Introducción
El maltrato infantil es un problema grave que en distinta forma e intensidad tiene lugar en todos los países del mundo independiente de su nivel de desarrollo (Larraín y Bascuñán, 2008; Preciado, Lozano, Gutiérrez, Tierradentro y Castro, 2014) y engloba conductas negativas contra menores que suelen ejercerse en el ámbito familiar y que se manifiestan en forma de maltrato físico, maltrato emocional, abuso sexual y negligencia (Maneiro, Gómez-Fraguela y Sobral, 2016). Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2009), el concepto de maltrato infantil alude al “maltrato físico y emocional, el abuso sexual, la desatención y el tratamiento negligente de los niños, así como su explotación con fines comerciales o de otro tipo”. Se trata de un fenómeno multicausal en el que confluyen diferentes elementos (Gantiva, Bello, Vanegas y Sastoque, 2009). Dada su prevalencia, la violencia contra niños y niñas es un problema amplio y complejo que requiere diferentes disciplinas relativas al ámbito social, psicológico, jurídico, histórico y de la salud (Morelato, 2011).
Las investigaciones realizadas en los diferentes países revelan que entre el 25 y el 50 % de la población infantil ha sido víctima de violencia física grave, y aunque se desconoce la prevalencia real de la violencia psicológica y la desatención, se calcula que afecta a un amplio porcentaje de niños y niñas en todo el mundo (OMS, 2009). Este es un fenómeno que tiene lugar de forma frecuente en Colombia (Preciado et al. , 2014), sin embargo, no abundan los estudios que aborden la violencia contra la infancia en América Latina (Flynn-O’Brien et al. , 2016).
En Chile, en un estudio realizado con una muestra de 1525 niños y niñas, se halló que el 75 % habían sufrido algún tipo de violencia por parte de los padres (Larraín y Bascuñán, 2008). En Guatemala, el 35 % de las mujeres y el 46 % de los hombres informaron haber sido golpeados como castigo en la infancia, y en El Salvador la prevalencia de estas conductas fue del 42 al 62 %, respectivamente (Speizer, Goodwin, Samandari, Kim & Clyde, 2008). Un estudio realizado en México por Muñoz-Rivas, Gámez-Guadix y Jiménez (2008), con 191 participantes de entre 11 y 15 años, reportó que el 78,5 % habían sido objeto de maltrato emocional y el 67 % de maltrato físico. En Colombia, sobre una muestra de 359 estudiantes universitarios, se halló que aproximadamente la mitad había sido víctima de maltrato físico en la infancia (Gantiva et al. , 2009). Por último, también en el contexto colombiano, un estudio realizado con 3226 estudiantes de entre 10 y 20 años halló que en torno a un tercio vivía en un entorno familiar caracterizado por altos niveles de violencia (Cepeda-Cuervo, Moncada-Sánchez y Álvarez, 2007).
El maltrato infantil tiene graves consecuencias en los diferentes ámbitos de desarrollo de los menores. La literatura académica señala que las consecuencias de la violencia sufrida en la infancia pueden ser, entre otras, baja autoestima, síntomas depresivos, peores resultados académicos, falta de autocontrol y regulación emocional, conductas agresivas y problemas a lo largo de la vida, etc. (Morelato, 2011). También puede generar problemas psicológicos (ansiedad y depresión), de comportamiento (conducta delictiva, antisocial y consumo de alcohol) y escolares (Frías y Gaxiola, 2008). El historial de abuso físico y psicológico en la infancia influye en el maltrato infantil en la siguiente generación, en la depresión y ansiedad, en los problemas de salud y en la victimización de violencia por parte de la pareja (Gaxiola y Frías, 2005), y aumenta la probabilidad de que la violencia se transmita generacionalmente (Crombach & Bambonyé, 2015; Rivas, Bonilla & Vázquez, 2020a).
Por otra parte, las investigaciones realizadas en distintos países han identificado el maltrato sufrido en la infancia como un posible factor de riesgo de la violencia en el noviazgo en la juventud (González, Muñoz y Graña, 2003; Vagi et al. , 2013; Wolfe, Wekerle, Scott, Straatman & Grasley, 2004) y de la violencia íntima de pareja en la adultez (Afifi, Mota, Sareen & MacMillan, 2017; Ludermir, Araújo, Valongueiro, Muniz y Pereira, 2017; Klevens, 2001; McMahon et al. , 2015; Rey-Anacona, 2002; Rivas et al. , 2020a; Rivas, Bonilla & Vázquez, 2020b).
