Introducción
El 22 y 23 de febrero de 1848 tuvo lugar en París un levantamiento popular que es conocido como la Revolución Francesa de 1848. El principal objetivo de aquel movimiento fue proclamar el sistema republicano, para lo cual, los revolucionarios tenían que derrocar a la Monarquía de Julio, encarnada en Luis Felipe I, objetivo que lograron rápidamente, estableciendo un gobierno provisional presidido por el poeta Alphonse de Lamartine. Este gobierno «reivindicó un principio clave de gobernanza republicana a través de la implementación del sufragio universal» masculino, inaugurando la que se conoce como la Segunda República Francesa. El gobierno provisional se compuso de diversas fuerzas políticas que iban desde los republicanos moderados, como Lamartine, hasta los socialistas encabezados por Alexandre Auguste Ledru-Rollin y Louis Blanc1.
Desde febrero hasta mayo de 1848, Lamartine alcanzó el mayor protagonismo en el escenario político francés; sin embargo, tras las elecciones a la Asamblea Nacional del 23 de abril, las fuerzas moderadas y republicanas perdieron fuerza, pues los grandes triunfadores fueron las fuerzas monarquistas y conservadoras, las que se encargaron de apartar políticamente a los socialistas radicales. Por su parte, Lamartine asumió una posición moderada, es decir, intentó mantenerse cercano a los monarquistas y conservadores, así como a los socialistas. Aquella ambivalencia no cayó bien en los conservadores, por lo tanto, la figura política de Lamartine empezó a desgastarse, abriendo fisuras entre moderados y conservadores, esa situación terminó beneficiando a Luis Napoleón Bonaparte, quien triunfó en las elecciones presidenciales de noviembre de 18482.
Con el triunfo electoral de abril, los conservadores en la Asamblea Nacional se apuraron a desmontar los «Talleres Nacionales»3. Ese desmantelamiento desembocó en el levantamiento obrero de junio de 1848, que tuvo lugar entre el 23 y el 26 de ese mes. Alrededor de 40.000 hombres y mujeres tomaron las armas en París como reacción al cierre de los Talleres. Este hecho dejó un saldo de 4.000 muertos y 15.000 insurgentes arrestados. El enfrentamiento terminó con el sueño de los liberales moderados, como Lamartine, que pretendieron establecer una república fundada en los principios de fraternidad y concordia4.
Este acontecimiento político llamó la atención de los escritores públicos neogranadinos, quienes se interesaron fundamentalmente en el aparato intelectual que inspiró aquella revolución, porque vieron en él una ratificación de la justeza de los ideales republicanos,5. El objeto de estudio de este texto son las posturas de los publicistas colombianos ligados a los partidos Conservador y Liberal, durante la segunda mitad del siglo XIX, frente la Revolución Francesa de 1848. Este artículo pretende explorar una vía de análisis, distinta al recuento de actores e influencias intelectuales, para de esa manera aportar en la comprensión del rol desempeñado por los partidos políticos en la configuración de la cultura política del siglo XIX. Así se espera mostrar cómo las distintas lecturas de un acontecimiento extranjero contribuyeron a la definición de dos grandes actores políticos, en este caso dos grupos de publicistas, conservadores y liberales, porque fueron los dos únicos grupos que mantuvieron una actividad política constante a lo largo del periodo de estudio, que permiten identificar las variaciones interpretativas sobre este acontecimiento francés.
Si bien en este artículo se estudian casos concretos de publicistas para mostrar su posición frente a la Revolución Francesa de 1848, lo que busca es mostrar cómo un actor político colectivo, en este caso los publicistas o escritures públicos vinculados a los partidos políticos, leyeron un acontecimiento político extranjero para de algún modo definir su posición e identidad política en el escenario nacional. Además, es preciso resaltar que cada uno de estos publicistas desarrollaron fuertes vínculos políticos, que impide estudiarlos como sujetos individuales o aislados. En este aspecto es esclarecedora la premisa de François Xavier-Guerra: «La Comprensión plena del individuo pasa por aquí por un conocimiento del grupo al que pertenece y en el seno del cual actúa»6.
Este artículo se compone de tres partes. El primer apartado expone distintas lecturas de la prensa liberal y conservadora de 1848 sobre la Revolución Francesa de aquel año, debido a que, desde ese año la prensa neogranadina se constituyó en un elemento estructurador de la política nacional, de ahí que sea imperioso tenerla en cuenta a la hora de intentar comprender las actuaciones y actitudes políticas de los integrantes de los partidos políticos. La segunda parte, expande su límite temporal a toda la segunda mitad del siglo XIX, para explorar cómo se leyó el acontecimiento revolucionario desde el Partido Conservador. El tercer acápite, enfoca su atención en los publicistas liberales para mostrar las distintas percepciones sobre la actuaciones políticas e intelectuales de los franceses, posturas que se fueron modificando a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX.
