I. Introduction
Toda disciplina, en estricto sentido, posee un campo epistemológico que lo alberga o identifica dentro del gran escenario del conocimiento, razón por la cual, su abordaje (ciencias naturales o ciencias sociales [y humanas]) termina por distinguir las características en el ejercicio profesional (Guachetá-Torres & RojasToledo, 2020). No obstante, a pesar de las intenciones discursivas por establecer el carácter científico en determinada ciencia, también, es cierto que nuevas discusiones han abierto espacio a otras concepciones, tal como en el derecho. Por eso, no es extraño leer en países como Estados Unidos la relación entre literatura y derecho, así como no es excepcional encontrarnos con otras nociones como narrativa y derecho.
Según Polkinghorne (1995), las construcciones narrativas muestran la actividad humana a través de discursos que encadenan diversos acontecimientos de las acciones de vidas humanas, o sea como “la única forma lingüística adecuada para mostrar la existencia humana como acción contextualizada. Las descripciones narrativas muestran que la actividad humana es una implicación en el mundo con propósitos”. Para Scholes (citado en Carter, 1993), en una narrativa se encuentran tres elementos básicos: 1) situación o conflicto; 2) protagonista, situación y propósito, y 3) trama donde se resuelve el conflicto. Por su parte, para Bolívar & Domingo (2006): “[h]ace ya más de un cuarto de siglo Clifford Geertz (1994) habló de una “refiguración del pensamiento social”, mediante el que la cultura y la sociedad se comprenden como un conjunto de textos a leer e interpretar” (p. 3).
Así, pues, la narrativa es una unidad de análisis que permite entender al ser humano en la actividad social, porque la narrativa es experiencia humana transformada en significación. Es decir, es una unidad significativa, una parte viva del todo que posee las propiedades básicas de las prácticas socioculturales.
Y, por eso,
[n]arratives do not simply recount happenings; they give them shape, give them a point, argue their import, proclaim their results. And to do so they necessarily espouse some sort of “point of view” or perspective, however hidden it may be, even from narrators themselves2 (Brooks, 2006, p. 13).
Para seguir apoyando los argumentos que proporcione elementos de por qué es importante la narrativa es necesario acercarse a las ideas del profesor Mark Freeman (2016), quien propone la necesidad de comprender la (hermenéutica) narrativa desde tres dimensiones: filosófica, metodológica y teórica; es decir, en la alteridad (filosófica), fidelidad (metodológica) y excentricidad (teórica). La primera, particularmente, se refiere a la premisa de que somos “parte y parcela” del gran misterio de la realidad, que somos incapaces de una reflexión soberana y, por lo tanto, requerimos de interpretaciones para entender la existencia a través de los signos dados por el mundo. En otras palabras, la situación humana pasa por la dimensión hermenéutica imposible de evitar. Por eso, siempre estamos indagando por el impacto de los eventos ocurridos (y vividos), sin tener mayor certeza que el sentido posterior atribuido. “We cannot know with any certainty how an event or constellation of events works itself out in a life; all we can do is interpret”3 (Freeman, 2016, p. 140). Es por esta razón que, requerimos involucrarnos con nuestro entorno e interactuar con los signos dispersos que el contexto nos proporciona como único recurso de autocomprensión y “acomodamiento” en la historia de la vida.
La segunda, es la fidelidad, ¿pero de qué habla? La idea gira, entonces, en torno a la implicación del pasado, a la posibilidad de contar para proyectar acciones y así comprender el problema histórico otorgado. También, implica la lectura abierta de la alteridad y la interpretación ante la diferencia de otros, y de nuestros repertorios. Y es aquí donde entra la dimensión narrativa a través de la valoración de lo ocurrido y de las posibilidades emergentes de los hechos; es decir, lo que pudo ser y lo que fue. En este sentido, la temporalidad permite significar la vida o al menos complementar con sentido los contenidos que emergen de las experiencias vividas, sin importar el desorden. Sin embargo, la fidelidad no es una cuestión de ordenamiento interpretativo, sino que resguarda la otredad del pasado, así como la alteridad del mundo y de uno mismo.
A menudo las narrativas se tienen como reconstrucciones de un pasado que se encuentra “allí”, casi abstracto o encapsulado, dispuesto a ser reproducido con detalle para conocer lo que sucedió. Empero, la narrativa es un proceso o construcción por decir la verdad común (Bitonte, 2008 s/p.) desde las variadas interpretaciones. Así, por ejemplo, Bajtín (1982) planteaba el valor colectivo en la comprensión del otro y de sí:
Mientras la vida transcurra en una unidad valorativa indisoluble con la colectividad de otros, en todos sus momentos comunes al mundo de otros se comprende, se construye, se organiza en el plano de una posible conciencia ajena que se estructura como un posible relato del otro acerca de esta vida dirigido a otros (descendientes); la conciencia de un narrador posible, el contexto valorativo del narrador organizan el acto, el pensamiento y el sentimiento allí donde éstos se inicien con sus valores puede ser percibido en la totalidad del realto que es la historia de esta vida; mi contemplación de mi propia vida es tan sólo una anticipacion del recuerdo de otros acerca de esta vida, recuedo de descendientes, parientes y prójimos (la amplitud biográfica de una vida puede ser variada); los valores que organizan la vida y el recuerdo son los mismo (p. 135).
