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Perífrasis. Revista de Literatura, Teoría y Crítica

Print version ISSN 2145-8987

perifrasis. rev.lit.teor.crit. vol.15 no.32 Bogotá May/Aug. 2024  Epub Apr 30, 2024

https://doi.org/10.25025/perifrasis202415.32.01 

Artículos

Manual práctico del odio de Ferréz: los residuos en el submundo de la favela

Manual Prático do ódio by Ferréz: Waste in the Favela’s Underworld

Manual Prático do ódio de Ferréz: os resíduos no submundo da favela

Olivia Margarita Villegas Cabrera1  *

1Universidad de Concepción


Resumen

Este artículo analiza la obra Manual práctico del odio de Ferréz a la vista de algunas teorías que abordan aquello relegado a los márgenes. El objetivo es demostrar que en la obra de Ferréz todos los personajes, en su situación de sujetos marginalizados, patentizan la condición de residuo humano, siendo tanto víctimas rezagadas del progreso económico como víctimas de estigmas y diatribas que manifiestan seres jerárquicamente superiores. La pesquisa considera como eje vertebral el concepto de residuos humanos de Zygmunt Bauman, planteamiento que se entrelaza con fuentes secundarias (Butler, Lipovetsky, Lynch, Paugam, Silva-Santisteban, Wacquant) referentes a otras formas y dimensiones de la marginalidad.

Palabras clave Ferréz; estudios literarios; siglo XXI; Brasil; favela; marginalidad; residuos; otredad

Abstract

This article analyzes the work Manual Prático do ódio by Ferréz in the light of some theories that deal with what is relegated to the margins. The aim is to demonstrate that in Ferréz’s work all the characters, in their situation of marginalized subjects, show the condition of human waste, being both lagging victims of economic progress and victims of stigmas and diatribes manifested by hierarchically superior beings. The research considers Zygmunt Bauman’s concept of human waste as its backbone, an approach that is intertwined with secondary sources (Butler, Lipovetsky, Lynch, Paugam, SilvaSantisteban, Wacquant) referring to other forms and dimensions of marginality.

Keywords Ferréz; literary studies; 21st Century; Brazil; favela; marginality; waste; otherness

Resumo

Este artigo analisa a obra Manual Prático do ódio de Ferréz à luz de algumas teorias que abordam o que é relegado às margens. O objetivo é demonstrar que, na obra de Ferréz, todos os personagens, em sua situação de sujeitos marginalizados, apresentam a condição de resíduo humano, sendo tanto vítimas atrasadas do progresso econômico quanto vítimas de estigmas e diatribes manifestados por seres hierarquicamente superiores. A pesquisa considera o conceito de resíduo humano de Zygmunt Bauman como sua espinha dorsal, uma abordagem que é entrelaçada com fontes secundárias (Butler, Lipovetsky, Lynch, Paugam, Silva-Santisteban, Wacquant) referentes a outras formas e dimensões da marginalidade.

Palavras-chave Ferréz; estudos literários; século XXI; Brasil; favela; marginalidade; resíduos; alteridade

1. Introducción

La literatura brasileña contemporánea, de acuerdo con Regina Dalcastagnè, puede ser calificada como un territorio en disputa. Un territorio incomodado por el ingreso de nuevas voces que buscan espacio y poder para hablar con legitimidad o legitimar aquel que habla: todo espacio “é um espaço em disputa, seja ele inscrito no mapa social, ou constituído numa narrativa”1 (7). Algunos de los escritores que han producido ruido en dicho espacio son oriundos de grupos marginalizados radicados en las favelas, quienes han instaurado progresivamente la “Literatura Marginal”. Este movimiento iniciado a principios del nuevo milenio ha tenido como propósito tematizar la marginalidad subyugada en la periferia y su fundador ha sido Ferréz —seudónimo de Reginaldo Ferreira da Silva—, habitante de la favela Capão Redondo en San Pablo. A manera de autorretrato, Ferréz ha inscrito en la literatura brasileña contemporánea todo un universo de personajes excluidos: “não somos o retrato, pelo contrário, mudamos o foco e tiramos nós mesmos a nossa foto”2 (“Terrorismo literário” 9). En este sentido, me parece pertinente designar a Ferréz como un autor contemporáneo según la óptica de Giorgio Agamben, para quien ser contemporáneo es “aquel que percibe la oscuridad de su tiempo como algo que le incumbe y no cesa de interpelarlo, algo que, más que cualquier luz, se dirige directa y singularmente a él” (22). Este autor paulista logra percibir dicha oscuridad a partir del silenciamiento de la cultura/vida periférica, id est un Brasil descarnado, asociado a la pobreza, al tráfico de drogas y a la violencia, pero también un Brasil cuyos gozos ocultos se concretan desde un afecto de comunidad (Tennina, Saraus 7).

Se introduce así la palabra de quienes han sido tradicionalmente dejados al margen. Ferréz busca que los marginalizados hablen y no sean hablados; que piensen y no sean pensados; que tengan su propia voz. Esta Literatura Marginal se trata, en definitiva, de “relatos imposibles de ser contados por quien no acarrea vivencias periféricas” (11).

El argumento de Manual práctico del odio (2003/2017) es la preparación y ejecución de un asalto de banco orquestado por una banda de jóvenes criminales: Régis, Lúcio Fé, Neguinho da Mancha na Mão, Aninha, Celso Capeta y Mágico (personajes principales), quienes simultáneamente se disputan a muerte, contra otra banda de criminales (Modelo, Nado), el poder y territorio de la favela donde habitan. Esta última pandilla juvenil trabaja de forma colaborativa con la policía militar (Aires, Mendoça). La trama se fractura y es complementada con las historias de vida de los personajes principales y secundarios (Nego Duda, José Antonio, Paulo, Juliana, entre otros). Las biografías están selladas por sufrimiento, miseria, violencia y abandono, factores que condicionaron sus opciones de vida, justificando posteriormente la entrada al mundo de los delitos y las drogas. La mayoría de los personajes busca de forma permanente, y a costa de cualquier acto, obtener dinero para adquirir bienes materiales/sobrevivir en su día a día. De este modo, y en consonancia con la crítica de Emilio Sadier —quien indaga en ciertos elementos esenciales y dinamizadores que actúan como motores del desarrollo de la trama—, la velocidad, la acción sorpresiva, la violencia y la muerte son aquellos componentes disruptivos que le otorgan propulsión y movimiento a la historia. Estos, simultáneamente, funcionan como factores que determinan “el ritmo del barrio y ... la dinámica de la marginalidad” (31).