La Revolución de 1848 en la prensa Neogranadina
El acontecimiento revolucionario europeo de 1848, la Revolución Francesa, fue la que mayor trascendencia intelectual tuvo en muchos países de Occidente. Las ideas de los hombres que tomaron parte en aquel evento circularon ampliamente en Hispanoamérica, mediante traducciones de diversos textos; a la vez que suscitaron un sinnúmero de discusiones en la opinión pública neogranadina, renovando así aquel vínculo intelectual con Francia que había surgido con la Revolución Neogranadina, relación que ha recibido una atención más bien superficial por parte de la historiografía colombiana. Aunque se debe destacar con especial atención el trabajo de Frederic Martínez, El Nacionalismo Cosmopolita, en el que se estudió con mucha atención los esfuerzos retóricos de los neogranadinos de mediados del siglo XIX para consolidar legitimidades políticas, en ese trabajo además se resaltó, con gran fuerza, la aversión de los neogranadinos a imitar modelos políticos extranjeros7. A pesar de este destacado trabajo, en general, la historiografía colombiana ha tomado otra vía de análisis para este tipo de actitudes intelectuales; por ejemplo, Jaime Jaramillo Uribe, desde un enfoque difusionista destacó la influencia francesa en la política local de mediados del siglo XIX, pero terminó menospreciando el desarrollo de un pensamiento local, limitándose a sugerir que uno de los resultados de aquella influencia fue el incremento de los periódicos, a la vez que dejó de lado las circunstancias nacionales en medio de las cuales fueron apropiadas aquellas ideas8. Eduardo Posada Carbó desde el mismo enfoque metodológico explicó las reformas de mediados de siglo, asumiéndolas como un eco de las revoluciones europeas de 18489. Desde otra perspectiva, Robert Gilmore afirmó que desde 1842 se percibió en la Nueva Granada una reactualización del interés por el pensamiento francés, distanciándose así del enfoque que ve a la revolución de 1848 como precursora de la simpatía por el pensamiento francés. De este modo, muestra un vínculo intelectual más profundo, sin por ello dejar de sobrevalorar el peso de las doctrinas francesas en la escena política neogranadina10. Por su parte, Pierre-Luc Abramson estudió superficialmente las figuras intelectuales de Manuel María Madiedo y José María Samper, buscando, a través de ellas, una explicación de las reformas liberales adelantadas por el gobierno de José Hilario López (1849-1852), debido a esa superficialidad, sus conclusiones son insustanciales, debido al desconocimiento del contexto en el que tuvieron lugar las intervenciones de Madiedo y Samper11.
Un déficit común de los trabajos señalados es la falta de un estudio sistemático de las fuentes, que los condujo a una visión parcial del fenómeno y, en muchos casos, a hacer derivar las reformas liberales de mediados del siglo XIX del acontecer político francés. De esta manera, pasaban por alto que la atención a las ideas políticas de aquel país, que se remonta al menos a finales del siglo XVIII, y sobre todo a los inicios de la república12. El interés por la literatura, específicamente, se había incrementado considerablemente a comienzos de la década de 1840, y ejemplo de ello fue la difusión de Los misterios de París, de Eugène Sue, que había circulado mucho antes, como se ve en un anuncio del Correo de Ultramar de 184413. En ese año también fue publicitada la venta de Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo, e igualmente en 1846 comenzó a ser publicado El judío errante, de Eugène Sue14. A través de esas novelas, los neogranadinos no solo buscaron acercarse al escenario intelectual francés, sino también hacerse una idea de París, una ciudad que los cautivaba por su frenetismo intelectual y político; precisamente aquellas obras literarias muestran retratos de distintos escenarios sociales de la ciudad.
En la prensa de 1848, lo primero que se observa en la actitud de los publicistas neogranadinos es la rapidez con la que le dieron un significado a la revolución francesa de ese año para su combate en nombre de sus partidos, que justamente en 1848 y 1849 comenzaban a erigirse en organizaciones modernas. Una muestra de este seguimiento pormenorizado es la cantidad de artículos publicados, como se puede apreciar en algunos periódicos. Entre mayo y diciembre de 1848, El Siglo, por ejemplo, publicó un total de 17 artículos, La Gaceta Mercantil 23, El Día 41, mientras que El Neo-Granadino le dedicó 1215. Entre aquellos artículos se destacaron las traducciones, las cuales pretendieron mejorar el entendimiento de las ideas de los franceses, en un intento por universalizar la discusión política en el escenario nacional, es decir, la traducción no solo tuvo un interés intelectual, este también fue político16. En aquel escenario, el publicista liberal Manuel Murillo Toro, tradujo y publicó obras en folletos, como El inválido o, caracteres de la revolución francesa, y para garantizar su venta ofreció descuentos a los suscriptores de su periódico, La Gaceta Mercantil de Santa Marta.17 Los publicistas, interesados en comprender hasta los más pequeños detalles del ideario que reactualizaba intelectualmente al régimen democrático en Europa, vieron en la traducción una oportunidad para familiarizarse con esas obras y lograr una mejor comprensión del pensamiento de sus autores18.