Por eso, la certeza es improbable y todo lo que podemos hacer es descifrar retrospectivamente para comprender. Vale decir que este tipo de conocimiento no es puro, sino que lleva implícito elementos miméticos hallados en la acción y que se propenden por la semejanza, a pesar de la diferencia, para la creación.
Por otro lado, Freeman (citado en Freeman, 2016) plantea la capacidad, con su desafío, de proyectar un pasado a partir de las actividades del presente y así mantener constantemente nuestra retrospectividad en la vida. En este caso, cada determinación tomada, de alguna manera, edifica los factores del pasado que aparecerán en el camino hacia el futuro. Pero, hay más, las “razones” presentes en la particularidad de la vida son dinámicas “proximales”; sin embargo, también, existen aspectos “distales”; es decir, “inconscientes narrativos, así conocidos en la vida psicológica (pp. 141-142), que habla de nosotros y a sí mismo. En otras palabras, son los aspectos históricos, sociales y culturales que se vinculan a nuestra trama de vida como telón de “razones” buscando ser relatadas, reafirmadas y puestas en marcha. Pero la cuestión no termina ahí porque contar es reflexionar sobre las “razones” y actividades en procura de una comprensión:
(…) discerning the vast panoply of reasons, both proximal and distal, for why we become this rather than that takes us into the very heart of narrative hermeneutics, for these reasons, extended in and through time, can only come together in and through the process of interpretation; and this process of interpretation, this process of discerning, from some present vantage point, a past that might conceivably have led to it, finds itshome in the form of narrative4 (Freeman, 2016, p. 142).
No hay duda de que este proceso per se tiene retos porque al aceptar el pasado (y los recuerdos), realmente, estamos recogiendo las interpretaciones de la vida y superando la condición anecdótica para acentuamos en el tejido histórico y cultural.
Para los contradictores de la propuesta narrativa, las “razones”, interpretaciones e historias no dejan de ser una instancia ficticia de poca “realidad”, por lo tanto, fantasmales. Y en el plano académico -dirán- poco objetivas. Luego, olvidan que el orden narrativo tiene mucha relación con la configuración de la trama que mira hacia atrás, adelante y ahora. Además, permite discernir sobre las particularidades situacionales que “inconscientemente” se manifiestan o que intencionalmente se han constituido. Es más, no tenemos otra herramienta más potente para entender y darle sentido4 al mundo que narrar, apoyado de nuestra vida, la vida (contada) de otros y las experiencias. Seguramente, por lo anterior, Lluís Bassets (2008), escribió en El País que el talento político de Barack Obama estaba centrado en la capacidad narrativa, en la decidida utilización de las historias de vida para transmitir sus ideas y, quizás, ese sea nuestro fuerte; es decir, la potente condición narrativa enlazada, mutuamente, con nuestros semejantes. También, la articulada posibilidad de expresar emociones o de poner a conversar el pasado (los muertos) con nosotros. Asimismo, la facultad de conectar los eventos en el momento indicado para sintonizar con los otros. Por eso, Constantino Bertolo (1998), afirmaba que:
La narración es una de las formas de construcción de la identidad. Lo que llamamos el yo es una narración, lo que llamamos nación es una narración. El pasado es una narración y el futuro es una propuesta narrativa todavía no publicada (párrafo, 1)
Aludía antes a las voces disonantes de las narrativas que desconocen la proclividad de entender mejor una idea cuando se entrega en forma de relato. Más allá de la eficacia científica, procuramos encontrar una empatía para conectar con el inconsciente narrativo del otro. Sin embargo, de acuerdo con Luigi Zoja (2015), no solamente creamos relatos para dar forma a nuestra subjetividad (e intersubjetividad), sino que la regla puede ser al contrario y es que los relatos nos originan, nos dan vida, no son absolutos, pero a través de la narración caminamos hacia la eternidad contingente. Por ejemplo, para el psicoanalista italiano es importante recordar la destrucción de Troya en la Antigüedad; según Homero la destrucción de esta ciudad la deseaban los dioses para que fuera contada y perdurara en el tiempo, es decir, era más importante el relato que la tragedia del aniquilamiento.
Es decir, las narrativas como modo de comprensión del contexto y la práctica. Más que una compilación de hechos, la narrativa será el vehículo apropiado para estudiar la vida de los seres humanos. Además, las particularidades del relato harán siempre más vívidos los acontecimientos.
Asimismo, para Leonor Arfuch (2012), el torrente discursivo de los sujetos “sostienen autorías, reafirman posiciones [y] testimonian el haber vivido o haber visto, desnudan sus emociones, rubrican una política de identidad” (p. 45), a partir de las “narrativas del yo” y bajo el concepto del “retorno del sujeto”. Es así como el surgimiento de la subjetividad y los pequeños relatos (y su entropía) se contraponen a los registros paradigmáticos. Quizás, la mejor forma de explicar esto último lo presente Bajtín (1982) al resaltar el valor biográfico:
Un valor biográfico no sólo puede organizar una narración sobre la vida del otro sino que también ordena la vivencia de la vida misma y la narración de la propia vida de uno; este valor puede ser la forma de comprensión, visión y expresión de la vida propia (p. 134).
