La encíclica Laudato Si’ resaltó la importancia del concepto de pecado ecológico, hasta entonces poco utilizado en la teología católica5, a la vez que reconocía el valor de la contribución que el Patriarca Ecuménico Bartolomé había realizado en este sentido6. Ese mismo año -2015-, al instituir la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, el Papa invitó a todos a invocar la misericordia divina «por los pecados cometidos contra el mundo en el que vivimos»7, ya que el «ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa» (217).
Un año más tarde, el Papa recordaba que la explotación egoísta de la tierra es un pecado8, pues «un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios» (8). Por lo tanto, invitaba a abrazar la conversión ecológica9 y a implorar «la misericordia de Dios por los pecados cometidos contra la creación, que hasta ahora no hemos sabido reconocer ni confesar»10.
Para encuadrar adecuadamente estas enseñanzas del Magisterio, en la primera parte de este artículo se estudia la dimensión sacramental del mundo sensible y la presencia, en la liturgia de los sacramentos, de signos y símbolos tomados de la naturaleza, algo que falta en el ritual del sacramento de la reconciliación. En la segunda parte, se subraya la necesidad de que en los actos del penitente se tenga más en cuenta nuestra responsabilidad personal y comunitaria con respecto a la entera creación. En la tercera parte, se indica que el ritual del sacramento debería potenciar la celebración gozosa de la reconciliación y del perdón, gratuitamente recibidos.
1. Dimensión sacramental del mundo sensible
La entera creación es un protosacramento11, un signo visible de la presencia, la bondad y la belleza del Dios trinitario12. Por lo tanto, a partir de las cosas creadas podemos tener un conocimiento natural de Dios13.
Todo en la naturaleza tiene «un valor propio» (69) y una dimensión sacramental. Necesitamos «madurar una espiritualidad» (240) y una mística que nos abran los ojos para que podamos experimentar «la íntima conexión que hay entre Dios y todos los seres» (234).
La teología de la creación debe ser potenciada. Asimismo, las celebraciones litúrgicas deberían reflejar mejor nuestra profunda relación con el mundo sensible14. Hasta ahora se ha insistido sobre todo en la naturaleza caída a causa del pecado y, por lo tanto, en la necesidad de la redención15.
1.1 «Recuerda que eres polvo y al polvo tornarás»
La liturgia de la Iglesia es el ejercicio del ministerio sacerdotal de Cristo16, efectuado a través de ritos y símbolos17 que muestran el vínculo que existe entre lo visible y lo trascendente entre nosotros y el misterio18; de este modo, «presupone, integra y santifica elementos de la creación y de la cultura»19. Por lo tanto, el Misal debe recuperar y «subrayar con fuerza, el misterio de la presencia real de Cristo en la creación»20.
Acciones simbólicas como, por ejemplo, la imposición de las cenizas al comienzo del tiempo de Cuaresma, expresa bien el vínculo que existe entre nuestros pecados y el grito de la tierra. Una de las expresiones indicadas para este rito dice: «Recuerda que eres polvo y al polvo tornarás» (Gn 3,19). Además de recordarnos que también nosotros somos polvo de la tierra, parte integral de la naturaleza, esa ceniza puede expresar también el grito de la tierra, quemada y reducida a polvo a causa del consumismo y del egoísmo humano.
La celebración de la reconciliación sería aún más significativa si potenciara el uso de signos y símbolos de este tipo. De hecho, algunas iglesias protestantes ya han comenzado a hacerlo21.
1.2 La liturgia muestra la dimensión sacramental del mundo sensible
Los sacramentos son signos visibles (palabras y acciones) «de la realidad oculta de la salvación»22 que usan elementos de la naturaleza material para hacer visible lo invisible, realizando «eficazmente la gracia que significan»23. En ellos, «la naturaleza es asumida por Dios y se convierte en mediación de la vida sobrenatural» (235). También muestran la dimensión escatológica de la creación porque «todo lo bueno que hay en ella será asumido en la fiesta celestial» (244).
La expresión más completa se encuentra en la Eucaristía, que anticipa en el tiempo la transformación crística del cosmos (1Co 15,28). En ese anticipo del banquete eterno, el pan y vino representan a la creación entera que, a través de las manos del hombre, es trasformada por la fuerza del Espíritu en la presencia viva de Cristo y, como tal, es asumida por el Padre24. Comulgando ese Cuerpo y Sangre, también el hombre se hace «pan partido, ofrecido a Dios para la vida del mundo»25.
