Introducción
El presente artículo, que parte del método documental-bibliográfico con enfoque hermenéutico analítico (Botero), sustenta la idea de que, contrario a lo que se puede afirmar sobre la pandemia, la covid-19, en el contexto de la población más vulnerable de Latinoamérica, no ha generado ninguna fractura esencial en la relación del ser humano con su habitar en el hogar1 y su experiencia con lo hogareño; empero, en la actual situación de cuarentena y control de los contagios, en el ámbito del neoliberalismo, ha producido una aceleración de las condiciones psico-sociales ya existentes en la historia de la humanidad, pero que erróneamente les son achacadas ahora al virus. Para esto se utilizan tres momentos: inicialmente, se expone la idea de cómo el neoliberalismo modificó un espacio sagrado y ritual como lo es el hogar. Este primer momento quiere mostrar claramente la idealización que se hace de los hogares en la crítica a la sintomatología que produce el capitalismo neoliberal.
En un segundo momento, se presentan una serie de fenómenos que trajo consigo la pandemia. Aquí, se busca exponer cómo las regulaciones a la movilidad, las cuarentenas y demás medidas sanitarias, han repercutido en el modus vivendi de las personas en lo correspondiente a su habitar-en-el-hogar-con-otros. Finalmente, se presenta una crítica a la idealización del hogar, de modo que sea posible aceptar que este último no ha sido un espacio de puro Eros, sino que Tánatos siempre ha estado presente y no puede ser excluido del análisis que se le haga tanto a la pandemia como al capitalismo neoliberal, especialmente en el contexto de las poblaciones vulnerables de Latinoamérica.
Lo que se busca, en este sentido, es sospechar de la idea de que algo (el capitalismo neoliberal o la pandemia) rompió la paz del hogar. Lo real (que, como se verá más adelante, en este escrito se piensa como la real realidad) del hogar es que está dotado de una dialéctica positiva o negativa2, aunque en el marco de las poblaciones vulnerables de Latinoamérica los elementos positivos (o perversos, como la violencia intrafamiliar, el abuso sexual, el machismo, etc.) suelen exceder los negativos (o loables, como el descanso reparador, el esparcimiento, el afecto entre familiares, etc.), de manera tal que la obligación de recluirse en casa, cuando un hogar está tan desconfigurado de su idealidad, es una condena agravada pues no solo se obliga a continuar en el infierno, sino que no se ofrecen respiros, como los que tenía quien salía de casa para cumplir con su rutina antes de la cuarentena.
1. El paraíso vuelto infierno: el hogar colonizado por el neoliberalismo
Dentro del marco de un capitalismo tardío, la dinámica de reproducción sistémica de la lógica neoliberal3, la cual se puede considerar como una estructura acéfala con una tendencia a revolucionarse y amoldarse constantemente para maximizar el espectro del éxito reproductivo (Alemán, Capitalismo), ya no solo se limita al ejercicio de un poder y un control dentro lo que se puede llamar una ocupación en la vida económica, sino que se encarga de extenderse a los planos cada vez más privados y biológicos de la humanidad; esto es, se encarga, así como de lo laboral, de la ocupación de lo no-económico, para ocupar, como rendimiento, todo el espectro del hábito cotidiano.
En este sentido, no es de extrañar que el hogar, el espacio privado e íntimo por antonomasia, sea objeto de dicho ejercicio de poder y control sistémico que propende a mejorar la capacidad reproductiva y mental del neoliberalismo en su actual etapa digital: “Para incrementar la productividad, no se superan resistencias corporales, sino que se optimizan procesos psíquicos y mentales. El disciplinamiento corporal cede ante la optimización mental” (Han, Enjambre 42). De cierta forma, los lugares del hogar, como espacios abiertos a lo hogareño, se convierten en puros vacíos vaciados4 dominados por la técnica (que en este caso se corresponde especialmente con los sistemas telemáticos, como el televisor y el ordenador), para ser inundados por la esfera pública en pos de la optimización mental. Dentro del marco de un neoliberalismo, cada vez más salvaje, las viviendas se convierten en espacios físicos de rendimiento, competencia y positividad (discurso de poder que se ocupa de mantener al individuo sujetado por medio de una forma de gobernabilidad hedonista, al mejor estilo de Un mundo feliz de Huxley), por lo que se crea una idea de pérdida de un estado original5; esto es, el capitalismo, en su estado neoliberal (y de mano de la técnica telemática), destruyó la experiencia simbólica y restauradora del estar-en-el-hogar y la dualidad de lo público (polis) y lo privado (hogar) que ha estado presente en la cultura humana desde la Antigüedad (Coulanges).
