1. Introducción
Durante el periodo comprendido entre finales de 1811 y principios de 1815, la insurgencia logró controlar buena parte de la Intendencia de Veracruz, gracias al dominio ejercido en las dos rutas por Orizaba y Xalapa del Camino Real de Veracruz;1 esta situación hizo que desde el inicio de la contienda el gobierno virreinal tratara en diversas oportunidades de instrumentar -sin demasiada fortuna-, “caminos militares”2 para recuperar la posesión del itinerario.
Por consiguiente, entre 1812 y 1814 se diseñaron varios proyectos para colocar una serie de puestos de vigilancia en la arteria xalapeña, tentativas que por distintos motivos no fructificaron, dándole a los rebeldes la oportunidad de afirmar su autoridad, logrando así ocupar Orizaba en dos ocasiones, bloquear las comunicaciones de las villas (Córdoba, Xalapa y Orizaba) con el puerto de Veracruz y la ciudad de México e incluso, instalar la capital provincial insurgente en Huatusco.
Ante este panorama, a mediados de 1815 el rey Fernando VII ordenó el envío de una “expedición pacificadora” a la Nueva España, comandada por Fernando Miyares y Mancebo, un criollo oriundo de Caracas que había adquirido una amplia experiencia en Europa combatiendo a los ejércitos de la Convención francesa y la Grande Armée.
Gracias a su diligencia y talento como estratega -y las constantes disputas entre los jefes rebeldes de la región-,3 Miyares rápidamente consiguió expulsar a las huestes comandadas por Guadalupe Victoria de sus posiciones en el tramo Xalapa-Veracruz del Camino Real. Dueño del recorrido, el venezolano puso en operación el tan esperado “camino militar”, para lo cual construyó varios fortines y acondicionó algunos edificios civiles en distintos puntos de la carretera, como El Encero, Puente del Rey, Plan del Río y La Antigua.4
Lo anterior, aunado a la tenaz presión ejercida por el ejército realista en los parajes entre la ciudad de México y Puebla -segmento en el que Valentín de Ampudia organizó otro “camino militar”-,5 obligó a muchos insurrectos a refugiarse en distintas ubicaciones aledañas al trayecto Orizaba-Veracruz. Con la llegada de estos combatientes, Victoria robusteció su posición, lo que le permitió edificar varias fortalezas6 en los montes cercanos al recorrido,7 desde las cuales sus tropas hacían continuas incursiones a las poblaciones y haciendas vecinas para procurarse los medios para su sostenimiento.
De acuerdo con Guzmán Pérez, Sánchez Díaz8 y Saucedo Zarco,9 en la porfiada actitud de los revolucionarios puede verse, más que una simple beligerancia sustentada en el rencor contra las tropas imperiales, un genuino compromiso con las ideas de Independencia plasmadas en la Constitución de Apatzingán, la cual Victoria había jurado y que, en opinión de dichos autores, fue el referente político-ideológico que guió los actos del caudillo jarocho.
Al respecto, hay que señalar que si bien la discusión de la influencia del Decreto Constitucional en los actos de los líderes insurgentes en tierras veracruzanas está fuera de los alcances de este trabajo, puede decirse que tuvo un impacto de tipo simbólico además de político, pues como lo señala Mejía Zavala, contribuyó a “inculcar un nuevo imaginario entre la población”, así como a conferirle legitimidad a la insurrección, y por ende, “representación ya fuera por las armas o el ejercicio del conjunto de leyes constitucionales”.10
Por otra parte, conviene recordar que la zona Orizaba-Córdoba representaba un espacio crucial para el gobierno virreinal, ya que allí se asentaban componentes esenciales de dos estructuras primordiales para la generación y captación de ingresos para la Corona: el estanco del tabaco y el sistema de resguardo fiscal integrado por las aduanas y garitas instaladas a lo largo de la vía Córdoba-Veracruz para recaudar el pago de alcabalas y peajes.
