Introducción
La influencia de potencias regionales y medias en el sistema internacional es cada vez más relevante. Desde la posguerra, el mundo ha avanzado hacia un equilibrio multipolar. Sin embargo, una vez surgida la disputa entre los dos grandes bloques, el comunista y el capitalista, el sistema se deslizó de una apuesta institucionalmente planteada en términos multipolares a una estructura de poder real cuyo orden se basó en dos superpotencias: Estados Unidos y la Unión Soviética.
Con el fin de la Guerra Fría, los poderes emergentes ganaron espacios y fue notoria la influencia de Estados como China, Francia, Reino Unido y la propia Rusia (en cuanto potencia remergente tras el colapso de la Unión Soviética) para abrir espacios que contrarrestaron el poder desproporcionado que llegó a acumular Estados Unidos durante la primera década de la globalización1.
En este contexto de agotamiento y descrédito de la unipolaridad, el papel de las potencias regionales y medias ha sido fundamental. Se trata de Estados que ejercen un papel de vocería de determinadas zonas y una influencia considerable que les otorga un protagonismo en el establecimiento de un nuevo equilibrio mundial, que se alimenta de órdenes regionales donde estas potencias son determinantes. De igual forma, los poderes medios han desempeñado un papel de la mayor relevancia en la democratización de la agenda mundial para incluir temas que inquietan o interesan al mayoritario sur global, pero que muchas veces son descartados por las grandes potencias. Como se verá, el rol de las potencias medias y regionales para visibilizar temas e incidir en los órdenes regionales es cada vez más patente.
El propósito de este artículo es aclarar la forma como los atributos de poder de Brasil y de Turquía han evolucionado, para entender así de qué forma se han impuesto las potencias medias y regionales en un sistema internacional donde la influencia de los poderes tradicionales parece cada vez más puesta en entredicho.
A fin de evidenciar su trayectoria como potencias medias y regionales y entender su verdadero impacto, el artículo se divide en tres secciones. En primer lugar, se explora la forma cómo ha evolucionado el poder como concepto en las Relaciones Internacionales. En segundo lugar, se describen, a grandes rasgos, los elementos y factores de poder de los que disponen Brasil y Turquía para reivindicarse como potencias medias y regionales (así como sus limitaciones y alcances). Finalmente, se analiza el cambio en materia de trayectoria en política exterior de ambos países, que, en el último tiempo, ha entorpecido o favorecido su proyección regional y global. Finalmente, se presenta una serie de conclusiones.
Este trabajo se basa en un análisis conceptual de las nociones de potencias medias y regionales. En particular, se parte de la noción de poder de la escuela realista clásica de las Relaciones Internacionales, según el enfoque de Hans Morgenthau (1986, p. 143), especialmente para evaluar el "poder" de ambos Estados. En el diseño metodológico, se incluyó un análisis de datos de los elementos clásicos del poder para Brasil y Turquía, con apoyo en gráficas y tablas comparativas.
La variable poder en el sistema internacional
El poder constituye uno de los conceptos básicos de la disciplina de las Relaciones Internacionales, pero no existe una sola manifestación, sino que se puede concretar de varias formas. Dentro de la disciplina, diferentes teorías han definido el concepto de poder y sus límites de diferentes maneras.
En el realismo, donde más sobresale el concepto, se enfatiza que el poder es la base del sistema y se configura en función de su distribución (Guzzini, 2013). Sin embargo, la teoría liberal ha abordado el poder desde otras dimensiones: habida cuenta de que el poder no puede ser determinante per se, se le complementa con conceptos como democracia, cooperación e interdependencia económica, todo con el fin de explicar el funcionamiento del sistema (Moravcsik, 1997). Por su parte, el constructivismo subraya la importancia de las estructuras y dinámicas sociales en las relaciones internacionales y hace hincapié en su relación con la legitimidad y el reconocimiento social que se obtiene por la vía de la intersubjetividad (Wendt, 1995, p. 73).
Algunas de las teorías, sobre todo el realismo clásico, han hecho énfasis en los recursos materiales derivados de la economía, la industria, la dimensión militar, el territorio o la población (Morgenthau, 1986). De hecho, Carr (1946, p. 109), dejando de lado otros elementos, ubica en primer plano la dimensión militar como la forma de poder más importante en el sistema internacional.
