Introducción
Mary Louise Pratt, una autoridad en el tema de la literatura de viajes, nombra a los acompañantes de los viajeros a partir del concepto de travelee, traducido al español como "viajados". Según Pratt:
Este extraño término ha sido acuñado sobre el modelo "empleador-empleado", donde la primera palabra significa "el que emplea" y la segunda el que "es empleado". Así, el individuo "viajado" es el receptor de los viajes del "viajero". Hace algunos años los teóricos de la literatura empezaron a hablar de los "narrados" como de las figuras equivalentes a los narradores pero en el extremo de la recepción de la narración. Obviamente, los viajes se estudian principalmente desde la perspectiva del viajero, pero es perfectamente posible, y sumamente interesante, estudiarlos desde el punto de vista de quienes participan de ese viaje en el extremo de la recepción.1
Las posibilidades analíticas que abre el concepto de travelee son enormes, debido a que este visibiliza la presencia de estos colaboradores, muchas veces ignorados por la misma literatura de viajes y por los propios investigadores. Además, porque pone en tela de juicio las observaciones dejadas por los viajeros científicos supuestamente como el resultado directo de su trabajo de campo. Para Pratt, el conocimiento vertido en los relatos de viajes, no surge solo de la sensibilidad y del poder de observación de un viajero, sino también de la interacción y la experiencia con los habitantes locales.2
Para el caso colombiano, el uso que se ha hecho del concepto de travelee ha sido interesante.3 No obstante, como este concepto proviene de la teoría literaria donde se conoce como la dimensión heteroglósica -las varias voces que se pueden encontrar en un texto-, el análisis histórico se ha reducido al análisis literario de un diario de viaje en específico, y por esa vía se deshumaniza a los travelee, presentándolos como simples tropos literarios. De esta manera, en este artículo hemos preferido usar el concepto de baqueano debido a que es la forma más común en la que se hace referencia a los acompañantes de los viajeros en las fuentes manuscritas y los diarios de viaje.
Fray Juan de San Gertrudis, un sacerdote franciscano que realizó un texto sobre su viaje por las tierras bajas del Amazonas (cuenca alta y medía del río Putumayo), titulado Maravillas de la naturaleza, nos dejó una interesante definición sobre los baqueanos:
De Santa Rosa para adelante hay un cuarto de legua de llano, pero está hecho todo un barrial que nos atascábamos hasta la rodilla. De ahí empieza serranía, y como no hay camino, es menester seguir y no perder de vista a los indios que nos guiaban, que son baqueanos. Baqueano llaman a uno que conozca por el rastro que no va desviado, porque conoce la tierra. Ellos como se han criado en el monte, tienen sus señas para no perderse. Ellos al mismo tiempo son como las cabras monteses, que por cualquier barranco enderezan y como era preciso seguir sus huellas, era preciso subir y bajar como pudieres.4
En el diario de viaje que dejó sobre su experiencia en las llanuras del Caribe entre 1787 y 1788, el sacerdote franciscano Joseph Palacios de la Vega mencionaba constantemente la importancia de caminar acompañado de "prácticos" y siempre "con el vaqueano por delante".5 En el diccionario de autoridades de la Lengua Española no se encuentra el significado de la palabra "baqueano", "vaqueano" o "baquiano", pero sí el de "práctico": "lo que pertenece a la práctica: y se aplica a las facultades que enseña el modo de hacer alguna cosa". En una segunda acepción, el diccionario, en forma figurativa, dice: "vale también experimentado, vesado y diestro en alguna cosa".6 En un sentido estricto podríamos señalar que el concepto de "práctico" -como el de "baqueano"-, tiene una acepción similar.
De todas formas, es importante complementar esta definición y agregar que la condición de "práctico" o de "baqueano" no estaba asociada a una situación étnica específica. Podían existir prácticos españoles o baqueanos negros, como era el caso de los bogadores del río del Magdalena. Además, en la documentación de la época (diarios de viaje, manuscritos, prensa ilustrada y epístolas) muchas veces se puede apreciar cómo el concepto baqueano casi siempre se circunscribe a un área específica. Es decir, se habla del baqueano de los ríos -conocedor del tipo de embarcaciones que se debían emplear, del curso de los ríos, de los raudales, de los remolinos, de las correntadas, de los vados-; el práctico de las montañas -conocedor de los caminos y sus peligros, de las trochas, de los atajos-; el baqueano del monte -experto en recorrer selvas y lugares boscosos-; entre otros.7
El objetivo de este artículo es mostrar la importancia que tuvieron estos baqueanos en el proceso de colonización impulsado por la Corona española durante el siglo XVIII, sobre algunas de las fronteras estratégicas del Nuevo Reino de Granada. Los baqueanos, además de conocer el territorio y servir como guías geográficos de los viajeros, terminaron cumpliendo una importante labor como intérpretes, informantes locales y principalmente como "mediadores culturales" entre las autoridades coloniales y las sociedades indígenas.
