periodo de estudio. Nájera era considerado un sabio, por su sapiencia y gran capacidad de innovación y gestión en el campo del pensamiento filosófico, social y educativo. Su pertenencia al clero regular no evitó el reconocimiento de gobernantes, funcionarios e intelectuales de diferente signo28.
Al restablecerse la Universidad en 1834 con su viejo modelo, Nájera fue designado para hacer un nuevo plan de estudios. En los estudios de jurisprudencia se estableció que fuesen un profesor laico y uno religioso quienes los impartieran, creándose una academia de jurisprudencia teórico-práctica para ofrecer acompañamiento jurídico a estudiantes y ciudadanos, algo inédito para la Universidad, pero que ya se ofrecía en el Instituto. Estableció también un reglamento interior para el gobierno de la institución y con ello minar el poder ominoso del claustro de doctores, herencia del periodo colonial, así como establecer los requisitos para quienes serían admitidos, lo que canceló el anacronismo de la pureza de sangre para ser alumno. Se establecían, además de la carrera de Teología, las cátedras de Ciencias, incluyendo Física y Matemáticas y poniendo énfasis en el conocimiento de la naturaleza. También se hicieron cambios importantes en la carrera de Medicina29. Claro que no existe parangón en cuanto al paradigma que el instituto había establecido en torno al estudio de ciencias aplicadas, pero esta reforma de Nájera, que se mantuvo vigente en los periodos en que la Universidad volvió a estar en circulación años después, constituye la más importante reforma universitaria en todo el siglo XIX.
La Universidad no volvió a aparecer a partir de los años posteriores. Debido a la derrota en la guerra de tres años y con la restauración de la república en 1876 al ser derrotado el imperio francés. En cambio, con los gobiernos liberales de Jalisco, el Instituto tuvo reformas en los años 1867, 1868, 1869, de1870 a 1875, 1877, 1882 y 1883, modernizando su modelo y su currículo, aunque su dependencia con el gobierno del estado fue cada vez más directa, lo que le restó independencia. A partir de 1883, las escuelas superiores dependieron directamente del régimen del gobierno del estado. Pero la noción republicana de la educación superior prevaleció como imaginario universitario. El instituto formó muchas generaciones en diferentes campos del saber y legitimó la educación superior pública.
Implicaciones del nuevo paradigma educativo y escolar
En la superestructura de una sociedad todavía con una mentalidad colonial, en las primeras décadas del siglo XIX, siglo agitado y de cambios, pero aún empapado por una retórica concéntrica, en donde todo gira en torno a un mundo perpetuo concebido para ser eterno, ahí en ese espacio multiforme se gestó y fue puliendo sus esfuerzos el Instituto, inmerso en un concierto de nuevos entes erigidos para encarar al viejo régimen:
De hecho, después de la Constitución de 1824 tuvieron lugar una serie de intentos gubernamentales encaminados a regular tal convivencia. Desde 1830 el ministro conservador Lucas Alamán propuso varias reformas a la enseñanza superior, en que se adjudicaban junciones especializadas a los establecimientos superiores existentes, de manera que el Seminario Conciliar ofrecería las ciencias eclesiásticas; San Ildefonso se encargaría del derecho, ciencias políticas y económicas y literatura clásica, suprimiéndose las comunes al Seminario; el Colegio de Minería se destinaba a las ciencias físicas y matemáticas; San Juan de Letrán a las médicas, y el Museo y Jardín Botánico a las ciencias naturales30.
Poco se ha reflexionado sobre la trascendencia que significó la fundación del Instituto, más allá de considerarlo un modelo nuevo que emerge en 1827. Fue este una propuesta radical no de transición31. Se trataba de erradicar todo el paradigma educativo de la educación superior del viejo régimen, pero lo más importante fue la creación de un ente novedoso y práctico; algo más que una institución igualitaria y libre y con un nuevo currículo. Para empezar, era una instancia sin un control corporativo, algo inédito, donde arribarán nuevos actores que estaban invisibilizados en el viejo régimen: los profesores, los científicos, los nuevos alumnos sin identificación elitista o señorial. Esta dimensión muestra esa vertiente radical de un liberalismo extramuros pero también tapatío, activo e innovador que intenta no permitir concesiones del antiguo régimen, de ahí que su existencia, además de ser un modelo educativo singular, fue también una bandera política que en aras de su implementación provocó muchos conflictos, cierres y reaperturas.