Ese interés por lo sucedido en Francia provocó manifestaciones de regocijo, que no se limitaron a la publicación de artículos en la prensa. Así lo corroboran distintas alusiones al respecto, iniciando con la anécdota relatada por el liberal, Salvador Camacho Roldán, en la que muestra el júbilo del conservador, Mariano Ospina Rodríguez, quien al enterarse de lo acontecido en Francia quiso hacer sonar las campanas de la catedral de Bogotá19 Ese entusiasmo se manifestó también en la prensa, porque las primeras reacciones sobre el acontecimiento revolucionario francés de febrero de 1848 fueron efusivas. En La Gaceta Mercantil de Santa Marta se afirmó que «la noticia de la revolución francesa ha sido recibida en esta ciudad como el acontecimiento más fausto para la consolidación de nuestro sistema político»20. El Nacional de Bogotá, lo calificó de «tan inesperado, tan estupendo»21. Por lo sucedido en Francia, en La América periódico bogotano de 1848 fue denominado como «el periodo más interesante de la historia, así como el más favorable a la causa de la humanidad entera»22. En el periódico bogotano El Aviso, se afirmó que «la revolución francesa ha venido a dar más energía, más exaltación a las opiniones democráticas que dominaban generalmente en la Nueva Granada»23. Otros no fueron tan entusiastas. Por ejemplo, en La Época de Bogotá sus publicistas fueron cautelosos, aunque lo acontecido en Francia los ilusionó, el recuerdo de 1793, cuando sucumbió la primera experiencia republicana francesa, hizo que tomaran la noticia con precaución, pues «de malograrse el ensayo de una República en Francia» se podría producir «el retroceso de las instituciones democráticas sucumbiendo ante la coalición monárquica»24.
Aquel entusiasmo se materializó en la atención que se dio a diversas temáticas en la prensa, entre las que se destaca el ideal de hombre público en la democracia, las ideas socialistas, así como las maneras de materializar la igualdad entre los ciudadanos. Otro asunto atendido en estos primeros meses fueron los debates de la Asamblea Nacional Francesa, en los cuales, los publicistas hallaron discusiones de gran riqueza en el ámbito de la ciencia constitucional, que los indujo a debatir sobre la conveniencia de emprender reformas constitucionales en el país25. Con la publicación de los discursos pronunciados en aquella cámara no solo pretendieron difundir los avances políticos franceses, sino avivar la opinión pública local. En ese momento en la Nueva Granada los publicistas empezaban a plantear la urgencia de emprender una serie de reformas políticas como: la abolición de la esclavitud, el sufragio universal masculino o la libertad de pensamiento a través de la prensa, por eso lo que sucedía en Francia cautivó su atención, pues, de alguna manera, los acontecimientos del país europeo contribuían a que las ideas de los neogranadinos se revistieran de un aura universal. Esa inquietud político-intelectual se manifestó en un incremento notable en la publicación de periódicos26.
Los publicistas neogranadinos no se interesaron solamente por las ideas políticas, sino que también sintieron la necesidad de conocer a quienes las producían. En estas pesquisas encontraron a Alphonse de Lamartine, quien como ningún otro escritor francés fue traducido y sus textos ampliamente difundidos en la prensa de la Nueva Granada, y quien fue visto como el prototipo ideal de hombre público, que encarnaba las cualidades necesarias para intervenir en la política de manera virtuosa, además fue considerado como un republicano convencido, que podía mediar con los socialistas sin sucumbir a sus pretensiones. Poseía, además, el don de la escritura, muy apreciada por los neogranadinos, quienes creían que un hombre carente de esta gracia estaba impedido para desempeñarse en la política. En medio de la coyuntura electoral que vivía el país, este fue justamente uno de los distintivos que reclamaron unos publicistas a los candidatos a la presidencia. En este sentido, algunos hombres públicos aplaudieron la actitud de Florentino González, de quien dijeron que «publica sus ideas, las desenvuelve y las reduce a la práctica cuando está en posición de hacerlo»27. Esto era necesario en medio del surgimiento de los partidos políticos, pues era imperioso caracterizar al ideal de hombre público, que encarnara los valores republicanos en esta nueva etapa de la experiencia democrática.
Resumiendo, los periódicos neogranadinos estudiaron a la Revolución Francesa de 1848 ávidamente, con una particularidad, y es que la entendieron como una reafirmación del ideal democrático, lo que, desde sus perspectivas fortalecería al régimen democrático en Hispanoamérica. Pero siempre, bajo la premisa de no copiar servilmente los planteamientos políticos franceses y más bien, resaltar el carácter original del proceso político local. La prensa indudablemente animó el interés por los acontecimientos y el pensamiento franceses, y así alentó las ilusiones neogranadinas por la república, demostrando que las ideas siempre son recreadas en contextos particulares, siendo todo menos herméticas, sino más bien evaluadas y reactualizadas por muy variados sujetos históricos28.
El repudio conservador de la importación socialista
En la segunda mitad del siglo XIX la intelectualidad conservadora analizó asiduamente la revolución de 1848 y el pensamiento político francés. Fruto de aquel análisis surgieron interpretaciones que tuvieron una particularidad, cual fue la de impugnar el supuesto vínculo intelectual entre los liberales neogranadinos y el socialismo francés. Aquella actitud intelectual tuvo tres momentos.
