Introducción
En el segundo quinquenio de los sesenta se creó en Cuba una de las instituciones revolucionarias más desconocidas y polémicas de toda la historia de la Isla: las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). Se trata de una institución creada en 1965, en lugares aislados y de difícil acceso, en el sur de la entonces provincia de Camagüey, con el objetivo de reformar a aquellos considerados como detentadores de “vicios capitalistas”, es decir, homosexuales, religiosos, sin vínculo estudiantil o laboral, delincuentes y desafectos al sistema sociopolítico en implementación, a través del trabajo agrícola como método correctivo a nivel individual y político-ideológico. Estas Unidades fueron una variante del servicio militar obligatorio, dirigido a estas personas, consideradas “lacras sociales” y, por ende, no capaces de manejar armas. Así, se les destinó a la producción agrícola, sobre todo azucarera; fueron internados en estos campos de trabajo, alejados de asentamientos urbanos o rurales y obligados a cumplir jornadas de trabajo que podían superar las doce horas diarias. También, unas horas al día se les sometía a charlas y grupos de estudio, como parte de la formación ideológica esperada. La información disponible para los investigadores sobre estas Unidades es casi nula.
Ahora bien, en la versión oficial del proceso revolucionario ofrecida por la academia cubana ni siquiera se menciona. Sólo se encuentran alusiones oscuras en las obras de algunos intelectuales y la mención solapada por parte de algunos responsables, generalmente en medios extranjeros. Mientras que en la versión aportada por el exilio cubano, en su mayoría en tierra estadounidense, parece, muchas veces, demasiado sesgada o de carácter testimonial exclusivo1. A esta desinformación se suman las publicaciones producidas en la época de una serie de informaciones casi desconocidas, debido a que estos periódicos y revistas no son de fácil acceso para investigadores y el público en general. Las publicaciones de la época, donde se pueden encontrar informaciones sobre estas Unidades, no son de fácil acceso para investigadores y el público en general, porque, como parte de las políticas de conservación de bibliotecas y archivos, hay que contar con un permiso institucional para acceder a ellos.
Teniendo en cuenta este vacío historiográfico, es el objetivo del presente artículo entender la creación de las UMAP, a partir de una serie de publicaciones periódicas analizadas desde su contexto histórico, dando respuesta a la siguiente inquietud: ¿Qué información existe en la prensa de La Habana sobre formación, organización, funcionamiento y fines de estas Unidades? Con este objetivo se revisaron en la biblioteca del Instituto de Lingüística, en la ciudad de La Habana, los números existentes de publicaciones periódicas como El Mundo, Granma y Verde Olivo desde 1965 hasta 19682. El Mundo fue considerado como el rotativo que inauguró el periodismo moderno en Cuba y uno de los de mayor circulación en el país durante todo el tiempo que estuvo en circulación. Creado por el Partido Nacional Cubano, su primera tirada fue en 1901, mantuvo una cierta independencia de opinión tras el triunfo revolucionario y se integró al periódico Granma, luego de que un incendio destruyera su sede, en 1969. El periódico Granma fue el órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, surgido en 1965 de la fusión de los periódicos Hoy y Revolución, órganos del Partido Socialista Popular y del Movimiento 26 de Julio, respectivamente, como parte del proceso de centralización política de la Revolución. Eran estas las principales publicaciones de la prensa de época. Por su parte, la revista Verde Olivo fue el órgano oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), fundada en 1959, una de las primeras publicaciones creadas tras el triunfo revolucionario por inspiración de Camilo Cienfuegos, Raúl Castro Ruz y, sobre todo, Ernesto “Che” Guevara. En este caso, dado que las UMAP eran una variante del servicio militar obligatorio, el mayor número de noticias sobre estas debía recogerse en sus páginas3.
Como presupuesto teórico se parte de una perspectiva cercana a la concepción marxiana, que considera que cualquier proceso histórico y sociocultural debe entenderse a partir de las exigencias que imponen los múltiples procesos económicos en curso (difíciles de aglutinar en la manida noción de base económica única, por contradictorios y múltiples), pero tratando de alejar cualquier determinismo economicista, teniendo en cuenta que los procesos culturales, económicos y políticos están interrelacionados a niveles no siempre inmediatos, y que cualquier proceso histórico debe ser visto a la luz de una perspectiva pluricausal y compleja4. En el caso del presente artículo, a diferencia de otros autores o líderes políticos que han visto en las UMAP una solución a problemas económicos puntuales de una época o un rasgo de una política casi totalitaria, desdeñando las demás causales y parcializando el hecho, se trata de comprender estas instituciones desde todas esas aristas al unísono, es decir, tanto desde su funcionalidad económica y su contexto histórico como desde sus razones político-ideológicas.
Ahora bien, el análisis documental empleado, como técnica fundamental en esta investigación, es limitado, y aún más en este caso, en el cual la documentación utilizada forma parte de los escritos producidos, difundidos y publicados desde instituciones oficiales, en un país y una época donde no existía una prensa alternativa que proporcionara otras miradas y diversos puntos de vista al historiador. A pesar de esto, aquí se hace un esfuerzo por presentar una serie de hechos y conclusiones lo más objetivos posibles, tomando como núcleos de análisis los siguientes aspectos: por un lado, el origen y la organización de estas Unidades, los objetivos, los tipos de trabajo, las condiciones de infraestructura y los tratamientos a los reclusos, y, por el otro, las causas del silenciamiento al que han sido sometidas estas entidades y la forma en que fueron conocidas a nivel internacional.
