Quizá por sus dimensiones dantescas, el problema de la migración a menudo se aborda como un fenómeno abstracto o masivo, que responde a presiones del lugar de origen y a fuerzas que atraen desde el lugar de destino. Pero la migración es un fenómeno humano que genera desafíos enormes a nivel de navegación no solo de distancias geográficas y la incertidumbre de viajes largos, sino de adaptación e intermediación cultural. En sus lugares de destino, los migrantes deben superar barreras lingüísticas y navegar nuevos sistemas legales y entornos institucionales. Este dossier busca reenfocar la mirada en la experiencia misma de la migración como proceso, resaltando el rol de aquellas personas y la importancia de aquellos lugares que marcaban el tránsito o que guiaban la manera como las personas se desenvolvían en sus nuevos entornos. Queremos ofrecer una mirada renovada a estos procesos, enfocándonos en los espacios concretos y en las personas que facilitaron o pusieron barreras a esos procesos de transición, y poner en evidencia el papel concreto de personas que sirvieron de interfaz a los migrantes con su nuevo entorno social y sus instituciones, lo que arroja nuevas luces sobre los matices de esos procesos abstractos. Vista así, la migración no es una ‘ola’ masiva e indiferenciada, sino una suma de experiencias individuales y familiares, que, si bien puede alcanzar a grandes números de personas, sigue siendo conformada por diversas experiencias humanas, temporales o permanentes: viajar con intención de conquistar o reprimir, huir de la guerra o la represión política, buscar nuevas oportunidades de negocio, entrar en el exilio, retornar a un lugar de origen o migrar a nuevo país, o incluso moverse contra su propia voluntad mediante deportaciones u otras formas de desplazamiento forzado. En todas sus manifestaciones, la migración se mantiene como un fenómeno plural, complejo y heterogéneo.
En el dossier hemos querido ofrecer una mirada amplia, de larga duración, mostrando cómo los lugares de tránsito y las figuras intermedias tomaban matices y formas propias en distintos lugares y periodos. Al hacer esto, buscamos ampliar las visiones y los sentidos tradicionales de la migración, usualmente identificada como el movimiento de poblaciones entre diferentes Estados-nación. De hecho, tomamos algunas de sus direcciones de forma tan natural que en muchos círculos hoy en día la migración evoca las rutas de Latinoamérica hacia Estados Unidos. Enfocarnos solo en esas migraciones pasa por alto movimientos de personas más tempranos o en otras direcciones, que no tienen nada que ver con la frontera México-Estados Unidos1. Mientras escribimos esa introducción, la migración más grande en las Américas surge de Venezuela, donde 1 de cada 10 venezolanos se ha ido del país -algunos por avión hacia Miami, pero la mayoría en autobús, en coche o a pie hacia Colombia, Brasil o Perú, entre otros-.
El dossier reconoce que nuestro presente ha sido caracterizado por flujos migratorios de larga duración y busca establecer un diálogo entre los flujos desde el siglo xvi hasta el xx, a través de las barreras historiográficas. La expansión europea en torno al océano Atlántico de los siglos xv y xvi resultó en grandes movimientos poblacionales y en encuentros y desencuentros culturales, traducciones y errores de traducción -incluso en la distorsión intencional de la traducción, una posibilidad que plantea Mark Lentz- sin precedentes2. La misma conquista era un proyecto de traducción masivo y de larga duración que implicó el movimiento de personas, objetos, animales e instituciones a una escala global. Es imposible pensar en la temprana época moderna sin considerar estos desplazamientos globales y la manera como redefinieron las relaciones sociales y culturales tanto en el Nuevo Mundo como en el Viejo. Los movimientos que desató esta expansión fueron múltiples, y en todas las direcciones. Varios trabajos recientes, por ejemplo, han examinado los viajes de indígenas de las Américas a Europa3. Los viajes, relocalizaciones y desplazamientos configuraron la experiencia histórica tanto de quienes permanecieron en América como de quienes viajaron. Muchos grupos indígenas tuvieron que enfrentar sistemas legales trasplantados, que se derivaban de otras experiencias históricas, y que se esparcieron a lo largo de las Américas en unas geografías irregulares de ciudades, villas, cabeceras, pueblos de indios, misiones y presidios, en el caso del Imperio español4. Estas tipologías espaciales se establecieron sobre unas geografías indígenas y, en muchos casos, se definieron con base en la configuración espacial prehispánica -como en el caso de Ciudad de México, que se estableció sobre la mítica Tenochtitlán5-.
Para los indígenas, acceder a las nuevas instituciones (como las cortes imperiales y sus sistemas de justicia) implicaba flujos y desplazamientos espaciales: transitar por caminos, llegar a ciudades, lidiar con traductores, intérpretes, protectores, fiscales y muchas otras figuras intermedias. En su contribución a este dossier, Yanna Yannakakis examina precisamente la política del desplazamiento y el control de los caminos, a través de una microhistoria de una sección del Camino Real que conectaba la sierra norte de Oaxaca con los centros urbanos en el siglo xviii. Muestra así que en torno a la seguridad del camino se estaban dirimiendo asuntos profundos relacionados con la soberanía y la semiautonomía de los indígenas bajo el Imperio español.
