INTRODUCCIÓN
En la Argentina, como en otros lugares del mundo, quienes deseaban auxiliar a las obras salesianas podían inscribirse en la Pía Unión de Cooperadores Salesianos, entidad creada por Don Bosco con carácter de tercera orden1. A medida que se afianzaba la presencia institucional de los religiosos y las Hijas de María Auxiliadora en el país, también lo hacía la colaboración individual y colectiva de mujeres.
Este artículo, enmarcado en la historia de las mujeres, persigue el objetivo de analizar los roles de cooperadoras laicas de distintas ciudades y pueblos de la Argentina que no integraban comisiones específicas de la Pía Unión y, por ello, han dejado menos huellas documentales y tenido menor visibilidad historiográfica que las que sí lo hacían, entre los años finales del siglo XIX y 1930. El tema analizado en esta oportunidad forma parte de un estudio más general de las diversas formas en que se entrecruzaron asistencia social, femineidad y religión en el caso de benefactoras que actuaban durante la denominada etapa de modernización. Además, se orienta a la comprensión de la construcción de la devoción, la piedad y el apostolado femenino antes de la década del treinta, que ha sido señalada como la de eclosión del activismo católico en general y femenino en particular en múltiples formas2.
La escala de análisis elegida involucra un marco espacial de localidades definidas por el Estado como Capital Federal o integrantes de jurisdicciones provinciales y territorios nacionales, y que para la Iglesia Católica formaban parte de espacios diocesanos o ad gentes en el caso de la Patagonia3. El punto de observación escogido no implica historiar las localidades en sí mismas sino, entendiendo que se trata de lugares en los cuales se desenvolvían relaciones sociales, realizar un acercamiento a determinadas personas que situadas en esos puntos permiten explorar el problema de la construcción concreta de las fronteras de la Pía Unión. Se pretende observar de manera cualitativa y desde una mirada micro, vínculos construidos por mujeres que configuraban fragmentos de redes de relaciones que tenían como nodos a inspectores salesianos y los intercambios materiales e inmateriales que circulaban en su interior4.
En las últimas décadas han crecido los estudios historiográficos sobre espacios de asistencia social habilitados por el catolicismo tanto para las religiosas como para las laicas. Como señala Cynthia Folquer, desde el siglo XIX "Se crearon nuevos modelos de piedad femenina que colocaban la práctica de la caridad en el centro de la experiencia religiosa, en menoscabo de una devoción ritualista sin obras"5. De esta manera, la acción social permitía a las mujeres de las elites y las clases medias actuar en la esfera pública pese a las restricciones formales que pesaban sobre su ciudadanía. Desde asociaciones de diverso tipo, las asistentes se ocuparon de morigerar las consecuencias de la denominada cuestión social sobre sectores excluidos de la modernización por la que atravesaba el país. De esa manera, muchas veces subsidiadas por distintos niveles de un Estado liberal que adoptaba un papel subsidiario (aunque no prescindente) en relación a la atención de las necesidades sociales, incidieron sobre la formulación de políticas sociales dirigidas a franjas vulnerables de la población, no obstante, la reproducción de las desigualdades que implicaba su visión naturalizada de las clases sociales6.
Las múltiples acciones de las benefactoras configuraron un proceso de feminización del asistencialismo durante la etapa abordada. Siguiendo con los análisis de Folquer:
"En lo que respecta al ámbito católico, si bien la Iglesia deslegitima la participación de las mujeres en las funciones jerárquicas y define un modelo femenino de subordinación al masculino en la organización institucional, también ha propuesto a lo largo de la historia una opción alternativa al destino manifiesto del matrimonio y la reproducción, brindando a las mujeres una plataforma de promoción, acceso a la cultura y acciones diversas (fundaciones de instituciones, obras de caridad, educativas, etc.) que les ha permitido intervenir activamente en la sociedad de cada época"7.
En el contexto de estos aportes historiográficos, estudiar la participación de mujeres adscriptas a la Pía Unión en ciudades y pueblos del interior del país, pero sin dejar de lado a la Capital Federal, puede contribuir a complejizar las miradas sobre la relación entre la beneficencia y sus marcos de referencia. Este caso tiene la peculiaridad de remitir a acciones que abarcaban cuestiones estrictamente personales, familiares y locales, como las de la mayoría de las entidades caritativas, pero que también las trascendían al conectarse con preocupaciones mayores propias de una congregación que tenía un gran alcance geográfico.
Ciento seis piezas de correspondencia enviadas por cooperadoras a inspectores salesianos posibilitarán una primera aproximación al tema8, complementadas con la reglamentación generada por la congregación para regir a esa tercera orden. A través de estos documentos, se identificarán las necesidades y deseos personales, familiares y locales con respecto a los cuales esas mujeres peticionaron y reclamaron, así como los aportes materiales y no materiales que movilizaron en favor de la congregación y de sus propios entornos sociales. Son fuentes que permiten corroborar la activación de vínculos de sociabilidad propiciada tanto por las normas como por la adscripción formal de las personas, así como las diferencias de género que atravesaban a esas relaciones y su arraigo territorial.