Siguiendo esta idea, no podemos identificarnos como un sin sujeto, al contrario, nos caracterizamos por la constitución discursiva a través de la interacción con el otro. Esto conduce a la predominancia biográfica por el carácter intersubjetivo, ya que estamos indisolublemente inmersos en un intercambio entre sujetos y la sociedad. Nuestra vida, entonces, será la vida colectiva con elementos valorativos y entendida en forma narrativa.
La tercera dimensión es la excentricidad y refiere a los estímulos externos que condicionan nuestras historias. Este planteamiento nos lleva al carácter relacional de la vida con el entorno y los demás. El término podrá acercarse, entonces, a la dimensión existencial; es decir, la relación y reconocimiento del otro, pero no se agota ahí porque el “combustible”, también, lo ponen los proyectos, las motivaciones y la realidad del mundo. Este último elemento corresponde a los “objetos” que condicionan nuestros relatos. Generalmente, pensamos en el otro como humano; sin embargo, la esfera de la otredad no va hasta esa naturaleza, sino que tenemos diferentes modos relacionales. Por consiguiente, afirmaremos que hay una triple correspondencia: hombre-mundo-cosas, hombre-individuos (otros), y hombre-ser. La cuestión está en que el ser humano no se responde a sí mismo, sino bajo la consideración del vínculo con lo externo. Esto nos lleva a reconocer la amplitud del sujeto y el mundo, además, a la autocomprensión de las prácticas sociales, por lo tanto, de los contextos y así dar sentido a las experiencias reveladas en los discursos o prácticas narrativas. Gran parte del reconocimiento hacia las narrativas está en el énfasis asignado a la creación de significados, al esfuerzo por interpretar la existencia y no darla por sentada, a la comprensión de los acontecimientos y a la búsqueda de sentido a través de contar y volver a contar las vicisitudes propias, y de los demás. Por eso, decimos que nuestra subjetividad está dada por la relación con el otro quien entrelaza y constituye el “yo” compartido. No soy simplemente mi propio proceso ni creación de sí mismo, al contrario, vivo perturbado por la contingencia. Por tanto, el movimiento subjetivo deriva hacia significados trabajados y no simplemente recepciones, reelaborados a lo largo de la vida, incluso productores que redefinen el mundo y se reinventan con las narrativas.
Habría que decir, también, que para Barthes (1977) el concepto de narrativa es un elemento esencial en la construcción social; es decir, que la narrativa desde siempre ha permeado todos los lugares, edades y tiempo, en todas las formas, desde los inicios de la historia humana. Los mitos, las leyendas, los cuentos, las fábulas, las tragedias, los poemas épicos, las películas, el teatro, las conversaciones cotidiandas, así como otros soportes semióticos hacen parte de la variedad narrativa que los grupos humanos han utilizado para contarse y transmitir lo vivido.
En resumidas cuentas, somos un “monólogo prácticamente ininterrumpido” (Polkinghorne, 1988, p. 160). Establecemos conexiones, reconstruimos los eventos que a diario tenemos y seleccionamos cada acontecimiento a través de las narraciones expresadas por el impulso natural de contar cada hecho que ha cobrado sentido en nuestra vida porque “[e]l hombre necesita contar su vida para poder vivirla comprendiéndola” (Peña-Vial, 2014, p. 567).
Otro referente para comprender la acción narrativa es el “giro lingüístico” como precedente del cambio en la percepción del lenguaje:
The linguistic turn into texts, discourses and narratives has been connected with a paradigm shift from (naive or Scientific) realism toward constructivism (Lincoln & Guba 1994). From the constructivist viewpoint, without any narrative of myself or of the world, neither would exist - there is no “reality” and no “life” which has not been construed by words, texts and narratives5 (Heikkinen, 2002, p. 13).
Dicho de otra manera, los enunciados del lenguaje no están, exclusivamente, para dar cuenta de si es falso o verdadero, sino para acceder a la compresión del mundo y las interacciones sociales que las rodean a través del conocimiento narrativo (Bruner, 1996). Para Heikkinen (2002), por ejemplo, la narrativa constituye un cambio de paradigma por lo multifacético. El interés radica en el marco referencial de la realidad, ya sea como productora o transmisora de esta. Y un último elemento a destacar en la narrativa es el aspecto ético que subyace de la trama, conectado a las evaluaciones hechas en las narrativas ante los eventos que se organizan y reflexionan, cercano a la idea de las dimensiones del actuar humano en Paul Ricoeur: lingüística, narrativa y ética (Casarotti, 1999). No hay una oposición entre hecho y valor, por el contario, sumamos a los eventos, juicios desde las experiencias vividas, creando imágenes mentales, referentes sociales y valía en torno a los relatos que toman fuerza, más que el mismo acontecimiento.