El neoliberalismo, tal como aquí se entiende, se encargó de profanar la noción sagrada o ideal del hogar, ritualidad que proveía al ser humano de un aliento tras retornar a él después de un día de trabajo6. El sistema hegemónico se encargó de imponer una visión unidimensional de lo que implica la vivencia en el hogar, un biotipo de persona neoliberal redujo las casas de ser un espacio complejo atravesado por múltiples factores bajo la idealidad de un espacio íntimo para la restauración de fuerzas, a ser un espacio para la administración de uno mismo; sépase, el neoliberalismo redujo el fuego del hogar (Coulanges) que unía a la familia griega y romana, a la mera rentabilidad económica que subyuga y estresa a la familia contemporánea. Así, la economía mistifica la sociedad, pero no la ritualiza: “son dominados y empleados en la publicidad productiva, la propaganda y la política. La magia, la brujería y la entrega al éxtasis son practicadas en la rutina diaria del hogar (...) los logros racionales anulan la irracionalidad del todo” (Marcuse 217). Sin embargo, esta tesis de que el neoliberalismo hizo que algo se perdiera podría sugerir, equivocadamente, que el ser humano, antes o por fuera del advenimiento de dicho sistema, vivía paradisíacamente en el hogar7. Veamos.
La pérdida de esta noción sagrada del hogar se relaciona metafóricamente con la idea del destierro del paraíso. Los hogares, sin importar su condición económica, social o política, desde su noción sagrada, deben ser un baluarte frente a los azares de la vida y el peso del mundo (Bauman 11); sin embargo, tras su profanación por parte del neoliberalismo solo queda un espacio hostil que existe como extensión de la ocupación como rendimiento en el hábito cotidiano. Por tanto, dentro del espacio economizado que ahora incluye a los hogares, el empresario de sí (esto es, creer que “yo soy mi propia empresa”, por lo que es mi responsabilidad el que tenga éxito o no, Foucault 264-265) debe administrar todas las funciones que se requieran, tanto dentro como fuera de lo laboral-económico, dentro del imperativo del rendir y el competir, algo propio del sujeto que encarna el homo oeconomicus (Brown) (Han, Psicopolítica).
En este orden de ideas, el hogar, ya colonizado por el neoliberalismo, donde sus miembros se alienan como homo oeconomicus, es un espacio completamente entregado a la administración, a la unidimensionalidad de la economía, esto es, a maximizar las ganancias (que no necesariamente son monterías) y reducir los gastos a cualquier costo (el lucro por encima de cualquier sacrificio). En este sentido, el homo oeconomicus es un neurótico, incluso en su vida íntima: “La persona que se entrega de un modo exclusivo a la satisfacción de su pasión por el dinero está poseída de su impulso hacia éste (...) es el ídolo que adora como proyección de una potencia aislada de ella misma” (Fromm, Psicoanálisis 107).
El sujeto, convertido en un empresario de sí o capital humano, asume, tanto en el espacio económico (que subsume lo público y lo privado, como el hogar), el deber y la responsabilidad de tener éxito dentro de un mercado competitivo, meritocrático (y por tanto desigual8) y plutocrático. El sistema se convierte en un ente abstracto, como si fuese un servidor informático que solamente repite la señal (imperativos de consumo y (auto)explotación laboral), mientras que el individuo se ocupa de llevar a cabo, bajo una fantasía de libertad y felicidad, su vida cotidiana bajo el dominio neoliberal (Zizek). Dicho con otras palabras, elhomo oeconomicus logra cambiar el sujeto explotador, de manera tal que el individuo pasa a explotarse a sí mismo, en aras de su supuesta prosperidad.
