Introducción
Las investigaciones arqueológicas regionales sobre los patrones de asentamiento de las sociedades prehispánicas muiscas han documentado la formación de pequeñas comunidades que con el tiempo crecieron y se transformaron en asentamientos más grandes, con jerarquías políticas internas y relaciones desiguales dentro de sus respectivas regiones (Argüello 2015; Boada 2006, 2013; Fajardo 2016; Jaramillo 2015; Langebaek 1995, 2001) . Los patrones materiales identificados concuerdan en términos generales con lo esperado de las sociedades del tipo cacicazgo (Drennan y Peterson 2005, 2011): una organización política que articulaba poblaciones crecientes por medio de una jerarquía social (Drennan 2000; Drennan y Uribe 1987). Sin embargo, los estudios regionales y de las unidades domésticas han encontrado poca evidencia de control directo por parte de las élites sobre las poblaciones muiscas y sus recursos básicos (Argüello 2015; Boada 2000, 2007; Fajardo 2011; Henderson y Ostler 2005; Kruschek 2003; Langebaek 1995, 2001). A la vez, la funcionalidad del liderazgo cacical ha sido cuestionada en trabajos etnográficos (Feinman y Neitzel 1984; Roscoe 2000), lo que indica la necesidad de documentar la organización política mediante estudios arqueológicos que tengan una postura abierta al gran rango de variación en la diferenciación social y la escala vertical en estas unidades políticas (Drennan 1996; Drennan, Peterson y Fox 2010). El alto grado de variabilidad nos invita a explorar los patrones de asentamiento como diferentes formas de acción social dentro de las regiones estudiadas (Cuéllar 2012).
Los siete estudios regionales existentes en Colombia dentro del área muisca (figura 1) muestran historias ocupacionales particulares, lo cual también dificulta la identificación de características presentes en todas. En algunas regiones en el área de estudio existe un asentamiento mayor desde las primeras ocupaciones (Argüello 2015; Boada 2013), pero en otras hay múltiples asentamientos de tamaños muy parecidos entre sí, desde el inicio de la ocupación (Boada 2006; Fajardo 2016; Jaramillo 2015; Langebaek 1995, 2001) o durante la secuencia ocupacional (Boada 2006; Langebaek 2001). Algunas regiones tienen patrones espaciales más nucleados (Langebaek 2001), mientras que otras son más dispersas (Argüello 2015; Fajardo 2016; Langebaek 1995). Por lo tanto, no siempre es claro cómo identificar a la comunidad cacical dominante en cada región estudiada. Aunque la literatura sobre los alcances metodológicos y conceptuales de los patrones de asentamiento para reconstruir procesos sociales, políticos y económicos es ampliamente reconocida dentro de la arqueología (Drennan 2000; Sabloff y Ashmore 2001), la discusión específica sobre cómo clasificar y comparar los asentamientos para discutir la organización social muisca todavía es un tema abierto para los investigadores (Jaramillo 2015, 1-11, 65).
En este artículo argumento que el proceso de formación de las comunidades muiscas podría ser el resultado de diferentes iniciativas por parte de diversos grupos sociales. Un alto grado de autonomía política y múltiples escenarios de experimentación en diferentes regiones podría explicar la variedad de características de los asentamientos muiscas documentados hasta ahora, así como la poca evidencia de control directo desde una comunidad cacical dominante. Este artículo indaga sobre la capacidad -y los límites- de los grupos sociales de incidir de diferentes maneras en el cambio social mediante procesos de agencia colectiva (Brumfiel 1992, 2000; Dobres y Robb 2000, 11). La consideración del papel que desempeñan las múltiples actividades y la experimentación en la creación y reproducción de jerarquías sociales en diferentes regiones tiene antecedentes arqueológicos en el área muisca. Boada ha propuesto que, en la aldea de El Venado, la base de la jerarquía social fue dinámica e incluía combinaciones de actividades manejadas por élites en competición; también señala que la interacción y la articulación de diferentes actividades entre grupos sociales durante toda la ocupación, tales como el manejo de fiestas, la producción de telas y diferencias sutiles en la distribución de cortes de carne, fueron más determinantes que una sola actividad singular y dominante (Boada 1999, 121; 2007, 223). En una muestra de unidades domésticas alrededor de Funza, Kruschek (2003, 216-223) también encuentra actividades relacionadas con pequeñas diferencias de prestigio y un menor grado de riqueza, y nota que no hubo un control sobre recursos básicos por parte de las élites, aunque ciertas unidades domésticas de alto estatus sí tuvieron una mayor participación en la producción de telas (Kruschek 2003, 225-226). Los estudios de Kruschek sugieren que el grado de diferenciación social era menor y se caracterizaba por rasgos variados, sin que ninguna actividad fuera controlada exclusivamente por un grupo de élites.
Las comparaciones empíricas nos permiten considerar explicaciones alternativas: que hubo unos pocos centros cacicales dominantes desde los cuales se desarrollaron inicialmente las tradiciones culturales y políticas asociadas a las jerarquías sociales. Es posible que, hasta ahora, las investigaciones arqueológicas en el área muisca no hayan encontrado los centros cacicales tempranos, que eran los ejes de mayor cambio y donde las relaciones de poder se transformaron a partir de configuraciones sociales y actividades muy específicas. En conjunto, los siete estudios arqueológicos a escala regional no cubren más de 660 km2 (figura 1). Este escenario, que se asume de forma implícita en varios estudios, sugiere que el cambio social pudo haber sido más delimitado, desarrollado desde unas pocas comunidades y que estos cambios fueron manejados por unos pocos grupos sociales. Mi argumento, con base en la evidencia disponible, es que la variación indica la participación de muchos grupos sociales que ejercen diferentes actividades asociadas con las jerarquías sociales.
Aproximaciones críticas al cambio social: agencia colectiva
En un influyente artículo, Elizabeth Brumfiel (1992) criticó las teorías sistémicas de la nueva arqueología por invisibilizar a los grupos sociales y sus actividades particulares como factores relevantes del cambio social. Allí argumentó a favor de examinar el cambio social como el resultado de negociaciones internas en la sociedad, a fin de entender mejor las posibilidades y los límites de los seres humanos para generar el cambio. Desde su perspectiva, la sociedad era en parte el resultado de microprocesos de negociación entre agentes sociales que ajustaban sus metas en medio de tensiones con los límites sociales y ecológicos (Brumfiel 1992, 551). Además, las circunstancias sociales podían ser fuente de cambio en diferentes momentos (Brumfiel 2000, 251). Brumfiel nos recuerda que el cambio social no siempre es una respuesta a problemas funcionales, que no en todos los casos implica transformaciones completas de las sociedades y que las acciones humanas pueden variar según sus condiciones. Esta reorientación conceptual fue replicada más ampliamente en la antropología (Moore 1997; Ortner 1984; Sahlins 1985; Wolf 1990, 1999), que hacía eco de revaluaciones teóricas en las ciencias humanas por parte de pensadores como Giddens (1984) y otros (Dobres y Robb 2000; Gledhill 2005; Henderson y Fajardo 2012). Las propuestas de Brumfiel han motivado nuevas consideraciones metodológicas y conceptuales entre los arqueólogos interesados en el estudio de la agencia colectiva, entendida como “el proceso cultural colectivo mediante el cual las nociones de persona y pertenencia al grupo se construyen, negocian y transforman” (Dobres y Robb 2000, 1, traducción propia). Esta noción de agencia colectiva se ha empleado para entender la conformación de grupos sociales en las sociedades cacicales muiscas (Henderson y Ostler 2005; Leguizamón 2016) y otras sociedades complejas (Gillespie 2001). También es relevante para pensar la interacción de los grupos sociales relacionados con las primeras comunidades locales en el área muisca.
