Introducción
La influencia del entorno social y familiar en las primeras etapas del ciclo vital juega un papel fundamental en la construcción de los patrones comportamentales que adopta cada individuo en un contexto cultural y sociodemográfico determinado. Desde la teoría del modelo ecológico, las características de los escenarios familiares y escolares contribuyen al desarrollo de las personas desde su contexto inmediato. Lo anterior permite comprender cómo los entornos que presentan vulnerabilidad en virtud de los procesos de desplazamiento, desigualdad y pobreza, con un alto índice de marginalidad, predisponen comportamientos de rechazo, negligencia y abuso hacia los niños, como parte de los efectos indirectos de las condiciones de vida, situación que en el caso de Colombia afecta a millones de niños, niñas y adolescentes (Bronfenbrenner, 1979; Cervantes et al., 2016; Mullet et al., 2021).
De acuerdo con este panorama y desde una perspectiva ecológica, la población infantil en contextos de vulnerabilidad muestra diferentes problemas de adaptación al entorno social, distintos tipos de agresividad, problemas para el afrontamiento efectivo de las adversidades y limitaciones en su capacidad de resiliencia, y la satisfacción de las necesidades físicas y emocionales de los niños y adolescentes (Cervantes et al., 2016; Dell’Aglio & Koller, 2017; Richaud, 2013; Valencia, 2012; Valencia & Henao, 2012).
En caso de la agresividad, esta se considera una disfunción social derivada de confrontaciones, conflictos y agravios en un grupo de personas (Mariño et al., 2019). Su estudio ha permitido clasificarla en cuatro tipos de agresividad: la primera que es verbal, se genera por insultos de una persona a otra; la segunda que es facial, se manifiesta a través de gestos que se expresan con la cara; la tercera es la física, que se evidencia con patadas, arañazos y todo tipo de golpes, tanto a individuos como a objetos que se encuentren en el entorno de la persona; y por último, la llamada agresividad indirecta, se realiza sobre algunos objetos pertenecientes al individuo afectado (Santamaría, 2014).
El comportamiento agresivo se ha visto asociado con la violencia, la hostilidad y la conducta antisocial (Contini, 2015) y suele comenzar en los primeros años de vida. No obstante, su frecuencia se va reduciendo a través de los años. En los niños y adolescentes los comportamientos agresivos se asocian con el uso de la fuerza física, usada para atacar, dominar o controlar al otro. De igual manera, la utilización de la agresión verbal se asocia con el objetivo de someter a un oponente (Mariño et al., 2019). Sin embargo, algunas personas continúan siendo agresivas en edades adultas, debido a la exposición de comportamientos agresivos en los diferentes contextos sociales, como la familia o en ámbitos educativos y laborales (Castillo, 2006).
El entorno familiar es la esfera principal en el aprendizaje del comportamiento agresivo, por ser el más cercano al niño y el que mayor influencia produce. Por ello, las conductas agresivas que se dan en el interior del hogar afectan de forma negativa el desarrollo social del niño, incluso si las agresiones no van dirigidas a ellos sino a otros miembros de la familia (Sánchez, 2018).
En Colombia, las investigaciones han concluido que el desarrollo de los niños, niñas y adolescentes puede verse seriamente afectado por factores como el desplazamiento forzado, un hecho victimizante característico del conflicto armado interno colombiano. En su mayoría, estos han tenido experiencias violentas que han ocasionado traumas psicológicos y físicos, acompañado de sentimientos de impotencia y rabia, así como de un aumento en la pérdida de la confianza, cambios en su estructura familiar (como la pérdida o separación de un ser querido), pérdida del entorno, disminución en su totalidad de condiciones económicas favorables, culturales y sociales y, finalmente, agudización de la marginación y la pobreza (Morales et al., 2018).
En consecuencia, al analizar el contexto en el que los niños, niñas y jóvenes tienen que crecer, se hace evidente que las condiciones sociales, económicas y políticas nacionales tienen una relación directa con el aumento de comportamientos violentos y agresivos en adolescentes marcados por el conflicto armado. De esta manera, afectaciones psicológicas como distorsiones cognitivas, culpa, vergüenza, inseguridad, indefensión, agresividad, problemas cognitivos, conductas regresivas, angustia por separación, ansiedad, labilidad emocional, entre otras, que están presentes en los niños y adolescentes, podrían ser el producto de la violencia política (Morales et al., 2018).
