INTRODUCCIÓN
La epilepsia es una enfermedad neurológica crónica de alta prevalencia, con más de 50 millones de personas afectadas en el mundo, de las cuales aproximadamente el 80 % viven en países en desarrollo1. Se trata de una dolencia no transmisible que la Organización Mundial de la Salud considera una prioridad como problema de salud pública2. La ausencia de control sobre su propio ser, dada por lo impredecible de las crisis epilépticas, hace que la persona sienta con frecuencia vulnerados sus derechos humanos y civiles, sea sometida a cambios radicales en su estilo de vida diario o sea víctima de la estigmatización3. En ese contexto o bajo el prejuicio de que la actividad física o el deporte pueden ser perjudiciales para la persona afectada, se los restringe sin entrar ni siquiera a valorar sus efectos positivos o negativos4. Esta revisión pretende exponer el estado del arte sobre el tema de la epilepsia y la actividad física y el deporte, con el propósito de orientar a los pacientes, familias y personal de la salud implicados en el acompañamiento y tratamiento de las personas con epilepsia (Tabla 1).
¿QUÉ TIPO DE ACTIVDAD FÍSICA REALIZAN LAS PERSONAS CON EPILEPSIA?
Algunos estudios que evalúan la calidad de vida de las personas con epilepsia, sus condiciones de salud y su comportamiento diario con respecto a los hábitos de vida saludable, dan índices sobre la actividad física o deportiva de los afectados. En Ohio, una encuesta encontró que 58,1 % de los pacientes hicieron actividad física en el último mes frente a 76,1 % de las personas sin la enfermedad, y al indagar la misma variable en el último año se encontró un 47,2 % frente a un 35,3 % respectivamente5. En Finlandia, un estudio no demostró diferencias significativas entre las personas con epilepsia y los controles en la frecuencia de la actividad física semanal y mensual; no obstante, llama la atención que 9 % de los afectados reportaron inactividad física frente a 2 % de los controles. El mismo estudio encontró un desempeño en las pruebas de fuerza muscular por debajo de lo esperado en las personas con antecedente de crisis comiciales6. El sedentarismo fue más frecuente de manera estadísticamente significativa entre los afectados (25 %) frente a los controles (13 %) en un trabajo llevado a cabo en Noruega7. En el mismo país se evidenció con diferencias considerables que 42 % de los controles hacían actividad deportiva de manera regular, 43 % la hacían de forma ocasional y 15 % no la hacían casi nunca; los respectivos porcentajes de los pacientes fueron 25 %, 44 % y 31 %. El artículo menciona que algunos pacientes recibieron la instrucción por parte de profesores, instructores y médicos de no tomar parte en actividades deportivas8. En California9 no se encontraron diferencias en los hábitos deportivos entre los dos grupos, y se destacó que el tema de la actividad física no fue abordado en la consulta médica en los últimos 12 meses en el 56,1 % de los encuestados. En el Medio Oeste, Estados Unidos10, la mayoría de los participantes con epilepsia realizaban actividad física tres o menos veces por semana a una baja intensidad, demostrando la necesidad de que el personal de la salud refuerce este hábito de vida saludable. En Brasil, Arida y colaboradores11 demostraron que 49 % de los incorporados al estudio no realizaban actividad física de manera habitual; entre otras justificaciones se enumeran las recomendaciones dadas por familiares, amigos y médicos, el temor y la vergüenza de padecer una crisis epiléptica, la falta de tiempo o motivación, la fatiga y la ausencia de compañía. Hallazgos similares fueron los de un estudio coreano12 que reveló la poca participación en estas actividades debido a factores como la ansiedad, la politerapia y el haber experimentado una crisis durante el ejercicio. En un trabajo poblacional en Canadá13 que comparó el estado de salud y los comportamientos saludables en la comunidad general y en las personas afectadas de diabetes, migraña o epilepsia, se encontró que 60 % de estos últimos eran sedentarios; al hacer el análisis de regresión logística ajustado para edad, sexo, nivel educativo e ingreso económico, se halló que las personas con epilepsia tenían una probabilidad 1,4 veces más alta (OR 1,4; IC95 %: 1,1-1,7) de ser físicamente inactivas que la población general. Según los resultados de la encuesta nacional en salud realizada en Estados Unidos en 201014, los adultos con epilepsia seguían en menor proporción que la población general las guías americanas para la actividad física; de hecho, en la semana previa a la encuesta solo 39,6 % de los pacientes con epilepsia activa habían caminado por al menos 10 minutos frente a 50,8 % de la comunidad general. Wong y Wirrell15 describieron que los adolescentes con epilepsia participaban menos en grupos deportivos, hacían con menor frecuencia actividades físicas y tenían una mayor probabilidad de obesidad y sobrepeso frente a sus hermanos sin la enfermedad. Un estudio poblacional en Nueva Escocia, Canadá16, no logró evidenciar diferencias en la frecuencia de ejercicio físico entre los afectados y la población general; sin embargo, demostró que las personas con la enfermedad participaban menos en deportes como hockey, pesas o actividad física en casa. Un programa que integre la actividad física en las personas con epilepsia activa puede reducir el número de días de incapacidad física, de acuerdo con un estudio llevado a cabo en Arizona17. El 38,4 % de las personas con epilepsia encuestadas en un trabajo tailandés no hacían regularmente actividad física18.
