Introducción
Entre diciembre de 1628 y enero de 1629, el visitador Diego de Ospina inspeccionó veintisiete encomiendas en la región de Timaná (ver los mapas 1 y 2)1. Estas visitas, que ocurrían casi cien años después de la primera incursión española en la región, permiten entrever qué tanto habían cambiado las condiciones de vida de los indígenas en esta zona. Uno de los primeros indicadores de lo mucho que habían cambiado es el formato mismo de estas visitas. Al compararlas con las primeras adelantadas al norte de esta región, en 1559, por el visitador Francisco Hernández, es evidente que su objetivo había cambiado2. En 1559, Hernández tenía como misión repartir a los indios entre las distintas encomiendas de la manera más rentable posible y tuvo el cuidado de dejar suficientes indios para futuros encomenderos3. Setenta años después, la preocupación del visitador Ospina era bien distinta: no se trataba ya de distribuir de la mejor manera a los indios, sino de preservar a los pocos que quedaban. La dilatación del régimen de encomienda en la Nueva Granada hasta bien entrado el siglo XVII (casi ochenta años después de su desaparición en México y medio siglo después de su eliminación en Perú) había mermado desastrosamente a la población indígena. A pesar de que había sido abolido en 1549, el servicio personal seguía siendo en 1628 la principal forma de trabajo del sistema de encomienda, con todos sus rigores y funestas consecuencias para la región y su población4. En cuanto al servicio personal femenino, como lo evidencia más adelante este trabajo, y otros5 sobre la Nueva Granada, esta expresión casi siempre señalaba y legitimaba el acceso sexual que el encomendero ejercía sobre la mujer indígena.
Entre las preguntas que Ospina les formularía a los indios, la número 19 evidencia cierta inquietud en relación con la cantidad de esposas que los caciques solían tener: “Si el cacique o capitanes han estado o están amancebados usurpando las mujeres ajenas […]”6. La pregunta resulta particularmente intrigante porque una y otra vez los indios le asegurarían a Ospina que no tenían suficientes mujeres.
Y era verdad. Si hay algo evidente en estas veintisiete visitas es la escasez de mujeres y el agudo desequilibrio que existía en estas encomiendas entre hombres y mujeres. En promedio, en las veintisiete encomiendas, la población masculina constituía dos tercios (61,8%) de la población total, asimetría que se mantenía para el número de mujeres (38,2%) y hombres adultos (61,3%), pero que aumentaba casi en un 10% para niñas (29%) y niños (69,3%). Este desequilibrio era aún más dramático entre mujeres y hombres solteros (9,7% y 39,3%) y mujeres y hombres casados (74,5% y 48,3%). Además, en varias encomiendas estos desbalances eran incluso más agudos. (mapas 1 y 2)
Fuente: Juan Friede, Los Andakí 1538-1947: historia de la aculturación de una tribu selvática (México: Fondo de Cultura Económica, 1953), 33.
Aplicando un enfoque diferencial de género7, el presente trabajo intenta dilucidar las razones detrás de estas asimetrías, así como sus efectos sobre la vida de los hombres y, particularmente, de las mujeres que habitaban en estas encomiendas, para luego contrastar los resultados con otros dos estudios similares realizados en California y las misiones jesuitas del Paraguay. Aunque los contextos y periodos cotejados son muy distintos, las correlaciones que existen entre estos tres casos ameritan lo que de otra manera podría parecer una comparación temeraria. La historiadora Joan Kelly demuestra que la historia no afecta a hombres y mujeres por igual y que es necesario adoptar un enfoque diferencial de género que permita visibilizar su impacto real en las vidas de las mujeres8. Por su parte, Karen Vieira Powers sostiene que en las Américas es aún más imperioso adoptar un enfoque diferencial, ya que la conquista de América no fue sólo una confrontación entre civilizaciones, sino también una colisión entre sistemas de género radicalmente distintos9.
1. Las Cifras
La encomienda del Cálamo, del capitán Andrés del Campo Salazar, fue la primera en ser visitada por Ospina, el 19 de diciembre de 162810. Con sus 156 indios ―127 Otongos, 29 forasteros―, era la más numerosa11. A la pregunta 19, el cacique Pedro Soverzilloman contestaría que “[…] los indios deste pueblo viven con sus mujeres quietos y contentos y que nadie se las quita […]”12. Pero las cifras contradicen las palabras del cacique. Las mujeres del Cálamo representaban el 38,5% de la población adulta; había dos mujeres (4,7% de las mujeres adultas) solteras, mientras que el 41,7% de los hombres eran solteros; los hombres de 18 a 40 años doblaban el número de mujeres en el mismo rango de edad, y un 11,9% de los hombres eran viudos, mientras que sólo el 2,3% de las mujeres lo era. Un análisis de los matrimonios del Cálamo revela que cinco (14,7%) de los 34 matrimonios estaban constituidos por parejas en las cuales las mujeres eran mayores -en promedio, quince años- que los hombres: Ana, de 60 años, estaba casada con Pedro Ymuamy, de 35 años; Isabel, de 60 años también, estaba casada con Luis Tama, de 40 años; Isabel Masebela, de 50 años, estaba casada con Agustín Albemba, de 22 años; Isabel, de 36 años, estaba casada con Martín Suma, de 30 años; y Francisca, de 25 años, estaba casada con Juan Ybiral, de 20 años.
Esta peculiaridad no estaba circunscrita a los matrimonios del Cálamo. En la encomienda de Francisco de Escobar, el 60% de los matrimonios (tres de cinco) registran mujeres en promedio diecisiete años mayores que sus maridos13. En la encomienda de Martín Calderón, de quince matrimonios, ocho (53,3%) presentan mujeres en promedio 8,6 años mayores que sus esposos14. En la encomienda del capitán Bernabé Fernández Rico, la mitad de los dieciocho matrimonios estaba constituida por parejas en las cuales las mujeres eran en promedio quince años mayores15. Pero las diferencias de edad entre hombres y mujeres podían ser de hasta cuarenta años, como era el caso del matrimonio de Pedro Yatinco (30 años) y Lucía Guato (70 años)16. Para algunos matrimonios, es imposible determinar cuál era la diferencia exacta de edad, pero se infiere que era significativa, como en el caso del matrimonio entre Juana Estacua y Pedro Yamana (40 años), quien le explicaría a Ospina que había dejado a Juana “[…] en su casa por ser muy vieja y ciega”17.