De igual forma, Freeman (2015) sostiene que el “giro narrativo” consistió en un cambio de paradigma, una movilidad en el pensamiento sobre la condición humana. Al mismo tiempo, expuso su valor específico como herramienta de pensamiento y de comprensión en las investigaciones de corte social y humano; reconociendo, así, la necesidad metodológica, teórica, ontológica y epistemológica de la narrativa para el estudio de la vida. Se trata, pues, de destacar el tejido práctico del mundo y las experiencias, en conexión con la urdimbre que trae la narrativa al presentar un modo efectivo para entender lo subyacente de la realidad humana. “A central thesis then begins to emerge: man is in his actions and practice, as well as in his fictions, essentially a story-telling animal”6 (MacIntyre, 1981, p. 216). De forma casi palpable, vemos, entonces, la vida inserta en el discurso narrativo, contamos historias con la naturalidad que nos permite el hilo temporal, indagamos sobre la realidad y empleamos el relato bajos tres aspectos: cognitivos, valorativos e identitarios. En vista de esta utilidad, los hechos que alimentan las historias no serán acumulación banal y sin sentido, sino particularidades esenciales en la consideración narrativa que busca un cambio en la realidad.
II: Resultados de investigación
Por el contrario, para Sartwell (2000), las narrativas “inflan” la realidad y se crea una obsesión del discurso asumiendo formas exageradas; es decir, conviertiéndose en referentes filosóficos, temporales, humanos, existenciales y éticos cuando la idea narrativa, en un principio, está centrada en la estrategia organizativa, en dar forma y no imponer proyectos de vida. Y finaliza diciendo que puede llegar a convertirse en representaciones dominantes y controladoras a través de la ruidosa experiencia. Sin embargo, Sartwell pareciera ignorar la participación polifónica en la elaboración de las narrativas, pero, luego, reconoce que sin narración es posible llegar a la locura. Su “obsesión” lo lleva a insistir en la terrenalidad de la vida y desconocer la construcción narrativa que llevamos al lado. En contraste con esta posición, Barbara Hardy (1968) plantea que la narrativa no debe verse como una invención para controlar o manipular, sino como un acto mental fudamental y primario que se extrae de la vida.
Mencioné antes que la vida se encuentra en estado de historia, en actividad narrativa. Y serán las experiencias las que nutran aquellos relatos de forma diacrónica y anecdótica. Me explico: la primera hace referencia a la durabilidad en el tiempo o historia continua; y, la segunda, está inclinada a la discontinuidad, a los sucesos, a la contingencia, y a las rupturas. Este último elemento es importante porque no nos permite caer en las generalidades ni pensar que todo es fundamental y menos que es replicable en los demás. No estamos ante una “verdad evangelizadora” construida por los acontecimientos y puesta en “verbo”, no es una “buena nueva” proveniente del culto ni la luz total, por el contrario, la idea de narratividad implica las pequeñas luces que se filtran por las endijas y que buscan algún tipo de interpretación o reflexión bajo la mirada propia, pero nutrida por los otros.
Como he argumentado, el núcleo central en la narrativa es entender a través de la dimensión retrospectiva, mirando las historias o los pequeños relatos, sin desconocer el “azar”, los accidentes y las consecuencias en la vida. Lo que reclamará la narrativa, entonces, será la asimetría del conocimiento porque, también, con la reflexión se obtienen significados e, incluso, la trama asume múltiples lecturas del mundo, unida, de alguna forma, por los hilos de sentido que sólo el ser humano puede darle.
Ahora bien: la característica fundamental de la narrativa estará en la interpretación que conduce a la comprensión de la vida. Así, pues, tenemos siempre, irrevocablemente, una lectura del mundo, sabiendo la provisionalidad del sentido ante cada narración proferida. No será jamás la misma enunciación, pero sí puede coincidir el mismo enunciado.
Como se ha dicho, la narrativa es, sin duda, el medio “natural”, disponible y apropiado cuando queremos conocer los individuos. Por eso, no comparto la idea atomizante de la narración, no es un encierro de hechos, ordenados cronológicamente, sino un entramado de significados. Mi convicción -insisto- me lleva a persistir en la potencialidad que tiene la narrativa y la oportunidad de entendimiento del mundo. Es más, una acción importa no por su instantaneidad, sino por la oportunidad de actualizarse a través de diferentes acciones entretejidas en el pasado. Se vuelve una unidad inteligible con fines, medios y resultados. No obstante, es imposible anticiparse a la historia, pero, posteriormente, sí podemos discernir sobre aquellos configuradores de sentido. Esto no representa un sin sentido de los momentos presentes, empero será en la retrospectividad donde se les dará orden e importancia. A medida que surgen más acontecimientos, la lectura crecerá y podrá ser entendida como un proceso hermenéutico que va y viene, que cambia y que contribuye al proceso interpretativo en la gran constelación de significados. Por eso, difícil es convertirnos en fetichistas de la coherencia cuando las contingencias en la vida es la patente. Es decir, somos un trabajo abierto y con múltiples lecturas posibles, todo depende de las prácticas culturales. Ahora, no es la organización versus el caos, más bien, es la necesidad del relato que no llega a reducirse a contar eventos, sino en reconstruir el sentido bajo cierto conocomiento superior. Y si no llega reducida a la lista de hechos, sí encontramos que nuestras experiencias arriban cargadas de tradición e historia. Esto sólo emergerá bajo una mirada analítica e interpretativa porque la realidad es que estamos “enredados” en historias, injertas en tramas narrativas. En suma: si no se semiotiza a través de la narrativa, pues, no tendrá duratividad en la consciencia de otros y tampoco circulará intersubjetivadamente.