De otra parte, se ha analizado el papel de otros procesos y competencias en el desarrollo y prevención de la agresividad. Particularmente, se ha postulado que la empatía podría afectar de manera positiva el manejo de la ira y la prevención de las distintas formas de agresión. Los estudios muestran que la empatía regula las conductas violentas y promueve la capacidad para comprender a una persona desde su marco de referencia en lugar del propio, lo que le permite experimentar indirectamente los sentimientos, percepciones y pensamientos de esa persona (Echeburúa, 2013; Feshbach & Feshbach, 1982; Rodríguez-Chamorro et al., 2019). La empatía ha sido estudiada desde el enfoque multidimensional, en el cual se abordan las experiencias vicarias como respuestas emocionales (Garaigordobil & Galdeano, 2006), así como la habilidad de anticipar e inferir los pensamientos y sentimientos de otras personas (Batson et al., 1997).
Dada la amplitud de sus funciones y componentes se ha clasificado a la empatía en dos tipos: cognitiva y emocional. La empatía cognitiva hace referencia a la comprensión de la perspectiva de la otra persona, para ver desde ella. Por su parte, la empatía emocional se subdivide en dos, por un lado, la empatía paralela o toma de perspectiva que consiste en intentar sentir respuestas emocionales similares de la otra persona y, por el otro, la empatía reactiva o simpatía que busca reaccionar ante las situaciones que esa otra persona vive (Morales et al., 2007). Se ha evidenciado que su desarrollo fomenta la resolución de problemas, reduce la tendencia hacia el prejuicio, favorece la interacción social positiva, fomenta el desarrollo emocional, desarrolla habilidades sociales, favorece la percepción de emociones y sensaciones de otras personas (Moya-Albiol et al., 2010).
A su vez, la empatía supone comprender y situarse en el lugar del otro. Podría encaminar el desarrollo del proceso del perdón individual y colectivo, dado que ayuda a reconciliar al individuo con el hecho victimizante. Fuentes de investigación dedicadas al perdón determinan que uno de los componentes fundamentales para que este proceso se logre es la empatía, pues permite que el individuo se ponga en el lugar del otro, adquiriendo un nivel de reflexividad al daño generado (Echeburúa, 2013; Rodríguez et al., 2019).
De otra parte, la relación entre empatía y agresión no es clara. Por una parte, a partir de los estudios en agresiones sexuales se ha establecido que la empatía correlaciona más con la disonancia afectiva que con la agresión como tal (Levitan & Vachon, 2021). No obstante, en el caso de los programas educativos en empatía dirigidos a población infantil se observan reducciones importantes y significativas en la agresión, sobre todo en estudiantes de niveles socioeconómicos más bajos (Taner & Asude Başal, 2014). Así mismo, Sharma (2021) demostró diferentes relaciones entre la empatía (cognitiva y afectiva) y diversas formas de agresión (física, verbal, ira y hostilidad) en adultos jóvenes, evidenciándose la existencia de una relación inversa y significativa entre la agresión física directa y la empatía, pero no con la agresión verbal, hostilidad e ira.
La empatía es un elemento base para dar inicio al perdón como un proceso personal o comunitario en el cual se transforman los pensamientos, sentimientos, actitudes y conductas, reemplazando la ira, venganza, amargura y evitación por empatía, buena voluntad y benevolencia hacia el ofensor o hacia sí mismo (Altmaier, 2019; Lawler-Row et al., 2007; McCullough & VanOyen-Witvliet, 2002; Prieto-Ursúa, et al., 2012; Worthington & Scherer, 2004). El perdón es una vía para afrontar y superar las consecuencias psicológicas negativas de un trato injusto. Se diferencia de la reconciliación en que este último supone restablecer la relación con el ofensor, por consiguiente, el perdón no siempre conduce a la reconciliación, es decir, es posible perdonar a alguien a pesar de que la relación se haya disuelto por completo (Echeburúa, 2013; Rosales-Sarabia et al., 2017), pero se ha demostrado que intensifica la satisfacción con la vida y con las relaciones cercanas, mejora la salud emocional y el manejo de conflictos, no solo en el ámbito individual, sino también en un sentido colectivo (Enright & Fitzgibbons, 2015; Fourie et al., 2020; Rosales-Sarabia et al., 2017; Sheldon et al., 2014; Wilkowski et al., 2010; Worthington, 2006).
Es posible que la empatía impacte sobre la agresividad a través de la toma de perspectiva y, por esto, también impacta sobre la disposición al perdón. Cuando una víctima reconoce que alguien la causó daño y es consciente de sus emociones, realidades y contextos, como también de las vivencias del victimario, el reconocimiento de la lesión causada favorece el proceso de perdón, aun los estudios identifican que solo funciona cuando interviene el razonamiento motivado (Novak & Priester, 2017). Esta autoconciencia juega un papel importante en la regulación de las emociones y la flexibilidad cognitiva, de forma que la víctima podrá entender la perspectiva del ofensor hasta humanizarlo (Dordron de Pinho & Oliveira, 2015).