Eric Wolf: la búsqueda de grupos sociales y diferentes configuraciones de poder
Los planteamientos de Eric Wolf sobre las relaciones de poder facilitan la evaluación de la incidencia de los grupos sociales en el cambio social (Gledhill 2005; Heyman 2003; Wolf 1990, 1999). Wolf distingue diferentes clases de poder y contextos de cambio: dos de ellos son el poder táctico, enfocado en la capacidad de promover actividades colectivas, y el poder estructural, enfocado hacia la generación de estructuras sociales (1999, 4-6). En su libro Envisioning Power (Figurar el poder), Wolf (1999) discute estos dos conceptos para entender la variedad de procesos y relaciones sociales mediante las cuales la gente crea alguna ventaja estratégica o nuevos campos de acción, y de esta manera modifica o reproduce el conocimiento cultural o genera ideologías dominantes. Esta perspectiva es relevante en los análisis arqueológicos porque no presupone la capacidad de un solo individuo como eje del cambio social y se centra más bien en procesos de agencia colectiva (Dobres y Robb 2000, 13; Drennan 2000; Henderson 2008, 42-47; Henderson 2012, 162-164; Henderson 2014, 181-184).
Los conceptos de Wolf son útiles para hacer comparaciones de las actividades humanas habituales que dejaron huellas en los lugares de ocupación y del manejo espacial de las actividades comunes durante cientos de años. Pero se ha criticado a este autor por no tener en cuenta que no toda actividad humana se reduce o se deriva de las relaciones de poder (Barrett, Stockholm y Burke 2001, 474; Whitehead 2004). En este artículo nuestra discusión examina, mediante reconocimientos regionales sistemáticos de las primeras comunidades muiscas documentadas, la variedad de formas espaciales y las actividades asociadas (tabla 1), para comprender mejor el grado de diferenciación y semejanza entre grupos sociales de múltiples regiones (figura 1) (Drennan 2000, 10-11, 41-53, 129-136).
Según Wolf, el poder organizativo o táctico se refiere a la capacidad humana de controlar los escenarios colectivos en donde se expresan las diferencias sociales y culturales. En este tipo de poder, el cambio social y la innovación en actividades, ideas preexistentes o relaciones sociales se basan en la capacidad de organizar los espacios colectivos o los contextos de interacción o competición. La formación de comunidades podría haber sido el resultado de un poder táctico que no puso limitaciones a las actividades diarias, y en este escenario las modificaciones en la jerarquía social llegarían a ser más variadas y cambiantes en el tiempo; como resultado de las iniciativas particulares de diferentes grupos sociales, múltiples líneas de evidencia mostrarían variación (tabla 1). En el caso específico de las sociedades muiscas, esperamos documentar que las diferencias de estatus estarían asociadas con distintas actividades que cambiaron en el tiempo (Boada 2007), y que variaron según la comunidad o región. Igualmente, se esperaría que la formación de comunidades o asentamientos más grandes estuviera relacionada con nuevas actividades en el espacio y en el tiempo. Los patrones espaciales de las comunidades también deberían ser más diversos, con distintos grados de nucleación y un menor crecimiento poblacional. Entonces, los periodos de cambio deberían estar marcados por diferentes momentos de consolidación en cada región, dado que las dinámicas responderían a las particularidades de las comunidades locales.
En el poder estructural, las personas crean nuevos campos de acción o configuraciones sociales que generan ventajas para unos y límites para otros. El efecto de limitar las expresiones alternativas es lo que apoyaría la consolidación y la reproducción de las tradiciones culturales asociadas a las jerarquías sociales. En este sentido, la aproximación de Wolf es similar a las formulaciones de Giddens, que unen agencia y estructura y comparten aspectos de la noción de gobernanza de Foucault (Barrett, Stockholm y Burke 2001, 474). Para el caso muisca, el concepto de poder estructural añade otra perspectiva relevante del control político, dada la poca evidencia de control directo sobre los recursos básicos. En este segundo escenario, las modificaciones en la jerarquía social podrían ser más formales y uniformes dentro de múltiples comunidades, como resultado de la creación de tradiciones culturales muy ligadas a diferencias de estatus y al manejo de poder. Con la formación de comunidades cacicales se esperaría identificar menos variación entre regiones y la presencia de alguna actividad nueva, diferencial y estable en el tiempo. También se debería identificar pocos marcadores materiales ligados a un estatus alto en algunos miembros de cada comunidad o en unidades domésticas de las élites. A su vez, los patrones espaciales de las comunidades cacicales deberían ser más uniformes y mostrar un mayor crecimiento poblacional en comunidades cacicales más centrales. Adicionalmente, los periodos de transformación dentro de los asentamientos podrían haber coincidido en el tiempo, en un periodo específico y delimitado, y haber dejado evidencias materiales más uniformes en cuanto a actividades, configuración de grupos o diferencias de estatus dentro de las poblaciones. En este caso, los cambios en cada comunidad responderían no solo a las particularidades locales, sino en mayor medida a transformaciones regionales o macrorregionales, o de comunidades cacicales más grandes e influyentes.
Este artículo discute en detalle la formación inicial de comunidades cacicales locales en cinco de los siete estudios regionales y se enfoca en los casos en los que la formación de comunidades coincide con proporciones de crecimiento poblacional más altas (Boada 2006, 2013; Fajardo 2016; Langebaek 1995) o en las que el grado de nucleación de la población regional es mayor (Langebaek 2001) (figura 1) (Drennan 2000, 53-58). La escala analítica es únicamente la de la estructura de las comunidades locales (Drennan y Peterson 2011, 72), desde las cuales emergieron formaciones sociales más grandes y que arqueológicamente se expresan en patrones de asentamiento muy diferentes (Drennan y Peterson 2011, 72). La expresión es relevante porque las formas espaciales de las comunidades locales documentadas arqueológicamente son más variadas con respecto a la idea etnográfica original de la aldea local o de la noción arqueológica de la aldea neolítica (Drennan y Peterson 2011, 72). Esta selección no pretende explorar toda la variación documentada en los siete estudios regionales (Argüello 2015 y Jaramillo 2015), pero permite examinar y comparar casos en los que podrían haber surgido comunidades cacicales locales más influyentes dentro de sus regiones (tabla 2). En total, se compara la información publicada sobre la formación inicial de diez comunidades locales diferentes. De ellas solo cinco proveen la misma clase de información, lo cual indica la necesidad de más estudios con un enfoque comparativo. La discusión sobre el contexto regional en que surgieron estas diez comunidades locales, sin embargo, proporciona poca evidencia de la presencia de un poder estructural entre un grupo de élites de una sola región o comunidad. El escenario que cuenta actualmente con más evidencia arqueológica es el de la existencia de un poder táctico en el que participaban múltiples grupos sociales mediante diferentes actividades de festejo, relacionadas con las jerarquías sociales dentro de sus regiones y alrededor de diferentes comunidades cacicales locales muy pequeñas.