1.3 Sacramento de la reconciliación y relación con la tierra
A pesar de la grave crisis ecológica, provocada «por nuestros comportamientos irresponsables y egoístas»26, el rito del sacramento de la reconciliación no incluye referencias explícitas a la ruptura que cada pecado provoca en nuestra relación con la creación. Además, esta dimensión no suele estar presente en la práctica pastoral del sacramento.
El ser humano «expresa y percibe las realidades espirituales a través de signos y de símbolos materiales»27; por ejemplo, el agua bautismal, el óleo de los catecúmenos y de los enfermos, el fuego y el cirio pascual, las velas, el incienso, «si bien no como realidad autónoma con valor en sí misma, sino en cuanto incorporada a la vida y la historia de la comunidad»28. En efecto, la celebración litúrgica debe ser percibida como un evento de salvación, no como magia.
Asimismo, la praxis del sacramento de la reconciliación debería hacer uso de signos y símbolos de la naturaleza, especialmente en las celebraciones comunitarias, para evidenciar nuestro vínculo con la tierra y la necesidad de reconciliación con ella. Esto no suele hacerse y tampoco se realizan gestos corporales significativos. Incluso se suele omitir la lectura de la palabra de Dios en la celebración con un solo penitente.
2. Reconciliación sacramental con la naturaleza
«Dios nos ha dado la tierra para cultivarla y guardarla, con respeto y equilibrio. Cultivarla “demasiado” -esto es abusando de ella de modo miope y egoísta-, y guardarla poco es pecado»29. Este pecado tiene dimensiones sociales e históricas muy evidentes, porque pone en peligro el equilibrio ecológico y el futuro de la humanidad.
El pecado ecológico rompe las relaciones vitales que nos unen a Dios, al prójimo y a la creación, causando daño «no solo externamente, sino también dentro de nosotros» (66). Los problemas ambientales, de hecho, tienen raíces éticas y espirituales (9), porque son el resultado del corazón humano herido. El patriarca Bartolomé lo ha puesto de manifiesto cuando llama la atención «sobre la crisis moral y espiritual que está en la base de los problemas ambientales»30. Todos somos responsables y, por lo tanto, todos tenemos que reconocer «nuestra contribución -pequeña o grande- a la desfiguración y destrucción de la creación»31.
Necesitamos «realizar pasos concretos en el camino de la conversión ecológica, que pide una clara toma de conciencia de nuestra responsabilidad»32 y debe ser «sostenida particularmente por el sacramento de la Penitencia»33. Este sacramento es también un momento privilegiado en la formación de conciencia34.
Organizo ahora la reflexión siguiendo fundamentalmente los actos del penitente: examen de conciencia, contrición, confesión, satisfacción. Con esta clave de lectura, intento mostrar el proceso de conversión ecológica y su relación con el sacramento de la reconciliación. Sin la gracia divina, el esfuerzo humano resulta superficial, incapaz de transformarnos interiormente, en mente y corazón, insuficiente para cambiar el mundo desde dentro.
2.1 Examen de conciencia sobre el pecado ecológico
El primer paso en el camino de la conversión ecológica es el examen de conciencia (8). Hoy nadie puede justificar la propia ignorancia sobre la crisis ambiental. La gente está más sensibilizada sobre los problemas ecológicos35, pero esto no impide que los «hábitos dañinos de consumo» (55) sigan aumentando. Necesitamos «examinar nuestras vidas», «reconocer los propios errores, pecados, vicios o negligencias, y arrepentirnos de corazón, cambiar desde adentro» (218).
El pecado ecológico se manifiesta hoy de muchas maneras, ya sea con acciones culpables, por ejemplo, desechando grandes cantidades de alimentos o asumiendo comportamientos irresponsable y estilos de vida perjudiciales para el ecosistema36. Las actitudes reprensibles siguen presentes, también entre los creyentes, y «van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas» (14).
La vida urbana facilita la indiferencia ante el daño ecológico porque aleja a las personas del contacto físico con la naturaleza. «Ojos que no ven, corazón que no siente». Los campesinos, sin embargo, son más conscientes del daño que pueden causar a los animales y al medioambiente.
2.2 Contrición y conversión del corazón
La contrición ocupa el primer lugar entre los actos del penitente. Es «un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar»37. Puede ser perfecta, «cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas», o imperfecta («atrición»), cuando es fruto del temor38. Muchos reaccionan simplemente por miedo a las nefastas consecuencias de la crisis ecológica, un sentimiento que no llega a implicar completamente a la persona.
El discurso científico apela solo a la dimensión racional, mientras que las religiones son las instancias que con mayor fuerza pueden apelar al ser humano en toda su complejidad de mente, corazón y espíritu39. La verdadera religión sana las cuatro relaciones fundamentales «desde adentro». La experiencia de la gratuidad divina y de nuestra profunda «re-ligación» con las demás criaturas nos abre a la contrición perfecta por los pecados cometidos contra la naturaleza y hace posible la firme determinación de no pecar más, tampoco a nivel comunitario (219).