Nueve de los doce capítulos del objeto de estudio se muestran enfocados en la descripción de la cruda realidad de los favelados, pero ¿qué implica realmente ser un favelado?, ¿cómo sobreviven a esa realidad?, ¿cómo es su coexistencia?, ¿cómo se proyectan ante los demás?, ¿se ven influenciados por la sociedad (hiper)consumista? Conforme a estos interrogantes, la presente investigación propone demostrar que todos los personajes, a pesar de tener diferentes recorridos, patentizan la condición de residuo humano. Estas subjetividades son víctimas rezagadas del progreso económico y víctimas de estigmas y diatribas manifestadas por seres jerárquicamente superiores. Si bien la novela ha sido analizada desde algunas aristas que suponen el tránsito por espacios periféricos, la contribución central de esta investigación consiste en profundizar la problemática de los sujetos marginalizados, donde Manual práctico del odio —obra poco difundida en el contexto de la crítica literaria chilena— se presenta como elaboración estética de una mímesis de la realidad exoliteraria (como lo ha declarado su autor en varias ocasiones). La relevancia de este estudio radica, por tanto, en ofrecer una mayor comprensión y lectura de la realidad brasileña contemporánea a través de una literatura que escenifica la cotidianeidad de las favelas en una era (pos)moderna marcada por procesos de globalización económicos, políticos, sociales y culturales.

Se considera como eje vertebral el concepto de residuos humanos desarrollado por Zygmunt Bauman en su obra Vidas desperdiciadas: la modernidad y sus parias. Elteórico aborda los efectos colaterales del diseño de la vida moderna, el cual, para simplificarla complejidad del mundo, debe diferenciar lo “relevante” de lo “irrelevante”.En lo referente a la creación de modos de convivencia entre personas, “los residuos sonseres humanos” (Vidas desperdiciadas 46) que terminan por habitar en ‘hiperguetos’,a diferencia de los guetos del siglo pasado, que ahora son “vertederos para la poblaciónexcedente, superflua, incapacitada para trabajar y carente de función” (108). Losplanteamientos de Bauman se entrelazan con fuentes secundarias (Butler, Lipovetsky,Lynch, Paugam, Silva-Santisteban, Wacquant, entre otros) referentes a otras formas ydimensiones de la marginalidad.

2. Historias personales

Desde el inicio de la novela, el narrador omnisciente provee información que permite al lector ubicarse en un ambiente de vidas precarias. Estas se visualizan primeramente con la historia de uno de los personajes principales, Régis, quien al dirigirse a una padaria —panadería que funciona como bar— en su Super Téneré (motocicleta Yamaha, una de las más caras que existían en el mercado en la época en que sucede la historia), “pidió un tostado de jamón y queso y una Coca-Cola, sabía que se arrepentiría por la gastritis que le traería dolor en algunas horas, pero hacía rato que estaba asqueado de comer pan con manteca y café con leche” (Ferréz, Manual 23). Esa repugnancia causada por la ingesta sucesiva de pan y café con leche, productos básicos con frecuencia asociados a la pobreza, remite directamente a pensar en una persona que, aparentemente, no tendría los recursos suficientes para cambiar o variar su alimentación. Ahora bien, Régis vería el consumo de Coca-Cola y la adquisición del vehículo como símbolos de estatus, pues “los jóvenes de los barrios desheredados tratan de afirmarse por el look y los signos de consumo. El consumo, en las condiciones presentes, construye gran parte de su identidad” (Lipovetsky 183). Así, el acceso a la bebida estadounidense y a la motocicleta japonesa, como signos emblemáticos de la sociedad (hiper)consumista, funcionarían a modo de distinción o reconocimiento social.

Más adelante, el lector se adentra en los sueños, sobre todo materiales, de Régis: adquirir terrenos, propiedades y una suma cuantiosa de dinero. Esto último corrobora el estatus socioeconónimo del personaje, quien finalmente se autoidentifica como alguien de “profesión peligro” (Manual 24), un concepto “utilizado por los bandidos para referirse a sus actividades ilegales” (Tennina, Glosario 261). Por consiguiente, es el momento de referir a Bauman cuando señala que, en el rumbo del progreso económico, “las formas existentes de ‘ganarse la vida’ se van desmantelando sucesivamente, se van separando en sus componentes destinados a ser montados otra vez (‘reciclados’) de nuevas formas” (57-58), metamorfosis que llevan a cabo los residuos humanos. De este modo, los trabajos ilícitos de Régis se insertan en la contemporaneidad como ‘oficios’ actualizados que posibilitan su supervivencia en calidad de desplazado.

Este personaje es consciente de su situación de marginado y, con el fin de facilitar su subsistencia y al mismo tiempo alcanzar su principal objetivo (adinerarse), se asocia con otros delincuentes (Lúcio Fé, Neguinho da Mancha na Mão, Celso Capeta, Aninha y Mágico), porque “si no se juntaba con ellos, se enfrentarían y en vez de dividirse, mejor es sumar” (Manual 25). Esto apunta a Bauman cuando indica que algunos de los ‘rezagados’ forman bandas que diezman “mutuamente sus tropas” (Vidas desperdiciadas 96-97), uno de los efectos producidos en el seno de la población excedente. Estos comparten el objetivo de defenderse y sobrevivir, ya que “un ladrón, de acuerdo a su lema, no puede darle una chance al enemigo, para Régis la atención constante es su pasaporte de vida” (Manual 26), una licencia necesaria ante su calaña de seres humanos residuales que se van descomponiendo en el mismo depósito.

