Introducción
El devenir de los migrantes en «sociedades» y «Estados-nación» receptores, es un tema con una larga tradición en las ciencias sociales y el discurso público y político en diversas partes del mundo. En el campo académico del norte global el debate gravitó en torno a los conceptos y desarrollos teóricos sobre la integración, asimilación, incorporación, el transnacionalismo, la asimilación segmentada, el multiculturalismo o la incorporación etnoracial estratificada, para explicar estos procesos (Schiller, Basch, & Blanc‐Szanton, 1992; Portes & Zhou, 1993; Basch & Blanc-Szanton, 1998; Alba & Nee, 2003; Portes & Rumbaut, 2006; Itzigsohn, 2009; Bohrt & Itzigsohn, 2015)1.
Gran parte del cuerpo de investigaciones y modelos sociológicos dominantes que se desarrollaron tuvieron como referencia los procesos migratorios cuya direccionalidad es hacia espacios del norte global. Sin embargo, existe un creciente interés en reconocer la magnitud de los flujos sur-sur y las características distintivas en relación a los circuitos sur-norte, tanto en la composición de clase de los mismos como en los diferentes contextos de recepción.
En este artículo queremos dirigir nuestra atención a los procesos migratorios que ocurren entre países del sur global. Por su parte, la noción de sur global no estriba exclusivamente en una clasificación de orden geográfica, sino que permite ilustrar la dimensión geopolítica en las direccionalidades de los flujos migratorios. En este contexto, una de las dimensiones de análisis de este artículo es sobre los campos problemáticos que emergen cuando discutimos el devenir de los migrantes sur-sur, es decir, cuando el espacio social de recepción también pertenece al sur global.
En relación a los migrantes latinoamericanos en Estados Unidos el debate osciló entre académicos que postulan que las trayectorias de incorporación de migrantes latinoamericanos son similares a la de los europeos (aunque con más retardo y no lineales) y aquellos que postulan que la migración contemporánea muestra patrones de incorporación en los sectores más bajos de la sociedad norteamericana (Itzigsohn, 2009; Jung, 2009; Stepick & Stepick, 2010; Bohrt & Itzigsohn, 2015). En el contexto argentino, Gino Germani2, quien contribuyó de manera decisiva al desarrollo de la sociología en el país, fue uno de los pioneros en introducir el debate sobre la «asimilación» de los migrantes. Sin embargo, gran parte del importante instrumental conceptual y metodológico utilizado por Germani dio cuenta de la situación de los migrantes europeos y los migrantes internos en la sociedad argentina y su atención no se dirigió a las especificidades de las migraciones sur-sur.
Este artículo tiene como objetivo plantear los lineamientos iniciales de las categorías de racialización y colonialidad del poder y su importancia en la discusión sobre el devenir de los migrantes sur-sur en general. En definitiva, sobre quien pertenece y quien no, en un entramado social que histórica y persistentemente se caracterizó por la negación de sus raíces afro e indígenas en un contexto normativo de creciente apertura en relación a los países centrales del sistema-mundo.
Para cumplir ese objetivo, el artículo se divide en tres secciones: en la primera se presenta el contexto global del debate sobre la situación de los migrantes en espacios sociales de recepción, en la segunda, se rastrea el debate en el caso argentino y lo que sugerimos que son espacios problemáticos en el paradigma clásico. En ese sentido son interesantes los puntos en común entre el inicial modelo analítico de la «asimilación» y ciertas ideas de Germani. Finalmente, se discuten las nociones de colonialidad del poder y racialización y su relevancia de manera específica para comprender la situación de los migrantes sur-sur.
Contexto global: etnicidad, raza, clase y el debate
La discusión contemporánea sobre el devenir de los migrantes en sociedades receptoras del norte global (Estados Unidos), se dividió en dos grandes perspectivas sociológicas: la nueva teoría de la asimilación y la asimilación segmentada (Itzigsohn, 2009; Jung, 2009; Bohrt & Itzigsohn, 2015)3,4,5.
El modelo de la asimilación en sus aspectos iniciales fue propuesto por Robert Park y sus colegas de la Escuela de Chicago (Alba & Nee, 1997; Kivisto, 2004). Se postula que hay un proceso progresivo que borra las diferencias socioculturales entre los migrantes y la sociedad receptora con el paso del tiempo, el sustrato empírico estuvo dado por el análisis de la situación de los migrantes llegados a Estados Unidos en el periodo de migración masiva alrededor de 1820, fundamentalmente irlandeses, italianos, judíos de Europa del este y polacos (Alba & Nee, 1997, 2003).