El poder de las narrativas ha girado hacia la producción de conocimiento. Podemos decir que el “giro narrativo” ha permeado toda la sociedad. Las imágenes y la historia son elementos claves para la seducción social, tanto así que las empresas y sus productos construyen narrativas para las marcas que acerquen al consumidor e identifiquen en ellos distinción del resto. Estamos, entonces cerca a un estilo de cuento, novela o historia. Ya no se considera la visión totalista (gran narrativa) del mundo, sino que el conocimiento humano se desarrolla coherentemente con la realidad desde la correspondencia mínima, en las pequeñas narrativas, locales o personales pero llenas de contingencia múltiple y construida socio-culturalmente. Es más, la narrativa se toma como principio organizador de las experiencias, las reflexiones y conocimiento del mundo. Los individuos dan sentido a su entorno con las narrativas, esencialmente, cuando se comparten, cuando se interactúan y reconstruyen identitariamente. De acuerdo a Paul Ricoeur (2006):
De siempre ha sido conocido y se ha dicho que la vida tiene que ver con la narración; hablamos de la historia de una vida para caracterizar el intervalo entre nacimiento y muerte [...] A esta relación entre relato y vida, quisiera aplicar la máxima de Sócrates según la cual una vida no examinada no es digna de ser vivida (p. 9).
En contraste con lo anterior, la narrativa no se encuentra instituida como método uniforme, por el contrario, el marco característico de esta se halla en la posibilidad de producir y transmitir la realidad o las múltiples lecturas de esa realidad, o de individualizar lo social y socializar lo individual.
Algunas personas usan las narrativas de manera equívoca. El término lo emplean para referirse a textos en prosa, cualquiera que sea, sin enfatizar que el tipo específico del texto en prosa para la narrativa está centrado en la historia y su configuración a través del empleo contingente en los relatos. Para otros puede resultar un discurso prosaico; es decir, cualquier texto coherente y en cumplimiento de las reglas suprasegmentales que manifiesta una información. En esta extensión del término, la narrativa se convierte en expresiones lingüísticas recogidas por instrumentos, envueltas en frases descontetualizadas y propendiendo por buscar estructuras y categorías en un cuerpo del texto. La forma narrativa comprende, no obstante, una característica de imitación de la acción del sujeto, con la capacidad de relacionar la vida y la temporalidad de la experiencia.
A menudo las personas relatan o cuentan sus experiencias de vida para ayudar a otros, ya sea para comprender el pensamiento, las acciones o reacciones de los individuos (Ricoeur, 1990). Por consiguiente, la narrativa es la forma para dar sentido a nuestros eventos, a nosotros, a los demás, así como a los relatos empleados. “In the context of narrative inquiry, narrative refers to a discourse form in which events and happenings are configured into a temporal unity by means of a plot”7 (Polkinghorne, 1995, p. 5). Por eso, ha ganado popularidad en varios campos académicos: medicina, derecho y, especialmente, en la educación. Se utiliza para lograr un alcance más profundo de la vida. El término narrativa expone acciones, relatos, experiencias y reflexiones. Murray (2003), por ejemplo, define la narrativa como la organización de acontecimientos a través de la interpretación. Asimismo, captura la historia con los datos en bruto y sin categorizaciones excluyentes. Para Bruner (1991), las formas de acceder al conocimiento sostienen diferencia, llámese cientifica o narrativa, en palabras del autor: paradigmáticas o narrativas. Mientras la primera se ocupa del establecimiento de la verdad; la segunda, se preocupa por la “verosimilitud” y el sentido de las experiencias. También se ve la narrativa como una amalgama interdisciplinaria con dimensiones holísticas y contextuadas, sin perder las particularidades que se extraen de forma inductiva del relato. El contenido de los acontecimientos narrativizados cobran relevancia a partir del cómo suceden y por qué lo cuentan. Con Denzin & Lincoln (2005) encontramos que “narratives are socially constrained forms of action, socially situated performances, ways of acting in and making sense of the world”8 (p. 641). A esto se añade la creación de espacios públicos que permiten escuchar a las personas y valorar las experiencias, compartir las historias y proyectar acciones futuras. Para ilustrar lo dicho con Clandinin & Connelly (2000), estos académicos ubican cuatro dimensiones para la indagación narrativa. La primera, desde la mirada interior, reflexiva sobre los sentimientos (hacia adentro). La segunda, con el entorno (hacia afuera). La tercera, hacia el pasado. Y la cuarta, hacia el futuro. En contraste con lo anterior, el fundamento de la narrativa es estudiar la experiencia y el sentido personal. Da la oportunidad de ofrecer argumentos útiles sobre cómo han construido los eventos narrativamente para obtener una comprensión más profunda. Se enfoca en un número pequeño de personas buscando dar voz a aquellas historias calladas o no escuchadas antes. Y, finalmente, con los datos recolectados se aprende sobre los fenómenos sociales, culturales e históricos.