En consecuencia, a lo largo del conflicto, la posesión de este tramo del camino y la producción de la solanácea fue un objetivo de capital importancia para ambos contendientes, ya que
[…] tanto los realistas como los insurgentes vieron en los productos de la renta una fuente de recursos. Los jefes del ejército virreinal se apropiaban de los productos de las administraciones del estanco, en forma de préstamo, para sostener a sus escuadrones, mientras que gavillas de insurgentes armados asaltaban de manera sistemática recuas, convoyes y los fielatos de la renta del tabaco.11
2. La disputa por el dominio de la ruta por Orizaba del Camino Real
2.1 Las fortalezas realistas e insurgentes del trayecto Orizaba- Córdoba
Los frecuentes ataques de las partidas rebeldes a las caravanas imperiales representaban un permanente dolor de cabeza para el capitán José Ruiz, comandante militar de las villas (Córdoba y Orizaba), quien para mantener a raya a los guerrilleros trató de conformar un entramado defensivo entre ambas poblaciones; así, en septiembre de 1816 ordenó la construcción de un fortín (ver figura 1) en “Metlac, junto a la barranca de Villegas, que es el punto céntrico entre Orizaba y Córdoba” con el propósito de “proteger las siembras de tabacos, el paso de convoyes [y] evitar los contrabandos”.12
Semanas más tarde, al enterarse de que los alzados querían adueñarse del puente de San Miguel, contiguo a la barranca, el jefe realista dispuso que se fortificara la garita de recaudación situada en dicho sitio, para usarla como punto de apoyo para las operaciones del ejército imperial en el sector;13 con esto, Ruiz pretendía obligar a los sediciosos a retirarse al cerro de Monte Blanco, donde habían construido una fortaleza.14
Pese a estas medidas, un mes después los rebeldes se apoderaron de la hacienda de Monte Blanco, que convirtieron en cuartel y campo de entrenamiento para sus tropas de caballería e infantería,15 lo que provocó el enojo del virrey Apodaca y la molestia de los integrantes del ayuntamiento de Córdoba, quienes constantemente se quejaban de la inacción Ruiz16 y su incapacidad para tomar la fortificación de Monte Blanco,17 misma que Victoria había construido “casi a [la] vista” del militar español.18
El sitio de la fortaleza de Monte Blanco
El mal desempeño de Ruiz y sus constantes fricciones con el cabildo, finalmente obligaron al gobierno virreinal a tomar cartas en el asunto; así, a principios de noviembre, el coronel Márquez Donallo salió de Orizaba al frente de un poderoso contingente integrado por 1 000 unidades de infantería, pertenecientes a “los batallones de Lobera, Navarra, Asturias y otros cuerpos expedicionarios” y poco más de 200 de caballería para sitiar el reducto de Monte Blanco, defendido por cerca de 300 hombres al mando de Melchor Múzquiz19 y su segundo, el francés Juan Mori,20 quienes contaban con algunos cañones y “suficiente provisión de víveres y municiones de guerra”.21
Ante la aplastante superioridad numérica del enemigo, Múzquiz envió un contingente de 100 hombres de caballería y 50 de infantería a las órdenes de Félix Luna y Rosas22 para impedir el paso de los batallones realistas en Chocamán;23 no obstante, el ataque simultáneo de las tropas de Ruiz y Tomás Peñaranda los forzó a retirarse, unos con dirección a la barranca de Tomatlán,24 y otros a la hacienda de Monte Blanco (ver figura 2),25 de donde partieron rumbo a la fortaleza homónima.26 Una vez despejado el camino, Márquez se apoderó de Chocamán27 y fijó su cuartel en la hacienda, de cara al asalto final del complejo rebelde.28
El día 6,29 los regimientos imperiales adelantaron sus líneas, colocándose a corta distancia de las trincheras enemigas a pesar del continuo fuego de los defensores del recinto,30 logrando situar “un cañón de a 12 a tiro de pistola” de sus parapetos;31 mientras tanto, la caballería insurgente hacía repetidos ataques a las líneas realistas de abastecimiento que salían de Orizaba, en un desesperado esfuerzo por evitar que llegaran suministros a los elementos que asediaban la fortaleza.
Gracias al poder de su artillería, Márquez consiguió abrir una brecha en los muros que protegían la fortificación, a través de la cual sus hombres pudieron penetrar y ubicarse “a menos de tiro de fusil”. Aunque Múzquiz era partidario de aguantar hasta el final, la guarnición no mostraba la misma determinación, “instigada por el excesivo fuego que se hacía sobre ella, y seducida por las persuasiones de los enemigos que les hablaban de rendirse sin intermisión”32 por lo que el líder revolucionario, “sin esperar el asalto, se rindió salvando su vida y la de los que lo acompañaban”.33
La toma de Monte Blanco no fue sino el preámbulo de una serie de derrotas que poco a poco obligaron a los sediciosos a abandonar la posiciones bajo su dominio. Así, a mediados de febrero de 1817, una fuerte ofensiva realista venció la resistencia de los insurrectos parapetados en las barrancas de Tomatlán y Jamapa, forzándolos a replegarse con algunas pérdidas,34 dejando la senda abierta para que los españoles entraran a Huatusco sin oposición alguna.
Como resultado de estas victorias, el ejército imperial pudo retomar la iniciativa, enfocando sus ataques35 en las fortificaciones rebeldes localizadas en la zona de El Chiquihuite, hasta donde se habían refugiado quienes habían conseguido escapar de los embates realistas.36
La pérdida de estos emplazamientos no sólo complicaba la situación militar de los insurgentes en el campo de batalla,37 sino que debilitaba su capacidad para resistir en aquellos bastiones que continuaban bajo su dominio, al quedar interrumpidas los flujos de aprovisionamiento,38 pese a las continuas órdenes de Victoria para que proveyera a las fortalezas de los comestibles necesarios para la subsistencia de las tropas.39
Más allá de los aspectos estrictamente castrenses, Victoria estaba consciente de la necesidad de dotar de legitimidad a sus acciones en tierras veracruzanas, y más importante aún, de aglutinar a las distintas facciones insurgentes que se mantenían en lucha. Por ello, intentó en varias ocasiones conformar un órgano gubernamental en alianza con otros líderes, como el legendario caudillo suriano Vicente Guerrero.40 Desafortunadamente para la causa independentista, la incomunicación y las rivalidades entre los principales cabecillas, impidieron la concreción del proyecto.