Luego de conocer una parte de la vida de Régis, el narrador da paso a la historia de Celso Capeta, personaje presentado desde su infancia:

Celso creía que la escuela era una total pérdida de tiempo y el enfrentamiento con los maestros duró hasta sexto grado, cuando lo expulsaron y nunca más pensó en estudiar. Desde chico ya consumía marihuana y cocaína con todos los malandros que encontraba y lo aceptaban en la banda … los padres adoptivos le soltaron la mano, después de descubrir que su hijo tenía hasta armas de fuego … Celso ahora era un malandro respetado en la quebrada. (Manual 27)

En la ‘quebrada’ —término usado para referir lugares de difícil acceso, pero suele usarse para hacer referencia al barrio donde se vive en la periferia (Tennina 261)—, el abandono de la escuela, la adicción a las drogas y los crímenes han marcado la vida de este personaje y lo inscriben en la categoría de ‘pobre’, ‘subclase’ (o clase marginal) definida por Herbert J. Gans: “This behavioral definition denominates poor people who drop out of school, do not work, ... the homeless, beggars and panhandlers, poor addicts to alcohol or drugs, and street criminals ... and teenage gang members are often also assigned to this underclass” (2). Si bien Gans no utiliza el término ‘residuo’, con su concepto de ‘pobre’ se entiende que igualmente hace referencia a las personas relegadas al margen de la sociedad, aquellas que no “encajan ni se les puede encajar en la forma diseñada” (Bauman, Vidas desperdiciadas 46) de la convivencia humana, ya que se efectúa una separación del “producto útil y los residuos” (Bauman, Vidas desperdiciadas 40). Celso Capeta en un momento de su vida tuvo un empleo como ayudante de pintor; sin embargo, lo habría dejado porque para él “trabajar para los otros hoy en día era ser un esclavo moderno, solo sobraban migajas” (Manual 28). El personaje alude a la esclavitud durante la colonización en Brasil, que encuentra una equivalencia en la actualidad con la contratación de mano de obra barata que se traduce en una menuda remuneración: “no se cansaba de relatar a sus amigos del bar que el techo del garaje era enorme …, el patrón tenía más de cinco autos. Celso hablaba y empezaba a comparar la casa de sus patrones con su casa, decía bien fuerte que la casa de ellos tenía pileta, hidromasaje, y que la suya, una zanja olorosa, ducha con el transistor quemado” (Manual 29). La comparación denota un acentuado aire de envidia y fracaso, que inserta a Celso en una de las categorías de residuo humano planteadas por Bauman: “los consumidores fallidos, incompletos o frustrados” (Vidas desperdiciadas 27). De esta manera Celso, al igual que Régis, es un residuo más dentro del ‘vertedero’ (la favela).

La historia de Aninha es particular y se puede encajar en el fenómeno del ciclo de la pobreza: sus abuelos trabajaron muy duro en el campo, en una chacra, con el anhelo de que sus hijos nunca tuviesen que pasar por la misma situación de precariedad. Doña Elvira fue siempre más severa con Firminha, su hija menor, porque sentía que era el futuro de la familia. No obstante, Firminha, la madre de Aninha, fallece tres días después de dar a luz y por “la falta de una buena alimentación no le dio fuerzas para generar otro hijo” (Manual 30). Aninha debió ocuparse del trabajo campestre con su padre, sin lograr sobrellevarlo. En poco tiempo le dio repulsión ese tipo de vida y decidió trasladarse a la “ciudad-monstruo llamada San Pablo” (30). Ahora bien, las esperanzas de la primera generación de salir de aquel bucle se desploman: “Ana en Váreza do Poço no se había puesto ni un cigarrillo en la boca, ni bien llegó fue lo primero que aprendió, unos meses después estaba picando marihuana como nadie, y luego de un año, Aninha, que era su sobrenombre ahora, ya sabía armar y desarmar una pistola con los ojos cerrados” (31).

Martin N. Marger en Social Inequality… explica que, en el ciclo de la pobreza, por definición, los pobres son los que se encuentran en la parte inferior de la jerarquía de clases. Esto significa que sus ingresos, sus oportunidades profesionales y sus logros educativos se encuentran en los niveles más bajos. Estos factores tienen consecuencias devastadoras en todos los aspectos de la vida social, y los efectos de los bajos ingresos, la ocupación y la educación operan en una especie de circuito y hacen improbable que los individuos puedan romper el ciclo y salir ellos mismos de la pobreza o permitir que sus hijos lo hagan. Se trata de un ciclo perpetuo y, a menos que se produzca una ruptura cuando un miembro de la familia adquiera más ingresos o mejor educación, nada cambiará (167-168). Si bien no se explicitan las causas que alteraron el rumbo de Aninha para cortar el circuito al llegar a la ciudad, se deduce que, conforme a su hoja de vida, no habría sido incorporada en la sociedad porque “que te declaren superfluo significa haber sido desechado por ser desechable, cual botella de plástico vacía y no retornable o jeringuilla usada; una mercancía poco atractiva sin compradores o un producto inferior o manchado, carente de utilidad, retirado de la cadena de montaje por los inspectores de calidad” (Bauman, Vidas desperdiciadas 24). Estar desprovista de ‘valor’ para ‘la cadena de montaje’ de la metrópolis de San Pablo y carecer de educación formal serían los factores que condujeron a Aninha a la periferia. Dicho sector limita y a la vez encauza su proyecto/cambio de vida al mundo de las drogas y la criminalidad, donde pareciera indispensable adaptarse rápidamente y distinguirse (unos meses después de su arribo “estaba picando marihuana como nadie, y luego de un año, Aninha, que era su sobrenombre ahora, ya sabía armar y desarmar una pistola con los ojos cerrados”).