En general, en las veintisiete encomiendas, un tercio de los matrimonios eran uniones en las cuales las mujeres eran en promedio 12,8 años mayores que sus compañeros. A primera vista, podría pensarse que dichos matrimonios eran el resultado de una respuesta adaptativa al desequilibrio demográfico entre hombres y mujeres que reinaba en la región. Pero antes de aventurar explicaciones, veamos primero cuáles eran, en palabras de los indios, los orígenes de la asimetría demográfica entre hombres y mujeres.
2. El Servicio Personal
En algunas encomiendas, el desequilibrio entre mujeres y hombres prefiguraba la extinción. En la encomienda de Miguel de Losada, las mujeres adultas representaban un 22% de la población y no había niñas. Menos de la mitad de los hombres adultos estaban casados, y los hombres doblaban y hasta triplicaban a las mujeres en todos los rangos de edad18. En la encomienda de Andrés de Sopuerta, conformada por siete indígenas, quedaba una sola mujer -una viuda, descrita como “demasiado vieja”-, que representaba el 15% de la población19. Alonso de Torralva, el notario que acompañaba a Ospina, escribió: “[…] los indios de esta encomienda no tienen mujeres […]”20.
Las declaraciones de los indios nos proporcionan las primeras pistas sobre el porqué de esta situación. El cacique Francisco Pugone le explicó a Ospina que los indios habían muerto a causa de enfermedades y agotamiento. Y el indio Diego Daulli añadió que don Francisco tenía una hija, llamada Andrea, “que sirvió al dicho Francisco Rodríguez en su casa y era mujer hermosa y allí murió […]”21.
Pero estas explicaciones no convencieron a Ospina, quien abrió una investigación para averiguar por qué había tan pocos indios en esta encomienda. El capitán Pedro Sáenz, uno de los testigos convocados, le dijo que la razón por la cual había tan pocos indios era porque durante la guerra contra los Pijaos “[…] venían a esta ciudad [Timaná] los indios de las encomiendas […] para ir con los españoles a la guerra […]”22. Lo cual era cierto, pues entre 1606 y 1611, la región había experimentado una guerra entre españoles y Pijaos, y varios caciques de la región, como don Pedro Penagal (apodado “Cinco Cartas”), habían recibido “cartas” u hojas de servicio que certificaban su participación al lado de los españoles en la lucha contra los Pijaos23.
Si bien estas declaraciones explican la pérdida de hombres, no esclarecen la ausencia de mujeres. La participación de los indios de la región en la guerra contra los Pijaos debía haber incidido en la demografía masculina, antes que en la población femenina, pero ese no era el caso.
Otro cacique, don Juan Ibichal, le explicó a Ospina que “[…] si los dichos indios de este pueblo han venido a menos y se han apocado ha sido porque […] cuando los dichos indios iban y han ido a servir a la encomendera y a sus maridos les daba enfermedad de viruelas y sarampión […] y las traían a su pueblo […] y de esto se han muerto muchos y mucha chusma” 24. Según el historiador Noble David Cook, esta región había sido devastada por una epidemia de viruelas una década antes25. De hecho, en el momento de la visita de Ospina, las epidemias seguían presentes en la región, pues los indios de la encomienda de Bernardo de Villarreal le informarían a Ospina que uno de ellos estaba “enfermo de viruelas”26. Pero las epidemias que explicaban el desplome demográfico general no esclarecen el desequilibrio entre hombres y mujeres, a menos que por alguna razón, las epidemias de viruela y sarampión afectaran más a las mujeres que a los hombres.
Angabote, el indio mandador a cargo de los indios de la encomienda de García Hernández Serrano, se quejó de que el administrador le había dado “[…] azotes y par de bofetones porque no le quiso decir cuántas hijas tenía que esto fue para llevar chinas para que le sirviesen en su casa y que tuvieron una china escondida porque no la llevase […]”27. Y cuando Ospina le preguntó a los seis sobrevivientes de la encomienda de Francisco Álvaro de Cieza ―una pareja, dos viudos y dos hombres solteros― por qué eran tan pocos, los indios le explicaron que bajo su primer encomendero, “[…] cuando había más indios servían a los dichos encomenderos dos y tres indias de la dicha encomienda en sus casas y que agora no las hay ni los dichos indios tienen mujeres […]”28.
Al comparar esta última declaración con los testimonios de Diego Daulli y don Juan Ibichal, es claro que los indios habían identificado no sólo el origen de las muertes en general, sino también el factor que afectaba predominantemente a las mujeres. Don Juan Ibichal había intentado explicarle a Ospina que los primeros indios en morir a causa de las epidemias eran aquellos que servían a los encomenderos en sus casas, y que estos, al regresar enfermos a sus pueblos, infectaban a los demás indios. Obviamente, los indios que servían a los encomenderos en sus casas tenían un contacto más estrecho, prolongado y sostenido con los españoles y, por tanto, con los virus que estos portaban. Como la mayoría de los que servían a los encomenderos en sus casas eran mujeres, eran ellas quienes se veían en especial afectadas por las epidemias. Estas declaraciones indican que el desequilibrio demográfico entre hombres y mujeres en la región probablemente se originaba en el servicio personal que estas prestaban en las casas de los encomenderos, donde eran a menudo las primeras en entrar en contacto con los virus que estos portaban.
Las declaraciones de los indios de la encomienda del capitán Diego del Campo refuerzan la idea de que las mujeres se veían especialmente afectadas por el servicio personal. Al igual que los indios de la encomienda de Francisco Álvaro de Cieza, los indios del capitán Diego del Campo le informaron a Ospina que las mujeres locales habían muerto al servicio de los encomenderos: “[…] que siendo vivo el dicho Juan de Leves el viejo le sirvieron seis indias desta encomienda y que en su vida murieron dos de las dichas indias y que quedaban cuatro y que después de muerto el dicho Juan de Leves murieron las otras cuatro indias en servicio de la dicha María Rodríguez su mujer”29.
Las declaraciones del cacique de la encomienda de Martín Calderón, Sebastián Nampi (30 años), nos proporcionan información adicional sobre las condiciones que debían enfrentar las mujeres indígenas cuando prestaban el servicio personal. Según los datos proporcionados por el cacique, esta era una de las encomiendas mejor balanceadas de la región, pues las mujeres y niñas ascendían a un poco menos de la mitad de toda la población. Don Sebastián le dijo a Ospina que estaba casado con Catalina, “[…] que es vieja y que ha tres años que se huyó y que ha tenido nueva de que murió en las minas de la Ascención de Popayán y que tiene por sus hijos a Felipe de cinco años y a Tomasina de un año y a Juan de un año, que los ha habido en Catalina, india de esta encomienda, soltera, del servicio y casa del encomendero […]”30. Ospina le ordenó inmediatamente romper todo trato con ella, so pena de ser castigado. Pero don Sebastián insistió en explicarle a Ospina que su primera mujer había huido de miedo porque algunas cosas de la casa del encomendero que ella cuidaba se habían perdido.