2.2 Primer intento para la organización del “camino militar”
Tras estos triunfos, los realistas pudieron establecer un cordón de seguridad en la circunscripción de Córdoba y Orizaba, que abarcaba “16 leguas de este a oeste y 30 de sur a norte”, restableciendo así la autoridad de la Corona en todos los pueblos de la comarca, lo que permitió reiniciar las siembras de tabaco. A estas “buenas noticias”, se agregaba la gran cantidad de combatientes que solicitaban el indulto.41
A la vista de los éxitos de las tropas del rey, Apodaca ordenó reforzar el control del tramo Córdoba-Veracruz, instalando puestos militares en los parajes más idóneos.42 Sin embargo, el comandante de las villas, Francisco Hevia se opuso a dicha idea, ya que por lo despoblado de la ruta sería necesario poner guarniciones en El Chiquihuite, Camarón y La Soledad, lo que acarrearía enormes gastos y pondría en peligro la salud de los regimientos, debido a las malas condiciones climáticas de la región y además, obligaría a destinar una división de apoyo que igualmente quedaría expuesta a sufrir los estragos del medio ambiente.
Además, entre La Soledad y Veracruz había nueve leguas de distancia en las no se podía emplazar campamento alguno por la falta de agua, por lo que en opinión de Hevia, era mejor que el “camino militar” se montara en el recorrido que iba por Palmillas43 y Cotaxtla, encomendado a Juan Bautista Topete, instalando destacamentos en ambos puntos, apoyados en el medio por una partida integrada por rancheros de los alrededores, con lo que se pondría a cubierto no sólo esta demarcación, sino todo el itinerario hasta Veracruz. Adelantándose a la resolución que pudiera tomar Apodaca, Hevia se entrevistó con Topete, quien apoyó su plan.44
Enterado de las dificultades que entrañaba la instrumentación del “camino militar” por la “vía recta”,45 el virrey dio su anuencia para que se habilitara en el segmento Palmillas-Cotaxtla, y ordenó a Topete que de forma provisional enviara un pelotón a Cotaxtla, en lo que se organizaba una patrulla de milicianos integrado por habitantes de la comarca (ver figura 3).
Apocada pidió a los jefes realistas para que apenas quedara conformado el “camino militar”, se informara a arrieros y comerciantes que en adelante únicamente podrían circular por aquella arteria, pues de hacerlo por la de El Chiquihuite, se harían acreedores a una multa de dos pesos por cada mula que llevaran.46
En consecuencia, Hevia y Topete se reunieron en San Campus, donde convinieron que éste mandara 100 hombres a Cotaxtla para vigilar el tránsito y controlar el área entre Palmillas y Cotaxtla, así como para sostener las operaciones entre Córdoba y Alvarado. Con estos propósitos, se acordó edificar una “ligera obra de campaña” para poner a cubierto a la guarnición, que contaría con el respaldo de las milicias que operaban en la circunscripción.
No obstante, la realización del proyecto era complicada ya que Topete argumentó que carecía de recursos para proveer a sus elementos incluso de lo más indispensable, mucho menos para intentar acción alguna contra los rebeldes que operaban en el camino,47 por lo que Apodaca le autorizó para que apenas se estableciera en Cotaxtla, instaurara una Junta de Arbitrios para “colectar las contribuciones precisas para su subsistencia”. Además, ordenó al gobernador de Veracruz que suministrara a Topete los caudales necesarios para sus operaciones.48
La toma del fuerte de Palmillas
Mientras tanto, ante la pérdida de sus posiciones en Boquilla de Piedras, Nautla y Misantla, varios grupos de insurgentes se concentraron en el reducto de Palmillas,49 el cual ampliaron y reforzaron (ver figura 4), con el objetivo de contar con un refugio seguro para sus actividades. Al enterarse de esta situación, el virrey ordenó a los comandantes de la zona que se abocaran a tomar la fortaleza.50
De acuerdo con los informes dados por algunos exguerrilleros indultados, en Palmillas había unos 60 hombres, equipados con pocas municiones y víveres, a los que se agregaban unos 100 efectivos a las órdenes de Victoria, que continuamente merodeaban por el lugar, por lo que los jefes españoles calcularon que las fuerzas insurgentes en la comarca sumaban un máximo de 200 unidades de caballería y 60 de infantería.51