McNaughton et al. (2015), en un estudio longitudinal realizado con población adolescente, hallaron que la exposición directa a la violencia (haber experimentado violencia por parte de un adulto) condujo a una mayor aceptación de las agresiones en el noviazgo. Asimismo, Wolfe et al. (2004), en un estudio con adolescentes de entre 14 y 19 años, encontraron que el historial de maltrato infantil (abuso emocional, el abuso físico, el abuso sexual, el abandono emocional y el abandono físico) se relacionaba con la violencia en el noviazgo. Por tanto, a la hora de abordar la violencia en el noviazgo, hay que tener en cuenta su posible relación con la exposición a un entorno violento durante la infancia (Bonilla-Algovia y Rivas-Rivero, 2019).
Los diferentes estudios internacionales indican que las tasas de incidencia de violencia en las relaciones de noviazgo durante la adolescencia se sitúan entre un 10 y un 50 % (Muñoz y Benítez, 2017). En Iberoamérica, las investigaciones realizadas con población joven y adolescente reportan una alta prevalencia de la violencia en las relaciones de pareja (Cava, Buelga y Carrascosa, 2015; Muñoz-Rivas, Andreu, Graña, O’Leary y González, 2007; Rey-Anacona, Mateus-Cubides y Bayona-Arévalo, 2010; Rojas-Solís, 2013; Vivanco, Espinoza, Romo, Véliz y Vargas, 2015). En Colombia, en un estudio realizado con una muestra de 562 estudiantes universitarios, se halló que el 87,9 % habían ejercido alguna forma de violencia contra la pareja, siendo los hombres quienes habían perpetrado con mayor frecuencia maltrato de tipo psicológico, emocional, sexual, económico y negligente (Rey-Anacona et al. , 2010).
Dada la magnitud de la violencia en el noviazgo, se hace necesario seguir indagando la detección de este problema. Por ello, el objetivo de este estudio ha sido analizar la asociación existente entre el padecimiento de maltrato infantil y la perpetración y victimización de violencia en el noviazgo en el contexto colombiano.
Método
Participantes
En la investigación, participaron 443 jóvenes de Bogotá (Colombia); el 28,4 % son hombres y el 71,6 % son mujeres. La edad media de los hombres era 20,67 años (DT = 4,409); y de las mujeres, 20,62 (DT = 3,702). El muestreo fue intencional y no probabilístico. Los participantes eran estudiantes de licenciaturas en ciencias de la educación de diferentes universidades colombianas. En el momento de la realización del cuestionario, aproximadamente la mitad mantenía una relación de pareja. A lo largo de su vida habían tenido una media de 3,08 parejas (DT = 2,388). Por último, en cuanto a la situación económica de la familia, el 55,5 % manifestaron que trabajaban los dos progenitores y el 37,5 % que trabajaba uno de los progenitores. En la tabla 1, se muestran las características generales de las personas que participaron en el estudio.
Procedimiento
El estudio se basó en una estrategia metodológica cuantitativa de corte transversal. El diseño de la investigación fue ex post facto y el análisis fue correlacional. La técnica de recogida de datos fue el cuestionario estructurado y la recogida de la información se llevó a cabo mediante un muestreo intencional (no probabilístico). Se presentó un informe con los contenidos y las características de la investigación en distintas universidades de la ciudad de Bogotá. Posteriormente, el alumnado universitario fue informado del objetivo y de las instrucciones para participar en el estudio. Los participantes brindaron el consentimiento informado y tuvieron la opción de abandonar la investigación en todo momento. En la información facilitada, se reiteró el carácter anónimo y voluntario de la participación, y se indicó que los datos serían tratados exclusivamente con fines académicos. No se produjo compensación económica ni de otro tipo. El cuestionario fue completado en un tiempo aproximado de cuarenta minutos.
Instrumento
El cuestionario estuvo compuesto de los siguientes apartados:
- Características demográficas: Sexo, edad, situación sentimental y otras variables de interés (tabla 1).
