Tradicionalmente se habla de dos perspectivas metodológicas muy bien definidas, desde las que, en los últimos siglos, se han venido adelantando los procesos de profundización exegética y teológica de la Sagrada Escritura: la diacronía y la sincronía. Asociándose a cada una de ellas diversos métodos que pueden representar líneas específicas de trabajo, de algún modo independientes, o resultar complementarios entre sí.
Es importante anotar que hasta la primera mitad del siglo XX la predilección había sido por los métodos denominados «histórico-críticos» pertenecientes a la perspectiva diacrónica, mientras que la segunda mitad significó el paso hacia la sincronía, con diversidad de métodos que por aquel entonces se fueron consolidando, entre los que se cuenta principalmente el estructural, el narrativo y el retórico. Sin embargo, en medio de esta polarización generalizada en los estudios de la Escritura, florece el análisis pragmalingüístico, como una síntesis muy bien lograda de ambas perspectivas, que tomó lo más excelso de cada una de ellas y les orientó hacia el redescubrimiento de la dimensión pragmática de la Escritura, aprovechando su naturaleza original de ser ante todo un texto para ser puesto por obra.
Ahora bien, el contacto con esta metodología, en el contexto de la teología bíblica italiana donde se ha gestado y paulatinamente se ha venido consolidando1, ha despertado, de manera personal, el interés por su profundización, cuyos frutos se recogen en artículos de orden teórico-descriptivo2, y en su aplicación en los procesos investigativos de maestría y doctorado3. Se convierte también en el objeto de estudio del presente artículo.
En cuanto se trata de una temática relativamente reciente, que se encuentra en proceso de crecimiento y consolidación, se ha seguido una metodología de tipo inductivo. Así, luego de explorar y verificar los contenidos de las diversas fuentes a las que se ha tenido acceso, se ha ido estableciendo la progresión en las publicaciones de un mismo autor o una misma línea de profundización, para finalmente identificar los puntos de confluencia, complementariedad y enriquecimiento que se han venido dando sobre los diversos aspectos que comprende el desarrollo metodológico de la pragmalingüística en su amplitud genérica, pero con especial atención a la aplicabilidad que tiene en la compresión de la Sagrada Escritura. Ciertamente, esto ha implicado extractar, de diversos ejercicios exegéticos en los que se ha aplicado el método, aspectos comunes y esenciales que, cuidadosamente confrontados entre sí y con algunos estudios sistemáticos sobre el tema, han permitido ofrecer como resultado esta sintética presentación de orden prevalentemente teórica.
Se trata entonces, de un artículo de revisión4, cuyo principal objetivo es presentar, especialmente a quienes han tenido escaso o nulo contacto con esta metodología, una visión esencial sobre sus raíces y componentes básicos5, considerando aquellos aspectos que mejor permitan comprender el proceso específico que se sigue en su aplicación para la profundización de los textos bíblicos. Se trata de dos grandes partes. La primera explora los antecedentes del análisis pragmalingüístico como método de acercamiento e interpretación de la Escritura, desde la comprensión de los procesos comunicativos, la lingüística, la filosofía y los referentes a las diversas perspectivas y procesos de aproximación exegética. La segunda, presenta un análisis de los componentes esenciales de dicho método: la influencia del contexto sobre el texto y de este sobre el contexto, teniendo como trasfondo la perspectiva privilegiada del lector.
1. Una perspectiva metodológica nueva: antecedentes y motivaciones
Comprender cómo el análisis pragmalingüístico de la Escritura se ha consolidado en los últimos años, requiere revisar los antecedentes y las motivaciones de dos campos que se constituyen como las dos riberas de un mismo río: por una parte, el apogeo de la pragmática desde mediados del siglo anterior y, por otra, la apertura de la exégesis hacia nuevas perspectivas metodológicas.
1.1 El siglo XX y el significativo desarrollo de la pragmalingüística
1.1.1 Caracterización
Como punto de partida, vale la pena considerar la etimología del término pragmalingüística. Proviene del griego pragma, que significa «acción», y a su vez, «es una raíz común a diversas etiquetas de corrientes filosóficas que tiene como objeto el estudio del actuar humano»6. Para este escrito, el interés surge por una particular forma de acción: el actuar lingüístico. Así, «el objetivo no es indagar la acción humana en general, sino investigar aquella forma particular de acción que es el uso del lenguaje, y comprender cómo ésta pueda constituir un medio (o parte integral) del actuar humano en general»7.
Ahora bien, interesarse por el uso del lenguaje, implica asumir como presupuesto que este «es el medio a través del cual el hombre expresa su mundo interior, denomina las cosas, ordena lo existente, relata historias; en una palabra, comunica, por lo que la comunicación se constituye en la función primaria del lenguaje»8. Este hecho obliga a situar la pragmática en el marco de exploración del fenómeno de la comunicación, que, por darse de una manera espontánea y cotidiana, pareciera una actividad simplísima9, pero no siempre resulta así10.
Será desde la perspectiva de distintas áreas del conocimiento, interesadas en el fenómeno de la comunicación humana y en el lenguaje como instrumento privilegiado que la posibilita, que se tomarán en consideración los principales hallazgos de sus protagonistas a favor de la pragmática. Para ello, se destacará la semiótica, la lingüística y, muy cercana a ella, la filosofía del lenguaje.
Así pues, desde el campo de la filosofía y la semiótica, el americano Charles Morris (1938) introdujo el denominativo «pragmática» en distinción con las otras dos ramas de la semiótica: la sintaxis y la semántica11. Esto lo hizo a partir de las relaciones básicas de los signos: a la sintaxis le corresponde el estudio de las relaciones de los signos (las palabras) entre sí, su interés se orienta a procurar frases gramaticalmente bien formadas sin tener en cuenta su significado; la semántica estudia las relaciones de los signos con los objetos a los que son aplicables, es decir se ocupa del significado; la pragmática tiene como objeto de estudio la relación de los signos y aquellos que los usan, en otros términos, según Morris, estudia cómo las frases son utilizadas por los hablantes en circunstancias comunicativas particulares12.
Otro protagonista es el estudioso del lenguaje Roman Osipovich Jakobson (1958), quien rompió con el clásico esquema tripartito del proceso de comunicación (emisor, mensaje, receptor) y puso en evidencia que dichos componentes no agotan el fenómeno; pues para que un mensaje dado por el emisor sea comprendido por el receptor, es necesario un código, un contexto y un contacto o canal13. Estos elementos adquieren progresivamente protagonismo en la sistematización de la pragmática como perspectiva interpretativa del lenguaje14.
Sin embargo, los cambios en la compresión del proceso comunicativo no se dieron exclusivamente en los nuevos componentes, a ello se sumó una nueva percepción que resaltaba la interacción entre los interlocutores, más allá de la pura transmisión de mensajes (codificación y decodificación)15. En este sentido, en la segunda mitad del siglo XX, se pueden identificar distintos y progresivos modelos de comunicación16:
Lineal: considera la comunicación únicamente con respecto a la transmisión del mensaje en una dirección: del emisor hacia el receptor. Es la percepción primaria.
De reacción: considera la comunicación como un intercambio recíproco (donde el receptor de un primer movimiento será emisor en un segundo movimiento de respuesta). Favorece que los dos interlocutores tengan un background cultural y experiencias semejantes, pero no idénticas.