Saberes geográficos y mediaciones culturales
Al no seguir muchos de los protocolos de la diplomática colonial, los diarios de viaje que dejaron misioneros, militares y científicos sobre el Nuevo Mundo estarían entre las fuentes más elocuentes de la historia cultural. La vida itinerante que llevaban los viajeros les permitió registrar en sus diarios las diferencias que existían entre un "sistema colonial" -rígido y jerarquizado- y un "orden colonial" -dinámico y sagaz- que era la forma cotidiana como vivían las personas.8 Los viajeros eran usualmente hombres y letrados que habían crecido en contextos urbanos. Además, debido al lento proceso de asimilación intelectual de América como una entidad con derecho propio en el horizonte intelectual de Europa, algunos de estos diarios fueron redactados con propósitos literarios y destinados a una amplia audiencia de lectores, siempre tratando de llevar lo exótico al rango de lo familiar.9
Desplazarse por la geografía del Nuevo Reino de Granada no era una tarea sencilla y requería una amplía infraestructura de personas, animales de carga, instrumentos de ciencias, baúles y alimentación. Ni siquiera los más audaces se desplazaban solitarios. Por lo general se viajaba en grupo.10 En los relatos se advierte la dependencia que tenían los viajeros de los baqueanos, ya que estos últimos eran quienes generalmente proveían información sobre el territorio. Esto les permitió a los viajeros superar las dificultades de la travesía, producto del desconocimiento del espacio.11 Los baqueanos eran quienes conocían las dificultades y los peligros de los caminos, los atajos, los frutos que se podía comer y los que no, los lugares seguros para pasar la noche y, en general, poseían toda una serie de conocimientos vernáculos sobre el territorio que resultaban de gran utilidad para hombres cuyo régimen de vida material se vinculaba primordialmente a contextos urbanos. Contar con un buen baqueano era una cuestión de supervivencia.12
En lugares selváticos, como el Orinoco, la necesidad de guías era absoluta y al parecer los indígenas no siempre querían hacerlo. Según el jesuíta José Gumilla, muchas veces los guías intencionalmente hacían recorrer a los misioneros los caminos más peligrosos hasta causarles la muerte. Decía Gumilla:
Dije fiel y aquí está la mayor dificultad; porque muchos tenidos por tales, en lugar de guiar, han tirado a perder y a despeñar y se han metido en lagunas de cuatro y cinco días de travesía, para que los pobres misioneros mueran al rigor de los peligros, de los trabajos y de hambre, antes de hallar las descarriadas ovejas (indígenas fugitivos), que busca: este es negocio de hecho y de que pudiera referir casos, muchos y muy lastimosos.13
Durante los viajes, algunos indígenas aprovechaban para vengarse por los castigos que recibían por parte de los misioneros en los pueblos de indios, guiándolos por las trochas más accidentadas. A los indígenas que eran desobedientes o huían de las misiones a las selvas se les mandaba a azotar, se les ponía grilletes, carlancas en el cuello o también se les podía enviar al cepo.14 El dominio que los guías tenían sobre los misioneros durante el viaje podía ser usado silenciosamente para vengarse por los malos tratos que recibían. Esta sensación de desconfianza con los guías la describe muy bien el franciscano Santa Gertrudis, quien relata en su diario que prefería dormir junto a las canoas "con la escopeta en la mano y con la otra el machete" por miedo a que los indígenas lo abandonaran en la noche en medio de la selva.15
En medio de una sociedad jerarquizada como la del antiguo régimen, durante el viaje, los indígenas guías terminaban teniendo cierto dominio sobre los viajeros. Al adentrarse en los denominados territorios de frontera (lugares que se encontraban por fuera del dominio político de la monarquía) no era recomendable viajar sin baqueanos. Por un lado, debido al desconocimiento geográfico del territorio y, por otro, a raíz del peligro de las guerras que allí existían contra los indígenas indómitos. Normalmente, algunos indígenas que se adherían a la causa española, los denominados "indios amigos", terminaron siendo las llaves que permitieron conocer mejor estos territorios refractarios. La ausencia de estos personajes ponía en absoluta desventaja a las tropas españolas a la hora de emprender una entrada de pacificación o un viaje de exploración militar. Los ejemplos son innumerables y nos recuerdan que la colonización de algunas de las fronteras del Nuevo Reino de Granada no hubiese sido posible sin el imprescindible apoyo de los aliados locales y de los baqueanos.16
Un caso destacado sucedió en la provincia de Maracaibo, al nororiente del Nuevo Reino de Granada. Allí, en 1772, se le concedió a un joven indígena, bautizado como Sebastián José, una serie de "señales de distinción" -como el título nobiliario de "capitán", el permiso de usar bastón de mando, un salario de ochos pesos mensuales y la exención de pagar tributo-, debido a sus servicios como guía geográfico, intérprete y responsable de allanar el camino para un "proceso de paz" entre la Corona española y los motilones. Por décadas, los misioneros capuchinos y los militares fracasaron en sus intentos de reducir a estos indígenas. Entre los principales inconvenientes que tuvieron se encontraba la "belicosidad" de los motilones, razón por la cual los propios capuchinos viajaban armados por aquel territorio o acompañados de escoltas.17 Otro de los inconvenientes se debió a la falta de conocimientos sobre el territorio de la zona lacustre del lago de Maracaibo, descrito como "un inexpugnable laberinto de espesos montes, vasto y dilatado territorio, de ocultos senderos de entradas y salidas".18
