Este libro recoge doce ponencias presentadas por un nutrido grupo interdisciplinar en el año 2019 para el encuentro académico internacional “Ensamblajes del problema alimentario en América Latina durante el siglo XX” (Bogotá). A su vez, se encuentra inscrito en el desarrollo de proyectos más amplios que sus editores, Stefan Pohl y Joel Vargas, vienen adelantando en Colombia y México, respectivamente. Quizás el que más merezca la pena destacar por tratarse de un punto de convergencia, es la consolidación de la Red de Estudios Históricos y Sociales de la Nutrición y Alimentación en América Latina (redehsnal); un esfuerzo colaborativo creado para dar visibilidad a los avances de dicho campo a través de formatos variados que van desde coloquios y novedades bibliográficas en redes sociales, hasta espacios de corte más divulgativo como el podcast Alimentando la Historia.1 Ciertamente, estos antecedentes hablan muy bien del Hambre de los otros, toda vez que no se presenta al lector como la publicación espontánea de un colectivo aislado, sino como el producto de una activa comunidad que incluye jóvenes investigadores, y cuya disposición para transitar entre distintas formas comunicativas es síntoma de la buena salud de su agenda.
Si en algo han sido insistentes los estudios sobre alimentación (Food Studies) con perspectiva histórica, es en no dar por sentado las actitudes que las sociedades establecen con este ámbito tan incrustado en su cotidianidad. De hecho, una de las consignas principales trazadas por dicha línea ha sido des-naturalizar la acepción puramente biológica que asignamos a esta necesidad y develar las prácticas, discursos y materialidades que han dado forma a nuestros sistemas alimentarios en momentos particulares. En ese trasegar historiográfico los investigadores de la comida han encontrado que su objeto de estudio tiene estrechos puntos de contacto con problemas de actualidad para las ciencias sociales contemporáneas, tales como la clase, el género, la raza y los procesos de formación del Estado-nación.
Lo anterior indica que el tomo editado por Pohl y Vargas no necesaria-mente aterriza en un terreno desierto, aun cuando hasta hace poco el “hecho alimentario” seguía sin recibir en América Latina la misma atención que en Norteamérica y Europa.2 Sin embargo, se trata de un trabajo que busca empujar la ya demostrada relación entre comida, cultura y poder hacia preguntas que aguardan por desarrollos más rigurosos (p. 22). En esta ocasión, el interrogante de base propuesto por los editores tiene que ver con el papel que han desempeña-do la ciencia, la tecnología y los saberes expertos en la gestión de los problemas alimentarios en la región. Al vincular esta arista -no tan trajinada como otras relativas a los significados, las tradiciones o los conflictos agrarios- el libro se propone examinar la mutua interpelación que viene presentándose desde el siglo XX temprano entre contextos históricos con demandas específicas y las ciencias de la nutrición, que han modelado las formas de producir, procesar, distribuir y consumir alimentos en aquellos contextos. Apoyados en el mantra latourniano de restaurar el tejido entre las teorías científicas y las constelaciones humanas donde estas ganan inteligibilidad, Pohl y Vargas hacen un llamado desde la introducción a no pensar los problemas alimentarios como realidades preexistentes, sino como el resultado de ensamblajes políticos y epistemológicos, poco armónicos cuando menos, en los que múltiples fuerzas intervienen con intensidades diferentes según lo que esté en juego.
La lista de aquellas fuerzas es extensa, sobre todo en un escenario temporal donde fenómenos como el hambre y la nutrición entraron en la órbita de procesos planetarios que incluían al desarrollismo, la Guerra Fría, la cooperación técnica internacional y el trepidante ascenso del modelo neoliberal. En ese orden, el lector podrá notar cómo todos los capítulos del libro remiten a complejos entrecruzamientos entre el Estado, organizaciones de asistencia, institutos de investigación, asesores externos, métodos, instrumentos conceptuales e insumos materiales que estructuran aquello que los editores denominan los “mundos alimentarios” habitados por cada sociedad (p. 5).
Esa apuesta de la obra por tematizar la pluralidad de elementos que participan en la configuración de tales mundos tiene por objeto subrayar que las racionalidades detrás del diseño de políticas alimentarias no son en absoluto consistentes. En su lugar, el libro abraza una perspectiva coproduccionista de la ciencia, la cual rescata el carácter contingente y hasta contradictorio de las tecnologías que han intentado establecer dinámicas alimentarias, muchas ve-ces con más descalabros que aciertos (p. 17). Con todo, la escogencia de dicho ángulo conlleva el desafío de trabajar diferentes escalas de observación, lo que en términos concretos significa acudir a archivos desperdigados en geografías diversas y rastrear una activa movilización de debates, prácticas, actores y recursos que circularon en función de agendas modernizantes puntuales. De esto dan fe las doce contribuciones del libro -todas ellas estudios de caso-, en las que entra en escena un grueso conjunto de entidades reunidas en un glosario de instituciones que precede a la introducción.