Al parecer, el encomendero y su mujer, doña Juana de Avilés, ejercían gran violencia sobre sus encomendados, a tal punto que los indios se atrevieron a describírsela en detalle a Ospina. Le contaron que en una oportunidad, “[…] la dicha doña Juana había metido un plátano untado de ají por la natura de Juana Mancia india del hilambre de su encomienda por celos que había tenido la dicha doña Juana de que el dicho Martín Calderón se había revuelto con la dicha india […]”31. A consecuencia de lo cual, la joven mujer había muerto. Y añadieron que la encomendera era responsable de otra muerte: “[…] una china llamada Ana Mancia que era china del servicio de la dicha doña Juana y estaba preñada. Le metió la dicha doña Juana un tizón ardiendo y velas encendidas por la natura por celos que tubo de que el dicho Martín Calderón andaba con la dicha china y con estos castigos se murió […]”32.
Luego, es evidente que las indias que servían a los encomenderos en sus casas no sólo se veían más afectadas por las epidemias que periódicamente azotaban la región, sino que también debían soportar niveles más altos de violencia física y sexual. Las declaraciones de los indios, junto con las cifras contenidas en las visitas realizadas por Ospina, sugieren un sistema de encomiendas que vinculaba de manera preferente mujeres jóvenes y en edad fértil para el servicio personal. Una vez al servicio de españoles y criollos, estas jóvenes mujeres -debido al contacto prolongado, sostenido, cercano y a menudo íntimo y sexual que tenían con sus amos- eran presa fácil de las epidemias de sarampión y viruela que azotaron la región durante el siglo XVII. Esta situación habría incidido de manera sumamente lesiva en la tasa de mortalidad de las mujeres en edad reproductiva, y, como era de esperar, de forma desastrosa en la tasa de natalidad indígena (la población infantil representaba apenas un 21,3%). Sin embargo, como veremos a continuación, ni los indios, ni los españoles se quedaron de brazos cruzados frente a esta situación. Ambos grupos intentaron -a veces por separado, a veces de manera conjunta y otras veces de manera enfrentada- remediar el desastre demográfico que semejante situación les planteaba.
3. Contrarrestando el Desequilibrio
En algunas encomiendas, sin embargo, la asimetría entre hombres y mujeres no era tan pronunciada. La encomienda de Bernardo Villareal, por ejemplo, era la única en la cual había más mujeres adultas que hombres adultos: de los 27 adultos, 15 eran mujeres33. Pero de estas, 11 eran forasteras. En cuanto a los hombres, sólo 3 eran locales y los otros 9 eran forasteros. Entre los 20 forasteros, 7 eran Tamas rescatados de las selvas del Caquetá y los otros 14 eran Quiteños, Payaneses, Yanaconas, Paeces y Quechanos34. La encomienda de Pedro Núñez de Vera en La Chapa tenía más indios que aquellos que tenía el mismo encomendero en su encomienda del Cálamo: 17 en total, pero 9 (47%) eran forasteros, la mayoría de ellos, Tamas35. Las 7 mujeres que había en esta encomienda representaban un poco más del 40% de la población, gracias a que 3 de ellas (42,8% de las mujeres) eran Tamas. Una de las encomiendas más numerosas y mejor balanceadas era la del capitán Florencio de Rojas, con 102 indios. En esta encomienda había un número sorprendente de mujeres solteras: 12 de 32 mujeres (37,5%). Lo cual se explica por el alto número de rescatados Tamas -40 (39% de la población)-, la mayoría de los cuales eran mujeres (25, o 62,5%). En realidad, las mujeres Tama constituían un 78,1% de todas las mujeres de esta encomienda. A pesar de esto, las mujeres seguían representando sólo un 42% de toda la población adulta, y más de la mitad (54,5%) de los hombres permanecían solteros.
Que el capitán Rojas intentaba corregir esta situación, lo demuestran las declaraciones de los indios, quienes le dijeron a Ospina que el capitán organizaba periódicamente entradas al Cagúan para traer indios Tama a su hato de Garzón: “[…] habrá cuatro años que el dicho capitán Florencio de Rojas entró en la provincia de los Omoas […] y trajo más de veinte indios e indias chinas y muchachos Tamas y los llevó al hato de Garzón donde se murieron muchos […]”36. Incluso le contaron que “[…] habrá diez o doce días que el dicho capitán Florencio de Rojas salió del Caguán adonde había hecho viaje desde Timaná y estos indios han entendido que trajo cinco o seis indias y muchachos de los dichos Tamas y los tiene en el dicho hato de Garzón y no los ha traído ni puesto en esta descripción”37.
En su defensa, el capitán Rojas le dijo a Ospina que obtenía los Tama a través de un español, que a su vez los obtenía de manos de Guade, el cacique de Marquina38. El capitán Florencio de Rojas, como los demás encomenderos de la región, intentaba paliar el desastre demográfico que había acontecido en la región concertando forasteros o rescatando Tamas del Caquetá, en particular, niñas y mujeres jóvenes que podían dar a luz a una mano de obra que eventualmente reemplazaría la que había desaparecido en la zona.
Los encomenderos preferían a los más jóvenes. Catalina, una joven Tama de 17 años, le explicaría a Ospina cómo era que los traficantes los sacaban del Caguán: “[…] Catalina dijo que el capitán Quintero la dio al dicho Pedro Saénz y que a todos los sacaron de su tierra por rescate siendo muy niños y que desde entonces se han criado en casa del dicho Pedro Saénz […]”39.
Junto con los españoles, los indios del Alto Magdalena participaban en el tráfico de Tamas, como lo demuestra la siguiente declaración: “[…] los dichos Tamas dijeron que un indio desta tierra […] Pedro Chiguanca […] entraba en la provincia de los Tama con rescates y sacó a los dichos indios y los vendía a la dicha María Rodríguez mujer del dicho capitán Juan de Leves. No saben el precio que por ellos pagó y [… los] llevó al hato que tenía en la otra banda del río grande y que allí se murieron de viruelas”40.