Este modelo de la asimilación fue actualizado por Alba y Nee (2003), para analizar la sociedad contemporánea norteamericana donde se intenta explicar el nuevo mapa migratorio reconociendo algunas fallas conceptuales del núcleo original de la teoría para proponer innovaciones6. Los autores postulan que en la era de la «democracia multicultural», la idea de asimilación, entendida como la mayor aproximación con el paso del tiempo entre la distancia social de los migrantes y sus hijos en relación a la sociedad receptora, parece pasada de moda e inclusive ofensiva. Desde mediados de la década del sesenta ha sido referenciada como etnocéntrica e imperialista sobre las minorías que intentan retener sus rasgos étnicos y culturales (donde se asumía que el grupo minoritario cambia casi completamente para asimilarse mientras que el grupo mayoritario no). Si en sus inicios fue uno de los conceptos fundamentales en el estudio de las relaciones étnicas, en la actualidad, nos dicen los autores, es vista por los sociólogos como un pesado residuo de una ideología conservadora, propio de la «hegemonía eurocéntrica».
En definitiva, como un instrumento de la mayoría para forzar a las minorías en situación de desventaja, a vivir en un entramado sociocultural dominante. En su versión clásica implicaba dos dimensiones: 1) La asimilación es inevitable, es decir, es el punto final de un proceso de incorporación en la sociedad norteamericana. 2) La asimilación elevó un particular modelo cultural (clase media blanca protestante) como el estándar normativo a través del cual los grupos eran medidos y hacia el cuál se debía aspirar. Es decir, no solo era un modelo descriptivo sino también prescriptivo.
Sin embargo, a pesar de este descredito y las deficiencias del viejo modelo de la asimilación, Alba y Nee, señalan que aún ofrece un paradigma explicativo útil para entender y describir lo que ocurre con los diferentes grupos étnicos a lo largo de las generaciones en el contexto de Estados Unidos (Alba & Nee, 1997), inclusive considerando que la nueva geopolítica de la migración ha mutado desde Europa hacia Asia, África y América Latina y el Caribe.
Los cambios institucionales, desde la legislación de los derechos civiles hasta las leyes migratorias dan un marco más favorable para los migrantes y sus hijos que en el pasado. En esta perspectiva se pone énfasis en el análisis de los patrones de segregación residencial y matrimonial: el paso del tiempo muestra menor segregación en términos espaciales y de conformación de parejas (mayor porcentaje de uniones exogámicas). De igual manera, los diferenciales ocupacionales, educacionales y de ingresos entre los migrantes y la sociedad receptora con el paso del tiempo tienden a equipararse. El sustrato empírico de tales afirmaciones está en los altos niveles de movilidad social de los asiáticos y algunos pequeños segmentos de la población latina y afroamericana en Estados Unidos.
Sin embargo, la teoría de la asimilación en su formulación clásica no consideró los clivajes raciales (Glazer, 1993) ni tampoco en la versión actualizada propuesta por Alba y Nee (Jung, 2009).
El segundo modelo analítico es una respuesta a lo que se consideran límites raciales presentes en la sociedad y los problemas del paradigma de la asimilación para capturar esos clivajes. En esa dirección, algunos académicos proponen el concepto de asimilación segmentada (Portes & Zhou, 1993; Portes & Rumbaut, 2006).