Sin embargo, debido a los cambios en el sistema internacional a lo largo del tiempo, la definición de poder ha comenzado a sufrir una evolución. Baldwin (2012) llama la atención sobre el hecho de que, en el pasado, se ignoraron formas de poder no militares. Tal vez el ejemplo más paradigmático de lo anterior sea el trabajo de Joseph Nye (1990, p. 167), que destacó los tipos de poder "abstracto" (como la cultura, la ideología y las instituciones), además del poder material, a partir de lo cual comenzaron a ganar terreno.
De forma más contemporánea, se ha recurrido a entender el poder como atracción, en la cual pesan más factores ligados a la cultura o la economía, incluso por encima de los recursos militares. En esta lógica, las potencias ejercen mayor influencia cuando son más capaces de atraer que de imponerse por la vía de la disuasión (Nye, 2010). Todo lo cual se resume en la noción de poder blando.
Pero no solo los factores o dimensiones del poder y su interpretación se han modificado. Ha ocurrido algo similar con los estatus de las potencias. De categorías como super-potencia o gran potencia, típicas durante la Guerra Fría, se ha transitado al uso constante de las categorías de potencia media y regional, como consecuencia de una estructura internacional que se va deslizando de la bipolaridad hacia la multipolaridad. En ese sentido, cabe aclarar que el estudio de las potencias medias y regionales es relativamente reciente en la disciplina: solo después de la Guerra Fría, aumentaron los estudios sobre estos actores.
En cuanto a las potencias medias,Holbraad (1971) las definió como aquellos Estados inferiores a las superpotencias que, sin embargo, mantienen el equilibrio de poder, la paz y el orden. Wood (1987), por su parte, las concibió como agentes que utilizan la cooperación de manera efectiva para resolver los problemas del sistema internacional. Con todo, las capacidades de las potencias medias son limitadas: en su mayoría, funcionan a través de coaliciones y redefinen el poder de las grandes potencias, al tiempo que suponen una reconfiguración del sistema internacional (Öniş & Kutlay, 2017).
En cuanto al poder regional,Nolte (2006) plantea que este se hace efectivo dentro de un área geográfica determinada cuando determinado Estado, en términos de capacidades, da mayores muestras de superioridad que sus pares. Destradi (2008), por otro lado, define las potencias regionales como aquellas propensas a la cooperación y a la integración con sus vecinos en términos de sus enfoques de política exterior.
Sin embargo, en el periodo posterior a Guerra Fría, se han incrementado las expectativas de que las potencias regionales contribuyan de forma más determinante a la gestión de los problemas económicos, de la inestabilidad política y de los conflictos que se dan en sus regiones y de que contribuyan así a dinamizar la integración (Prys, 2010). En este sentido, parecería que potencia regional es similar a potencia media. No obstante, si bien en muchos casos los Estados pueden cumplir con ambas condiciones, no hay que olvidar que las potencias medias no siempre gozan de un poder regional (aunque suene paradójico y contradictorio).
Aparte de las diferentes formas que adopta el poder y de la definición de sus jerarquías, otra cuestión estudiada dentro de la disciplina ha sido la de cómo medirlo. En los últimos años, han aumentado los estudios sobre cómo medirlo en función de la jerarquía, determinada de acuerdo con los niveles de los elementos de poder nacional de los países. Vale la pena resaltar dos trabajos que han profundizado en esta cuestión.
Hart (1976) enfatizó que el poder se puede medir (cuantitativamente) a través de tres enfoques diferentes: controles sobre los recursos, sobre los actores y sobre los eventos y resultados.
Por su parte, Daniel Morales-Ruvalcaba (2020), creador del World Power Index, plantea que el poder se puede medir usando diferentes variables agrupadas en tres índices: el índice de capacidades inmateriales mide el gasto público, el atractivo del turismo, la ayuda internacional, las líneas directas, la influencia académica y el cosmopolitismo; el índice de capacidades semimateriales mide la producción per cápita, la población, el consumo, el consumo final de los hogares, el gasto per cápita, la energía, la educación y la salud; y el índice de capacidades materiales mide la producción nacional, la superficie total, la defensa, el comercio internacional, las finanzas, la investigación, el desarrollo y la fuerza militar (World Power Index, s. f.).
Según Morales-Ruvalcaba (2020), conjugando estos tres índices es posible evaluar el poder de los Estados y clasificarlos como superpotencias, potencias medias y potencias regionales.
Ejemplos paradigmáticos de potencias medias
Aunque el debate sobre la jerarquía de poder internacional o mundial se ha profundizado recientemente, ya había tenido lugar desde la Guerra Fría. En efecto, la distribución del poder determina la posición (o el estatus) de cada Estado en la jerarquía de poder, como se destaca en los trabajos de Organski (2014) sobre teoría de la transición de poder. Esta posición depende de la capacidad interna de cada Estado. En otras palabras, existe una jerarquía de capacidades: desde el Estado más fuerte hasta el más débil (Organski, 2014; Oragnski & Kugler, 1981).