En el primero (1849-1851), los publicistas conservadores equipararon el pensamiento socialista francés a la anarquía y la violencia, definiendo al socialismo como una amenaza al régimen democrático. Además, descalificaron a los liberales por ser supuestos propagadores de aquel ideario político. Es así como el periódico conservador La Civilización intentó establecer una similitud entre El Aviso -periódico liberal-y los socialistas franceses, argumentando que las ideas expuestas en aquel periódico coincidían con la noción sobre el parlamento profesada por los socialistas, quienes anhelaban eliminar ese escenario de deliberación29. Los conservadores también publicaron folletos denunciando la propagación de las ideas del socialista francés Pierre-Joseph Proudhon por el mundo. Así lo hizo Juan Francisco Ortiz, quien en 1849 criticó la difusión de aquellas ideas en América, considerándolas un obstáculo para el afianzamiento de la libertad. Para Ortiz, lo más reprochable de aquel pensamiento eran las nociones niveladoras, contrarias desde su perspectiva al ideal republicano30.
Los integrantes de la Sociedad Filotémica31 coincidieron en criticar la propagación de las ideas socialistas de origen francés. José Castellanos, socio de esta asociación, exhortó en 1850 a «contener a los discípulos de Proudhon y Luis Blanc», pues estos encaminaban sus esfuerzos a la «destrucción de la sociedad» 32. Los «discípulos» a los que aludía este orador eran los miembros de la Escuela Republicana33, asociación que apoyaba al gobierno de José Hilario López, y quienes supuestamente reconocía en Blanc y Proudhon a sus referentes intelectuales34. Una interpretación similar fue publicada en 1851 por El Día -periódico conservador-, donde calificaron a El Neo-Granadino -periódico liberal- de ser la tribuna propagadora de las doctrinas socialistas de Proudhon. Para El Día, el socialismo encarnaba la oposición a los principios religiosos, la moral y la civilización, es decir, para los publicistas de este periódico el socialismo era una doctrina degenerada, que por añadidura estaba siendo propagada a través de medios estatales, como La Gaceta Oficial35.
En un segundo momento (1852-1863), la intelectualidad conservadora reafirmó su repudio al supuesto vínculo intelectual entre los liberales y el socialismo francés. A partir de ahí, los conservadores cristalizaron una interpretación homogénea de la Revolución Francesa de 1848 y del socialismo francés, que perduró a lo largo de la segunda mitad del siglo.
Para difundir su concepción, los conservadores se valieron de la traducción y publicación de folletos extranjeros, como el del francés Charles Mazade, El socialismo en la América del Sur de 1852. En esta disertación sobre la situación política en la Nueva Granada y Chile, Mazade reprochó la proliferación de ideas socialistas, considerándolas socialmente como una enfermedad y filosóficamente como «el producto de una civilización extrema y corrompida»36, porque las consideraba como una nefasta repercusión del ideal socialista francés. También denunció que esas ideas se habían estado materializando con el respaldo de la administración López, de quien dijo es «socialista, pero sin comprenderlo», y quien en realidad era «el instrumento de los clubs de Bogotá», aludiendo a la Escuela Republicana. Finalmente, Mazade resaltó el rol de la prensa en la divulgación de las ideas políticas, encontrando similitudes con la francesa, pues predominaba, según él, «la discusión candente, la polémica furibunda, las personalidades más cínicas e injuriosas», contrastándola con la prensa chilena y peruana, que se enfocaban en difundir temas económicos. De acuerdo con el publicita francés, los neogranadinos no solo habían copiado las ideas socialistas, sino que habían imitado el modelo francés de prensa política37.
Además, los conservadores creían que las sociedades democráticas estaban difundiendo el ideal socialista en las capas populares. Así, en el folleto «Juicio europeo sobre la administración del 7 de marzo y el partido que se denomina liberal», de 1852, publicado originalmente en el Anuario de ambos mundos en París, y posteriormente traducido y publicado como folleto en Bogotá, fueron criticadas las reformas de la administración López, ese sentimiento de repulsión se debía a que estos publicistas creían que el gobierno neogranadino ponía en peligro la estabilidad política de la nación. Ciertos planteamientos de este texto coinciden con los expresados por Mazade, pues describe al presidente neogranadino como «un antiguo soldado de la independencia de limitada capacidad» para las actividades políticas. Adicionalmente, este opúsculo denunció que el gobierno a través de las sociedades democráticas -definidas como «clubs [que] se han extendido sobre toda la superficie del país (...) al estilo de las antiguas sociedades de los jacobinos de Francia»-, habían estado promulgando las premisas «anti-sociales» y «anti-religiosas» de los socialistas38. En este momento surgió en los conservadores un interés por las clases populares que no culminó con estas denuncias, sino que llevó a la consolidación de las llamadas sociedades populares, que habían sido impulsadas desde 1849 con dos objetivos: hacerles frente a las sociedades democráticas, de origen liberal, y conquistar una base popular para el Partido Conservador. Aquella denuncia de la supuesta influencia socialista en las sociedades democráticas se extendió hasta después del levantamiento de 1854 encabezado por José María Melo, pues en 1855 un conservador caucano sostuvo que las sociedades democráticas se habían convertido en propagadoras del socialismo, donde se «pronunciaban los discursos más subversivos y sanguinarios que aconsejaban el pillaje y la matanza»39.