Desde muy temprano, traductores, caciques, protectores, escribanos, visitadores e, incluso, frailes y encomenderos se vieron enfrentados en distintos momentos a una brecha cultural que debía ser subsanada por intermediarios culturales. De alguna forma, estos personajes sentaron las bases para la instalación de los imperios ibéricos en el continente. En sus trabajos anteriores, Yannakakis ha argumentado que era precisamente la acción de estos intermediarios, atrapada en una eterna contradicción, la que permitía al Imperio español funcionar -y, también, la que se vio en aprietos en los momentos de crisis en que se resquebrajaba el orden social-6. Los procesos de intermediación cultural derivaron en prácticas innovadoras y en materiales únicos. Estos intermediarios debían ser doblemente etnógrafos: personas que estudiaban minuciosamente tanto a los españoles como a los indígenas. Su trabajo derivó en una producción intelectual creativa y en materiales únicos que forjaban puentes entre tradiciones distintas7. Mark Lentz investiga en este dossier esas redes de intermediarios culturales ocupados en tareas de traducción lingüística en la península de Yucatán durante el siglo xvii. Aquí los intérpretes indígenas buscaban mediar en las relaciones entre frailes y autoridades imperiales y los mayas que habían huido al interior del continente con miras a evadir las instituciones imperiales, así como con los grupos que permanecían autónomos.
Algunas formas de mediación de migraciones con rasgos coloniales se mantuvieron relevantes en épocas posteriores. Incluso después de la independencia de la mayoría de países latinoamericanos en el siglo xix, los mediadores culturales siguieron siendo claves en el proceso de explotación laboral e integración en mercados transnacionales como economías de exportación, desatando migraciones internas que luego se convirtieron en migraciones transnacionales. Se puede mencionar, por ejemplo, la economía del café facilitada por mediadores q’eqchi’s (los llamados principales) que trabajaban para migrantes alemanes que llegaron a Alta Verapaz (Guatemala) para cultivar grandes fincas de café. Con el tiempo, muchos alemanes aprendieron q’eqchi’, pero el papel de los principales mediando entre alemanes y campesinos y aprovechando patrones locales de trabajo forzado y reciprocidad comunitaria desató una producción masiva que en 1920 llevó a que Guatemala reportara el 20 % del café del mercado mundial8.
Personas de todos los rangos sociales migraban. Como señala José Moya, si bien durante el periodo colonial (1492 a 1820) migraron 3 millones de europeos a las Américas (sur y norte), de 1820 a 1930 migraron 55 millones más9. Entre ellos la familia Stiebel, Schloss, Koppel y Kopp analizada en el artículo de Enrique Martínez Ruiz, quien indica que los nodos de migración no eran sencillamente Europa-Latinoamérica, sino una trayectoria compleja entre Frankfurt, Londres, Manchester y Bogotá, vía Kingston y Cartagena. En este periodo también las migraciones entre países latinoamericanos se incrementaron, y los consulados y otras instituciones específicas intervinieron en las responsabilidades de los migrantes en sus lugares de destino. Kyle Harvey muestra en este dossier que los trabajadores chilenos en Argentina acudieron al consulado chileno para librarse del servicio militar, a tal punto de que incluso ciudadanos argentinos se hacían pasar por chilenos para buscar la protección del consulado.
El dossier también busca descentrar los estudios de la migración de los casos más conocidos, como la historia de los migrantes alemanes, españoles o italianos, para enfocarse en comunidades que no han sido tan estudiadas, en este caso los judíos askenazíes, para ver nuevas comunidades transatlánticas en esa época. Escribiendo sobre un periodo justo después, principios del siglo xx, Ariel Svarch retoma el siempre vigente problema de la traducción, en este caso la traducción literaria de autores judíos al español en la revista Judaica (1933-1946), como parte de la estrategia de consolidar la identidad judeo-argentina ante las élites literarias y políticas del país.
En el siglo xx continúan flujos migratorios importantes motivados por una serie de razones distintas, pero con frecuencia por cuestiones de violencia o búsqueda de trabajo, muy a menudo en circunstancias coercitivas o de explotación. El programa ‘Bracero’ que desató la gran migración de mexicanos a Estados Unidos fue facilitado en los años 1940 por enganchadores que llegaban a pueblos mexicanos en búsqueda de mano de obra barata10. Mediadores en forma de emprendedores privados facilitaron las deportaciones masivas, que apenas empezamos a analizar también como grandes migraciones de trabajadores braceros e indocumentados mexicanos durante Operation Wetback (1954)11. Las migraciones internas e internacionales en búsqueda de trabajo eran una característica común de muchas áreas latinoamericanas, y los patrones, relaciones y redes que establecieron a menudo formaron la base para migraciones posteriores de carácter distinto. Por ejemplo, cuando se detonó la violencia de los conflictos armados en Centroamérica en los setenta y ochenta, muchos salvadoreños huyeron a Estados Unidos, en particular a California, donde ya había comunidades asentadas trabajando, mientras que -como declara el artículo de Catherine Nolan-Ferrell- huyeron guatemaltecos más cerca, a áreas en México donde ya sus paisanos habían trabajado el cultivo de café hace más de un siglo.