La proyección político-cultural del pensamiento revolucionario y el origen de las UMAP
El primer interrogante que presentan estas Unidades es qué o quién les dio origen. Todo parece indicar que unos años antes ya se estaba creando una plataforma programática de estas en los discursos del líder principal del proceso revolucionario. Es en el discurso pronunciado por el comandante Fidel Castro Ruz, entonces primer ministro del Gobierno Revolucionario de Cuba, durante la conmemoración del VI aniversario del asalto al Palacio Presidencial, el 13 de marzo de 1963, donde se encuentran las primeras pistas de las preocupaciones que luego darán lugar a medidas como las Unidades Militares de Ayuda a la Producción. En esta ocasión, Fidel Castro parte de la necesidad de luchar contra el pasado, sus “ideas reaccionarias”, sus “hábitos nefastos” y sus “vicios”. En primer lugar, hace críticas a las nuevas denominaciones religiosas que estaban expandiéndose por los campos cubanos, cuyo origen norteamericano ya las hacía sospechosas de pro-imperialistas. De manera específica, se mencionó a los testigos de Jehová, con su negación a usar armas y a jurar bandera, lo cual resultaba chocante en tiempos de combatividad y nacionalismo tan pronunciados; a su vez cuestionó al Bando Evangélico de Gedeón, con su obligación de respetar el sábado como día del Señor, y a la Iglesia Pentecostal, cuyo Instituto Bíblico era dirigido por un norteamericano5.
Otra de las “herencias del capitalismo” que se mencionan es la delincuencia común, haciendo un llamado drástico a tomar medidas en este sentido. A la par se menciona a los vagos y a aquellos que habían solicitado el permiso para viajar definitivamente a Estados Unidos, pero que, debido a la interrupción del flujo migratorio entre ambos países, se habían visto obligados a permanecer en Cuba. Un apartado especial dentro de este discurso lo ocuparon los jóvenes de 15, 16 y 17 años que ni estudiaban ni trabajaban; pero sobre todo entre ellos, los “pepillos vagos, hijos de burgueses […] con unos pantaloncitos demasiado estrechos” y los de “guitarrita en actitudes elvipreslianas” porque la sociedad socialista no debía permitirse “degeneraciones”:
“¿Jovencitos aspirantes a eso? ¡No! ‘Árbol que creció torcido…’, ya el remedio no es tan fácil. No voy a decir que vayamos a aplicar medidas drásticas contra esos árboles torcidos, pero jovencitos aspirantes, ¡no!
Hay unas cuantas teorías, yo no soy científico, no soy un técnico en esa materia (RISAS), pero sí observé siempre una cosa: que el campo no daba ese subproducto. […]
Pero todos son parientes: el lumpencito, el vago, el elvispresliano, el ‘pitusa’ (RISAS)”6.
En esta locución, aunque se empleen denominaciones abstractas como “eso”, no resulta claro si se hace referencia a la homosexualidad o sólo a una expresión de género diferente a la esperada7; lo cierto es que se considera que un grupo de jóvenes debe ser tratado desde la medicina, pero además que deben llevarse a cabo una serie de medidas preventivas para evitar la difusión de ese “mal ambiguo”, sacando a los posibles aquejados de su medio común. La solución para todos estos problemas mencionados se esboza en varios lugares del discurso y puede resumirse en las siguientes líneas: “[…] consideramos que nuestra agricultura necesita brazos (EXCLAMACIONES DE ¡SÍ!)”8.
De esta manera se comienza a esbozar y delimitar a través del discurso oficial lo que se considera una herencia proveniente de los vicios capitalistas, de la que hay que deshacerse, transformarla, o al menos mantenerla alejada e inofensiva: algunas denominaciones religiosas -Testigos de Jehová, Bando Evangélico de Gedeón e Iglesia Pentecostal-, la delincuencia, los vagos, los desafectos confesos al sistema, los jóvenes sin vínculo estudiantil o laboral y los que pareciesen de género ambiguo. El método más afín al espíritu de la época sería “proletarizarlos”, acercarlos a una nueva conciencia de clase mediante el trabajo, es decir, hacerlos partícipes del proceso revolucionario de fuerza o de grado, en aquella tarea que un país de economía primaria consideraba esencial: la agricultura. Pero en realidad, el fin último, quizás no lo confesó Castro Ruz, era la anulación ejemplarizante, jurídica, moral e individual de personas consideradas sospechosas de “tendencias capitalistas”. De esta manera queda claro que el espíritu represivo que dio origen a estas Unidades ya comenzaba a perfilarse hacia 1963 y continuaría en los próximos años, siendo promocionado bajo el disfraz de las bondades de la educación militar9.
Dos años después, los efectos y las ideas del discurso del 13 de marzo aún circulaban en la prensa oficial, preparando el terreno para que la creación de las Unidades pareciera necesaria e incluso demandada por algunos sectores de la intelectualidad. Al respecto la figura del folclorista y literato Samuel Feijóo resultó destacada en una campaña llevada a cabo contra el sector intelectual. En abril de 1965, en su sección habitual del periódico El Mundo, Samuel Feijóo comienza a publicar una serie de artículos muy significativos que muestran el espíritu de la época, el más directo de los cuales se titula “Revolución y vicios”. En este escrito, Feijóo hace un análisis de los vicios heredados de la sociedad capitalista anterior, considerando ya liquidados el tráfico de estupefacientes, la prostitución y los juegos de azar. Pero cree que aún quedan por eliminar al alcoholismo, el juego de gallos y el “homosexualismo campeante y provocativo”, al que considera uno de los más “nefandos y funestos legados del capitalismo”, y cuyos focos son las ciudades10. En cuanto a esto, afirma: “En una ocasión Fidel nos advirtió que en el campo no se producen homosexuales, que allí no crece ese producto abominable. Cierto. Las condiciones de virilidad del campesinado cubano no lo permiten. Pero en algunas ciudades nuestras aún prolifera. Allí se unen, se apiñan, se protegen, se infiltran […]”11.