La sociabilidad es entendida aquí como categoría que refiere tanto a la dimensión formal de las asociaciones y las organizaciones colectivas como a la dimensión social de los individuos contemplando sus vías informales y ambiguas de interacción y contacto9. Según Pilar González Bernaldo de Quirós, con esa noción se alude a las "prácticas sociales que ponen en relación un grupo de individuos que efectivamente participan de ellas y apunta a analizar el papel que pueden jugar esos vínculos"10. En cuanto al género, se emplea como categoría analítica que permite focalizar a las mujeres teniendo en cuenta que la femineidad y la domesticidad son constructos culturales e históricos basados en la diferencia sexual pretendidamente natural y tienen un carácter relacional con respecto a la masculinidad, lo público y lo privado11.
Se parte, entonces, de la idea de que la cooperación femenina precedía en el tiempo y excedía en alcance a las comisiones creadas por los salesianos en la Capital Federal desde 1900 y en otros lugares fundamentalmente en la década de 1920. Se sostiene que otras cooperadoras, además de las que componían esos agrupamientos, realizaron trabajos orientados a afianzar la Pía Unión, en consonancia con los deberes y propósitos que se les habían trazado por inscribirse en ella. Se afirma, además, que algunas de ellas no se limitaron a eso, sino que accionaron para obtener otros beneficios para sus personas, sus núcleos parentales o emprendimientos religiosos de sus comunidades que estaban ligados directamente o tangencialmente con los salesianos, o no estaban en principio conectados con ellos.
1. La expansión territorial de la congregación salesiana y de la Pía Unión de Cooperadores Salesianos
Una vez arribados a la Argentina los salesianos se dedicaron a auxiliar a los inmigrantes italianos, educar a niños y jóvenes de la clase obrera y, de acuerdo al anhelo inicial de Don Bosco, evangelizar a los "indios" o "salvajes" de la Patagonia y las "pampas". Entre las postrimerías del siglo XIX y fines de la década del veinte, los religiosos y las Hijas de María Auxiliadora -que habían llegado en 1879- organizaron oratorios festivos, fundaron establecimientos educativos, realizaron misiones y pusieron en marcha diversas publicaciones, entre otras actividades desplegadas en diferentes puntos del país.
Desde los inicios de sus obras, los religiosos y las religiosas recibieron el apoyo de personas que podían ser simplemente bienhechoras o inscribirse en la Pía Unión de Cooperadores Salesianos. Esta última era una orden tercera formada por religiosas/as y mayormente por seglares, abocada no principalmente a la piedad o devoción sino al apostolado. Por su pertenencia a ella, cooperadores y cooperadoras eran acreedores/as a indulgencias, privilegios e indultos concedidos por el Papa. Se esperaba que sus integrantes atendieran, en palabras del reglamento, "a su propia perfección mediante un método de vida que se asemeje, lo más que sea posible, a la Comunidad... pueden en medio de sus tareas diarias y en el seno de su propia familia, vivir como si pertenecieran a la Congregación"12. Al respecto, se les recomendaba modestia en la vestimenta, frugalidad en las comidas, sencillez en sus habitaciones, moderación en sus palabras y exactitud en sus deberes. También se les aconsejaba que hicieran todos los años un retiro espiritual, que el último día de cada mes o el que les fuera más cómodo hicieran el ejercicio de la buena muerte, que rezaran diariamente un Pater, Ave y Gloria a San Francisco de Sales y que se confesaran y comulgaran de manera frecuente. Sin embargo, la entidad tenía por objeto, como se indicaba en un manual de 1897 destinado a sus dirigentes, "no interminables oraciones ni ásperas penitencias, sino el ejercicio y la práctica de varias obras de caridad y de celo en ventaja de la Iglesia y de la Sociedad Civil"13. Como se especificaba en las disposiciones emitidas por el Octavo Congreso de Cooperadores Salesianos en 1920, su fin principal "después de la santificación de sus miembros es el de proporcionar medios morales y materiales a la Sociedad Salesiana para que pueda atender, cuidar y aumentar sus obras en favor de la juventud pobre y abandonada"14.
El Superior de la congregación salesiana era, a la vez, el de esta entidad. Por su parte, el encargado de los cooperadores en las casas salesianas tenía la obligación de confeccionar el registro de los inscriptos y las inscriptas del lugar y alrededores, comunicar a las autoridades de Turín los cambios por ingresos y fallecimientos y procurar la adhesión de nuevos y nuevas integrantes. También podía, cuando lo creyera conveniente, proponer la elección de decuriones, decurionas, celadores y celadoras.15 Además, le competía colaborar en la organización de las conferencias salesianas o invitar a otro tipo de eventos a quienes pertenecieran a lugares en los que no existiera una estructura que posibilitara su realización. También era su obligación propagar la Archicofradía de María Auxiliadora y la Pía Obra del Sagrado Corazón de Jesús. Finalmente, otro punto importante de su serie de funciones era el relativo a la propaganda para hacer conocer y difundir la "estampa salesiana", tanto a través de los diarios locales católicos como contribuyendo con textos propios al armado del Boletín Salesiano. Esta publicación era el "órgano oficial" y "vínculo de unión" de la Pía Unión y se mandaba en forma gratuita a quienes lo desearan. Su impresión estaba específicamente pautada del siguiente modo en el reglamento:
"Cada tres meses, o más a menudo si fuere necesario, se publicará un Boletín impreso, que dará cuenta a los socios de las cosas propuestas, hechas o por hacer, y al fin del año se les comunicará una reseña de las obras que se crea más conveniente promover en beneficio del prójimo.
