Me enteré de la existencia de Santa Bárbara de las Cabezas, ubicada en el municipio de El Paso, hoy departamento del Cesar, cuando Adolfo Meisel me mostró un viejo plano de esa hacienda en toda su extensión. En ese momento, hace unos ocho años, Meisel era codirector de la junta directiva del Banco de la República, donde, al tiempo que cumplía juiciosamente con su labor como miembro del ente rector de la política monetaria, lideraba un ambicioso programa de historia económica.
Meisel exhibía el mapa como si este fuera una preciosa joya, parte de un tesoro más grande, un archivo que había logrado rescatar del olvido y el polvo. Compartí su entusiasmo porque pronto reconocí que tenía en sus manos un hallazgo que es el sueño de un historiador, como son los registros desconocidos de una hacienda, de un convento, o de una oficina pública. Esos son los anales preciados de los historiadores para poder hacer estudios de caso bien documentados, como este que viene a sumarse al de las haciendas Berástegui y Martha Magdalena, ubicadas en la Costa Atlántica, y que son fundamentales para entender la historia agraria de nuestro país y de la región Caribe. Anticipaba que Adolfo iba a construir un análisis a partir de ese insumo originario, con el rigor al que nos tiene acostumbrados.
Como narra Meisel, contar con esa fuente de información tenía además el encanto de regresarlo a dos momentos especiales de su propia vida. El primero, la experiencia de un paseo familiar a la hacienda, que fue escenario de sus juegos infantiles y, el segundo, la investigación de su tesis de pregrado en economía, basada en archivos históricos de las haciendas de Bolívar, entre los cuales apareció el rastro de la de Santa Bárbara. Ese estudio, por cierto, fue el primer paso en el camino de Meisel hacia la historia económica. Unos pocos años más adelante, en la ciudad de Mompox, tomó la decisión de dedicarse a la academia. La ciudad estaba relativamente distante de la extensa hacienda, pero tenía una estrecha relación social y económica con ella y, además, era la cuna de sus propietarios.
Hoy, al tener ya el libro entre mis manos, no puedo sino admirar la magnitud del trabajo que vino después de ese primer momento de entusiasmo que alcancé a compartir1. Estudiar la hacienda y su historia es, en primer lugar, entender quién tenía la propiedad y el control sobre ella. Y, enseguida, desentrañar la economía de la hacienda, su relación con el medio ambiente, con la región en la que estaba situada, con sus trabajadores y con la economía nacional.
En relación con el primer aspecto, Meisel muestra cómo Santa Bárbara de Las Cabezas fue siempre propiedad de una misma familia durante más de dos siglos. Ese era su rasgo distintivo más importante. Esta circunstancia se documenta cuidadosamente con archivos notariales, memorias de familia y fuentes secundarias. Se refiere en el libro, la llegada del primer noble de la dinastía, en 1705, y la posterior fundación de la hacienda por sus herederos hacia 1740. Después vinieron las disputas familiares, y la fragmentación de la propiedad, en la medida en que los herederos iban aumentando, y que había algunos propietarios ausentes, dificultando cada vez más la gerencia y la gobernanza.
Sostiene Meisel que los mejores tiempos de la hacienda se dieron cuando los miembros de la familia permanecían en la casa principal de la hacienda, como en los tiempos de los Trespalacios Cabrales (1840-1899); la tendencia posterior de varios de los herederos fue migrar a Mompox, y después a las grandes ciudades del Caribe, y alejarse de la propiedad familiar.
Enseguida, se aborda en el libro la descripción de la economía de la hacienda basada en el manejo de un hato ganadero de buen tamaño (20.000 cabezas, en 1921, aunque otras fuentes hablan de 40.000) sobre una gran extensión de terreno que en su punto más alto pudo llegar a ser de 111.000 hectáreas. A finales del siglo XIX, Santa Bárbara era la hacienda más grande del Caribe y, eventualmente de Colombia. Había sufrido bastante con la guerra de independencia que afectó al hato, pero se había recuperado a lo largo del siglo. Los mejores días estarían por venir, cuando se dio la asociación con el Packing House de Coveñas, hacia 1920. Un auge que, de forma sorpresiva, precede a un ocaso que conduce a liquidación de la Ganadería las Cabezas S.A., en 1942.