Evidentemente se refiere aquí al discurso precitado de Fidel Castro, del 13 de marzo de 1963, donde la referencia al tema es ambigua, pero en la época fue entendida como que hablaba clara y distintamente de la homosexualidad. La solución del “mal”, una vez más, se considera que está fuera de las ciudades, esto es, en el campo. Más allá de la cuestión homofóbica, este artículo muestra una constante de la época: homologar virilidad, trabajo obrero o campesino y Revolución. Lo que no sea “viril” no es revolucionario, parece decir. Y lo revolucionario, por antonomasia, son los campesinos y los obreros; por tanto, la juventud debe estar en contacto directo con ellos y su trabajo. La sinonimia es clara: delincuencia, extracción de clase no proletaria y/o campesina, vicios capitalistas, vida citadina, homosexualidad: todo esto está en la misma línea y del otro lado de la barricada revolucionaria. Son el enemigo. Otra de las ideas importantes es esbozada unas líneas después: tras una estancia de cuatro meses en 1964 en la Unión Soviética, Feijóo refiere que no apreció la existencia del homosexualismo en ese país, y si existe, no “se exhibe”. El socialismo se cree incompatible con la homosexualidad, vicio capitalista y citadino, que en Cuba existe pero que, al decir del escritor de Juan Quinquín en Pueblo Mocho:
“[…] contra él se lucha y se luchará hasta erradicarlo de un país viril, envuelto en una batalla de vida o muerte contra el imperialismo yanqui. Y que este país virilísimo, con su ejército de hombres, no debe ni puede ser expresado por escritores y ‘artistas’ homosexuales o seudohomosexuales. Porque ningún homosexual representa la Revolución, que es asunto de varones, de puño y no de plumas, de coraje y no de temblequeras, de entereza y no de intrigas, de valor creador y no de sorpresas merengosas. Porque la literatura de los homosexuales refleja sus naturalezas epicénicas, al decir de Raúl Roa. Y la literatura revolucionaria verdadera no es ni será jamás escrita por sodomitas […]”12.
Es palpable que Feijóo excluye por completo a los homosexuales de la nueva sociedad en construcción e incluso los considera un alarmante asunto político y social. Sin embargo, la cuestión no es puramente antihomosexual; nótese cómo se habla de pseudohomosexuales, es decir, no interesa la orientación sexual, tanto como ser considerado “merengoso” y, por tanto, un ejemplar de vicios capitalistas por superar. También parece ser un curioso ejemplo de manipulación de los estereotipos patriarcales imperantes: no se puede ser revolucionario si no se es “macho”, pero no eres bien “macho” si estás en contra del proceso. La propuesta que hace al respecto es muy drástica: “No se trata de perseguir homosexuales, sino de destruir sus posiciones, sus procedimientos, su influencia. Higiene social revolucionaria se llama esto. Habrá que erradicárseles de sus puntos clave en el frente del arte y la literatura revolucionaria. Si perdemos por ello un conjunto de danzas, nos quedamos sin el conjunto ‘enfermo’. Si perdemos un exquisito de la literatura, más limpio queda el aire. Así nos sentiremos más sanos mientras creamos nuevos cuadros viriles surgidos de un pueblo valiente. Rompamos el vicioso legado capitalista”13.
El simple hecho de que se le otorgara el nihil obstat a este artículo para su publicación ya resulta elocuente, pero además que pasase sin ninguna respuesta publicada puede ser un indicativo del espíritu represivo de la época. Se habla de “higiene social” con total impunidad y de desterrar de la vida pública a cualquiera que no entre en los cánones revolucionarios, en una de las publicaciones populares más leídas de la época. Esta idea, años más tarde, en 1971, se materializaría en las decisiones tomadas en el I Congreso de Educación y Cultura. En otro de sus artículos, Claque literata, Feijóo regresa sobre uno de sus focos delirantes: las denominadas “claques”, las “piñas” literarias. Esta vez versa sobre su actitud ante el trabajo productivo y la vinculación con los trabajadores del pueblo: “Meterse en una granja a describir las tareas de los trabajadores para darnos los productos de la tierra, los alimentos […] ¡ni por agradecimiento! Además ¿cómo se resiste una vida en granjas, sin rico cine, sin comodidades, sin confort, sin citas raras en bares y cabarets elegantes?. ¡Ay, ay y ay; ‘es imposible’, se dicen algunos, ‘esas son tareas muy duritas, muy duritas’! [...]”14.
A esto se suma que, permeado en la concepción sobre el papel del artista, propia del realismo socialista, Feijóo no pierde la oportunidad de referirse subrepticiamente a la cuestión del contraste entre el trabajo físico y el trabajo intelectual, sospechoso de vicios burgueses -lo que se denominó en la época el “pecado original”: no ser de origen proletario o campesino-, ridiculizándolo y criticándole su refugio en “las nubes de violetitas temblantes del incienso literato”. Su propuesta, en ese caso, sigue siendo radical:
“[…] para dar un verdadero ejemplo de colaboración con los intereses nacionales mayores, sería muy bueno y oportuno que los escritores revolucionarios cubanos integremos, todos, un batallón permanente para ir al campo, en este año de la agricultura, y en cualquier año, a sembrar viandas. La agricultura es el frente principal, vital. Sé que los de vértebras dulces se opondrán, con cualquier pretexto. ¡No quieren o no pueden doblarlas! No obstante, debemos andar de cara al campo, pero con la cara sudada. Laborando en la sagrada tierra patria. De este modo el batallón conocerá el agro y a su esforzado hombre, en el mejor modo de conocerlo, por el trabajo. Y en medio de esos recios y valiosos afanes, pronto se verá cómo ahueca el ala tierna la clueca claque. ¿Quién nos secunda?”15.