Se participarán al mismo tiempo las defunciones de los socios ocurridas durante el año, a fin de recomendarlos a sus oraciones"16.
Cabe indicar que no se exigía a los/as cooperadores/as ninguna contribución pecuniaria obligatoria, pero sí que de manera mensual o anual entregaran la limosna que su espíritu caritativo les inspirara. Eso podía realizarse en las colectas que tuvieran lugar durante las conferencias de María Auxiliadora y San Francisco de Sales. Quienes residieran en puntos en los que no se hubiera podido constituir una decuria, deberían arbitrar los medios para remitir su ofrenda por el conducto que consideraran más fácil y seguro. Otros medios posibles de cooperación incluían la oración, el fomento de las vocaciones eclesiásticas y la promoción de todo tipo de ejercicios piadosos, de la devoción a María Auxiliadora y de la buena prensa. De manera especial, los animaban a iniciar y sostener empresas que privilegiaran la educación cristiana de la niñez y la juventud, empleando las diversas formas de acción religiosa posibles según las necesidades especiales de cada lugar y tiempo. No se prohibía que cooperadores y cooperadoras atendieran otras cuestiones caritativas, sino que se celebraba e incluso se reconocía como un hecho generalizado. Sin embargo, se recomendaba que en las poblaciones donde se estableciera una nueva obra salesiana, sus adherentes procuraran afianzarla y desarrollarla por todos los medios a su alcance antes de dedicarse a otras de idéntico tenor, siguiendo la costumbre practicada desde los inicios de la Pía Unión. La acción local se dejaba y recomendaba particularmente en ciudades grandes a las juntas de acción salesiana formadas por varones o mujeres y en poblaciones más pequeñas a decuriones/as y celadores/as17.
En cuanto al desarrollo de la entidad en la Argentina, Cayetano Bruno señala que hasta 1881 solo se contó con participaciones individuales de varones y mujeres caritativos/as, "buenas" pero aisladas. A partir de ese año se juzgó que era menester una organización más estable y, en consecuencia, cada director se comprometió a remitir los nombres de los cooperadores y cooperadoras de su casa para compilar el catálogo completo en la central de la inspectoría (el Colegio Pío IX de Almagro). Al año siguiente se realizó la primera conferencia, con la cual se inauguró oficialmente la Pía Unión en el país. Sin embargo, la participación fue creciendo de manera lenta. Todavía hacia 1885 el inspector José María Vespignani consignaba que era necesario aumentar el número de personas cooperadoras y tornarlas más activas, considerando que eran pocas18.
Ni en la normativa ni en los hechos la cooperación salesiana laica estaba feminizada, ya que varones y mujeres realizaban contribuciones y participaban activamente. En las misivas analizadas, varias de las cuales fueron escritas por una misma emisora, se hace referencia a 141 personas, de las cuales un 87 por ciento eran mujeres. Sin embargo, el universo social ligado a la cooperación salesiana que analizamos era mucho más amplio, ya que también se aludía de manera general a colectivos de cooperadoras, parientes, amistades o comisiones cuyos integrantes no se especificaban y, por lo tanto, no pueden ser contabilizados ni procesados en términos de adscripción sexual. Además, contamos con algunas cartas de cooperadores laicos que se comunicaban a título individual y podrían ser representativos de otros cuyos testimonios aún no consultamos19. Los varones de la Capital Federal tuvieron también, por ejemplo, un rol protagónico en la realización de los congresos internacionales de cooperadores efectuados en 1900 y 1925.
Sin embargo, sí se detecta un mayor compromiso femenino que masculino en la acción social colectiva20. En 1900, en ocasión del primer evento mencionado, se estableció en la Capital Federal una comisión permanente de caballeros que prácticamente no funcionó y una junta auxiliar de señoras que pronto se convirtió en Comisión Central y logró continuidad en el tiempo. En la década del 20 se independizó de ella la subcomisión Misiones de la Patagonia, que estaba radicada en la misma ciudad y a cargo de Isabel Casares de Nevares. También existía en ese decenio una Junta de Cooperadores de la Patagonia encabezada por Alberto Vivot sobre la cual, a diferencia del grupo femenino, en el que actuaba su esposa, no hemos encontrado aún más datos acerca de su conformación y actividades. Cabe aclarar que mientras quienes revistaban en las comisiones capitalinas eran integrantes de la elite nacional21, no todas las mujeres de los casos analizados en esta ponencia que corresponden a esa ciudad pertenecían a ese sector social.22
En el resto del país, del mismo modo que en la Capital Federal, mujeres de distintas franjas de la sociedad se ligaron a las obras salesianas a título individual desde fines del siglo XIX y en forma colectiva fundamentalmente en la década del veinte. En esa época existieron agrupamientos de cooperadoras en diferentes puntos de las inspectorías San Francisco de Sales, San Francisco Javier y San Francisco Solano23. Además, de los datos contenidos en la correspondencia emergen ramificaciones de la cooperación salesiana femenina que partían de la capital y se extendían por diferentes localidades de la Argentina. Las emisoras de las cartas estudiadas estaban radicadas en pueblos y ciudades de las provincias de Buenos Aires, Corrientes, Salta, Córdoba, Santiago del Estero, Santa Fe, San Juan, San Luis y Entre Ríos, y de los territorios nacionales de Chaco, Río Negro, Chubut y Neuquén. En 34 de esos 41 puntos, no existían establecimientos salesianos ni comisiones de cooperadoras al momento de escribirse las cartas, pero algunos de ellos como San Isidro, Lobos y Morteros estaban próximos a casas salesianas y los pertenecientes a la Patagonia, que había sido encomendada a la congregación, habían sido parte de giras apostólicas24. (Figura 1)