Fue así que la educación superior de Estado constituyó sin duda una referencia inédita respecto a la concepción que se tenía del saber, de su origen y su función32. Se trata de una nueva participación de la sociedad política que se va a desarrollar en el campo público y va a crear un nuevo paradigma cognitivo y su vínculo con la sociedad, a saber: establecimiento de cuadros profesionales concebidos desde la óptica del trabajo liberal33 buscando su reproducción; la construcción de una nueva institucionalidad; un nuevo soporte jurídico y la creación de parámetros para su sostenimiento financiero. Implicó también nuevos rituales y culturas escolares más horizontales y diversas, acordes con los lineamientos de libertad de pensamiento, acercamiento científico y participación estudiantil y del profesorado, aspectos que pueden observarse a partir de las responsabilidades del currículo plasmado en su nueva legislación34. Significó, además, el ingreso de cuadros de la nueva clase media urbana que, producto del desarrollo económico de Jalisco, había venido creciendo. Ya no era a la Iglesia y a las corporaciones a quienes habría de proveer de cuadros como era tradicionalmente, sino a los hijos de los nuevos ciudadanos, si por ellos entendemos a sectores medios de la ciudad.
Se suprime el Claustro de doctores y surge la organización de la Academia para fomentar el avance de los ramos del saber práctico y desde luego una nueva concepción de la gestión institucional. La academia busca secularizar el saber, no conjetura como lo hacían los doctores sobre lo trascendente y jerárquico, sino en cuestiones más clasificables y oportunas, necesarias para el conocimiento científico y el bienestar material y espiritual: combinar las sustancias, medir, calcular, deducir con base en resultados objetivos; coleccionar y analizar la composición de piedras, sustancias, fenómenos, restos óseos, relieve, climas. La ciencia se expande, si se quiere lastimosa y tímidamente, pero perseverante en los laboratorios, las explicaciones, las discusiones. Comienzan a aparecer las primeras publicaciones periódicas dando cuenta de los hallazgos. Se irán así perfilando instituciones, clubes y sociedades que luego madurarán en la segunda mitad del siglo XIX sobre ciencia, arte, literatura, medicina35. Todas las eclosiones que, en la medida de las posibilidades históricas, pudieron desatarse y que dieron vida a todo lo largo del siglo, tienen su origen ilustrado, incluso en los estertores del periodo colonial y su correlato en la cientificidad y humanismo liberal de la primera mitad del siglo. En ese espacio estaban instituciones como el Instituto de Ciencias del Estado.
La creación del Instituto se enmarca en una reforma general de la educación. El plan de educación pública se organizó en cuatro clases: la primaria, que se impartiría en las municipales; la secundaria, que comprendía los ramos de dibujo y la geometría práctica, que debían darse en las cabeceras de las municipalidades; la tercera clase, que abrazaba las matemáticas puras, que se enseñarían en las ciudades cabeceras de cantón, y por último la profesional, exclusiva del Instituto del Estado36.
El Instituto del Estado establecía 11 secciones:
1.a Las matemáticas puras en toda su extensión; 2.a Gramática general, castellana, francesa 76 e inglesa; 3.a Lógica, retórica, física y geografía; 4.a Química y mineralogía; 5.a Botánica; 6.a Derecho natural, político, civil y constituciones general y del estado; 7.a Economía política, estadística e historia americana; 8.a Moral, instituciones eclesiásticas, historia eclesiástica y concilios; 9.a Anatomía descriptiva teórico-práctica, ya en el hombre, ya en los animales; anatomía patológica y cirugía teórica-práctica; 10.a Instituciones médicas, clínica y medicina legal; 11.a Academia, según para quien abrace el dibujo, la geometría práctica, la escultura y la pintura37.
Uno de estos primeros paradigmas plantea el vínculo de la educación y las ciencias aplicadas38, particularmente aquellas que son en ese momento consideradas estratégicas para el progreso moderno de las sociedades: las ciencias experimentales y las ciencias exactas.