El concepto de asimilación segmentada es una de las ideas más importantes y controversiales de los últimos años en el contexto de los Estados Unidos para explicar la situación de los hijos de migrantes o de las «segundas generaciones» (Stepick & Stepick, 2010). En este enfoque se argumenta que hay incorporación de los migrantes, pero en diferentes segmentos. Para comprender los procesos de adaptación de los hijos de los migrantes post-1965, se argumentan dos cambios estructurales (que lo distinguen de lo ocurrido con los hijos de migrantes europeos y de los migrantes de primera generación) (Portes & Zhou, 1993). 1) El mercado laboral tiene la forma de un «reloj de arena». Los trabajos bien pagos que permitían a amplios segmentos de población (generalmente descendientes de inmigrantes europeos) tener una alta movilidad social han desaparecido7. El mercado laboral se caracteriza por trabajos precarios que los migrantes generalmente aceptan y otros trabajos que requieren alta calificación profesional que ocupan frecuentemente las elites. La estructura económica de oportunidades ha cambiado profundamente. 2) Los migrantes latinoamericanos son grupos racializados, es decir, comparten no solo una incorporación a los segmentos socioeconómicos más vulnerables, sino también son objeto de discriminación racial (Portes & Zhou, 1993; Portes & Rumbaut, 2006). En esa dirección los hijos de migrantes europeos eran uniformemente blancos en palabras de Portes y Zhou y ese es un hecho fundamental que lo diferencia del nuevo mapa migratorio en los Estados Unidos. Portes y Zhou (1993, p. 82) postulan tres caminos de los hijos de migrantes: 1) La aculturación y la integración en la clase media blanca, 2) La pobreza y la asimilación en lo que denominan «underclass» y 3) Un rápido avance económico con la preservación de los lazos comunitarios de los enclaves étnicos.
Para Portes y Zhou (1993), además de las características individuales y familiares de los migrantes, juega un rol central el «contexto de recepción» donde se consideran las relaciones políticas entre los países, la dimensión económica y el tamaño y estructura de las comunidades étnicas pre-existentes. En esa dirección los autores desarrollan el concepto de «modos de incorporación»: entendido como el complejo formado por las políticas de los Estados receptores, los valores y prejuicios de las sociedades receptoras y las características de las comunidades étnicas. En el caso de Argentina y a pesar de los extensos debates sobre la nueva política migratoria los cambios en relación a la normativa previa y el contexto diferencial en relación a lo que ocurre en los países del norte global nos posicionan en un contexto de recepción diferente.
Es decir, algunos grupos migratorios son integrados a través de canales de movilidad social ascendentes en el mainstream de la sociedad norteamericana, mientras que otros son integrados a los segmentos socioeconómicos más bajos. El argumento central aquí es el siguiente: diferentes grupos migratorios encuentran divergentes trayectorias ocupacionales basadas en sus orígenes de clase, explicando de manera parcial el hecho de que muchos hijos de inmigrantes estén en los segmentos socioeconómicos más altos o bajos de la sociedad. Aquellos migrantes con alto capital humano se integran en los sectores altos y medios. Para aquellos con escaso capital financiero el mecanismo que permite la incorporación es a través de las comunidades étnicas. Para estos grupos, las comunidades étnicas son la plataforma para la incorporación en la sociedad receptora. Por el contrario, grupos migratorios sin fuertes comunidades étnicas, sin recursos educacionales y económicos tienen escasas probabilidades de «integraciones exitosas». Esta situación es diferente de la Argentina, donde la gran mayoría de los grupos migratorios latinoamericanos tienen escaso capital financiero y bajos niveles de escolarización (aunque con situaciones heterogéneas para los diferentes colectivos migratorios y las diferentes macro cohortes de los flujos).
Tanto la teoría de la asimilación como la de la asimilación segmentada consideran el análisis de cómo los migrantes y sus hijos navegan en la sociedad norteamericana, sin embargo, las posibilidades de cambios de las estructuras raciales de las desigualdades y la relación de éstas con la dominación quedan afuera de toda consideración (Jung, 2009).
Entre esos dos abordajes podemos señalar un tercer modelo analítico que tiene en cuenta los procesos de racialización presentes y los clivajes étnicos/raciales de manera preferencial (Bonilla-Silva, 1997, 2009; Grosfoguel, 2004; Itzigsohn, 2009; Bohrt & Itzigsohn, 2015). Los conceptos referencias de esta(s) perspectiva(s) son los de formaciones raciales (Omi & Winant, 1994) o racialización de la estructura de clases (Bonilla-Silva, 1997, 2009; Itzigsohn, 2009; Bohrt & Itzigsohn, 2015) de la sociedad norteamericana. En el caso de Argentina, una línea de trabajo que inicialmente comparte ciertos presupuestos fue explorada en los trabajos de Margulis y Urresti (1999) a través de la hipótesis de la «racialización de las relaciones de clase». El argumento en el caso argentino es que los fenómenos de discriminación, descalificación, estigma y exclusión tienen su origen en un proceso histórico de constitución de las diferencias sociales sobre bases raciales. Estas manifestaciones están dirigidas hacia: los grupos de orígenes migratorios (como los migrantes limítrofes o del interior en Buenos Aires) y las clases sociales subalternas. Este esquema fue puesto a prueba para analizar de manera específica la situación en Buenos Aires (Margulis & Urresti, 1999).