La interrelación entre cooperadores, cooperadoras y religiosos que también estaban ligados a la Pía Unión era constante y promovida desde la normativa de la misma, como se observa en el siguiente pasaje del reglamento: "Los miembros de la Congregación consideran a todos los Cooperadores como hermanos en Jesucristo; y se dirigirán a ellos cada vez que su concurso pueda ser útil a la mayor gloria de Dios y al bien de las almas"25. Como muestra el corpus analizado, la correspondencia constituía para los religiosos una herramienta de cohesión, ya que les permitía mantener contactos útiles, normalizar la cooperación salesiana, generar una identidad compartida y realizar invitaciones y pedidos de aportes materiales e inmateriales. Por su intermedio, contribuían a extender la estructura de la Pía Unión y, por ende, la influencia de la congregación, por fuera del lugar en que se encontraban las casas a las que pertenecían e incluso hasta sitios en los cuales, como señalamos, no había aún instituciones salesianas de ningún tipo. Si bien la tarea de reunir cooperadores y cooperadoras era ardua en todos los lugares, en regiones como las del sur bonaerense y la Patagonia los apremios se hacían sentir con mayor intensidad. Como manifestaba el inspector Pedemonte refiriéndose a una casa de la Capital Federal: "Allí se está mal? Y ¿qué será aquí dónde la vida es incomparablemente más cara y no tenemos quién se dedique a las compras y al cultivo de nuestros Cooperadores?"26.
Para las cooperadoras, la comunicación con los religiosos era muy importante y acometían a veces con insistencia a fin de lograr diferentes propósitos. Reunir avales que les permitieran influir sobre ellos, entrevistarse de manera personal y recurrir a la escritura epistolar eran algunas de las estrategias desplegadas en ese sentido. Como desarrollaremos a continuación, la correspondencia operó como herramienta para responder a las exigencias y expectativas que los religiosos depositaban en ellas. También les sirvió para comunicar cuestiones vinculadas con la cooperación salesiana, algo legitimado por el reglamento en el que podía leerse: "Todo Cooperador puede, según las circunstancias que se presente, exponer al Superior lo que juzgue conveniente deberse tomar en consideración"27. Entre las varias utilidades se contaban también las de enviar saludos de Pascua, Navidad y Reyes, felicitar en ocasión de onomásticos, brindar condolencias, elogiar por eventos como congresos y peregrinaciones, desear buenos augurios en caso de viajes, etc. Finalmente, además de todo eso, fue un vehículo para transmitir pedidos y realizar reclamos vinculados a intereses y necesidades personales, familiares y comunitarios.
2. Pedidos, reclamos y aportes relativos a cuestiones personales y familiares
Una serie de requerimientos identificados en las cartas se vinculaba con procesos de tipo administrativo ya que, como señalamos, los directores de cada casa estaban autorizados para inscribir a quienes desearan asociarse, cuyos nombres, apellidos y domicilio serían transmitidos al superior de la congregación y anotados en el registro general de Turín. Estos religiosos recibían de parte de las cooperadoras, además de solicitudes personales de inscripción, pedidos de incorporación a las comisiones y de definición de sus obligaciones si eran convocadas para algún evento, así como notas de rechazo al ser designadas para algún puesto que no deseaban ocupar28.
Los religiosos también se convertían en depositarios de múltiples reclamos cuando las inscriptas no recibían el diploma que acreditaba su condición de cooperadoras y, en especial, cuando no les era enviado el Boletín Salesiano. Las cooperadoras consideraban vital leerlo, recalcaban la importancia de recibirlo con regularidad y procuraban registrar en él la concesión de gracias espirituales, para lo cual remitían las líneas que deseaban publicar y el monto necesario para su inclusión. Especialmente las que se presentaban como ancianas y pobres, les expresaban a los sacerdotes que entablar un intercambio periódico con ellos y recibir ese impreso contribuían a que no se sintieran olvidadas29.
También identificamos en las cartas una serie de pedidos de auxilio espiritual relacionados con aspectos de la devoción personal y familiar, cuyo desarrollo era acorde con el perfil de los cooperadores y cooperadoras trazado en el reglamento. Con esto se vinculaban las solicitudes de envío de objetos religiosos como estampas, escapularios, reliquias, medallas, cuadros y almanaques; los pedidos de indicaciones sobre prácticas como triduos y novenarios; y los encargos de misas por difuntos y oraciones por favores particulares. Además, varias de ellas solicitaban ser inscriptas en la Archicofradía de María Auxiliadora y recibir publicaciones como las Lecturas Católicas y la revista del Templo de San Carlos.