Según describen las fuentes, Sebastián José fue hecho cautivo en 1767 y llevado a vivir a la casa del tesorero de Maracaibo.19 Allí se convirtió en criado, palabra que precisamente designa tanto a quien ha recibido de otro crianza, alimento y educación como a quien trabaja de sirviente doméstico.20 En este hogar español, Sebastián José aprendió castellano y pudo comunicar al tesorero los deseos de paz que tenían desde tiempo atrás los motilones, quienes por falta de un indio ladino no lo habían podido hacer. De esta manera, el tesorero organizó una expedición militar al interior del territorio de los motilones, en la cual Sebastián José fue la punta de lanza que, además de guiarlos por los diferentes pueblos donde estaban asentados los indígenas, les informó en su propio idioma los deseos de paz de los españoles, poniendo fin así a un conflicto de más de cien años.21
Los indígenas que eran baqueanos muchas veces hacían las veces de intérpretes o "lenguaraces" de los viajeros.22 El trato con los intérpretes les facilitaba a los expedicionarios la obtención de información adicional sobre las culturas indígenas que se pensaba evangelizar. José Gumilla describe la importancia que tuvieron estos indígenas en el Orinoco para generar acercamientos pacíficos con otros grupos que no habían sido contactados. Según el jesuita, los indígenas bilingües eran enviados como una suerte de "embajadores", quienes con regalos para los caciques de otros pueblos buscaban conocer la disponibilidad que estos tenían de recibir a los misioneros. Dichos "embajadores" cumplían una importante labor al instruir a los sacerdotes con pequeñas pero útiles recomendaciones culturales que les permitieran ganarse la confianza de los indígenas y, de este modo, evitar cualquier tipo de acción que pudiera echar a perder la empresa evangelizadora. Por ejemplo, Gumilla describe cómo para los indígenas guaneros, caribes y jiranas del Orinoco la toma de chicha era fundamental para dar la bienvenida por primera vez a un misionero. Por lo tanto, el incumplimiento de esta ceremonia de recibimiento podía ofender a las familias indígenas y causar susceptibilidades en la comunidad que se pensaba intervenir.23
Los baqueanos no solo resultaban útiles para guiar a los viajeros por geografías desconocidas, sino también como intérpretes para obtener informaciones valiosas sobre otras culturas. Eran una suerte de "mediadores culturales" que daban cuenta de complejas realidades e interacciones entre dos universos muy distintos.24 Los intérpretes no solo usaban la lengua para comunicarse y darse a entender. El conocimiento del idioma local también era el vehículo para penetrar en un mundo desconocido y convencer de forma
pacífica a los indígenas sobre las ventajas de ser vasallos de un rey lejano.25 Esta estrategia, finalmente, instrumentalizaba a los baqueanos para actuar con mayor eficacia en la extensión del dominio de la monarquía española en los territorios de frontera.26
En el caso de Gumilla, este describe que la necesidad de valerse de "embajadores indígenas" tenía la finalidad de superar los límites de su cultura y erigir un marco interpretativo para comprender al "otro" desde su punto de vista interno. En resumen, Gumilla emplea un interesante juego de palabras que sintetiza muy bien sus intenciones y también las del proyecto jesuita en toda Hispanoamérica: "vamos con la suya, que es su interés y salgamos con la nuestra, que es asegurarlos y domesticarlos, para enseñarles la santa doctrina".27
Los baqueanos eran la brújula humana de los viajeros. Sus conocimientos de rutas, caminos y la destreza para orientarse por territorios que los extranjeros percibían como verdaderos laberintos fue admirada en algunas oportunidades.28 Este fue el caso de Gumilla, quién se sorprendía al ver cómo los indígenas del Orinoco podían correr por las selvas mientras cazaban jabalíes y volver al mismo sitio desde donde habían partido. Esta técnica de orientación geográfica fue descrita por Gumilla, y consistía en que, al tiempo que se perseguía a los jabalíes, se iban rompiendo ramas que posteriormente servían de "señas" para volver.29 Lo interesante de este ejemplo es que los misioneros terminaron apropiándose de dicha técnica de orientación nativa para guiarse por las selvas. Decía Gumilla:
Y este modo de caminar dejando dichas señas, se practica en todos los viajes, que por aquellas espesuras hacemos; y la razón es, porque no hay caminos, ni trochas abiertas y rarísima vez se forman senda; y así para seguir uno de aquellos derroteros, no se atiende al suelo, porque en él no hay señal, por estar cubierto de más de un palmo de hojas secas: sólo se atiende a las ramas quebradas y por ellas conocen los indios cuantos años ha que no se trajinó aquel rumbo; porque la rama quebrada, cada año echa su renuevo y por los mismo cuentan seguramente los años.30
Desde tiempos inmemoriales las sociedades indígenas han gestionado su territorio para la reproducción de la vida. Conocían con detalle su tierra, que a los ojos de los europeos resultaba "salvaje" y "virgen". Por lo tanto, el paisaje estaba cubierto por minúsculas señales que para otros pasaban desapercibidas.