Para los casos de Neguinho da Mancha na Mão y Lúcio Fé no existe un acercamiento detallado a sus infancias. Sin embargo, el narrador da a entender que, desde temprana edad, han estado delinquiendo: “Neguinho da Mancha na Mão nunca había pasado todo un día en su casa, el revólver en la cintura era hábito, a fin de cuentas, los enemigos no dan previo aviso” (Manual 31) y Lúcio Fé “tenía un pasado con un alto índice de peligrosidad” (36). Al presentar la vida de ambos personajes, se mencionan crímenes que cometieron. Por un lado, Neguinho mató a Guile porque “comandaba la nueva boca con sus primos” (34), entendiendo la ‘boca’ —‘boca de humo’— como los lugares donde se vende droga, es decir, el personaje elimina a sus enemigos para proteger y mantener el poder en su territorio. Este suceso, además, desencadenará la guerra entre los dos bandos luego del asalto al banco. Por otro lado, Lúcio Fé, “en los latrocinios era la figura central, primero en la fila en cualquier jugada, encabezaba los asaltos sin mirar para atrás, la banda que atacaba con él se sentía bien segura, decían por ahí que el loco tenía un pacto con el diablo, su fama aumentó más en la quebrada cuando se metió con Régis, Aninha y Celso Capeta” (36). Nuevamente se puede volver a Bauman respecto de las nuevas formas de ‘trabajo’ para las personas desechadas, aquí ambos de profesión peligro al igual que Régis; peligros que “son tan variados como ellos. Van desde la violencia abierta, el asesinato y el robo ... la clase ‘marginada’ está formada, esencialmente, por personas que se destacan, ante todo, por ser temidas” (Trabajo 104). Dicho temor está, en efecto, revelado en la novela:

por la misma calle pasaba Rodrigo, alumno del colegio San Luis, ubicado en Jardins, el alumno pasó desapercibido, porque se había cambiado el uniforme por ropa más simple para volver a su casa, todos los de la escuela empezaron a adoptar esa práctica después de que algunos compañeros habían sido asaltados en el camino entre la casa y la escuela, las víctimas eran siempre jóvenes entre 14 y 16 años, y los que ejecutaban los robos también tenían esa misma edad, la única diferencia entre los jóvenes que robaban y los robados era el muro social que divide al país. (Manual 55)

Este muro social estaría marcado y delimitado por la vestimenta, que para los jóvenes de clase alta en la zona más sofisticada y lujosa de San Pablo ( Jardins) es un anzuelo para los delincuentes.

3. Estigmas y diatribas sobre la Otredad

Del mismo modo que en el fragmento anterior se percibe un temor por parte de los ‘robados’, el narrador presenta una situación similar, fundada en una estigmatización, con uno de los recuerdos de Régis cuando acompañaba a su madre a trabajar como empleada doméstica:

La patrona de la madre de Régis le dijo una cosa que quedó en él para siempre, y él la guarda como el comienzo de su indignación, como el comienzo de todo el odio que nutría por quien tenía lo que él siempre quiso tener, dinero. Un día, durante una conversación entre la patrona y su madre, la patrona le preguntó de qué barrio eran, su madre le dijo el nombre del barrio, la patrona pasó la mano por la cabeza del pequeño y dijo:

—¿Entonces es éste muchacho el que un día va a crecer y me va a robar? Régis no entendió el chiste, ni su mamá entendió lo que la patrona quiso decir, pero imitó a la patrona en la risotada, la patrona reía que no podía más y la mamá de Régis intentaba acompañar a esa que le pagaba el salario todos los meses, que sustentaba a la familia, a fin de cuentas la patrona estaba tan formada que debía tener razón de encontrar gracioso que su hijo tal vez fuera un futuro marginal. (54)

En relación con lo anterior, Loïc Wacquant en Parias urbanos examina las causas de desigualdad y marginación en el espacio urbano, así como las experiencias de los relegados. A pesar de que centra su atención en el gueto negro estadounidense y en la banlieue francesa, señala que estos fenómenos se han producido de manera análoga en Latinoamérica, por ejemplo, en las villas argentinas. Extrapolo, pues, sus análisis al caso de las favelas. Wacquant explica que existe un “poderoso estigma asociado a la residencia en los espacios restringidos y segregados, los ‘barrios de exilio’ en que quedan cada vez más relegadas las poblaciones marginadas o condenadas a la superfluidad” (129-130).

Tal estigmatización territorial es manifestada por la patrona al establecer un vínculo, basado en prejuicios, entre el barrio de Régis y una ‘categoría’ particular de residentes. Es una estigmatización que en realidad va más allá del enlace barrio de exilio-sujetos superfluos, concibiendo la favela más bien como “a human warehouse wherein are discarded those segments of urban society deemed disreputable, derelict, and dangerous” (Wacquant, “Deadly symbiosis” 107). Por lo tanto, la probabilidad (“tal vez fuera”) que tiene Régis de convertirse en un “futuro marginal” es para la patrona un suceso contingente sobre el que habría razones sólidas para pensar que sucederá.

A través del recuerdo de Régis, se ve cómo el estigma refleja el papel de criminal que la sociedad ha impuesto a las personas desfavorecidas. Un estigma que, de acuerdo con Erving Goffman, implica una devaluación social que se produce a los ojos del estigmatizador y no del estigmatizado. Por esto, ni Régis ni su madre entienden el “chiste”. No obstante, la acompañan en la burla —su “risotada” que podría estar ocultando el temor a ser realmente asaltada; a mayor amenaza, más risa— y no ponen en tela de juicio la expresión insultante de la patrona, ya que su capital cultural (“estaba tan formada”) y, sobre todo, su capital económico (“sustentaba a la familia”) justificarían y darían peso a lo dicho. Serían conscientes de que su escaso poder social y económico les reprime la posibilidad de objetarlo (“debía tener razón”).

La construcción social de un nexo negativo directo entre barrio-pobreza y robo, además de llevar consigo una discriminación, le establecería a Régis un límite simbólico en el anhelar una vida diferente a la asignada socialmente. Es decir, el pensamiento de la patrona daría a entender que existe un rubro predeterminado de acuerdo con el espacio que habita, siendo este rubro la delincuencia. Por lo anterior, el estigma que finalmente marca y representa la diferencia entre clases sociales se convierte en un primer estadio de represión que detona odio en Régis.