Se ha encontrado que las personas con mayor tendencia al perdón se caracterizan por presentar rasgos como optimismo y amabilidad. En cambio, las personas que tienden al resentimiento son más inseguras, coléricas, hostiles, temerosas, desconfiadas y narcisistas, por ende, perciben las ofensas de manera más severa (Díez, 2015; McCullough & VanOyen-Witvliet, 2002; Mullet, 2012;). Además, el proceso de perdonar implica una regulación e inhibición de emociones, lo que permite pasar de un estado de venganza o resentimiento a un estado más positivo, orientado a la empatía y la benevolencia, lo cual está en función del control cognitivo (Fourie et al., 2020; Ochsner & Gross, 2005). Por lo tanto, a mayor control cognitivo hay una menor ocurrencia de ira y agresividad, aumentando la capacidad de perdón (Fehr et al., 2010; Fourie et al., 2020). En otras palabras, a mayor empatía hacia el agresor, mayor tendencia hacia el perdón y menor hacia la venganza (Altmaier, 2019; Díez, 2015; McCullough et al., 2012).
En consistencia, la disposición al perdón parece ser más alta en personas adultas que en niños y adolescentes, debido al desarrollo cognitivo y moral que, generalmente, se alcanza en esta etapa de la vida (Fehr et al., 2010; Mc Cullough & VanOyen-Witvliet, 2002). Esto contrasta con un estudio realizado con niños colombianos de 10 a 13 años, de clase social alta y baja, el cual encontró que la mayoría manifestaba que sí era posible que dos enemigos en el contexto del conflicto armado se perdonaran, mientras que la minoría manifestó que era difícil e incluso imposible. Esta respuesta fue más frecuente en los participantes de clase alta (Fernández & Durán, 2016).
Así como el control cognitivo y el razonamiento moral impactan en la disposición de perdonar, la valoración social afecta en gran medida la decisión de perdonar; la actitud, el valor de la relación, la afectividad negativa, el riesgo de explotación del perpetrador, la gravedad de la transgresión, la dependencia, las relaciones padre-hijo y la presencia de una disculpa y/o arrepentimiento, son factores situacionales que afectan la decisión de perdonar (Beltrán-Morillas et al., 2015; Berndsen et al., 2015; Burnette et al., 2012; Christensen et al., 2011; Fourie et al., 2020). También los aspectos relacionados con lo que se considera correcto e incorrecto afectan la disposición a perdonar, ya que la idoneidad o el valor del perdón se pondera en función de un contexto específico, generando una valoración social a partir de la evaluación de los costos y beneficios que implica el perdón (Fourie et al., 2020).
Considerando que existen correlaciones entre agresividad, empatía y perdón, en función de los contextos de vulnerabilidad, hostilidad o seguridad, se pueden establecer hipótesis predictivas entre las medidas de agresión, empatía y perdón, y diferencias estadísticamente significativas en los contextos vulnerables, hostiles y seguros, como características de los contextos familiares y sociales que permitirían comprender el perdón en un modelo multivariado que favorecerá la investigación de este fenómeno en poblaciones vulnerables. El objetivo del presente estudio fue identificar las relaciones existentes entre la agresividad, la empatía y el perdón, y sus variaciones en los contextos de vulnerabilidad, hostilidad, o seguridad.
Método
Participantes
La muestra estuvo constituida por 210 niños, niñas y adolescentes colombianos que hacen parte de la Fundación Proyecto de Vida, de dos localidades de Bogotá y en el municipio de Soacha. La selección de los participantes se llevó a cabo mediante un muestreo por conveniencia no probabilístico e intencional (Sandoval-Escobar & Pineda-Marín, 2022).
Los participantes fueron menores de edad, pertenecientes a familias desplazadas víctimas del conflicto armado, como también a familias migrantes venezolanas. La edad media fue 12.62 años (DE = 2.72), con un 58.10% del sexo femenino, y el 40.95% masculino, con un .95% sin dato reportado. Dado que el estudio hizo parte de un macroproyecto que incluyó una intervención a través de las artes escénicas, se contó con un grupo control en la muestra, de tal manera que la asignación fue la siguiente: 49.52% en el grupo control (n = 104), y un 50.48% (n = 106) en el grupo experimental. Para el análisis de las variables predictoras de la agresividad, la empatía y el perdón se seleccionaron los participantes que fueron entrevistados para evaluar si habitaban en un contexto hostil, vulnerable o seguro. Esto arrojó una muestra total de 85 participantes con la cual se realizó el análisis estructural. La edad media de esta muestra fue de 12.86 años (DE = 2.84), entre 8 y 17 años, un 55.8% fueron del sexo femenino y un 44.2% masculino. En cuanto al nivel educativo, un 34.9% tenían educación primaria y el 56.9% educación secundaria básica.