Fuente: Angelo Neglia Gianelli y Bruce Olson, Una raza bravia: estudio socio-antropológico de los indios motilones (Bogotá: Instituto de Desarrollo de la Comunidad, 1974) 102.
En el caso del nororiente del Nuevo Reino de Granada, los motilones acostumbraban a enterrar con sutileza flechas en su territorio en distintas posiciones. Estas no solo servían como referentes geográficos, sino que además contenían un lenguaje que denotaba si habían declarado la guerra a un enemigo, generalmente étnico. Si la flecha estaba enterrada de punta, demarcaba el límite hasta donde podía llegar cualquier agente externo en el territorio. Si la punta de la flecha estaba hacia arriba, indicando alguna dirección, tal era el camino que se debía seguir. De esta manera, los motilones desarrollaron una especie de alfabeto, un lenguaje del paisaje que les permitió apropiarse de su territorio y defenderlo durante largo tiempo de intereses externos.31
Los saberes y prácticas geográficas de los indígenas llamaban la atención de los europeos debido a que estaban elaborados desde un sistema de significación y de praxis diferente al occidental, que dependía en gran medida de la brújula. Los indígenas se guiaban por el nombre de los árboles, la dirección del sol y las estrellas, el curso de los ríos, contaban el tiempo en lunas y leían constantemente el paisaje. Por ejemplo, Santa Gertrudis se sorprendía al conocer que los baqueanos que lo guiaban por el río Putumayo podían saber si más personas se encontraban caminando cerca de ese territorio por el simple canto de los pájaros. Decía el franciscano:
Los indios tienen esto observado, y así al oír gritar estos pájaros en todo Putumayo y en estos cinco pueblos del monte, observan si las voces de estos pájaros van siguiendo de arriba para abajo, o de abajo para arriba; y así saben que hay gente o que viene de arriba para abajo, o que de abajo para arriba.32
Una estrecha convivencia con su hábitat y una aguda observación de los fenómenos naturales hicieron que los baqueanos desarrollaran un amplio conocimiento sobre el territorio. Por ejemplo, en algunos diarios de exploración escritos por militares (tipo bitácora, debido a su referencia cronológica día por día) se aprecia la presencia de unos indígenas denominados "rastreadores". Estos eran una especie de sabuesos que trabajaban para los intereses de los españoles, capaces de conocer la ubicación de sus enemigos en la selva a partir de diminutas huellas dejadas sobre el paisaje e incluso por el propio olfato:
Para el mejor éxito del premeditado fin y el logro de exterminar los indios barbaros motilones se tiene formada una relación, o rol de los prácticos, o rastreros que llaman y hay en esta Provincia los que por las huellas, olfato, y otras observaciones que tiene hechas conocen los parajes por donde han transitado o habitan [los motilones], ha alguna distancia; para que con las partidas que han de emplearse en la expedición varían alguno de estos que les sirvan de guías.33
En su paso por el Nuevo Reino de Granada, Alejandro de Humboldt fue consciente del enorme conocimiento práctico del territorio que tenían los indígenas, a quienes agradeció su colaboración como informantes para la elaboración de su mapa sobre el Orinoco. Decía Humboldt:
Los indios son los únicos geógrafos de las Indias. A fuerza de correr y abrir caminos se forman claras sobre la situación y aún sobre la distancia de los lugares. Comprenden muy fácilmente las líneas que uno traza en el suelo, cuando se tiene cuidado de colocarlas en su verdadera situación con respecto a los puntos de salida y puesta del sol, puntos que observan en forma muy rigurosa. Dan nombres a una veintena de caños que entran en un río y tienen una memoria geográfica prodigiosa. Gracias a ellos me fue muy fácil hacer el mapa del Orinoco. No son casi misteriosos donde desconocen la tiranía de los blancos. La desconfianza y el misterio no se conocen en Casiquiari y Tuamini. Pero cuántas dificultades para formarse una idea sobre el nombre y la situación de lugares en donde los indios han sido exterminados o embrutecidos por el comercio con los españoles. Estos desconfían de cualquier mapa impreso y, cualquier persona, sin tener ni idea, se pone a hacer mapas.34
Ahora bien, es pertinente avanzar a otro nivel de análisis y mostrar la relevancia de los baqueanos para que los viajeros científicos pudieran conocer los secretos medicinales, alimenticios y comerciales que escondía la naturaleza neogranadina.
