Introducción
Este artículo parte de la tesis doctoral1 sobre representaciones (Jodelet, 1986) de la seguridad en Bogotá, en donde el actor habitante de calle aparece en el imaginario urbano asociado con la ilegalidad, en gran medida más por su condición de consumidor de sustancias psicoactivas (SPA), que de victimario (Avendaño, 2016). Dada esta afirmación, en este escrito se recurre a la mirada espacial y territorial en la línea de las cartografías analíticas de Wacquant (2014), tanto en la escala individual a través de los mapas mentales (De Alba, 2009), en cercanía a algunos preceptos de la sociología del sujeto (Dubet y Zapata, 1989), como en la escala general con relación a la distribución, expendio y consumo de SPA de este habitante, principalmente de bazuco, sin desconocer una condición de policonsumo que existe (Molina, 2015). Se analiza cómo a partir de una dosis personal, una bicha, se configura una red multiescalar del mercado de la droga en Bogotá -caso de estudio-, asumiendo la relación extramural que el habitante de calle construye en su forma de vida, su espacio de vida y su espacio social (Di Meo, 1996).
En realidad, se pone en discusión la instrumentalización de la que es objeto la figura habitante de calle en esa densa red. Como se verá, este se convierte en un eslabón de una cadena bien sea por su capacidad de mimetización, o por su conocimiento de los intersticios de la ciudad, o por su condición de adicto con un consumo problemático. Quizá en realidad lo es por la suma de todos los anteriores. Esta es la razón que lleva al uso de la metáfora de la esclavización cuyo grillete es el bazuco, en la medida en que es la sustancia que lo mantiene atado a la red, pero desde ningún punto de vista se pretende soslayar las causas estructurales o subjetivas del consumo. Para tal discusión se plantea el objetivo de caracterizar las relaciones entre consumo de bazuco -"bichas"-, espacios de vida e imaginarios y representaciones que de ello se desprenden, como una propuesta analítica y metodológica para su estudio, con foco en la configuración de una forma de esclavitud vinculada con la adicción y la dependencia a los psicoactivos.
El documento está estructurado en cinco apartados. De entrada, se ilustran los elementos metodológicos del enfoque espacial que se da al análisis a través de mapas mentales en calidad de imágenes de las representaciones de las formas de vida y de los espacios. Luego, está el análisis sobre la metáfora del grillete del consumo de bazuco, en una bicha, como parte de la cadena de esclavitud en el mercado de la droga. En la tercera parte se discute acerca de los espacios de vida, espacios sociales y espacios de consumo (Di Méo, 1996, 2007) de los habitantes de calle. Luego, se presenta el ejercicio logrado sobre la territorialización y tipificación de los "ganchos" (Avendaño, 2011, 2016; Odispa, 2015; Álvarez-Correa y Duque, 2010; Duque 2015, 2018) en Bogotá, y se cierra con algunas reflexiones e insinuaciones a seguir en esta temática.
Cómo aportar elementos metodológicos espaciales para la comprensión de la situación del habitante de calle
La perspectiva de Hall (1997) de comprender la imagen como una tipología de representación es la que permite hilar las intenciones de este texto al utilizar los mapas mentales, las narraciones de tipo territorial y los mapas temáticos, como expresión de los espacios de vida de los habitantes de calle y su relación con el consumo de drogas. Esto, sin olvidar claramente, como lo ha mencionado Musset (2009), que las herramientas cartográficas no pueden ser asumidas como la realidad misma o el territorio en sí, puesto que apenas son maneras de representar. Martha De Alba (2009) precisa que "los mapas mentales pueden ser considerados como representaciones sociales en tanto imágenes espaciales (no copias literales de lo real) construidas a partir del bagaje sociocultural del sujeto, de su posición social y experiencia del lugar" (p. 12), en este caso de estudio unas relaciones de ciudad, con todos los condicionantes subjetivos que ya se han mencionado.
Los mapas mentales hacen referencia a ese dispositivo cognitivo que da cuenta de la espacialidad del sujeto, de la manera como este resuelve su vínculo con el espacio, a través de la materialización de grafías, de narraciones (Avendaño, 2017, 20182; De Alba, 2009). Por ello, son unas formas interpretativas para visibilizar las prácticas y los discursos, y darle cabida a la comprensión de esas sociologías del sujeto (Dubet y Zapata, 1989). Al igual que la cartografía social Barragán (2012) y Avendaño (2016), afirman que, en términos metodológicos, es necesario definir previamente un objetivo, las categorías de análisis a indagar, la población objetivo, la escala espaciotemporal y, con ello, las preguntas orientadoras. Según sea el objetivo, es posible dejar que los y las participantes realicen de manera libre su graficación a partir de las preguntas o, si hay riesgo de una gran amplitud de respuestas que dificulte luego la sistematización y el análisis, se entregan preestablecidas las convenciones. Para este caso específico, se propuso la espacialización y la comprensión relacional del consumo de SPA por parte de habitantes de la calle en Bogotá. En este ejercicio en particular, se dispuso de un tipo de "leyenda" preestablecida y, luego, a cada participante se le entregaron pequeñas convenciones en forma de calcomanías con las grafías de las categorías3 para ser ubicadas sobre el mapa construido de manera individual (figura 1)4.