Si bien tal número no constituía un reto insuperable, las difíciles condiciones climáticas que prevalecían a causa de la temporada de aguas, hacían poco práctica la idea de tomar el fuerte, por lo que los realistas se limitaron a vigilar el emplazamiento para evitar que los insurrectos pudieran recibir auxilios.52
Semanas más tarde, un grupo de tropas partió de Huatusco rumbo a la fortaleza con instrucciones de proceder según las circunstancias; empero, la falta de artillería impidió un ataque en forma,53 por lo que el virrey dispuso que se remitieran la artillería y municiones necesarias para atacar “vigorosamente a los malvados” y desalojarlos de la posición.54
Así pues, a principios de junio inició el asedio a la fortaleza, que se alargaría todo el mes, tanto por la férrea defensa de los rebeldes como por la carencia de cañones con suficiente potencia55 para dañar un reducto como el de Palmillas, “un peñasco rodeado de barrancas inaccesibles, [que] sólo tiene una entrada por una lengüeta de peña viva de diez varas de ancho, fortificado con tres fosos con sus estacadas, y un revellín casi enterrado; además tienen en el fuerte subterráneos con blindajes”.56
Durante los siguientes días, la confrontación se mantuvo sin cambio alguno, por lo que se enviaron refuerzos desde Córdoba para apurar la toma del fuerte. Para entonces, la situación en el recinto era crítica, ya que a la falta de comestibles se añadía la desesperanza, pues todas las posibles salidas estaban bloqueadas por los realistas,57 con el agravante de que las divisiones entre los principales cabecillas de la demarcación habían dejado a los defensores sin posibilidad de recibir socorros del exterior.
Con todo, la resistencia de los insurgentes se mantenía, por lo que Hevia solicitó al fuerte de San Carlos de Perote el envío de piezas de artillería capaces de infligir daño a la fortificación.58 Una vez conseguidos los pertrechos necesarios, las tropas españolas se abocaron a derrumbar la terca oposición de los rebeldes, quienes se vieron obligados a abandonar el reducto.59
Así, la noche del 28 de junio los sitiados intentaron fugarse, usando cuerdas para descolgarse por la parte posterior de la fortificación. En su huida, varios insurgentes cayeron al precipicio, mientras que los realistas “cogieron sesenta y cinco prisioneros, entre ellos tres cabecillas”, sin poder hallar a los principales líderes, quienes serían capturados poco después en los alrededores.60
2.3 La conformación del “camino militar”, 1817-1821
Una vez conseguida la rendición de Palmillas, la atención del gobierno se centró en la conformación del “camino militar” de la vía Córdoba-Cotaxtla- Veracruz, proyecto que seguía sin concretarse debido a que la mayoría de las cargas que transportaban los arrieros por esta carretera eran de escaso valor, por lo que se negaban a pagar el gravoso costo de la escolta; por ende, hasta ese momento sólo se habían hecho dos convoyes por este itinerario.
Ahora bien, es obvio que, por encima de los intereses locales, estaban los del gobierno virreinal y los grandes oligarcas novohispanos para quienes era indispensable mantener abierta la comunicación por este trayecto, pues además de usarse para enviar el tabaco de Orizaba al puerto de Veracruz, servía para transportar la grana de Oaxaca y el algodón de Puebla. Por consiguiente, en agosto el comandante de las villas, Joaquín del Castillo Bustamante -sucesor de Hevia en dicho puesto-, le propuso a éste -designado a su vez por Apodaca como intendente y gobernador de la plaza de Veracruz- que se programara la salida de algunas caravanas por el ramal de El Chiquihuite, escoltadas por las tropas realistas.
En respuesta, Hevia le informó a Castillo que las recuas podrían ponerse en marcha en octubre, mediante un esquema que, en síntesis, contemplaba la realización de patrullajes continuos en la zona, organizados como sigue: los destacamentos de Córdoba vigilarían la ruta hasta Cotaxtla y La Soledad; las de Huatusco, hasta Palmillas; las del Puente del Rey hasta Palmillas, Huhuitla y Santa Fe; las de Veracruz, hasta Santa Fe y La Soledad, y las de Tlalixcoyan hasta La Soledad y Cotaxtla.