Mishler (1995) identified three types of central research issues in narrative studies. First, the relationship between the order in which events happened (order of temporality) and the order in which they are told in narration (order of reference). Second, textual consistency and structure concerns the linguistic and narrative strategies on which the story is constructed; and third, the importance of narrative with the broader place of the story within the greater society or culture9 (Akseer, 2014, p. 82).
Esto nos conduce a identificar en la narrativa la función temporal y social, por lo tanto, histórica y que se pueda diferenciar de las metodologías cualitativas. Según Hatch & Wisniewski (citado en Heikkinen, 2002)
(...) the Central difference between traditional qualitative research and narrative research is the subjectivity oi cognition. Where qualitative research is still mainly “scientific,” in the empirical sense oi the word, narrative research does not aim at objective or generalised knowledge, but, rather, at a local, personal and subjective knowledge. While the modernist order of knowledge considers this exclusively as a weakness of research, narrative research views the same aspect as a strength. It allows peoples voices to be heard in a more authentic manner. Knowledge is thus formed as a more multi-voiced and multi-level entity, a group of small narratives, and do not become reduced to one, universal and monological “grand narrative,” which often also acts as a tool oi power and manipulation10 (p. 18).
Detallar la vida de una persona, escudriñar en la historia del individuo y explorar en las experiencias personales (ya sea en el trabajo u hogar) o experiencias sociales (comunidad y cultura), así como los contextos históricos, permite obtener una visión detallada interior y exterior. Podríamos precisar en cada área los elementos que participan en función de la narrativa. En la temporalidad la función está en la estructura: pasado, presente y futuro, así como los lugares, acontecimiento o hechos. En lo social se presta atención a las condiciones del contexto que rodea al individuo. Las condiciones personales insertan sentimientos, deseos, esperanza y disposiciones morales, esta última, culturalmente entronizada. Las condiciones sociales apuntan a las experiencias producto de los sucesos situados. De igual modo, las narraciones comunitarias conectan las experiencias y enriquecen la reflexión a través de la percepción del otro. Así, pues las estructuras narrativas despliegan las funciones antes mencionadas, pero también entrelazan historias, tramas, conflictos y resolución, roles, sucesos, eventos y acontecimientos con iniciosintermedio-finales reflexivos, a menudo invisibles o inconscientes. El truco está en ocuparnos de los fenómenos o experiencias más que de las historias y su cronología como “gran narrativa”, descubrir lo que no se encuentra en la superficie y adentrarnos a las profundidades dada por la interacción comunicativa.
III. Conclusiones
La importancia de la narración ha tomado interés en varios campos académicos. En la visión constructivista, el concepto es utilizado para referirse a la naturaleza del conocimiento y su proceso. Es decir, las personas construyen su identidad y conocimiento a través de los eventos y la fabricación de historias (Bruner, 2013).
Knowledge of the World, like each person’s concept of him or herself, is a continuously developing narrative, which is constantly forming and changing form. There is no single dominant reality, but, rather, there are a number of different realities that are being constructed in individuals’ minds through their social interactions with one another. Research, from this perspective, perhaps has an ability to produce some kind oi authentic view oi reality, although the belief in the potential attainment oi an objective reality is rejected11 (Heikkinen, 2002, p. 17).
Por ende, el sujeto conoce sobre la base de las experiencias. El repertorio vivido constituye un poder decir y un poder conocer que no son estables, sino que cambian constantemente por los nuevos eventos ganados (nuevas experiencias) e involucra diálogos con otros sujetos. Además, la relatividad del conocimiento está determinada por el tiempo, el lugar y el contexto. No hay acontecimiento aislado, por el contrario, el hilo conductor de la experiencia está ligado a las perspectivas y vivencias manifiestas enmarcadas en la historia y su conjunto cultural. Por esto, las narraciones toman fuerza, son el punto de partida y de llegada que permite visualizar las discusiones que rodea la realidad, darle sentido a la lectura del mundo que cambia continuamente, cuestionando, per se, la mirada objetiva y sistemática del conocimiento. En lugar de la objetividad, la contextualizacion para identificar el vínculo con el campo social. El conocimiento estará siempre en proceso, encontrando conexiones para comprender a través de la interacción entre las personas.