La actitud peyorativa de la patrona frente a los marginalizados también es replicada por la policía militar que circula en la favela, pero con un tono aún más despiadado:

el primer policía se acerca, apuntándole a Régis con una punto 40 cromada … el policía lo hace ponerse de espaldas, le abre bruscamente las piernas, le pone las manos en la cabeza y le pregunta:

—¡Ey! Vagabundo, ¿qué estás haciendo acá?

—Nada, señor, estaba conversando con mi patrón.

—¿Vos querés que yo te crea que trabajás, mierda?

—Sí, señor, estaba hablan…

—¿De qué trabajás?

—Instalo aparatos telefónicos …

—¡Mierda! ¿Quién te estás pensando que soy, eh?

—Cálmese, señor … (Manual 64-65)

Al tratar a Régis de “vagabundo”, la policía lo estaría encasillando en lo deteriorado, ya que esto apunta a “lo que carece de valor o de utilidad para un objetivo humano” (Lynch 155). La palabra “mierda” también forma parte del campo semántico del deterioro: “llamamos a la gente rechazada [desechada] ‘marginales’, ‘heces’ y ‘escoria’” (Lynch 45). ¿Cuál sería el vínculo entre ‘mierda/heces’ y residuo? Estos dos elementos se enlazan según uno de los planteamientos de Lynch: “el consumo se materializa al comer. Introducimos cosas dentro de nosotros, las descomponemos, nos apropiamos de parte y rechazamos el resto” (41). Por consiguiente, el excremento actúa como residuo biológico y una persona catalogada de ‘mierda’ sería, pues, el residuo social (inútil) del sistema productivo.

La palabra ‘mierda’ también refiere a la suciedad, inmundicia y asco. Rocío Silva-Santisteban, en su investigación El factor asco…, se ocupa de estudiar las diferentes formas de construir otredad usando el asco para crear a un “otro basurizado” (en el contexto de los años de la violencia en el Perú (1980-2000)). Silva-Santisteban aclara, primero que todo, que el asco es cultural: no “se trata de algo natural … en realidad es una sensación absolutamente organizada, clasificada y jerarquizada desde la cultura” (58). Por tal razón, existen diversas aversiones hacia la comida, como mejor ejemplo: el consumo de insectos en la cultura oriental vs. en la cultura occidental. El asco marca el límite y distancia entre ‘nosotros’ y ‘los otros’, entre personas que se “perciben entre sí jerárquicamente diferentes” (56). A pesar de que esta investigadora enmarca su estudio en el Perú, me permito extrapolar su análisis a Brasil, puesto que la violencia en su país fue ejercida por las fuerzas armadas, tal como sucede en la favela con la policía militar. Esta policía expresa enfáticamente asco —y desprecio— hacia los favelados, una sensación que, al conferirles un estatus inferior, al mismo tiempo erige como “diferentes-mejoresdominantes”(Silva-Santisteban 57) a los comisarios tratados de “señor” por Régis.

La despectiva calificación hacia los marginalizados se acentúa por televisión en el capítulo 10 “La muerte es un detalle”: los favelados (pobres), especialmente los delincuentes, son clasificados en la categoría de raza. Dicho término estaría haciendo eco al racismo (contra los negros) iniciado en la colonización. Un racismo que, en la contemporaneidad, es llevado a cabo por las élites simbólicas blancas cuyos discursos dominantes están establecidos en la línea editorial en los medios de comunicación (Van Dijk 26-27). Así, en el décimo capítulo se narra que el personaje-espectador Valdinei dos Santos Silva, habitante de la periferia,

está estimulado todo el día y encima tiene en su cabeza lo último que dijo el conductor … él guardó todas las imágenes, el conductor gritó con vehemencia

—los bandidos allá, comiendo bien, los trabajadores pasando hambre … tiene en su mente lo que repiten hace años, que la culpa es de ellos, de raza inferior, la raza que roba, la raza que mata, la raza que no sigue las leyes de Dios, la raza que tiene que ser exterminada. (Manual 159)

A partir del uso de raza, se puede hacer referencia a la colonialidad del ser, una dimensión trascendente surgida en la época colonial sobre la ‘humanidad del otro’ inspirada por la idea de la raza como indicador de superioridad o humanidad. Para explicar la (des)humanización, Maldonado-Torres propone un Dasein colonizado: el damné o el condenado por una muerte y castigos inextinguibles. Este reverso lo aplica en la formulación cartesiana del cogito ergo sum: “si el ego cogito fue formulado y adquirió relevancia práctica sobre las bases del ego conquiro, esto quiere decir que ‘pienso, luego soy’ tiene al menos dos dimensiones insospechadas. Debajo del ‘yo pienso’ se podría leer ‘otros no piensan’, y en el interior de ‘soy’ podemos ubicar la justificación filosófica para la idea de que ‘otros no son’ o están desprovistos de ser” (Maldonado-Torres 144). Desde esa perspectiva, los sujetos racializados son/fueron negados ontológicamente, y en nuestro caso, los sujetos desechables/desechados se configuran en consecuencia como cuerpos residuales que no importan: “ellos, de raza inferior” que deben ser aniquilados.