Por otra parte, a pesar del carácter bipolar del sistema durante de la Guerra Fría, se realizaron también estudios sobre potencias medias. Los llamados Estados medianos "tradicionales"2, en ese momento, eran países desarrollados que adoptaron normas occidentales (Giaccaglia, 2017), como en los casos de Australia, Canadá, Japón, Noruega y Suiza.
Con el fin de la Guerra Fría, el panorama cambió drásticamente y el paso a un sistema multipolar produjo cambios en las percepciones de las potencias. En especial, desde principios de la década del 2000, algunos países en desarrollo que no habían adoptado las normas occidentales pasaron a un primer plano gracias al impulso económico acumulado y a sus esfuerzos por participar en la gobernanza global (Schiavon & Domínguez, 2016). Algunos de estos países se conglomeraron en bloques tales como los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y, posteriormente, Suráfrica), MIKTA (México, Indonesia, Corea del Sur, Turquía y Australia) o CIVETS (Colombia, Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía y Suráfrica). Incluso, algunos de estos han sido denominados "nuevas potencias intermedias", como en los casos de Brasil, China, Corea del Sur, India, Indonesia, Nigeria, México y Rusia.
Nigeria, que es uno de los países líderes del continente africano en términos de población y economía, tiene una posición importante tanto en África como en la jerarquía de poder mundial. Su capacidad energética, que lo ubica entre los países de potencia media emergentes, es significativa (Kim, 2022). El país también actúa abiertamente en los procesos de integración y cooperación regionales e internacionales y mantiene una diplomacia multifacética. Sin embargo, a diferencia de otras potencias medias, su capacidad es insuficiente para resolver los problemas de su región o mediar en los procesos de solución (Olusola & Okeke-Uzodike, 2016). Y, sin lugar a dudas, el factor que más conspira contra su estatus de potencia media es la violencia que ha enfrentado en los últimos diez años y que se ha extendido por todo el cinturón del Sahel. La violencia de grupos islámicos fundamentalistas ha atrofiado seriamente las capacidades nigerianas, lo que no solo ha limitado su capacidad de influencia, sino que también lo ha hecho aún más dependiente de terceros Estados en materia de seguridad.
Para el caso de Japón, se suele discutir su estatus en función de la jerarquía de poder mundial y no existe un consenso acerca de su condición de potencia media. Aunque algunos autores argumentan que el país utiliza la diplomacia de tal forma que se ha consolidado como una potencia media, otros lo consideran como una potencia en todo el sentido, habida cuenta del desarrollo económico alcanzado en la segunda mitad del siglo XX (Cox, 1989, p. 837). En resumidas cuentas, considerando la capacidad material (sobre todo económica) no es descabellado definirla como tal. Sin embargo, la adopción de estrategias típicas de una potencia media tradicional, como la defensa de las normas occidentales de la democracia liberal, los derechos humanos y la economía abierta, sugieren lo contrario (Hatakeyama, 2020).
Otro caso podría ser el de México, que a lo largo del siglo XX se transformó en un referente para América Latina en términos culturales y políticos, lo que le permitió ejercer un poder de atracción y de diplomacia cultural (Ortíz Guillén, 2011) que, en determinados contextos históricos, permitía asegurar que se trataba de una potencia media o regional. La influencia de México fue notable como centro de acogida para perseguidos políticos que, radicados allí, lo convirtieron en un referente de la política, las artes, el cine o la literatura. Además, su papel en la mediación de conflictos en América Central o Colombia también tuvo que ver en la construcción de la imagen de una suerte de potencia pacificadora (Gratius, 2007, p. 14).
¿De dónde proviene el poder de Brasil y Turquía para reivindicarse como potencias medias?
Durante la Guerra Fría, ciertas situaciones, así como las diferentes estrategias políticas y económicas adoptadas, fueron determinantes de la correlación de fuerzas entre actores del sistema internacional.
En épocas más recientes, Estados como Brasil y Turquía han comenzado a ser referidos como nuevas potencias medias y regionales, algo que habría sido poco probable durante la Guerra Fría debido a la bipolaridad. Sin embargo, aunque los dos países han comenzado a ser llamados así, los estudios que los abordan como potencia media y regional son contados, para no hablar de estudios que los comparen , que son prácticamente inexistentes.