En el proceso de comprensión de los espacios de vida de los y las habitantes de calle y su relación con los lugares de consumo y expendio de SPA, también se identificaron las topofilias5 y topofobias6, entendidos estos como factores de la espacialidad y la experiencia de ciudad (Hiernaux, 2012; Lindón, 2006b; Jodelet, 1986), en realidad de un tipo de ciudad, la ciudad de los espacios públicos externos. Estas relaciones de cercanía, filias, y desprecio/temor, fobias, permiten entender muchas de las expresiones graficadas, pues son maneras distintas de identificar cuáles son las acepciones que configuran territorialidad, qué situaciones les facilita su movilidad en la ciudad, así como qué otros aspectos les impide o les coarta la experiencia espacial como expresión de mecanismos de socialización (Kokoreff, 2003). Finalmente, hubo la necesidad de incluir la acepción de topomixtas, lugares con fobia y filia al tiempo, que no estaba prevista al inicio en la línea que Avendaño (2016, 2017, 2018) lo ha propuesto.
Tal como se mencionó, esta reflexión es parte de la tesis doctoral sobre inseguridad en Bogotá (Avendaño, 2016), por lo que la muestra inicial de indagación fue de 402 ciudadanos/as residentes en la ciudad; sin embargo, para la discusión acá desarrollada se tomaron en cuenta los relatos y los mapas mentales de diecinueve habitantes de la calle, contactados en diferentes momentos entre 2010 y 20147. Quizá el mayor reto investigativo, además de establecer el contacto8, fue el de generar confianza bajo el único principio de ser transparente con la finalidad del acercamiento: una investigación académica. Esto genera muchos conflictos a quien hace la investigación, por cuanto queda explícita la instrumentación que se hace de la habitabilidad en calle. Aun así, en la medida en que pasaron los meses, pues cada uno de los diecinueve fue a ritmos diferentes, se establecieron lazos, no una amistad, pero sí un vínculo de escucha, de compartir una merienda y una bebida. Con algunos pocos más que con otros, los contactos no pasaron de dos oportunidades en una tercera parte de los casos, mientras que con otros seis a lo largo del periodo se logró incluso tener más de diez o catorce conversaciones de diferente duración, en las que a veces simplemente se hablada del frío, de las familias, del contexto político o del ocio. Es una metodología cualitativa que, hilando las narrativas y las grafías, permite generar aproximaciones a las territorialidades del habitante de calle.
La bicha, un grillete de una macrocadena de esclavitud
La perversa igualdad metafórica de: bazuco9, base sucia de coca, es a habitante de calle y sus espacios de vida10, como organización social lo es a territorio, fue una de las respuestas altamente frecuentes que aportaron más de cuatrocientos habitantes de Bogotá, al consultarles sobre la primera idea que les viene a la cabeza al pensar en la categoría habitante de calle (Avendaño, 2016; Hiernaux, 2012). En realidad, un peligroso prejuicio (Asignación Estatal, 2010). Este tipo de imaginarios, en los planteamientos de Bailly (1989), es lo que se ha denominado toporrepresentaciones, que en palabras de Avendaño (2016) son:
entendidas como esas formas de entender todo el grupo de acepciones relacionadas con los significados del espacio, es decir, ese sistema que nos permite construir valoraciones, imaginarios y significados de los lugares, espacios y territorios, a partir la cotidianidad, de nuestra experiencia espacial y de la influencia del contexto -geohistoria-, en tanto se constituyen en uno de los elementos que tamizan la forma (intereses, control, uso, disfrute, poder) en que nos relacionamos con los espacios desde los vínculos individuales hasta los de los sujetos sociales y colectivos. (p. 307)
Claramente, este sistema de representaciones sociales (De Alba, 2009; Lefebvre, 1983; Hall, 1997, 1998) es en sí mismo un objeto de estudio muy amplio que no se abordará a profundidad en este escrito. Aun así, se parte de él, más que para verificarlo, mejor para ser tomado como referencia en el eje de análisis habitantes de la calle y consumo de SPA, con una perspectiva territorial. Según Álvarez-Correa y Duque (2010), si bien es desproporcionado afirmar que la totalidad de población en condición de habitabilidad en calle es consumidora habitual de SPA, tampoco se puede negar que, según algunos trabajos documentados, cerca del 75 % de ellos sí posee situaciones de consumo problemático y abusivo de drogas, no solo de bazuco sino también de inhalación de bóxer y en pocos casos de marihuana -por su costo- (policonsumo), y casi el 95 % posee alguna relación o vínculo con las redes de microtráfico11 en el caso de Bogotá (Odispa, 2015). Por ello, es necesario dimensionar y limitar qué roljuega el habitante de calle en toda esta cadena. Es necesario reiterar que el consumo en sí mismo no es el problema, pero quizá sí lo es todo aquel conjunto de condiciones individuales y contextuales, sociales y políticas, estructurales, en palabras de Wacquant (2001), que llevan a un individuo a hacerlo y en algunos casos a potencializar el camino hacia el consumo problemático, en la medida en que cada uno/a de ellos/as posee una historia de vida, una trayectoria absolutamente particular. Es necesario precisar el peligro de las generalizaciones y las estigmatizaciones, pues en la mayoría de los casos lo único que logran es invisibilizar las causas y las consecuencias mismas del consumo.