Se diversifican además las carreras para hacer surgir dos modelos de profesionistas: los que ejercerán la profesión liberal de manera independiente y los que se insertarán a la vida profesional laica como cuerpo del Estado. Estos dos sectores profesionales llegarán para quedarse y contribuirán a la renovación del saber intelectual. Se remozan, en consecuencia, los hábitos de la práctica cotidiana del profesionista independiente y se ayuda a resolver o a paliar los ancestrales males y padecimientos de la sociedad en diferentes campos como la ciencia, la farmacia, la medicina, la ingeniería, la jurisprudencia.
Otro aspecto importante es el hecho de que se implementa por primera vez el ramo educativo oficial, mediante la creación de un financiamiento para la operación educativa e institucional, y la apertura de nuevos paradigmas en diversos campos del saber y del trabajo39 Esta nueva experiencia crea un corpus legislativo y nominal que no existía, fundándose el ramo educativo40. Las partidas presupuestales y las instancias institucionales van creando espacios y términos específicos: se establece por ejemplo el Fondo provincial que inaugura los soportes financieros de la instrucción, con ello, se establecen también los afluentes de donde el gobierno abreva para el sostenimiento de este ramo nuevo e independiente. Se establece, por ejemplo, el “cobro de que debía pagar cada botija y 20 reales por cada barril de vino mezcal expedido para el ramo educativo”41, además de la designación dentro de la cuenta pública de un presupuesto exclusivo para el ramo, algo que, como hemos dicho, nunca se había considerado42. El presupuesto para el Instituto se incluyó en 1827, lo que por primera vez fue un desglose de su monto y que se convirtió en un ramo financiero, presupuestal, tablas de salarios y mantenimiento43. La legislación educativa moderna principia aquí, al menos para Jalisco.
Se establecen las siguientes funciones y estructuras, muy divergentes con el viejo modelo, o que aparecen por primera vez para la educación en general:
Plan General de Instrucción Pública44, por sistema y grados escolares. Instrucción primaria y ya no de primeras letras, y Superior. Preceptor de primera y segunda clase, para instrucción primaria. Prefecto inspector, ayudantía para material didáctico. Estudios profesionales del Instituto, con las siguientes secciones:
Sexta: Derecho Natural, Político, Civil y Constituciones, la General y la del Estado.
Séptima: Economía Política Estadística e Historia Americana.
Octava: Moral, Instituciones Eclesiásticas, Historia Eclesiástica y Concilios.
Novena: Anatomía Descriptiva Teórica y Práctica
Décima: Instituciones Médicas, Clínica y Medicina Legal
Undécima: Academia según siguiera Dibujo, Geometría Práctica, Arquitectura, Escultura y Pintura.
En cuanto a estudios secundarios o preparatorios, eran las siguientes secciones:
Primera: Matemáticas Puras y Mixtas
Segunda: Gramática General, Castellana, Francesa e Inglesa
Tercera: Lógica, Retórica, Física General y Geografía
Cuarta: Química y Mineralogía
Quinta: Botánica
Educación científica, laboratorio experimental, reglamento de disciplina escolar, organización modular de asignaturas, ternas para asignación de profesores, calendario cívico escolar oficial (y ya no escolar religioso), requisitos para ingreso basado en los derechos del hombre (ya no se pide limpieza de sangre, ni no ser morisco), calificaciones numéricas. Certificación y legalización estatal de estudios. Acuerdos de revalidación y convalidación (principalmente por los cierres y aperturas frecuentes del Instituto o la Universidad).
Se crean las primeras instancias oficiales (Junta Directiva de Estudios) con sus correspondientes directivos y burocracia administrativa.
Algunos conceptos eje que caracterizan conceptualmente el nuevo paradigma educativo son:
La profesionalización. El Instituto inaugura a su vez los emolumentos profesionales autónomos, es decir, se profesionalizó el carácter de docente de educación superior, cuyas percepciones tienen su origen en los fondos que el Estado recaba y utiliza45, pues si bien en la Universidad colonial se pagaba la cátedra impartida calculada anualmente, en realidad de ella no vivían los catedráticos que eran por lo regular funcionarios eclesiásticos, juristas y médicos, o seglares dedicados a sus negocios propios46. El Instituto profesionalizó el magisterio y estableció también que los nombramientos de maestros honorarios o suplentes, era para evitar el ausentismo magisterial que se presentaba en la antigua universidad cuando los catedráticos eran asignados a largas comisiones. No se sabe cuánto significó este problema en el Instituto, puesto que sus expedientes escolares están extraviados. Lo cierto es que la normativa establecía descuentos a partir de faltas no justificadas.