En el caso de Estados Unidos, en relación a los migrantes en particular, se postula que hay movilidad social, sin embargo, es limitada y no es igual al del resto de la población. En esa dirección se consideran dos dimensiones relevantes en el abordaje de la «incorporación estratificada etnoracial» (Bohrt & Itzigsohn, 2015). 1) La racialización de la estructura de clases. Las minorías ocupan las posiciones más bajas de la estructura de clases y estos patrones de estratificación racial y de clases son estables. 2) Hay una diferenciación interna de clases en las diferentes generaciones de migrantes. Dentro del macro sistema de estratificación de clases racializadas hay también estratificación interna de clases dentro de cada grupo étnico-racial.
Más allá del crisol de razas y el pluralismo cultural: el entramado jerárquico
En el contexto específico de Argentina la discusión fue tributaria del debate producido en Estados Unidos, a través del prisma de Gino Germani, y gravitó en torno a los paradigmas del «crisol de razas» y el «pluralismo cultural» en sus inicios (Devoto, 2003; Devoto & Otero, 2003; Marquiegui, 2006). Sin embargo, como es de suponer, los desarrollos posteriores al modelo de la asimilación clásica en el contexto norteamericanos tuvieron caminos divergentes a lo ocurrido en el contexto argentino.
Devoto (2003), señala la ambigüedad que muchas veces caracterizó la utilización de los términos «crisol de razas» y «pluralismo cultural». En relación al «crisol de razas» la discusión tenía dos connotaciones diferentes: por un lado, la integración de los migrantes en una matriz pre-existente, por otro lado, la fusión de los migrantes con la población local y la creación de entramado sociocultural diferente. En relación al «pluralismo cultural» la discusión también tenía dos connotaciones diferentes: por un lado, la idea de culturas en conflictos por la retención de identidades étnicas, por otro lado, la coexistencia armoniosa de las diferencias étnicas.
Fue Germani una de las figuras intelectuales que más contribuyó a la consolidación de un campo de trabajo y cuyo esquema analítico es heredero del «clásico» problema sociológico de la época: la transición de la sociedad tradicional a la sociedad moderna en el marco de la denominada «sociología científica». Conocido como teoría de la modernización, en este modelo, lo moderno era sinónimo de progreso, un estadio deseable a alcanzar donde los países centrales eran el punto de llegada8. Este argumento teleológico postuló un contínuum evolutivo de etapas que osciló entre la simpleza de los planteos de Rostow y la mayor complejidad del esquema de Germani. Bajo este paradigma, el crisol de razas, de inspiración germaniana, tuvo una visión positiva de los mecanismos de incorporación de los migrantes y se prestó especial atención al Estado como nivelador y homogeneizador. Como señalan Devoto y Otero (2003), el proceso para llegar a la tan buscada modernidad si bien fue exitoso, tenía algunas fallas o era incompleto, es decir, algunos elementos eran herederos de un pasado que debía ser superado.
El pluralismo recusó en parte esta imagen y se centró en el conflicto y la retención de la pertenencia étnica como eje articulador de la noción de argentinidad. La división disciplinaria tuvo efectos en estos debates. En efecto, como señalan Devoto y Otero (2003), aquellos académicos cercanos a la demografía y la sociología se inclinaron hacia el modelo crisol y aquellos más cercanos a la historia social y la antropología hacia el modelo pluralista. En esta argumentación, el punto de inicio de los estudios en Argentina está en los trabajos de Gino Germani (1962, 1963, 1964). Según Germani (1962), el proceso de la modernidad argentina había sido exitoso (aunque incompleto, debido a la dualidad de dos argentinas que coexistían en el tiempo y su problemático sistema político).