Las epístolas exhiben múltiples formas en las que, a través de las cooperadoras y también de varones allegados a ellas30, se iba extendiendo la devoción mariana bajo la advocación de María Auxiliadora31. Eran usuales los pedidos de estampas y medallas de la virgen y también de oraciones, misas, gracias y bendiciones. Estos se sumaban a la promesas y agradecimientos dirigidos a ella que poblaban esos escritos. A las acciones devocionales y, en palabras de algunas de las emisoras, de "propaganda",32 se sumaban las lecturas de publicaciones cuyo contenido versaba sobre esa figura y, en el caso de quienes habían sido alumnas de colegios de las religiosas, el legado recibido a través de la educación. Finalmente, algunas de ellas consideraban importante colaborar con la denominada Obra de María Auxiliadora para el fomento de las vocaciones eclesiásticas, que había comenzado en Buenos Aires en 1888 con la intención de reunir recursos para solventar los estudios de futuros religiosos en condición de pobreza33.
Inscripciones posteriores realizadas por los receptores en el mismo papel indican que, en general, las cartas eran leídas y se instrumentaban mecanismos para satisfacer las demandas y peticiones planteadas en ellas. En la mayor parte de las ocasiones, los requerimientos iban acompañados por dinero en concepto de pago -si se trataba de una compra- o a modo de donativo. Que se calificaran como insuficientes los montos aportados y se lamentara la imposibilidad de incrementarlos era algo recurrente en los escritos. Los motivos aducidos a modo de disculpa incluían escasez de recursos, otras prioridades en materia de caridad o muchas obligaciones similares ya que, según se expresa, era una práctica de la época distribuir los recursos entre varias entidades34. El deseo de cumplir con esta obligación caritativa pecuniaria se hace patente en las cartas de cooperadoras de la Capital Federal que pedían el envío de cobradores a sus domicilios. Lo mismo ocurría con aquellas que deseaban remitir a los religiosos distinto tipo de bienes, como ropa y sombreros para niños o trapos para limpiar máquinas, para lo cual esperaban que fuera comisionado un carrero a fin de realizar el traslado. También había quienes planeaban donar joyas y buscaban algún medio seguro para hacerlo35. A todo esto, se añadían contribuciones de carácter inmaterial ya que, como indicamos, también la oración y la propaganda eran medios señalados en el reglamento para contribuir con las obras salesianas. Por ejemplo, en varias epístolas las emisoras narraban los préstamos de las ediciones anteriores del Boletín Salesiano que hacían a otras personas de sus entornos con la intención de que se familiarizaran con las actividades de los religiosos y las religiosas36.
Excediendo cuestiones específicas vinculadas con su condición de cooperadora, María Edelmira de Quiroga se dirigía desde Córdoba a los religiosos para pedirles que le compraran propiedades. Concretamente, les ofrecía una viña, un potrero y casas ubicadas cerca de la ciudad de San Juan por juzgar que podían ser útiles para instalar establecimientos educativos agrícolas, lo cual evidencia un conocimiento de las características de sus instituciones en la región cuyana, más precisamente en Mendoza. En sus palabras: "como hay tanta devoción a María Auxiliadora en San Juan y la congregación salesiana instruye en vitivinicultura...les vendría muy bien"37. En el mismo sentido hacía referencia a una residencia emplazada en el casco urbano de la cual era copropietaria junto con dos hermanos y que, según creía, era propicia para sede de un colegio. Como expresaba, la necesidad de cancelar deudas la motivaba a desprenderse de su patrimonio: "Mucho deseo que la viña fuese de la Sma Virgen, pero no puedo obsequiarla por no tener medio para la vida, y como su reverencia tiene y hay tantos millonarios que ayudan me he atrevido a escribirle al respecto por si gusta haserme ese bien y haser a San Juan yendo los Padres"38. Su delicado estado de salud y la necesidad de ayudar a un hermano y una sobrina se sumaba a los motivos de dicha decisión.
Todos estos reclamos y pedidos muestran que pertenecer a la Pía Unión no solo era para las cooperadoras una forma de aportar a la congregación cumpliendo con sus deberes materiales e inmateriales como fieles católicas, sino que también les brindaba soporte espiritual y un sentido de pertenencia a una comunidad más amplia. También evidencian un conocimiento de la normativa, de los principios y del espíritu de la tercera orden, así como una intención de ajustarse a ellos en la vida diaria y de tenerlos en cuenta en la organización de la religiosidad familiar. La excepción mencionada, cuyo grado de representatividad es difícil de elucidar, es un indicio de otros beneficios que la condición de cooperadoras y el acceso a religiosos que derivaba de ella podía reportarles a algunas mujeres.
3. Pedidos, reclamos y aportes relativos a cuestiones grupales y comunitarias
Además de pedidos o reclamos de carácter individual o familiar pueden identificarse otros procedentes de cooperadoras que tomaban la representación de un grupo de personas. En un primer conjunto podemos ubicar las peticiones de decurionas u otras mujeres que deseaban generar lazos comunitarios para fomentar el ingreso y la permanencia de nuevas/os cooperadores/as a la Pía Unión. Algunas de ellas, como Mariana I. de Rege de Viedma, dirigían además grupos de ex alumnas de María Auxiliadora. A tal efecto, realizaban procedimientos de tipo administrativo que las llevaban a pedir hojas para juntar firmas de suscripciones y se ocupaban de comunicar las nuevas inscripciones y los fallecimientos, así como de recibir los diplomas y reglamentos para luego distribuirlos. También recaudaban y enviaban las limosnas a los inspectores de la Capital Federal y vendían números para rifas. En algunos casos como el mencionado, la participación activa de estas mujeres llevaría a que posteriormente se constituyera una comisión local de cooperadoras39.