Además de la traducción, los conservadores publicaron ensayos propios con el mismo objetivo: impugnar las ideas socialistas. Con esta intención un conservador bajo el seudónimo Beta y Omega, respondió a un ensayo del político liberal Manuel Ancízar aparecido originalmente en Chile en 185240. En su folleto Anarquía y Rojismo en Nueva Granada, Beta y Omega cuestionó tanto el conocimiento de Ancízar acerca de la historia de la república neogranadina como su perspectiva negativa del pasado nacional, pues según el conservador, Ancízar buscaba menospreciar la historia nacional para, de ese modo, enaltecer la obra de la administración López, y mostrarla ante el mundo como la inauguradora del proyecto democrático. Además, el publicista conservador sugirió que Ancízar tuvo serios problemas para entender la diferencia entre monarquía y república, pues en su folleto vituperó el semi-monarquismo de la constitución de 1843 para, a renglón seguido, elogiar el vigoroso republicanismo de la misma carta constitucional, por lo que calificó el folleto de Ancízar como un compendio de «vana palabrería» en «defensa del anarquismo y el rojismo». Asimismo, criticó su labor en el extranjero, pues Ancízar había sido enviado a Ecuador y Chile a cumplir labores diplomáticas con recursos de la república, pero en su lugar, según denunció el conservador, Ancízar supuestamente se había dedicado «a difundir las doctrinas de López, de Obando, de Murillo y demás discípulos de Proudhon»41.
A finales de la década de 1850, ya se había consolidado entre los conservadores la crítica a la supuesta subordinación liberal a las ideas francesas, como lo evidencia Manuel María Madiedo en un planteamiento ponderado, que fue inusual en los conservadores. En 1859 este publicista postuló que el vínculo intelectual de la Nueva Granada con Francia se remontaba a la Revolución Neogranadina. Relación que había sido reactualizada por los miembros del gabinete de López, de los cuales Madiedo dijo que fueron avezados lectores de los pensadores socialistas franceses y pretendieron poner en práctica dichos postulados, como lo demostrarían las reformas realizadas por esta administración. Para Madiedo, las ideas francesas tenían la cualidad de repercutir en el desarrollo político del resto del mundo, no hallándose la Nueva Granada exenta de este fenómeno, más aún cuando a mediados de siglo se reactualizó el interés por el pensamiento francés. Aunque el publicista cartagenero admiró aquel pensamiento por considerarlo original y capaz de hacer una ruptura con el Antiguo Régimen, fue enfático en resaltar la necesidad de consolidar un pensamiento político original42.
Para el tercer momento (1882-1892), los conservadores entendieron los sucesos de mediados de siglo como el renacimiento del liberalismo neogranadino, pero también como una renovación perjudicial para sí mismo, pues careció de un soporte intelectual propio. Es así como publicistas del proyecto regenerador descalificaron la fascinación que creían ver en el liberalismo local por el socialismo francés. Pero ¿por qué casi treinta años después de los sucesos que inauguraron esta discusión, seguían teniendo resonancia? Una respuesta puede encontrarse en la intención de los regeneradores, como Rafael Núñez, por romper con su propio pasado liberal, que quizá consideró utópico. En 1882, Núñez caracterizó el liberalismo de 1848 y 1849 como un «producto indirecto» de los acontecimientos franceses de 184843. Este análisis del liberalismo y de su vínculo con el pensamiento francés fue uno de los asuntos que más impacientó al cartagenero en la década de 1880, fruto de ello fueron varios artículos sobre esa cuestión44. Para un Núñez embarcado en el proyecto regenerador, estudiar el proceso político de mediados del siglo XIX, en el cual había participado, fue una necesidad para consolidar intelectualmente su nuevo proyecto político, pues de esta manera lograba impugnar y desligarse resueltamente de la obra de sus ahora contendores políticos, los liberales radicales. En 1883, Núñez reconoció que el Partido Liberal había resurgido en 1849 con un programa inspirado en los socialistas franceses, reactualizando así el interés por el pensamiento francés, el cual se remontaba a la Revolución Neogranadina. Según Núñez el renacimiento del Partido Liberal con un programa de aquel tipo, había sido consecuencia de la admiración de los jóvenes liberales por el pensamiento utopista, que se transformó en el punto de partida de la división de los liberales entre gólgotas y draconianos, que a fin de cuentas había sido una pugna generacional, entre, por un lado, unos jóvenes dominados por la ilusión de «hacer de Colombia -entonces Nueva Granada- una sociedad política modelo», y por otro, una generación mayor a la que la experiencia política la hacía incrédula ante el idealismo juvenil45.
El reconocido intelectual y político conservador, Miguel Antonio Caro, también analizó el liberalismo de mediados de siglo, y en 1890 concluyó que la «manía» de imitar los proyectos políticos europeos en las repúblicas hispanoamericanas había tenido catastróficas consecuencias a mediados del siglo XIX, pues había degenerado en anarquía. Añadió que en la administración López, las sociedades democráticas habían sido espacios desestabilizadores del orden social, como consecuencia de la reproducción del prototipo francés. A Caro le resultó importante denunciar las consecuencias de la «imitación del modelo francés», pero también resaltó que este tipo de prácticas liberales había frustrado el desarrollo de un pensamiento político nacional46.