- Conflicts Tactics Scale (Straus, 1979): Se utilizó la versión modificada y adaptada al castellano de la Conflicts Tactics Scale (M-CTS) (Muñoz-Rivas et al. , 2007). Esta está formada por 18 ítems bidireccionales que miden conductas de perpetración y de victimización de violencia en las relaciones íntimas (p. ej. , “¿Tú has abofeteado a tu novio/a?”, “¿Tu novio/a te ha abofeteado?”). Tiene un formato de respuesta tipo Likert de 1 a 5 puntos (1 = nunca; 5 = muy a menudo), y está dividida en cuatro factores: argumentación, agresión psicológica, agresión física media y agresión física grave. De acuerdo con los objetivos de este estudio, se han utilizado los tres últimos, que son los que evalúan las distintas formas de agresión. El alfa de Cronbach obtenido en cada una de las subescalas reporta un adecuado nivel de consistencia interna (tabla 2).
- Historial de maltrato infantil: Para evaluar el padecimiento de maltrato en la infancia, se elaboraron dos preguntas cerradas (ad hoc) que aludían tanto a agresiones físicas como a agresiones psicológicas: “¿Has sufrido algún episodio de maltrato infantil?”, “¿Has sufrido violencia física en la infancia?”, “¿Has sufrido violencia psicológica en la infancia?”. Estas tenían un formato de respuesta dicotómico (sí o no).
Análisis
La base de datos se diseñó con el programa estadístico SPSS (IBM SPSS Statistics 22.0). Para calcular la prevalencia de la violencia en el noviazgo, las variables de respuesta de la M-CTS fueron recodificadas y agrupadas en dos categorías: nunca (1) y el resto de las frecuencias (2-5). Las diferencias entre las personas que habían sufrido maltrato infantil y las que no se analizaron mediante el estadístico chi cuadrado. El riesgo de la perpetración y la victimización se calculó a través de la prueba odds ratio (intervalo de confianza del 95 %). Para estudiar la frecuencia de la violencia física y psicológica en las relaciones de pareja, se utilizó el análisis de medias y la desviación típica. La relación entre el maltrato infantil y la frecuencia de la violencia en el noviazgo se analizó mediante la prueba de la t de Student para muestras independientes. Para considerar un resultado estadísticamente significativo, se adoptó una probabilidad de cometer un error tipo I de p ≤ 0,05.
Resultados
La figura 1 muestra el porcentaje de participantes que han sido víctimas de maltrato físico o psicológico en la infancia. El 42,9 % manifiestan que han sufrido maltrato psicológico y el 35,9 % que han sufrido maltrato físico. Sin embargo, a pesar de las altas tasas de victimización en la infancia, el porcentaje de la muestra que considera que ha sido víctima de maltrato infantil es del 29,1 %. Los resultados reportan diferencias en función del sexo; los hombres han sufrido maltrato infantil en mayor proporción que las mujeres, y se han hallado diferencias estadísticamente significativas en el padecimiento de violencia física (χ2 = 5,598; p = 0,018).
Las personas de la muestra que han sido víctimas de maltrato físico en la infancia, en comparación con las que no lo han sido, tienen un mayor riesgo de perpetrar violencia en el noviazgo y presentan mayores niveles de prevalencia en todas las formas de agresión contra la pareja (tabla 3). Se encuentran diferencias estadísticamente significativas en los tres tipos de agresión analizados por la M-CTS, de modo que son las personas que han sufrido maltrato físico en la infancia quienes más han ejercido violencia psicológica (insultar o maldecir), violencia física media (sujetar físicamente; lanzar algún objeto; golpear, patear o lanzar objetos; abofetear; golpear o morder) y violencia física grave contra la pareja (intentar ahogar).
La victimización en el noviazgo también parece estar relacionada con el padecimiento de maltrato físico en la infancia. En la tabla 4, se muestran las diferencias respecto de la prevalencia de agresiones sufridas a manos de la pareja entre quienes han sido víctimas de maltrato físico en la infancia y quienes no. Las personas que sufrieron maltrato físico en la infancia tienen un mayor riesgo de ser víctimas de violencia en el noviazgo y sufren significativamente más agresiones psicológicas y agresiones físicas medias por parte de la pareja (insultar o maldecir, sujetar físicamente, empujar o agarrar, golpear o morder).
La relación entre la perpetración de violencia en el noviazgo y el padecimiento de maltrato psicológico en la infancia se recoge en la tabla 5. Tal y como se puede ver, las personas que han sufrido violencia psicológica en la infancia ejercen significativamente más conductas de agresión física media contra la pareja (sujetar físicamente, empujar o agarrar); sin embargo, no existen diferencias estadísticamente significativas con respecto a las distintas manifestaciones de agresión psicológica y agresión física grave.