En conclusión, en el neoliberalismo el ser-con-otros se convierte en capital, por lo que el habitar (pensar) deviene cálculo9 o percepción controladora del mundo10 (Heidegger, Ser y §21). La colonización de lo íntimo, actualmente, se proyecta como algo inevitable, la satelitización total de la vida (control tecnodigital del mundo) (Pachón 9-10) se convierte en un principio rector para el sistema, puesto que, de este modo, todo hogar es un panóptico desnudo y expuesto para el algoritmo (pensamiento calculador) que se extiende cada vez sobre lo humano por medio de la técnica. Ya las barreras al capitalismo neoliberal han caído. Sin embargo, ¿el hogar era una barrera paradisiaca ante lo público o simplemente un espacio diferente, con su propia positividad y negatividad, que ahora ha perdido su autonomía ante el neoliberalismo?
2. El infierno desatado: la pandemia y el hogar
En el marco de la pandemia, esta lógica del hogar del homo oeconomicus como un espacio-tiempo dedicado al misticismo del rendimiento y la aceleración se vio ampliada por la totalización de lo digital y la sobreexposición, fruto del encierro por la cuarentena, a los medios telemáticos que movilizan y acentúan la colonización de vida cotidiana. Así, el hogar (y lo hogareño), como una experiencia del individuo por hacer comunidad, se desconfiguró en el ruido incesante del enjambre que se ubicó en el centro de las casas11. La sobreexposición desde lo digital, el hogar devenido panóptico de autovigilancia, sumado a las restricciones de movilidad que de forma global los Estados-nación decidieron seguir para evitar un aumento en los contagios, hizo que se constituyera una condición paranoide: “la prueba epidémica disuelve en todas partes la actividad intrínseca de la Razón, y que obliga a los sujetos a regresar a los tristes efectos (misticismo, fabulaciones, rezos, profecías y maldiciones) (...) habituales cuando la peste barría los territorios” (Badiou). Este síndrome de la cabaña12, que surge de estas medidas de excepción que son tomadas para controlar el virus, generó unos impactos directos en la ya desgastada psique humana y, por ende, afectó nuestra concepción del hogar.
Así, debido a la sobreexposición a lo digital, a la renuncia al encuentro genuino con el otro, surgió una comunicación sin comunidad (Han, Desaparición). La ya profanada ritualidad del hogar implosionó en una catástrofe virológica en la que los sujetos pasaron de una soledad a un aislamiento13. Este último rompe con la posibilidad de una reflexión meditativa: las ciudades se entregan a la cuarentena por terror al contagio y, en el proceso, la experiencia del pensar críticamente se aleja; algo que, debido a la sobreexposición a lo digital, hace que todo el habitar sea totalizado por la técnica telemática y, con ello, que el homo oeconomicus devenga completamente calculador14, incluso en los espacios que antes no estaban ocupados por la racionalidad del rendimiento económico, como el hogar.
La experiencia de lo hogareño sufre así debido a las tácticas pseudofascistas que se instauran por medio de la biopolítica (o psicopolítica) que, directa o indirectamente, caracteriza muchas medidas contra la covid-19. No hay una apertura, por medio de lo digital, sino que se pierde la singularidad humana en la entrega (tanto voluntaria como involuntaria) al encierro en la casa; de cierto modo, este paternalismo estatal respecto a la cuarentena remarca la crisis de inversión en lo social (algo que va mucho más allá de subsidios) a nivel global, debido a que no encuentran otra alternativa frente a la arremetida que la covid realiza mundialmente. La carencia de una organización estatal hacia lo social hizo que esta medida draconiana, que en principio se aceptó debido a la emergencia, pero que con el paso de los meses se volvió una sentencia normalizada, se convirtiera en una condición externa que afectó directamente la manera en que el ser humano se relaciona con la espacialidad del mundo y con los otros, puesto que implicó una infección en los hábitos y las tradiciones de las personas:
La real realidad (...) ha puesto en cuestión las ciudades, la mayor de las construcciones humanas, donde ahora millones se agolpan en un arañar de espacio, como abejas, consumiendo todos los recursos que produce la naturaleza a su alrededor, transformándola hasta darle cuerpo a la nueva naturaleza, la producida por la mano humana: la naturaleza del cemento y el asfalto. Una construcción donde cada cual mira hacia sí mismo, insolidaria y despiadada. (Gutiérrez 2)
Habitar se vuelve una tarea sanitaria en la que el esfuerzo por responder a los parámetros médicos termina por territorializar el hogar, espacio inmediato y próximo en el que el ser debe estar-con-el-otro más que compartir-con-el-otro, por lo que la vida pasa a ser más paliativa (Han, Paliativa) que compartida.