Sin embargo, aunque Hevia consideraba que el plan sería de mucha utilidad, pues “con dos o tres [convoyes] se surtirían las villas para todo el año”, en aquel momento le era imposible participar en el proyecto, ya que su solicitud de más elementos no había sido atendida y, además, se visto obligado a proporcionar buena parte de su caballería al comandante general de la provincia de Veracruz, Diego García Conde.61
Ante la indecisión de sus subordinados, en enero de 1818 el virrey ordenó que cada mes sin excepción, saliera de Orizaba una caravana a Veracruz, ya fuera por la senda de Cotaxtla o por El Chiquihuite, y se castigara severamente a los arrieros y comerciantes que intentaran viajar por su cuenta; por tanto, en marzo, García Conde pidió a Topete que enviara unidades a San Campus para custodiar el convoy desde ahí hasta Veracruz, ya que según Topete, este tramo -que pasaba por la Hacienda de Xoluca y El Hato hasta llegar a Boca del Río- era más despejado que el de Cotaxtla.62
Por su parte, Castillo recibió con beneplácito la propuesta de García Conde, pues en su opinión el recorrido por San Campus era preferible al de Alvarado, “por los gastos y riesgos que ofrece el embarco y desembarco de la carga en aquel punto; y aunque los arrieros y traficantes anhelan [ir] por el paso de La Soledad o el que sale a Buenavista por Cotaxtla, creo que se conformen muy gustosos con el de Xoluca”.63
Durante los meses siguientes, el avance de los españoles fue imparable: entre septiembre de 1816 y junio de 1818, tomaron las posiciones rebeldes de Oxitlán, Monte Blanco, Boquilla de Piedras, Cotaxtla, San Antonio Huatusco, Nautla, Barra Nueva, El Estero, Misantla, Actopan y Palmillas,64 logrando así asestar “una estocada sin puñal” a sus enemigos, pues con esto, además de impedir la comunicación entre los sediciosos y los habitantes de la región, conseguían importantes puntos de apoyo para el paso de los convoyes y recuas, y facilitaban la incorporación de numerosos exguerrilleros a las filas de las milicias realistas.65
En este punto, hay que decir que si bien la progresiva entrada de indultados en las tropas del rey representó una solución efectiva a corto plazo, autores como Moreno Gutiérrez sostienen que a la larga, tal medida constituyó un factor de conflictividad que sumado a otros como la falta de pagos y la forzosa incorporación y permanencia de muchos reclutas en los cuerpos realistas, incrementaron peligrosamente los niveles de descontento al interior del ejército novohispano.66
3. La pacificación del territorio: los pueblos de indultados
Otra de las tácticas de control social67 instrumentadas por el gobierno colonial para dar término a la insurrección, fue la de concentrar a la población desperdigada en los campos en “aldeas estratégicas”,68 y establecer pueblos de indultados en las regiones bajo su dominio, medidas que en la intendencia veracruzana se llevó a cabo a medida que los realistas consiguieron desalojar a los alzados de sus emplazamientos en las inmediaciones de las rutas por Xalapa y Orizaba del Camino Real.
Así, en marzo de 1817 José Domingo Izaguirre puso a disposición del gobierno virreinal una de sus haciendas, ubicada a tres leguas del puerto de Veracruz, cuyas tierras eran regadas por los ríos Blanco y Jamapa. La propiedad medía siete leguas de largo y tres y media de ancho y tenía terrenos fértiles para cosechar frutas y hortalizas.
Si bien al parecer esta primera intentona no fructificó, quizás sirvió de inspiración para la propuesta que Pascual de Liñán presentó ante Apodaca en enero de 1819 para emplear a los indultados en la reconstrucción de las congregaciones destruidas durante el conflicto, con el propósito de “afirmar’ a los insurgentes […] en su arrepentimiento”. El plan de Liñán contemplaba también la formación de colonias en aquellos solares que no fueran cultivados por sus propietarios, donde los moradores estarían exentos de pagar arrendamiento alguno por un lapso de cinco años.
Puesto que de todas formas la mayoría de estas tierras estaban en el abandono a causa de la guerra, la idea de Liñán tuvo buena acogida entre los terratenientes de la demarcación, pues muchos de ellos “se prestaron gustosos a cooperar […] interesados aún más que el gobierno en la completa pacificación del país”.
En consecuencia, unas semanas más tarde Apodaca autorizó a Liñán para que procediera a la reconstrucción de los pueblos y utilizara las haciendas ociosas como considerara conveniente. Aunque no está claro si se establecieron las colonias proyectadas, lo cierto es que a partir de esa fecha el gobernador se abocó a repoblar varias de las localidades cercanas a Veracruz.69
En vista de la enorme cantidad de solicitantes del indulto, las autoridades les permitieron que se avecindaran donde quisieran, siempre y cuando hubiera un destacamento en las proximidades. Como muchos de ellos habían dejado sus pertenencias en sus ranchos, se les concedió un plazo de 8 a 12 días para que fueran a recogerlas. Los excombatientes debían entregar sus armas, con excepción de aquellos que se enlistaran en el ejército realista, donde recibirían un salario. Estos hombres debían a radicar donde se les indicase, o bien, en las inmediaciones del fortín de Paso del Macho (ver figura 5), situado a la mitad del camino entre Córdoba y La Soledad.
Quienes optaran por quedarse en dicha circunscripción, recibirían prest - sólo por los días de servicio-, comprometiéndose a dedicar el resto de su tiempo a “sus labores y sus trabajos, viviendo con la sujeción y arreglo en que se establezca allí una población si se juntase suficiente número de gente para formarla”.