Los factores clave en este proceso de modernización fueron la movilidad social y el actor fundamental fue el migrante europeo (fue ésta migración la que para Germani aceleró el proceso de modernización). Esta argumentación fue problematizada para la ciudad de Córdoba por Szuchman (1977, 1980), en el periodo denominado de las migraciones masivas, en uno de los primeros estudios sobre el tema en un espacio diferente a la capital argentina. Szuchman (1980), analiza la inserción laboral, residencial, educacional y económica de los migrantes europeos en el periodo 1869-1909. El autor señala las diferencias existentes en la incorporación de los migrantes europeos en relación a Buenos Aires y cuestiona la interpretación germaniana sobre una nación fusionada, señalando los «límites del crisol de razas» en la ciudad de Córdoba. Si el «crisol de razas» existió, no fue universal y no todos los grupos étnicos tuvieron los mismos patrones de «fusión». Analizando las pautas de nupcialidad el autor señala que en el caso de Córdoba las uniones se dieron en una sola dirección: hombres europeos con mujeres «criollas» pero no hombres «criollos» con mujeres europeas. Gran parte de la evidencia empírica analizada que recibió mayor atención fue el análisis de los matrimonios y las asociaciones voluntarias, concitando menor atención el análisis de las pautas residenciales9.
Argentina históricamente fue un país de inmigración, lo que llevó a extensas políticas estatales de incorporación basadas en la expansión del sistema de educación público, la incorporación política a través del voto y una expansión del Estado de bienestar. Esto provocó la progresiva «desaparición» de la población indígena y negra (Quijada, Bernard, & Schneider, 2000), La tesis de Quijada et. al. (2000) es que existió una «eliminación cultural» de la población indígena y no una eliminación física. En el imaginario social, la ascendencia es reconocida en la población del país, pero no las dimensiones étnicas (como en otros países, donde se reconocen identidades étnicas y se instrumenta un sistema estadístico estatal con clasificadores raciales).
La construcción de la identidad nacional se condensa en el mito del «crisol de razas», donde son borradas las presencias negras e indígenas. En este imaginario la presencia de migrantes sur-sur es problemática llevando a investigadores contemporáneos a hablar de «lo que no entra en el crisol» (Caggiano, 2005) en relación a la migración boliviana. Frente al mito universalista, hay exclusiones que se manifiestan de hecho y la apertura argentina opera mediante selectividades sobre quien tiene derecho o no de ingresar en el «crisol de razas» (Caggiano, 2005). En efecto, aunque hay una autorepresentación de un país sin racismo, investigaciones recientes ponen énfasis en la presencia de discriminación y racismo contra los migrantes limítrofes en Argentina hacia la población de origen boliviano (Pizarro, 2008, 2012). Pizarro (2012), en su estudio sobre los discursos de los «patrones argentinos» señala la utilización de prejuicios y estereotipos raciales para legitimar la ubicación de los trabajadores bolivianos en una jerarquía cultural.
Los ejes de discusión que proponemos se estructuran en función de las siguientes dimensiones: a) en el plano de lo que consideramos particularidades propias del sur global, el espacio social de recepción se caracteriza por: la incorporación de migrantes sur-sur en Argentina en el contexto normativo de una política de inclusión. Esto se produce en el marco de asimétricos procesos de integración y alianzas Sur-Sur (Mercosur, Unasur) que redefinen los movimientos poblaciones entre países latinoamericanos10; b) la incorporación de migrantes latinoamericanos en diferentes ciudades argentinas lo cual implica especificidades pero también patrones generales comunes; c) procesos de racialización e intersección con la dimensión clase; d) el nacionalismo metodológico como obstáculo y el objetivo de comprender el fenómeno en términos globales.
Las clásicas categorías captaron importantes momentos en la historia de los movimientos migratorios en general y fueron aplicados con mayor intensidad en el caso de Buenos Aires. En esta dirección, nuestra argumentación enfatiza los procesos de racialización en el marco de la colonialidad del poder como fuerzas que operan en la dinámica social y condicionan el devenir de las poblaciones migrantes en la actualidad. Estas experiencias de incorporación problemáticas en el mainstream socio cultural no son exclusivas de los migrantes, son compartidos por los segmentos socioeconómicos más bajos. En Argentina, los estudios que han explorado los clivajes étnicos y sus intersecciones con la dimensión de la clase han sido llevados a cabo mayoritariamente por abordajes cualitativos. En la actualidad la producción de investigaciones sobre migraciones sur-sur en Argentina es amplia y diversa, con muchos trabajos sobre la situación migratoria en Buenos Aires (Cerruti, 2005; Benencia & Quaranta, 2006; Cerrutti & Maguid, 2007, entre otros).