La explicación sobre lo acaecido a la hacienda no es simple. Un elemento central es el síndrome recurrente del propietario ausentista, que se fortalece a mediados del siglo XX, como narra Meisel, y se mencionó antes. Pero también existe el hecho mismo del final del contrato con la Packing House en 1937, acuerdo que no había traído el gran negocio de la carne en canal, como se esperaba, pero que, en todo caso, sirvió para llegar a nuevos mercados de ganado en pie, en Centroamérica y el Caribe. El problema era que la carne colombiana no era de buena calidad, por un manejo inapropiado que tenía mucho ver con la inclemencia del clima en la región, y sobre todo con un material genético deteriorado; este es un problema recurrente de la ganadería colombiana, que empezó a remediarse posteriormente con la introducción de ejemplares más resistentes.
Y están dos elementos más macro en la evolución de Santa Bárbara, que Meisel argumenta en el libro. Uno, es el desplazamiento del eje económico del país que, como han explicado los historiadores costeños, afectó la actividad productiva de la Costa Atlántica. Esto fue una consecuencia del impulso a los ferrocarriles, y después a las carreteras, que perturbó el transporte por el rio Magdalena y, por lo tanto, la prosperidad de las ciudades que dependían de él. El segundo, fue la revaluación del peso, como consecuencia del éxito del café en los mercados externos, que impactó al resto de las exportaciones, y favoreció las importaciones.
La relación de Santa Bárbara con Mompox tuvo varios momentos. Durante la época colonial, y hasta bien entrada la república, Mompox era una próspera ciudad ribereña, por la cual circulaba el contrabando que se dirigía al interior, y el oro, que se explotaba en Antioquia. Así mismo, era el sitio obligado de tránsito del ganado que alimentaba parte del país, incluyendo 365 el que salía de la hacienda. Cuando, a partir de 1868, el caudal principal del Rio Magdalena se desplaza del brazo de Mompox al de Loba, la ciudad queda aislada y la importancia como puerto pasa a la vecina Magangué, iniciando desde entonces una inexorable decadencia, que se profundiza con el colapso del transporte por el Magdalena. En ese período, se encarece relativamente el transporte del ganado desde la hacienda, y la demanda se empieza a satisfacer con reses que vienen de haciendas ubicadas en la región del Rio Sinú, más cercanas a las nuevas vías.
Al final del libro y después del recuento detallado y bien fundamentado de la historia de Santa Bárbara de las Cabezas, Meisel se refiere al tema planteado por Posada Carbó sobre la racionalidad de la ganadería costeña. Una ganadería extensiva, originada en el patrón colonial de ocupación del territorio, y que, según Posada Carbó, a pesar- o gracias a -de ello, pudo abastecer con éxito el mercado interno, y apañárselas para entrar al mercado externo.
Yo no estaría tan seguro de la racionalidad del modelo costeño de la gran extensión de esa época. En el caso de Santa Bárbara es cierto, como en el resto de la costa, que las condiciones climáticas no ayudaban, y que el manejo del ganado se adecuaba a eso, gracias a la extensión de la propiedad, que permitía trasladarlo, en busca de alimento. Era un mal equilibrio. Se desaprovechaban otras posibilidades, como la producción local de forrajes para lograr mayor integración, y la introducción de mejores razas para aumentar la productividad, como, se ha observado en otras regiones tropicales en el mundo, con ganadería extensiva.
En lo que si estoy de acuerdo con Meisel es en la idea del origen colonial de las desigualdades en Colombia, como se puede inferir de la historia de Santa Bárbara, que dejó como legado una gran disparidad en la propiedad de la tierra y una gran pobreza de los trabajadores vinculados a ella, aspecto en el que se puede continuar investigando. La entrega de baldíos, a finales del siglo XIX y principios del XX, tan brillantemente expuesta por Legrand, no hace sino reforzar ese patrón original.
Meisel construyó con paciencia de artesano una gran investigación, en la cual reunió con pericia una gran cantidad de fuentes. Una impecable historia empresarial y económica llena de mensajes y de caminos de investigación futuros.