Por consiguiente, el exlíder rebelde Aguilar y sus seguidores pidieron que se les dejara asentarse en Paso del Macho, dada su vecindad con las comunidades que habían abandonado, solicitud a la que se unieron los indultados de Rincón Patiño. Aunque en opinión del marqués de Vivanco el fuerte estaba emplazado “en un lugar malsano” y por tanto debía demolerse,70 entre Córdoba y Veracruz no había otro sitio con las condiciones apropiadas para afincar el campamento, por lo que se encomendó a Aguilar conservar la posición durante el verano, dado que, por su familiaridad con el clima de la zona, se pensaba que el exguerrillero y su gente cumplirían la misión sin ningún problema.71
Enterado por Vivanco, Apodaca aprobó el proyecto y ordenó reunir en aquel paraje a “cuantas familias e individuos haya viviendo en los ranchos y barrancas de su distrito, y que se proceda desde luego al nombramiento de un justicia honrado y a propósito, que administrando debidamente a todo el vecindario en nombre del rey nuestro señor, los mantenga en la paz y unión que es conveniente”.72
Repoblamiento de Medellín
Con el paso de los días, los realistas recuperaron muchas de las posiciones que habían estado en manos de los alzados durante buena parte del conflicto: en enero de 1819, las tropas imperiales entraron en Medellín, pueblo que encontraron “abandonado y destruido”, por lo que se abocaron a la tarea de desmontar el terreno, construir jacales y reparar el templo de la localidad, “único edificio que respetó […] el furor de la rebelión”.
Hechos los arreglos necesarios, se celebró un magno evento el día de La Candelaria, al que asistieron unas 400 personas para celebrar el aparente triunfo de las armas del bando realista, del que “les habían separado por ocho años las seducciones de hombres perversos, y dando una idea nada equívoca de la paz y mejores resultados que estos cortos rasgos ofrecen”.73
Durante las semanas siguientes, las acciones del gobierno virreinal hicieron que muchos rebeldes depusieran las armas y se acogieran al indulto, al tiempo que el ejército del rey realizaba continuos recorridos desde Boca del Río, Mandinga, Paso del Macho, San Jerónimo y San Antonio Huatusco, haciendo cuantiosos decomisos de armamento y municiones.74
Restablecimiento de Cotaxtla y Temascal
Simultáneamente, llegaban a Cotaxtla numerosos indultados deseosos de radicar ahí, por lo que se les ordenó que edificaran sus casas y delinearan las calles de la incipiente colonia, “reduciéndolos a vivir en sociedad y todos juntos”; esto provocó la molestia de los pobladores originales quienes incluso ofrecieron a los nuevos residentes tierras al otro lado del río, con tal de mantenerlos lejos de su entorno. Para evitar que la situación se tornara conflictiva, el marqués de Vivanco conminó a ambos bandos a vivir en “fraternal unión”.75
El reglamento de Cotaxtla
En este punto, es preciso mencionar que aun cuando al solicitar el perdón los alzados quedaban eximidos de recibir un castigo por su participación en la rebelión, tenían la obligación de cumplir con una serie de reglas diseñadas para limitar su accionar y evitar que volvieran a las andadas, así como para que contribuyeran a los esfuerzos del gobierno virreinal para terminar con el levantamiento.
Así, la permanencia de los indultados en Cotaxtla y su libertad misma estaba condicionada por un reglamento que como se verá más adelante, era similar a los que regían en el resto de las colonias militares: en primer término, los nuevos pobladores contaban con un plazo máximo de 12 días para erigir sus viviendas en las calles delineadas de antemano por el comandante del villorrio.
Además, tenían prohibido salir del caserío sin un pasaporte extendido por el jefe en turno, a menos que notificaran por adelantado el tiempo que permanecerían fuera. Tampoco podían recibir o alojar visitas, salvo con la autorización correspondiente. Aunque los lugareños eran libres para cambiar de residencia, sólo podían hacerlo si avisaban al comandante, quien debía notificar con antelación a las autoridades del destino solicitado y verificar que el indultado se afincara en dicha ubicación.
De igual manera, los residentes tenían la obligación de participar en la construcción del cuartel y las obras de fortificación del asentamiento, si bien no se les podía exigir “otra cosa que leña y agua”. Así mismo, los aldeanos podían comerciar e intercambiar víveres con los habitantes de otras localidades, siempre y cuando vendieran los productos en “sus justos precios sin que éstos se puedan alterar”.