La tabla 6 muestra la relación entre la victimización de agresiones en el noviazgo y el historial de maltrato psicológico en la infancia. Las personas de la muestra que han sido objeto de maltrato psicológico en la infancia, en general, tienen un mayor riesgo de ser víctimas de violencia en el noviazgo. No obstante, al comparar los porcentajes de prevalencia según el padecimiento de maltrato psicológico en la infancia, las diferencias tan solo son estadísticamente significativas en una de las conductas evaluadas (marcharse molesto de la habitación o de la casa).
La frecuencia de la violencia en el noviazgo, al igual que la prevalencia, parece estar relacionada con el maltrato sufrido en la infancia. La tabla 7 recoge la asociación entre el padecimiento de maltrato físico en la infancia y la victimización y perpetración de violencia en las relaciones de pareja. Las personas que han sido objeto de maltrato físico en la infancia, en comparación con las que no, puntúan significativamente más en la perpetración y en la victimización de distintos tipos de violencia en el noviazgo: violencia psicológica perpetrada (t = 2,178, p = 0,030), violencia física media perpetrada (t = 2,670, p = 0,008), media de la perpetración (t = 3,175, p = 0,002), violencia psicológica padecida (t = 3,319, p = 0,001), violencia física media padecida (t = 2,533, p = 0,012) y media de la victimización (t = 3,391, p = 0,001). Por tanto, los resultados obtenidos reportan que las personas que han sido víctimas de maltrato físico en la infancia ejercen y sufren violencia con mayor frecuencia en sus relaciones de noviazgo.
El historial de maltrato psicológico en la infancia, al igual que ocurría con el maltrato físico, tiene una relación significativa con la frecuencia de la perpetración y la victimización de la violencia en el noviazgo (tabla 8). Los resultados muestran que las personas que han sido objeto de maltrato psicológico en la infancia, en comparación con las que no, puntúan significativamente más en distintas formas de violencia en el noviazgo: violencia psicológica perpetrada (t = 3,399, p = 0,001), violencia física media perpetrada (t = 2,177, p = 0,030), media de la perpetración (t = 3,373, p = 0,001) y violencia psicológica padecida (t = 2,640, p = 0,009).
Discusión y conclusiones
El estudio de la influencia del maltrato infantil en la violencia en el noviazgo puede servir para poner en marcha planes de prevención que aborden este problema. La prevalencia de la violencia contra la infancia varía según el contexto y las características de las investigaciones. Los resultados de este estudio reportan que el maltrato infantil continúa siendo una práctica bastante extendida; el 43 % manifiesta que ha sido víctima de maltrato psicológico; y el 36 %, de maltrato físico. Estos porcentajes son similares a los hallados en otras investigaciones llevadas a cabo en Colombia (Cepeda-Cuervo et al. , 2007). Sin embargo, la tasa de prevalencia del maltrato infantil en esta muestra parece ser inferior a la hallada en otros países del ámbito latinoamericano, como México (Muñoz-Rivas et al. , 2008), El Salvador (Speizer et al. , 2008) o Haití (Flynn-O’Brien et al. , 2015).
Los antecedentes de violencia en la familia de origen, entre los que se incluye el maltrato físico sufrido en la infancia y en la adolescencia, influirían en la violencia en las relaciones íntimas (Ludermir et al. , 2017; Rivas et al. , 2020a). En este sentido, los resultados de este trabajo reportan que existe una asociación entre el padecimiento de maltrato físico o psicológico en la infancia y la violencia en el noviazgo. Por un lado, las personas que han sido objeto de maltrato físico en la infancia, en comparación con las que no, presentan una prevalencia significativamente mayor en la perpetración de agresiones psicológicas y físicas contra la pareja (insultar o maldecir; sujetar físicamente; lanzar algún objeto; golpear, patear o lanzar objetos; abofetear; golpear o morder; intentar ahogar) y también en la victimización (insultar o maldecir, sujetar físicamente, empujar o agarrar, golpear o morder). Por otro lado, las personas que han sido objeto de maltrato psicológico en la infancia ejercen significativamente más agresiones físicas contra la pareja (sujetar físicamente, empujar o agarrar); aunque apenas se encontraron diferencias en la victimización. Por tanto, los resultados reportan que el historial de maltrato infantil puede ser un factor de riesgo de la perpetración y la victimización de violencia en las relaciones de noviazgo en jóvenes y adolescentes (González et al. , 2003; Vagi et al. , 2013; Wolfe et al. , 2004).