En una perspectiva semejante a la de Caro, los hermanos Cuervo, Ángel y Rufino, denunciaron en 1892 la excesiva atención de la prensa a los sucesos franceses de 1848, tanto así, que varias de las disposiciones del gobierno revolucionario francés habrían sido asumidas en el escenario nacional, generando desajustes entre la realidad política y social del país y sus disposiciones legales47. Para los hermanos Cuervo, el liberalismo de mediados de siglo había legislado para un país ideal, inexistente en la realidad. Su planteamiento fue la continuidad de lo postulado por los conservadores desde mediados de siglo, quienes de esta forma expresaron un rechazo de la admiración liberal por el pensamiento extranjero, actitud que vieron como la causa central de la incompatibilidad de las reformas liberales con el carácter de la sociedad colombiana. Los conservadores, le dieron notable importancia al pensamiento socialista francés para impugnar doctrinariamente a sus adversarios, actitud que fue disciplinadamente aceptada y practicada durante la segunda mitad del siglo XIX.
Del entusiasmo al recelo: el viraje liberal
El entusiasmo liberal por la Revolución Francesa de 1848, a la que los editores del periódico liberal El Censor de Medellín, calificaron como «una revolución majestuosa y sublime»48 rápidamente se disipó, salvo una que otra excepción; sin embargo, entre 1849 y 1851 el pensamiento socialista francés suscitó discusiones en los círculos liberales, en las cuales se vieron tanto posiciones entusiastas respecto de aquel ideario, como actitudes incrédulas que tomaron distancia de aquellas ideas, quizás previendo su esterilidad. Por ejemplo, el joven liberal e integrante de la Escuela Republicana, Jacobo Sánchez, reconoció, en 1851, que pensadores como Proudhon y Blanc constituían referentes para su partido, pero aceptó que la aplicación de aquellas doctrinas en la Nueva Granada era inconcebible, pues no respondían a sus necesidades sociales, aunque aceptaba que los socialistas eran quienes estudiaban «asiduamente las causas de los males que la humanidad padece, para aplicarle los remedios específicos»49. Más escéptico se mostró en 1851 el también liberal Leopoldo Arias, pues le veía a la nación europea un «tristísimo porvenir», por lo cual concluía que el socialismo no dejaría de ser una quimera50. Aunque este escepticismo ante las ideas francesas no aminoró los deseos de los jóvenes liberales por materializar algunos ideales democráticos, como la libertad de imprenta, el sufragio universal y la abolición de la esclavitud, sí puede verse como el punto en el que la juventud liberal neogranadina empezó a avizorar la necesidad de emprender un programa político original.
Aunque la admiración y posterior desencanto por las ideas francesas fue una característica de los jóvenes liberales, el veterano liberal Ezequiel Rojas, en 1851 escribió interesantes reflexiones sobre la política francesa en donde afirmó que Francia era una «república sin republicanos».
Además, denunció el rol de los partidos políticos franceses, a los que describió como organizaciones que tenían intereses ajenos al de establecer la república democrática en aquel país. Esa situación motivó a Rojas a exhortar a su partido para que reafirmara su compromiso con el proyecto de establecer el «sistema representativo realmente y no en apariencia» en la Nueva Granada51. En este momento, los liberales neogranadinos en general estuvieron muy pendientes del desarrollo de la política francesa, pues, aunque habían visto el acontecimiento de febrero de 1848 con el mayor entusiasmo, la llegada de los monarquistas al poder, en las elecciones de abril, empezó a provocar recelo por lo que sucedía en Europa.
En un segundo momento (1853-1863) el liberalismo desarrolló dos concepciones diferenciadas acerca de la Revolución Francesa de 1848 y del socialismo francés. Esta divergencia puede ser entendida como una consecuencia de su división en dos facciones, Gólgotas y Draconianos, las cuales tuvieron como órganos de difusión los periódicos El Neo-Granadino y La Discusión respectivamente. Para el primero, el socialismo era la teoría económica del sistema republicano, mientras que para La Discusión este era un elemento antiliberal que debía impugnarse.
Este alineamiento llevó al Neo-Granadino a responder en 1852 al opúsculo Juicio europeo sobre la administración del 7de marzo, donde se denunciaba la supuesta influencia socialista en el gobierno neogranadino. Allí, el periódico liberal defendió el rol del socialismo en la consolidación de una república democrática y afirmó que «en realidad la idea socialista es la misma idea republicana; es la parte económica inseparable de la parte política para formar el todo de la República»52. Estos liberales justificaron su posición argumentando que la consolidación de una república moderna solo se lograría por la vía que ellos estaban trazando. Aquella idea fue cuestionada por La Discusión, pues esta publicación creía que presentar al socialismo como una «doctrina esencial e indispensable de todos los amantes de la libertad», era un error, pues ellos se veían a sí mismos como defensores de la libertad y no como socialistas. Añadieron que El Neo-Granadino había expuesto su posición como si fuera la del Partido Liberal, lo cual los molestó, pues alegaron que su partido promulgaba ideas contrarias al socialismo53.