Instrumentos
Escala de Evaluación de Inteligencia Emocional en Contextos Educativos (Domínguez, 2018). Instrumento diseñado para evaluar inteligencia emocional en niños de quinto de primaria y segundo de ESO (secundaria), está conformada por 62 ítems con escala tipo Likert (1 = nunca y 4 = siempre), en nueve dimensiones: autoconciencia emocional, empatía, autoconcepto, autocontrol, asertividad, comunicación, trabajo en equipo, gestión de problemas y liderazgo. En cuanto a su calificación, deben tenerse en cuenta los puntajes de los ítems inversos 14, 15 y 18, para cada dimensión y el total se suman los valores directos del participante. Para este estudio se tuvo en cuenta la dimensión de empatía (ítems 8 y 20: “Soy capaz de reconocer cómo se sienten los demás por su tono de voz”, “Me doy cuenta de lo que está sintiendo una persona con solo mirarla”), la cual tiene un alfa de Cronbach de .714. El test total presentó un alfa de Cronbach de .852 representando una buena consistencia interna como indicador de fiabilidad del instrumento.
Cuestionario de Agresividad de Buss y Perry versión abreviada (Chahín-Pinzón et al., 2012). Este cuestionario diseñado para medir conductas agresivas en preadolescentes y adolescentes, cuenta con una versión española abreviada compuesta de 20 ítems en escala tipo Likert (1 = muy rara vez, hasta 5 = muy frecuentemente); presenta cuatro escalas de agresividad: física (ítems 1 y 7: “Si me molestan mucho, puedo llegar a pegarle a otra persona”), verbal (ítems 8 y 11: “Cuando no estoy de acuerdo con mis amigos, discuto con ellos”), ira (ítems 12 y 15: “Algunas veces se me ‘salta la piedra’ sin razón”) y hostilidad (ítems 16 y 20: “Sé que mis amigos me critican a mis espaldas”). En cuanto a la fiabilidad total del cuestionario se obtuvo un alfa de Cronbach de .82 representando una buena consistencia interna, en cuanto a la escala de agresividad física se obtuvo un .75, en agresividad verbal e ira un .58 y en hostilidad un .62.
Escala de Probabilidad de Perdón (Pineda-Marín et al., 2019). Este instrumento mide la probabilidad de perdonar en cada situación presentada; a mayor puntaje mayor rasgo. Se compone de dos grupos de ocho escenarios alternados en los que el evaluado debía valorar en una escala de 0 hasta 10 (0 “nada dispuesto” a 10 “completamente dispuesto a perdonar”). La primera parte describe situaciones en las que un grupo armado cometió un acto violento (amenaza de secuestro u homicidio) hacia miembros de la familia (hermano mayor y/o padre) y que debido a esto se mudaron a la ciudad en la que han pasado situaciones difíciles con diferentes condiciones de vida (a) trabajo duro, comida escasa, violencia en el barrio y amenazas, (b) se adaptaron a vivir en la ciudad, tienen casa propia, van al colegio, la madre tiene empleo, el barrio es tranquilo y no han vuelto a ser amenazados), posteriormente se encuentra la conducta del agresor (a) nunca pide perdón, ni se responsabiliza por la acción cometida, (b) pide perdón y se compromete a compensar económicamente a la familia). La segunda parte describe situaciones en las que un niño tenía una bicicleta nueva y se la prestaba a su amigo, pero este se la devolvía en malas condiciones (llantas pinchadas o con los rines doblados y el marco roto en tres partes). Luego describe el comportamiento posterior del amigo (desentenderse del problema o pedir perdón y comprometerse a ayudarle a arreglar la bicicleta) y, por último, lo que pasaba en 15 días (la bicicleta sigue dañada o ya está funcionando perfectamente). En el proceso de calificación se realiza la sumatoria de los puntajes directos de cada ítem en cada situación. Los indicadores de fiabilidad del test fueron adecuados, la consistencia interna según el coeficiente alfa de Cronbach para la 1 fue .76, para la parte 2 .73, y para el total un .84. En cuanto a su validez de constructo, se obtuvo un 45.42% varianza total explicada con dos factores.