El eslabón
El narcotráfico12 y el microtráfico, entendidos como una forma de mercado rentista configurado a manera de red jerárquica, diferenciados por su escala macro en el primer caso y en su perspectiva situada en el segundo (Duque, 2015), son el marco analítico del rol que juega el habitante de calle como parte de los eslabones finales de la cadena del mercado, en donde este asume las consecuencias de ser víctima del consumo problemático de SPA, en los casos en donde este se presenta, pues se reitera que no todo consumo es problemático, ni todos los habitantes de calle son consumidores. Esta condición lo convierte en un tipo de esclavo contemporáneo con grilletes ya no de hierro sino en torno de su adicción, que es, en realidad, una condición crítica de salud (Avendaño, Rey, Bernal-Camargo, González, y Romero-González, 2018; Molina, 2015). Dado que el microtráfico es un fenómeno muy particular de los conglomerados urbanos, con diversos nichos o epicentros de distribución, redistribución y abastecimiento (Álvarez-Correa y Duque, 2010), debe su éxito en gran medida a la capacidad dinámica de oferta y repartición eficiente y de máxima cobertura; es justo allí donde el habitante de calle emerge en la escena, reiterando que no se pretende reforzar una generalización peligrosa ni tampoco su estigmatización.
Los escalones del microtráfico urbano, en el proceso de distribución y comercialización de SPA, implican la definición de roles específicos, pero diversificados al interior de la red (Avendaño, 2013). Tal como lo documenta Duque (2015), a algunos de los agentes les es asignada la función de transportadores o correos humanos13: abastecedores; son ellos los que llevan una mayor cantidad de droga al jíbaro14 (vendedor directo), o la razón de contactarlo con un consumidor. Allí, aparecen por primera vez los habitantes de la calle, quienes en ciertos casos guardan entre su reciclaje las sustancias, pero no de manera exclusiva, pues también cumplen esta función vendedores ambulantes, mujeres embarazadas, incluso adultos mayores, es decir, sujetos sociales que no serían potenciales expendedores, pero que cada vez más se han tipificado como "perfiles sospechosos".
Siguiendo a Duque (2015), otros roles son el "campanero", el "intermediario" y el "taquillero". El campanero es el vigilante, es el "tiquete" de entrada a las "ollas" (espacios de almacenamiento, compra y, en ciertos casos, de consumo de SPA). Se ubican en lugares estratégicos. Casi siempre es personificado por un habitante de la calle, de nuevo, un reciclador o personas en ejercicio de la prostitución. Es considerado como uno de los roles de más bajo perfil, por lo que quien lo asume generalmente es una persona con altos niveles de adicción y su función es paga con las dosis de consumo personal. Los que se asumen en este rol no portan drogas y han desarrollado lenguajes particulares para comunicarse. Por ejemplo, uno de ellos, ubicado en torno del sector de la Playita en Chapinero (Av. Caracas con calle 55), mencionó que el cogerse el cabello significa que todo está en orden, organizarse la chaqueta significa que el consumidor puede entrar. El intermediario es el contacto para comprar la mercancía, la droga, es quien lleva al consumidor a los expendios, a las "ollas" o con los jíbaros; este posee una gran movilidad a diferencia del campanero, pues incluso se han personificado en taxistas y vendedores ambulantes. Finalmente, el taquillero es quien se encarga de recolectar el dinero de las ventas y quien realiza el abastecimiento y reabastecimiento de los puntos fijos; casi siempre está acompañado de vigilancia privada y es el contacto directo con las cabezas o los líderes de la red (Duque, 2015; Avendaño, Cardeño y Jiménez, 2007).