Formación de comunidades muiscas en el valle de Fúquene y Susa: comunidades pequeñas y poca centralización política
Desde el primer estudio regional sistemático realizado en los valles de Fúquene y Susa (Langebaek 1995), hay evidencia de poblaciones regionales grandes y con un mayor grado de diferenciación hasta el periodo Muisca Tardío (1200 d. C.-1600 d. C.) y la presencia de una sola comunidad más grande desde el periodo Muisca Temprano (800 a. C.-1200 d. C.). En el primer periodo de ocupación, Herrera (800 a. C.-800 d. C.), Langebaek documentó dos comunidades (VF494 y VF718) de 5,79 ha, otra de 5,2 ha y una tercera más pequeña de solo 2,82 ha (VF724) (Langebaek 1995, 75). Los demás asentamientos eran muy pequeños; representaban el 65,4 % de la población regional y probablemente correspondían cada uno a una unidad doméstica solamente (Langebaek 1995, 77). Durante este extenso periodo, el rango posible de población para esta región está entre 159 y 318 (tabla 2), aunque Langebaek también propone una cifra de 399-558 (Langebaek 1995, 77) dado que el tamaño de muchas ocupaciones, de 0,64 ha en promedio, probablemente correspondía a una unidad doméstica de 5 a 7 personas por lo menos. Sin embargo, para efectos comparativos, en este artículo solo utilizo las mediciones estándar de Sanders, Parsons y Stanley (1979) de sitios con densidades bajas de materiales, de 5 a 10 personas, para calcular y comparar el tamaño de las poblaciones regionales y locales (Drennan 2000, 53-58). Las primeras comunidades muiscas eran pequeñas y tenían menos de 100 personas: una de 29 a 58 personas (VF494), otra de 26 a 52 personas (VF718) y otra de 14 a 28 personas (VF724). El tamaño muy reducido de las primeras comunidades es una característica interesante de los cambios sutiles dentro de esta y otras áreas estudiadas, lo que podría indicar procesos de cambio social particulares y locales (Argüello 2015; Boada 2006; Jaramillo 2015).
En el siguiente periodo (Muisca Temprano, 800 d. C.-1200 d. C.), se identificaron 4 asentamientos con una extensión mayor de 1 ha (Langebaek 1995, figura 5.3, 93) y numerosos asentamientos muy pequeños, de 1 ha o menos. La comunidad más grande del periodo anterior (VF 494) mantenía un tamaño similar, de 5,79 ha, y parece haberse expandido junto con otras ocupaciones en el cerro Chinzaque, a una distancia de 800 m, para formar una agrupación dispersa más grande, de 8 ha, que bordeaba el lago (Langebaek 1995, figura 5.1, 89). En conjunto representaba el 13 % del área ocupada durante este periodo y posiblemente era una comunidad más dominante e influyente. La configuración espacial es extensa, con una población de entre 40 y 80 personas. Las otras 3 comunidades eran más pequeñas, de menos de 3 ha: VF718 de 2,7 ha, VF724 de 2,82 ha y VF365 de 2,96 ha. Los demás asentamientos, que representaban el 55,6 % de la población regional, correspondían a una unidad doméstica solamente (Langebaek 1995, 93). A escala regional, la población se duplicó de acuerdo con el área ocupada durante el periodo Muisca Temprano (tabla 2) y podría haber incluido 307 a 614 personas. Estas comunidades seguían siendo colectividades de menos de 100 personas: 40-80 (VF494 y VF320), 14-27 (VF718), 14-28 (VF724), y 15-30 (VF365). Aunque son cambios muy interesantes que indican un grado de interacción social más intenso dentro de algún sector de la población y el crecimiento de una posible comunidad cacical, sugieren más la idea de un poder táctico, dado que el tamaño de las comunidades sigue siendo muy pequeño. La comunidad más grande representaba solo el 13 % de la población regional y exhibe un patrón espacial más disperso, pues más de la mitad de la población no vivía en comunidades sino en unidades domésticas aisladas. En el futuro sería útil obtener información comparativa sobre diferentes marcadores de estatus y acerca de la continuidad o los cambios experimentados en actividades habituales o diferenciales entre la comunidad más grande (VF494/VF320) y los demás grupos sociales. También sería interesante evaluar los patrones espaciales de la comunidad más grande en términos de las distribuciones espaciales y la posible presencia de una configuración espacial de unidades domésticas de alto estatus (Boada 2007; Henderson y Ostler 2005). Langebaek (1995) destaca la importancia de la competencia en festejos y el manejo de conflicto o guerra como posibles factores detrás de estos cambios. La aparición de jarras, ollas y cuencos para preparar y servir líquidos, probablemente chicha, en el complejo cerámico (Langebaek 1995, 95, figura 5.6), y la ubicación de comunidades en la isla Neteupa y otras islas en la laguna de Fúquene sugieren la importancia de estos dos hechos, aunque las formas cerámicas mencionadas también están presentes en todas las comunidades y los asentamientos de una sola unidad doméstica.
Para el siguiente periodo (Muisca Tardío, 1200 d. C.-1600 d. C.) se identificaron 34 asentamientos con un área de 1 ha o más y se constató la continuidad de muchas ocupaciones de menos de 1 ha que probablemente corresponderían a una sola unidad doméstica (Langebaek 1995). La comunidad más grande de los periodos anteriores (VF494-VF320), alrededor del cerro Chinzaque, creció en un 271 % al convertirse en un asentamiento de 21,7 ha con una población estimada de entre 109 y 217 personas (Langebaek 1995, figura 6.3). Durante este periodo, la configuración espacial del asentamiento es más densa y nucleada alrededor del borde del lago, lo que indica un cambio con respecto al periodo anterior. Con base en documentos coloniales, Langebaek interpreta este asentamiento como la comunidad asociada al cacicazgo de Fúquene (Langebaek 1995, 112-113). La segunda comunidad más grande (VF802) era de 7,3 ha y tenía una población estimada de 37-73 personas; de acuerdo con los documentos coloniales, probablemente corresponde a la comunidad cacical de Susa (Langebaek 1995, 112-113, figura 6.4). Por orden de tamaño hay 32 comunidades con una extensión de 1 ha o más en el área de estudio documentada para este periodo. También hay 4 comunidades con un área de 5 ha o más y con poblaciones estimadas de entre 27 y 68 personas. Estas comunidades reflejan una tendencia hacia nuevos patrones espaciales, aunque el tamaño total de estos grupos sociales sigue siendo menor a 100 personas. La proporción de la población regional que vivía en áreas de 1 ha o menos también se redujo y solo representa el 44,6 % de los asentamientos documentados para este periodo (Langebaek 1995, 109). La población regional aumentó un 317 % y se podría calcular, con fines comparativos, entre 976 y 1.952 personas en el área de estudio. Las diferencias entre la comunidad más grande (VF320), de 21 ha, y los demás asentamientos son de un orden mayor: el 11 % de toda la población regional del área del estudio vivía en el asentamiento VF320/494.
