Las imágenes que veremos en los tres números de este volumen son un juego de capas o estratos en el que se mezclan el pasado con el presente. Este artilugio retórico no solo sirve para mostrar los procesos vividos por la institución, sino que nos permite entender las formas en las que construimos los recuerdos. Nos situamos entonces frente a tres posibles miradas: la del observador, aquel que interpreta y cuestiona las imágenes; la del productor, ese que crea la imagen del pasado, en este caso el fotógrafo Diego García, más conocido como DIGAR; y la del montajista, es decir, el Equipo Editorial de la revista que construye una narrativa sobre la memoria y los sentidos de la información.
En esta primera portada veremos entonces el montaje de dos fotografías que nos muestran la fachada de la Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia. Ambas imágenes superpuestas nos revelan cómo después de 50 años los espacios del Campus Universitario continúan siendo habitados por jóvenes que buscan el conocimiento. De su interior podemos ver los andamios y las vigas que le dan sustento a uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad. Luego, entre sombras, vemos los árboles, los tejados y el cielo que anuncian el presente inscrito.
Pero del momento de la construcción al día de hoy hay algo que la imagen no releva tan claramente: se trata del Alma. Aquella luz que necesitaba este edificio para poder ser un espacio mítico de reflexión. Un lugar de intercambio de saberes de todos aquellos que han querido traspasar sus muros de piedra para encontrar el conocimiento.
La imagen nos revela entonces en una capa la superficie, pero en la otra podemos ver la esencia, la vida que requería para poder ser el lugar que hoy ocupa en la sociedad. Un Alma que sin el grupo de expertos que gestiona este conocimiento nunca hubiera podido llegar a ser