Viajeros científicos y conocimientos locales
Al examinar los diarios de viaje, investigaciones y epístolas de los viajeros científicos, da la impresión de que sus conocimientos son el resultado de observaciones directas de la naturaleza, debido a que casi siempre omiten la información geográfica y botánica que recibieron por parte de los habitantes locales. El siglo XVIII es el periodo de la historia durante el cual la razón occidental buscó posicionarse en el mundo como la única forma de conocimiento válida, por lo que los conocimientos de los indígenas, negros y mestizos americanos eran considerados inferiores. José Celestino Mutis, conocido como el faro de la Ilustración en el Nuevo Reino de Granada, es un claro ejemplo de ello al referirse a los conocimientos locales que tenía la población de la siguiente manera: "oír contar a estas gentes algunos efectos de la naturaleza es pasar el tiempo oyendo delirar a unos locos".35
Con la llegada de estos viajeros se buscaba clasificar todas las formas vegetales bajo el Systema Naturae de Carl Linneo y encontrar cualquier tipo de planta, mata o raíz que tuviera algún valor medicinal o económico para el imperio español.36 Desde luego, esta iniciativa debe enmarcarse dentro de un proyecto de recuperación fiscal mucho más amplio, conocido como el reformismo borbónico.37 Tan solo entre 1760 y 1808 la Corona española patrocinó alrededor de 57 exploraciones científicas en toda Hispanoamérica.38 De esta manera, la apropiación del Nuevo Mundo no debe restringirse exclusivamente a misioneros, militares y burócratas coloniales. El trabajo de un naturalista, clasificando y nombrando objetos naturales facilitaría el control no solo de la naturaleza sino de otras culturas. Se trataba de consolidar un orden mundial eurocéntrico.39
La idea de establecer un sistema de clasificación natural universal buscaba homogeneizar, en griego y latín, la diversidad de nomenclaturas locales que existían para referirse a una planta. Por ejemplo, los indígenas del actual territorio de Chile llaman a una planta particular "culen" o "culem" (Psoralea glandulosa L.) y los criollos de Córdoba (Argentina) la denominaban "albahaca del campo", que no se parecía nada a la "albahaca" de Europa (Ocimun basilicum L.).40Sin embargo, como señaló el antropólogo Claude Levi-Strauss, la idea de clasificar, dar un orden o "poner en estructura" a la naturaleza no es algo exclusivo del pensamiento científico occidental, por el contrario, se encuentra en la base de todo pensamiento humano.41
Por lo tanto, no está de menos recordar que los habitantes locales del Nuevo Reino de Granada tenían sus propias formas de agrupamientos sistemáticos de plantas y asociaciones ecológicas sin poseer un marco de referencia occidental. Además, conocían mucho mejor las propiedades de las plantas que los científicos que venían de Europa. Un ejemplo representativo sucedió con el sabio criollo Francisco José de Caldas, quien se sorprendió al ver que un indígena noánama que lo acompañaba en su recorrido por las selvas de Mira, por Bogotá, Santiago y Cayapas, había sido capaz de reunir diferentes plantas de un mismo género eficaces contra la mordedura de las serpientes, sin conocer el Systema Naturae de Linneo. Decía Caldas:
La necesidad, la más imperiosa de todas las leyes, habrá obligado a buscar un sucedáneo en caso de faltar la yerba conocida. Las formas, el hábito, algunos caracteres más notables, los habrán guiado en la comparación de las especies; el suceso habrá correspondido a sus esperanzas, y la ciencia médica de los salvajes ha admirado a los filósofos. Un hombre que no ha oído jamás los nombres de Lineo, de familias, de géneros, de especies; un hombre que no ha oído otras lecciones que la de la necesidad y el suceso, no podía reunir nueve o diez especies bajo de un género, que él llama Contra y los botánicos Besleria, sin que tuviese un fondo de conocimientos y de experiencias felices en la curación de los desgraciados a quien habían mordido las serpientes.42
El caso de Mutis también es representativo debido a que con el paso del tiempo y luego de su nombramiento como director de la Expedición Botánica en 1783, parece haber valorado un poco mejor los conocimientos prácticos de los habitantes locales. De lo contrario, no se habría tomado la molestia de intentar sacar de la cárcel por todos los medios a un indígena llamado Juan Esteban Yoscua, que le servía como herbolario. El hecho sucedió en 1801, cuando Yoscua, un indígena tributario del pueblo de Chocontá, quien había huido a la capital debido a los maltratos que recibía por parte de su padre, intentó apuñalar en estado de embriaguez al cobrador de tributos de indios forajidos, don Bentura Méndez. A raíz de este altercado Yoscua fue condenado a dos años de presidio urbano, ante lo cual Mutis intervino pidiendo que se le conmutara la pena por servicios en la Expedición Botánica a "ración y sin sueldo":