Esta posición antiintelectual, espartana y absoluta, que recuerda por momentos el Arbeit macht frei de los campos de concentración nazis, iba preparando la masa crítica de un pueblo aún en transformaciones radicales, nunca vividas con tanta rapidez y profundidad. La postura de Samuel Feijóo es extrema, pero no se trata de un caso aislado; además, como se puede comprobar en el discurso de Fidel Castro Ruz, la génesis y la legitimación de este pensamiento se encuentran en el propio gobierno revolucionario16. El bloqueo estadounidense y la recién superada Crisis de los Misiles (octubre de 1962) hacían que el país mantuviera una política de plaza sitiada permanente. Por tanto, la intransigencia ante cualquier conducta considerada vestigio del pasado capitalista -así fuese el homoerotismo, la religiosidad, la contrarrevolución, la vagancia o la delincuencia- sería estimulada. No se establecían jerarquías entre estos comportamientos: se reprimirían y castigarían con igual intensidad. Se consideraba en estos años que el trabajo productivo en el campo era el mejor método de rehabilitación y el mejor antídoto. Este fue el cometido de las UMAP.
La creación de las Unidades en su contexto político-económico y su caracterización en la prensa
Los primeros años del proceso revolucionario estuvieron marcados por el juego de fuerzas de todas las contradicciones políticas, económicas y sociales devenidas de la ausencia de recursos para conseguir la industrialización del país, la herencia colonialista casi exclusivamente monoexportadora, el efecto del bloqueo estadounidense -tanto para el comercio exterior como para la simple sustitución de piezas de repuesto para la industria- y la escasez de mercado17. Si a todo esto se le suman los propios problemas organizacionales18, de planificación, rebeldía del campesinado, inflación, introducción de la libreta de abastecimiento para racionar los víveres y carencia de estímulos materiales para incentivar la producción, el panorama develaba una complejidad sin precedentes para la aspiración de crear un nuevo orden sociopolítico. En 1965 se declaró abril como “mes del impulso a la V Zafra del Pueblo”, con el objetivo de saludar al 1ro de mayo con cinco millones de toneladas de azúcar, expresándose que “no quedará un solo joven sin brindar su valiosa participación, entregándose de lleno a la tarea, y dentro de ellos ha de ser y tiene que ser los primeros los de la militancia de nuestra gloriosa UJC […]”19. Incluso la música popular instaba a los cortes; el domingo 12 de abril se grabó en el Estudio 6 de la CMQ-Radio, por idea de Fidel Castro Ruz, primer ministro, lo que se denominó el Mozambique de la caña, creado por el fundador de este ritmo, Pello “el Afrokán”. Esta canción dice: “[…] no queda ni el gato/ sin ir a pegar […]” “Bailando mozambique/voy a cortar caña”20. Los principales líderes del Gobierno eran promocionados como ejemplos de esfuerzos ingentes en los cortes21. Participar en la principal producción económica del país era acercarse al recién estrenado concepto de “hombre nuevo”.
La concepción oficial de la educación estaba dirigida “a crear la mentalidad agrícola de nuestro pueblo” desde los niveles primarios, y para esto se debía preparar a los maestros. Además se declaraba de manera abierta la lucha contra el intelectualismo: “Mejor que leer la Historia, es escribir la Historia […]”, dijo el entonces ministro de Educación, José Llanusa, en agosto, al clausurar la II Asamblea Nacional de Organismos Populares de Educación. Pero uno de los puntos principales es la vinculación de la educación integral como formación ideológica de la juventud con el trabajo productivo; al respecto, plantea: “La educación integral tiene que ser un hecho real, en base de la formación ideológica de nuestra juventud. El trabajo productivo, la práctica sistemática del deporte y de la educación física, no para cubrir un horario, sino para formar un hombre físicamente mejor para las tareas de la producción, mejor para las tareas que ha de desarrollar después de su graduación, mejor para las tareas tan importantes como la defensa de nuestra Revolución, tiene que ser una realidad”22.
Esta idea del trabajo como eje de la existencia de la Revolución es ratificada por el entonces presidente de la República y miembro del recién conformado Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, Osvaldo Dorticós Torrado, el 10 de octubre de 1965, en el Salón Teatro de la CTC-R: “[…] en un país en que triunfa una Revolución Socialista, nada hay más importante que el trabajo creador […]”23. Todo esto era reflejo del Plan Perspectivo para la industria azucarera, cuya primera etapa se dedicaba exclusivamente a lograr que en 1970 se produjeran diez millones de toneladas de azúcar24. Se consideraba también conseguir el aprovechamiento en gran escala de los subproductos de la caña. La segunda etapa se dirigía a la concentración de la producción y a la elevación al máximo de la productividad del trabajo, para lo cual resultaban indispensables la modernización y ampliación de los ingenios permanentes, así como la mecanización tanto del cultivo como de la cosecha de la caña25.
“El tiempo muerto ha muerto para siempre”, afirmó Fidel Castro Ruz en un discurso pronunciado en julio, en Santa Clara, en el acto de entrega de diplomas y premios a los cinco mil trabajadores que más se distinguieron en la Zafra. Así presenta las metas (en millones de toneladas) por cumplir en los próximos años: “[…] habrá que hacer esfuerzos duros para lograr 6 ½ en el 1966 y 7 ½ en el 1967. Y después para el 1968 habrá, por lo menos que llegar a 8, y posiblemente pasar de 8 en el 1968”26. Todo orientaba hacia el plan quijotesco de lograr los diez millones de toneladas en 1970, el cual terminó en estruendoso fracaso.
Tal era el espíritu que se respiraba en ese año, denominado de la agricultura: una consagración casi exclusiva al principal renglón económico del país, como medio de supervivencia económica del proceso revolucionario, así como instrumento del fortalecimiento de la preparación ideológica que se hacía enfática sobre la juventud. Todas las manos se consideraron necesarias en este esfuerzo ingente, cuyo propósito final era lograr en 1970 los diez millones de toneladas de azúcar. Cualquier factor disociador debía ser alejado y, dentro de lo posible, reeducado o reutilizado. En un vaticinador discurso dado en agosto, en la ciudad de Cienfuegos, como parte de la construcción del Partido en el Ministerio del Interior, que comenzó por Las Villas, el ministro Ramiro Valdés declaró: “Asimismo unimos nuestras fuerzas en la lucha que toda la sociedad libra contra los elementos, que consciente o inconscientemente, son instrumentos de corrientes exóticas, de posturas negativas frente al trabajo y a las nuevas formas de conductas que se manifiesten por sus equívocas actitudes de desprecio al trabajo, por sus intentos de arrastrar consigo a los débiles y vacilantes”27.