Pero a juzgar por las declaraciones de los Tamas de la encomienda de Bernardo Villareal, los mismos Tamas también participaban en su propio tráfico: “[…] que los indios e indias Tamas que tiene esta encomienda son habidos de rescate y sacados con ellos de entrellos dichos indios Tamas […]”41. Por lo tanto, es probable que los indios que participaban en estas incursiones lo hicieran obligados por sus amos, o con el afán de obtener alguna ganancia, pero también es posible que lo hicieran con la esperanza de evitar su propia extinción. Al menos así lo sugieren los datos de la encomienda del capitán Florencio de Rojas, donde el rescate de mujeres Tama de las selvas del Caguán había logrado atenuar hasta cierto punto el celibato de los indios de esta encomienda, ya que un cuarto de los veinte matrimonios que había eran uniones entre hombres locales y mujeres Tama.
Sin embargo, como lo demuestran las declaraciones anteriores, los Tamas a menudo morían tan pronto llegaban al Alto Magdalena. Y es que los encomenderos continuaron asignando para su servicio personal buena parte de las niñas y mujeres que rescataban. Por ejemplo, los indios de la encomienda del capitán Florencio de Rojas le dijeron a Ospina que diez de las veinticinco mujeres Tama -Beatriz Tama (16 años), Doña Ana Tama (30 años), Úrsula Tama (16 años), Luisa Tama (12 años), Margarita Tama (12 años), María Tama (18 años), Francisca Tama (25 años), Catalina Tama (40 años), Leonor Tama (12 años) y Angelina Tama (40 años)- que el capitán Rojas había rescatado, le servían en su casa. Lo que reproducía el patrón de exposición a las enfermedades de los europeos que las mujeres locales habían padecido. Esto, a su vez, explica que, pese al rescate de niñas y mujeres Tama, los encomenderos no lograban corregir el desequilibrio que existía entre la población masculina y la población femenina. En la encomienda de Andrés Palomino, por ejemplo, a pesar de que los Tama representaban el 45% de los indios, la brecha entre hombres (70%) y mujeres (30%) seguía siendo crítica42. Otro tanto sucedía en la encomienda del capitán Diego del Campo. De los veintinueve indios que había en esa encomienda, diecisiete (58,6%) eran Tamas, pero la población femenina representaba únicamente el 35% de la población.
Los indios, por su parte, además de participar en el rescate de indios Tamas, también implementaron otras estrategias. Como hemos visto en el caso de Juan Angabote, a veces simplemente escondían a las niñas y muchachas jóvenes. Otras veces, estas huían, aunque las mujeres representaban sólo un 22,4% de los indios que se fugaban. Pero los indios también empezaron, como le informaría Angabote a Ospina, a casar a las jóvenes cada vez más temprano: “[…] tuvieron una china escondida porque no la llevase [el administrador] y que agora cuando vino el señor gobernador [Ospina] se aseguraron y sacaron la china del arcabuco donde estaba escondida y la casaron”43. Aunque el documento no precisa de qué china se trataba, la joven en cuestión podría haber sido Francisca, quien, con sus escasos 10 años, estaba casada con Mateo Guanden, de 13 años; o Juana Bulisquiguan (12 años), casada con Lorenzo Ice (18 años); o Ana Ulisaban (14 años), casada con Juan Ingalin (40 años). En cualquier caso, estos tres matrimonios resultaban excepcionales, pues ninguno de los otros trece matrimonios que había en esta encomienda, ni en general ninguna de las parejas en las demás encomiendas, involucraban muchachas tan jóvenes.
También se presentaban casos como el de Catalina Pandi, quien a sus 40 años estaba casada con dos hombres al mismo tiempo, Andrés Cuzagali (edad no especificada) y Pablo Yoguin (40 años). Cuando la interrogaron al respecto, respondió que “[…] pensando que el dicho su [primer] marido [Pablo Yoguin] se había muerto se casó otra vez con Andrés Cuzagali […]”44. Y había casos como el de don Pedro Penagal, “Cinco Cartas”, quien a sus 60 años estaba casado con Ana (50 años). A pesar de su edad, tenían una considerable y joven progenie: Andrés Trizuali (12 años), Pedro Menaga (10 años), Martín Tebelagan y Gonzalo Yamacen (dos años cada uno), Lorenzo de Igaligul (un año) y Guillermo Eri (ocho meses)45. No se entiende cómo Ana podía ser la madre de Martín y Gonzalo a la vez, a menos que se tratase de gemelos; pero se entiende aún menos cómo, a sus 50 años, podía ser la madre de cuatro niños entre los ocho meses y los dos años.
4. Acerca de la Pregunta 19
Los casos de Sebastián Nampi y don Pedro Penagal demuestran que la poligamia subsistía en la región, a pesar de las prohibiciones españolas y de la hecatombe demográfica. Como muchos otros grupos amerindios, antes de la llegada de los españoles, los indios de la región solían practicar la poligamia, como lo atestigua una relación anónima de la época: “Otros compran las mujeres dando por ellas a sus padres algunas cosas de las que ellos tienen, y sirviéndoles y ayudándoles en sus trabajos algún tiempo, y después le dan la hija. El que más mujeres puede sustentar y dar de comer, más tiene”46. La poligamia probablemente les permitía afrontar, entre otras cosas, una mayor tasa de mortalidad masculina provocada por prácticas guerreras. Sin embargo, ante la escandalosa tasa de mortalidad femenina, la poligamia era sin duda cada vez más difícil de practicar. Esta situación favorecía prácticas poliándricas como la de Catalina Pandi (aunque no podemos afirmar que esta era una práctica extendida, pues este es el único caso que hace referencia a semejante costumbre)47. Pero como lo demuestran los siguientes ejemplos, a pesar de la altísima mortalidad femenina, la poligamia se resistía a desaparecer.
Como hemos visto, en la encomienda del capitán Diego del Campo, de los 29 indios que había, 12 eran locales y 17 eran Tamas. Entre los locales sólo había 2 mujeres, ambas casadas. Una de ellas, Constanza Baquiza (80 años), estaba casada con don Guillermo Chegue (90 años). La otra, Isabel Pataya (60 años), estaba casada con un joven Tama, llamado Antonio, de 25 años. Entre los 7 hombres adultos locales, sólo don Guillermo estaba casado. Los otros 6 permanecían solteros, a pesar de que 6 de las 8 mujeres Tama que había, y cuyas edades oscilaban entre los 16 y los 22 años, figuran como solteras (aunque una de ellas, Barbolilla, de 16 años, estaba amamantando a una creatura). Entre los 5 hombres adultos Tama, 3 estaban casados. Uno de ellos era Antonio, casado con Isabel Pataya, y los otros 2 estaban casados con 2 de las 8 mujeres Tama. Así, en total había 8 hombres solteros y 6 mujeres solteras. No se entiende por qué habiendo 6 mujeres solteras, estos hombres permanecían solteros.