Por estos años el librero francés Jules Simonot, radicado en Bogotá, también se interesó por difundir el pensamiento socialista francés. Simonot se relacionó con el liberalismo local, pues apartes de Análisis del socialismo y exposición clara, editado por él, se publicaron en El Neo-Granadino en 185254. Esta obra se compone de textos cortos que analizan la obra de los principales pensadores socialistas, mostrando sus fundamentos teóricos y destacando el carácter universal de dicho pensamiento, es decir, más que una obra teórica destinada a analizar el socialismo, este libro fue un trabajo propagandístico. Uno de los pensadores que expuso con más detalle Simonnot fue Proudhon, a quien presenta como el ejemplo vivo de la tradición de «civilización francesa», que con sus cualidades y como arquetipo del intelectual era capaz de iluminar el camino de las democracias no europeas. En síntesis, para Simonnot, Francia era el faro y Proudhon la luz intelectual, que ilustraría a los procesos políticos a nivel mundial55.
En este momento los liberales se preocuparon por resaltar lo inédito de las reformas neogranadinas y por refutar a publicistas locales y extranjeros que les criticaron el supuesto exotismo de las ideas que adoptaron. Ejemplo de ello fue Manuel Ancízar, quien acosado por la necesidad de mostrar a nivel internacional el carácter original de las reformas políticas de su país, y que encontrándose justo en este año adelantando labores diplomáticas en representación de la administración López, publicó en Chile el folleto Anarquía y rojismo en Nueva Granada. Allí, Ancízar defendió las reformas liberales, que habían sido impugnadas por El Mercurio de Valparaíso, describiéndolas pormenorizadamente y destacando que estas innovaciones colocaron a su país a la vanguardia de las naciones hispanoamericanas. Las críticas del periódico chileno, enfocadas en la aparente influencia del pensamiento socialista, fueron respondidas por Ancízar destacando extensamente las particularidades de cada una de aquellas reformas, y acentuando sus causas y positivas consecuencias. Después de esta sólida defensa de la administración López, el diplomático neogranadino desafió a sus contendores políticos así: «Atrévase a decir, sin que el rubor tiña su frente, que la Nueva Granada es una madriguera "de exaltados demagogos, miserables plagiarios de Proudhon y Cabet!"», con lo que muestra su absoluta confianza en la originalidad de la obra política de su partido56.
En este segundo momento, no obstante, algunos liberales llamaron a sus copartidarios a no prestar mayor atención a los sucesos franceses. Uno de esos críticos fue Felipe Pérez -secretario de Manuel Ancízar en las labores diplomáticas-, quien cuestionó la excesiva atención que el sistema de educación peruano le prestaba a la historia francesa, dejando de lado la historia del Perú y de las naciones hispanoamericanas. Este, según Pérez, era un problema que compartían los sistemas educativos de estas repúblicas, que desdeñaban el estudio de sí mismas para centrarse en el estudio detallado de Francia, conocimiento que tenía, según este liberal, un mínimo influjo en la «suerte» de las repúblicas del continente americano. Pese a que Pérez reconoció la importancia de Francia en el ámbito intelectual a nivel mundial, consideraba que el estudio de asuntos franceses no era útil para la solución de los problemas políticos nacionales. Esta crítica puede entenderse como un llamado de atención a los neogranadinos, particularmente a los liberales, sobre el rumbo que estaba tomando la creación intelectual. Además, Pérez criticó a sus copartidarios por sobrestimar el rol francés en la vida pública de las naciones hispanoamericanas, pues no solo en el campo educativo se sobrevaloraba lo francés, en lo político también se experimentaba este fenómeno, materializado en la publicación de numerosos artículos de prensa y folletos sobre distintos asuntos del país europeo57.
En una actitud semejante, José María Samper -prolífico escritor y miembro destacado de la Escuela Republicana- llamó a la mesura en la evaluación de la importancia de los sucesos franceses de 1848, los cuales consideró tan importantes como la experiencia neogranadina en la elección presidencial del 7 de marzo de 1849. Así, en un texto de 1853 hizo una escueta alusión a la Revolución Francesa de 1848, de la que dijo había sido un proceso «infecundo» y no especialmente inspirador para los neogranadinos de mediados de siglo58. De manera similar, el también liberal Manuel Bosch, quien fue crítico de la admiración por el pensamiento francés en la Nueva Granada, impugnó en 1856 la admiración por el pensamiento francés de sus copartidarios, en su argumento resaltó la ignorancia de los propagadores de las ideas francesas, pues, dijo, «no llegó el caso de que hubieran podido siquiera definir su sistema». Según Bosch, los principales propagadores de las ideas socialistas en el suroccidente colombiano habían sido los liberales Rafael Caicedo, Juan Nepomuceno García, Juan Arizabaleta y Ramón Mercado, este último que había editado en 1852 El Pensamiento Popular, en Cali, publicación de gran acogida en las masas populares. Estos propagadores habían animado, afirmó Bosch, las emociones de los miembros de las sociedades democráticas, trasmitiendo esas ideas con «un frenesí aterrador»59.
