La ciencia desde sus inicios ha requerido de la comunicación para lograr sus objetivos y fortalecer sus características, es así como desde hace varios siglos se empezó a utilizar el formato de cartas para comunicarle a los colegas los hallazgos que se habían obtenido con el objetivo de recibir comentarios, ajustes y recomendaciones, lo que hoy llamamos revisiones (revisión por pares). Posteriormente las comunidades se organizaron y crearon sus propios canales de comunicación, las revistas, los congresos y otros escenarios para fortalecer los mismos objetivos, dar a conocer sus resultados y recibir retroalimentación, esta última convirtiéndose en pieza fundamental el sistema mundial de la ciencia (Nosek & Bar-Anan, 2012), al brindarle el carácter de validez, de rigurosidad y de calidad a los hallazgos.
La globalización de la información y el conocimiento está haciendo un llamado a ajustar dicho sistema, ya que hoy en día no son suficientes los canales de comunicación y divulgación tradicionales (físicos y presenciales), para que los hallazgos científicos sean conocidos y validados por comunidades que ahora son internacionales e interdisciplinarias.
Esta fue sin duda una de las razones que llevaron a que los editores tomaran la decisión de convertir sus revistas en revistas digitales, recorriendo en tiempo récord el camino de la apropiación tecnológica y el conocimiento necesario para estar presente en el mundo digital y de la Internet, con sus respectivos efectos directos en la comunidad de investigadores, como el cambio en el hábito de lectura (Tenopir et al., 2009). Un buen y necesario paso, pero no suficiente. Un deber de la ciencia es rescatar su relación con la comunicación, adaptándose a lo que significa comunicar hoy en día, reconociendo sus estrategias, sus herramientas, la forma en la que se mide el impacto en la sociedad (Thelwall & Kousha, 2015), lo que es tendencia y lo que ésta última provoca en la opinión pública. Otro deber, es reconocer que la responsabilidad de la divulgación científica no recae sólo en los editores, cada actor del proceso esta llamado a contribuir de manera directa a que los resultados científicos sean más leídos y en la medida de lo posible más citados (reconocimiento de calidad científica).
Se trata entonces de aprovechar la Comunicación actual, dominada por la presencia en internet y en las redes sociales, integrando nuevos elementos en el sistema, como son las métricas alternativas (Arcila-Calderón et al., 2019), la medición del impacto social (González-Pereira et al., 2010) el perfil del investigador en redes sociales y académicas (Tibaná, 2021) y el posicionamiento web de las instituciones (Abrizah et al., 2010).
Este nuevo perfil del investigador requiere obviamente de su capacidad de generar nuevo conocimiento, pero además una nueva competencia, la de aprovechar las herramientas de la comunicación para lograr que sus resultados sean vistos por una mayor audiencia que la propia de la revista en la que publicó.
Como consecuencia de aprovechar las redes sociales y los perfiles académicos se obtiene un alto nivel de transparencia sobre el impacto que tienen los hallazgos científicos en la sociedad en general, lo cual complementa el impacto científico, ya que el uno alimenta el otro y viceversa, es lo que se llama Visibilidad de Autor (Tahamtan et al., 2016).
Finalmente, esta carta es una invitación abierta para que desde nuestro rol de investigadores, reconociendo la necesidad de divulgar cada día a una mayor audiencia interdisciplinar nuestros hallazgos y propuestas, seamos participantes activos de las iniciativas en redes sociales y de divulgación que nos proponen los editores, las oficinas de comunicación científica de nuestras instituciones, aumentando significativamente la posibilidad de acceso a nuestros trabajos y al reconocimiento social y científico de su calidad.