Reclutar cooperadores y cooperadoras no era una tarea desprovista de dificultades ni tampoco lo era reunir contribuciones monetarias. Los motivos aducidos a modo de excusa por lo que consideraban acciones insuficientes o infructuosas en pro de allegar recursos incluían problemas de salud de las personas de sus entornos que pensaban contribuir, crisis económicas en sus zonas de residencia que afectaban a los patrimonios personales y otras preferencias locales en materia de caridad. Como ejemplo de esto último, puede mencionarse que los obstáculos para sostener al exiguo clero local conspiraban, desde la perspectiva de algunas de ellas, contra la derivación de mayores montos hacia los salesianos. Es ilustrativo al respecto lo que puede leerse en una carta enviada desde Ceres por Ana Clemencia Cornut en 1913, año en el cual ya se esbozaba en el litoral una crisis económica que se profundizaría con la Primera Guerra Mundial:
"este año Dios dispuso circunstancias que no nos permiten enviaros mas, les pedimos encarecidamente oraciones a María Auxiliadora para ayudarnos en nuestras impresas, y en otra ocacion enviaros mas. Las necesidades para el que quiere dar y puede son numerosas, aquí en esta parroquia estamos sin sacerdotes, y es siempre el dinero que hace falta, no quiero molestaros para explicarme mas conocera tanto como nosotros los tiempos que atravesamos"40.
Lo mismo sucedía en jurisdicciones a cargo de los salesianos desde el punto de vista pastoral, como las de la Patagonia, en las cuales se padecía continuamente la falta de personal religioso para atender a la población dispersa y en crecimiento41.
Pese a todo ello, los esfuerzos de dichas cooperadoras se veían recompensados al sumar cooperadores/as y bienhechores/as, incluidos sacerdotes que no pertenecían a la congregación42. Una forma de hacer propaganda y congregar nuevas colaboradoras que desplegaban estas mujeres era interesar a aquellas que formaban parte de sus círculos de amistad. Como le narraban a Valentín Bonetti Ana y Adela Torres, dos costureras de Paso de los Libres: "también repartimos los Boletines Salesianos entre nuestras amigas y hacemos propaganda por su devoción"43. Ellas y otras cooperadoras lograban generar un flujo de dinero que, aunque desde su perspectiva fuera magro, se enviaba a los inspectores y era redistribuido en distintos lugares o, en menor medida, remitido a Turín.
Aunque no integraran comisiones de cooperadoras, las mujeres a las que hicimos referencia efectuaban aportes que iban más allá de la limosna o las prácticas individuales y familiares de devoción para vincularse con una esfera pública desde la acción colectiva. Como muchas otras activistas católicas44, realizaban un trabajo voluntario y no remunerado que requería una considerable inversión de tiempo y que, en localidades medianas o pequeñas, representaba una fuente de prestigio social. Si bien estas cartas no se caracterizan por contener autorepresentaciones sobre el trabajo benéfico, en una de ellas puede atisbarse que el mismo era concebido como un deber religioso que implicaba un alto grado de abnegación:
"Esta lucha i el trabajo frecuente me hace mucho mal , sobre todo escribir diariamente, que quiere P. siempre he sido indiferente con mis conveniencias propias, me he sacrificado por el bien de la Humanidad menesterosa; pero hou ya me abate la lucha, hai momentos que me impaciento decae mi animo, después de tantos años de lloros en este mundo"45.
Desde estos roles, además de auxiliar a las causas salesianas, contribuían a extender y arraigar territorialmente la Pía Unión aumentando el número de personas que la integraban y generando cohesión entre ellas. También construían e incrementaban lazos con los religiosos de las casas centrales. Los acuses de recibo y las pequeñas anotaciones que aparecen agregadas por ellos en las cartas son indicios de que la comunicación se efectivizaba.
Estas mujeres oficiaban no solo como intermediarias entre cooperadoras y religiosos sino también, en ocasiones, entre estos y personas necesitadas de auxilio. Estos asistidos les rogaban que hicieran uso de sus influencias y oficiaran de enlace por su posibilidad de contacto directo con los salesianos. No era extraño, por ejemplo, que las dirigentes de grupos femeninos escribieran recomendaciones para avalar sus pedidos, como lo muestra este pasaje escrito por Agustina B. Garmendia en una tarjeta que sería mostrada al inspector Valentín Bonetti: "se permite recomendarle a la portadora que es una persona muy pobre y viuda quien desea internar dos hijos en el colegio San Carlos"46. Los establecimientos educativos de la congregación admitían estudiantes que podían pagar la mensualidad, gratuitos y semi gratuitos, y muchos de ellos ofrecían formación en oficios, por lo cual eran vistos por familias humildes como una oportunidad para garantizarles un futuro más venturoso que el que sus recursos permitían.
Además, había quienes pedían colaboración y, eventualmente, realizaban reclamos, en relación con otros emprendimientos religiosos locales. Este último conjunto de pedidos nos muestra la gravitación de cooperadoras en la puesta en marcha de proyectos que incluían principalmente la apertura de capillas y escuelas de enseñanza primaria y catecismo, además de poner de relieve como se ponían en funcionamiento vínculos con los salesianos que podrían impulsarlos.