Así pues, a mediados de la década de 1850, tras el fracaso de la experiencia republicana francesa, los liberales transitaron del entusiasmo al recelo. No obstante, algunos de ellos se obstinaron en perpetuar la importancia de aquel pensamiento para su proyecto político. Es el caso de Domingo Buendía, miembro de la Escuela Republicana, quien en 1855 aludió a un vínculo intelectual de subordinación entre la Nueva Granada y Francia, pues según él, sucesos como el avivamiento de las pasiones democráticas, específicamente con la revolución de 1848, habían tenido eco en el país con la elección de López y el inicio de importantes reformas políticas. Aquella fascinación fue evocada así: «La Francia es el corazón del mundo, y las palpitaciones de ese corazón gigante se sienten en todas partes; por eso cuando está llagado su enfermedad se siente en todos los pueblos»60. Aquella evocación demuestra la melancolía de algunos liberales por un proyecto político de la década de 1840, que rápidamente se había tornado quimérico.
Hubo una tercera etapa en la actitud de los liberales frente a la experiencia francesa de 1848 y el pensamiento socialista, la cual se caracterizó por la nostalgia hacia ese momento de creación intelectual e innovación política. Este sentimiento puede verse en el ya veterano liberal Salvador Camacho Roldán, quien en 1894 reconoció que el estudio del pensamiento socialista francés había rejuvenecido al liberalismo colombiano a mediados del siglo. El casanareño rememoró cómo la Revolución Francesa de 1848 fue objeto de debate entusiasta en las tertulias de la Escuela Republicana -de la que fue uno de sus más prominentes miembros-, y cómo esta inspiró debates sobre diversas cuestiones como la libertad de imprenta, la abolición de la esclavitud o la tolerancia religiosa. Además, afirmó que textos como La Historia de los Girondinos de Lamartine habían tenido un gran impacto en las mentes de los jóvenes liberales, quienes vieron en Francia a un referente intelectual. Melancólicamente, Camacho Roldán evocó el papel de la Escuela Republicana, la cual, cree, le imprimió a la lucha por el poder político valores como la imparcialidad y la justicia. Resaltó igualmente, que el gran legado de esta escuela fue «un lampo de patriotismo puro en nuestros anales, no manchado con ambiciones ni codicias y sus miembros merecieron el dictado honroso de "partido girondino"». Camacho mostró así su desazón por el fracaso de su ideal juvenil61.
Es posible afirmar que aquel conjunto de discusiones que dieron los liberales a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, y que en el siglo XX no dejarán de suscitarse, denota la importancia de 1848, no solo como el año en que se vivió con mucha intensidad una de las grandes conmociones políticas e intelectuales de Francia, sino como el inicio de un nuevo período intelectual y político a nivel local caracterizado por el surgimiento de los partidos políticos modernos, y esencialmente por la inauguración de una nueva forma de entender y vivir la política.
Conclusiones
Los publicistas neogranadinos se interesaron ávidamente por el caudal de ideas suscitado por los acontecimientos franceses de 1848, pero ese interés estuvo volcado hacia la intervención en la escena política nacional, convirtiéndose así en una recreación fértil de lecturas que incluyeron las revoluciones francesas de 1789 y de 1848, pero que fueron, como sucede siempre, de muy variados orígenes nacionales e intereses temáticos. No buscaban volverse expertos en el estudio del pensamiento francés sino agentes políticos eficaces en la Nueva Granada, actores que pudieran transformar el régimen político de su nación.
La Revolución Francesa de 1848 fue vista por los neogranadinos como una constatación de que sus esfuerzos por consolidar el régimen democrático iban por buen camino. Además, mediante ella pudieron ver que la materialización de reformas políticas, como el sufragio universal, era un proceso que implicaba fuertes e intensas discusiones políticas. Pero a diferencia de los franceses, los neogranadinos perseveraron en su proyecto republicano, pues siempre estuvieron atentos para hallar soluciones a los problemas propios de las vicisitudes democráticas.
A través del estudio de las distintas posturas, que tanto liberales como conservadores desarrollaron, en torno a la Revolución Francesa de 1848 se puede percibir y destacar que aquellos partidos políticos, lejos de ser estructuras monolíticas fueron muy diversas, pues en su interior convergieron varias posturas políticas o ideológicas. Esta es fundamentalmente la intención de este texto, el cual a su vez no pretende ser definitorio en la caracterización de esas facciones, sino que lo que procura, a largo plazo, es plantear nuevas preguntas sobre los partidos políticos del siglo XIX colombiano, como por ejemplo cuestionarse por las razones que llevaron a los hombres de aquel siglo a elegir participar en uno u otro partido.
Finalmente, otro aspecto importante de este tipo de estudios es el conocimiento que genera sobre la circulación de las ideas, pues estas cobran vida en la experiencia de los distintos sujetos que las leen, las debaten, las cuestionan y las intentan poner en práctica. Por eso no es suficiente analizar a quienes produjeron las ideas sino también a quienes interactuaron de diversas maneras con ellas, pues estos elementos resaltan la originalidad del pensamiento político y permiten separarse del enfoque difusionista, que ha propiciado el desprecio por la creación intelectual del siglo XIX colombiano.