Procedimiento
Para la presente investigación se llevó a cabo la aplicación de las diferentes escalas escogidas apropiadamente para la población de las tres sedes de la Fundación Proyecto de Vida. Allí se les pidió diligenciar a los acudientes o padres de los niños, un consentimiento informado que describe de forma detallada el objetivo, descripción de las actividades, retribución y beneficios, participación voluntaria, riesgos, confidencialidad, uso de fotos y material de audio e información general, según la Ley 1090 del 2006 (art. 25, inciso c) y la Resolución 8430 de 1993, es una investigación sin riesgo (Ministerio de Salud, 1993). De igual forma, al inicio de cada entrevista se les pidió firmar a los niños el asentimiento informado para menores de edad, donde se explicaron los mismos temas señalados con anterioridad.
Esta fase tuvo de tres momentos: el primero referido a la explicación y firma del consentimiento informado; en el segundo momento se realizó la entrevista que contenía preguntas relacionadas a aspectos personales, sociales, históricos y geográficos y, por último, en el tercero se aplicaron los instrumentos cuantitativos referentes a las variables estudiadas. Enseguida, dependiendo de la cantidad de participantes presentes en cada jornada, se realizó la aplicación de los instrumentos de forma individual o en pequeños grupos guiados por los responsables. Al obtener la cantidad de participantes necesarios para la investigación se prosiguió a crear una base de datos para consolidar la información suministrada por los niños y adolescentes.
De otra parte, una vez se realizaron las entrevistas a los participantes, se clasificaron los contextos familiares de niños, niñas y adolescentes de acuerdo con los factores de riesgo familiares, así como en relación con el clima socioemocional y de cuidado al interior de la unidad familiar (Hart & Smith, 2007). Los tres tipos de contexto fueron: contexto seguro, contexto hostil y contexto vulnerable. El contexto seguro se caracteriza por un adecuado clima socioemocional en la familia y patrones de cuidado consistentes. El contexto hostil muestra núcleos con transiciones familiares, algunas alteraciones del clima socioemocional de la familia y patrones de cuidado de niños, niñas y adolescentes inconsistentes. El contexto vulnerable se caracteriza por alteraciones importantes en el clima socioemocional de la familia y negligencia en el cuidado de los niños, niñas y adolescentes. Se observa entonces que la evaluación cualitativa permitió que se clasificaran las familias de los participantes de acuerdo con el continuo entre el entorno de cuidado óptimo hasta el entorno de cuidado deficitario, y con el continuo in-tercambio afectivo la mayoría de las veces positivo, hasta intercambio afectivo la mayoría de las veces negativo. Con el fin de realizar esta codificación la entrevista incluyó preguntas acerca de la historia familiar, las pautas de crianza, los patrones de comunicación, la existencia de procesos de desplazamiento y el intercambio afectivo percibido por parte de los niños, niñas y adolescentes.
Análisis de datos
Se planteó un modelo hipotético con las tres variables usadas en el estudio. Se generaron las variables latentes a partir de las dimensiones de cada instrumento. Posteriormente se formuló un modelo correlacional completo con las variables medidas (indicadores), y las resultantes de la agrupación de estas (latentes), más los indicadores de error de medida (residuos). En el software AMOS-23, este modelo hipotético se contrastó según las variaciones entre los datos y el modelo de base, para ello se usó la prueba X2 con un nivel de significancia p < .05, como indicador de ajuste y aceptabilidad del modelo propuesto. Además, se verificó el modelo hipotético con todas las variables del estudio (indicadores, latentes y errores), se estableció el método de contraste (máxima verosimilitud) y se verificaron hipótesis de interés (b estandarizados). Finalmente se revisaron los indicadores de ajuste adicionales. Dada la sensibilidad e inestabilidad del X2 autores expertos recomiendan usar otros indicadores más robustos para asegurar la calidad del modelo verificado (Hu & Bentler, 1999) como el X2/gl (CMIN/ DF), con un valor inferior a 5; CFI, TLI, GFI, con un valor cercano a 1, y RMSEA, SRMR cercanos a 0.
Para la comparación entre contextos se usó el modelo verificado a un análisis multigrupo, luego de segmentar la muestra por contextos: vulnerable, hostil y seguro. Se plantearon hipótesis de variación entre los valores ΔX2, Δdf (grados de libertad), Δp value, ΔCFI y ΔRMSEA. Las variaciones Δ entre estos valores sugerían cambios en la estructura hipotética dependiente del contexto evaluado, dado que se iniciaban las comparaciones con un modelo no restringido (base), y se incrementan paulatinamente las restricciones hasta identificar la capacidad invariante del modelo multivariado propuesto (Putnick & Bornstein, 2016).