Circular o dialógica: perfecciona la visión anterior, pues destaca que el receptor no solo asume el papel de emisor cuando se da un movimiento de respuesta, sino que este ya lo es en el proceso de recepción del mensaje, en cuanto coopera en la construcción de este. Así, el mensaje se enriquece, se matiza y se particulariza debido a las capacidades y condiciones propias que intervienen en la decodificación. En esta última percepción sobre el proceso comunicativo se evidencia con fuerza el rol de la pragmática y, de manera particular, el protagonismo del lector17.
Antes de dar una definición cerrada y precisa sobre qué es la pragmática, interesa clarificar las tareas básicas que le corresponden, pues estas se perciben mejor desde la comprensión de los límites de la semántica en la determinación del significado de las expresiones (frases o palabras). Estos se concentran en dos (los límites): primero, se evidencia que el contenido proposicional de una frase, en la configuración de una lengua, no siempre es fijado completa y unívocamente por las convenciones semánticas de la lengua, pues en ocasiones podría resultar incompleto o ambiguo; aún superado este primer límite, las convenciones semánticas no determinan el tipo de acto lingüístico que el hablante cumple al decir determinada frase: fuera del contexto, no se reconoce si el hablante usa una determinada frase para impartir una orden, para hacer una invitación, formular una súplica o un reto18. Este es el segundo límite.
En definitiva, se trata de límites que subrayan la necesidad de una integración de las competencias semánticas con conocimientos no solo lingüísticos, sino también contextuales. Aparecen, entonces, las competencias de la pragmática en una doble dirección:
La influencia del contexto sobre la palabra: la interpretación del lenguaje debe tener cuenta la información sobre las situaciones del discurso y, por lo tanto, sobre el mundo.
La influencia de la palabra sobre el contexto: los hablantes se sirven del lenguaje para modificar las situaciones del discurso, y, en modo particular, para influenciar creencias y acciones de sus interlocutores19.
Así, desde las tareas básicas de la pragmática en el campo de la lingüística, Stephen Levinson (1983), con conocimiento de causa, advirtió lo complejo que es ofrecer una definición única y completa sobre ella20. En este sentido, el presente escrito asumirá la propuesta por Filippo Domaneschi (2014), quien indica: la pragmática del lenguaje o pragmalingüística es «el estudio del uso del lenguaje en el contexto»21.
1.1.2 Soporte teórico desde la filosofía del lenguaje
Partiendo de la iniciativa original de Morris (1938), quien comprendió la pragmática como el estudio de los aspectos del lenguaje que requieren una referencia a los usuarios de este, hasta Domaneschi (2014), quien sintetizó la amplia comprensión de Levinson (1983), es importante anotar que este proceso de profundización y enriquecimiento de la pragmática se debe a la importancia que la filosofía del lenguaje22 le ha dado. Es entonces desde esta mirada que, se entran a considerar los aportes de los principales filósofos que han venido dando un fuerte soporte teórico, y configurando los aspectos específicos de la pragmática como metodología de análisis del lenguaje y en particular de los Escritos Sagrados.
A este respecto, es válido afirmar que el principal impulso proviene de una marcada diferencia entre dos corrientes de la filosofía del lenguaje que podrían caracterizarse como filosofía del lenguaje ideal y filosofía del lenguaje ordinario23, en los años setenta. La primera, “se ocupaba prevalentemente de los lenguajes formales con el objetivo de crear un lenguaje perfecto -un lenguaje ideal-, privado de los defectos y de las ambigüedades de los lenguajes naturales (las lenguas cotidianas)”24. Desde esta propuesta, se debería dar paso a la creación de una teoría semántica rigurosa, capaz de ser un instrumento absolutamente confiable para el trabajo científico y filosófico, y que, por lo tanto, privilegiara la dimensión descriptiva y representativa del lenguaje. Esta mirada, daba prioridad al significado literal: la verdad o falsedad dependería de su estricta correspondencia con el mundo25.
A este modo de concebir el lenguaje (con una semántica rigurosa), se contrapone la mirada de los filósofos del lenguaje ordinario, entre los que se destacan: el segundo Wittgenstein26, Friedrich Waismann, John L. Austin, Paul Grice, Peter Strawson, y tardíamente John R. Searle. Para ellos, la elasticidad y las ambigüedades27 del lenguaje natural, cotidiano, lejos de ser considerados como defectos, son signos de su riqueza, poder expresivo y capacidad de adaptarse a nuevos contextos y circunstancias insólitas28.
La atención no se centra en la frase, en cuanto unidad gramatical que representa un estado de las cosas, sino en el hablante que se sirve de la frase para decir o enunciar algo. En esta corriente, se enfatiza en la diversidad de las funciones que los enunciados pueden ejercer en el lenguaje natural: afirmaciones, órdenes, peticiones, entre otros, que se sintetizan en la célebre tesis de Austin: «decir algo es hacer algo»29. Así, los enunciados no tienen un sentido estrictamente cognitivo, sino pragmático: sirven para cumplir verdaderos y propios actos30.
Como se acaba de insinuar, uno de los aportes más sólidos sobre el reconocimiento y la comprensión de la pragmática lo enfatizó John Langshaw Austin31, quien introdujo el concepto de acto performativo o realizativo, en oposición al de acto constatativo32, para indicar que «se sigue una acción en el acto mismo de proferir un enunciado: (…) con un acto performativo no se limita a describir algo que existe en el mundo externo, sino que se actúa sobre este»33. Con el tiempo, Austin revisó y ajustó su propuesta hasta configurar una teoría más amplia llamada teoría de los actos lingüísticos. En esta, desaparece la bipartición entre «constatativos» y «performativos»34, afirmando que «todos los enunciados, más allá de contener un significado, cumplen una función de verdaderas y propias acciones, dada la presencia del elemento performativo en todo uso del lenguaje»35. Además, afirma la presencia de «tres sentidos en los que decir es hacer algo: distinguiendo así el acto locutivo que posee significado, el acto ilocutivo que posee una cierta fuerza al decir algo, y el acto perlocutivo que consiste en lograr ciertos efectos por (el hecho de) decir algo»36.
Sobre este planteamiento tripartito del acto lingüístico, se volverá más adelante, por el momento basta indicar que es en el aspecto ilocutivo del lenguaje donde mejor se manifiesta su carácter performativo. Y será precisamente allí, en la fuerza ilocutiva de los enunciados37, que su discípulo John R. Searle concentró sus esfuerzos e identificó cinco categorías en las que se podrían agrupar y tipificar los actos lingüísticos: representativos, directivos, comisivos, expresivos y declarativos38; clasificación que también será profundizada más adelante.
Otro gran filósofo es Herbert Paul Grice, quien es considerado uno de los padres fundadores de la pragmática, aunque nunca utilizó dicho término en sus escritos. De modo particular, se le atribuye la superación del conflicto entre la filosofía del lenguaje ideal y la filosofía del lenguaje ordinario, pues subrayó que no se trataba de dos percepciones distintas, sino del énfasis parcializado que cada una de ellas hacía de un elemento del lenguaje, en detrimento u omisión del otro. Mas bien, resultaría pertinente hacer una distinción objetiva entre lo que es el significado de las expresiones lingüísticas, que es invariable, y el uso de estas en determinadas circunstancias reales que dan posibilidad a diversos sentidos39. Se trata, por tanto, de dos componentes que integran una misma realidad lingüística, complementarios y no contrapuestos. Así, «una teoría del lenguaje debe tener en cuenta la semántica o significado de las expresiones y el uso efectivo que viene hecho de las expresiones lingüísticas, es decir, lo que hoy es comúnmente considerado objeto de estudio de la pragmática»40.