¿Es la formación de una comunidad cacical de entre 100 y 200 personas alrededor del cerro Chinzaque, en el periodo Muisca Tardío, un ejemplo de las transformaciones en las relaciones sociales y en las actividades culturales que desembocaron en mayor desigualdad? En términos de los patrones espaciales (tabla 1), la comunidad más grande es más compacta, con menos espacios abiertos en su interior. Sin embargo, la proporción de la población regional asociada a esta comunidad es del 11 %, lo cual no refleja un mayor grado de nucleación. Faltaría identificar y evaluar el patrón espacial dentro de la comunidad, como ya se ha hecho en otros asentamientos (Boada 2007; Henderson y Ostler 2005). También habría que comparar los distintos marcadores de estatus y actividades habituales o diferenciales entre la comunidad más grande (VF494-VF320) y los demás grupos sociales, en las comunidades más pequeñas y en los asentamientos de una sola unidad doméstica (tabla 1). Durante el Muisca Tardío, las comunidades más grandes estaban asociadas con cementerios (Langebaek 1995, figura 6.8), pero estos también estaban presentes en los asentamientos más pequeños. Es interesante que, en los asentamientos más grandes, las formas cerámicas tengan un mayor porcentaje de cuencos y jarras relacionados con festejos para preparar y servir chicha (Langebaek 1995, 117-119). Pero las diferencias, aunque significativas, son pequeñas, con un 27 % de jarras (Langebaek 1995, 117) y un 19 % de cuencos (Langebaek 1995, 119) en comunidades de 1 ha o más. La comunidad más grande (VF320) tenía solo un 4,1 % más de jarras y un 3,5 % más de cuencos (Langebaek 1995, 119) que los demás asentamientos. Estas diferencias mínimas indican que las actividades relacionadas con la preparación de líquidos y servirlos, tal vez en festejos o rituales que incluían chicha, eran comunes y habituales dentro de la región. Durante este periodo, tales actividades estaban representadas en nuevas formas cerámicas, como copas y jarras con cuellos largos y decoraciones antropomórficas, lo cual indicaría un grado de innovación y experimentación relacionado con estas actividades y su significado, pero su distribución en la región no es coherente con una actividad diferenciada. Puede que, en el caso del valle de Fúquene y Susa, muchos grupos sociales pequeños tuvieran la capacidad de incidir en el cambio por medio de la simple interacción social, especialmente durante los primeros dos periodos. Parece que incluso en el periodo Muisca Tardío hubo una participación amplia de grupos sociales de toda la región en las actividades de festejo relacionadas con las jerarquías sociales.
Formación de comunidades muiscas asociadas con altas tasas de crecimiento poblacional regional: posible evidencia de comunidades cacicales más dominantes
En esta sección, examino casos de formación inicial de comunidades asociadas con mayores tasas de crecimiento poblacional regional, que podrían estar relacionadas con un control más directo por parte de un grupo de élite y que son indicativas de escenarios donde un poder estructural limita las acciones de los demás (tabla 1). En tres de las regiones estudiadas (Boada 2006, 2013; Fajardo 2016) es posible que futuras investigaciones muestren que las trayectorias de cambio fueron diferentes a las dinámicas documentadas en los valles de Fúquene y Susa: 1) las áreas de Cota, Suba y la sabana de Bogotá (Boada 2006); 2) las áreas de Funza, Mosquera y Fontibón (Boada 2013), y 3) la región del valle de Sogamoso (Fajardo 2016), las cuales tenían las tasas más altas de crecimiento demográfico. Sin embargo, de acuerdo con la evidencia publicada hasta ahora, el cambio social y la formación de comunidades en estas tres regiones no parece haber sido muy diferente a lo documentado en los valles de Fúquene y Susa donde hubo una amplia participación en actividades de festejos.
En la región particular de Funza, Mosquera y Fontibón, Boada (2013) identificó evidencia de una mayor ocupación humana a escala regional (87,4 ha) y la existencia de una comunidad más grande (11,8 ha) desde este primer periodo Herrera (300 a. C.-200 d. C.). La comunidad de El Cacique tenía un área de 11,8 ha y podría haber albergado entre 59 y 118 personas (Boada 2013, figura 3.2, 51-53). Hasta el presente, es la comunidad más grande y más temprana de los siete estudios regionales, pues concentró el 13,5 % de la ocupación humana de la región durante este periodo. También hay evidencias de diferencias sustanciales dentro de la población regional en el área de estudio. En una investigación que identificó y comparó unidades domésticas dentro de la misma región, Kruschek (2003) encontró unidades domésticas en El Cacique con un promedio de 45 % de cerámica decorada y otras con un promedio de 22 % de cerámica decorada (Kruschek 2003,188, figura 5.3). Sin embargo, otros asentamientos más pequeños también tenían unidades domésticas en proporciones altas (alrededor de 45 %) de cerámica decorada (Kruschek 2003, 188, figura 5.3). Kruschek también documentó diferencias en las formas cerámicas, como cuencos, copas o platos para servir alimentos y líquidos, y notó que eran más comunes en el periodo Herrera y en el Muisca Temprano que en el último periodo (Kruschek 2003, 191-196). No obstante, no encontró evidencia de que las actividades de festejo estuvieran asociadas a las unidades domésticas del sitio El Cacique en particular (Kruschek 2003, 196). Durante el periodo Herrera, las unidades domésticas con más utensilios para servir tampoco estaban ubicadas cerca ni eran las mismas unidades domésticas con mayores proporciones de cerámica decorada (Kruschek 2003, figura 5.5, 194-196). Sus análisis indican que las actividades asociadas con festejos no fueron manejadas exclusivamente por un grupo de la élite en la comunidad más grande o por grupos sociales de alto estatus principalmente. Las evidencias disponibles sugieren que la población en la comunidad de El Cacique tenía la capacidad de convocar y generar espacios de interacción social, pero no parece haber tenido un alto nivel de control directo o limitante sobre la población regional. Finalmente, la idea de un escenario más abierto al cambio social se reafirma en parte también porque en el siguiente periodo (200 d. C.-1000 d. C.) la comunidad más grande de la región no fue El Cacique, sino otra localizada más al sur del área de estudio (Boada 2013, figura 3.3). En la comunidad de El Cacique la capacidad de convocar espacios de interacción social más intensos en el periodo más temprano no fue la base sobre la cual se consolidó y desarrolló la jerarquía social regional de los periodos posteriores, como sí ocurrió en el valle de Fúquene.