Los capítulos del tomo se encuentran distribuidos en orden cronológico. Inician con el texto de la profesora Sandra Aguilar, quien busca determinar los alcances de los discursos estatales alrededor de la “correcta alimentación” de la clase trabajadora en el México posrevolucionario. Pese a la representación que las élites hicieron de la nación como “mestiza” después de los años 1920, la autora identifica fuertes condenas de tono eugenésico hacia la alimentación popular por parte de un emergente grupo de expertos en nutrición que para entonces se encontraba al servicio de una renovada institucionalidad médica; esta última interesada en entablar convenios con el magisterio para accionar campañas pedagógicas en las que se asoció el “deber ser” de la ingesta con los valores culturales de las clases medias (p. 40).
En un escenario simultáneo, el capítulo de Joel Vargas estudia los intercambios sur-sur que se dieron entre México y Argentina hacia la década de 1940, en el marco de la institucionalización de oficios como el de dietista; concebido desde sus inicios como un espacio laboral feminizado que, paradójicamente, no logró escapar de tensiones con cuadros médicos marcadamente masculinos. No muy alejado de la escala transnacional, el siguiente capítulo escrito por José Buschini se adentra en la riqueza de redes y enfoques regionales que buscaron hacer frente al “problema de la nutrición” en la Tercera Conferencia Internacional de la Alimentación de la Sociedad de Naciones (1939), realizada en Buenos Aires.
La reconstrucción de circuitos de experticia es quizás uno de los aportes más novedosos del tomo en términos historiográficos. Las razones, a mi parecer, son tres y están entrelazadas. Primero, porque se rescatan relaciones latinoamericanas de cooperación que se han visto descuidadas por priorizar la bilateralidad entre los países de la región con el norte global. Segundo, porque al hacer visibles esos intercambios horizontales, se sacuden lugares comunes que continúan situando a América Latina en el papel de un contenedor pasivo que se resignó a incorporar esquemas nutricionales impuestos desde centros hegemónicos de producción tecnocientífica. Finalmente, porque al flexibilizar ese esquema top down invitan a revaluar periodizaciones convencionales que ubican la preocupación de los Estados americanos por sus infraestructuras alimentarias solo hasta la segunda posguerra, valiéndose de coordenadas pendientes de ser revisadas como el Punto iv de la administración Truman.
La disposición a mirar lo que sucede antes de la “era del Desarrollo” es igualmente compartida por capítulos como el de Rodrigo Ramos, quien analiza la influencia del saber endocrinológico sobre el impulso a la producción piscícola en el Brasil de la primera mitad del siglo XX como parte de una estrategia para contrarrestar el hambre local. También por el de Pohl et al., redactado a varias manos y preocupado por cartografiar las arquitecturas institucionales que, desde los años 1930, dieron contorno a sistemas alimentarios en Colombia con cierta continuidad entre gobiernos de diferente adscripción. La riqueza de tales abordajes no desaparece en escritos relacionados con el marco temporal de la Guerra Fría, entre ellos, los de Eve E. Buckley y Nicole Pacino, a propósito de los debates sobre hambre, sobrepoblación y salud pública que tuvieron lugar tanto en Brasil como en Bolivia, y en los que las comunidades locales de expertos mostraron alta capacidad de contestación geopolítica.
Tampoco desaparecen las complejas interacciones entre lo global y lo lo-cal en artículos como el de Luisa Rojas, a propósito del estímulo que se dio en Colombia a suplementos de bajo costo como la Bienestarina; o el de Pilar Zazueta, quien analiza los procesos con los que el Estado mexicano se vinculó a proyectos transnacionales de desarrollo para mejorar, desde la nutrición, las deficiencias cognitivas de la infancia en estado de pobreza. En la misma dirección de examinar iniciativas orientadas a ir más allá de la asistencia alimentaria a los pobres, Sören Brinkmann se acerca en su capítulo a las limitadas políticas de redistribución agraria implementadas en la “Era Vargas” de Brasil (1930-1945). Por último, los textos de las investigadoras Flavia Demonte y Sandra Daza ofrecen aproximaciones a los casos de Argentina y Colombia en el siglo XXI, analizando cómo la información nutricional producida en el ámbito científico pasa por procesos diferenciados de asimilación en debates públicos y, sobre todo, en las prácticas cotidianas de los cuerpos que basan su consumo de alimentos en paradigmas susceptibles al vaivén de contextos cambiantes como el de las últimas crisis económicas latinoamericanas.
Queda abierta la pregunta de si, luego de hacer visible la dimensión plural de estos ensamblajes, es posible proponer balances en los que se sugieran tendencias compartidas por los países estudiados. Aunque los editores reconocen que la multiplicidad de fuerzas participantes en estos procesos no borra las asimetrías de poder entre unas y otras, el epílogo del libro pudo animarse a responder de forma más decidida quiénes han sido los beneficiarios parciales de estos circuitos tecnocientíficos en el largo plazo (si los hay), qué tan efectivas fueron las resistencias de expertos locales desde una óptica comparativa, y qué nuevos elementos arrojan los estudios sobre alimentación para pensar el Estado en clave histórica, más allá de su carácter contingente. Afortunadamente, la red promotora de este necesario tomo se encuentra en la confección de nuevos espacios de discusión en los que no solo habrá mucho por agregar, sino que definitivamente vale la pena esperar.