Otro tanto sucedía en la segunda encomienda del capitán Alonso de Herrera48. A diferencia de la encomienda que el capitán poseía en la doctrina de Las Vueltas, esta encomienda presentaba una situación más balanceada: contaba con 27 indios, de los cuales 24 eran adultos. De esos 24, 12 eran mujeres. Pero a pesar de que había paridad entre hombres y mujeres adultos, el 50% de los hombres permanecían solteros, mientras que sólo un 16% de las mujeres eran solteras. En general, en las veintisiete encomiendas, las mujeres casadas representaban un 74,5% de las mujeres, mientras que los hombres casados sólo representaban el 48,3% de los hombres. Las mujeres solteras representaban únicamente un 9,7% de las mujeres, mientras que los hombres solteros ascendían a un 39,3%. Sin duda, la altísima mortalidad de mujeres explica esta situación. Pero casos como los de Sebastián Nampi y don Pedro Penagal sugieren que, a pesar de la crítica carencia de mujeres, los indios de la región se negaban a abandonar sus prácticas poligámicas. Asimismo, casos como los de las encomiendas de los capitanes Diego del Campo o Alonso de Herrera, donde el porcentaje de hombres solteros oscilaba entre un 50 y un 66%, sugieren que, incluso allí donde había paridad entre hombres y mujeres, o donde las solteras representaban un 60% de las mujeres gracias al rescate de mujeres Tamas, la poligamia se resistía a desaparecer.
5. Esposas Mayores
La poligamia, sin embargo, no era lo único que persistía tercamente, a pesar de la desoladora realidad demográfica. Los matrimonios entre mujeres mayores y hombres menores eran una constante en casi todas las veintisiete encomiendas. A primera vista, podría pensarse que constituían una respuesta coyuntural y adaptativa al estrés demográfico y la bajísima tasa de natalidad que la región estaba experimentando, pero, como veremos, esta hipótesis no se sostiene. Tomemos, por ejemplo, el caso de la encomienda del capitán Diego del Campo. De los cuatro matrimonios que había, uno (25%) era entre una mujer local mayor, Isabel Pataya (60 años), y un joven Tama, Antonio (25 años). Puesto que había seis mujeres Tamas solteras, entre los 16 y los 22 años, la pregunta resulta evidente: ¿por qué un hombre de 25 años habría de casarse con una mujer 35 años mayor que él, sobre todo cuando había seis mujeres de su propia etnia, entre los 16 y los 22 años, disponibles? La respuesta no puede ser de tipo natalista, pues es poco probable que Isabel, a sus 60 años, fuera fértil, mientras que es de suponer que las mujeres Tama sí lo eran. Pero conjeturando que Antonio se hubiese casado con Isabel tan pronto hubiese alcanzado la pubertad, a más tardar a los 13 años, es decir, cuando Isabel tenía 48 años, la hipótesis natalista que sostiene que estos matrimonios constituían una respuesta adaptativa frente a la amenaza de extinción que los indios de la región enfrentaban, tampoco se sostiene, pues a los 48 años, Isabel Pataya estaba en el ocaso de su vida reproductiva.
En la encomienda de La Matanza de Jussepe de Valenzuela, ubicada en las llanuras del mismo nombre, cerca de San Agustín, el porcentaje de matrimonios entre mujeres mayores y hombres menores era similar al de la encomienda del capitán Diego del Campo. De los once matrimonios de esta encomienda, tres (27%) estaban constituidos por parejas en las cuales las mujeres eran en promedio nueve años mayores que sus maridos. Era el caso de Catalina Tiona, “de más de sesenta años”, casada con Alonso Yasique (52 años); de Catalina (40 años), casada con Alonso Ucarban (30 años); y de Inés Izcance (40 años), casada con Pedro Maguita (30 años)49. En la encomienda de Miguel de Losada, por ejemplo, el propio encomendero le diría a Ospina que Domingo Mayubal (hijo del difunto cacique), de 40 años, estaba “[…] casado con una india vieja de la encomienda de Francisco de Solarte que no le sabe el nombre y que no tienen hijos”50. Esta afirmación demuestra una vez más que estos matrimonios no obedecían a la necesidad de elevar la tasa de natalidad. De los cinco matrimonios que había en la encomienda de Andrés Palomino, dos (40%) estaban conformados por mujeres, en promedio, siete años mayores que sus maridos. Uno de estos matrimonios era entre Tamas, lo cual, junto con el matrimonio de Antonio Tama e Isabel Pataya, sugiere que esta costumbre no se circunscribía únicamente a los indios del Alto Magdalena. En la encomienda de Juan de Aranvilleta, dos de los cinco matrimonios estaban constituidos por mujeres en promedio 5,5 años mayores que sus esposos51. Uno de estos era un matrimonio entre una mujer Tama, Lucía (30 años), y un hombre llamado Juan Yce (26 años). En la encomienda de Diego de Ibarramenez había tres matrimonios: dos eran entre hombres de la región y mujeres Tama. Sólo uno era entre Tamas52. Pero en los tres casos, las mujeres eran en promedio diez años mayores que sus compañeros. En la encomienda de Bernardo de Villareal, tres de las diez parejas que había estaban conformadas por mujeres y hombres cuya diferencia de edad era en promedio de veinte años: eran los matrimonios de Sebastián Quechana (35 años) con Catalina Popayán (60 años); de Juan Largo (20 años) con Leonor (50 años); y de Juan (45 años) con una mujer de 50 años.
Estas tres parejas resultan interesantes, por dos razones: por un lado, en esta encomienda había tres mujeres solteras entre los 18 y los 25 años, lo cual sugiere una vez más que estas uniones no obedecían a una lógica natalista; por otro lado, el matrimonio entre Sebastián Quechana y Catalina Popayán era un matrimonio entre indios forasteros, lo cual indica -junto con los ejemplos anteriores de uniones entre Tamas o entre Tamas y locales, en las cuales las mujeres eran mayores- que esta práctica no se circunscribía únicamente a la región del Alto Magdalena. Por último, aunque en la encomienda del capitán Florencio de Rojas, el rescate de mujeres Tama de las selvas del Caguán había logrado reducir el número de solteros en un 25% (con matrimonios en los cuales las jóvenes mujeres Tama eran en promedio catorce años menores que sus maridos), otro 25% de los matrimonios de esta encomienda eran matrimonios integrados por mujeres en promedio 6,5 años mayores que sus compañeros (ver la tabla 1).