Durante el siguiente periodo (200 d. C.-1000 d. C.), el área de ocupación en la región de Funza, Mosquera y Fontibón creció en un 393 % hasta cubrir 343,6 ha y tuvo un rango de población de entre 1.718 y 3.436 personas (tabla 2). Existen dos ocupaciones muy densas pero separadas por una porción de ciénaga de 200 m de ancho, que visualmente parece concentrar gran parte de la población regional (Boada 2013, figura 3.3). Con base en el mapa de ocupación, es razonable pensar que esta agrupación fuera una posible comunidad supralocal (Drennan y Peterson 2011, 73); se espera que futuras investigaciones definan el área de ocupación, calculen rangos de población y exploren el grado de diferenciación dentro de la comunidad y la población regional. El estudio de Kruschek documentó un descenso en el porcentaje de cerámica decorada en las unidades domésticas de toda la región durante este periodo e interpretó este cambio como evidencia de que los marcadores de estatus y riqueza estuvieron más restringidos desde este segundo periodo (Kruschek 2003, figura 5.2). De nuevo, las unidades domésticas con más altos porcentajes de cerámica decorada estuvieron distribuidas espacialmente por toda la región (Kruschek 2003, figura 5.3, 188) y no se concentraron en el asentamiento más grande identificado por Boada (2013, figura 3.3). En cuanto a otras actividades, como servir alimentos y líquidos, Kruschek encontró que las unidades domésticas con porcentajes más altos de objetos para servir estaban ubicadas en diferentes partes de la región y que tampoco se concentraban en un solo lugar (Kruschek 2003, figura 5.5, 194-196). La conformación de esta segunda gran comunidad, entonces, no parece ser resultado de la presencia de un grupo social de alto estatus dentro de la región que limitaba las actividades asociadas con las fiestas.
El crecimiento demográfico es considerable no solo para Funza, Mosquera y Fontibón, sino en cada región estudiada, y especialmente durante el periodo Muisca Temprano (tabla 2). Las regiones con los mayores porcentajes de crecimiento son Cota y Suba, con el 1,742 % de crecimiento en área ocupada (Boada 2006), y el valle de Sogamoso, con un 1,153 % de crecimiento en el área ocupada (Fajardo 2016). El crecimiento poblacional en proporciones tan extraordinarias hace pensar que estos asentamientos apuntarían hacia la existencia de comunidades cacicales más grandes, y posiblemente de lugares donde las élites locales desarrollaran actividades y marcadores de estatus diferenciales e indicativos de escenarios de poder estructural (tabla 1).
En el área de estudio regional de Cota y Suba en la sabana de Bogotá, Boada (2006, figura 12) muestra por lo menos 4 grandes agrupamientos de diversos asentamientos, unos de tamaño intermedio, y algunas ocupaciones aisladas durante el Muisca Temprano (200 d. C.-1000 d. C.) y un muy alto crecimiento proporcional de un área de ocupación de 20 ha en el periodo anterior a un área total de 348,4 ha. Obviamente, ninguna comunidad es más grande que la otra durante el segundo periodo; Boada (2006, 76) analiza la ausencia de una aldea más grande en el área de estudio y cuestiona la noción de jerarquía administrativa entre las comunidades durante este periodo. Faltaría que se publicara información que: 1) delimite espacialmente las diferentes comunidades, 2) identifique la proporción de asentamientos mayores y menores de 1 ha y 3) presente evidencia de diferentes actividades o diferencias de estatus entre comunidades de la región, para entender mejor los patrones espaciales y el momento de consolidación de las comunidades (tabla 1). Es importante que las investigaciones en curso y los trabajos futuros analicen más estos asentamientos, a fin de delimitar la extensión de las posibles comunidades supralocales (Drennan y Peterson 2011, 73), y que evalúen las posibles diferencias funcionales o de estatus para comprender mejor los grandes cambios en la población regional durante este largo periodo (200 d. C.-1000 d. C.). ¿Es la formación de cuatro comunidades durante 800 años el resultado de actividades e interacción con un centro cacical dominante que proporcionó actividades y jerarquías diferenciales? ¿O es el resultado de la interacción de múltiples comunidades durante el mismo periodo en actividades y condiciones similares? Puede que diferentes comunidades fueran dominantes en momentos distintos durante este periodo.
En el valle de Sogamoso (800 d. C.-1200 d. C.), Fajardo (2016) documenta evidencias de varias comunidades y una población regional de 1.125 a 2.250 personas para este periodo. La comunidad local más grande se ubica en unas 37 ha, que incluyen un área de ocupación más nucleada (de 12 ha) y otras más pequeñas y dispersas a su alrededor: en total, esta comunidad local representa el 16 % del área ocupada en el valle de Sogamoso. En términos comparativos, agrupa una mayor proporción de la población regional que la comunidad alrededor del cerro Chinzaque (13 %), identificada en el valle de Fúquene (Langebaek 1995), y que la de El Cacique (13,5 %), identificada en el área de Funza, Mosquera y Fontibón (Boada 2013). Podríamos calcular rangos totales de población de 185 a 370 personas para la comunidad local y un tamaño de entre 60 y 120 individuos para el centro más nucleado del asentamiento en el valle de Sogamoso. Algunas investigaciones en curso están en el proceso de identificar y evaluar el grado de diferenciación entre la población y la presencia o ausencia de marcadores de estatus. Los resultados de esta investigación son muy relevantes para identificar la formación inicial de una comunidad cacical mayor. El porcentaje de crecimiento poblacional entre el periodo Herrera y el Muisca Temprano, de un poco más de 1.000 %, sugiere que los cambios organizacionales de esta población fueron mayores que en otras regiones. Además, a diferencia de El Cacique en Funza, Mosquera y Fontibón, en el siguiente periodo esta comunidad se mantiene como la más grande y los niveles de población se conservan entre 929 y 1.858 personas aproximadamente, durante el periodo Muisca Tardío. Esta comunidad podría representar un caso en el que un pequeño grupo de élite que vivía en el centro desarrolló una jerarquía social con alcance regional (Fajardo 2016).