La revisión de los trabajos presentados orienta hacia una tendencia: que las personas con epilepsia realizan menos actividades físicas y deportivas que la población general. Es posible que este hallazgo esté más relacionado con prejuicio, falta de conocimiento, estigmatización, temor y vergüenza, que con una limitación propia de la enfermedad. La disminución de las prácticas deportivas en las personas con epilepsia puede tener repercusiones negativas en el estado de salud física y emocional como, por ejemplo, un mayor riesgo de sobrepeso, obesidad, osteopenia y osteoporosis, enfermedad metabólica, hipertensión, depresión y ansiedad. La situación planteada delimita un espacio para reforzar el deporte y la actividad física como estrategia terapéutica que podría mejorar el estado de salud de las personas afectadas19)(20.
¿QUÉ EFECTOS CLÍNICOS PUEDE TENER LA ACTIVIDAD FÍSICA O EL DEPORTE EN LAS PERSONAS CON EPILEPSIA?
Desde hace varios años se ha documentado que la actividad física y el deporte pueden tener repercusiones positivas en el estado de salud en general o un impacto importante en la calidad de vida de personas con enfermedades crónicas como depresión, artritis, asma, hipertensión o diabetes21)(22)(23)(24)(25. Ha habido al respecto precaución y temor de recomendar actividad física en las personas con epilepsia, probablemente por la suposición de que dicha actividad pudiera desencadenar crisis epilépticas y que la aparición de las mismas pueda generar lesiones físicas. En la revisión de la literatura se han documentado algunos pacientes en quienes la actividad física o el deporte extenuante provocaron crisis epilépticas7)(26. Sin embargo, la misma revisión logra demostrar los efectos benéficos del deporte en la calidad de vida, los aspectos emocionales e incluso en el control de las crisis epilépticas. Un estudio en Brasil27 describió cómo la inactividad física se constituye en un factor de riesgo para el desarrollo de síntomas depresivos y ansiosos en una muestra de pacientes con epilepsia. En adultos con epilepsia estudiados en la Universidad de Alabama28 se demostró que quienes realizaban actividad física regularmente tenían menores niveles de depresión, considerando incluso el efecto de variables como sexo, edad y frecuencia de las crisis. Al analizar con videotelemetría los trazados electroencefalográficos durante el ejercicio en 26 niños con epilepsia en Noruega29, se halló que las descargas paroxísticas disminuyeron en al menos 25 % en 20 pacientes, con diferencias estadísticamente significativas en 16 de ellos. El ejercicio intenso en personas con epilepsia del lóbulo temporal o con epilepsia mioclónica juvenil demostró una reducción en los brotes de actividad paroxística en el trazado electroencefalográfico, ausencia de inducción de convulsiones clínicas por el deporte y unos parámetros de acondicionamiento físico menores que los del grupo control30)(31. En Ohio32 se diseñó un programa de 12 semanas de intervención con actividades deportivas en personas con epilepsia; al finalizar el proyecto se halló que los índices de calidad de vida mejoraron de manera significativa en el grupo de actividad física (p < 0,031) frente al grupo sin intervención (p = 0,943); dichos cambios se vieron reflejados en la mejoría de variables como autoconcepto, vigor y estado emocional. Las personas con epilepsia tienden a ser más sedentarias que la población general, lo cual se podría correlacionar con mayores índices de masa corporal, menor resistencia física, baja autoestima y mayor probabilidad de ansiedad y depresión. Los aspectos emocionales se pueden afectar por el tipo de medicación antiepiléptica utilizada; es así como el ácido valproico, la carbamacepina o la lamotrigina pueden tener efectos psicotrópicos positivos frente a derivados gabaérgicos como el fenobarbital o la pregabalina. Algunos fármacos pueden aumentar el peso como por ejemplo el ácido valproico o el fenobarbital, mientras que otros, como el topiramato y el felbamato, pudieran disminuirlo. Es así como mediante un estilo de vida saludable que incluya la actividad física regular y una selección adecuada del medicamento antiepiléptico, se podría prevenir la aparición de trastornos emocionales y procurar un mejor control de las crisis epilépticas33. También se observó en Corea34 que la implementación de un programa con actividad física regular en niños con epilepsia benigna centrotemporal mejoraba las variables neurocognitivas y comportamentales como atención, velocidad psicomotora, control de impulsos, síntomas internalizantes y la capacidad de resolución de conflictos.