Encomienda | Matrimonios | Diferencia de edad | |||
---|---|---|---|---|---|
Total | Mujeres mayores | Porcentaje | |||
1 | Andrés del Campo Salazar | 34 | 5 | 14,7% | 14,8 |
2 | Bernabé Fernández (Cálamo) | 29 | 2 | 6,8% | 10 |
3 | Pedro Núñez de Vera (Cálamo) | ? | ? | ? | ? |
4 | Jussepe de Valenzuela | 11 | 3 | 27% | 9 |
5 | García Hernández Serrano | 17 | 1 | 5,8% | 1 |
6 | Francisco Álvaro de Cieza | ? | ? | ? | ? |
7 | Miguel de Losada (Cálamo) | 7 | 1 | 14,2% | ? |
8 | Antonio Jovel | 10 | 2 | 20% | 40 |
9 | Alonso de Herrera | ? | ? | ? | ? |
10 | Martín Calderón | 15 | 8 | 53,3% | 8,6 |
11 | Andrés Palomino | 5 | 2 | 40% | 7,2 |
12 | Diego del Campo | 4 | 1 | 25% | 35 |
13 | Pedro Sáenz de Legua | 6 | 1 | 16,6% | 8 |
14 | Bernabé Fernández (La Cozanza) | 18 | 9 | 50% | 15 |
15 | Florencio Rojas | 25 | 5 | 25% | 6,5 |
16 | Juan de Aranvilleta | 5 | 2 | 40% | 5,5 |
17 | Baltazar de Rojas | 6 | 2 | 33,3% | 7,5 |
18 | Diego de Ibarramenez | 3 | 3 | 100% | 10 |
19 | Isabel Calderón | ? | ? | ? | ? |
20 | Alonso de Herrera | 6 | 2 | 33,3% | 5 |
21 | Andrés de Sopuerta | ? | ? | ? | ? |
22 | Miguel de Losada (Las Vueltas) | 2 | 1 | 50% | 30 |
23 | Bernardo de Villareal | 10 | 3 | 30% | 20 |
24 | Pedro Núñez de Vera (Las Vueltas) | 4 | 2 | 50% | 7,5 |
25 | Francisco de Escobar | 5 | 3 | 60% | 17 |
26 | Francisco Calderón | 6 | 1 | 16,6% | 5 |
27 | Nicolás Calderón | 11 | 3 | 27% | 7 |
Total | 239 | 62 | |||
Promedio | 32,7% | 12,8 |
?: sin datos (no se indican edades)
Fuente: elaboración de la autora.
6. Análisis comparativo: los indios de California y las misiones jesuitas del Paraguay
Los estudios más recientes de las transformaciones que experimentaron las culturas prehispánicas a raíz de la Conquista reconocen la importancia de la dimensión de género, a la hora de analizar los encuentros y confrontaciones entre indígenas y colonizadores53. Estos estudios coinciden en señalar que los sistemas de género que existían en las sociedades prehispánicas eran distintos de las estructuras de género que imperaban en Europa. Entre los rasgos distintivos que compartían en mayor o menor grado las culturas prehispánicas, la poligamia les permitía tejer complejos sistemas de alianzas políticas, militares y comerciales, además de afrontar el desequilibrio demográfico entre hombres y mujeres, provocado por las guerras54. Por eso, el panorama demográfico que presentan estas visitas resulta sorprendente: en un contexto de posconquista, en el cual, además de los enfrentamientos entre españoles e indígenas, hay evidencia de que los conflictos interétnicos se habían multiplicado, las guerras y las epidemias deberían haber diezmado a la población masculina. Pero, por el contrario, sorprendentemente encontramos una población femenina al borde de la desaparición.
Los testimonios recogidos en estas veintisiete visitas sugieren que la costumbre española de seleccionar preferentemente mujeres jóvenes y en edad fértil para el servicio personal incidió de manera desastrosa en la población femenina y, por ende, en la demografía indígena en la región. En su libro A Pest in the Land: New World Epidemics in a Global Perspective, la historiadora Suzanne Austin Alchon afirma que:
“La violencia y las crisis sociales resultantes de la imposición del colonialismo europeo exacerbaron enormemente la mortalidad indígena, socavando en últimas las instituciones sociales, políticas y económicas de los indios […] La esclavitud y otras prácticas laborales abusivas […] cobraron un costo muy alto en términos de vidas nativas y de perturbaciones a las comunidades locales”55.
Para Alchon, las epidemias no explican por sí solas las dimensiones de la tragedia demográfica amerindia, y es necesario considerar otros factores, como las características propias de los distintos sistemas de colonialismo europeo que los indígenas debieron afrontar. En otras palabras, habría que revisar la teoría preponderante de los últimos treinta años que minimiza el impacto de la violencia del colonialismo europeo, pues sobredimensiona el efecto a largo plazo de las epidemias de suelos vírgenes al afirmar ―con base en el principio de la navaja de Guillermo de Occam, según el cual la explicación más simple y suficiente es la más probable- que es inútil buscar otras causas para semejante mortandad.
En este sentido, los datos analizados aquí respaldan la tesis de Alchon al evidenciar la magnitud de la violencia ejercida por el servicio personal sobre las mujeres indígenas en edad reproductiva y su desastroso impacto sobre su capacidad de sobrevivencia y recuperación frente a las epidemias, su esperanza de vida y capacidad para dar a luz y remontar el terrible declive demográfico. Una comparación con dos estudios realizados en otras dos regiones de las Américas nos permite apuntalar aún más las anteriores conclusiones.
En 1860, el Gobierno norteamericano adelantó un censo entre 17.798 indígenas de California56. Según el historiador Albert L. Hurtado, dicho censo constituye uno de los más completos efectuados entre la población indígena norteamericana del siglo XIX, ya que revela las estructuras de los hogares indígenas, las edades, el sexo, los nombres y las ocupaciones de sus integrantes. El censo, realizado doce años después de que se hubiese desatado la Fiebre del Oro, evidenciaba un panorama demográfico crítico: la población indígena había descendido en un 80%, de 150.000 a 32.000. Semejante escenario se debía principalmente a la presencia de epidemias, pero también a bajísimas tasas de natalidad57.
Hurtado afirma que el censo evidencia relaciones entre indios y colonos muy distintas de las que tradicionalmente se han identificado en la frontera angloamericana. En parte, estas eran el resultado de más de un siglo de colonización española, con una tradición de interacción entre indios y blancos muy distinta a las de las prácticas angloamericanas. Varias de las prácticas de la colonización española subsistían dentro del nuevo sistema de colonización angloamericano, al punto que los indios vivían inusualmente en estrecha asociación con los blancos. La mayoría de las mujeres indígenas trabajaban como sirvientas, y los hombres, como peones agrícolas. En una región donde, según Hurtado, antes de la conquista española, predominaba la poligamia y los hombres poderosos (caciques, chamanes) solían tener más de una esposa, “la proporción de mujeres en edad reproductiva en relación con los hombres mostraba un marcado déficit de mujeres potencialmente fértiles entre la población indígena”58.