El concepto de progreso. Un signo sobresaliente de la nueva institución es que se insistía en la importancia del progreso material y de la utilidad práctica e intelectual del saber y del pensamiento, ya no trascendentalista, sino respecto del ejercicio profesional relacionado con un ámbito específico de la práctica, incluso con relación a ciencias humanísticas, como la economía política, y con mayor razón con relación a las ciencias mecánicas y aplicadas, medicina o jurisprudencia47. Esta nueva concepción, reflejada en el carácter del conocimiento del Instituto, era producto de una filosofía sustentada en el liberalismo que iba permeando todo el espectro social.
La conciencia social. Como en la escuela infantil laica, donde los maestros debían insistir con sus alumnos en desarrollar el concepto de patria, en el Instituto significaba tomar conciencia del progreso individual y colectivo de cada uno y del país48, propiciado en esta nueva educación. Énfasis que también se pregonó, y esto implicaba insertar en la conciencia de los educandos y los ciudadanos un nuevo paradigma de progreso, tanto para el país como para ellos mismos, para que tuvieran clara la importancia de estudiar y concluir una carrera superior, crecer como persona y crecer como país: divisa que se ha mantenido vigente hasta nuestros días. El gobernador Prisciliano Sánchez, fundador del Instituto, entendió con claridad el papel que en el futuro significaría una educación para la ciudadanización, de ahí que decretara el primer proyecto educativo integral para Jalisco y de los primeros de México. La relación de la escuela infantil y la superior es presentada como un eslabón natural y propedéutico para construir un futuro moderno, material, democrático. Por lo tanto, el Instituto es una instancia que coadyuvó al desarrollo que en otros campos trataba de impulsar el Estado, como era la industria, el mercado interno, lo institucionalidad, lo productivo, los derechos individuales49. Las palabras “cambio”, “transformación”, subyacen en todo el discurso académico.
La ciencia desde el aula. En esta apertura a espacios escolares no corporativos se va forjando una cultura escolar-estudiantil que va construyendo sus imaginarios instituyentes: estilos de estudio y de convivencia escolar, en cuanto al rompimiento del modelo de “leer una cátedra”, que se basaba en la erudición y la memorización, ahora se trataba de establecer cátedras diversas de manera explicada y más participativa; nuevas formas de organización apoyadas en el individualismo, la relaciones entre ellas, formas de resistencia o de reclamo, aun cuando el Instituto no era desde luego un dechado de libertades democráticas, perosí tenía formas mucho más abiertas a la participación que el viejo modelo educativo superior colonial.
Avance y regresión. Hay sin embargo, ciertos aspectos que caracterizan al Instituto a partir de la lógica institucional republicana en cuanto a su vínculo desde el poder ejecutivo con el gobernador del estado, lo cual desde una perspectiva histórica refleja una regresión con respecto a la Universidad colonial, como el hecho de que la educación superior dejó de ser una institución soberana respecto a su vida interior, pues todo queda supeditado a las directrices académicas y administrativas del gobernador del estado. Su estructura es la de una dependencia gubernamental como cualquier otra, es decir, no tenía un claustro o consejo de doctores o profesores que la dirigieran junto con su director, como sí lo tenía la Universidad colonial. El director, máxima autoridad de la institución, solo da cuentas al gobernador del estado de sus acciones, por lo que el trabajo colegiado de carácter ejecutivo no está presente. Además, a diferencia de la Universidad donde el rector es elegido por el claustro, el director del Instituto es nombrado discrecionalmente por el gobernador50.
Secciones. Como lo hemos señalado esquemáticamente, el Instituto inaugura un formato seccional muy propio de las instituciones liberales europeas: lo dirige una junta directora y se distribuye por secciones disciplinares; es una modernización ilustrada con tintes ya de una educación laica superior. La junta directora y las once secciones son el abanico científico para la impartición de clases y laboratorios, a fin de desarrollar una ordenada operación docente y de gestión. Es un paradigma moderno, inédito hasta ahora, en el que aparece un nuevo lenguaje: profesor, enseñanza., métodos, planes de estudio, conceptos de una pedagogía moderna. Un cambio gigantesco, pues se consumó en el lapso de un año; pasó del modelo universitario colonial, aún con todos sus pliegues modernistas, a un paradigma institucional, académico y pedagógico inédito.