Habiendo sabido que el indio Juan Esteban Yoscua herbolario de la Real Expedición Botánica, después de su prisión originada del atentado cometido en su embriaguez ha sido justamente condenado por Su Alteza al presidio urbano por el tiempo de dos años: considerado justamente el grave perjuicio que experimenta la Expedición por la de un herbolario ejercitado en los montes como lo está el expresado indio; será muy propio de mi obligación dirigir esta muy reverente instancia por el conducto del Ministro Fiscal relativo a la protección de los indios, a fin de que Su Alteza por un efecto de pura gracia se digne conmutarle al delincuente la sentencia de presidio en la del servicio de la Expedición a ración y sin sueldo, como estaría en el presidio.43
Debido a este incidente judicial conocemos el nombre de uno de los colaboradores indígenas que sirvió como herbolario en la Expedición Botánica dirigida por Mutis. Así, detrás del concepto genérico de baqueano se esconden el nombre y la vida de diferentes personas poco conocidas por la historia nacional. Normalmente, las franjas discursivas que dejaron por escrito los viajeros científicos están plagadas de medidas y datos cuantitativos que no permiten ver la presencia humana (a los baqueanos), como sí sucede en los diarios dejados por los misioneros. En este sentido, es necesario combinar los análisis con otro tipo de corpus documental o contar con algún suceso extraordinario por el cual sea "justo" nombrar a un baqueano por su nombre, tal y como sucedió en 1802 con Caldas, quien, en gratitud por salvarle la vida, nombra a su guía geográfico indígena por su nombre completo, Salvador Chuquín. La historia la describe el propio Caldas:
Yo conocía la altura de la cresta por mi medida geométrica, y deseaba conocer la profundidad de este cráter por medio del barómetro llevado al fondo, y tomar muestras de las diversas materias de que se componía, y resolví bajar a este abismo [...]. Ya habíamos bajado como 1/3 de profundidad cuando se presenta una pendiente rapidísima de piedra pómez, reducida a pequeños pedazos; yo vi que mi guía la atravesaba con facilidad para buscar en el lado opuesto una canal hecha por las aguas que facilitaba el descenso. Esta pendiente de pómez era peligrosa, porque tenía cien varas de longitud, que iba a terminar en rocas terribles, al fondo mismo cráter. Yo temí, pero la facilidad con que había pasado mi guía me animó y entré en el peligro. Apenas había dado tres pasos sobre la pómez cuando veo que todo se remueve, y no pudiendo sostenerme en pie me siento, y aun en esta situación comienzo a precipitarme hacia el fondo de este espantoso cráter; creo llegado el fin de mi vida, y doy una voz a mi guía. Este indio generoso vuelve la vista, me ve perdido, se avanza hacia mí con intrepidez inaudita, se arroja al mismo peligro en que me veía, me ase del brazo derecho, me arroja dos varas del precipicio, y me da la vida. Mi alma pasó en este momento todos los horrores de la muerte a los sentimientos del más dulce y vivo reconocimiento. ¡Ah! transportado, beso la mano de mi libertador y le testifico de todos modos mi agradecimiento. Es indio se llama, porque es justo nombrarle, Salvador Chuquín44
Aunque en teoría los viajeros científicos descalificaron los conocimientos de los habitantes locales por no estar guiados bajo sus criterios metodológicos, en la práctica es claro que se valieron de su experiencia empírica como punto de partida para realizar sus propias investigaciones y rehacerlas bajo los parámetros de un "conocimiento científico".45 Un ejemplo de esto sucedió en la ciudad de Mariquita en 1788, debido a la intriga que, entre los científicos de la época, despertaron los conocimientos contra la mordedura de las serpientes que poseía un negro esclavo llamado Pío. El interés surgió al ver que el esclavo podía tomar distintas serpientes en sus manos sin ser mordido por ellas. De esta manera, Francisco Javier Matiz, quien había llegado en 1783 para trabajar en la Expedición Botánica, comunicó a Mutis y al criollo Pedro Fermín de Vargas sobre dicho acontecimiento para que le ayudaran a descifrar las razones por las cuales las serpientes no mordían a Pío.
Pedro Fermín de Vargas fue el encargado de ahondar en la pesquisa, que luego sería publicada por el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá en 1791.46 En su escrito, Vargas señalaba cómo al preguntarle a Pío sobre la forma en que había obtenido la habilidad de "amansar" y "calmar" a las serpientes, este le informó que al encontrarse trabajando vio cómo un águila guaco -llamada así por el sonido que realizaba mientras volaba-, al intentar agarrar una serpiente fue mordida; la curiosidad de ver dónde iba a caer lo llevó a seguirla y así observó que esta comió las hojas del bejuco guaco y emprendió nuevamente su vuelo. De modo que a partir de esta observación Pío argumentaba haber deducido las propiedades curativas de la planta contra las serpientes.47