Ahora bien, entre los elementos particulares que Grice trabajó, se resaltan los siguientes en la configuración de lo que hoy es el análisis pragmalingüístico:
Asociación del significado a la intención: la comunicación lingüística consiste en un proceso de producción y reconocimiento de intenciones comunicativas, ya que un hablante al decir un enunciado, dotado de sentido, tiene esencialmente dos finalidades: primero, producir en el destinatario un efecto mediante una determinada expresión y, segundo, lograr que este reconozca que el hablante quiere producir dicho efecto41. De este modo, «el significado del hablante corresponde a su intención comunicativa, es decir aquello que él intenta comunicar en una particular ocasión de uso, utilizando una determinada expresión lingüística»42.
Contribución a la superación del modelo tradicional de la comunicación: previo a la propuesta de Grice, este se entendía como un simple proceso de codificación y decodificación de mensajes, para luego considerarlo como «el fruto de inferencias llevadas a cabo por los hablantes sobre la base de indicios sea lingüísticos que no lingüísticos»43. Así pues, «un oyente, para comprender lo que un hablante intenta comunicar, debe siempre desarrollar - más allá de la decodificación del significado de las expresiones- una inferencia basada sobre múltiples factores: la información inherente al mundo, el particular contexto en el que tiene lugar el intercambio comunicativo y los mismos interlocutores»44.
Gracias a las propuestas de estos filósofos y de otros estudiosos del lenguaje, se sostiene el andamiaje teórico de la pragmalingüística. Basta aclarar que la pragmalingüística penetró en los métodos de interpretación bíblica para enriquecerles ampliamente, como se presenta a continuación.
1.2 Cambios profundos en la exégesis bíblica en la segunda mitad del siglo XX
1.2.1 De la exégesis diacrónica a la sincrónica
Recurriendo a la historia de la exégesis, no es un secreto que el paso de la exégesis medieval a la moderna estuvo marcado por el florecimiento de los llamados métodos histórico- críticos45, centrados en el estudio del texto, su autor y sus antecedentes. Se trató de un movimiento impulsado por hechos que, en un primer momento, fueron motivo de crisis, pero que, luego, se convirtieron en causa de crecimiento: por una parte, la Reforma Protestante que lideró cambios en la percepción de la Escritura como alma de la teología, de la pastoral y la espiritualidad del pueblo de Dios; por otra, las criticas racionalistas del Renacimiento que se convirtieron en reto para la Iglesia Católica, cuyo primer gran fruto se daría con la encíclica Providentissimus Deus (1893) del papa Leon XIII. En esta, distinto a lo que muchos esperaban, el Papa no exhortó a los exégetas católicos a permanecer en los límites de una espiritual de los textos, sino a adquirir una suficiente competencia científica, de modo que fuesen capaces de aventajar a los que estaban actuando como adversarios. Cincuenta años más tarde, el papa Pio XII, con la encíclica Divino Afflante Spiritu (1943), ratificó la estrecha unión entre el sentido espiritual y el sentido literal de la Escritura, admitiendo oficialmente los métodos histórico-críticos en el seno de la Iglesia46.
Paradójicamente, apenas la perspectiva diacrónica, que caracteriza a los métodos histórico-críticos y que habría sido la predominante en la exégesis moderna, recibió el reconocimiento eclesial, salieron a la luz distintas miradas metodológicas de tipo sincrónico, cuyo objeto era el análisis del texto final en sí mismo, en su cohesión y funcionamiento47. Además, su inserción en la exégesis católica no resultó difícil, sino más bien estimulada y sostenida por el Concilio Vaticano II, que reconoció el aporte de las ciencias en el desempeño de las tareas que le competen como Iglesia48, poniendo el acento en la Escritura como Palabra de Dios en palabras humanas49 e impulsando explícitamente a los exégetas a la utilización de los instrumentos oportunos en su investigación50.
Ahora, que la exégesis pasara de una mirada exclusivamente diacrónica a la valoración efectiva de una serie de métodos de tipo sincrónico, no significó que desconociera los grandes logros que por ella se obtienen, sobretodo, en la objetivación de aspectos de la revelación desde la solidez racional que se le dio a la interpretación de la Escritura51. Ciertamente, algunos métodos, como el estructuralista o semiótico, se sitúan en oposición a los histórico- críticos al renunciar por completo al interés por el autor y a los posibles estadios anteriores de constitución de los relatos, para concentrarse en la observación del texto final en sus condiciones internas de significación, con atención particular a la forma o estructura del mensaje52. Pero, otros, como el narrativo, no nacen en reacción a las falencias de tales métodos, sino más bien, como en este caso, se trata del desarrollo de una parte de ellos, la crítica literaria53, que ciertamente adquiere un nuevo perfil en cuanto su interés no se concentra tanto en saber si el relato es o no histórico sino en el mérito y significado de la historia narrada54.
En estos casos, se trata de métodos adaptados desde teorías externas al campo bíblico, gestados tiempo atrás en el campo de la literatura o desde otras ciencias, que, al ser utilizados en el análisis de los escritos bíblicos, hallan gran aplicabilidad55. Sin embargo, se debe reconocer que, a su vez, se desarrollaba una perspectiva interpretativa propia de los escritos y la mentalidad que permea los relatos bíblicos56: el análisis retórico57. Su principal cometido está en «el estudio de las múltiples formas de paralelismo y de otros procedimientos semíticos de la composición que deberían permitir discernir mejor la estructura literaria de los textos y llegar así a una mejor comprensión de su mensaje»58. Estas aproximaciones metodológicas, ciertamente, no son las únicas, pero sí se constituirían en las de mayor relevancia.
1.2.2 Redescubrimiento de las dimensiones comunicativa y pragmática del texto bíblico
Sería en este ambiente conciliar y postconciliar, que aparecerían las propuestas de Fritzleo Lentzen-Deis (1928-1993). Formado en el seno de los métodos histórico-críticos, fue testigo del florecimiento y consolidación de las nuevas perspectivas metodológicas de tipo sincrónico. En dicho contexto, seguramente se convencería que «ningún método científico para el estudio de la Biblia está en condiciones de corresponder a toda la riqueza de los textos bíblicos»59, pero cada uno de ellos es, indiscutiblemente, una puerta de acceso a sus inagotables tesoros. En este sentido, el biblista alemán procura una aproximación metodológica integrativa más que alternativa, que aprovecha lo más excelso de cada uno de los métodos, incluidos los histórico-críticos60, contribuye a superar los límites encontrados y, sobretodo, abre sus horizontes hacia el redescubrimiento y valoración de las dimensiones comunicativa y pragmática, pues finalmente constituyen la esencia de toda la Escritura: Palabra de Dios dirigida al hombre para ser puesta por obra61.