Los materiales didácticos. Mas allá de las cartillas escolares religiosas y medievales, así como de los libros clásicos de los padres de la Iglesia y el derecho religioso y teológico que se usaron durante siglos, otros elementos característicos y determinantes en la instalación de ese nuevo paradigma académico y escolar del que hemos venido hablando son los relativos a la estructuración y las características de los nuevos contenidos a partir de su carácter disciplinar, su ubicación curricular. En cuanto a los textos de educación superior designados para su impartición, se buscó que por primera vez fuesen trabajados como libros de texto, es decir, conforme a las indicaciones y organización de los primeros docentes. Fue así como se empezaron a trabajar textos introductorios de gramática, ciencias y matemáticas, así como de teorías más avanzadas; textos de didáctica; la cosmografía y su desarrollo disciplinar; física y química general, química orgánica, farmacia e historia natural, geología, docimasia, metalurgia, mensura y explotación de minas51.
Un libro utilizado en el Instituto por profesores y alumnos, que encontré en una librería de viejo de Guadalajara, aún con una referencia manuscrita en la primera página, fue el Tratado de economía política52, que aborda como temas de enseñanza en el Instituto los conceptos generales de la propiedad, la renta, la producción, los impuestos, los capitales, la deuda pública, conceptos todos contenidos en la obra de Adam Smith, y hasta cierto punto contrarios al concepto de renta y propiedad y riqueza que aún prevalecía en la legislación de la Audiencia de Guadalajara respecto a las políticas económicas del régimen español53, todavía con la influencia acumulacioncita y rentista. En el terreno educativo, estos nuevos contenidos de enseñanza para la educación superior, abiertos y legítimos, independientemente de su naturaleza de una sociedad de mercado, constituyen un parteaguas en la historia del currículo.
Ingreso magisterial. Otro aspecto también importante se refiere a la plantilla docente, puesto que al establecerse el Instituto, y durante los primeros años, no existieron los concursos de oposición para los catedráticos, ya que fueron nombrados por el gobernador de turno, situación que en la Universidad sí se llevaba a cabo, atendiendo a lo que marcaban las Constituciones y representando uno de los elementos más importantes para el otorgamiento de nombramientos de catedráticos a través de convocatorias que eran abiertas con procesos muy rigurosos, vigilados y neutrales, lo que le daba un cuidado especial por guardar determinado nivel o capacidad de quienes obtenían el puesto54.
Seguramente que los profesores para la nueva institución republicana fueran los más adecuados conforme a sus perfiles de científicos o profesionales; ya fuesen mexicanos o extranjeros de alta calidad, al principio tuvieron que ser seleccionados unilateral y verticalmente o a petición del director del Instituto; los profesores -ya no catedráticos-, conformaron las plantillas docentes y eran reclutados de los escasos profesionales que estaban dedicados a la medicina, la jurisprudencia, la ciencias naturales y el comercio.
Después las cosas cambiaron, en lo sucesivo se estableció un sistema de selección al tomar en cuenta a los docentes ya contratados. Así que, cuando había vacantes, se hacía una convocatoria y luego se seleccionaban los candidatos; enseguida, los profesores examinadores hacían la propuesta al gobernador presentándole la lista de los examinados con el resultado de sus calificaciones y de ahí se elegía a los que se consideraban los mejores. Los nombramientos de los profesores eran en propiedad, con carácter vitalicio e incompatibles con cualquier otro empleo del Estado, lo que implicaba por primera vez la profesionalidad. Recibían una dotación anual de mil ochocientos a tres mil pesos. Había también profesores honorarios y auxiliares que percibían la mitad de la dotación del propietario.55
Gran parte de esta plantilla era ciertamente de personas capaces y preparadas56, pero que habían estado al margen de la educación superior debido a que en la Universidad predominaba el enfoque teológico y era difícil integrar a quienes no estuvieran vinculados a los poderes del gobierno colonial y a la Iglesia. La mayoría de estas personas eran extranjeras, aunque también había mexicanos57. Sobresale como prototipo de este nuevo modelo de profesional-científico Pedro Lissaute, profesor matemático francés, amigo personal del gobernador Prisciliano Sánchez, quien fue el primer director del Instituto y su primer profesor nombrado por él58.