Vargas, siendo un hombre que se encontraba imbuido en las ideas científicas de su época, quiso experimentar por cuenta propia el hallazgo que le había descrito Pío y verificar dicho conocimiento de forma participativa, así que "le propuso una recompensa" al esclavo si llevaba a su casa las hojas de guaco y algunas serpientes para que él mismo las pudiese tomar con sus manos. Pío, en efecto, fue al otro día a la casa de Vargas, machacó y mojó las hojas, lo hizo beber dos cucharadas y lo inoculó con el zumo en los dedos de la mano, el pie y el pecho. Luego de este procedimiento, Vargas tomó dos serpientes, una en cada mano, "sin sentir amenaza alguna". No obstante, para asegurarse de que las serpientes que había llevado el esclavo sí eran venenosas y cerciorarse de la eficacia del bejuco del guaco, Vargas hizo que una de las serpientes mordiera un "perro mástil" que tenía en su casa, el cual murió de hidrofobia minutos después "arrojando por boca y narices sangre y materias viscosas".48
La explicación científica de Vargas sobre las propiedades de la planta se limitó a mencionar que no sabía si el fuerte olor del guaco era el que le causaba fastidio a las serpientes y por eso no mordían, o si por el contrario, dicho olor les resultaba tan agradable que les hacía olvidar su ferocidad.49 Esta controversia llegó a oídos de Humboldt y su acompañante de viaje Aimé Bonpland, quienes señalaron que el bejuco guaco poseía un olor nauseabundo que afectaba los órganos olfativos de las víboras, de tal modo que al ingerirse el zumo de la planta el olor pasaba a la transpiración cutánea de los hombres, siendo esa la razón por la cual las serpientes no mordían a quien había ingerido dichas propiedades.50
Los beneficios que ofreció la planta del guaco a la medicina de la época fueron considerables. En medio de un proceso de exploración de la naturaleza neogranadina, como el que se estaba llevando a cabo durante el siglo XVIII, encontrar un antídoto contra la mordedura de animales venenosos que infestaban las zonas húmedas del virreinato era un gran aporte para las avanzadas colonizadoras. Humboldt y Bonpland incluyeron el guaco en su catálogo de Plantes Équinoxiales como una nueva especie de Mikania (Eupatorium), descubierta en Santafé por Mutis, "a quien debemos el concomimiento de la Mikania guaco y sus beneficios tan inestimables como inesperados que esta planta ofrece a la medicina".51
Sobre el papel de Pío como informante en el descubrimiento de las propiedades de esta planta no se dice nada. Es decir, detrás de cada hallazgo o "descubrimiento científico" que aparece con el sello personal de los directores de la Expedición Botánica en Hispanoamérica, se esconde una historia oculta que pocas veces es conocida. Esto hace necesario asumir los aparentes "logros de ciencia" con una mirada crítica. Según Mauricio Nieto, no podemos concebir el descubrimiento de una medicina o de una planta comercial como el logro de un individuo que deambulaba solitario por los bosques tropicales. Por el contrario, muchos de los "logros" botánicos de los viajeros científicos del siglo XVIII fueron el resultado de un proceso de "traducción" y apropiación de las tradiciones locales a un lenguaje científico.52
Un caso más conocido es el de la quina. Para el siglo XVIII, después del oro y la plata, la quina era uno de los productos americanos más apetecidos en España. En 1752, el virrey del Nuevo Reino de Granada, José Alfonso Pizarro, comisionó al viajero panameño Miguel de Santisteban para que dirigiera una expedición a la provincia de Loja y a otras regiones del sur de Quito. Su misión era averiguar sobre la existencia y la extensión de los árboles de quina y revisar los costos de explotación y transporte del producto desde Cartagena hasta otros puertos de embarcación en España.53 Ya en Loja, Santisteban conoció a un curandero llamado Fernando de la Vega, experto en las propiedades botánicas y medicinales de la quina, quién había trabajado en 1743 como guía e informante de la expedición geodésica de Charles-Marie de la Condamine.54 Santisteban, al ver la edad avanzada del curandero -ochenta años-, le pidió que escribiera una memoria sobre las propiedades de la quina, la cual se tituló Virtudes de la cascarilla, de hojas, cogollos, cortezas, polvos, y cortezas de la raíz. Este documento, de un valor extraordinario debido a que constituye el primer aporte conocido de un nativo sobre el tema de la quina, fue encontrado por Eduardo Estrella en el Archivo del Real Jardín Botánico de Madrid y transcrito por él mismo en la última parte de su artículo.55
Fuente: Alexander Von Humboldt y Aimé Bonpland, Plantes Équinoxiales, recuellies Au Mexique, dans l'île de Cuba, dans les provinces de Caracas, de Cumana et de Barcelonne, aux Andes de la Nouvelle Grenade, de Quito et du Pérou, et sur les bords du Rio-Negro, de l'Órénoque et de la rivière des Amazones, t. II (París: Chez F. Schoell, rue des Fossés-Montmartre, n.° 14, 1813) lámina 105.