Cómo desconocer los esfuerzos realizados en el seno de los métodos histórico-críticos por reconstruir el Sitz im Leben (situación vital o ambiente sociocultural) que rodeó la constitución de los textos y por determinar su género literario62, los estudios sobre la delimitación y unidad de los textos, concernientes a la crítica literaria63, entre otros. Además, pese a la dificultad para hacer algunas constataciones, es innegable que los textos bíblicos pasaron por un desarrollo histórico, a cuyo respecto las hipótesis planteadas son el resultado de estudios muy dedicados y bien fundados64.
Lo mismo se tendrá que decir con respecto a los métodos de la perspectiva sincrónica en los que prevalece su atención por el texto canónico, bajo la certeza de que es la fuente más segura con la que podemos contar, al menos hasta ahora65. Es imposible dejar de lado los mecanismos lingüísticos (sintácticos y semánticos) que vehiculan el mensaje de cada parte del texto y de su totalidad, ciertamente sobrevalorados por los métodos estructuralistas66, o desconocer las diversas señales narrativas de un relato (el entramado verbal, interrogantes, tensiones, lagunas, tiempos, espacios, entre otros) que llaman la atención del lector para involucrarlo en la progresiva argumentación (o trama), y que constituyen el alma del análisis narrativo67. Mucho menos puede olvidarse la binariedad u otros modos de expresión propios de la cultura semítica, que abraza la tradición bíblica y que recientemente ha sido puesta en evidencia por el análisis retórico68.
Así pues, esta novedosa iniciativa metodológica, surgida en el seno de la Iglesia a partir de los años 60 y motivada especialmente en el ámbito de la teología bíblica italiana, por supuesto con la participación de biblistas y estudiantes procedentes de diversas lalitudes69, tiene como trasfondo los factores lingüísticos y filosóficos, previamente enunciados, que podrían sintetizarse en dos: «el redescubrimiento del lenguaje como instrumento comunicativo y no solo informativo y, el carácter performativo reconocido a la palabra en general»70.
En este sentido, la primera constatación es: «la comunicación hace parte de la naturaleza de la palabra bíblica»71, pues los escritos bíblicos, como todo escrito, son «un acto de comunicación de alguien para alguien, sobre algo, en tal o cual manera, con tal o cual efecto»72, cuyo origen ciertamente se remonta a la tradición oral, pero que luego se convertiría en la composición textual que hoy conocemos. Esto siempre es comunicación73.
En ese sentido, explorar el mundo de la comunicación, constituye un prerrequisito indispensable para el acercamiento a la Biblia74 y, de manera particular, la atención centrada en el lenguaje, en cuanto instrumento operativo necesario para que el proceso comunicativo se logré. De hecho, el clásico documento de la Pontificia Comisión Bíblica La interpretación de la Biblia en la Iglesia (1993) reconoce y subraya la importancia del lenguaje y de los mecanismos lingüísticos en la comprensión del mensaje bíblico, poniendo en evidencia los notables progresos que ha traído para los estudios bíblicos el afortunado encuentro con las ciencias del lenguaje75.
El otro elemento fundamental, e intrínsecamente ligado al anterior, es la comunicación como evento. Dicho de otro modo, la comunicación contiene en sí un componente pragmático, ya que desde el momento de «comunicar» los interlocutores cumplen verdaderas y propias acciones (denominadas actos lingüísticos). Mediante el lenguaje no solo se dice algo, sino se obra o se provoca algo76, así, «el texto no es solo un contenedor de significados, sino un agente operativo»77. Desde esta perspectiva, se revaloriza la dimensión pragmática de la Palabra de Dios, que en sí misma es comunicación y evento. Esta mirada, generalmente, reconocida en el ámbito espiritual y pastoral, no siempre ocupa un puesto prioritario en el mundo de la exégesis, cuyo carácter ha sido más de orden teórico78.
Un tercer elemento, derivado de los anteriores, y de especial relevancia en la consolidación del método, está la prospectiva más dinámica con la que es percibida la relación intrínseca autor-texto-lector, y ésta con el mundo extralingüístico. De manera particular, el lector ha ganado protagonismo en la comprensión de la Escritura, ya que revaloriza el carácter comunicativo de la Palabra de Dios en el redescubrir su dimensión dialógica. En este sentido, el autor, el destinatario o lector, y junto a ellos el contexto en el que se hallan79 son de vital importancia.
El autor define la orientación del texto que produce y es quien, de alguna manera, diseña, imagina o proyecta la estrategia que pone en acto para comunicar el mensaje. Sin embargo, con él no se agota la riqueza del texto, el lector también lo enriquece, pues no es destinatario pasivo, sino un actor creativo capaz de descubrir elementos de los que quizá no fue consciente el autor, pero que están presentes en el texto. Debido a las circunstancias en las que este último se encuentre, puede hallar nuevos significados o nuevos matices, sin que se altere la originalidad o la dinámica del texto80; sino que más bien la completa y perfecciona. Lo mismo sucede con el contexto, que no se trata únicamente de circunstancias o parámetros espaciotemporales de una composición textual, sino que impregna profundamente su sentido, intención y alcance, logrando interpelar a los destinatarios/lectores originales y también a los de otros tiempos81.
Ahora bien, a pesar de las coincidencias con los demás métodos, en determinado momento, el análisis pragmalingüístico de la Escritura se aparta de ellos y adquiere su propia especificidad82, a saber: busca superar la percepción puramente instrumental y fragmentaria del lenguaje como fuente para reconstruir un proceso histórico, valorándole más bien como componente esencial de la comunicación; distinto a los métodos histórico-críticos83 que manejan una concepción un tanto estática de la historia, enfatiza su carácter dialogal con los nuevos contextos. Además, este análisis registra un fuerte cambio de perspectiva con respecto a los métodos estructuralistas o semióticos, pues no centra la mirada en el texto mismo y su significado, sino en el lector, en cuanto motivo por el cual se produce un y en función del cual posee una intención precisa, pero también por la experiencia histórico-existencial de su encuentro con el texto en la recepción, interpretación, actualización y actuación del mensaje84. En este sentido, se afirma que más allá del texto como pieza pura de estudio lingüístico, es necesario otorgarle relevancia al diálogo entre el lector, el autor y la situación comunicativa, o contexto85.
Será gracias a este conjunto de antecedentes y motivaciones que se ha venido configurando el análisis pragmalingüístico como aproximación metodológica para la comprensión de la Sagrada Escritura. Camino que, como se ha podido notar, no solo se ha hecho dentro del movimiento exegético y teológico, sino que hunde sus raíces en diversas áreas del mundo científico y filosófico.
2. Competencias básicas de la pragmalingüística
Como se indicó previamente, lo que le da especificidad a la pragmática, en la comprensión del lenguaje y en las Sagradas Escrituras, es su interés de doble vía en el contexto. De este se derivan sus tareas o competencias básicas: primero, el estudio de la influencia que ejerce el contexto sobre la Palabra, en su significación, y, segundo, la influencia de la Palabra sobre el contexto, en su devenir86.