Por lo encontrado en la literatura, parece excepcional que la actividad física sea un factor de riesgo para el incremento de las crisis epilépticas; por el contrario, el ejercicio parece tener efectos psicotrópicos y emocionales positivos, mejora las relaciones sociales y la calidad de vida, perfecciona los hábitos de vida saludable y podría tener un efecto en la aparición de crisis. El hecho demostrado de que la actividad física disminuye las descargas paroxísticas en los trazados electroencefalográficos indicaría que habría una menor posibilidad de desarrollar crisis convulsivas en los pacientes35. Este hallazgo necesita mayor estudio, ya que abriría la posibilidad de que una estrategia sencilla de bajo costo pudiera ser universalmente útil para reforzar el control de las crisis epilépticas junto con las medidas farmacológicas.
¿TIENE LA ACTIVIDAD FÍSICA ALGÚN IMPACTO EN LA APARICIÓN DE CRISIS EPILÉPTICAS?
Varios estudios en modelos animales sometidos a un régimen de actividad física logran demostrar una menor propensión al desarrollo de epilepsia, al ser sometidos posteriormente a lesiones epileptogénicas. El ejercicio logra moldear los procesos neurobiológicos en dichos animales estableciendo una especie de reserva o resistencia neuronal, que evita la aparición de crisis convulsivas; esta situación ocurre en menor proporción en los ejemplares sedentarios36)(37)(38. En diferentes modelos animales con epilepsia ya establecida se logra dilucidar que el ejercicio produce cambios bioquímicos y estructurales en diferentes partes del cerebro, que finalmente se relacionan con una disminución de la frecuencia de las crisis epilépticas. El ejercicio aeróbico y el tónico, como las pesas, ejercen un efecto similar, tanto en los hallazgos neuroanatómicos y bioquímicos, como en la reducción clínica de las crisis en ratas39)(40)(41)(42)(43)(44. Un estudio poblacional en Suecia45 halló que un estado cardiovascular bajo y moderado a los 18 años de edad está relacionado con una mayor probabilidad de aparición de epilepsia en las siguientes décadas; las tasas descritas fueron de 1,79 (IC95 %:1,57-2,03) y 1,36 (IC95 %: 1,27-1,45), respectivamente. Estas cifras se modificaron de manera leve al hacer los ajustes estadísticos con respecto a los antecedentes de riesgo familiares y los antecedentes personales de diabetes, accidente cerebrovascular y trauma encefalocraneano. Los estudios expuestos resaltan cómo la actividad física sirve de mecanismo protector para la instauración de la epilepsia y es útil en la reducción de la frecuencia de las crisis; no obstante, son necesarios más estudios en humanos que logren trasladar dichas observaciones.
¿QUÉ TIPO DE RECOMENDACIONES O RESTRICCIONES DEBE CONSIDERAR LA PERSONA CON EPILEPSIA AL REALIZAR ACTIVIDAD FÍSICA O DEPORTE?
La percepción que tienen los padres y profesores, y hasta los mismos pacientes, es que las actividades físicas se alteran en su participación, intensidad y tipo de deporte por realizar. La limitación ocurre con frecuencia por desconocimiento sobre la enfermedad y se ejerce con la intención de evitar accidentes por las crisis epilépticas, que pudieran acarrear lesiones físicas, psicológicas y algún tipo de señalamiento social, que finalmente repercutirían en la calidad de vida de las personas afectadas46)(47. También se ha demostrado que las actividades de la familia se trasladan por varios meses del exterior o lejos de la casa, al interior del hogar, cuando a los pacientes se les diagnostica la enfermedad; este traslado de las actividades puede conllevar una disminución importante en el ejercicio físico de los afectados y sus cuidadores48. El deporte como factor desencadenante de crisis epilépticas ha sido informado en la literatura en casos excepcionales; sin embargo, algunos estudios describen que el deporte precipitó las crisis en porcentajes variables en la población estudiada como 0,3 % en Dinamarca, 0,7 % en Estados Unidos y 5,9 % en Noruega7)(49. Los datos presentados reflejan la enorme necesidad de educación sobre la epilepsia y su relación con la actividad física, que tienen la comunidad general, los profesores y por supuesto los pacientes y sus familias. Existe entonces un campo de acción para la ilustración que compete a las autoridades sanitarias, a los equipos de salud que tratan a personas con epilepsia y a los médicos tratantes, quienes pudieran orientar o incluso formular la actividad física. No existe una razón académica que justifique la limitación de la actividad física o el deporte en las personas con epilepsia; y al contrario, cada vez es más notoria la información disponible sobre los efectos benéficos que tiene el deporte en esta población. Por supuesto, ha de tenerse precaución con los raros casos de personas que sufren de crisis epilépticas con la actividad física50. Otros factores susceptibles de intervención para lograr una mayor participación en el deporte de los afectados por epilepsia, son la adecuada implementación de instalaciones deportivas en la comunidad, la facilidad y acceso al transporte público y la cualificación de instructores que se motiven en el trabajo con este tipo de pacientes y venzan el temor a la enfermedad(11). El riesgo de las actividades deportivas en cuanto a la posibilidad de lesiones físicas no debe ser una limitación frente a los beneficios obtenidos por el deporte como son: mejor integración social, posibilidad de reducción de las crisis epilépticas, mayor adherencia al tratamiento farmacológico, prevención y mejoría de los síntomas depresivos y ansiosos, prevención de la osteopenia, mejoría en la calidad de vida y en el estado de salud general51)(52.