Formación de comunidades asociadas con altas tasas de nucleación de la población regional: valle de Leyva
En esta sección examino dos casos de formación inicial de comunidades que están asociadas a tasas de crecimiento poblacional regional más moderadas, pero que se caracterizan por tener altos porcentajes de nucleación de la población regional (Langebaek 2001). En tres regiones de estudio (Argüello 2015; Jaramillo 2015; Langebaek 2001), la población no crece tanto (tabla 2) como en los valles de Fúquene y Susa (Langebaek 1995): 160 % en el valle de Levya durante el Muisca Temprano (Langebaek 2001) y 161 % durante el Muisca Temprano en el valle de Tena (Argüello 2015). En el valle de Sopó la población regional desciende (tabla 2) durante el periodo Muisca Temprano (800 d. C.-1200 d. C.) (Jaramillo 2015). En el valle de Leyva, la aparición de dos comunidades de tamaños similares y con una alta proporción de la población regional sugiere la posibilidad de que hubiera un control más directo de la población desde estas dos comunidades diferentes.
En el valle de Leyva, Langebaek (2001, figura 12) documentó un patrón espacial muy disperso y con poca ocupación humana durante el primer periodo Herrera (400 a. C.-1000 d. C.), en un área de 21,7 ha, con un asentamiento más grande de 2,1 ha y un promedio de área de asentamiento de 0,94 ha (Langebaek 2001, 48-49). En términos comparativos, esta podría representar una población regional muy pequeña, de 109 a 217 personas (tabla 2). Las excavaciones dentro de un pequeño asentamiento, por fuera del área de estudio, con tres unidades domésticas, no reportaron diferencias entre las unidades domésticas en este periodo (Salamanca 2001). Durante el siguiente periodo, Muisca Temprano (1000 d. C. -1200 d. C.), el área de ocupación en la región creció y se expandió hasta cubrir 34,77 ha en total, con un posible rango de población regional de 174 a 348 personas y un promedio de tamaño de asentamiento de 1,4 ha (Langebaek 2001, 50-51, figuras 14, 15). La distribución del asentamiento regional cambia con la formación de dos asentamientos con tamaños similares. Langebaek identifica en los dos asentamientos núcleos de ocupación continua o más compactos de 5,56 ha para Suta y 4,50 ha para El Infiernito (Langebaek 2001, 50), que están asociados a otras ocupaciones cercanas en áreas de alrededor de 1 km2. Para El Infiernito se calcula una población total de 56 a 112 personas en un área total de 11,24 ha ocupadas, lo que representa el 32 % de toda la población regional del Muisca Temprano del valle de Leyva (Langebaek 2001, 72). Para Suta, la comunidad total tendría porcentajes similares de la población regional y del área ocupada durante el Muisca Temprano (Langebaek 2001, 72). Hay poca población fuera de estas dos comunidades y son todos asentamientos pequeños, probablemente de una sola unidad doméstica. La formación de estas dos comunidades es interesante por los altos porcentajes de población regional concentrados en solo dos lugares, un rasgo que no está presente en los demás estudios regionales. El tamaño de las comunidades de Suta y de El Infiernito es un poco más grande que el del cerro Chinzaque en el valle de Fúquene y un poco más pequeño que el de la comunidad local de Sogamoso del mismo periodo. En área de ocupación son similares a la comunidad de El Cacique (300 a. C.-200 d. C.) identificada en la región de Funza, Mosquera y Fontibón.
El asentamiento de El Infiernito (1000 d. C.-1200 d. C.) es diferente a los demás casos discutidos por la presencia de alrededor de 42 monolitos de piedra ubicados en su interior, que han sido movidos en la historia reciente pero que fueron descritos en 1847 como formando dos estructuras: una circular de 13 m de diámetro y otra rectangular de 36 m por 17,6 m (Langebaek 2001, 27). González (2013, 81, figura 4.7) anota que unos “monumentos” similares están asociados con 4 lugares más y por fuera del área de estudio. Los “monumentos” que distinguen este asentamiento son una clara evidencia de actividades diferenciales, aunque la fecha y su ubicación in situ han sido disputadas y complican nuestra capacidad de entender su rol en la formación de esta comunidad (Langebaek 2001). En El Infiernito, Salge (2005, figura 5) realizó excavaciones en 8 sectores diferentes, dentro y cerca de las ocupaciones centrales identificadas por Langebaek (2001) y alrededor del área que hoy en día agrupa algunas de las columnas de piedra. Su investigación muestra pequeñas diferencias entre unidades domésticas ocupadas durante toda la secuencia (Salge 2005, tabla 2). Salge (2005, 69) resalta el sector 4, al sur y al lado de las columnas de piedra, como un área de unidades domésticas de una posible élite, debido a la duración de su ocupación durante toda la secuencia, la presencia de ciertos tipos de cerámica foránea, algunos huesos de animales y “altos niveles de cerámica decorada y una muy buena cantidad de tiestos asociados a la celebración de fiestas” (Salge 2005, 69). Salge presenta información de dos áreas, sector 4 y sector 6, que tenían proporciones más altas de cerámica decorada durante el Muisca Temprano (40, figura 7) y señala que durante el periodo Muisca Tardío hay más presencia de cerámica decorada en otros sectores (i. e. 5, 7, 8, 9) (figura 9). Langebaek interpreta las diferencias en términos de grupos de parentesco organizados en dos mitades, utas y sybyn (Langebaek 2006, 230). Sin embargo, las diferencias entre las muestras de las unidades domésticas no fueron significativas, con la excepción de un aumento en las jarras durante el periodo Muisca Tardío (Langebaek 2006, 221, tabla 1). En el futuro, faltaría delimitar de manera más sistemática el tamaño del asentamiento, la ubicación y los patrones espaciales de las unidades domésticas para entender mejor el grado de diferenciación dentro de esta población. En el periodo Muisca Tardío, el área total de ocupación creció y se expandió para formar un asentamiento grande y disperso con una zona adicional de 23,27 ha al norte del asentamiento original (Langebaek 2001, 55, figura 18). Durante este periodo, El Infiernito y Suta son dos de cinco comunidades identificadas a escala regional (Langebaek 2001, 56-57). Langebaek analiza tres de ellas como las unidades políticas que fueron descritas como unidades autónomas durante la Colonia (Langebaek 2001, 57).
La formación de la comunidad inicial en Suta durante el periodo Muisca Temprano (1000 d. C.-1200 d. C.) y su continuidad y crecimiento durante el periodo Muisca Tardío (1200 d. C.-1600 d. C.) representan un caso que comparte elementos con El Infiernito, específicamente en el tamaño general de la comunidad (Langebaek 2001) y la permanencia de un área de unidades domésticas de alto estatus en un lugar dentro del asentamiento (Henderson 2008, 2012, 2014; Henderson y Ostler 2005; Fajardo 2009, 2011). Las ocupaciones difieren en que Suta tiene más material asociado con el periodo Muisca Temprano -un 81 %- que con el Muisca Tardío. No tiene evidencia de piedras monumentales ni de ocupación durante el periodo Herrera (Henderson y Ostler 2005, 167). Es posible que, aunque las dos comunidades de Suta y El Infiernito fueran contemporáneas durante el Muisca Temprano y Tardío, la ocupación en Suta durante el Muisca Tardío fuera más corta que en El Infiernito (Salge 2005, tabla 2). La investigación sobre la temporalidad de dos comunidades en la misma región es un campo de indagación que podría mejorar nuestra comprensión del papel y la incidencia de grupos sociales en el cambio social de regiones donde existen varias comunidades de tamaño similar durante el mismo periodo.