Finalmente, una vez verificado el modelo y su capacidad explicativa en los diferentes contextos, se revisaron los efectos entre las variables predictoras y criterio, analizando a su vez las mediaciones entre variables. Se usaron intervalos de confianza al 95% con estimadores de regresión con bootstraping (Cheung & Lau, 2008) para analizar los coeficientes de regresión con un n = 500, usando la prueba de modelo de Bollen-Stine bootstrap para identificar si los indicadores de ajuste se acercan según el método bootstraping con ajuste aproximado (Kim & Millsap, 2014).
Resultados
Inicialmente se revisaron los indicadores de normalidad multivariada para proceder a comprobar el modelo hipotético planteado. Se obtuvo una curtosis multivariada inferior a 70, al obtener un valor de .68 (coeficiente de regresión r = .281, p > .05), un indicador de distribución normal multivariada (Rodríguez & Ruíz, 2008), por lo que se optó por un método de estimación de máxima verosimilitud para verificar empíricamente el modelo mediante ecuaciones estructurales.
Se plantearon hipótesis correlacionales entre las variables perdón, agresividad y empatía. En primera instancia se generaron las variables latentes de cada instrumento. Luego se llevó a cabo un modelo correlacional con las variables medidas y resultantes de las agrupaciones, obteniendo ajustes favorables para un modelo parsimonioso con indicadores de ajuste esperados, según el valor significativo X2 = 8.445 (df = 12, p = .749), y la razón de X2 sobre los grados de libertad (X2/df = .704), -el valor aceptable debe estar por debajo de 5-, los que resultaron excelentes para el modelo propuesto. Asimismo, se obtuvieron los indicadores de ajuste adicionales favorables como el CFI (Índice de ajuste comparativo) = 1.00; TLI (Índice de Trucker-Lewis) = 1.00, y GFI (Índice global de bondad de ajuste) = .973, y RMSEA (Error de Aproximación Cuadrático Medio) = 0.00 (IC90% 0.00-0.08). Se asumió que los valores obtenidos mencionados soportan un excelente ajuste al modelo.
En la Figura 1 se presenta el modelo obtenido con una capacidad explicativa de R2 = .18 a partir de las variables incluidas en el estudio. En este se evidenció que la variable Perdón en el marco del conflicto obtuvo una varianza explicada mayor (.72) que reflejaba una mejor explicación de esta variable en todo el modelo, en comparación con el Perdón en el marco de las relaciones interpersonales (.54). Además, la agresividad física con una varianza explicada de .56 explica de forma adecuada la variable de agresividad y la que menor llega a explicar esta variable, fue la hostilidad, que arrojó una varianza de .28. Se destacan, a su vez, los valores betas negativos entre agresión y empatía (a mayor agresión menor empatía), y el valor beta de .39 entre agresión y perdón (a mayor agresión mayor disponibilidad a perdonar).
Nota: Perdón 1: Perdón en el marco del conflicto y Perdón 2: Perdón en el marco de las relaciones interpersonales en los niños.
Posteriormente se verificaron las variaciones del modelo en las distintas muestras con un análisis multigrupo del software AMOS-23.0.0. En este procedimiento se segmentó la población en los grupos vulnerable, hostil y seguro, con base al ambiente identificado, para poder identificar las variaciones en los indicadores de ajuste en cada grupo (vulnerable n = 16, hostil n = 41 y seguro n = 27). En la Tabla 1 aparecen las comparaciones entre los grupos. Se puede evidenciar que no se obtuvieron variaciones significativas entre los tres modelos comparados, tanto el comparador de base (no restringido), como en las restricciones en los pesos de medida de las escalas ni las variables latentes. Se observan pequeñas o nulas variaciones entre los X2, df, p, X2/df, CFI y RMSEA, como se observa en la Tabla 1. Las diferencias estadísticamente significativas se pueden identificar en los residuos de las mediciones de las variables que conforman el modelo. Esto sugiere que el modelo permite una explicación adecuada en los tres contextos analizados y no depende del contexto al que pertenece la muestra vulnerable, hostil o seguro.
Finalmente, dados los tamaños muestrales pequeños y las posibles fuentes de error en las regresiones múltiples se realizó un remuestreo (bootstrap) con un n = 500, con el fin de comprobar los intervalos de confianza y los valores betas obtenidos en cada grupo conformado. Se encontró que al evaluar la hipótesis nula de diferencias del modelo base y el simulado, se obtuvo un modelo correcto con indicadores de ajuste favorables logrados en con un n = 55, siguiendo la recomendación de ejecución de un bootstraping con ajuste aproximado de Kim y Millsap (2014).