Estos nuevos profesores del Instituto serían trabajadores al servicio del estado, dentro de una nómina, al igual que los profesores de primeras letras con la escuela lancasteriana. Y luego lo serían los del Liceo, algunas décadas después. De esta forma se irá conformando el gremio de los preceptores y profesores de Jalisco dentro de lo que sería un naciente sistema educativo del estado.
Otro aspecto digno de resaltar en cuanto a la creación del nuevo paradigma educativo, en el hecho de que el Instituto inauguró también los actos públicos de educación superior, en donde por motivo de graduaciones, inicio o fin de cursos, la institución programaba sesiones ceremoniales para que personeros representativos de la sociedad civil y política asistieran a escuchar los discursos de su director. Esta actividad difería de los actos universitarios coloniales, donde la ceremonia se convertía regularmente en un acto cerrado solo imputable a las corporaciones, Estado e Iglesia59, pero no a la comunidad, a no ser respecto a los familiares de graduados que eran por lo regular personeros pertenecientes a la elite neogallega. En esto, el Instituto tuvo una mayor apertura respecto al conjunto de la sociedad tapatía, particularmente porque tanto profesores como alumnos pertenecían a los sectores emergentes de esa sociedad y no solo a la elite.
El proyecto del Instituto sentó las bases de la nueva educación republicana; su mirada pedagógica hacia el racionalismo y el conocimiento de la ciencia es su aportación más significativa: la experimental y pragmática. Medio siglo después, con el triunfo definitivo de la reforma liberal en la Segunda República, fue finalmente, como hemos dicho, cerrada la Universidad en 1862, y el Instituto pervivió un poco más, pero desapareció como institución soberana (hasta 1883) y las escuelas profesionales quedaron dependiendo directamente del Ejecutivo del Estado desde 1883 hasta 1925 cuando se refunda la universidad. No obstante, su estela de educación profesional laica y científica queda ahí como una aportación a la historia de la educación ilustrada mexicana.
Conclusiones
El Instituto de Ciencias del Estado se inscribe en la historiografía de las universidades republicanas del siglo XIX, aunque no se haya llamado universidad ni republicana, pues, como las llamadas realmente así en toda América Latina, desempeñó un papel fundamental en la construcción de la modernización política y cultural del país, y de la amplia provincia en que estuvo situado. De esta forma, las perspectivas sobre el impacto que la institución irradió en su entorno tienen que pensarse en función de la construcción del país, del Estado libre y soberano republicano, de su cultura cívica, material y simbólica.
El hecho de que el fundador del Instituto en 1827 haya sido Prisciliano Sánchez permite explicar los tamaños de su amplia visión: más allá de la política, vinculando las parcelas del poder, la sociedad y la cultura, pues el autor del Pacto federal de Anáhuac -documento cumbre del federalismo republicano mexicano- se engrandece aún más al observar la capacidad innovadora y civilizatoria que tuvo al crear esa institución de educación superior única en Latinoamérica.
Hemos dicho que la nueva institución resignificó todo, respecto a las formas como se ejercía la educación superior. Pero además cabría preguntarse si por ejemplo el nuevo grupo de profesores tan singulares y diferentes respecto a los doctores catedráticos de la Universidad colonial, conformaron también como estos una elite reforzadora e integrada al poder político regional. Ha habido ya algunos trabajos de investigación que han identificado a algunos de ellos, así como a sus egresados, donde aparecen algunos extranjeros60, principalmente franceses que se integraron a la institución y otros que ocuparon las aulas y egresaron del Instituto.
En esta perspectiva queda pendiente la tarea de echar mano a la prosopografía y otros paradigmas biográficos como las historias de vida y los estudios sobre las elites, para establecer cuadros que nos ilustren sobre su composición, relaciones y poder.
En medio de la disputa por la nación, en la lucha por la soberanía y la independencia, pues el Instituto existió en un entorno de enfrentamientos políticos, vaivenes de poder, así como de la resistencia del bloque conservador y corporativo que sigue perviviendo en el país, esta institución parecía atrapada en estas redes y cruce de fuegos, enfrentando su proyecto académico e institucional con múltiples caras. Aun así, su trayectoria fue tenaz, coherente e inteligente, que ofreció a la ciudadanía de Jalisco y México una opción educativa mirando al porvenir.