En el valle de Sacramento, por ejemplo, la población indígena masculina menor de 40 años (60% de la población indígena masculina) doblaba la población femenina59. El censo describe ranchos y granjas con varias mujeres de 8 a 40 años, y niños de hasta un año definidos como sirvientes agrícolas o farm-hands60. En el caso del condado de Trinity, tres cuartos de la población censada estaban compuestos por uniones mixtas de hombres blancos y mujeres indígenas, lo cual reducía el número de mujeres a las que los hombres indígenas podían acceder. En general, estas uniones estaban integradas por campesinos y mineros blancos pobres de 20 a 40 años, y sus compañeras indígenas, que eran mucho más jóvenes (13 a 20 años). Según un testigo de la época, estas uniones presentaban un alto grado de violencia en contra de las mujeres indígenas61.
Sin embargo, al norte del estado, donde había poca población blanca, había tantas mujeres como hombres indígenas, e incluso había más mujeres en edad fértil que hombres62. Hurtado concluye atribuyéndole el vertiginoso descenso de la población indígena a la desarticulación de la familia indígena en el sur y centro del estado, debido principalmente al bajo número de mujeres, lo que hacía casi imposible una recuperación demográfica63.
El ejemplo anterior comparte varias similitudes con los datos que arrojan las veintisiete visitas realizadas por Ospina en la región de Timaná entre 1628 y 1629: en ambos casos, la situación demográfica de la población indígena era crítica; las dos regiones acusaban un marcado déficit de mujeres en edad reproductiva y, por lo tanto, bajísimas tasas de natalidad. En los dos casos, ambas regiones habían padecido durante décadas la arremetida de distintas oleadas de epidemias y un sistema colonial parecido que había desarticulado las estructuras familiares indígenas tradicionales (poligámicas, en ambos casos) para forzar la integración de mujeres, hombres y niños indígenas al sistema de producción colonial. Dicho sistema favorecía la estrecha cohabitación entre indios y colonos, en especial la cohabitación de niñas y jóvenes mujeres indígenas (que fungían como sirvientas en granjas, ranchos y encomiendas( con hombres europeos, lo cual dejaba la puerta abierta a un alto grado de contagio y violencia física y sexual en contra de estas mujeres y niñas.
El siguiente caso (un estudio sobre los patrones demográficos de las misiones jesuitas del Paraguay( nos permite contrastar de manera reveladora la información arrojada por los dos casos anteriores64. Su autor, Robert H. Jackson, afirma que “los patrones demográficos en las misiones guaraníes fueron únicos”65. Jackson argumenta que mientras que las poblaciones nativas habían disminuido en otras misiones (Baja California, California, Sonora y Texas), los guaraníes lograron recuperarse y crecer, a pesar de una primera y severa mortalidad causada por las epidemias surgidas del contacto inicial con europeos. Según este autor, estas poblaciones siguieron siendo viables, incluso después de la expulsión de los jesuitas en 1768, hasta bien entrado el siglo XIX. Jackson atribuye la resiliencia de los guaraníes frente a las epidemias al hecho de que los jesuitas no transformaron radicalmente la forma de vida de los guaraníes e, incluso, preservaron sus estructuras sociopolíticas:
“La incorporación del sistema de clanes dentro de las misiones proporcionó una estabilidad y una continuidad que estuvo ausente en otras partes, como en la frontera norte mexicana, donde la congregación en misiones generalmente desorganizó las relaciones sociales, incluyendo los patrones de matrimonio exógeno y las alianzas sociales y políticas entre las comunidades […]”66.
La preservación de las estructuras sociopolíticas guaraníes permitió, a su vez, la conservación del sistema de género propio de estos pueblos:
“La estructura de géneros también explica la habilidad de las poblaciones misioneras para crecer. Las guaraníes tuvieron cantidades casi iguales o un poco superiores de niñas y mujeres que de niños y hombres […] En lugares escogidos al azar se presentan generalmente desbalances con un número ligeramente mayor de mujeres que de hombres […] Además, los datos muestran que las misiones individuales tendieron a tener más mujeres que hombres. Las misiones guaraníes tenían grandes cantidades de madres potenciales, lo que era un factor importante para la reproducción de la población”67.
A consecuencia de lo cual, aunque las tasas de mortalidad entre los niños eran elevadas, los nacimientos durante los años sin epidemias eran consistentemente numerosos68. Jackson concluye que lo que permitió la recuperación de las poblaciones guaraníes fueron las condiciones de vida de las que gozaron las mujeres en las misiones guaraníes, que eran mucho mejores que las de otras misiones, en las cuales “las tasas de mortalidad fueron mayores en las mujeres que en los hombres […] por el tratamiento poco adecuado que se le daba al embarazo y los efectos de la sífilis que se extendió en las poblaciones nativas y arruinó la salud de las mujeres y los niños por nacer”69.
Esta afirmación resulta sumamente relevante, pues sugiere que allí donde hubo mejores condiciones de vida para las mujeres embarazadas, la mortalidad femenina se vio limitada, pues es bien sabido que enfermedades como la viruela y la gripa configuran un alto riesgo de mortalidad entre mujeres en estado de gravidez70. Los ejemplos anteriores indican que, allí donde fueron alteradas las estructuras familiares indígenas por sistemas de explotación colonial que favorecían la coaptación de mujeres indígenas en edad reproductiva para el “servicio personal” o modalidades afines -en las cuales eran sujetas a una estrecha cohabitación con europeos, en particular, con hombres europeos, lo que las exponía a un mayor riesgo de contagio de epidemias y enfermedades venéreas, y a mayores grados de violencia física y depredación sexual-, la tasa de mortalidad entre las mujeres indígenas en edad fértil se disparó, situación que imposibilitó la recuperación demográfica de las poblaciones indígenas frente a las epidemias de suelo virgen71.