2.3 Confesión
Al confesar nuestros pecados, solemos olvidarnos de nuestra responsabilidad «en relación con los demás seres vivos»40. No tenemos en cuenta que no solo dentro de la Iglesia, sino también dentro del ecosistema global «si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo» (1Cor 12,26). El pecado no solo rompe la relación con Dios y con el prójimo, sino también con la tierra.
Asimismo, las oraciones cristianas, dirigidas al Padre a través de Cristo en el Espíritu, suelen centrarse en las necesidades humanas41 y rara vez aluden al vínculo íntimo que nos une con la creación42. El Cántico de las criaturas de San Francisco de Asís es una magnífica excepción y, de hecho, es universalmente admirado.
Hoy la Iglesia nos invita a confesar no solo nuestros pecados contra el Creador y contra el prójimo, sino también los que cometemos contra la creación. «Los confesamos porque estamos arrepentidos y queremos cambiar. Y la gracia misericordiosa de Dios que recibimos en el sacramento nos ayudará a hacerlo»43. «Por lo tanto, ese momento tiene que ser de alegría y de celebración»44.
La reconciliación siempre tiene lugar con la Iglesia y en la Iglesia. De hecho, «la reconciliación con la Iglesia es inseparable de la reconciliación con Dios»45. Se debería destacar y potenciar más esta dimensión eclesial del sacramento, que suele quedar obscurecida cuando se celebra con un solo penitente.
2.4 Satisfacción
El sacramento de la reconciliación implica un proceso de conversión. «¡Reconciliaos con Dios!» (2Cor 5,20). El perdón es siempre gratuito, pero el penitente debe mostrar su firme intención de cambiar el rumbo, concretándola en actos de satisfacción. Estos actos no son el precio que hay que pagar por la absolución, sino signos «del compromiso personal que el cristiano ha asumido ante Dios, en el Sacramento, de comenzar una existencia nueva»46. Por lo tanto, el penitente deberá esforzarse en superar la avaricia y el consumismo47 para crecer en las virtudes ecológicas: compasión, prudencia, templanza, simplicidad, sobriedad, «la capacidad de gozar con poco»48.
Una satisfacción que responda mejor al pecado cometido (y realizada preferiblemente antes de la absolución) favorecería la autenticidad de la conversión y haría más visible la gracia del perdón. En efecto, el firme propósito de cambiar la vida:
Debe traducirse en actitudes y comportamientos concretos más respetuosos con la creación, como, por ejemplo, hacer un uso prudente del plástico y del papel, no desperdiciar el agua, la comida y la energía eléctrica, diferenciar los residuos, tratar con cuidado a los otros seres vivos, utilizar el transporte público y compartir el mismo vehículo entre varias personas”49.
Conviene favorecer y potenciar la práctica tradicional del ayuno, que puede ser hoy muy eficaz para sanar el corazón humano del consumismo y de la cultura del descarte, mostrando que «menos es más» (222). También la abstinencia puede ser una respuesta coherente al problema ambiental, pues resulta bien conocida la gravedad de la huella ecológica provocada por la cría de tantos animales destinados a nuestro consumo de carne50.
Además, se deben fortalecer las prácticas de satisfacción que ayuden a restablecer y fortalecer las cuatro relaciones fundamentales; por ejemplo, los encuentros fraternos, el servicio, el despliegue de los carismas, la música y el arte, el contacto con la naturaleza, la oración (223).
3. Hacia una fraternidad cósmica
«La Iglesia en nombre de Jesucristo concede el perdón de los pecados», también de los ambientales, reza «por el pecador y hace penitencia con él. Así el pecador se reintegra en la comunión eclesial»51 y en la fraternidad cósmica. En Cristo, Dios reconcilia al mundo consigo, «poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación» (2Cor 5,19). Toda la Iglesia debe participar activamente en esta reconciliación comunitaria con la oración y la penitencia.
3.1 Restitución y justicia ecológica
La tradición eclesial sostiene que la restitución es necesaria cuando se trata de pecados contra la justicia; por ejemplo, el robo y la calumnia. Con la restitución, el penitente muestra la autenticidad de su arrepentimiento52 y el firme propósito de reconstruir sobre bases seguras sus cuatro relaciones fundamentales. Necesitamos reparar el daño que todo pecado causa a nuestra relación con Dios, con nosotros mismos, con los demás y con la naturaleza. Así pues, la restitución, entendida en sentido analógico y en perspectiva comunitaria, debe aplicarse también al ámbito ecológico53.