Sin pretender hacer un recorrido exhaustivo, debemos hacer referencia a las investigaciones sobre la inserción laboral de migrantes peruanos y limítrofes en el Gran Buenos Aires (Cerrutti & Maguid, 2007). Las autoras señalan que los migrantes de países limítrofes y peruanos que residen en el Gran Buenos Aires mantienen una inserción relativamente marginal en el mercado de trabajo, se concentran sobre todo en sectores económicos caracterizados por una mayor informalidad y precariedad laboral (construcción, industria textil de confección y calzado, comercio al por menor y servicio doméstico). No obstante, como señalan las autoras, la posibilidad de que tengan una ocupación es superior a la de la población nativa. En promedio, las brechas de ingresos entre nativos y migrantes son elevadas, pero son relativamente más bajas en el caso de quienes tienen poca educación o realizan actividades no calificadas. Es decir, se sugiere que los segmentos socioeconómicos más bajos de la población nativa comparten las condiciones de empleo y remuneración. Estos hallazgos son convergentes con los análisis realizados para el periodo 1940- 1980 (Marshall & Orlansky, 1983). El rol histórico de la migración en el mercado de trabajo argentino (sobre todo en las economías regionales), fue «residual». Es decir, la fuerza de trabajo migrante pasó de satisfacer una demanda excedente a sustituir trabajadores nativos que abandonaban las economías regionales por el área metropolitana, para ser posteriormente «desplazada» por la mano de obra local. En ese momento histórico, la migración limítrofe acentúa un carácter subordinado en relación a la migración interna, ya que la primera se orienta hacia las provincias más deprimidas que menos atraen migrantes internos. A diferencia de las otras economías regionales, la migración limítrofe hacia el área metropolitana confluye con cierto rezago, con la migración interna, constituyendo ambas un flujo homogéneo que se inserta en los sectores más precarios (construcción, por ejemplo).
Racialización y colonialidad del poder: escalas globales y microsociales
Al comparar la situación de aquellos migrantes europeos que llegaban a la Argentina con la situación de los migrantes latinoamericanos en la actualidad tenemos un panorama que ha mutado en sus aspectos estructurales. Como postulamos en la sección anterior, gran parte de la discusión sobre el pluralismo cultural y el crisol de razas no dirigió su atención a analizar la situación de los migrantes sur-sur. Ante este nuevo mapa migratorio, las viejas categorías analíticas son problemáticas y postulamos la relevancia de los conceptos de racialización y colonialidad del poder11 para comprender las configuraciones actuales.
Entre la racialización y la colonialidad del poder un concepto relacionado es el de racismo, que implica una serie de particularidades. Para Grosfoguel (2011; 2014)12, el racismo implica una jerarquía global de superioridad e inferioridad, producida política, cultural y económicamente. Hay grupos poblacionales que son clasificados encima de la línea de humanidad y son considerados socialmente como seres humanos plenos y que gozan de todos los accesos a derechos y el reconocimiento social de sus subjetividades, identidades, epistemologías. Aquellos clasificados debajo de esta línea son considerados sub-humanos o no humanos y por lo tanto su humanidad es negada. El acceso a derechos, reconocimiento de sus subjetividades, identidades y epistemologías es negado.
Esta definición es amplia y permite incorporar diversas modalidades de racismo. Así, para Grosfoguel (2014), dependiendo de las historias coloniales en diversas partes del mundo, la jerarquía de la superioridad/inferioridad puede ser construida a través de diferentes marcadores raciales. Cómo se manifiesta según las particulares historias de cada país e inclusive al interior de cada país las especificidades ameritan su detallado estudio. Sin embargo, esta conceptualización nos permite comprender un patrón global de poder y jerarquización de poblaciones. Siguiendo con el argumento de Grosfoguel, las elites occidentalizadas del «tercer mundo» (África, Asia o América Latina), reproducen prácticas racistas contra particulares grupos etno/raciales dependiendo de la específica historia local/colonial. Así como en muchas partes la jerarquía de superioridad/inferioridad está determinada por el color de la piel en otras partes del mundo es construida a partir de marcadores culturales o étnicos.
La racialización ocurre a través de los cuerpos marcados e implica una dimensión de interacciones microsociales. Algunos cuerpos son racializados como superiores y otros como inferiores. En términos de Omi y Winant (2014), los procesos de racialización implican la extensión de significados raciales a relaciones, prácticas sociales o grupos que previamente no eran clasificadas como raciales. Estos procesos ocurren en niveles macro y micro.