Nótese el estilo beligerante en el que se reitera la idea de la lucha contra las “corrientes exóticas, de posturas negativa” y aquellos que no aportaran a la nueva sociedad con su trabajo, lo que replica de manera general el mismo espíritu de los discursos de Castro Ruz. Evidentemente un esbozo de las Unidades ya estaba bien perfilado entre las más altas autoridades28. Según la prensa de la época, a finales de 1965, durante el mes de noviembre, se discutieron estas ideas y se propuso la creación de las UMAP. Estas eran dirigidas por el comandante Ernesto Casillas, miembro del Comité Central (CC); el segundo jefe era el comandante Reinaldo Mora; el jefe de instrucción fue el comandante José Ramón Silva, también miembro del CC; como jefe de Estado Mayor estuvo el primer capitán José Sandino29; el jefe de la Sección Política fue el primer teniente Walfrido La O Estrada30. La jerarquía y el vínculo político de esta dirección sugieren que estas Unidades no eran una tarea de segundo orden para el proceso revolucionario.
Como afirma Joseph Tahbaz, las UMAP no eran un secreto estatal31: en 1966, en casi cada número de la revista militar Verde Olivo, aparecía un reportaje sobre estas Unidades, con series fotográficas que mostraban macheteros sonrientes portando las banderas que los acreditaban como millonarios, tal como en cualquiera de las fotografías que se imprimían en las publicaciones seriadas de la época, y en las cuales se hace referencia a la reeducación de personas, que antes habían estado desocupadas o eran miembros de las denominaciones religiosas consideradas pro-imperialistas. En el periódico Granma se publicó el jueves 14 de abril de 1966 un artículo de Luis Báez, “Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP)”, donde se explica el sentido oficial que tenían estas unidades militares como una solución a la inquietud de la dirección revolucionaria sobre los jóvenes “desubicados”, que ni estudiaban, ni trabajaban, ni cumplían con el servicio militar obligatorio (SMO)32, considerado como un honroso deber (aún obligatorio para todos los varones cubanos que lleguen a los 18 años). Las UMAP, según Báez, no se concibieron para castigar, sino con un fin educativo:
“Cuestión primordial de la UMAP es educar a todos aquellos jóvenes que escapan propiamente por sus características a todas las demás instituciones educadoras porque ni estudian en una Tecnológica, ni asisten a una Secundaria, una Preuniversitaria, ni pertenecen a una Unidad Militar, y por lo tanto, están fuera de todas las organizaciones donde pueden ser educados; y para que no se pierdan, entonces deben ingresar precisamente, en esta institución”33.
En las UMAP, sometidos a una disciplina militar, con clases de superación e instrucción revolucionaria, preparación combativa y cortesía militar, muchos de estos jóvenes se suponía que podrían comenzar a “abrir sus mentes” y a “sentirse útiles”, a ser partes del gran proceso revolucionario. De esta manera, los que no habían ingresado al SMO por profesar determinadas creencias religiosas (como, por ejemplo, los Testigos de Jehová) podían ser alejados de estas y reubicados. Con este fin -además del aleccionamiento ideológico al que se les sometía, el trabajo, la emulación constante que podía ser premiada y el papel educativo del ejemplo que los jefes de unidad debían dar- se lograría depurar a la juventud considerada “descarriada”34. No siempre la experiencia se supuso feliz: “Cuando comenzaron a llegar los primeros grupos que no eran nada buenos, algunos oficiales no tuvieron la paciencia necesaria ni la experiencia requerida y perdieron los estribos. Por esos motivos fueron sometidos a Consejo de Guerra, en algunos casos se les degradó y en otros se les expulsó de las Fuerzas Armadas”35. Si se observan las medidas aplicadas a estos oficiales se podría dar crédito a historias de fuertes maltratos dentro de las Unidades, pero eso sólo se podría afirmar con seguridad a partir de los testimonios necesarios de los implicados. En estas Unidades, según Báez, se recibían visitas sólo el primer domingo de cada mes y un pase de salida “cada cierto tiempo”, con días extras de estímulo por el trabajo y el buen comportamiento.
Ese mismo día, 14 de abril, aparece en el periódico El Mundo otro artículo explicativo sobre las UMAP, escrito por Gerardo Rodríguez Morejón, titulado “UMAP: forja de ciudadanos útiles a la sociedad”. En este escrito se explica que las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, nombre sugerido por Fidel Castro, según el escrito, son uno de los tres tipos de ejército que se consideraban en Cuba en esos momentos, cuyas otras dos variantes eran el Regular y el Estudiantil o Becario, donde se incluía a los que estudiando seguían el SMO, aumentando en dos o tres años sus estudios. El SMO, se aclara, tiene dos variantes: la militar y la productiva: “En el SMO regular los muchachos se preparan para defender a la Patria con las armas en la mano: en la UMAP la defienden incrementando la producción, particularmente la agraria. En el primer caso pueden desarrollarse futuros cuadros militares; en el segundo se desarrollarán, con toda seguridad, numerosos técnicos e investigadores de la materia”36.