Por tal razón, entre otras, en este artículo se evalúa el poder regional de los dos países, de acuerdo con sus capacidades de poder nacional, su capacidad de intervención en los procesos de integración regional e internacional y su capacidad de poder blando. Esto permite saber a ciencia cierta qué grado de influencia y poder real ostentan como potencias medias o regionales, o si se trata simplemente de una retórica reivindicativa que no puede ser llevada a la práctica.
La integración regional
Después de la Guerra Fría, Brasil se centró en aumentar su eficacia en su región. En ese sentido, intentó organizar la Cumbre Presidencial Sudamericana en 2000 (Christensen, 2013). Además, tuvo un papel activo en varias organizaciones regionales y trató también de desempeñar un papel de liderazgo para los países de la región en diversos frentes.
Como puede verse en la Tabla 1, Brasil es miembro de organizaciones tanto de su propia región como del contexto internacional. También se puede observar la forma en que participa activamente en los procesos de integración en las Américas, especialmente en América del Sur, que puede considerarse su zona natural de influencia. No obstante, vale la pena recordar que Brasilia se convirtió en miembro de la mayoría de las organizaciones después de la fase de establecimiento. Por eso, el número de organizaciones de las que ha sido fundador es bajo, una verdadera paradoja habida cuenta de la tradición brasileña de política exterior y su apego al multilateralismo institucional.
Nombre de la organización | Tipo de membresía | Región |
---|---|---|
Banco Africano de Desarrollo | Miembro | África |
Banco de Pagos Internacionales | Miembro | Internacional |
Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica (BRICS) | Miembro fundador | Internacional |
Comunidad Andina (CAN) | Compañero estratégico | Américas |
Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) | Antiguo miembro | Américas |
Comunidad de Países de Lengua Portuguesa (CPLP) | Miembro fundador | Internacional |
Organización de las Naciones Unidas (ONU) | Miembro | Internacional |
G-20 (Grupo de los 20) | Miembro fundador | Internacional |
Banco Interamericano de Desarrollo (BID) | Miembro | Américas |
Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) | Miembro | Américas |
Mercado Común del Sur (Mercosur) | Miembro fundador | Américas |
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) | Asociación fortalecida | Internacional |
Organización Mundial del Comercio (OMC) | Miembro | |
Fondo Monetario Internacional (FMI) | Miembro | Internacional |
Organización Internacional para las Migraciones (OIM) | Miembro | Internacional |
Unión Latina (Unilat) | Miembro | Internacional |
G-15 (Grupo de los 15) | Miembro | Internacional |
Nota: Brasil es miembro de más organizaciones que las relacionadas en esta tabla. Sin embargo, a efectos de este artículo no es relevante incluirlas todas.
Fuente: Elaboración propia con base en información del Ministerio de Relaciones Exteriores de Turquía
En el periodo posterior a la Guerra Fría, especialmente a partir del cambio de gobierno, Turquía comenzó a abandonar gradualmente las políticas prooccidentales que había mantenido desde la posguerra. El país ha adoptado una política exterior multidireccional, especialmente desde principios de la década del 2000, ha aumentado sus relaciones con sus vecinos y ha comprendido la importancia de la cooperación regional. Por eso, se ha convertido en miembro de muchas organizaciones, tanto con sus vecinos fronterizos cercanos como con países que pueden considerarse de su región natural. Además, como puede verse en la Tabla 2, ha liderado el establecimiento de organizaciones en regiones como Europa, África, Asia Central, Oriente Medio y el Mar Negro. Como consecuencia, Turquía participa activamente en los procesos de integración tanto en su propia región como en el contexto internacional.