Todas esas eran iniciativas que, como señalaban sus propias promotoras, tropezaban con numerosos obstáculos, en especial para conseguir edificios, docentes y material de estudio. Como en el caso de la cooperadora que ofrecía tierras en venta, las referencias a esas dificultades, sin negar que abrevaran efectivamente en una realidad calamitosa, procuraban conmover al destinatario de la súplica. Al respecto, podemos identificar solicitudes de recursos humanos como capellanes y religiosas para abrir sitios de culto, asilos y establecimientos educativos y para asegurar su continuidad. En el caso de las religiosas, se les solicitaba a los sacerdotes que si no les era posible conseguir Hijas de María Auxiliadora hicieran uso de sus influencias para interesar a otras congregaciones. A esto se agregaban los deseos de que les fueran enviados recursos materiales, pero no necesariamente monetarios, sino fundamentalmente libros y estatutos de colegios para emular. Esto sucedía, por ejemplo, tanto en relación a entidades de lugares que se encontraban a cargo de los salesianos, como los colegios de Vignaud y Puerto Madryn y las capillas de Allen, San Martín de los Andes, Cipolletti y Zapala; como en otras que no tenían relación con la congregación, como el Colegio de Niñas Huérfanas y Pobres de General Paz y un asilo de San Isidro. No solo había demandas producto de iniciativas locales sino también un emprendimiento nacido de sugerencias de los propios religiosos, más precisamente, la propuesta de Pedemonte de formar la comisión pro santuario de Fortín Mercedes en Bahía Blanca, fundación que se concretaría posteriormente47.
Estas cooperadoras y las personas de las cuales eran voceras creían importante contar con colegios y capillas confesionales para combatir la corrupción de las escuelas laicas y fortalecer el catolicismo en sociedades que, si no eran "animadas" en esa dirección, podían sumirse en la indiferencia religiosa. En la zona patagónica esto significaba, además, desde su perspectiva, introducir un factor de civilización en lugares de reciente y escaso poblamiento y con extensas áreas rurales de influencia. En ese sentido se pronunciaban, por ejemplo, mujeres ligadas a la Comisión pro escuela y capilla católica de Puerto Madryn y a la comisión pro templo de Cipolletti.48 Esto era coincidente con los modos que, según los estudios de Nicoletti, sostuvieron los salesianos desde su llegada a la Patagonia para combatir al liberalismo y anticlericalismo estatal: forjar a través de sus establecimientos escolares, textos, prédica a los indígenas y prensa, una representación que identificara la acción de su obra con la "argentinidad", la "civilización" y el "progreso"49.
También hemos localizado otras iniciativas ligadas a la erección de un monumento y a la organización de celebraciones en zonas de Buenos Aires y Viedma atendidas por los religiosos, aunque eran minoritarias en comparación con las referidas a la asistencia religiosa y la educación50. Intereses de otro tenor pero también ligados a cuestiones católicas locales traducían aspiraciones como la de una cooperadora de Paso de los Libres que le imploraba al inspector que le prestara asistencia al clérigo de esa localidad que se había trasladado a Buenos Aires por estar enfermo51. Al parecer, quien transmitía este pedido, que fue atendido, no solo consideraba que los salesianos podían brindarle socorro en su padecimiento, sino que lo veía como una oportunidad para que trabara relaciones con la congregación.
En la zona patagónica algunas cooperadoras no solo pedían, sino que en ciertas ocasiones reclamaban y exigían, por ejemplo, la presencia de sacerdotes en inauguraciones y eventos y, en el caso de quienes se ocupaban de las capillas de Allen y Cipolletti, que se efectivizaran las visitas de inspección52. Sus cartas vehiculizaban así requerimientos de atención propios de localidades alejadas de los centros de emplazamiento de las casas centrales. También acercaban a los inspectores las demandas de las comunidades cuando estaban en desacuerdo con algunas de sus decisiones, lo que puede ilustrarse con el caso de rechazo del nombramiento de un sacerdote realizado por el inspector Pedemonte para asesorar los trabajos de la mencionada comisión de San Martín de Los Andes53. Si bien es difícil acceder a sus biografías, hay indicios que sugieren que estas emisoras formaban parte de las elites locales y territorianas. Como señala Nicoletti, los sectores del poder en los territorios nacionales, que estaban en pleno proceso de construcción de la estatidad, abrevaban con los valores eclesiásticos, lo cual era visible en el plano educativo y en la colaboración de algunos gobernadores o de sus esposas con las obras de la congregación54.
Las peticionantes a las que hicimos referencia consideraban que la congregación contaba con una serie de recursos que podía poner a su disposición, como religiosas, religiosos, impresos, reglamentaciones, dinero o, simplemente, influencia sobre sectores poderosos. Al parecer, abrevar en sus experiencias modélicas previas para concretar realizaciones educativas y religiosas locales, algunas de las cuales no estaban directamente ligadas a los salesianos, podía contribuir a su éxito y legitimación. En las regiones patagónicas puestas bajo jurisdicción salesiana, el tono imperativo de algunas misivas lleva a presuponer que juzgaban, además, que los religiosos tenían el deber de responder de manera positiva a sus requerimientos.