Se ha discutido el tipo de deporte que deben practicar las personas con epilepsia, poniendo especial énfasis en los que tienen riesgo de colisión y en los deportes extremos. Incluso varios de ellos, como el fútbol americano, que contando con las debidas precauciones se podrían practicar53)(54. La Liga Internacional contra la Epilepsia se ha pronunciado en cuanto a la actividad física en niños haciendo las siguientes observaciones: en deportes acuáticos se debe sopesar su riesgo beneficio; en los deportes de altura como escalada o trepar árboles se anota “que sin importar que el niño tenga epilepsia, el sentido común prevalece”; se deben limitar el ciclismo, patinaje o skateboarding si no hay control de las crisis o si la epilepsia se diagnosticó recientemente; los deportes de resistencia como el trote prolongado, carreras largas en terreno o nieve deben estar sujetos a un entrenamiento físico que determinará si hay o no aparición de crisis; en cuanto a los deportes de contacto, refieren que el trauma encefalocraneano leve tiene poca probabilidad de precipitar una crisis epiléptica, y, finalmente, se deben evitar el buceo y el paracaidismo o similares55. La misma organización emitió en 2016 un informe en el que se dividen los deportes en de riesgo bajo, moderado y alto para las personas con epilepsia. Para recomendar o decidir si se hace determinada actividad, se debe considerar el nivel de riesgo y sopesar además las siguientes variables: tipo de deporte, probabilidad de aparición de crisis epilépticas, tipo y gravedad de las crisis, factores precipitantes de las convulsiones, horario de presentación de las crisis, medidas de protección y la actitud del paciente en cuanto a asumir un determinado riesgo. El artículo llama a la sensatez, moderación y consenso en cada caso particular, en vez de proscribir o autorizar de manera general los diferentes deportes en las personas con epilepsia56. Los deportistas de alto rendimiento con epilepsia deben informar a sus entrenadores y a las diversas comisiones deportivas sobre su tratamiento farmacológico habitual, ya que algunos medicamentos antiepilépticos o su presentación pueden ser considerados como sustancias ilícitas en las competencias deportivas57.
CONCLUSIONES
Las personas con epilepsia tienden a realizar menos actividades físicas o deportivas que la población general. Las causas para ello obedecen fundamentalmente a factores como ignorancia sobre la enfermedad, prejuicio, sobreprotección, temor o vergüenza. Salvo casos ocasionales, no existe sustentación científica que oriente a una limitación del ejercicio en dichas personas. Por el contrario, los estudios de laboratorio y las publicaciones clínicas indican que son enormes los beneficios del deporte en los individuos afectados de epilepsia. Los aspectos positivos trascienden el acondicionamiento físico ejerciendo un efecto protector sobre la aparición de las crisis, ya sea como primera manifestación de la epilepsia o como reducción de las crisis en las personas que ya tienen el diagnóstico. El alivio del estado emocional, las mejores destrezas sociales, la mayor adherencia al tratamiento farmacológico y la prevención de la osteoporosis son ventajas adicionales que redundan en una mejora en la calidad de vida de los pacientes y sus familias. De manera sensata y acorde con las particularidades de cada paciente, se debe prescribir u orientar el tipo de actividad física que se vaya a realizar. La evidencia disponible sitúa la actividad física y el deporte en la categoría de terapia complementaria para las personas con epilepsia, que a un bajo costo, logra grandes beneficios. El llamado es a promover estas herramientas como una indicación habitual en nuestros pacientes, así como a desarrollar estudios clínicos que soporten con mayor contundencia los efectos de los diferentes tipos de actividad física en las diversas poblaciones de pacientes con epilepsia.