Del asentamiento central de Suta, 33 ha fueron mapeadas de forma sistemática a fin de identificar la ubicación de las unidades domésticas, los límites del asentamiento y la distribución de espacios abiertos (Henderson y Ostler 2005) y delimitar así todo el asentamiento del periodo Muisca Temprano identificado por Langebaek (2001) en el reconocimiento regional. Para el periodo Muisca Temprano se documentaron 58 unidades domésticas en un patrón aleatorio. En un área de 2 ha, se encontró material cerámico continuo y de alta densidad que tenía 15 unidades domésticas, que representaban el 25 % de la comunidad del Muisca Temprano (Henderson y Ostler 2005, 167, figura 15). Este lugar ha sido interpretado como un sector de élite por el alto porcentaje de cerámica decorada y la presencia de unidades domésticas con una mayor densidad de material cerámico (Fajardo 2009, 2011; Henderson 2012, 2014). Además, por su forma rectangular, he analizado este sector como el lugar posible de un cercado muisca como los descritos durante la Colonia, asociados a rituales de casa y lugar (Henderson 2008, 2012, 2014; Henderson y Ostler 2005). Durante el periodo Muisca Tardío, la comunidad creció y se expandió en un área de 10 km de radio, para añadir 37 ha más de ocupaciones residenciales (Henderson 2012, 171). Dentro del área de estudio sistemático se identificaron 54 unidades domésticas en un patrón equidistante; en el mismo lugar del periodo anterior, también se documentó un área de 1,3 ha con material cerámico continuo y de alta densidad que tenía 6 unidades domésticas (Henderson y Ostler 2005, 168, figuras 13 y 14). La permanencia de dos casas, unidad 31 y 33, con porcentajes más altos de cerámica decorada (U31) y con una mayor densidad de material cerámico (U33), en el mismo lugar de este sector durante el segundo periodo (Fajardo 2009; Henderson 2012, 2014), ha sido interpretada como evidencia de la continuidad de un grupo de élite con capacidad de organizar alguna actividad diferencial o comunal en el tiempo. Las diferencias en el porcentaje de cerámica decorada entre unidades domésticas dentro de la comunidad son significativas durante los dos periodos (Fajardo 2009, 99-101, 109), pero son mínimas. Fajardo documentó un 7 % y un 5 % de cerámica decorada en unidades domésticas del posible cercado o zona de élite (31 y 33) y un promedio del 3 % de cerámica decorada en todas las unidades domésticas durante el periodo Muisca Temprano (99-101). Para el Muisca Tardío, la unidad doméstica 33 tenía 8 % de cerámica decorada mientras que el promedio durante este periodo fue de 3 % (109). Adicionalmente, Rodríguez (2010) excavó una muestra de 5 áreas de unidades domésticas de la comunidad Muisca Tardío, seleccionadas aleatoriamente por fuera de la zona central del asentamiento a distancias entre 600 y 2.300 m, y encontró una relación lineal entre la distancia desde la unidad doméstica 31 y el porcentaje de cerámica decorada en las otras unidades domésticas ubicadas a distancias mayores del asentamiento central (101-103). Su investigación respalda la idea de que las diferencias sutiles en las proporciones de cerámica decorada fueron un marcador estable de la jerarquía social. Los estudios de unidades domésticas de Fajardo y Rodríguez encontraron que el porcentaje de formas cerámicas asociado con la preparación y el servir líquidos estuvo presente en muchas de las unidades domésticas (Fajardo 2009, 104, 2011; Rodríguez 2010, 98-100), aunque los que tenían porcentajes significativamente más altos no eran las unidades domésticas de alto estatus con más cerámica decorada (Fajardo 2011). Los tres estudios (Fajardo 2009; Henderson y Ostler 2005; Rodríguez 2010) apoyan la interpretación de que hubo poco control directo sobre la organización espacial dentro del asentamiento, altos grados de independencia de las unidades domésticas y diferencias sutiles en la cerámica decorada que coinciden con el patrón espacial y la posible importancia de actividades comunales organizadas desde las residencias de un grupo de élite. Hasta ahora, el caso de Suta parece conformar más un escenario de poder táctico para el Muisca Temprano y posiblemente un lugar con menor poder estructural durante el Muisca Tardío (Henderson 2012, 2014), por la presencia y reproducción social de pequeñas diferencias entre un grupo de élite que podría haber organizado actividades comunales durante dos periodos. Algunas investigaciones en curso (Galindo 2012) buscan precisar nuestro entendimiento sobre estas actividades y su incidencia en el cambio social, a fin de comprender mejor la elaboración de la jerarquía social.
Conclusiones y reflexiones finales: avances y retos para entender las semejanzas y diferencias en los procesos regionales
Después de veinte años de investigaciones sobre los patrones de asentamiento a escala regional en siete áreas diferentes, los investigadores han podido visualizar y discutir las particularidades de la formación inicial de comunidades muiscas. Cada uno de estos estudios, y todos ellos en conjunto, son bases empíricas invaluables que nos permitirán indagar, discutir y entender mejor las características organizacionales de las sociedades prehispánicas muiscas durante muchos años más. Quisiera resaltar el enorme potencial investigativo que existe al poder comparar casos desde diferentes ámbitos: aquellos de escala regional, las comunidades particulares y las unidades domésticas aisladas.
Desde mi perspectiva, la discusión desarrollada en este artículo sobre la formación inicial de diez comunidades locales en cinco regiones diferentes, mediante los conceptos propuestos y estudiados por Eric Wolf, relacionados con los escenarios de poder táctico y poder estructural, estimulan la investigación comparativa y ponen en evidencia la clase de información empírica que necesitamos para entender mejor la interacción de grupos sociales que coinciden con la formación inicial de comunidades muiscas. Las comparaciones desarrolladas a lo largo del texto simplifican la información primaria publicada para cada asentamiento con el fin de identificar: 1) las actividades asociadas con la formación inicial de comunidades, 2) el grado de variación en los marcadores materiales de estatus, 3) los patrones espaciales de los asentamientos regionales y de las comunidades locales, y 4) el grado de semejanza o diferencia en los periodos de cambio entre diferentes regiones. Todavía no contamos con la misma información para cada región estudiada que nos permita reconstruir todas las características deseadas; se requiere de más estudios que combinen información a escala regional, de los asentamientos singulares y de muestras representativas de las unidades domésticas (Drennan 2000). Sin embargo, el análisis desde cada región no generó muchas líneas de evidencia que confirmaran la existencia de un escenario de poder estructural desde una comunidad cacical local dominante o que proporcionaran evidencia de una jerarquía social uniforme entre regiones. Los patrones espaciales regionales y las actividades documentadas hasta ahora indicarían más unos escenarios de poder táctico, donde muchos grupos sociales participaban en iniciativas que generaron una mayor interacción social y diferencias de estatus con mínima expresión material, tales como vivir en pequeñas comunidades y organizar y participar en festejos. La población regional no vivía en su mayoría en una sola comunidad local en ninguna de las regiones y hay poca evidencia de que las comunidades organizaran actividades nuevas, asociadas a grandes diferencias de estatus. Las nuevas actividades presentes en cada región, en especial aquellas asociadas a festejos, ocurrían en las comunidades y en asentamientos más pequeños y en unidades domésticas singulares. Las unidades domésticas de alto estatus tampoco tenían porcentajes más altos de las formas cerámicas asociadas con preparar y servir líquidos, lo que indica que no fue una actividad manejada exclusivamente por un grupo de élite en particular. Creo que esta interpretación se basa en evidencias empíricas claras en las regiones de 1) valles de Fúquene y Susa, 2) valle de Leyva, y 3) la región de Funza, Mosquera y Fontibón, para el periodo Herrera (300 a. C.-200 d. C.).