Nombre de la organización | Tipo de membresía | Región |
---|---|---|
Proceso de Cooperación para el Sudeste de Europa (SEECP) | Miembro | Europea |
Diálogo de Cooperación Asiática (ACD) | Miembro | Asia |
Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) | Miembro fundador | Europea |
Consejo Europeo (EUCO) | Miembro fundador | Europea |
Organización para la Cooperación Islámica (OIC) | Miembro fundador | África y Oriente Medio |
Unión Africana (AU) | Compañero estratégico | África |
Organización de Estados Turcos (OTS) | Miembro fundador | Cáucaso y Asia central |
G-20 (Grupo de los 20) | Miembro fundador | Internacional |
D-8 (Grupo de los 8 en vía de desarrollo) | Miembro fundador | Asia-África |
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) | Miembro | Internacional |
Organización para la Cooperación Económica (ECO) | Miembro fundador | Asia central |
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OECD) | Miembro fundador | Internacional |
Organización para la Cooperación Económica del Mar Negro (BSEC) | Miembro fundador | Mar Negro |
Banco Islámico de Desarrollo (IsDB) | Miembro fundador | Asia-África |
Grupo de Cooperación Naval del Mar Negro (Blackseafor) | Miembro fundador | Mar Negro |
Organización del Tratado del Atlántico Norte (NATO) | Miembro | Internacional |
Organización de las Agencias de Aplicación de la Ley de Eurasia con Estatus Militar (TAKM) | Miembro fundador | Cáucaso y Asia central |
México, Indonesia, Corea del Sur, Turquía y Australia (MIKTA) | Miembro fundador | Internacional |
Nota: Al igual que Brasil, Turquía es miembro de más organizaciones que las relacionadas en esta tabla. Sin embargo, a efectos de este artículo no es relevante incluirlas todas.
Fuente: Elaboración propia con base en información del Ministerio de Relaciones Exteriores de Turquía
Los recursos materiales
Si bien la membresía en organizaciones regionales es clave para las potencias medias y regionales en términos de evaluar su influencia, los recursos de poder tradicionales (en su mayoría materiales) son también fundamentales. En los dos casos de estudio, queda claro que se trata de atributos que suelen reivindicar para confirmar su estatus de potencia, aunque en la práctica este se puede relativizar, pues, sobre todo en el caso brasileño, en determinadas coyunturas el país no ha podido traducir esos elementos de poder en influencia real en la zona.
Brasil es el país geográficamente más grande de la región, con una superficie aproximada de 8 516 000 km2 (Instituto Brasileiro de Geografia e Estatística, 2021). Cuenta con casi la mitad del tamaño de América del Sur y tiene diez vecinos (Figura 1). Su proyección real es observable tras el fin de la Guerra Fría, cuando se convirtió en uno de los Estados que intentó tener voz en la gobernanza global. Por supuesto, Brasil se esfuerza principalmente por estar en una posición de liderazgo en su propia región, a saber, América Latina (Burges, 2008).
Turquía, como parte de la península de Anatolia, ubicada en la unión de los continentes de Asia y Europa, posee una costa en el Mar Negro y en el Mediterráneo y cuenta con una superficie de 783 562 km2 (Turkstat, 2021). Como puede verse en la Figura 1, comparte fronteras con siete Estados, cinco de los cuales están en el continente asiático y dos en el continente europeo. Sin embargo, debido a su ubicación, está cerca del Cáucaso, África y Europa del Este. Y, al igual que Brasil, después de la Guerra Fría ha tratado de aumentar sus factores de poder nacional y de mejorar sus relaciones con sus vecinos, apostando por ser un líder en su propia región, especialmente en Oriente Medio y África.
Además de ser el país más grande de América del Sur en términos geográficos, Brasil también es el país más poblado. Su población ha aumentado rápidamente desde principios de la década del 2000. Tanto así que, si bien la población era de 170 millones en 2000, esta superó los 210 millones en el 2020, lo que equivale a casi la mitad de la población total del continente sudamericano.
En el caso de Turquía, la población casi siempre ha aumentado desde su fundación, en 1923. Aunque la tasa de aumento ha disminuido en momentos determinados, la población ha comenzado a incrementarse regularmente. En especial, desde el segundo mandato del gobierno del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), la tasa de crecimiento de la población comenzó a aumentar sostenidamente. Solo entre 2010 y 2020, la población del país aumentó en más de 10 millones de habitantes. La medida tomada por el AKP, a pesar del envejecimiento de la población ("tres niños por casa"), fue eficaz para este propósito (Milliyet Gazetesi, 2 de enero de 2013). Con esta política, el gobierno comenzó a brindar apoyo financiero a las familias para estimular las gestaciones (BirGün Gazetesi, 12 de enero de 2020).
En cuanto al poder económico, que es otro de los elementos del poder nacional, se puede decir que Brasil era la novena economía más grande del mundo en el 2021. Como puede verse en la Figura 2, en 2020 el producto interno bruto (PIB) del país alcanzaba aproximadamente 1,44 billones de USD. Aunque se trata de un valor elevado, el PIB brasileño experimentó una rápida caída en 2014. Posteriormente, aunque aumentó ligeramente en 2016, recientemente ha comenzado a disminuir nuevamente.