En cuanto al servicio de las armas, el reglamento estipulaba que los elegidos para servir con los realistas debían estar prontos al llamado del comandante de la zona o de los superiores que se les asignaran, responsabilidad por la que recibirían un sueldo. Además, los vecinos tenían la obligación de “perseguir, denunciar, y aprender a cualquiera que habiendo seguido al partido de los rebeldes no se haya presentado a disfrutar la gracia del indulto, y lo mismo a todo facineroso, ladrón, asesino y criminal, pues que éstos deben separarse de la sociedad como perjudiciales”.76
Con el paso de los meses, la gran cantidad de solicitantes del indulto forzó a las autoridades virreinales a repoblar o establecer otros asentamientos como el de Temascal, situado a “cinco leguas de Paso del Macho y siete de Santa María”, que en opinión de un militar realista “proporciona [las] más útiles ventajas [tanto] por el auxilio que presenta a los transeúntes como porque siempre se mantienen [los indultados] a la vista de la inspección pública.77
3.1 El nacimiento de un caudillo: Los pueblos de Santa Anna
Uno de los personajes que más se distinguió en la tarea de organizar estas comunidades fue el futuro presidente Antonio López de Santa Anna, quien en enero de 1819 recibió órdenes de Liñán para que “formase pueblos con la gente pacificada y más que fuese pacificando”, encargo que el xalapeño cumplió con esmero y que se concretó en las poblaciones de Medellín, Jamapa -cercanas a la costa-, Tamarindo, en la ruta Veracruz-Xalapa, y San Diego, en las proximidades de Paso del Macho, en la vía Veracruz-Córdoba.
Santa Anna impuso una férrea disciplina en estos villorrios, obligando a los pobladores a fabricar sus casas en terrenos “con proporción a sus circunstancias”. Cada localidad disponía de tierras para sembrar a una distancia máxima de legua y media, para que los labradores acudieran prestos en cuanto se les requiriera. Como en Cotaxtla, los moradores tenían prohibido abandonar el asentamiento sin el permiso por escrito del comandante, y tampoco podían portar armas, salvo los cazadores, quienes tenían la obligación de depositarlas en los cuarteles al concluir sus labores.
De acuerdo con el jefe realista, todas las familias asentadas en estas poblaciones contaban con espacio suficiente para la crianza de sus animales y el cultivo de maíz, frijol, arroz y, además, tenían a la mano cañales, platanares y hortalizas, que les proporcionaban tal abundancia de víveres que incluso, les permitía destinar una parte para su venta en Veracruz.78
Con el fin de proteger y asegurar el control de estas congregaciones, Santa Anna ordenó que cada una se edificaran amplias galeras para alojar hasta 100 hombres y habitaciones para oficiales; en San Diego, la más populosa e importante de todas, ordenó la construcción de un fortín de planta octagonal, con capacidad para 50 milicianos, que en conjunto con el de Paso de Macho, funcionaba como punto de apoyo para el paso de los convoyes.
Santa Anna estaba consciente de que para asegurar la tranquilidad de las colonias no bastaba con atender las cuestiones económicas y militares, sino que era necesario insuflarles a sus habitantes un sentido de comunidad, por lo que mandó a erigir espaciosos templos católicos y designó un maestro de escuela en cada localidad, “que en el día enseñan a los jóvenes lo que deben saber como buenos ciudadanos, además de la instrucción necesaria en la doctrina cristiana”.79
Según parece, los villorrios organizados por Santa Anna progresaron rápidamente, pues en apenas un año (julio de 1819-julio de 1820), Medellín pasó de 63 familias (245 personas) a 112, y Jamapa, de 83 familias (297 personas) a 140; San Diego incrementó su población de forma vertiginosa, de 200 familias (250 personas) a 287,80 probablemente atraídas por la “fertilidad del hermoso río que lo circunda”; empero, Tamarindo, localidad a la orilla del trayecto Veracruz-Xalapa apenas creció, pues en el mismo lapso sólo se agregaron cuatro familias.
Para Archer, los poblados fundados por el xalapeño “se convirtieron en modelos de planeación constructiva de (la) contrainsurgencia”, dándole al futuro cacique la base social que con el tiempo lo convertirían en uno de los “hombres fuertes” de la región.81 No obstante, la gestión de Santa Anna fue polémica, debido a sus actitudes déspotas y los abusos que infligía a los aldeanos, a quienes en ocasiones hacía trabajar sin paga alguna o a comprarle trigo a precios exhorbitantes,82 atropellos que aunados a sus desavenencias con el ayuntamiento de Veracruz, finalmente obligaron a Dávila a despojarlo del mando de los campamentos, si bien no se le impuso castigo alguno por sus excesos.83
Aparente pacificación de la provincia
El periodo 1819-1820 puede considerarse como una etapa de transición entre los violentos años de la guerra y la paz impuesta por las tropas del rey en la provincia de Veracruz. Si bien es cierto que las opiniones en torno del “triunfo” de los realistas en el campo de batalla constituye uno de los debates más encendidos de la historiografía relativa a la guerra de Independencia,84 es indiscutible que ya en aquel momento, la capacidad operativa de los rebeldes había disminuido de forma considerable, al grado tal que, según Apodaca,