Sin embargo, debemos entender que futuros estudios pueden generar evidencias de un mayor grado de control sobre actividades que fueran la base de una jerarquía social. En particular, los ejemplos de la formación de comunidades durante el Muisca Temprano en el valle de Sogamoso, la región de Funza, Mosquera y Fontibón, y la región de Cota, Suba y sabana de Bogotá posiblemente proporcionarían estas evidencias y modificarían nuestra comprensión del grado de control directo de algunos grupos sobre otros.
En cuanto a los patrones espaciales regionales, en las 5 regiones las comunidades locales estuvieron compuestas por pequeños grupos sociales y tuvieron muy bajos niveles de población regional en un solo lugar: solo entre el 11 % y el 18 % de las poblaciones regionales vivían en las comunidades locales tempranas. En términos comparativos, estos asentamientos eran pequeños también: El Cacique (300 a. C.-200 d. C.) tenía un rango de 59 a 118 personas y el cerro Chinzaque 1 o VF494 (800 a. C.-800 d. C.) tenía alrededor de 29 a 58. Para el periodo Muisca Temprano las poblaciones regionales fueron de cientos de personas en algunas regiones y de entre 1.000 y 3.500 personas en otras (tabla 2). El porcentaje de la población regional en un solo lugar fue un poco mayor: entre el 13 % y el 32%. Durante este periodo las comunidades tampoco fueron muy grandes: el cerro Chinzaque 2 (VF494/320) (800 d. C.-1200 d. C.) tenía 40 a 80, Sogamoso 1 (800 d. C. -1200 d. C.) tenía 185 a 370, El Infiernito 1 (1000 d. C.-1200 d. C.) tenía 56 a 112 y Suta 1 (1000 d. C.-1200 d. C.) tenía 56 a 112. Es importante comprender que el cambio representado en la formación inicial de comunidades locales implicó a pocos grupos sociales y poblaciones con niveles demográficos bajos. Esta escala menor es el contexto del cambio social que facilitó una mayor interacción social entre las sociedades muiscas prehispánicas y que hace pensar que hubo factores particulares que incidieron en la formación de las primeras comunidades en diferentes regiones. Otro aspecto para explorar en el futuro es el grado de diferenciación dentro de los grupos sociales como una posible fuente de desigualdad asociada a la jerarquía social, en especial, con las diferencias de edad o género (Leguizamón 2016). Es probable que el concepto de poder táctico sea particularmente útil para sustentar consideraciones sociales que habrían motivado diferentes formas de acciones colectivas como factores de cambio con consecuencias diversas dentro de las poblaciones regionales (Henderson 2008).
Sin duda, debemos documentar con más precisión, con muestras sistemáticas y representativas, los patrones espaciales, las actividades habituales y los marcadores de estatus dentro de cada comunidad estudiada para comprender mejor el grado de desigualdad y uniformidad en las jerarquías sociales. Hasta ahora la evidencia de las diferencias de estatus está reflejada en la variación de los porcentajes de cerámica decorada en niveles muy bajos, sobre todo en los periodos Muisca Temprano y Muisca Tardío. Si no definimos la totalidad de los asentamientos de manera sistemática, se corre el riesgo de que no identifiquemos nuevas actividades o la articulación de varias de ellas que fueron coordinadas desde un solo lugar dentro del asentamiento o por unas pocas unidades domésticas con configuraciones espaciales particulares. Hasta ahora tampoco hay mucha evidencia de diferentes marcadores de estatus o de experimentación en actividades asociadas a una élite local y que variarían por región. Esto puede ser debido al uso de metodologías regionales y a la poca investigación comunal y doméstica. Definir mejor la variación en las jerarquías sociales y la posible experimentación con ellas en diferentes regiones, en actividades como la caza de venado o la producción de mantas (Boada 2007; Kruschek 2003), es una prioridad de investigación.
En discusiones sobre los patrones de variación en comunidades cacicales (Drennan y Peterson 2005, 2011) se ha identificado la necesidad de comparar muchas trayectorias de cambio según patrones demográficos, espaciales, sociales y económicos, entre múltiples regiones geográficas y temporalidades distintas. Las comunidades cacicales fueron fenómenos que se desarrollaron de manera independiente globalmente, y la investigación arqueológica tiene un reto único dentro de la antropología de poder visibilizar los procesos políticos diversos de larga duración. Se han cuestionado las limitaciones de las dicotomías conceptuales a la hora de comparar múltiples casos debido a la dificultad para apreciar realmente el conjunto de rasgos pertinentes (Drennan y Peterson 2005, 3966). El enfoque en la conceptualización de diferentes relaciones de poder en términos tácticos y estructurales podría entenderse como otra dicotomía, pero he intentado estimular la comparación sistemática y simple de muchas líneas de evidencia que podrían sustentar comparaciones que identifican las particularidades de los casos con un conjunto de rasgos diferentes. Desde mi perspectiva, la división de información empírica en las cuatro categorías analíticas responde a las observaciones de Drennan y Peterson (2011, 71-79) y su llamado general a los especialistas regionales a que presenten la información de una manera que permita un análisis comparativo más general (Drennan y Peterson 2005, 3967). Pero debo reconocer que esta propuesta conceptual, como otras anteriores, tal vez no cumpliría ese objetivo si no se comparan múltiples líneas de evidencia de cada comunidad. En consecuencia, puede que el aporte de esta aproximación sea añadir otro tema de discusión sobre el grado de participación de los grupos sociales en el cambio social y en la formación de comunidades cacicales. Invito a los arqueólogos a considerar y evaluar esta propuesta, y espero que los debates futuros y la eventual aplicación de estas reflexiones fortalezcan la discusión más amplia sobre cómo comprender la formación de comunidades cacicales.