Esta sociedad paliativa, entonces, surge como producto de evitar toda negatividad, y, por extensión, el dolor (expresión máxima de lo negativo), que constituye la dialéctica del vivir. La relación con la muerte, que puede entenderse como una experiencia transformadora y configurante de la singularidad humana (Heidegger, Ser y) (Han, Caras de) (Han, Muerte), se convierte en una pura vivencia aterradora, biológica y sanitaria; lo personal de la muerte se convierte, para el Estado, en una banalidad que solo sirve para aumentar las estadísticas (Adorno & Horkheimer 257). Es allí donde se encuentra el terror a la muerte por el virus, puesto que lo que sigue, debido al alto grado de posibilidad de muerte, es, en principio, un perecer confinado (Alemán, Pandemónium) al lado de otros, fruto del aislamiento (aunque esté rodeado de personas) que hoy día siente el empresario de sí en su hogar, que ha perdido la mayor parte de su noción sagrada, pues se ha convertido, por la cuarentena, también en su empresa, en su lugar de trabajo. Así, el hogar queda doblemente ocupado por la sociedad del rendimiento: la ocupación en la vida económica y la ocupación de lo no-económico.
Este terror, que surge de no saber cómo afrontar la pandemia desde los parámetros institucionales del enjambre, es lo que vuelve vulnerable a los sujetos para ser aprehendidos y dominados de manera efectiva y funcional por los Estados-nación y los organismos internacionales al servicio de la globalización, por lo que: “Cuando pase la pandemia viral necesitaremos una pandemia metafísica, una unión de todos los pueblos bajo el techo común del cielo del que nunca podremos evadirnos. Vivimos y seguiremos viviendo en la tierra; somos y seguiremos siendo mortales y frágiles” (Gabriel 134). Los Estados-nación y las organizaciones internacionales, al final, propenden a mantener a toda costa el mercado global en tanto que son garantes del estado de cosas que mejor permite la continuidad del sistema hegemónico; dicho con otras palabras, el neoliberalismo, de ahí que, al final, parece que todo se orienta a las decisiones que menos afecten los grandes flujos de capital y el orden de mundo neoliberal (Berardi).
En conclusión, la vida, y el terror que surge de aquella, se orienta a una pura supervivencia, el hogar se reduce paulatinamente a su expresión meramente física, la casa, por su vaciamiento, un espacio donde todo es terror a la muerte. El ser humano se convierte en un ser paranoico de su propia supervivencia y el hogar pasa a tener una doble condición, pues, de un lado, está en proceso de convertirse, en virtud del neoliberalismo, en un reflejo de este nuevo orden de mundo; de otro, pasa a ser el refugio obligado ante la pandemia y residencia del terror ante la muerte. “El virus [Covid-19] es el espejo de nuestra sociedad (...) Hoy se absolutiza la supervivencia como si nos halláramos en un permanente estado de guerra. Todas las fuerzas vitales se utilizan para prolongar la vida” (Han, Paliativa 29), pero una vida que cada vez más está ocupada por la racionalidad del rendimiento.