En la Tabla 2 se presentan los resultados de los coeficientes simulados. Entre ellos se destacan los estimadores de regresión con bootstraping, con los siguientes resultados: empatía predice perdón en el modelo vulnerable (b = .127, p < .05), y seguro (b = .127, p < .05), y no fue significativa en el contexto hostil (b = -0.066, p > .05). Por último, la agresión predice la disposición a perdonar en el modelo hostil: b = .113, p = .002), y no resultó significativo en vulnerable: b = .034, p > .05), y seguro (b = .034, p > .05).
Discusión
Los contextos en los que se presenta el conflicto y el perdón dependen de la interacción de distintas variables como la empatía y el tipo de agresión. El objetivo del estudio fue establecer las relaciones entre agresividad, empatía y perdón, y sus variaciones en los contextos de vulnerabilidad, hostilidad, o seguridad. Los resultados obtenidos a partir de la muestra y los datos recolectados permiten afirmar que el objetivo fue logrado, y se constituye en un avance en el estudio del perdón en adolescentes y jóvenes en situaciones de vulnerabilidad.
A partir de los hallazgos del estudio, se considera que el modelo propuesto es viable y permite avanzar en el estudio de la relación agresión, empatía y perdón. Entre los principales hallazgos se destaca que, a pesar de la capacidad explicativa obtenida, la empatía predijo de manera significativa del perdón en los modelos vulnerable y seguro, pero no en el hostil; y en el modelo general la agresión predice la empatía. Por otra parte, se encontró que no existen diferencias significativas entre los tres modelos comparados, es decir, pese a que las predicciones entre las variables pueden diferir en los modelos, fueron invariantes en cuanto a los indicadores de ajuste. Los hallazgos son congruentes con los estudios en los que se ha observado relaciones predictivas de tipo inverso entre la empatía y la agresión, pero dependen del contexto de vulnerabilidad y del tipo de agresión a la que se haga referencia (Sharma, 2021; Taner & Asude Başal, 2014).
Estos hallazgos resaltan el papel del contexto en la compresión de la agresión, la empatía y el perdón, lo que sugiere que las características del contexto que rodean al niño, niña o adolescente establecen un patrón diferencial que determina las perspectivas emocionales y el nivel de comprensión social (López & Vesga, 2009). De esta manera, en la construcción de la realidad social en esta población es preciso considerar el contexto cultural, integrando características psicosociales de la primera infancia, las cuales favorecen o dificultan el desarrollo de habilidades emocionales fundamentales para el establecimiento de relaciones interpersonales positivas (Valencia, 2012). Los datos obtenidos en este estudio sugieren que, según lo establecido por la cultura, los procesos de socialización se ven afectados por las dinámicas con pares y cuidadores, a partir de factores como el clima socioemocional y el historial de relaciones que tienen los niños, por lo cual el tipo de contexto familiar es un moderador central en las relaciones entre empatía y agresión, como también entre estas y el perdón (Hart & Smith, 2007).
El rol moderador del clima socioemocional de la familia puede relacionarse con el proceso de aprendizaje de reglas sociales que permite que los niños o adolescentes las interioricen en los procesos de socialización secundaria. Es así como los patrones de expresión emocional que se establecen en la comprensión de las propias emociones por medio de modelamiento y el aprendizaje vicario, permiten que la interacción entre pares sea inclusiva o exclusiva en función de las características afines de los grupos (López & Vesga, 2009; Pineda-Marín et al., 2018). En este sentido, la aceptación o rechazo social refuerzan las conductas de prosocialidad o fomentan actitudes agresivas asociadas a la estructura social del contexto (Boivin, 2005), y adquieren particularidades que se ligan a un patrón de comportamientos propio de sus contextos de socialización externos, como la escuela y grupos de pares (Suárez & Vélez, 2018).
Las condiciones sociales y el tipo de relación afectiva que los cuidadores instauran con los niños definen las relaciones de apego que se acogen en el contexto familiar (Moreno & Báez, 2010). Este precedente permite identificar posibles perfiles con riesgo psicosocial, comprendiendo la dificultad en el desarrollo de conductas para relacionarse positivamente con su entorno (Cervantes et al., 2016; Clavijo et al., 2017). De esta manera, el desarrollo afectivo puede explicar la disposición al perdón y la reconciliación. En un reporte reciente, por ejemplo, la empatía y la compasión se asocian a una mayor conducta prosocial en las relaciones interpersonales, con actitudes favorables hacia la reconciliación (Klimecki, 2019). Asimismo, una empatía positiva y el comportamiento prosocial favorecen la motivación (Telle & Pfister, 2015), el cual podría ser un mecanismo explicativo del perdón en el presente estudio.