2.1 La influencia del contexto sobre el texto
En el análisis literario de tipo general o en el ámbito de las Sagradas Escrituras, el trabajo interpretativo nace del texto, sus componentes y su significado. Sin embargo, es claro que su existencia no corresponde a un hecho casual de un determinado autor, sino que hay una serie de elementos por los que es ese texto y no otro, dispuesto de ese modo y no de otro, y que le dan su particular finalidad, los cuales caben bajo el denominativo ya dado de contexto. Así pues, la atención de este apartado se centra en la influencia que este ejerce sobre el texto. Para ello, en un primer momento, se brindarán algunas precisiones conceptuales básicas para luego evidenciar los elementos fundamentales que son determinantes en su configuración.
2.1.1 Texto, co-texto y contexto
El punto de partida y concepto fundamental es el de texto. Este hace referencia a «tejido», por su etimología del latín textus, participio pasado del verbo texere que significa tejer. En este sentido, el texto se define como una red de relaciones lingüísticas, o más técnicamente como una unidad lingüística estructurada y armónica (tejido) en orden a la comunicación87.
Así pues, pese a que, en la práctica común, el texto se refiera a contenidos lingüísticos escritos, más bien, corresponde a comunicaciones escritas y orales, con sus referidas particularidades88. Para el presente artículo, la comprensión de texto estará limitada a la comunicación escrita, ya que el acceso a las fuentes bíblicas solo se alcanza mediante los textos escritos con los que hoy se cuent89; no obstante, se ha de tener presente que sus estadios primigenios fueron tradiciones orales.
Ahora bien, para que un texto sea una unidad estructurada y armónica necesita una «extensión precisa», con «cohesión» y «coherencia»; y, para que sea en orden a la comunicación, requiere una cierta «intención comunicativa» que da el autor a través de una «estrategia narrativa»90.
Por ahora, se precisan sus características esenciales:
Extensión: hace referencia a una porción textual delimitada, gracias a ciertos indicios lingüísticos, de tipo formal o temático, que le constituyen en una estructura comunicativa compleja pero unitaria91.
Cohesión: conexión entre las partes de un texto, evidenciadas por diversos dispositivos de orden lexical y gramatical, que puede incluir indicaciones de tipo morfológico, pero sobretodo, sintáctico92.
Coherencia: está relacionada con «la organización semántica interna, que (…) gira en torno a las propiedades de la continuidad y la jerarquía, diversamente declinadas»93. Si bien es cierto, se soporta en el esquema lexical y gramatical que está a la base de la construcción del texto, va más allá y alcanza «los contenidos de los enunciados que componen el texto, con la articulación y el desarrollo de los motivos que contribuyen a constituir el mensaje unitario o tema»94.
El segundo gran concepto es el de co-texto, acuñado particularmente para hacer referencia al contexto literario de un texto, pues corresponde al conjunto de unidades textuales con las que constituye una unidad superior y se sitúa dentro de la obra literaria95. Corresponde a una categoría de orden sintáctico y se desprende del concepto de texto, que posee una extensión precisa, con lo que se subraya la existencia de unos límites que se relacionan por su continuidad, distinción o contraste, para una mejor comprensión96. Este co- texto se diferencia del contexto comunicativo o situacional97.
Al respecto, el co-texto amplio o co-texto remoto hace referencia a la obra entera o a una parte de esta, con la que por obvias razones el texto de estudio entra en relación; mientras, el co-texto próximo o inmediato corresponde a las unidades textuales cercanas con las que se da un tipo de conexión estrecha y considera diversos elementos formales, sintácticos, semánticos, retóricos y narrativos cuya incidencia en el texto va sopesada cuidadosamente. En el caso de los relatos bíblicos, los criterios narrativos son prioritarios: cambios de lugar, de tiempo, de protagonistas y escenas, ligados a otros indicios de orden sintáctico y retórico- formal98.
En el co-texto, y como particularidad de la práctica exegética pragmalingüística, el camino del lector o pre-comprensión del lector ocupa un lugar preeminente. Con este, se pretende hacer una lectura secuencial minuciosa del libro, haciendo caso al camino diseñado por el autor y al modo cómo lo haría el lector atento y ordenado, con el ánimo de identificar elementos propios del texto de estudio, que desde el principio están presentes, o al menos insinuados, y que podrían generar interrogantes, sentar presupuestos o dar indicios de interpretación99.
El tercer concepto significativo en el campo del análisis pragmalingüístico es el contexto. Este hace alusión a la situación comunicativa o contexto situacional; es decir, al conjunto de condiciones extratextuales donde tiene lugar la constitución del texto y que inciden significativamente100. En este caso, se puede hablar de las situaciones de referencia «dentro de las cuales está llamada a realizarse la cooperación dialógica entre emitente y receptor»101.
En este sentido, ningún fenómeno puede ser estudiado separadamente del contexto al que pertenece. Las palabras conforman un texto sobre un fondo narrativo y cognitivo, que no solo responde a una relación de coherencia entre ellas, también con el mundo, ya que están ligadas a situaciones físicas, psíquicas o literarías, que determinan el sentido con el que han sido allí colocadas102. De este modo, «un mismo texto, relacionado a contextos diferentes, aun permaneciendo invariable en sus componentes sintácticos y semánticos, puede expresar significados bien diversos, sobre la base de las circunstancias de fondo que lo determinan»103.
Se supera, entonces, el concepto de normatividad semántica, como regla predeterminada a la cual debe conformarse para que la comunicación tenga éxito, y serán las competencias pragmáticas las que entren como elemento necesario a tener en cuenta para completar los procesos de codificación/decodificación de un mensaje104. Estas se convierten en base ya que «el conocimiento humano tiene lugar siempre a partir de situaciones globales, o escenas en las que se ubican los objetos y las acciones»105.
Ahora bien, determinar la influencia que el contexto puede tener sobre un texto oral no resulta tan complejo como lo es para un texto escrito, y aún más cuando la distancia de tiempo que separa su constitución con sus lectores es muy amplia e indeterminada, como en el caso de numerosas obras clásicas y los escritos bíblicos106.
Desde dichas circunstancias, la reconstrucción de los contextos puede darse mediante el acceso a fuentes históricas, culturales o literarias externas «próximas»; sin embargo, esta es una vía incierta, para los datos que puedan ser extractados de la fuente más segura que se posee: el texto mismo. Con todo ello, es necesario hacer un cuidadoso estudio textual, que permita identificar el influjo del contexto sobre el texto, ya sea por expresiones indicativas de persona, lugar o tiempo; por ambigüedades en el uso del lenguaje, que empiezan a aclararse cuando se conocen detalles de contextos particulares, en algunas ocasiones, gracias a la confrontación con las fuentes externas antes indicadas; o por ciertos tipos de lenguaje que se puedan evidenciar107.
En síntesis, se trata de elementos presentes como trasfondo, que en ocasiones son vistos sin mayor valoración dentro de la comunicación, pero que hacen posible cambiar el valor semántico de un enunciado y que, en su conjunto, bien podrían denominarse «expresiones contextuales»108. Así, la tarea del intérprete, o del exégeta en el caso particular de los escritos bíblicos, implica configurar los elementos constitutivos y las dinámicas relacionales de la influencia del contexto sobre el evento comunicativo, y, en lo específico, sobre aquella particular forma de comunicación que se realiza en un determinado texto109.