El tiempo reglamentario de las UMAP era como el del SMO: tres años, los cuales, se asegura en el artículo citado, podían ser rebajados a quienes observaran una buena conducta. Tenían también la posibilidad de gozar de quince días de vacaciones adicionales como estímulo por el buen trabajo: “En la UMAP se ingresa por las llamadas al SMO, sus integrantes visten el uniforme del SMO y su disciplina es la del SMO”37. Las razones de la distinción entre estos tipos de servicio militar se ofrecen con toda claridad:
“[…] no todos los jóvenes que se encuentran en edad militar poseen la misma formación social. La inmensa mayoría cuenta con las excelsas virtudes de la juventud; pero unos cuantos -dentro de la población total- absorbieron demasiado profundamente las influencias del capitalismo y su conducta es la de los desclasados […]
¿Qué hacer en este caso? Pues orientarlos hacia la actividad que fue capaz de humanizarnos: el trabajo. Y eso es lo que la UMAP hace: los induce al trabajo creador, a lo productivo, y manos que hasta hace poco estaban ociosas, ahora cumplen dos funciones trascendentales: son útiles a la sociedad y, además, con ello, como mágico ‘boomerang’, desarrollan y forman, humanizan”38.
La actividad productiva, la práctica de deportes, el debate de la prensa y la preparación ideológica se suponía que eran una garantía de que estos jóvenes no volverían a desviarse de “los intereses generales de la sociedad”. El comandante Ernesto Casillas, jefe militar de la provincia de Camagüey, miembro del CC del PCC y, según se reconoce en la prensa, el inspirador fundamental de estas unidades, afirmó: “la mejor forma de ser útil a la sociedad es produciendo”39. También aquí se reitera la existencia de problemas en los inicios de la implementación de estas unidades, de manera mucho más explícita que en el artículo anterior:
“Al principio la situación era tan tirante, que algunos oficiales cometieron el error de perder los estribos. Por ejemplo, se registraron varios casos de tenientes que, exasperados por lo negativo de la conducta de ciertos muchachos, los abofetearon.
Estos oficiales fueron sometidos a Consejo de Guerra y, en muchos casos, sancionados con la separación de las Fuerzas Armadas inclusive.
Se trataba de una transición en la cual no se contaba con ninguna experiencia, ahora, sin embargo, la situación es asombrosamente distinta”40.
Es notable que en varios artículos de la prensa oficial de la época, cuya intención es claramente apologética, se haga alusión a esto. De manera evidente los hechos no debieron ser aislados y, además, de alguna forma ya habían llegado a la opinión pública; por eso los periodistas se apresuran a dar explicaciones sobre sucesos que de otro modo hubieran sido sobreseídos. Según las historias que se susurran, estas pérdidas de estribos fueron mucho más allá de simples bofetadas, pero a partir del material revisado sólo se puede afirmar que el maltrato a personas recluidas en las UMAP -llamadas comúnmente “castigados”- no era desconocido, e incluso se reconocía de manera pública.
A pesar de esto, en el artículo de prensa citado, Gerardo Rodríguez Morejón concluye reafirmando el carácter transformador de las UMAP y sus beneficiosos efectos sobre la personalidad de los futuros forjadores del socialismo. La intención que se reafirma en estos escritos no es la importancia económica de estas Unidades, sino su carácter militar reeducador, esto es, ideológico-represivo. Se cita in extenso a continuación, para que se pueda apreciar el aire general del artículo en su conclusión:
“Entre ellos los había con características de verdaderos lumpens. Otros tenían una formación distorsionada por creencias religiosas que les prohibían saludar la bandera patria y defenderla del enemigo. Muchos de estos últimos, aunque siguen practicando su religión (por ejemplo, no trabajan los sábados y entonces esa tarea la rinden el domingo, que es de descanso general para los demás), ya han expresado su deseo de prepararse para defender a su patria.
El comandante Casillas conversaba con algunos de sus oficiales cuando le escuchamos una frase que bien habla del alcance de esta obra -que es solo una pequeña parte del extraordinario total de la Revolución-: ‘nuestra meta no es de solo 15 días, ni siquiera de 15 años…’
Y es que la proyección de ella se adentra mucho en el futuro, creando la conciencia del hombre nuevo, del hombre comunista”41.
Mucho se ha insistido en las infrahumanas condiciones a las que se era sometido en las UMAP; sin embargo, no se ha hecho el más mínimo esfuerzo por entender esta institución dentro de su contexto histórico concreto -con la excepción de Joseph Tahbaz42-; sin ánimo de apologizar es necesario captar la época. Debe recordarse que eran tiempos de reestructuración, económica y social, que se traducían en un frenético impulso por participar en el proceso productivo que, se suponía, definiría la sostenibilidad a largo plazo del nuevo tipo de sociedad por el que se estaba apostando. En general el estado económico de la Isla, ya bloqueada y aún no en total sintonía con el campo socialista, era caótico. La labor agrícola en Cuba se llevaba a cabo en condiciones misérrimas. De esta manera es posible percatarse de que las condiciones objetivas de las UMAP no eran muy diferentes a unidades de otra índole, no punitivas.