Los contextos seguros, hostiles y vulnerables, son relativos al clima socio emocional que se experimenta al interior de la familia, y se conforman en función del entorno de cuidado. Por consiguiente, hay entornos armoniosos o desfavorables, en los que la expresión de afecto puede diferir, lo que resulta en predictores de la emoción que el niño asociaría en los diferentes escenarios o situaciones que impliquen relacionamiento social (Hart & Smith, 2007). Cuando existe una relación parental positiva entre cuidadores y niños se inculcan valores de resiliencia y se dictaminan prácticas educativas que el niño toma como punto de referencia para establecer unan adecuada socialización, evidente en comportamientos prosociales funcionales (López & Vesga, 2009; Orte et al., 2015). De esta manera, las habilidades socioemocionales de los niños se asocian a una mayor capacidad de perdón y una mejora de habilidades sociales e interpersonales (Ahirwar et al., 2019), tal como se obtuvo en el modelo multivariado en el que la empatía y el perdón tuvieron asociaciones predictivas a partir de las medidas de agresión.
En la misma línea, la educación emocional de los niños y adolescentes en el ámbito escolar permite disminuir las brechas afectivo-emocionales que viven en su núcleo familiar. Por otro lado, la clase social, el nivel socioeconómico de la familia, la calidad social y emocional de los procesos de interacción en los niños y adolescentes, son predictores de la capacidad en la resolución de conflictos y repertorios sociales, en la construcción de competencias comunicativas y el despliegue del desempeño emocional, orientando los procesos de madurez emocional (Barreto et al., 2017; Cervantes et al., 2016; Covadonga, 1999).
Respecto a lo anterior, en el modelo multivariado obtenido los valores de perdón de las secuelas del conflicto tuvieron una mayor capacidad explicativa, un aspecto que debería ser estudiado en futuros estudios en los que el papel de los contextos puede estar asociado a la educación emocional recibida por parte de los niños, y los repertorios sociales desarrollados en su transición después del desplazamiento, algo similar a los programas de educación para el perdón que han demostrado impacto positivo en los adolescentes, particularmente en la capacidad de perdón, esperanza y decrementos en ansiedad y depresión (Freedman, 2018).
De acuerdo a esto, el contexto social es predominante en el desarrollo de un niño o adolescente, pues debe proveer las habilidades como la empatía para desenvolverse en determinadas situaciones. No obstante, las condiciones de pobreza o desigualdad social pueden promover conductas que desfavorecen la adaptación a otros medios (Tras et al., 2019), y que en contextos hostiles pueden incentivar conductas agresivas o delictivas (v.g. Murphy et al., 2020).
El presente estudio contó con algunas limitaciones a saber. Se consideró que las escasas diferencias entre los modelos comparados por contexto se debían a las variables ajenas no controladas durante la aplicación de los instrumentos, ya que se observó un considerable agotamiento en los participantes, según ellos debido a la extensión de los instrumentos a pesar de que se proponían pausas activas durante el mismo. Asimismo, el ambiente en el que se desarrolló la aplicación de los test contaba con diversos distractores, por lo que en ocasiones se requirió de estrategias para mejorar los procesos de atención en los niños, lo que pudiera haber causado algún sesgo en los resultados obtenidos. Para futuras investigaciones se recomienda reducir la extensión de los instrumentos para mitigar los efectos del agotamiento en los niños, los cuales pueden afectar los resultados en la ejecución de las pruebas.
Otra de las limitaciones fue el escaso tamaño muestral obtenido, aunque autores como Vargas y Mora-Esquivel (2017) recomiendan diferentes alternativas de número de participantes para llevar a cabo un modelado con ecuaciones estructurales. Un n = 85 para siete indicadores y dos variables latentes, no obstante, pese a que resultó ser suficiente por la cantidad de parámetros y número de variables, que fueron revisadas con remuestreos para el modelo y los contextos de comparación, no deja de estar sujeto a múltiples críticas. Una es la condición particular de la población vulnerable que no permitió una mayor generalización. Para futuros estudios es fundamental una revisión de la adecuación del modelo y la verificación de los efectos entre variables, con unos tamaños muestrales más grandes y generalizables.
En conclusión, los hallazgos del presente estudio proveen nueva evidencia empírica sobre las relaciones entre la agresividad, empatía y perdón, y sus variaciones en los contextos de vulnerabilidad, hostilidad o seguridad en niños y adolescentes. Se encontró que el clima familiar y las vulnerabilidades propias de cada contexto de riesgo, así como la cultura, pueden favorecer o perjudicar el desarrollo de habilidades socioemocionales como la capacidad de perdón, empatía y otras capacidades interpersonales. Estas asociaciones en el contexto de riesgo de violencia política y sus consecuencias, deberán ser analizadas en futuros estudios con poblaciones desplazadas por el conflicto armado y otros contextos de riesgo1.