De igual forma, el poder económico de Turquía ha aumentado con el tiempo. Según los últimos datos de 2021, es la vigésima economía más grande del mundo. Aunque en esta clasificación ha perdido terreno en los últimos años, el PIB del país en general se ha incrementado. Como puede verse en la Figura 2, según los datos del Turkstat (Instituto de Estadística de Turquía), su PIB ronda los 720 000 millones de USD. No obstante, después de 2016, ha tendido a disminuir. En el segundo trimestre de 2020, experimentó un ligero descenso por efecto de la pandemia. Como sea, en la Figura 2 puede constatarse que el PIB de Brasil es considerablemente superior al de Turquía.
El PIB per cápita de Brasil, en aumento sostenido desde 2002, lo convierte en una de las economías más grandes y pobladas de América Latina. Especialmente en 2013, aumentó hasta aproximadamente 13 000 USD. Sin embargo, posteriormente, el PIB per cápita del país comenzó a disminuir. En 2020, disminuyó hasta rozar los 6 000 USD, aproximadamente.
En contraste, el PIB per cápita de Turquía, que tiene una economía relativamente más pequeña y menos población en comparación con Brasil, ha aumentado rápidamente desde 2002. Aunque presentó una ligera disminución por efecto de la crisis económica de 2008, el PIB per cápita del país ascendió a aproximadamente 12 000 USD hasta 2015. En los últimos años, se ha reducido de nuevo, y a partir de 2020, se contrajo hasta los 8500 USD. Aunque ha habido una caída en los últimos años, el PIB per cápita de Turquía es superior al de Brasil, como puede verse en la Figura 3.
Por otro lado, Brasil no tuvo un gasto muy alto en defensa durante el periodo de la Guerra Fría. Sin embargo, desde la década de 1990, los gastos militares comenzaron a aumentar, especialmente desde 2002, una tendencia que se ha sostenido a través del tiempo. El gasto militar brasileño, que fue aproximadamente de 10 000 millones de USD en 2002, superó los 25 000 millones de USD en 2020, lo que representó el 1,5 % del PIB del país. En concordancia con la disminución del PIB del país, sus gastos militares también experimentaron una rápida disminución en 2015. El gasto militar, que aumentó ligeramente después de 2016, ha vuelto a disminuir en los últimos años. Con todo, la participación de los gastos militares en el PIB del país se ha mantenido casi igual.
En el caso de Turquía, las inversiones y los gastos militares del país siempre han sido altos, debido a los problemas internos de Turquía con el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) y a la prolongada situación de conflicto interno de sus vecinos fronterizos. El Ejército turco es el undécimo ejército más grande del mundo, según datos de 2020 (Global Fire Power, 2021b). Además, es el segundo más grande de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), después de Estados Unidos (Global Fire Power, 2021a). Como se puede ver en la Figura 4, sus gastos militares rondan el 3 % del PIB del país, de los cuales casi 20 000 millones de USD se reportan a partir de 2020. Sin embargo, en contraste con el comportamiento de su PIB, se observa que sus gastos militares tienen una estructura más irregular: en 2015, los gastos militares disminuyeron rápidamente, pero luego comenzaron a incrementarse de nuevo. Como puede verse en la Figura 4, los gastos militares de Turquía son muy superiores a los de Brasil.
La trayectoria en política exterior como potencias medias o regionales
Tanto Brasil como Turquía se han desempeñado en el último tiempo como potencias medias o regionales, en especial tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando la agenda global de seguridad cambió drásticamente y se hizo evidente la importancia del protagonismo de potencias que, desde el sur global, tendieran puentes con miras a estimular un "diálogo de civilizaciones".
Las intervenciones de Estados Unidos en Afganistán e Irak tensaron las relaciones de Occidente con el mundo musulmán y árabe y pusieron en evidencia el poder militar desproporcionado del que goza Washington para tomar retaliaciones. La estigmatización del mundo árabe musulmán fue una constante y se exacerbaron varios conflictos en Oriente Medio, Norte de África y Asia Central.
Con este panorama, el protagonismo de Turquía sobresalió, y hasta cierto punto lo mismo ocurrió con Brasil, aunque con menos atractivo. En semejante coyuntura, ¿en qué elementos de atracción o influencia se apoyaron para consolidarse como potencias medias y regionales? De acuerdo con Holbraad (1971, p. 80), las potencias medias suelen poseer las siguientes características:
Contribuyen a prevenir conflictos en las regiones y apoyan misiones de mantenimiento de la paz de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Participan en las dinámicas regionales multilaterales con protagonismo.
Se involucran en los desarrollos normativos internacionales que favorecen el derecho internacional, principal instrumento de interacción del sur global.