A escala global, en el sistema mundo globalizado a través de la colonialidad del poder como postula Quijano (2007). A través de una clasificación y jerarquización racial/étnica de la población del mundo y también de los conocimientos que se producen. En esa dirección, desde hace unos años la geopolítica del conocimiento que prioriza al norte global como el único y deseable horizonte es fuertemente cuestionada. Los campos en los cuales estas críticas operan son diversos y no es este el lugar para detallarlos. Sin embargo, queremos destacar el concepto de colonialidad de poder desarrollado por Anibal Quijano como parte de ese proceso, donde la idea de «raza» emerge como espacio problemático de disputa conceptual pero también como clave interpretativa del surgimiento y dinámica del capitalismo. Uno de las dimensiones centrales del sistema de poder es la clasificación mundial a través de la idea de «raza», entendida por Quijano (2000), como una construcción mental que expresa la experiencia colonial de dominación. Estos ejes raciales tienen orígenes coloniales, pero son perdurables: la estructura de la desigualdad actual está articulada con esas herencias.
A escala micro social, a través de lo que Omi y Winant (2014) denominan «making up people» en la cotidianeidad, a través de las representaciones o significados de identidad que otorgan a diferentes tipos de cuerpos, percibidos a través de marcadores fenotípicos de diferencias y los significados y prácticas sociales que son adscriptos a esas diferencias. No solo hay racialización, sino que en las modalidades de llegada los migrantes se incorporan a una estructura donde operan múltiples relaciones de poder (género, sexualidad, clase). Sin embargo, la experiencia vivida es diferente en sujetos ubicados en diferentes posiciones en la estructura de clases. Son estos elementos conceptuales los que nos permiten explicar la situación de los migrantes bolivianos, por ejemplo, en el entramado jeráquico argentino, pero también la situación de las clases subalternas.
Conclusiones
El objetivo de este artículo fue proveer categorías conceptuales iniciales para comprender/analizar la situación de los migrantes sur-sur en Argentina. Se discutieron las principales perspectivas sociológicas producidas en el norte global, punto de referencia en los estadios iniciales de la discusión en Argentina. Se pretendió tomar en consideración la problemática en términos globales, es decir, superando las limitaciones del nacionalismo metodológico y considerando el sistema mundializado de poder interconectado. Para cumplir ese objetivo se consideraron los aportes de los conceptos de colonialidad del poder y racialización, que permiten incorporar al debate las dimensiones históricas estructurales en el devenir de los migrantes y las interrelaciones a escala micro-social. En ese sentido, compartimos las profundas críticas producidas en los últimos años a los discursos euro-centrados e intra-modernos de la modernidad en general y de los estudios migratorios en particular: consideramos a los conceptos de racialización y colonialidad del poder como parte de esos procesos de deconstrucción.
La clásica discusión del crisol de razas o el pluralismo cultural es analizada bajo un nuevo prisma donde se ven las ausencias y los problemas para comprender el nuevo mapa migratorio. El crisol de razas que estructuró el imaginario social deja de ser un espacio armónico y se presenta bajo un entramado jerárquico (en términos de estructura social pero también de experiencia vivida) donde categorías de personas son racializadas13.
Si el crisol de razas fue la metáfora de integración de los migrantes en el periodo de migraciones europeas el tópico es re-problematizado cuando analizamos las migraciones sur-sur. Postulamos que hay un racismo global en relación a la estructuración de sistemas supranacionales de dominación, pero también racismos específicos, contingentes e inestables según las correlaciones de fuerzas en específicas circunstancias históricas. Esas pautas histórico-estructurales y contingentes son relevantes para comprender el devenir de los migrantes sur-sur. Los migrantes se incorporan a una sociedad que históricamente dejó amplios segmentos de la población fuera del imaginario, pero no de las relaciones y estructuras económicas. Estas estructuras históricas, aunque diferentes, impactan tanto en la población nativa como en los migrantes sur-sur. Si en la discusión sobre el devenir de los migrantes sur-sur una de sus características es que se incorporan en específicos segmentos de la estructura social, es fundamental considerar no solo el marco normativo sino también como se distribuyen los recursos de manera diferencial en una estructura de clases racializada.