Desde mediados del siglo xx, la Guerra Fría y sus batallas en las Américas significó para muchas personas y familias en ellas grandes movimientos forzados. Junto con los números más conocidos, de personas desaparecidas o muertas durante los conflictos armados, algunas comisiones de verdad de países como Argentina (Nunca Más) y Chile (Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación) no dan cifras para la gente que tuvo que salir huyendo de sus países -la de Chile menciona entre las violaciones a derechos humanos el ‘exilio forzado’-. Fira Chmiel sugiere que las experiencias de migración de los mismos exiliados empezaron en los ‘lugares de tránsito’ -los aeropuertos, los carros, las casas de otros-, que eran una especie de umbral a la nueva vida. Mediante el análisis de entrevistas con personas que salieron de Argentina y Uruguay exiliados durante las guerras sucias, Chmiel recupera la dimensión espacial en la construcción de la memoria familiar e histórica. En Centroamérica, la guerra civil en El Salvador (1980-1992) desplazó a más del 20 % de la población, internamente, a Estados Unidos y a otros países, incluyendo campos de refugiados en Honduras, Costa Rica y Panamá. La Comisión para el Esclarecimiento Histórico menciona cifras: un millón de personas huyendo dentro y fuera de Guatemala durante su conflicto armado interno (1960-1996), la mayoría a Chiapas (México). Pero los datos de la gente que tenía que huir no transmiten las experiencias ni las formas de migrar, huir o regresar a casa -ni mencionan a los intermediarios que facilitaron esos grandes movimientos de personas-. Catherine Nolan-Ferrell nos ayuda a entender mejor la migración a Chiapas, contando las relaciones de solidaridad y a veces competencia o resentimiento entre campesinos mexicanos y los refugiados guatemaltecos que llegaban ‘pidiendo posada’ a sus nuevos vecinos, pero no necesariamente solicitando estatus de exiliado oficial de los representantes del Estado de México. Analizar estos lugares de tránsito y las redes de intermediarios, como los campesinos mexicanos, nos permite comprender estas migraciones forzadas desde otra perspectiva, y desde una escala más cercana a la experiencia humana.
Los artículos de este dossier nos ayudan a pensar la migración desde otra escala de análisis -no solo en términos de las grandes oleadas migratorias ni desde un nivel puramente individual o familiar-. Por el contrario, nos permiten llegar a una escala intermedia que conecta los procesos sociales más amplios con las experiencias individuales. Migrar es un momento de gran vulnerabilidad frente a estructuras de poder. Esto es cierto tanto para los desplazamientos de indígenas, africanos y europeos bajo los imperios globales de la temprana modernidad como para los Estados nacionales de los siglos xx y xxi. Migrar implica cambiar de lugar, recrear redes sociales y establecer nuevas comunidades, para todos los involucrados -desde los más humildes campesinos hasta las familias con acceso a un alto nivel de recursos económicos, sociales o culturales-. Esa vulnerabilidad que trae la migración puede llevar al migrante a ser víctima de estafa, violencia, o, también, a abrir posibilidades para valerse de una esperada o inesperada red de contactos familiares o de la solidaridad de desconocidos. Usualmente los asociamos con la explotación y el abuso de los migrantes. Pero este dossier muestra que pueden tomar muchas formas y jugar un papel ambiguo, incluso en algunos casos contribuyendo a que los migrantes se acoplen a la sociedad e instituciones de su destino. Enfocarnos en los intermediarios nos permite ver que en muchos casos la migración significa un proceso largo, que empieza mucho antes del movimiento del propio cuerpo del migrante -ligar con enganchadores o coyotes, contactar un consulado, pedir nuevos socios de negocio, contratar o coaccionar intérpretes- y puede terminar mucho después de que llegue el migrante -con actos de traducción en búsqueda de asimilación o aprobación de una nueva sociedad o comunidad-. Migrar implica buscar esas nuevas redes, a veces sencillamente para tener de comer, reproducir la vida o afirmar sentidos de identidad; en otras ocasiones, para conquistar tierra o establecer nuevos negocios. Estudiar la migración bajo esta óptica muestra que no es solo asunto del individuo o la familia, sino que involucra un amplio repertorio de intermediarios, situados en lugares concretos, que dan forma a las distintas maneras de migrar.