Inciden como mediadoras, facilitadoras u oficiantes en conflictos regionales o extrarregionales.
Influyen en la inclusión de ciertos temas en la agenda global, tales como el desarrollo, el calentamiento global, las migraciones, la superación de la pobreza y el comercio justo, entre otros.
Susanne Gratius (2007, p. 6) considera que las categorías de potencia media y regional, aunque suelen parecerse, deben distinguirse. Mientras que la primera suele tener un ámbito de acción global (o, en el caso de Brasil, la vocería del sur global), la segunda tiene influencia o incidencia en su zona inmediata.
Brasilia ha conseguido abrirse espacios como interlocutor del comercio justo en instituciones como la Organización Mundial del Comercio, siendo una de las potencias medias más insistentes a favor de patrones de intercambio menos desfavorables para los Estados más pobres. En ese mismo foro, ha sido tal el liderazgo de Brasil que, junto con la India, fue pionera de la creación del G20, en 2003, esquema donde tienen participación no solo las economías más robustas del planeta, sino también Estados representativos del sur global.
Brasil es un referente para la discusión de temas ligados a la Amazonía y al medioambiente, que suelen tenerlo como protagonista. No es fortuito que la primera Cumbre de la Tierra haya tenido lugar en Río de Janeiro en 1992. Ahora bien, no siempre se dan consensos con los Estados europeos, como ocurrió durante la presidencia de Jair Bolsonaro. En ese momento, se dieron enfrentamientos a raíz de su postura soberanista en relación con la Amazonía, que Europa interpretó como desafiadora de consensos previos sobre el equilibrio ambiental.
Aparte de eso, Brasil suele liderar, aunque con efectos no siempre visibles, temas como desarrollo sostenible, desarme o desnuclearización. Al respecto, cabe resaltar la forma como, en 2010, el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, junto con el de Erdogan, intentó mediar en la crisis nuclear iraní. En ese momento, propuso almacenar parte del uranio en territorio turco y que este fuera, posteriormente, enriquecido en Francia y Rusia, para así superar uno de los momentos más críticos de las tensiones entre Teherán y varios de los Gobiernos de Occidente (Tissot, 2015). La buena relación de Lula con Erdogan y Mahmud Ahmadinejad, así como la proyección brasileña hacia el mundo musulmán, tuvo mucho que ver con ese acercamiento, que finalmente no se concretó, pues el Gobierno iraní no alcanzó consensos internos para autorizar el enriquecimiento del uranio en territorio extranjero. La autoridad religiosa en concreto siempre ha sido reacia a cualquier concesión en materia de soberanía energética.
Así las cosas, se puede concluir que Brasil no goza del estatus de potencia regional, aunque sí media, en buena medida por la escasa influencia que tiene en América del Sur y Latinoamérica.
Ha estado en buena medida ausente de las grandes iniciativas regionales multilaterales y, aunque se ha terminado uniendo a todas, en ninguna ha desempeñado un papel determinante. Piénsese, por ejemplo, en la Organización de Estados Americanos (OEA), el Grupo de Río (a pesar de haber sido el anfitrión), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) o la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).
En realidad, el liderazgo brasileño fue fundamental en la creación del experimento efímero de la Comunidad de Naciones Suramericanas (CASA), que no trascendió y fue absorbida por la Unasur. En materia de procesos regionales de relevancia, la ausencia de Brasil en el esquema de mediación para América Central, impulsado por Colombia, México y Venezuela en los ochenta, fue llamativa a la vez que reveladora. De igual forma, se pueden señalar distintas fórmulas de acompañamiento regional en los intentos de pacificar a Colombia, donde la presencia de Cuba, México y Venezuela fue una constante, mientras que Brasil brilló por su ausencia.
En virtud de lo anterior, parece enfrentarse a una paradoja. Y es que goza de mayor visibilidad e influencia extrarregional, como vocero del sur global, en espacios como el G22 (países industrializados y del sur global), el bloque BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica -Argentina e Irán son candidatos-), el IBSA (Foro India, Brasil y Suráfrica) o el G4 (aspirantes a miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU: Alemania, Brasil, Japón e India), mientras que, en América Latina, en sus respectivas subzonas, no tiene una trascendencia proporcional a sus recursos de poder.
En cambio, Ankara, a diferencia de Brasil, desde 2007 ha insistido en un acercamiento estratégico a su región natural que ha terminado por dar resultados.