Las provincias de Puebla, Oaxaca y Veracruz continúan en el feliz estado de pacificación que expresan mis anteriores partes, sin que en el presente mes haya ocurrido novedad que pueda alterarla; se transitan libremente los caminos, se cultivan los campos, se ejerce el tráfico y la industria y sus habitantes viven con la misma confianza que antes de la rebelión. De Veracruz salen diariamente recuas cargadas para todo el reino sin escolta ninguna, y en año y medio que lleva de pacificada aquella provincia no ha ocurrido un robo ni una desgracia que merezca referirse.85
4. Epílogo: el principio del fin
Para disgusto del virrey, a fines de 1820 un nuevo alzamiento86 dio fin a la engañosa tranquilidad que había reinado durante meses en la mayor parte de la intendencia. La rebelión, que inició en algunas poblaciones localizadas en los alrededores de la ruta por Xalapa como Paso de Ovejas,87 pronto se contagió a varias de las comunidades situadas a la vera de las carreteras a Orizaba y el Sotavento, como El Temascal, Paso del Macho y Tlalixcoyan.88
Siguiendo órdenes de Victoria, el cabecilla Crisanto Castro se trasladó a San Diego, donde se pronunció por la Independencia, y dio muerte al comandante realista Manuel de Algarra y a dos de sus subordinados. Días más tarde, Castro se dirigió a Matasoldado donde se reunió con el mítico líder rebelde, quien leyó ahí “la proclama que lanzaría, ya impresa, desde Santa Fe, todo lo cual puso al área de Cotaxtla en vigorizada pelea”.89
Para contener el levantamiento, el gobierno de Veracruz envió algunos regimientos a Temascal y Paso de Ovejas a las órdenes de José Ignacio Iberri (Veracruz), Hevia (Orizaba y Córdoba) y Juan Horbegozo (Xalapa),90 quienes se dedicaron a perseguir a los revoltosos en “los bosques y barrancas”, y a recuperar “los efectos robados por los alzados en el cortísimo tiempo que tuvieron para ello”,91 con lo que parecía que la calma regresaba a tierras veracruzanas.
En consecuencia, unas semanas después el ayuntamiento de Orizaba solicitó al virrey que le permitiera quitar los parapetos que protegían las entradas de la villa; sin embargo, como un involuntario acto premonitorio de la tormenta que se avecinaba, Apodaca ordenó que se conservaran las fortificaciones, aclarando que autorizaría su destrucción “removidos que sean los inconvenientes que en la actualidad lo impiden”.92 Muy lejos estaba el conde de Venadito de imaginar el sorpresivo rumbo que tomarían los acontecimientos unos días más tarde.93
5. Conclusiones
El aparente triunfo del gobierno virreinal sobre la insurgencia en la región Orizaba-Córdoba-Veracruz puede explicarse por la conjunción de diversos factores, entre los que destaca la estrategia de pacificación llevada a cabo por Apodaca, quien a diferencia de Calleja y su apuesta por la “violencia represiva”94 para terminar con la rebelión, optó por una política conciliadora, enfocada en asegurar el dominio de las territorios bajo control del ejército imperial, más que en derrotar al enemigo por la fuerza.
Desde esta perspectiva, las disposiciones instrumentadas por el conde del Venadito pueden ser entendidas como un vasto programa de “gubernamentalidad”, según lo enunciado por Foucault;95 concepto que en opinión de Dreyfus y Rabinow implica, desde la óptica del pensador francés, no sólo las estructuras políticas o de gestión del Estado, sino el modo en que puede normarse la conducta de individuos o grupos; ergo, abarca tanto las formas legítimamente instituidas de sujeción política o económica, como las prácticas diseñadas para acotar sus posibilidades de acción.96
Gracias al otorgamiento masivo de indultos, el gobierno virreinal logró deshacer el entramado social que sostenía a la insurgencia,97 reduciendo significativamente la cantidad de hombres en las filas enemigas, al tiempo que aumentaba las propias, con lo cual pudo enfocar todos sus esfuerzos en conquistar los enclaves donde se refugiaba el grueso de las fuerzas rebeldes. De esta manera, Apodaca pudo lograr en un lapso relativamente breve lo que su ilustre predecesor jamás consiguió: apoderarse de todas las fortalezas americanas.
Si bien es cierto que la pérdida de estos bastiones no representó la derrota total de los insurgentes, no cabe duda que ya en aquel momento era prácticamente imposible pensar en la vía armada como una posibilidad real para alcanzar la Independencia, razonamiento que seguramente pesó en el ánimo de líderes como Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero, quienes decidieron secundar el movimiento Trigarante encabezado por el realista Agustín de Iturbide, concluyendo así diez años de conflagración, destrucción y muerte.
Finalmente, puede decirse que el esfuerzo regulatorio de la Corona en tierras veracruzanas trascendió en el tiempo, pues la mayoría de las localidades establecidas en ese periodo subsistieron e incluso, algunas como Paso del Macho se convirtieron, en la primera mitad del siglo XX, en relevantes polos económicos, gracias al cultivo de la caña. A dos siglos de la proclamación de la Independencia nacional, resulta oportuno reflexionar acerca de las reverberaciones presentes de los procesos que cincelaron al Estado-Nación mexicano, y definieron la conformación espacio-poblacional de vastas regiones del país, tal como es evidente en el caso de la entidad veracruzana.