Entre una y otra función, el habitante de la calle aparece como un sujeto instrumentalizado a favor de esta red criminal. Es tipificado como ese eslabón que, dada su condición de mimetización y de vulnerabilidad (Gervais-Lambony, 2003), pero también de representación de temor y miedo (Guerrien, 2001), es la presa por predilección en el engranaje del tráfico, sumada a la particularidad de su robusta experiencia espacial (Capron, 2009; Avendaño et ál, 2019). El habitante de la calle tiene la habilidad de conocer intersticio tras intersticio urbano (Lindón, 2006a; Musset, 2009), en medio de sus extensos tránsitos por los kilómetros de la ciudad. Incluso, para algunos (Avendaño, 2016; Kokoreff, 2003), ellos pueden ser vistos como ese único agente urbano que se moviliza por todos los espacios de la urbe, llegando a ser una fuente de información excepcional, una especie de red de inteligencia y conocimiento espacial envidiable, que con dificultad otro sujeto social, quizá los taxistas, la puedan tener en una perspectiva multitemporal como la diferencia básica entre el día y la noche, por ejemplo. Unos y otros podrían ser incluso considerados como sociólogos, geógrafos o antropólogos innatos mejor documentados, con información actualizada en tiempo real, es decir, conocedores de las formas de vida de la ciudad.
La esclavitud de la bicha
Según el Consejo Nacional contra las Adicciones de México, el síndrome de abstinencia se entiende como "el conjunto de trastornos físicos y psicológicos que presenta quien ya ha desarrollado dependencia de una droga o sustancia, cuando la suspende bruscamente o la disminuye después de un periodo prolongado de ingestión" (s. f., p. 3). Es justamente allí, en donde la condición del habitante de calle se hila con la cadena del microtráfico de SPA, pues, como se mencionó, si bien no se puede generalizar que todos ellos sean consumidores (Molina, 2015), o que quienes lo hagan poseen un consumo problemático, sí existe una gran incidencia en su instrumentalización y su adicción.
Según los censos realizados (Odispa, 2015, 2019), en Bogotá se encuentran entre 7000 y 8000 habitantes de calle; la mayoría de ellos (75 %) son policonsumidores de SPA, siendo el bazuco el que ocupa una de las primeras frecuencias. Las razones por las que se pondera su consumo son diversas: porque hace parte de la cadena de inmersión (marihuana-perico y finalmente bazuco), por su costo (una dosis, una "bicha"15 o bolsa de un gramo está entre 1200 pesos colombianos y 2000 en el centro de Bogotá, y rinde para tres o cinco pipazos), por la diversidad de oferta (los "ganchos" de los que se hablará luego), o por los efectos psicoactivos; o en realidad por la suma no excluyente de todos ellos (Molina, 2015).
El habitante que consume bazuco posee un patrón compulsivo que desemboca en problemas de abuso y dependencia (Álvarez-Correa y Duque, 2010; Avendaño, et ál., 2018), es decir, necesita de la permanente sensación psicoactiva, o de lo contrario manifiesta el síndrome de abstinencia. En este escenario, dado que el efecto del bazuco oscila entre cinco y veinte minutos, el habitante de la calle puede llegar a fumarse de treinta a sesenta "bichas" diarias, que en dinero son desde 60 000 hasta 120 000 pesos colombianos (35 dólares a octubre del 2018). Esa es la razón por la cual, para la cadena de microtráfico, este agente es el eslabón por predilección, en la medida en que puede manipular su dependencia dejándolo sin voluntad, una forma de enajenación, de esclavitud por la bicha.
La dependencia por la SPA, en quienes poseen consumo problemático, deja al habitante de calle a la merced del jíbaro o del traficante, pues lo puede poner a hacer la tarea que considere, principalmente a cambio de abastecerle las dosis que necesita diariamente de manera cíclica. Así, por cumplir la función de campanero o de intermediario, recibirá a cambio una bomba, o, en palabras de Álvarez-Correa y Duque (2010), las veinte o treinta bichas diarias. Si no está en la red, evidentemente se verá obligado a mendigar o a hurtar mientras deambula por las calles, para volver a la "olla" del gancho; no es más que la reiteración de un patrón de esclavitud mediado por la adicción y la psicosis que les producen los cortos episodios de abstinencia, y de esta manera se mantienen reforzando la red del perverso mercado rentista. De manera complementaria, el consumo lo alternan con bóxer, que es un tipo de pegante amarillo, utilizado industrialmente de fácil comercialización abierta, pues, al ser un insumo cotidiano (cien miligramos, en menos de 2000 pesos o 0,7 dólares a 2019), no es tipificado como una sustancia ilegal, aun cuando se conoce de sus nefastos impactos en la salud.