En todos los casos las comunidades aportaban dinero y personas capaces de gestionar y organizar la ejecución de proyectos reunidas en comisiones, un formato usual en la época para desarrollar todo tipo de emprendimientos colectivos. En ellas, las mujeres encontraban un espacio de participación en la esfera pública aceptado por tratarse de actividades religiosas y caritativas que, entre otras cosas, las llevaban incluso en algunos casos a convertirse en voceras de comisiones de damas y caballeros que no eran específicamente agrupaciones de cooperadoras o cooperadores, sino que habían sido creadas con un objetivo particular como la erección de un templo o una escuela. Partiendo del cumplimiento de propósitos asignados a quienes integraban la Pía Unión, estas mujeres contribuían a extender y arraigar territorialmente el catolicismo a partir de la generación de distinto tipo de conexiones entre sus comunidades y la familia salesiana.
Consideraciones finales
En esta ocasión nos hemos adentrado en un aspecto de la cooperación salesiana que es difícil de reconstruir: el de las acciones de mujeres que no se encontraban enmarcadas en comisiones de cooperadoras de la Capital Federal o del interior del país. Solo a través de las epístolas conservadas en los archivos salesianos, en las cuales hemos focalizado las funciones de petición y reclamo, es posible encontrar indicios que permitan otorgarles algún grado de visibilidad. Los datos dispersos recolectados en esas fuentes hacen referencia a "damas" de la elite nacional y de las elites de sus respectivas zonas de residencia, pero también a otras mujeres propietarias pertenecientes a sectores medios e incluso a trabajadoras.
Las intenciones de las cooperadoras cuyas cartas analizamos eran cumplir con sus obligaciones caritativas como católicas ayudando a la Iglesia bajo la dirección de los salesianos y perfeccionando sus prácticas devocionales. Sin embargo, sus propósitos no se resumían en realizar aportes materiales e inmateriales, sino que también tenían la expectativa de que los religiosos se interiorizaran de las realidades personales, familiares y locales y contribuyeran recíprocamente con ellas de acuerdo a los intereses que planteaban en las cartas.
En la etapa analizada, las cooperadoras objeto de este estudio aportaron a la extensión de los límites de la Pía Unión cumpliendo, y en ocasiones excediendo, los cometidos específicos de la cooperación salesiana. Contribuyeron a reforzar la obra de la congregación en sitios en los que había casas y/o comisiones, pero también a hacerla presente en varios en los que aún no las había. En este sentido, introdujeron nuevas formas de sociabilidad en parte de sus comunidades y añadieron un nuevo sentido -derivado de la adscripción a la Pía Unión- a la identidad religiosa de mujeres de sus entornos sociales. Incluso, algunas de ellas se posicionaron en lugares de poder frente a otras mujeres y varones y se encargaron de la comunicación con los inspectores. De esa manera, la cooperación salesiana femenina se iba extendiendo en ciudades y pueblos a través de lazos familiares y amistosos, y de la propaganda, además de por fruto de la convocatoria directa realizada desde las autoridades de la congregación.
Nos encontramos ante mujeres que, desde una situación de inferioridad jurídica, enmarcadas en espacios habilitados de acuerdo con las concepciones de femineidad imperantes y bajo tutela sacerdotal, acataban las normas religiosas y de género, pero también podían realizar pedidos, plantear exigencias, poner en cuestión decisiones de los religiosos y marcarles las que consideraban sus responsabilidades. Además, lograron que apoyaran la puesta en práctica de ciertos proyectos o atendieran requerimientos en su mayor parte ligados desde un principio a los salesianos, pero también de otros que no lo estaban. Portavoces de sus necesidades y de las de sus entornos, contribuyeron a delinearlas, a expresarlas y a comprometer respuestas por parte de los religiosos que se tradujeran en beneficios para sí mismas, sus parientes y sus comunidades.
Hemos identificado tres formas de participación: la de cooperadoras que actuaban solo de manera individual, la de otras que tomaban algún tipo de representación grupal de cooperadoras y la de aquellas que integraban colectivos como las comisiones de damas pro templo o pro escuela. Esas modalidades tuvieron una capacidad diferencial de agencia e influencia y distinto grado de visibilidad. Por fuera de las ciudades que eran sede de inspectorías y tenían mayor densidad poblacional, se tornaba más dificultoso el acceso directo a los inspectores, el envío de contribuciones, la asistencia a eventos e, incluso, la reunión de mayor cantidad de cooperadores y cooperadoras. Sin embargo, esas formas de involucrarse se complementaron en la generación de ramificaciones de la Pía Unión por el interior del país y sumaron sus acciones a las de las comisiones específicas de cooperadoras que no han sido objeto de análisis en este trabajo.
En suma, sus acciones se contextualizaban en un mismo espíritu reflejado en el marco normativo que tendía a homogeneizar y disciplinar a la vez que dejaba un margen para el ajuste local de las realizaciones. Estas últimas se materializaban en diferentes contextos produciendo adaptaciones territorialmente localizadas, cuyas especificidades aún resta explorar con mayor profundidad. Incorporar al análisis las figuras de los cooperadores permitiría evaluar cómo esa red de cooperadoras articulaba con las elites locales, criollas o inmigrantes; si emergió en 63 algún momento como una red consolidada y si operaba como un medio de movilidad e integración social en esos espacios.