A partir de su experiencia en Loja, Santisteban compartió parte de sus propios dibujos sobre la quina, sus descripciones sobre los árboles, las cortezas y sus propiedades curativas a Mutis. En 1761 Santisteban incluso estimuló a Mutis para que saliera a investigar las quinas que se encontraban en Santafé y cerca de la Mesa de Juan Díaz, información que Mutis comprobó como verdadera a partir de la investigación realizada por uno de sus ayudantes, Carlos Aguilar, baqueano de aquel territorio. Decía Mutis:
Me hizo el favor S.E. de incitarme a que saliese a examinar la Quina, que decián hallarse tan cerca de Santafé, como que no distaba más que un día de camino; distancia entre Santafé y la Mesa de Juan de Díaz, donde dice hallarse el árbol. El primero que me dió esta noticia fue D. Miguel de Santisteban. Me la confirmó mi criado Carlos [Aguilar], vaquiano de aquel terreno.56
Al igual que sucedió con el guaco, Mutis pasó a la historia como quien "descubrió" las propiedades medicinales de la quina. En su caso, sin embargo, sí se inició una acalorada disputa con el médico panameño Sebastián López Ruíz por la paternidad del descubrimiento.57 Más allá de esto, lo que nos interesa destacar en este punto es que los conocimientos que poseían los habitantes locales sobre las propiedades de las plantas americanas estaban asociados ar un uso cotidiano que no tenía fines económicos. La llegada de Mutis y de otros viajeros científicos al Nuevo Reino de Granada también representó el arribo de la concepción mercantilista de la naturaleza como generadora de riquezas.58
Al conocer las propiedades de las plantas neogranadinas, muchos viajeros echaron a volar su imaginación sobre la mejor forma de comercializar aquellos recursos en Europa y hacer una considerable fortuna, tal y como lo hizo Mutis.59 El caso de la hoja de coca es un ejemplo representativo. Antonio Julián fue un sacerdote jesuita que llegó al puerto de Santa Marta en 1749 por orden del virrey José Alonso Pizarro para apoyar las misiones capuchinas en la reducción de los indios guajiros. Allí, Julián observó cómo una hoja conocida como hayo le servía a los indígenas a modo de "preservativo de hambre y sed" por "tres o cuatro días sin nada más que comer". Según el jesuita, el consumo de hayo explicaba la "robustez" y la "buena salud" que gozaban los guajiros pese a vivir en un territorio desértico:
Salí, pues, a ver aquella tropa de Indios, y me encontré con unos mozos altos, robustos, y bien formados, bien encarados, y de un color trigueño, y mas blanco de el que suelen tener los demas Indios del Rey-no. Llevaban terciada sobre el hombro derecho una manta de algodon bien texida de sus mismas manos, (porque florecen mucho en estas labores) que les cubria la mayor parte del cuerpo, y pendiente del cuello una mochila, ó alforjita, que les cai debaxo del brazo izquierdo: y a la cintura, como los devotos peregrinos trahian un calabacito redondo y sutil metido dentro, y salia por la boquita. Dentro de aquella alforjita trahian las hojas de Hayo verdes y frescas, y dentro del calabacito cal finisima, que ellos mismos hace de las conchitas del mar, tan blanca y bien amasada, que parece almidon, o manjar blanco. Estaba yo gustoso conversando con ellos, y vei que tanto en tanto, ya el uno, ya el otro, metian mano a la mochila, sacaban un puñado de yerba, se la metían en la boca, y mascando y se la iban tragando.60
Según Julián, la introducción de la hoja de hayo en la dieta europea sería un gran negocio que llegaría incluso a remplazar el hábito que existía en el viejo mundo de bebidas estimulantes como el té y el café. Las ventajas que el sacerdote encontraba en la hoja de hayo eran inconmensurables y la convertían en toda una panacea médica como "reparadora de las fuerzas pérdidas", "solutivo de los humores pectorales", además de "prolongar la vida".61 Al igual que Julián, gran parte de los viajeros europeos y criollos que conocieron los secretos de la naturaleza gracias a la información de algún baqueano buscaron por todas las formas obtener riquezas económicas comercializando la naturaleza americana como "oro verde".62
Conclusiones
Los diarios que dejaron los viajeros -misioneros, militares y científicos- que recorrieron el Nuevo Reino de Granada durante el siglo XVIII han sido un gran acervo para la historia social y cultural de Colombia. No obstante, al examinar este corpus documental bajo otros intereses y preguntas de investigación, los resultados han sido significativos. Por un lado, se puso en evidencia la dependencia que tuvieron los viajeros de los conocimientos prácticos y geográficos de los baqueanos y, a su vez, se resaltó la importancia de estos personajes como "mediadores culturales" en los procesos de expansión territorial llevados a cabo por la monarquía española en las regiones de frontera. Por otro lado, se demostró el proceso de apropiación epistemológico que los viajeros científicos realizaron frente a los saberes locales durante la expedición botánica. Esto con el propósito de clasificarlos en el sistema de historia natural de Linneo y de conocer las propiedades de las plantas americanas para insértalas en una lógica mercantilista, cuya finalidad era que el imperio español obtuviera riquezas económicas.
Cada vez que la historia ingresa "por la puerta de atrás" de los grandes acontecimientos o de los grandes personajes, se encuentra con los nombres y las vidas de personas simples y anónimas. En este caso, no se estudiaron los diarios desde la perspectiva de los viajeros, sino desde la de los baqueanos, análisis que permitió ampliar los horizontes de interpretación sobre el tema de los viajeros, y paralelamente visibilizar la importante labor de los baqueanos como mediadores culturales en diferentes procesos políticos, económicos y sociales de la sociedad colonial.
Finalmente, lo que se puede demostrar en este artículo es que la colonización y la apropiación territorial del Nuevo Reino de Granada no fueron un proceso netamente misional, militar y llevado a cabo exclusivamente por españoles. La emergencia de dar visibilidad a nuevos protagonistas y nuevos rostros, como es el caso de los mediadores culturales, nos pone frente a una de las formas más complejas de identificar la dominación colonial, debido a que toma a los agentes locales como instrumento para extender su poder de manera más efectiva. Desde luego, algunos mediadores culturales asumieron su rol de manera voluntaria, motivados por los beneficios económicos y simbólicos que su trabajo conllevaba. Sin embargo, a largo plazo, este tipo de acciones del poder colonial hizo que muchos individuos se desligaran de sus comunidades por los privilegios otorgados, primando así sus intereses personales por encima de los colectivos, sin importar los riesgos ni las consecuencias que sus decisiones pudieran traer en la desintegración de sus propias sociedades.