El consumo problemático y adictivo de SPA que tienen los habitantes de calle es la condición que los ancla a esta forma de esclavitud, lo cual se agudiza en Colombia al no contar con una política pública nacional ni local para atenderlos desde una perspectiva de problemática de salud pública integral permanente (Duque, 2015) que reconozca la necesidad de comprender toda la complejidad que implica una vida en habitabilidad en calle.
Espacios de vida, espacios sociales, espacios de consumo
En la perspectiva de Bourdieu (1988) y Di Méo (1996, 2007), se recurrió a la propuesta de mapas mentales de Avendaño (2016), 2017, 2018) y de cartografías parlantes de Barragán (2012), para trascender de la descripción del fenómeno de consumo a la de toporrepresentación de los espacios de vida y espacios sociales16 de los habitantes de calle, con el fin de comprender su experiencia espacial en asociación con el consumo de SPA en Bogotá. Para Lindón y Hiernaux (2010), la experiencia espacial integra ininteligiblemente tanto las prácticas (recorridos, tránsito), como la información (clasificaciones) y la subjetividad (valoración), "en una totalidad aún no del todo comprendida" (p. 388). Es por esta razón por la que se ha recurrido al uso de cartografías cualitativas, para vincular al sujeto, habitante de calle, con sus prácticas en el espacio; se ha hecho desde la afirmación de que este agente es casi que un geógrafo por excelencia, lo cual nos acerca también a los caminos de la sociología del sujeto (Dubet y Zapata, 1989) y los ejercicios de Wacquant (2014).
Para ello, se parte de la afirmación de que la ciudad, en su forma material, simbólica e imaginaria (Debarbieux, 2003), es en sí misma el espacio de vida y, al tiempo, el espacio social de los habitantes de calle. Es decir, que su manera de relacionarse con Bogotá, al igual que con otras urbes, no solo se da porque habitan en el interior de lajurisdicción político-administrativa o porque allí desempeñan sus principales actividades vitales (reciclaje, consumo, socialización, etc.), sino porque sus espacios abiertos de tránsito (vías, puentes, parques, caños, etc.) en realidad estructuran su hábitat, su "gran vivienda de trasmuros" (Avendaño, 2016, 2017, 2018; Caldeira, 2007; Jacobs, 1993), configurando una ciudad alterna, diferente, quizá transgresora, dentro de la ciudad formal regulada por las condiciones de clase y las lógicas del mercado. Claramente es muy diferente a lo que experimenta una persona que pernocta en una casa cerrada y que utiliza la red urbana para movilizarse a otros espacios igualmente sellados para desarrollar sus actividades -laborar, estudiar, realizar diligencias (Lindón, 2006b)-, de manera monótona, regulada y casi que al servicio del capital. La ciudad, o un tipo particular de ciudad, es la vivienda del habitante de la calle, la misma que le permite, incómodamente, en medio de sus infraestructuras, dormir, socializar y claramente consumir.
Escenarios de consumo a través de mapas
Para la reflexión, se presentan algunos de los ejemplos obtenidos, luego que ciertos colaboradores, hombres y mujeres, habitantes de calle, accedieron a graficar sus espacios de vida, siguiendo la metodología expuesta al inicio del texto.
El primer mapa es elaborado por un joven de veintinueve años cuyo espacio de vida se da en la localidad de Ciudad Bolívar, al sur de Bogotá (figura 2). La particularidad de este es que agencia su habitabilidad en el mismo espacio social donde vive su familia y en donde tuvo su niñez (centro del mapa). Ahora las calles de los barrios de Los Luceros son su espacio de vida, caracterizados, como se visualiza, por tres nichos de expendio y consumo de SPA, bazuco, marihuana y bóxer (encerrados en los círculos), hitos de violencia, hurtos (hacia la Av. Boyacá), homicidios (ver convenciones de muñecos de nieve y figuras de cuerpos) y una combinación de topofobias (caritas tristes), topofilias (caritas felices) y topomixtas (las dos caritas en el mismo lugar), principalmente en los territorios de la "olla" de mayor dimensión; esto está relacionado en cierta medida con que allí consigue sus dosis de bazuco, pero a la vez posee problemas y tensiones con los jíbaros, siendo también testigo de episodios de ajustes de cuentas (homicidios). Es la toporrepresentación de y desde el habitante de calle. Estos mapas han de verse entonces más allá de la idea de los hitos y las sendas propuestas por Lynch, K. (1960), pues acá tiene dinamismo social.