La frecuencia de la violencia en el noviazgo, al igual que la prevalencia, está relacionada con el historial de maltrato infantil. Los resultados muestran que las personas que han sido víctimas de maltrato físico o maltrato psicológico en la infancia perpetran y sufren violencia con mayor frecuencia en sus relaciones de noviazgo. Las diferentes investigaciones han hallado esta asociación en relaciones de pareja de todas las edades. En Colombia, el abuso en la infancia se ha relacionado con un mayor riesgo de ser agresor, en el caso de los hombres, o víctima, en el caso de las mujeres (Klevens, 2001; Rey-Anacona, 2002). Los estudios realizados en otros países han relacionado el castigo físico grave con una mayor probabilidad de perpetración y de victimización de violencia íntima de pareja (Afifi et al. , 2017) y han encontrado que el abuso y la negligencia infantil aumentan las probabilidades de sufrir lesiones a manos de la pareja (Widom, Czaja & Dutton, 2013). Así pues, los diferentes tipos de maltrato en la niñez (abuso físico, abuso emocional, abuso sexual, negligencia física y negligencia emocional) aumentan el riesgo de victimización y perpetración de violencia íntima de pareja (McMahon et al. , 2015)
La explicación de la relación existente entre el maltrato infantil y la violencia en el noviazgo podría encontrarse en la teoría del aprendizaje social (Bandura, 1987). La asociación entre ambas conductas, según esta teoría, se debe al modelado y al aprendizaje por observación de las conductas que tienen lugar en el entorno cercano. El maltrato en la infancia puede aumentar la aceptación y normalización de la violencia (McNaughton et al. , 2015; Rada, 2014) e incrementar el riesgo de que esta se produzca en el futuro. Se trata de una transmisión intergeneracional de la violencia experimentada en la familia de origen (Crombach & Bambonyé, 2015; Rivas et al. , 2020b).
Así, las personas de la muestra podrían haber naturalizado la violencia sufrida en la infancia y la reproducirían como víctimas o agresores en sus relaciones de noviazgo. No obstante, esto no significa que la causa de la violencia en el noviazgo sea la exposición a la violencia en la infancia, sino que como fenómeno multicausal hay que contemplar los distintos factores de riesgo que pueden influir en su aparición en la juventud (González et al. , 2003; Vagi et al. , 2013).
Ante las altas tasas de prevalencia de la violencia en el noviazgo halladas en los diferentes estudios nacionales e internacionales (Bonomi et al. , 2012; Cava et al. , 2015; Muñoz-Rivas et al. , 2007; Muñoz y Benítez, 2017; Rey-Anacona et al. , 2010; Rojas-Solís, 2013; Vivanco et al. , 2015), los resultados de este trabajo pueden servir para poner en marcha acciones de prevención que impidan su reproducción y poner el foco en el maltrato infantil como un posible factor de riesgo.
Los programas de intervención de la violencia en el noviazgo, desarrollados en su mayoría en la adolescencia, tienen que contemplar la influencia del aprendizaje social y de la transmisión intergeneracional de la violencia, y tener presente que la exposición a la violencia en la infancia no implica irremediablemente su reproducción en el futuro (Bonilla-Algovia y Rivas-Rivero, 2019). La adolescencia es una etapa del desarrollo que ofrece amplias oportunidades para reemplazar patrones negativos, fortalecer las pautas saludables y pensar las relaciones desde una nueva perspectiva (McNaughton et al. , 2015; Wolfe et al. , 2004). Por tanto, bajo el paradigma del aprendizaje social, los programas de prevención que se llevan a cabo desde el ámbito educativo son fundamentales para reducir la prevalencia de la violencia y fomentar relaciones sanas, igualitarias y no violentas.
El estudio presenta algunas limitaciones que hay que considerar a la hora de interpretar los resultados. La muestra no es representativa y la versión modificada de la M-CTS, al menos hasta donde se conoce, no ha sido validada en Colombia. Sin embargo, el tamaño de la muestra es óptimo para la realización de este tipo de análisis y el alfa de Cronbach de la M-CTS es adecuado. Asimismo, las medidas proceden de un cuestionario autoaplicado, por lo que las respuestas pueden estar afectadas por la deseabilidad social. A pesar de las limitaciones mencionadas, el trabajo aporta nueva información sobre relación entre el maltrato infantil y la violencia en las relaciones de noviazgo en la población joven de Colombia.