Esta forma colonial de deshumanización, accionada durante la conquista, se manifestaría en nuestra época bajo otros modos; en este caso, a través de programas policiales contra los hambrientos bandidos (Manual 159). Judith Butler explica en su libro Marcos de guerra… que, como cada cuerpo se encuentra potencialmente amenazado por otros que son por definición igualmente precarios, se producen modos de dominación:

la condición de la precariedad compartida conduce al no reconocimiento recíproco, sino a una explicación específica de poblaciones marcadas, de vidas que no son del todo vidas, que están modeladas como ‘destructibles’ y ‘no merecedoras de ser lloradas’. Tales poblaciones son ‘perdibles’, o pueden ser desposeídas, precisamente por estar enmarcadas como ya perdidas o desahuciadas; están modeladas como amenazas a la vida humana … por eso, cuando tales vidas se pierden no son objeto de duelo, pues en la retorcida lógica que racionaliza su muerte la pérdida de tales poblaciones se considera necesaria para proteger las vidas de los ‘vivos’. (53-54)

Estas no vidas efectivamente plantean una amenaza en Manual práctico del odio (“la raza que roba, la raza que mata”), por lo tanto, su destrucción es imperativa (“la raza que tiene que ser exterminada”). La permanente diatriba contra los pobres, transmitida por televisión, se podría calificar (además de racista) de aporófoba: una muestra de “rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre” (Cortina 6). Es un discurso que al mismo tiempo denotaría asco, porque “asco se derivaría del latín usgo, esto es, osgo (odio) …, es decir, aborrecimiento, animadversión, tirria … el asco se va amalgamando lentamente a partir de la visión de nuestros enemigos a quienes tememos pero también esperamos destruir” (Silva-Santisteban 54-55). Por añadidura, el asco es una reacción de resguardo ante lo incontrolable, por lo que “entre el asco y el miedo, solo hay una ligera inflexión. Se trata de una sensación que ... establece los límites de lo peligroso, lo abyecto, lo oscuro” (57). En suma, la “racialización” y el asco hacia los pobres acaban por forjarlos como seres humanos residuales tóxicos: un veneno para la sociedad con poder de amago.

Del mismo modo que en la colonización las tierras eran vaciadas de los nativos cuando “a los colonos se les antojaba un obstáculo demasiado fastidioso para su bienestar” (Bauman, Vidas desperdiciadas 55), en el presente, sigue vigente la eliminación de ciertos seres humanos por parte de los ‘dominantes’ (Butler). Ahora bien, esta práctica exterminadora se ha desplegado en una dirección adicional, ya que la liquidación también se lleva a cabo entre los mismos ‘residuos’, situación que se produce durante un encuentro armado entre Valdinei dos Santos Silva y Celso Capeta, quien “continuaba disparándole y le decía en voz bien alta que quien mata muere, repitió eso hasta que se le acabaron las municiones del arma, Valdinei ni vio lo que lo perforó, nunca imaginó que moriría de esa forma” (Manual 224). Esta autoeliminación es, sin duda, lo que plantea Bauman con su concepto de “imperialismo de pobres” (Vidas desperdiciadas 97), id est esa actitud de dominio por medio de la fuerza/violencia entre los mismos habitantes de la periferia. En el capítulo 10, la televisión cumple entonces una función importante al representar a los pobres como residuos sociales, pero también monta el estereotipo del tele-pobre: posiciona “a los pobres en primera instancia como seres humanos que hacen cualquier cosa por sobrevivir, saltando toda valla moral y ética, pero además como personas volcadas en una sucesión de actos abyectos” (Silva-Santisteban 65). El ‘tele-pobre’ es en efecto figurado en la novela: “tiene las escenas grabadas en su mente, la escena de la señora de 72 años que prueba frutas y legumbres tiradas en el CEAGESP, tiene la escena de la familia entera que vive comiendo calabaza porque un camión volcó cerca de su casa y agarraron lo que cayó, en ese caso calabazas” (Manual 159). Silva-Santisteban señala que las clases políticas latinoamericanas y sus soportes “mass-mediáticos” construyen una tele-realidad que no acoge objeción, una cultura de la indigencia que trae “la ‘imagen’ totalizante del pobre latinoamericano: se trata de una imagen estereotipada sin matiz posible, sin diferencias y de una homogeneidad categórica” (65-66). Esta imagen persistente se ancla tenazmente en la memoria del personaje-espectador Valdinei, otro pobre que, paradójicamente, “empieza a creer en esa tele-realidad” (Silva-Santisteban 66), pues responde al mandato de exterminar a esa ‘raza’ residual tóxica: “el justiciero cumplió su papel, el buitre que el Estado aplaude cumplió con su obligación, otro bandido apareció caído por la mañana” (Manual 161). De esta manera, Valdinei termina ganando “mucha fama de matador” (Manual 122), es un residuo que extingue violentamente a los de su mismo depósito.

Las historias personales que fraccionan la narración no exponen únicamente a los protagonistas del asalto, sino que también somos testigos de la vida de personajes secundarios que, al igual que el resto, se configuran como seres humanos residuales. Un ejemplo de ellos es Nego Duda quien, luego de la muerte de su madre, se vuelve el sostenedor de su hogar, puesto que su hermano mayor siempre estaba “muy ocupado llenando su auto de mujeres y su barriga de cerveza” (Manual 48), su hermano menor solo tenía cuatro años y su padre vivía alcoholizado, ya que “no lograba vivir más en la realidad, era demasiado dura” (Manual 50), situación donde el hambre se convierte en el verdugo de sus precarias vidas: “Nego Duda grafiteó en la pared de su casa una bella mañana de sábado: ‘Es hora de vengarme, el hambre se volvió odio y alguien tiene que llorar’” (Manual 51). La manifestación de este personaje se explicaría porque “el hambre, antes de producir el agotamiento, antes de extinguir a las personas, desencadena la irritación, y azuza la agresividad en busca de la liberación de esa tortura” (Salgado 157). Ante esa circunstancia donde le era casi imposible conseguir un empleo formal, no solo empieza a recurrir al robo con el fin de llevar alimentos a su familia, sino que de igual forma, se acoge al consumo de crack. Y al ver a su padre en permanente estado de ebriedad “sabía que cada uno calmaba el dolor propio de alguna forma” (Manual 50), porque “en estos días … cada consumidor expulsado del mercado lame su herida en soledad” (Bauman, Trabajo 143). Así, el consumo de droga y alcohol operarían como mecanismos de evasión de la realidad para Nego Duda y su padre, respectivamente.