Otras dinámicas de espacios de vida en habitabilidad en calle las expresan un par de mujeres que ponen sobre la mesa diferentes relacionamientos: el hecho de instrumentalizar también su cuerpo, prostituyéndose para acceder a las dosis. Ellas han ejercido la prostitución en la localidad de Kennedyi17 al occidente de Bogotá y en el centro de la ciudad en el tradicional barrio Santa Fe, en donde alternan su dependencia con cocteles de drogas. La primera de ellas, con espacio de vida en Kennedy (figura 3), evidencia en su mapa una presencia mucho mayor de bazuco al interior de las zonas residenciales y junto a lo que, según la mujer, es el río que dibujó en la parte superior de manera horizontal.
El círculo es el nodo central de expendio, lugar a donde debe llevar las ganancias para garantizar la vida de sus hjos, pues allí los tienen a manera de "prenda", para garantizar la venta de SPA. Su área de trabajo es el parque del lado derecho (cuadrado), que es el mismo donde ella desarrolló sus vínculos de infancia, conservando aun hoy el trato con la mayoría de las personas residentes (espacio social). Allí buscajóvenes para captar adictos, de tal manera que sean ellos quienes le compren en el futuro, y, por qué no, que se vinculen a la red de expendio, en el mismo camino que Pain (1997) ha documentado.
El siguiente mapa es de la habitante de calle que transcurre por el centro de Bogotá y que de manera llamativa ubica lo que ella denomina "ollas de cocteles", es decir, no solo de bazuco sino de marihuana, perico y drogas sintéticas, debido a la configuración de un mercado más diversificado que se reconoce en esta zona de la ciudad, entre las calles 21 a 26, al costado occidental de la Av. Caracas (figura 4).
En conjunto, ellas, al igual que las otras personas que participaron del ejercicio, afirman que "no están tan llevados", a la luz de la relación habitante de calle-consumo de SPA, pues consideran que su adicción es menor si se cuenta la cantidad de "bichas" diarias consumidas; como también que pese a la mayor exposición, en general siempre hay un menor número de mujeres que de hombres en condición de habitabilidad en calle. Lo que sí se puede decir es que las mujeres, si bien poseen menor proclividad al consumo (Odispa, 2015), cuentan con mayores condiciones de riesgo por la instrumentalización no solo de su adicción sino de su mismo cuerpo. Para dar paso al siguiente ejemplo, se trae un apartado de la conversación tenida con la mujer que diseñó el anterior mapa, en donde recuenta cómo inició su vínculo con las SPA, que luego la llevarían a asumir la habitabilidad en calle:
Yo había fumado marihuana por primera vez en la fiesta de mi cumpleaños el 17 de enero. Pero qué golpiza tan tremenda que me metió mi mamá cuando se dio cuenta que estaba trabada. Yo seguí fumando ganya [marihuana], y un día, en la casa, mi hermano salió con el tarrito de bóxer, yo le cambié el plato del almuerzo que tenía por el tarrito, y desde ahí empecé a galearme. Ya después en mi casa casi todos mis hermanos metíamos bóxer sin problema, pues al final de cuentas mi papá y toda su familia son una mano de viciosos. Después de las tandas tan bravas que me pegaban, un día decidí irme de la casa, y desde ahí, como usted me ve, la calle es mi rancho (entrevista a mujer habitante de calle de 30 años de edad, residente en la localida de Mártires, 2014, 30 de enero).).
Para culminar, se presentan dos mapas de habitantes de calle que poseen su espacio de vida y social en el barrio San Bernardo, al costado sur del Parque Tercer Milenio que otrora fuese el territorio de la mítica Calle del Cartucho, emplazada sobre el tradicional y extinto hacia 1980 barrio Santa Inés del centro de Bogotá (Cardeño, 2005). El "Samber", área de influencia del también ya desterrado Bronx, posee su propia dinámica en torno a la habitabilidad en calle y por ende amerita visibilidadi18. Por esta razón no se quería hacer énfasis en ese territorio icónico, sino apenas traer algunas expresiones de otras partes de Bogotá, para luego, como se verá en la parte final, ir a una mirada macro de la ciudad en la relación habitante de calle, consumo, "ollas" y "ganchos", en palabras de Duque (2015, 2018).