3. La real realidad del hogar
Con todo, hay un error en creer que hay una pérdida del estado original del hogar, fruto de la equívoca interpretación del hogar como un espacio-tiempo vital que, debido a la llegada del capitalismo neoliberal, se ha venido desgastando, poco a poco, por la pérdida de su esencia sagrada e impoluta. Dentro de esta lógica, pareciera que antes del neoliberalismo colonizador los hogares estaban entregados a la armonía familiar y al descanso reparador ante el peso de lo público, pero dicho sistema llegó y fracturó las dinámicas psico-sociales que mantenían alejado a Tánatos del hogar. Además, la llegada de la covid-19 potenció lo que el neoliberalismo ya venía fermentando, por lo que la pandemia, con su cuarentena, es un acelerador de los síntomas que el sistema venía provocando en quienes habitaban el hogar. Es decir, el hogar pasa a ser un infierno porque el neoliberalismo lo colonizó y porque la pandemia lo volvió una especie de cárcel semipermanente en el terror a la muerte.
Empero, el hogar, mirado desde el mundo de la vida, nunca ha sido un lugar de armonía plena. Especialmente en el caso latinoamericano, el hogar ha estado plagado por una serie de aristas que ponen en cuestión su pretendida idealidad o noción sagrada. En Latinoamérica, por su condición particular de tener de base la imposición de la carencia y la desigualdad, la hegemonía neoliberal funciona de forma sui generis a como lo haría en el Norte global15. En esta parte del globo no es posible hablar de unos antecedentes de hogar ideal, salvo por una pequeña parte económicamente pudiente (clase media-alta y alta) que sí cuenta con las condiciones de todo tipo para marcar un antes y un después en la relación con el hogar fruto de la pandemia. Dicho de otra manera, en épocas de hegemonía neoliberal y cuarentena, no es lo mismo la visión que se tiene del hogar cuando hay carencias significativas (no solo materiales), a cuando se cuentan con los recursos para afrontar la crisis. De igual manera, la crítica que se hace al empobrecimiento de la noción sagrada o poder simbólico del hogar hecho desde el Norte global, donde las necesidades básicas están más o menos resueltas en casa, rara vez tiene en cuenta la real realidad de lo que se vive como hogar (con su estar-con-el-otro) en el Sur global (Santos).
Para un amplio sector de la población que se encuentra en condiciones precarias de supervivencia, por ser excluidos de las bondades del modelo neoliberal, hablar de un hogar paraíso desaparecido por la covid-19 no es posible, ya que no ha dejado de ser el tártaro. De allí que, para muchos, pues los excluidos son más que los incluidos, el exceso de hogar (en la pobreza del Sur global) realmente siempre fue un problema antes de la pandemia: “Podemos morir por exceso de hogar. Y la ciudad, la distancia que implica cualquier sociedad, nos protege normalmente contra los excesos de intimidad y de proximidad que cualquier casa nos impone” (Coccia 122). Eso es así debido a ciertas condiciones que siempre han acompañado la cultura humana a lo largo de la historia, y que se maximizan en la exclusión neoliberal, como lo son la estructura patriarcal de la sociedad, la violencia intrafamiliar, la violencia sexual, el hambre que se padece junto al otro (que lo hace más desgarrador), etc.16 Esta cultura humana, que se puede creer como más o menos superada en el Norte global, realmente es el diario vivir de las personas del Sur global que no pertenecen a los favorecidos por el sistema. Antes bien, por más que se intente tapar esta realidad de lo humano por medio de la nueva tendencia positiva de la sociedad, en el sentido haniano, y de la happycracia (Illouz & Cabanas), esta pulsión de muerte no puede ser escondida. Lo cierto es que la pandemia aceleró, en un primer lugar, esa dimensión de la psique que fantasiosamente se creía que no formaba parte de la dialéctica humana de la existencia (el dolor y el impulso de destructividad), pero que siempre ha permanecido dentro de toda persona17. En un segundo lugar, la pandemia aceleró, hasta el punto de hacerlo revolucionar, al neoliberalismo (pues obligó al sistema a adaptarse a las nuevas circunstancias de encierro sanitario). De ahí que se pueda afirmar que no ha existido en la real realidad el hogar como remanso de paz, por lo menos no para muchas familias del Sur global, por lo que no es apropiado acusar al neoliberalismo, en todos los casos, de expulsarnos del paraíso, aunque sí es cierto que dicho sistema desencantó el hogar (al vaciar su noción sagrada). No se puede, pues, ignorar en la lectura que se haga que Tánatos forma parte del ser humano, ya que es una pulsión que, de alguna manera, lo estructura”.18