A partir de ese momento, y bajo el liderazgo de Ahmet Davutoglu, ministro de Relaciones Exteriores durante una parte sustancial del gobierno de Recep Tayyip Erdogan, se lideró la política de "cero problemas con los vecinos". Esto le otorgó un mayor equilibrio a la proyección turca, pues en el pasado se había centrado en el alineamiento con Occidente, al tiempo que descuidaba su influencia en Oriente Medio.
Dicho acercamiento a Oriente Medio y Norte de África implicó, en cambio, un papel constructivo en Irak, para su estabilización luego de la caída de Sadam Huseín, un enfoque más dinámico en Siria, para la lucha contra el yihadismo, y una postura más equilibrada en el conflicto palestino-israelí. Ankara era percibido como uno de los aliados israelíes en la zona y, por excelencia, el Estado musulmán más cercano a Tel Aviv. A lo largo de los noventa, Tel Aviv y Ankara sellaron un acuerdo estratégico que fue interpretado por los Estados de la zona como una alianza y que alejó a Turquía de su zona natural de influencia en aras de un acercamiento cada vez más estrecho a Occidente (Jaramillo, 2021, p. 89).
Sin embargo, el distanciamiento con Europa, provocado en buena medida por la dilación de Bruselas para concretar la adhesión turca a la Unión Europea, produjo el resurgimiento de un nacionalismo turco mezclado con elementos religiosos. En 2010, el episodio de la embarcación de bandera turca Mavi Marmara, cuyos miembros fueron asesinados por las Fuerzas de Defensa de Israel cuando llevaba ayuda humanitaria a Gaza, terminó por distanciar a Turquía de Tel Aviv y por acercarlo como nunca a la causa palestina.
Este resurgimiento hizo que Turquía se encontrara mejor posicionada para enfrentar coyunturas clave en 2022, a saber: la toma de Kabul por parte de los talibanes (y el consecuente surgimiento del Emirato de Afganistán) y la guerra en Ucrania (que ha tenido ondas expansivas en la multipolaridad del sistema internacional). A diferencia de Ankara, que ha tenido un papel determinante como miembro de la OTAN y capacidad de interlocución entre Moscú y Occidente, Brasil fue relegado a la intrascendencia.
Conclusión
Este artículo ha planteado algunas respuestas a las siguientes preguntas: ¿Qué factores dan cuenta de la proyección de Brasil y Turquía como potencias medias? ¿Qué diferencias y similitudes se pueden identificar en dicha proyección? ¿Cuáles son las asimetrías en la proyección de cada una a nivel regional e incluso global? Para contribuir a su discusión, se examinaron algunos de los poderes materiales de ambos países, su integración regional y, finalmente, sus trayectorias en política exterior.
No se puede concluir apresuradamente que un Estado sea más poderoso que el otro, sino que ambas proyecciones deben matizarse según factores históricos, geográficos y coyunturales. Los factores determinantes del poder no se limitan al poder material o a la integración regional de los países. Brasil supera a Turquía en términos de población, área y PIB entre las fuerzas materiales. Sin embargo, cuando observamos la participación del PIB per cápita y las inversiones militares como porcentaje del PIB, se ve que Turquía toma la delantera.
Además, ambos países participan activamente en los procesos de integración tanto regionales como globales. Empero, se ha observado que, en general, Turquía actúa de forma más activa que Brasil en los procesos de integración. Tanto es así que Ankara encabeza y estimula algunos procesos de integración regional en una zona donde urgen los liderazgos, habida cuenta, no solo de la inestabilidad política y la conflictividad, sino de una competencia reciente entre poderes regionales y emergentes.
Finalmente, Ankara sobresale hoy como potencia regional (con cierta capacidad pacificadora), pues cuenta con la ventaja de ser un actor influyente de la dramática coyuntura del Oriente Medio, el Norte de África y del África subsahariana, donde la debilidad estatal y el avance del terrorismo integrista parecen una conjugación explosiva. A esto se suma su papel de relevancia en la coyuntura de la invasión rusa en Ucrania, en la que se proyectó con éxito como una potencia mediadora reconocida como tal por las partes en conflicto.
Esto evidencia que el poder es un recurso en constante mutación y que el estatus como potencias medias o regionales va evolucionando de acuerdo con nuevas coyunturas, que son reveladoras de los alcances y límites de la influencia de determinados poderes. En cada crisis parece confirmarse la relevancia de las potencias medias y regionales y la forma como el orden global depende cada vez más de estos actores, cuyo monitoreo constante es una tarea ineludible para la comprensión de las nuevas dinámicas de poder en las relaciones internacionales.