Estos dos mapas, muy similares en morfología, hablan de doce o dieciséis manzanas que son un micromundo del tráfico y el consumo de SPA del centro de la ciudad. Allí, en menos de ocho hectáreas, se encuentra un universo de oferta de ilegalidad entre ejercicio de prostitución condicionada y explotación sexual y comercial de niños, niñas y adolescentes, mercado de armas y expendio de drogas. La combinación de estas actividades es una de las primeras aureolas del sector del Bronx, que desde el año 2000 se convirtió en el receptáculo tendencial de muchas de las actividades expulsadas luego del exterminio de la Calle del Cartucho hacia los años noventa. Por esto, un gran conjunto de habitantes de calle retomó los procesos de territorialización y expansión, que terminaron en la masificación de los "sopladeros" e inquilinatos, espacios alquilados por días y horas, no solo para dormir, sino para consumir SPA, por parte de aquellas personas que están en el tránsito hacia la habitabilidad en calle. En síntesis, los mapas como el de la figura 5 muestran la abundante oferta de expendio de SPA en un amplio sector, que veinte años atrás era un barrio residencial tradicional con locales de ebanistería y carpintería, pero que hoy, a los ojos de cualquier transeunte, es uno de los nichos por predilección para el negocio de SPA.
Como se visualiza, algunas de las antiguas casonas del barrio San Bernardo hoy día están convertidas en "sopladeros" y espacios de vida de habitantes de la calle (figuras 6 y 7), quienes aprovechan sus ruinas para configurar nuevos hábitats en medio de esa ciudad planificada que los estigmatiza y los marginaliza. Estas casas que albergaron hasta los años noventa a familias y comerciantes, hoy, en medio de las ruinas, son los intersticios del consumo.
Cartografías de los ganchos en Bogotá
En este texto se ha venido documentando el vínculo entre la condición de habitabilidad de calle, el consumo de bazuco, las "bichas" y su anclaje metafórico al grillete en la macrocadena de la esclavitud a la que son llevados los sujetos en el consumo-mercado de drogas. Luego, tomando como soporte la técnica de mapas mentales, se ilustró sucintamente algunos aspectos de los espacios de vida y los espacios sociales de ellos. Ahora, como un intento de ejercicio de síntesis, se quiere integrar a escala de ciudad, a través de un único mapa, de una sola imagen, lo que sería el cuadro más general del consumo de SPA, bazuco, en Bogotá, y, por ende, del vínculo socioterritorial que esta situación posee, más allá de los nichos comunes y estereotipados, con los macroexpendios de drogas (Avendaño, 2011, 2016; Odispa, 2015, 2019; Álvarez-Correa y Duque, 2010; Duque 2015). Es una tentativa para reafirmar que en la medida en que la ciudad misma es el espacio de vida de los habitantes de calle, consecuentemente la actividad del consumo de la sustancia más preponderante, el bazuco, también lo está de manera dominante en toda la capital, como expresión de la territorialización y las formas de control del mercado rentista del tráfico, tal como ocurre en otras urbes del mundo (Avendaño, 2016; Wacquant 2001, 2014; Musset 2009).
El mapa ubica catorce "ganchos de bazuco"19 (figura 8), con el telón de fondo en tonos verdes que corresponde a los casos reportados, por localidad, del nivel de abuso de consumo de SPA, según el Sistema de Vigilancia Epidemiológica del Consumo de Sustancias Psicoactivas (Vespa). La conclusión previa que se puede tener es que el mercado de este negocio ilícito está difuminado por toda la ciudad de manera jerárquica, pues, debido a la condición dual de los habitantes de calle, adictos y expendedores (Molina, 2015), se garantiza la extensión territorial de los mecanismos de esclavitud del consumo de SPA por la ciudad. Estas franquicias de cada de uno de los "ganchos", como evidencia del control territorial (Avendaño, Forero, Oviedo y Trujillo, 2019), en donde aún el centro de Bogotá sigue siendo el de mayor jerarquía, posee un segundo nivel en torno a las localidades de Ciudad Bolívar, Kennedy (en el "Cartuchito cerca de Corabastos"), Engativá, Suba y el norte de Usaquén (Duque, 2015). De estos macroexpendios se documentó que son los nichos de abastecimiento de bazuco para el resto de Bogotá, a través de los habitantes de calle que transitan por los espacios de manera sectorizada (Molina, 2015).
Los "ganchos" no son más que franquicias de distribución de bazuco, con estrategias de defensa, control y dominio, territorialización, en palabras de Duque (2015) y Avendaño (2016). Su diferencia entonces no es la sustancia en sí misma, sino el empaque, la "marca registrada" con la que se comercializa el bazuco en diferentes sectores de la ciudad. Según los mismos habitantes de calle, como también según las reflexiones aportadas en extensas conversaciones con la investigadora Carolina Duque y con "Milo", quien prefiere mantenerse en anonimato, los principales "ganchos" en Bogotá son: Cuadriculado20, Bolsa plástica21, Capsula22, Rosado23, Rojo24, América25, Manguera26, Amaril27, Papel periódico28.