Por último, es necesario presentar una precisión final que es fundamental para el análisis pragmalingüístico, a saber: el texto no solo tiene la capacidad de reenviar a un contexto original posible, también tiene la plasticidad para recibir la influencia de nuevos contextos y ser enriquecido en las intenciones puestas de manifiesto por el autor. Es decir, texto y contexto interactúan continuamente entre sí, de otra manera, se podría decir que el contexto mantiene un peculiar carácter dinámico, permitiendo la continua recontextualización y actualización de un texto y su variedad interpretativa110.
2.1.2 La intención comunicativa: lector modelo y estrategia narrativa
Determinar una serie de elementos que le dan cohesión sintáctica y coherencia semántica al texto, permiten vislumbrar el contexto en el que pudo surgir. Sin embargo, esta búsqueda adquiere sentido cuando se alcanza una mayor y mejor comprensión de la intención comunicativa111 con la que su autor quiso construir su texto y para la que se puso en marcha todo el andamiaje literario que le ha dado vida en el modo como hoy existe112. Y todo este esfuerzo, que vale la pena realizar para obtener un acercamiento, lo más próximo posible, a obras de gran valor cultural y literario, surgidas a lo largo de la historia, adquiere mayor significado cuando se trata de la Escritura, que además de los méritos indicados, desde una lectura creyente va más allá, en cuanto que representa la Palabra viva y eficaz, que ayuda a vivir el presente, a evaluar el pasado y a proyectar el futuro113.
Ahora bien, en la búsqueda de dicha intención comunicativa de un texto, es imprescindible tomar algunos elementos presentes en las composiciones literarias, y cuya relevancia se da gracias a la reciente perspectiva pragmática de las ciencias lingüísticas. Se trata del lector modelo y la estrategia narrativa o textual114.
Respecto al primero, el lector modelo, uno de los autores que contribuyó a su reflexión fue el semiótico italiano Umberto Eco115. Para él, se trataba de «un conjunto de condiciones, (…) establecidas textualmente, que deben satisfacerse para que el contenido potencial de un texto sea comprendido y plenamente actualizado»116. Situado en una perspectiva más amplia y descriptiva, expone en los siguientes términos:
Para organizar su estrategia textual, un autor debe referirse a una serie de competencias (expresión más amplia que «conocimiento de los códigos») capaces de dar contenido a las expresiones que utiliza. Debe suponer que el conjunto de competencias a que se refiere es el mismo al que se refiere su lector. Por consiguiente, deberá prever un lector modelo capaz de cooperar en la actualización textual de la manera prevista por él y de moverse interpretativamente, igual que él se ha movido generativamente. (…) De manera que prever el correspondiente lector modelo no significa solo «esperar» que este exista, sino también mover el texto para construirlo. Un texto no solo se apoya sobre una competencia: también contribuye a producirla117.
En atención al hecho de prever el lector modelo no es solo presuponerlo sino también crearlo, vale la pena indicar que este ejercicio se concretiza en hechos cotidianos de quien escribe, como «escoger la lengua, un patrimonio lexical, un universo enciclopédico, entre otros, esperando así poner los presupuestos estratégicos para que sus potenciales lectores correspondan a lo esperado»118. En otras palabras, el lector modelo, «fundamentado en el texto mismo, sintetiza la descripción del sujeto necesario para comprender el procedimiento y estrategias del autor»119. Por ello, una correcta interpretación del «lector real o empírico» se hace efectiva porque sus competencias se aproximan a las que el autor pensó para sus destinatarios, al momento de componer el texto en una manera particular120.
De esta manera, el lector modelo representa la competencia comunicativa que debe tener el lector empírico para comprender adecuadamente el mensaje, «que ciertamente no tiene que ver tan solo con la competencia lingüística, gramatical y semántica, sino aquella capacidad de interpretar e interactuar con determinado texto, de modo que pueda saber comprender y asumir como interlocutor una determinada posición»121.
Así, una de las principales funciones del lector modelo es ser guía y parámetro de interpretación para el lector empírico, pues «es libre de arriesgar todas las interpretaciones que quiera, pero está obligado a rendirse cuando el texto no aprueba sus riesgos más temerarios. A través del lector modelo un texto pone sus reglas de juego, que un lector empírico puede aceptar o no. No obstante, el éxito (…) se da cuando el lector empírico se ajusta a las reglas de juego, de este juego interpretativo»122. Para ser precisos, se debe decir que el lector se convierte en garante de la verdad del texto puesto que el lector empírico, al confrontarse con él, comprende que no puede hacer con el texto aquello que se le antoje123.
Ahora bien, no obstante en los procesos interpretativos es necesario dedicar un interés particular por el lector modelo inscrito en el texto al momento de su composición, no podemos anclarnos allí, sino que tenemos que ir en búsqueda de los efectos que el texto inspirado produce en los receptores de cada momento124. Por ello, el texto no puede ser considerado como un objeto finito, definido e inmutable, sino en continuo progreso y en continua relación con su lector125. En este sentido, aparece un elemento trascendental a tener en cuenta: la distancia que existe entre la constitución del texto y su lectura, en niveles diversos como el lingüístico, social, cultural, temporal, contextual, entre otros. En otras palabras, no se puede olvidar que por más cercano que parezca, se trata de un texto nacido en un contexto diferente al del lector126.
Frente esta realidad, surge la pregunta: ¿de qué manera el lector actual puede superar la distancia que lo separa de la constitución original del texto y entrar en una eficaz comunicación de este, sin hacer una ciega actualización y apropiación, ni reducir la interpretación a la fría contemplación de un objeto que no le pertenece?127. En términos de Grilli:
¿de qué modo podemos superar la distancia entre nosotros y el texto, sin manipularlo, pero también sin reducirlo a un pedazo de anticuario para contemplar? (…) ¿Cómo podemos nosotros (…) medirnos en una correcta relación con el texto bíblico, de modo que el venir del texto hacia mí y el andar mío hacia el texto (…), sea un camino respetuoso y al mismo tiempo apasionante?128.
En este sentido, Grilli aporta otra función del lector modelo: la actualización del texto, pues pone en diálogo al lector de todos los tiempos con la verdad que reposa en el texto, ofreciéndole una exigencia de traducirla en modalidades concretas de existencia:
De frente a él, que combina en si las cualidades ideales de un lector, el lector empírico es forzado a una relación constante y verdadera, participando de las emociones provocadas por el texto y sobretodo, aprendiendo a acoger el sistema de valores allí contenidos. Los lectores de cada tiempo, de diversa cultura, clase social y sensibilidad, entre otros, son llamados constantemente a interactuar con este lector implícito delineado en el texto y a configurarse según aquellos modelos por él encarnados; no simplemente copiándole, sino repensándole, reinterpretándole. Es del todo evidente que, de este modo, la verdad representada por el lector modelo no se agotará en una única actuación, sino que asumirá modalidades diversas, según las circunstancias o modalidades contenidas, siempre, en la verdad del único lector modelo. De este modo la exégesis bíblica recupera su dimensión hermenéutica y se convierte en fuente de vida para el actuar de los individuos y de las comunidades129.
Ahora bien, si el lector modelo es, en la mente del autor, el parámetro o referente ideal, sobre el que tiene una o varias intenciones precisas al momento de componer el texto; la estrategia narrativa o textual se considera el vehículo de concreción de su «intención comunicativa», conforme a las exigencias, reales o imaginadas, de aquel130.