También cursaba la etapa de la VI Zafra del Pueblo, donde la consigna publicada en el Granma era “Por lecho el suelo y por techo el cielo”, y en cada número del periódico se escribe de los tantos macheteros voluntarios que van a dormir en hamacas, barracas de lona, tiendas de campaña y palos cubiertos de cartón. La prensa enfatiza de manera constante que nadie estaba eximido de esta ingente labor: se pueden ver las entrevistas que les fueron realizadas, machete en mano, en pleno cañaveral, al entonces presidente Osvaldo Dorticós, al comandante Juan Almeida, a Celia Sánchez, a Vilma Espín, a Carlos Rafael Rodríguez, a Blas Roca, al comandante Sergio del Valle, al comandante Faure Chomón -entonces ministro de Transporte-, al comandante Machado Ventura -ministro de Salud Pública-, a Basilio Rodríguez -ministro de Trabajo-, a Raúl Roa -ministro de Relaciones Exteriores- y a Orlando Pérez, director del Banco Nacional43. Las dependencias oficiales entraban en receso por las movilizaciones masivas a los cortes44. Pero además era usual que la jornada se prolongara en medio de la noche, con mecheros improvisados45, o bajo condiciones meteorológicas adversas como fuertes lluvias46. También artistas como Nicolás Guillén, Jaime Sarusky o César Portillo de la Luz se daban a la tarea47, por lo que resulta divertido leer como título de un reportaje “La estrella del carnaval de La Habana y sus luceros en los cortes de caña”48. La Estrella de ese año, Cristina Díaz López, afirmó: “Fidel da el ejemplo”49. La convocatoria bajo la gigantesca presión de un espíritu emulativo omnipresente era multitudinaria. Al respecto Tahbaz señala:
“A range of structural changes in the Cuban economy contributed to Cuba’s severe agricultural labor shortage. During the 1960’s, the labor force participation rate actually declined because of the emigration of working-age Cubans, higher school enrollment rates, and liberalized retirement laws. In addition, Cuba was witnessing an internal migration from el interior to urban centers. […] Seasonal unemployment in agriculture had been virtually eliminated by rural migration, guaranteed jobs, and overstaffing in state farms”50.
Por esto, el trabajo voluntario en las faenas agrícolas comienza a adquirir un lugar tan importante dentro del proceso revolucionario, siendo reforzado además por la emulación socialista, instituida el 1 de abril de 196351. Por supuesto, la labor propagandística de la prensa resulta abrumadora al respecto, y la utilización del ejemplo de los máximos dirigentes o de las personalidades culturales más reconocidas se manejó con suma eficacia para legitimar esfuerzos inhumanos de toda la población en función de metas poco accesibles. Un ejemplo de esto son las jornadas en los cortes de la caña, que solían comenzar alrededor de las 5 a. m.; media hora después se partía hacia el cañaveral correspondiente hasta las 11 a. m., para reanudar por la tarde a partir de las 2 p. m. hasta las 5 p. m.52. Sin embargo, había momentos en que la jornada se alargaba aún más: “Si algo hay que destacar en esta nueva Brigada Millonaria -la tercera de Camagüey- es el enorme esfuerzo en horas de trabajo que realizan sus integrantes, muchos están en el campo a las tres y acaban ‘cuando no se ve’, después de las seis. Los que menos hacen o más rápidos son, dedican entre 10 y 11 horas diariamente al corte, aprovechando las madrugadas para ‘encarrilar las tongas y dejárselas bien preparadas a la alzadora’”53.
Precisamente en ese año es cuando empieza en Camagüey un plan experimental del Ministerio de Educación, “La Escuela al Campo”, como una manera forzada por las circunstancias de aunar en la práctica el principio de unidad del trabajo y el estudio54. Sus jornadas de labor tampoco eran muy diferentes: “El horario contemplado por el plan es como sigue: de 6 a 10 am, trabajo productivo; de 12:30 am a 3:30 am, estudio y nuevamente de 4 a 6 pm, trabajo productivo”55. Este Plan estaba destinado a los niveles educacionales secundarios y preuniversitarios, es decir, a estudiantes desde los 12 hasta los 18 años, y aún se mantiene, con algunas adaptaciones.
En este maremágnum de trabajo, donde lo primordial era lograr la productividad del principal renglón económico del país, la agricultura, es donde se insertan los inicios de las UMAP. Sin embargo, aunque objetivamente no hay grandes diferencias en este sentido, no se debe pasar por alto, para comprender mejor la cuestión que ocupa en este caso, el aspecto subjetivo: los recluidos sabían que eran llevados a las UMAP -contra su voluntad- por no ser “políticamente correctos”, y por eso, incluso aunque el objetivo no fuese punitivo -que lo era-, se vivía como tal. Su libertad además era restringida, y moverse desde los campamentos, como se ha visto en los artículos citados, ocurría rara vez. Esta es la mayor diferencia que existe y la fuente principal de todos los agravios que estas personas sufrieron, en su mayoría no acostumbradas a estos trabajos arduos, ni a una disciplina férrea, además de los maltratos a los que arbitrariamente podían ser sometidos. Como apunta Tahbaz: “Clearly, the experiences of UMAP internees resist broad generalizations and cannot conform to a single, concentration -camp narrative”56. No obstante esta investigación, no se cuenta en la actualidad con dato alguno que permita demostrar la eficiencia de la productividad de estas Unidades como totalidad, por lo que se puede presuponer que en realidad su función era más represiva que productiva.
La divulgación de las UMAP a nivel internacional
Pero no fue así como conoció este hecho la opinión universal. El 9 de noviembre de 1966, Paul Kidd, un reportero canadiense que había recorrido Cuba durante doce días desde finales de agosto y principios de septiembre, publicó un artículo en Deseret News (Salt Lake City, Utah) que dio a conocer a la palestra internacional la existencia de las UMAP, escrito cuyo título ya muestra la intención sensacionalista del autor: “Castro’s Cuba: Police Repression is Mounting”. Desde una perspectiva que buscaba indiscriminadamente encontrar en Cuba una réplica exacta de la triste historia vivida bajo el estalinismo, Paul Kidd se aventura a exponer datos cuyas fuentes nunca declara: “Nearly 200 forced labor camps are hidden among the tall, lush sugar fields of central Cuba. Inside, behind barbed wire fences, an estimated 30 000 Cubans live under armed guard”57.
Kidd, esperando una represión más fuerte, se asombra de poder recorrer la Isla, de visitar los campos y de poder fotografiarlos. No se conoce la fuente de la cifra de personas que vivieron en las UMAP ofrecida por el periodista (cifra que, por cierto, nunca se ha hecho pública). La descripción “uncensored” que hace de estos, donde se trabajan sesenta horas semanales con un salario de siete pesos al mes -el convencional para los soldados del SMO-, se revela tendenciosa en la conclusión parcial: “The Cuban population has now been carried to the brink of a Stalin-type era of persecution./Indeed, Interior (Police) Minister Ramiro Valdés is whisperingly alluded to as ‘a Latin Beria’, a reference to the former hated Soviet secret police chief./ The forced labor camps are an example of the instruments which Valdes and his henchmen favor for keeping the Cuban population in totalitarian line”58.