Siguiendo las ideas de Leila Leturia, estos personajes serían a la vez subjetividades más proclives a las enfermedades psicológicas (creadas y reproducidas por la sociedad capitalista), sobre todo la juventud proletaria de la periferia cuya salud mental se ve directamente afectada. Los determinantes de salud mental en dichas subjetividades son, en el caso de Nego Duda, “las circunstancias sociales: conflicto familiar … bajo ingresos económicos … desempleo y dificultad de acceso a los recursos básicos” (Leturia 14). Estos factores debilitadores efectivamente repercuten en la salud mental del personaje, pues su padre “lloró mucho cuando vio las marcas en la muñeca en su hijo, le preguntó qué era eso, él cambió de tema, pero el viejo desconfió de las manchas de sangre días atrás en el baño, y hoy después de ver las marcas en la muñeca estaba seguro, Nego Duda, su hijo tan querido, había intentado matarse” (Manual 51). Leturia señala que la depresión en la juventud “se sitúa entre las enfermedades mentales más sistemáticas del siglo XXI” (22) y su sintomatología se manifiesta, verbigracia, en “el bajo control de impulsos y sensaciones agresivas y violentas” (22), tal como le sucede a Nego Duda cuando “casi mató a un vecino que osó mencionar la situación que su familia estaba pasando” (Manual 49). Este personaje patentiza, desde una perspectiva diferente, otros efectos sociales e individuales desencadenados por el sistema capitalista en los grupos vulnerables y marginalizados.

La pesadumbre que siente Nego Duda ante su circunstancia se intensifica, sin percatarse de ello, con la influencia de la televisión: “sentía un dolor que no sabía explicar, los comerciales de TV, los desfiles de ropa, los autos confortables, las mujeres siempre al lado de los hombres que tenían dinero, él también quería tener todo eso, él quería tener algo más además del pancito y el café ya tibio” (49). Florencia Coelho, en su análisis sobre las funciones de la televisión en la novela, señala que esta promueve un idealismo basado en lo material que termina en dolorosas ilusiones: “las mercancías legitimadas por los dispositivos televisivos y la publicidad ejercen … una visión idealista que repliega expectativas artificiales presentándola como esenciales … hay una asociación simétrica entre el consumo y la felicidad que seduce operando a través de falsas promesas” (87-88). En sintonía con su estudio, la aflicción de este personaje se explicaría porque la sobreexposición a imágenes de dinero y de consumo feliz aumentan el malestar de los excluidos, exasperando sus deseos y frustraciones por tener menos recursos y no poder alcanzar lo que ven a través de sus pantallas (Lipovetsky 186). La publicidad (sobre todo) resulta ser, entonces, no solo “una trampa diabólica que hincha hasta el infinito la insatisfacción individual” (163), también estandariza, idiotiza y distrae, promoviendo así una cultura y modelos de consumo que contribuyen al carácter residual de los marginalizados porque los mantiene en un estado de ‘consumidores fracasados/incompletos’ (Bauman).

La novela presenta personajes que se mantienen fuera de los crímenes, quienes, a pesar de no ser delincuentes, también son sujetos sobrantes. Por un lado, se halla José Antônio, hombre humilde que “intenta olvidar las preguntas de su vecina sobre su desempleo prolongado” (46), o en palabras de Bauman, un desempleado “temporalmente ‘fuera de la cadena de montaje’” (Vidas desperdiciadas 26). Además, él “intenta apartar el recuerdo del hombre que era cuando tenía una credencial en su billetera, apenas un sello y todo cambiaría, pero ese sello para José Antônio era cada vez más imposible …” (46). Los intentos por olvidar su situación de expulsado de la sociedad de productores (Bauman, Vidas desperdiciadas 26) y los sentimientos de menoscabo y de (casi) no retorno a su antigua vida asalariada podrían explicarse con los planteamientos de la socióloga Danièle Linhart, cuando indica que estas personas, al perder su empleo, también ven desvanecidos “leurs projets, leurs repères … ils se voient aussi privés de leur dignité de travailleur, de l’estime de soi, du sentiment d’être utiles et à leur places dans la société”3 (4). Probablemente es por ello que José Antônio, con el fin de sobrellevar a duras cuestas su estado de desmedro, decide “trabajar para el Señor … desde que había perdido el interés por el mundo del hombre” (Manual 56). Por otro lado, está Paulo, operario de una metalúrgica, “mano de obra barata” (Bauman, Vidas desperdiciadas 84) para quien su “abrigo siempre fueron los libros” (Manual 83), joven consciente de seguir su propio ritmo y no entrar en el de la favela (criminalidad).

Serge Paugam, en su obra La disqualification sociale, explica que la necesidad de reconocimiento social y de afirmación de sí mismo existe en todo ser humano, pero sin duda esta es más visible en el caso de las personas socialmente descalificadas. Las relaciones sociales en los espacios de imagen negativa donde los habitantes tienen un estatus comparable, “l’affirmation de soi consiste aussi, d’une part à recréer des différences et, d’autre part, à déplacer et reporter le discrédit sur ceux que l’on considère inférieur et que l’on infériorise encore d’avantage par la même occasion”4 (197). Este fenómeno de diferenciación, donde los chismes discriminatorios tienen una gran presencia, sucede en Manual práctico del odio en una conversación entre José Antônio y Paulo:

—… Sí, mirá quién está pasando por allá.

—Es Dinoitinha, ¿no?

—Un buen chico.

—¿Vos no te enteraste, Paulo?

—¿De qué?

—Que están diciendo por ahí que él está entrando en los robos.

—No me enteré, no me gustan mucho esas conversaciones.

—Dicen que él con otro chico le hicieron un trabajito a un cobrador de Jurema.

—Dios, un chico tan joven, y su padre, a pesar de que toma, es tan honesto ese hombre.

—Cierto, es que esos chicos jóvenes así están, están todos en esa locura, no quieren levantar ni un ladrillo, Paulo, el negocio de ellos es el dinero fácil.

—Sí, querido, nadie quiere agarrar un martillo, pasarse 12 horas en una metalúrgica como yo. Ya hice mucho, nadie lo piensa.

—Qué se le va a hacer, por eso mueren todos jóvenes, yo aliento a la redención de Dios.