Más allá de los que fueran los muros y las mismas fronteras invisibles que existían en el emblemático centro del Bronx, es claro que el tema de la relación del tráfico y consumo de SPA, mediado por los habitantes de calle, poseía y posee una escala más amplia con cobertura en toda la ciudad, con niveles de especialización mercantil, territorial y jerarquía altamente estructurada y vinculada en gran medida con la instrumentalización de la que es objeto el habitante de calle, como esclavo de su adicción, pero también como eslabón en la masificación del consumo de drogas ilegales diversas en Bogotá. Esta situación, al revisar los trabajos de Duque (2015), Álvarez-Correa y Duque (2010), entre otros, puede extrapolarse guardando las proporciones, a otras ciudades del país como Barranquilla, Bucaramanga, Cali y Medellín, pero también abre las puertas a incentivar la profundización de este tipo de reflexiones
Para finalizar
La comprensión de las formas de vida de los habitantes de calle, en este caso tomando como foco de estudio algunas evidencias en Bogotá, y su relación con el consumo de drogas, pone como reto la necesidad de una mirada amplia y de diálogos entre metodologías, saberes y disciplinas. El analizar múltiples dimensiones como lo son las de salud, subsistencia, economía, espacios de vida y dinámica misma del mercado rentista de psicoactivos, permite ver que el conocimiento sobre el consuno de SPA no se puede reducir al imaginario de la ausencia de voluntad de parte de ellos, en el entendido incluso que no toda forma de consumo es problemática. Por el contrario, pone en evidencia la complejidad multiescalar de una situación, que, además, de ser huérfana de políticas públicas sociales y de salud realmente profundas, lo único que genera es la ampliación del caldo de cultivo para las economías ilegales que se aprovechan de la adicción para convertir al habitante de calle en un esclavo del consumo, con grilletes en formas de "bichas" dado su síndrome de abstinencia.
La representación y el imaginario paupérrimo sobre el habitante de calle es útil e instrumental para un mercado que saca provecho no solo de su consumo, sino también de los saberes urbanos que este ha venido construyendo a través de sus tránsitos y experiencias en el proceso de aprehensión de las calles, sus infraestructuras e intersticios, en la adaptación e interiorización de la ciudad como su espacio vital y social, lo que permite ver la coexistencia de una forma particular material y simbólica de otra ciudad dentro de la ciudad formal. Es decir, que la toporrepresentación de la espacialidad del habitante de calle y todo su conjunto de pares, en cierta medida, se ha configurado como parte de los saberes estratégicos para garantizar la expansión y el control de los mercados de la droga en la capital: puede leerse como un mecanismo más de las lógicas de poder expandidas a cualquier costo social y humano.
La graficación de la espacialidad, de su experiencia y los elementos que son importantes en su relacionamiento a través de los mapas mentales, sin buscar generalizaciones ni modelos, sí da las evidencias sobre la "coexistencia" de otra ciudad entre las morfologías urbanas, las mismas en las que se reproducen mecanismos de control y esclavitud a la vista de todas las demás estructuras sociales, sin el más mínimo sonrojo. No en vano, el apartado metodológico de este escrito tomó espacio protagónico, en vista de la necesidad de recurrir a miradas plurales que permitan integrar otras dimensiones (subjetivas, políticas, económicas, geográficas y territoriales, etc.).
Ahora bien, esa otra ciudad, tanto de la espacialidad vivida por los habitantes de la calle, como de la presencia de un mercado de expendio y consumo de drogas, es realmente diversa. No se trata solamente de verificar si son 7000 o 9000 habitantes para darles reconocimiento como afectados de una "situación socialmente relevante", sino de comprender que esa colectividad en realidad ha construido formas de vida, para algunos transgresoras, con el costo de ser un eslabón más, no menos importante, en el entramado de una red metropolitana de ilegalidad, con jerarquías, funciones y territorialidades claramente establecidas, tal como se visualizó en la caracterización de los "ganchos". Yendo a un futuro no tan lejano, es necesario pensar cómo se transformarían estas lógicas, estas sociologías del sujeto, estas toporrepresentaciones, en el momento en que se trasciendan todos los elementos del mercado ilegal a uno legalizado. Queda el planteamiento.
En últimas, se abre la discusión con relación a qué perspectivas son necesarias convocar para ampliar los niveles de comprensión sobre la diversidad y pluralidad que tipifican a la categoría habitante de calle, en pro de marcar distancia de los imaginarios "tipo" sobre desconexión, anomalía social, disfuncionalidad y obsolescencia. Es necesario entonces plantearse una mira de la calle en calidad de espacios de socialización, de rebusque de alimentación y de dinero, de tránsito, pero sobretodo de permanencia y de vida, de cotidianidad. En sí, el habitante de calle es un gran grupo heterogéneo, por ello sus focos analíticos igualmente lo han de ser, si se desea comprender, de una manera más profunda, la complejidad de cada forma social que representa y toporrepresenta.