En vista de la utilidad narrativa, podemos considerar, también, que
(…) that narrative is part of a universal cognitive tool kit, which seemed in the mid- 60s a radical discovery, is now one of the banalities of postmodernism. Scholars from many disciplines have come to recognize, in a phrase made popular by the psychologist Jerome Bruner, “the narrative construction of reality.” We don’t simply assemble facts into narratives; our sense of the way stories go together, how life is made meaningful as narrative, presides at our choice of facts as well, and the ways we present them. Our daily lives, our daydreams, our sense of self are all constructed as stories12 (Brooks citado en Freeman, 2015, p. 22).
Es decir, las narrativas como modo de comprensión del contexto y la práctica. Más que una compilación de hechos, la narrativa será el vehículo apropiado para estudiar la vida de los seres humanos. Además, las particularidades del relato harán siempre más vívidos los acontecimientos.
Aún mejor, nos hacemos en el diálogo, en la producción narrativa porque “cuando el narrador cuenta no solamente trae a la memoria los acontecimientos de los que quiere dar razón, sino que lo narrado entra a formar parte de la vigencia espacio temporal en la que el narrador se encuentra” (Noguera, 2011, p. 111). Es así como se reconoce que la narrativa tiene supremacía refractaria por su manera dialógica de “representar” el mundo (Cárdenas & Ardila, 2009, p. 40) y se rebela contra lo definitivo, lo realizado, lo eterno o lo absoluto. Cuando hacemos uso de las narrativas enlazamos las voces singulares y potenciamos el tejido del relato que es compartido para reinventar nuestra realidad y proyectar nuevas visiones. También, damos rienda suelta a las emociones, sensibilidad, sentimientos y enunciados ampliando la función sígnica en el lenguaje. Una perspectiva narrativa en la construcción de conocimiento considera los procesos de subjetivación en tránsito hacia la valoración del otro que tiene acción y reflexión, que deviene en sujeto relacional, que comprende el contexto sin desconocer la acentuación cultural en él. Mejor dicho, a través de las tramas narrativas se muestran las relaciones históricas, políticas, polifónicas, institucionales y prácticas del ser humano. Recordemos que Ricoeur (2006) define la trama como la que
organiza y une componentes tan heterogéneos como las circunstancias encontradas y no queridas, los agentes de las acciones y los que las sufren pasivamente, los encuentros casuales o deseados, las interacciones que sitúan a los actores en relaciones que van del conflicto a la colaboración, los medios más o menos ajustados a los fines y, finalmente, los resultados no queridos (p. 11).
Así las cosas, las tramas narrativas aportan una cierta organización a la temporalidad; además, debe reconocerse el papel cognitivo por la forma de ordenar y dar sentido a las experiencias. Es por esto que pasamos de la movilidad narrativa (desequilibrio) al restablecimiento de la significación (equilibrio); sin embargo, nos mantenemos por toda la vida en esa ondenante “condena” de ir y venir.
Lo más importante, tal vez, es la distinsión entre los eventos del mundo y las formas discursivas que utilizamos para presentar cada suceso, lo que nos demuestra que la narración tratará siempre de bordear la significación, de dar alguna forma a la vida. Aunque esto no es nuevo, recordemos que los formalistas ruso realizaron una separación entre fábula y syuzhet. La primera, ubicada en el orden de los eventos (cronológico) y; la segunda, en la forma en que los eventos se presentan narrativamente. Es así como esta distinción permitió entender las muchas formas de reflexión en los relatos, las diversas maneras de reorganizar los sucesos para darle un orden comprensivo e intencional: un efecto en los sujetos.
The distinction leads to a further insight: often we as listeners or readers know “what happened” in the world only through its tellings. We are always summoned to consider the possible omissions, distortions, rearrangements, moralizations, rationalizations that belong to any recounting. The more we study modalities of narrative presentation, the more we may be made aware of how narrative discourse is never innocent but always presentational and perspectival, a way of working on story events that is also a way of working on the listener or reader13 (Brooks, 2006, p. 25).
Esto conduce a afirmar que cada narración proviene de un sujeto irreductiblemente intercontextuado e intersubjetivo (Goodson, 2001), pero, también, cada narración teje una contranarrativa ante el silencio, ante la oficialidad. Foucault (2000) lo describirá como aquel que
(…) hace que ese discurso -a diferencia del canto ininterrumpido con el que el poder se perpetuaba, se fortalecía mostrando su antigüedad y su genealogía- sea una toma intempestiva de la palabra, un llamamiento: “Tras nosotros no hay continuidad; tras nosotros no existe una magnífica y gloriosa genealogía en que la ley y el poder se muestren en su fuerza y su brillo. Salimos de la sombra, no teníamos derechos ni gloria, y precisamente por eso tomamos la palabra y comenzamos a decir nuestra historia” (p. 72).
No obstante, la pretensión de dominio cultural del hombre está distante porque accedemos a una reducida parte de la realidad, no tenemos el poder absoluto de apoderarnos y siempre requerimos de completarnos a partir del intercambio con el otro. Por más que narrativamente nos apropiemos de los significados culturales no hay una estación de llegada porque lo que está en juego son las diversas formas de conocer, comprender, significar y dar sentido al mundo con las experiencias humanas. Martín Puchner (2017), nos recuerda que
[l]a narración existió antes que la literatura y al margen de ella durante mucho tiempo, había profesionales y aficionados que contaban las historias oralmente, y solo en raras ocasiones se introducían los relatos en el mundo exclusivo de la literatura. Sin embargo, con el tiempo, cada vez había más historias populares que encontraban escribas dispuestos a conservarlas y a reunirlas en colecciones más amplias (p. 151).