—Hay muchos que se van reencauzando también, ya vi muchos que volvieron a trabajar, son jóvenes los chicos.

—Pero otros terminan muriendo, Paulo, ninguno queda vivo por mucho tiempo, los propios compañeros los matan, esa raza se mata entre sí. (Manual 116-117)

Es interesante cómo dentro de este mismo grupo de seres residuales existen infrajerarquías a partir de valores morales/sociales (Paugam 183) y del uso de la palabra ‘raza’. Estas pretenden inferiorizar a las personas juzgadas, con el fin de realizar una “différenciation individuelle [qui] se traduit par un effort de distanciation vis-à-vis de ceux dont on considère qu’ils ont une mauvaise réputation”5 (Paugam 198). El empleo del término ‘raza’ entre los dos personajes podría deberse, tal vez, a la penetración de la imagen/ discurso del ‘tele-pobre’ delincuente. Paugam observa, asimismo, que el estatus social de las familias precarizadas no es valorado por la sociedad y es necesario para ellas corregir la imagen negativa que se puede hacer de ellas, por lo tanto, una de las estrategias de distinción social es hacer valer, en su entorno, signos de respetabilidad sustraídos de la autoridad y de la identidad parentales. Un ejemplo de ello es reposar su honor —al menos parcialmente— en la bondad hacia sus hijos:

Juliana, su esposa, escuchaba a su amiga Adelina comentando que sus hijas … no querían comer la comida, que gracias a Dios tenían hasta opción de elegir, pero no comían, decía en voz alta que compraba arroz de primera calidad, que el arroz es Sólito o Camil, Juliana escuchaba con paciencia la conversación de su amiga, y sabía que en verdad no existía ninguna comida, que las hijas de Adelina tampoco tenían nada más allá de las otras niñas de la favela, no tenían ganas de ser nada, solo de casarse y hacer una gran fiesta, donde los vecinos las admirarían y hablarían bien de ellas. (Manual 137)

Esta microdiferencia para Adelina apuntaría a una reivindicación y autoafirmación de su identidad parental en un espacio residencial dotado de una negatividad que penetra en la consciencia social de sus habitantes. No obstante, “en réalité, il n’est pas toujours très facile d’affirmer sa différence [parce que] chaque individu est ‘pris’ dans un réseau de relations sociales avec d’autres individus partageant sensiblement la même condition sociale objective”6 (Paugam 200), es por esa razón que Juliana tiene conocimiento de que tal diferenciación (culinaria) sería ciertamente falsa. En pocas palabras, las conversaciones mantenidas por los últimos cuatro personajes (José Antônio, Paulo, Juliana, Adelina) que se encuentran al margen de la delincuencia se caracterizan por manifestar una super/subcategorización entre ellos: es un intento o necesidad por establecer un orden jerárquico interno en favor de su autoestima en el ámbito social.

4. Conclusiones

Si bien los personajes principales y secundarios representan un grupo sumamente heterogéneo y diverso, es posible reparar que todos finalmente se mueven dentro de las categorías de residuo humano (delincuencia, mano de obra barata, productores y consumidores fallidos). Sujetos superfluos que, en su mayoría, son “potencialmente venenoso[s] o, al menos, al definirse como residuo, se considera contaminante y perturbador del orden apropiado de las cosas” (Bauman, Vidas desperdiciadas 114); son residuos tóxicos al ser una gran amenaza para ellos mismos y para los no residuos. Adicionalmente, la televisión cumple una función relevante al ser un dispositivo que contribuye y afianza su carácter residual (Nego Duda) porque hiperconsumen imágenes de felicidad, de dinero, lo que conlleva un malestar e incompletud material crónicos.

Los sujetos de la novela, en su situación de marginados, se configuran no solo como víctimas rezagadas del progreso económico en el marco del proyecto de modernización, sino también como víctimas de estigmas y diatribas manifestadas por seres ‘superiores’ a ellos, tales como empleadores o la policía, cuyos discursos, también transmitidos por los medios de comunicación, denotan un desprecio que va desde el asco hasta el mandato de exterminación. Resulta interesante que la desvalorización no se presenta únicamente ‘de arriba abajo’, entre ellos mismos realizan infrajerarquías o microdiferencias que procuran una validación social, una aseveración de su moral y, sobre todo, una desmarcación dentro de un espacio de imagen negativa (‘vertedero’) donde todos están, por igual, descalificados socialmente. Compartiendo la precariedad y ante su degradación social, “exhibir un logotipo, para un joven, no equivale a ponerse por encima de los otros sino a no parecer menos que los otros” (Lipovetsky 45), viéndose así afectados por los valores y prácticas consumistas.

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Notas

1“es un espacio en disputa, esté inscrito en el mapa social o constituido en una narración” (mi traducción).

2“no somos el retrato, al contrario, cambiamos el enfoque y hacemos nuestra propia foto” (mi traducción).

3“sus proyectos, sus puntos de referencia … se encuentran asimismo despojados de su dignidad como trabajadores, de autoestima, de la sensación de ser útiles y de gozar de un puesto propio en la sociedad” (mi traducción).

4“la afirmación de sí mismo consiste también, por un lado, en recrear diferencias y, por otro lado, en desplazar y trasladar el descrédito a aquellos que consideramos inferiores y, al mismo tiempo, hacerlos aún más inferiores” (mi traducción).

5“diferenciación individual [que] se traduce por un esfuerzo de distanciamiento con respecto a aquellos se consideran de mala reputación” (mi traducción).

6“en realidad, no siempre es muy fácil afirmar su diferencia [porque] cada individuo está ‘inserto’ en una red de relaciones sociales con otros individuos que comparten sensiblemente la misma condición social objetiva” (mi traducción).

Recibido: 28 de Octubre de 2023; Aprobado: 04 de Marzo de 2024; : 05 de Marzo de 2024

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Candidata a Magíster en Literaturas Hispánicas, Universidad de Concepción. Esta investigación forma parte de la tesis del magíster antes mencionado.

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