Al convivir durante largos períodos y en estrecho y frecuentemente íntimo contacto con los europeos, las mujeres indígenas en edad reproductiva no sólo estaban más expuestas a la transmisión consecutiva y a veces simultánea de enfermedades como el sarampión, la viruela, o enfermedades venéreas, sino también a afecciones como la gripa y los resfriados comunes, que, como sabemos, resultaron fatales para los indígenas. Si a este explosivo coctel se le suman la separación y pérdida de sus estructuras familiares tradicionales y los mayores grados de violencia física y depredación sexual a los que estaban sujetas, y los consiguientes estrés y depresión que esto muy seguramente causaba en ellas, entonces podemos entender hasta qué punto esta bomba pudo debilitar sus sistemas inmunológicos, haciendo de la mujer indígena en edad reproductiva el vector favorito de las enfermedades de suelo virgen y el punto de inflexión en la recuperación demográfica de las poblaciones indígenas72. De esta manera, incluso en los intervalos entre epidemias, la violencia latente que para las mujeres indígenas en edad fértil encerraban prácticas como el “servicio personal” pudo haber continuado minando su salud y hecho que sus números se redujeran significativamente, factores que imposibilitaron cualquier recuperación demográfica.
Las visitas de Ospina en Timaná presentan, empero, un hecho inesperado: un tercio de los matrimonios que aún subsistían en Timaná eran matrimonios en los cuales las mujeres eran en promedio 12,8 años mayores que sus maridos. ¿Cómo interpretar estos datos?
Como hemos visto, el análisis no respalda la hipótesis que sostiene que se trataba de una respuesta adaptativa al estrés demográfico que las epidemias provocaban: de los 62 matrimonios encontrados entre mujeres mayores y hombres menores, 24 (38,7%) corresponden a diferencias de edad de quince años o más, y son varias las parejas con diferencias de edad de 20, 25, 30, 35 y hasta 40 años. Suponiendo que los hombres se casaban tan pronto alcanzaban la pubertad, es decir, a los 13 años, ¿qué sentido tendría desde el punto de vista reproductivo la unión con una mujer de 28, 33, 38, 43, 48 o 53 años, cuya vida fértil ya no se encontraba en su apogeo, estaba en declive o se había terminado? Además, este patrón persistía en las encomiendas mejor balanceadas, allí donde el número de mujeres se aproximaba al número de hombres, o incluso rebasaba -gracias a la incorporación de jóvenes forasteras y rescatadas Tama- el número de varones, de tal manera que había cierto número de mujeres jóvenes fértiles y disponibles. Para no hablar de que varios de los matrimonios entre rescatados Tama o indios forasteros compartían este rasgo. La explicación más plausible es que dicho patrón obedecía a un sistema de género anterior a la Conquista, que no estaba restringido a la región de Timaná, cuyos rezagos subsistían noventa años después de la incursión española en la región, incluso a pesar del cataclismo demográfico que se había abatido sobre estas comunidades.
Un dato que quizás ayude a esclarecer esta práctica matrimonial, es el hecho de que aún hoy en día, entre algunas comunidades indígenas, como los Kagaba de la Sierra Nevada de Santa Marta, la iniciación sexual de los hombres corre por cuenta de mujeres mayores y viudas73. Y algo similar, se cree, ocurría entre los Nasa del Cauca hasta mediados del siglo XX74. Así, podría pensarse que antes de la Conquista, cuando los hombres mayores de más prestigio monopolizaban a las mujeres jóvenes, esta práctica les ofrecía a los muchachos la posibilidad de llevar una vida sexual desde temprana edad, a la vez que les brindaba a las viudas la posibilidad de reanudar sus vidas sexuales. Incluso, podría pensarse -a la luz de los matrimonios registrados entre parejas con una diferencia de edad de hasta cuarenta años- que esta primera unión de un hombre joven con una mujer mayor perduraba en el tiempo, y a medida que el varón maduraba, obtenía prestigio y formalizaba relaciones con mujeres más jóvenes, de tal forma que la primera esposa de un hombre podía ser significativamente mayor que él y sus otras esposas.
Conclusiones
Los casos analizados en el presente artículo sugieren que la imposición del “servicio personal” o de prácticas similares, para las cuales los europeos reclutaban principalmente a jóvenes mujeres, y el contacto que este implicaba -más cercano, e incluso íntimo, con los hombres europeos y las enfermedades que portaban-, incidieron desastrosamente en la tasa de mortalidad de las mujeres indígenas más fértiles. Frente a las epidemias, estas no sólo eran frecuentemente las primeras en contagiarse, sino las más afectadas, debido al efecto letal que solía tener en sus organismos la combinación entre las múltiples violencias del “servicio personal” y las epidemias de suelo virgen. A su vez, esto afectó adversamente la capacidad reproductiva y la tasa de natalidad indígena, y, por ende, las posibilidades de recuperación demográfica de los indígenas frente a las epidemias. Los estudios que han precisado el papel de las epidemias en el rápido declive de la población originaria del continente son numerosos75. Sin embargo, estos estudios minimizan la manera en que los europeos pudieron haber agravado (gracias a prácticas como el servicio personal( el efecto de las epidemias. De comprobarse que la situación descrita en las visitas realizadas por Ospina a Timaná se extendía a otras regiones del hoy territorio colombiano, o incluso del continente (como en el caso de California), habría que revisar la tesis (hoy ampliamente aceptada( que asegura que fueron las epidemias las principales causantes del cataclismo demográfico indígena y que los europeos poco o nada incidieron con sus prácticas en este fenómeno.
Si queremos entender cómo fue que sucedió la debacle demográfica amerindia, sería necesario abandonar las explicaciones monocausales que sobredimensionan el papel de las epidemias de suelo virgen y considerar seriamente el impacto de la violencia de prácticas como el servicio personal u otras similares sobre las mujeres indígenas. Asimismo, sería necesario incorporar un enfoque de género que permita visibilizar la manera en que la letal combinación de epidemias y servicio personal afectó los sistemas de género que predominaban en las Américas a la llegada de los europeos, y los obligó a reconfigurarse para hacerle frente a la amenaza de extinción. En el caso de Timaná, esta trágica combinación dio lugar a uniones entre personas cada vez más jóvenes y cercanas en edad, con mayores posibilidades de remontar el declive demográfico, pero que distaban mucho de las uniones prehispánicas entre hombres menores y mujeres mayores, que iban convirtiéndose, a medida que el varón ganaba estatus, en estructuras polígamas con mujeres más jóvenes76. Estos cambios modificaron las formas tradicionales de sociabilidad y gobernabilidad que, en estas culturas, eran inmanentes (a través de las relaciones de parentesco( a las alianzas políticas, comerciales y militares que los matrimonios polígamos hacían posibles. A su vez, estos cambios invisibilizaron el rol y estatus tradicional de las mujeres indígenas en formas que aún faltan por esclarecer.