Por otra parte, según Ronald Scollon y Suzanne Scollon (citado en Paul Gee, 2015), los patrones discursivos varían de acuerdo con las particularidades de la realidad o visiones del mundo que tiene cada cultura. Allí encontramos, por ejemplo, fuertes identidades y características culturales que se adoptan con la cosmovisión arraigada en el contexto. Esta perspectiva está ligada a la práctica alfabética que para el caso europeo, norteamericano o latinoamericano cambia en la medida de que se involucren los valores, prácticas sociales y formas de conocer el entorno. No tiene sentido apartar los contextos sociales, las instituciones, las condiciones política, económica y sociales, como tampoco las particularidades culturales. Así, pues, si la cultura dominante estadounidense y anglo-canadiense se centra en el modelo de alfabetización moderna, en el ensayo, en la oración de naturaleza gramatical, no en las acciones interactivas de los usuarios y sí en el valor de la verdad, y las implicaciones lógicas, tendremos, entonces, mentes racionales que interactúan con otras y no sujetos que se comunican con toda la idiosincracia acumulada. En oposición, se pueden encontrar otras realidades o visiones del mundo, por caso, latinoamérica y su multipluralidad social (étnica y racial) en donde las miradas difieren ante la introducción de valores cotidianos, algunos dirán que la diferencia está en la consciencia arbustiva producto de la conexión con la selva y los modos cognitivos de aprender con el mundo.
Vygotski (1995) decía que si alguien desea saber el significado de una palabra solo es necesario abrir el diccionario, pero para entender cómo la persona está entendiendo esa palabra, hay que preguntarle y ese es el sentido.
Una palabra adquiere un sentido del contexto que la contiene, cambia su sentido en diferentes contextos. El significado se mantiene estable a través de los cambios del sentido. El significado “de diccionario” de una palabra no es más que una piedra en el edificio del sentido, nada más que una potencialidad que encuentra su realización en el lenguaje (p. 109).
La persona le da sentido a todo por encima del significado. Educarnos, es entrar en un sistema formal donde se nos va a inculcar significados de manera retualizados. Ahora, aprender de física, derecho, química, medicina o matemáticas es insertarnos en el flujo narrativo de esas disciplinas y otras; es decir, cuando una persona aprende biología no se aprende exclusivamente la explicación de los fenómenos, sino que se aprende a pensar en biología, volviéndose parte de la vida a través de la narración disciplinaria. Por caso, en el derecho lo que encontramos son narraciones para la construcción judicial. Por eso, Brooks (2006) insiste en la necesidad de pensar la narración legal para presentar las experiencias de los individuos y grupos, cosa que el razonamiento legal tradicional descarta de facto porque
[…] los abogados y los jueces no gustan ser felicitados por su destreza narrativa. Todos sus esfuerzos tienden a volver sus relatos judiciales lo menos “historias” posible; es más, inclusive antihistorias: limitadas a los hechos, lógicamente evidentes, contrarios a los vuelos de la fantasía, sostenidos por testimonios oculares, respetuosos de lo habitual, aparentemente “no arreglados” (Bruner, 2013, p. 72).
En resumidas cuentas, a pesar de que los abogados (jueces o litigantes) son conscientes de la necesidad de contar historias, de narrativizar los casos (evidencias y demás), de unir y desplegar la forma narrativa, estos no lo dan por relevante, sino que lo procedimentalizan y segmentan para integrarlo a las reglas legales, a la taxatividad de la norma o en el mejor de casos a la persuasión. La condicionan a la factividad, herencia del positivismo, para dar la idea de objetividad. Utilizan la narrativa como truco retórico, plagando el discurso de “eficacia”. Y esto lleva a esconden la primera persona que es aislar el sujeto, porque los hechos deben hablar por sí solos. Este desarrollo fragmentado tiene un objetivo y es imponer sobre la historia, patrones que limitan su libre juego y extensión presente en la riqueza narrativa. En palabras de Brooks (2006): desterrar las consideraciones del sujeto y emitir un “ordenamiento”, darle forma a la narrativa o un significado acorde con la “verdad correcta” de la ley. Es la narrativa del pacto, alimentada por el precedente y elaborada para ser lo suficientemente plausible, convincente y efectiva. De esta manera, contrario a la fragmentación, está la unión de las piezas que constituyen un gran impulso a la narrativa y permite, no solamente concluir, sino sacar inferencias, tomar posición y satisfacer las obligaciones que la ley impone. No olvidemos que la narrativa es un tipo de organización de los hechos o experiencias, diferente a la canonización del relato (o al silogismo narrativo), es un “paradigma” que emplea el lenguaje para hablar del mundo y darle sentido a los múltiples acontecimientos.