Se trata de dos elementos ligados intrínsecamente, entre los cuales es posible percibir una relación de doble vía, en cuanto que, para responder a las características o al perfil del lector modelo, el autor construye una determinada estrategia narrativa, y a la vez, es a través de dicha estrategia plasmada en el texto que, no obstante las distancias, se consigue vislumbrar el perfil del lector modelo131.
La estrategia narrativa utilizada por el autor consiste entonces en la manera particular como es configurado todo el conjunto de elementos hasta aquí mencionados, lexicales, gramaticales, retóricos y semánticos del texto, que le dan la cohesión y coherencia propias, en específica relación con el co-texto y el contexto. Ciertamente, no equivale de modo exacto ni exclusivo a la estructura textual o esquema narrativo, aunque ésta sí representa el soporte fundamental de aquella132, cuya columna vertebral es el sistema verbal utilizado por el autor. Por ello, su centralidad resulta indiscutible133 y merece una atención particular.
Sobre el núcleo que constituye el entramado verbal, en el ámbito del análisis pragmalingüístico de la Escritura, la propuesta de Niccacci se presenta como oportuna. Fundada en algunas intuiciones basilares de Harald Weinrich134, sobre los distintos niveles del texto desde tres puntos de vista: la actitud lingüística (narrar / comentar), la perspectiva lingüística (información recuperada / grado cero / información anticipada) y la puesta de relieve (primer plano, fondo)135, ofrece una comprensión amplia y detallada, que aplicada al hebreo resulta compleja, en cuanto que posee un numero considerablemente menor de formas verbales, que las lenguas modernas136. Por lo tanto, sin abandonar los demás aspectos, Niccacci centró su atención en la puesta de relieve, que consiste en la identificación de tres niveles básicos del texto bíblico: primer plano, fondo y discurso directo137.
Este último, el discurso directo, no reviste mayor complejidad y su identificación resulta evidente ya que se trata de las voces directas de los personajes. Pertenece al fondo o al primer plano, de acuerdo con las construcciones verbales que lo introducen138.
Por su parte, el primer plano y el fondo dan relieve al relato, pues lo articulan mediante las formas verbales particulares, que para su mejor comprensión son asociadas a las formas propias del español, gracias a las respectivas equivalencias del griego y hebreo bíblico. Así, se puede afirmar que, en la narración, el «pretérito perfecto simple o pasado simple» (correspondiente en griego al «indicativo aoristo» y en hebreo a la forma «wayyiqtol») es el tiempo del primer plano139, mientras que el «pretérito imperfecto» (correspondiente en griego también al «imperfecto», y en el hebreo a la forma «waw-x-qatal») es el tiempo del fondo140.
Esta configuración esquemática de los tres niveles ayuda a comprender dónde está el peso del relato y da pistas para la valorización que debe darse a cada parte en el proceso de búsqueda del sentido del conjunto y de su intención comunicativa141. Sin embargo, se debe aclarar que no solo se debe identificar la fuerza de cada uno de los niveles, sino la dinámica de transición de un tiempo al otro. Esta dinámica que se presenta en las lenguas latinas modernas también aparece en el griego y el hebreo bíblicos (el movimiento del primer plano al fondo viene marcado en el griego por el paso del aoristo al imperfecto y en el hebreo por la secuencia wayyiqtol / waw-x-qatal, denotando una dependencia lingüístico-textual del segundo frente al primero), ayudando enormemente al intérprete a detectar la estrategia narrativa sugerida en el texto142.
Finalmente se ha de decir que, si bien es cierto la estrategia narrativa expresa la concreción definitiva de la influencia que ejerce el contexto sobre el texto, y por eso aparece al cierre de este apartado, también es igualmente valido indicar que ésta, no solo responde a una serie de condiciones que pudieron influir sobre el texto al momento de su constitución, sino que también viene diseñada en un modo tal que sea capaz de generar algún tipo de efecto sobre los destinatarios y su contexto particular. Efectivamente, sobre el modo como se realiza este último aspecto se tratará en el apartado que viene a continuación.
2.2 La influencia del texto sobre el contexto
Si una de las principales competencias de la pragmática es identificar el contenido proposicional de un texto en tanto es producto de una situación comunicativa específica, la otra tarea consiste en indagar sobre la influencia que el contenido proposicional ejerce en el contexto donde se lee: «la capacidad de un determinado enunciado de modificar el estado de las cosas y la situación del discurso, por ejemplo de influenciar el potencial cognitivo de los interlocutores, de cambiar, reforzar o eliminar determinadas creencias, convicciones, de condicionar sus deseos, su conocimientos o sus acciones»143. Sobre esto versará el presente apartado.
2.2.1 La fuerza pragmática y la teoría de los actos lingüísticos
La fuerza pragmática, que el lenguaje posee por naturaleza y que se consolida como uno de los hallazgos más significativos de la pragmalingüística, se constituye en el punto de partida para la consideración de la influencia del texto sobre el contexto. Esto se sustenta particularmente en los planteamientos de Austin, referidos previamente, con los que pone en evidencia que «todos los enunciados, más allá de contener un significado, cumplen una función de verdaderas y propias acciones, dada la presencia del elemento performativo en todo uso del lenguaje»144.
Así, cada enunciado deja de limitarse a ser tal, para convertirse en un acto lingüístico. Sobre esta intuición, se configura, finalmente, la llamada teoría de los actos lingüísticos, con la que Austin hace notar la presencia de tres sentidos o dimensiones en cada acto lingüístico145:
El acto locutivo: decir algo. Corresponde al hecho de proferir un enunciado y comprender los elementos puramente lingüísticos, gramaticales y lexicales, con su respectivo significado.
El acto ilocutivo: acto que se cumple en el decir algo. Indica la acción que el emitente ejercita sobre el destinatario al momento de proferir un enunciado, su fuerza. Las formas expresivas de este aspecto “ilocutivo” dependen de los verbos y del contexto donde se pronuncien146.
El acto perlocutivo: es el acto que se cumple con el decir algo. Representa los efectos o las consecuencias que las acciones del emitente cumplen sobre el destinatario, aunque no son siempre previsibles147.
2.2.2 Los actos ilocutivos y su clasificación
En los términos descritos, es notorio reconocer que la primera dimensión no añade nada a los estudios lingüísticos tradicionales; más bien, reafirma la solidez de su interés por la parte lexical, gramatical y semántica. Respecto a la tercera, resulta ser un campo amplio y ambiguo, pues medir los efectos reales de los enunciados proferidos es complejo e incierto148. Sin embargo, la novedad de la teoría y su aplicabilidad a la comprensión de los textos bíblicos va más allá de proponer dicha tripleta, su interés está en la segunda dimensión, sobre la que Austin hizo un primer intento de caracterización de los actos de acuerdo con su fuerza ilocutiva149, que solo alcanzó hasta la clasificación de los verbos150.
Así pues, Searle, continuando con el propósito de Austin y enfocado en la fuerza ilocutiva de los actos lingüísticos151, identificó cinco categorías en las que se pueden agrupar para ser fácilmente reconocibles152. En los siguientes párrafos153, además del objetivo ilocutivo o la razón de ser ilocutiva de cada acto, se prestará atención a la dirección de adaptación, es decir, de las palabras al mundo o del mundo a las palabras154.