En modos diversos, todos hemos sido injustos y hemos dañado a nuestra hermana madre Tierra. La reconciliación exige hacerle justicia54; por ejemplo, con acciones que reparen el daño causado y, además, poniendo los medios para no ocasionarle ningún otro daño en el futuro.
El ser humano se ha apropiado de la mayor parte de los recursos disponibles en la tierra. Por lo tanto, algunos autores consideran que tenemos un deber de justicia hacia las demás especies. Un modo de restituirles el daño causado consistiría en crear las condiciones para que esas especies puedan reintegrarse en nuestros hábitats, adaptándose a nuestra presencia sin perder su libertad. Esta integración sería mucho más eficaz que el encerrarles en espacios naturales bien delimitados, donde es difícil garantizar su supervivencia por mucho tiempo55.
A nivel internacional, «un caso concreto es el de la “deuda ecológica” entre el norte y el sur del mundo. Su restitución haría necesario que se tomase cuidado de la naturaleza de los países más pobres, proporcionándoles recursos financieros y asistencia técnica»56.
3.2 Reconciliación ecológica
«No podemos separar reconciliación con Dios, con la Iglesia, con los demás, con toda la creación»57. Buenaventura afirma que Cristo, con su redención, ha restaurado todas las criaturas al estado de inocencia original, haciendo así posible la reconciliación universal58. La introducción al ritual de la Penitencia recuerda que «el Padre manifestó su misericordia reconciliando consigo por Cristo todos los seres, los del cielo y de la tierra»59.
«Cuando el hombre desobedece a Dios y se niega a someterse a su potestad, entonces la naturaleza se le rebela y ya no le reconoce como señor»60. Por el contrario, cuando acepta el amor de Dios y se esfuerza por restaurar sus cuatro relaciones fundamentales, la naturaleza lo acoge nuevamente61, haciendo posible la reconciliación ecológica62.
Francisco de Asís «transfiere su profunda experiencia de reconciliación interior a su relación con las personas y con la creación»63. La naturaleza que, a causa del pecado del hombre, se había vuelto hostil (Gn 3,17-19), en Francisco recupera la armonía perdida y se reconcilia con el hombre64.
3.3 Celebración de la fraternidad restablecida
En la praxis del Sacramento, sigue predominando el ritual de reconciliación de un solo penitente, con confesión y absolución individual, que no suele dar cabida a una celebración explícita del gozo por haber sido perdonados y reconciliados. Esta carencia hace más difícil la percepción y la asimilación del evento salvífico. Por el contrario, en el capítulo 15 del evangelio de Lucas, las tres parábolas del perdón (la oveja extraviada, la moneda perdida y el Padre misericordioso) terminan con una alegre celebración comunitaria.
Francisco de Asís había re-encontrado la armonía perdida, se sentía hermano de todas las criaturas y, por lo tanto, alababa a Dios con gozo. Siguiendo su ejemplo, también nosotros deberíamos celebrar la reconciliación de nuestros pecados reforzando nuestra percepción del mundo como «un misterio gozoso que contemplamos con alegría y alabanza» (12).
Actualmente se han puesto en marcha iniciativas que promueven el celebrar juntos la reconciliación con la naturaleza y el sentirse hermanos en el hogar común. El papa Francisco recuerda, por ejemplo, que «la Tercera Asamblea Ecuménica Europea (Sibiu 2007) proponía celebrar un “Tiempo para la creación”, con una duración de cinco semanas entre el 1º de septiembre (memoria ortodoxa de la divina creación) y el 4 de octubre (memoria de Francisco de Asís)»65.
Conclusión
La gravedad de la actual crisis ecológica es una llamada urgente a tomar conciencia de nuestros pecados contra la naturaleza, a implementar «una profunda conversión interior» (217) y, por consiguiente, a incluir la dimensión ecológica en la celebración del sacramento de la reconciliación.
«Arrepintámonos del mal que estamos haciendo a nuestra casa común»66. Esta invitación del papa Francisco está respaldada por innumerables datos científicos que indican la gravedad de la situación. Por desgracia, «la cultura del bienestar nos anestesia»67 y preferimos ignorar o minimizar el problema.
Con la ayuda de la gracia divina, podemos «cambiar el modo en que percibimos el mundo para modificar la manera de cómo nos relacionamos con él»68. Esta nueva actitud implica gratitud, gratuidad y conciencia amorosa «de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal» (220). Esta fraternidad cósmica debe ser reparada y fortalecida, también con el sacramento de la reconciliación.