En este orden de ideas, no es que el neoliberalismo no juegue un papel dentro de la reproducción de la pulsión de muerte que rodea los hogares, sino que su papel no es tan directo ni es el único como se puede creer. Por un lado, el capitalismo neoliberal toma ciertas condiciones que estructuralmente condicionan lo humano, en tanto que ser incrustado en la historia, para su propio beneficio y funcionalidad; por otro, intenta tapar positivamente esa pulsión de muerte por medio de un “crecimiento” y “desarrollo” económico, tecnológico, político y social19. Esto último es una fantasía que se instauró en la sociedad y, por ende, en los hogares de manera equivocada y que se reestructuró con la llegada de la pandemia, pues la covid puso en jaque, pero no en mate, al sistema hegemónico, obligándolo a replantearse. En cierto sentido, la real realidad de los hogares es que, para muchas personas, especialmente los excluidos, han estado marcados por una negatividad que los caracteriza (en especial la violencia, con todas sus facetas, y el hambre, por dar dos ejemplos): “la soledad, las angustias y especialmente la violencia que todo espacio doméstico a menudo oculta y amplifica. Invitar a cada uno a coincidir con el propio hogar significa producir las condiciones para una futura guerra civil” (Coccia 121).
Dicha real realidad fue maquillada por las críticas al neoliberalismo, generalmente formuladas desde el Norte global (que nos puede hacer caer en el error de creer que hubo un paraíso del que fuimos expulsados) y, posteriormente, fue develada por la pandemia en el Sur global, es decir, fuera de las líneas del Norte global nunca ha existido un hogar perfecto al cual retornar (ni ahora ni nunca), algo que es ignorado por la visión de los críticos al neoliberalismo. Por lo que esta perversión (positividad) de los hogares que se le ha achacado a la pandemia es resultado de haber ignorado las sintomatologías que el neoliberalismo maximiza por medio de la explotación de las cualidades humanas perversas, pero, se reitera, sin creer que la noción sagrada del hogar fue una real realidad perdida.
Ahora bien, el caso latinoamericano es un ejemplo de ello: la brutalidad dentro del hogar ya formaba parte de los problemas, en términos sociales y psicológicos (además de que se les atribuían a ciertas estructuras antropológicas y culturares), de los excluidos. Dentro del marco pandémico, la brutalidad aumentó, pero, a su vez, hizo mayor la capacidad de camuflar dicha pulsión de muerte, esto es, la pandemia intentó ocultar la brutalidad del hogar.
Conclusiones
En el marco de las tesis expresadas, no es posible hablar de un retorno a lo hogareño, al hogar, como una experiencia segura y armoniosa durante la postpandemia. Esto último se debe a que el neoliberalismo, en tanto que sistema que subjetiviza de cierta manera al individuo, se revoluciona constantemente a sí mismo, por lo que tiene la capacidad de amoldarse a los cambios por venir, más aún, puede que la nueva amalgama acéfala que se instaure silenciosamente sea más autoritaria y digital (Han, “Emergencia”). Además, no hay que abandonar que las estructuras violentas y salvajes que forman parte de la psique humana no pueden desaparecer o ser camufladas, así como así. Las nuevas personas que entraron en el espectro de pobreza (junto con las que ya estaban en él, sépase, de excluidos del sistema debido a su incapacidad de consumir plenamente), van a hacer más incisiva la realidad de que el hogar va a continuar siendo un espacio de refugio tortuoso en el que el ser humano debe afrontar los terrores de lo externo (público) a partir de soportar los demonios domésticos (íntimo-privados). La corona-ideología de la happycracia se presentan como una forma de postdemocracia en la que se instaura un régimen de semi-excepción a partir del cual la lógica del mercado (rendimiento, competencia y eficiencia) fácilmente regula el porvenir de la Tierra.