El artículo se hace menos serio cuando finalmente Kidd se aventura a hacer juicios cuantitativos sobre el apoyo de la población cubana al proceso revolucionario:
“Not every Cuban is against the regime. Indeed, probably 30 percent of the population, who have gained from the changes which Communist has brought, favor it. That, at any rate, was the highest estimate conceded by neutral foreign observers in Havana […]
Today, from conversation with countless Cubans of all occupations and ages, there seems little doubt that the vast majority of the country’s 7 000 000 citizens detest the system”59.
Ante unas conclusiones de tanto peso, extraídas con tal ligereza, es difícil dar crédito al autor, como si fuese veraz saber por la opinión de “countless” -nótese la palabra empleada- ciudadanos la adhesión o no a los principios revolucionarios. Sin embargo, fue la opinión de este “neutral foreign observer”, la que dio a conocer internacionalmente la existencia de las UMAP desde una perspectiva al parecer sesgada. Sin duda, por demás, esta opinión era la esperada por la crítica internacional. Además, el acercamiento cada vez más pronunciado de Cuba a la Unión Soviética -que aún no había podido limpiar su imagen de gulags y otros aportes estalinistas- hacía más creíble tales afirmaciones, anticomunistas de fondo, a pesar de que en esos años las relaciones con el bloque soviético eran bastante contradictorias. A partir de 1968, esas unidades fueron cerradas por razones desconocidas y nunca más fueron mencionadas en los escritos oficiales. La decisión cubana de mantener el silencio sobre el asunto hasta hoy ha posibilitado una verdadera explosión de versiones, logrando además que muchos cubanos conozcan de ese fenómeno histórico por fuentes extranjeras o por anécdotas susurradas por sus mayores. Por eso resulta imprescindible sacar a la luz, con toda la justicia posible y en la voz de sus propios protagonistas, este proceso del cual la historia cubana seguramente no se enorgullece.
Por último, es importante señalar que la extinción de estas Unidades no significó el cese de las ideas que les dieron origen: al contrario, a partir de la década de los setenta, en realidad esta intención reguladora extrema se intensificó desde el campo cultural con el I Congreso de Educación y Cultura (en 1971), donde se inauguró lo que algunos intelectuales denominan el “quinquenio gris”, con la censura absoluta de cualquier acto creativo o comportamiento considerado como no adecuado. Durante años, la sanción social contra religiosos de cualquier denominación, homosexuales -o que se presumiera que lo fuesen- y personas con familia en el extranjero o con intenciones de emigrar se mantuvo, e iba desde la prohibición de acceder a la educación universitaria hasta ocupar determinados puestos de trabajo o cumplir ciertas funciones60. Incluso se puede ver la influencia de estas ideas en el ámbito jurídico, especialmente en el Código Penal aún vigente, donde se encuentra el denominado “estado peligroso”, es decir: “la especial proclividad en que se halla una persona para cometer delitos, demostrada por la conducta que observa en contradicción manifiesta con las normas de la moral socialista”61. Esta figura penal abre el espacio para las medidas de seguridad predelictivas, las cuales aún pueden ser “reeducativas” -con el ulterior “internamiento en un establecimiento especializado de trabajo o en una escuela taller”62-; sólo cambiaron los métodos o se sutilizaron en algunos casos, pero el espíritu permaneció intacto: razón de más para estudiar la historia de la mayor de las Antillas, desnudándola de sus tantos disfraces ideológicos y explorando sobre todo lo que no se cuenta.
Conclusiones
En este artículo se muestra a las UMAP como una institución creada básicamente para reformar posibles desviaciones sociales, a través del trabajo agrícola, y para aislar a todos los portadores de “tendencias” enemigas. Pero en el caso de que no se lograse su rehabilitación se habrían utilizado esos recursos humanos en función de la imperiosa necesidad de manos para trabajar en la agricultura, cuya mano de obra estaba diezmada, fruto de las migraciones internas que ocurrieron durante esos años, así como de los planes de elevar el nivel educacional de los campesinos, dejando los campos carentes de fuerza de trabajo. Su objetivo fue entonces, económico, represivo e ideológico al unísono.
También se estudiaron las condiciones de trabajo dentro de estas Unidades, según se refleja en los escritos periodísticos de esos años, que no eran muy diferentes de las imperantes entre el resto de los trabajadores o estudiantes becarios. Sin embargo, que las personas estuvieran recluidas en ellas por ser rechazadas de manera explícita por el proceso político, las estigmatizaba, lacerándolas subjetivamente en muchos casos; a los que pueden sumarse casos de arbitrariedades, que fueron reconocidas y señaladas en la prensa oficial de la época. Así las cosas, las dimensiones concretas de estas Unidades sólo pueden ser aclaradas a partir de los testimonios de los sobrevivientes. La dificultad de encontrar estos testimonios y la negativa oficial tácita de tratar este asunto hacen arduo este tipo de estudio. No obstante, se espera con este artículo divulgar una parte silenciada del proceso histórico cubano postrevolucionario y ofrecer un antecedente a futuros proyectos investigativos.
Por último, se puede afirmar que las UMAP fueron la coagulación de las concepciones de la época sobre el papel del trabajo en la conformación del hombre revolucionario y de la nueva sociedad, llevadas a su límite extremo, por cuanto cumplieron una labor punitiva totalizadora, como parte del aparato tanto ideológico como represivo del Estado revolucionario, y sus efectos en la sociedad cubana aún están por dilucidar. Queda mucho por estudiar sobre este tema, tan silenciado por la oficialidad cubana.