Los representativos (o asertivos) son aquellos actos lingüísticos cuyo objetivo ilocutivo es comprometer al hablante con la verdad del contenido de la proposición hecha. Por ello, pueden ser sujetos al juicio de verdadero o falso. En esta categoría, los actos representativos son las descripciones, explicaciones, diagnósticos y aseveraciones. En este sentido, la dirección de adaptación de los representativos va de la palabra al mundo155.
Los directivos, cuya razón de ser es hacer hacer (impulsar a realizar). Su contenido describe siempre acciones futuras, en cuanto expresan la voluntad del hablante de inducir a alguno a hacer algo. Se trata de órdenes, solicitudes, consejos, suplicas e invitaciones. La dirección de adaptación va del mundo a la palabra156.
Los comisivos, su objetivo ilocutivo consiste en la recepción de un compromiso por parte del hablante de realizar una cierta acción futura. Corresponde a actos como jurar, prometer y advertir. La dirección de adaptación va del mundo a la palabra157.
Los expresivos, son actos con los que se pretenden expresar los diversos estados psicológicos posibles del hablante, con los que atribuye alguna propiedad a un hablante o a un auditorio. Se trata de actos como agradecer, felicitar, disculparse o pedir excusas. Searle afirmó, en el caso de los expresivos, que la dirección de adaptación puede ser considerada nula o irrelevante158.
Los declarativos, cuyo objetivo ilocutivo, pretenden corresponder el contenido de la proposición expresada con el mundo. Se trata de actos de realización inmediata, ya sea por la fuerza de la palabra, como por las condiciones de autoridad que rodean a quien la profiere. Así, la feliz ejecución de un declarativo tiene como efecto inmediato la correspondencia entre la palabra y el mundo, por lo que tienen una doble dirección de adaptación: sea del mundo a la palabra que de la palabra al mundo159.
Si bien es cierto, la eficacia con la que un texto influye en los destinatarios y su contexto reside en las intenciones de los hablantes, o en los términos antes expuestos, en la fuerza ilocutiva de los actos lingüísticos proferidos, Searle señala también como condición indispensable que tales intenciones vengan reconocidas por los oyentes160. Por supuesto, no se puede olvidar que la fuerza pragmática de un texto no depende exclusivamente de la fuerza comunicativa de cada acto lingüístico, es decir no basta con la realización de un elenco ordenado o clasificación de los actos lingüísticos presentes en un texto, también es preciso identificar la articulación y reciprocidad que se da entre ellos al formar el conjunto161.
Finalmente vale la pena aludir a la tipificación que se hace de los actos lingüísticos, y que resulta significativa para una mejor comprensión del proceso comunicativo que vehicula un texto. Se trata de la distinción entre actos ilocutivos directos e indirectos. Los directos son aquellos en los que el objetivo ilocutivo coincide con una forma lingüística propia prevista (es una orden y está proferida con una forma imperativa: ¡pásame la sal!); los indirectos son aquellos que se efectúan a través de una forma lingüística diversa (es una orden y está proferida a través de una forma interrogativa: ¿puedes pasarme la sal?). La justa compresión dependerá del contexto162.
De este modo, se completa la caracterización básica de los principales elementos que constituyen la fuerza pragmática de un texto, por la que ejerce su influencia en el contexto.
A modo de conclusión
Hacer un recorrido por los antecedentes de la pragmalingüística como ciencia, y sus componentes esenciales que le dan aplicabilidad al análisis de los textos bíblicos, permite poner en evidencia distintos elementos que enriquecen, desde esta perspectiva, el ejercicio hermenéutico al nivel de la exégesis y la teología. A este respecto, y a la hora de hacer una síntesis conclusiva, vale la pena retomar apartes del pensamiento de algunos estudiosos que recogen muy bien lo hecho hasta aquí.
El principio fundamental sobre el que se sostiene la pragmalingüística es simple: “a través del lenguaje no solo describimos las cosas, sino que actuamos; el lenguaje tiene una dimensión accional, por la que cada discurso que hacemos, cada historia que narramos, cada enunciado que proferimos no tiene solo el objetivo de decir cómo están las cosas, de constatar la verdad o la falsedad de las cosas, sino de cumplir aquello que el texto dice, narra o enuncia”163. Será, precisamente, en este sentido que Austin hable de lenguaje performativo o realizativo164.
Pese a que la pragmalingüística sea considerada una disciplina moderna, es importante reconocer que antes de que se concibiera así, «ya se hacía pragmática, (…) pues, todo el que ha reflexionado sobre el lenguaje, ha reflexionado [de alguna manera] sobre su uso y su relación con los intérpretes y contextos»165. Ahora bien, en los procesos sistemáticos de análisis de la Escritura, este hecho le permitirá apropiarse o servirse de ciertos elementos presentes en las diversas aproximaciones metodológicas, sean de índole diacrónico o sincrónico, que históricamente le precedieron; respecto de las cuales, por supuesto, también sabe ofrecer su novedad, al revaluar la interacción con el lector166 y la indiscutible relación del texto con el contexto en la doble dirección de influencia que suficientemente ha sido expuesta: del contexto sobre el texto y del texto sobre el contexto.
Importante destacar que la comprensión del contexto en el que tuvo lugar la configuración del texto, y que pudo influir en él, se constituye no solo en fuente de información y significado, también en presupuesto indispensable y parámetro sólido para su justa actualización y efectiva ejecución del cometido para el cual el autor le dio vida, insertándole determinados elementos, en el modo particular como tuvo a bien hacerlo, y cuya versión más segura es la que hoy se dispone y goza de aceptación generalizada 167.
Siendo sobre esta amplia perspectiva que cobra vigencia la pragmática y que ciertamente va más allá de las competencias de la sintaxis y la semántica, es posible afirmar su carácter de indispensabilidad para la comprensión integral de los textos, y consecuentemente argüir que, «sean malentendidos cotidianos de poco valor o sean grandes equivocaciones hermenéuticas -también sobre el texto bíblico-, suceden propio por carencia de competencia pragmática»168.
Ahora bien, al concluir la presentación del artículo, se puede constatar que en él se ofrece una síntesis muy bien lograda de las raíces y componentes básicos del análisis pragmalingüístico, que permite fundamentar cualquier propuesta de investigación exegética que se realice en este espectro interpretativo. Quedando, por supuesto, cómo línea abierta y necesaria, que bien podría dar lugar a otro trabajo de revisión, un ejercicio de concretización sistemática y ordenada de los marcos teóricos aquí contenidos en lo que sería el itinerario específico a seguirse en la aplicación del método para la profundización de cualquier texto bíblico169.
No porque en su ausencia no puedan darse ejercicios aplicativos, porque de hecho son numerosos (monografías, tesis, artículos, libros o partes de libros), sino porque en el análisis comparativo con todos ellos, afloran con mayor claridad los aspectos verdaderamente esenciales y prácticos que se requieren, se explora toda su riqueza metodológica y se consolida la identidad del proceso. Incluso, haciendo posible una sana discusión sobre sus componentes, y eventuales variantes por circunstancias de orden geográfico, cronológico, cultural o de otra índole.