Desde los textos fundacionales de Germán Arciniegas, Otto Morales Benítez y Jaime Jaramillo,1 la historiografía colombiana se ha preguntado por el lugar del mestizaje en el proceso formativo de la nación. Otros trabajos, como los de Alfonso Múnera y Nancy Appelbaum, se alejaron de los postulados celebratorios de las primeras obras y sostuvieron que los intelectuales del siglo XIX utilizaron el discurso del mestizaje para suprimir simbólicamente a negros e indígenas e imaginar así una nación homogénea.2 Investigaciones más recientes demostraron que líderes e intelectuales negros y mulatos también acudieron a dicho discurso para exigir el cumplimiento de la promesa de igualdad hecha durante la independencia. Desde ese entonces, el mestizaje fue considerado un pilar de la identidad colombiana.3 Francisco Flórez, en particular, estudió cómo un sector emergente de profesionales, artistas e intelectuales negros y mulatos provenientes de las costas del Pacífico y el Caribe colombiano deconstruyeron el concepto tradicional de mestizaje heredado del siglo XIX -cuando era concebido como un vehículo para el blanqueamiento de la población- y lo convirtieron en un discurso incluyente que reconocía los aportes artísticos de base africana como parte de la cultura nacional.4
La historiografía colombiana ha privilegiado el estudio del mestizaje en el contexto de la formación del Estado nación y, más específicamente, dentro de los debates sobre ciudadanía, identidad nacional y democracia. Aquí se propone una perspectiva más amplia que considera el mestizaje no solo como "la imagen de la nación" o "un discurso nacionalista",5 sino como herramienta discursiva a través de la cual algunos sectores abordaron las tensiones raciales y políticas ocurridas en entornos locales. Este articulo analiza de qué forma líderes negros y mulatos6 -como el congresista José de los Santos Cabrera y el candidato presidencial Juan Zapata Olivella-, utilizaron el discurso del mestizaje para tramitar los conflictos raciales que existieron en Cartagena entre las décadas de 1940 y 1970. Estos líderes emergentes acudieron a dicho ideario para denunciar hechos públicos de racismo y legitimar el lugar que habían logrado en el interior de la sociedad. Las tensiones raciales aquí estuvieron marcadas por las disputas entre este grupo y las élites tradicionales, autorreconocidas como blancas y eurodescendientes.
Aunque utilizado en clave antirracista, el discurso del mestizaje fue lo suficientemente ambiguo como para invocarse con el fin de desestimar el racismo o la importancia de la movilización de base racial.7 Así, veremos cómo la candidatura presidencial de Juan Zapata Olivella, concebida por algunos como la primera "candidatura negra" a la presidencia de Colombia, generó un intenso debate en Cartagena, donde varios criticaron la campana por considerarla incompatible con la naturaleza mestiza y democrática del país. El mestizaje era un concepto polisémico y sus apropiaciones exhibían las características de los imaginarios raciales de la época. Este ideario evocaba diferentes significados, a veces contradictorios, los cuales no eran inmanentes y estaban sujetos a contingencias históricas.8
Primero analizaremos de qué manera el mestizaje sirvió de base para la construcción de la identidad individual y colectiva de los cartageneros.
En función de este contexto social e ideológico, abordaremos las tensiones raciales existentes durante las décadas de 1940 y 1970 y cómo el mestizaje sirvió de herramienta discursiva para tramitarlas. Finalmente, examinaremos la campana presidencial de Juan Zapata Olivella (1975-1977), construida sobre una plataforma política que articulaba la negritud y el mestizaje. A pesar de autodenominarse "candidato de color", Zapata Olivella revindicó un concepto amplio de mestizaje que agrupaba a todos los sectores subordinados de la sociedad colombiana, indistintamente de su identidad racial. Aunque denunció abiertamente la persistencia del racismo en Cartagena, también puso en evidencia los límites del mestizaje como un discurso antirracista.
Identidades híbridas en Cartagena
A inicios de la década de 1970, Mauricio Solaún y Sidney Kronus, profesores de sociología de la Universidad de Illinois, llegaron a Cartagena para estudiar las relaciones raciales en América Latina. Su objetivo era entender cómo, a pesar de la persistencia del racismo, este no había conducido a los niveles de violencia racial existentes en Estados Unidos. Escogieron Cartagena porque las personas negras constituían el grupo subordinado -estableciendo una comparación con aquel país-, mientras el grupo dominante estaba integrado mayoritariamente por personas autorreconocidas como blancas y eurodescendientes. A pesar de la aparente bipolaridad del sistema racial, Solaún y Kronus encontraron "personas mezcladas" en toda la pirámide social, sobre todo en los niveles intermedios. Por "personas mezcladas" se referían a aquellas cuya apariencia física "denotara la existencia de ancestros no-caucásicos", incluyendo a "los mulatos claros y los mestizos".9 Para los autores, el color de piel no era un impedimento para la movilidad social, siendo la clase -más que la raza-, el determinador de la estratificación social. Por ende, concluyeron que la posibilidad de un conflicto racial en Cartagena era prácticamente nula.10
Aunque las conclusiones de Solaún y Kronus son discutibles, -en buena medida, porque sobreestimaron los niveles de tolerancia racial-, su investigación revela la importancia del mestizaje en la formación de las identidades raciales. Adelantando entrevistas para determinar cómo se autoidentificaban las personas de acuerdo con su procedencia de clase, encontraron que el 70 % de los entrevistados de clase alta eran conscientes de su origen mestizo, aunque se autodenominaran "blancos". Del mismo modo, los profesionales de clase media se autoidentificaban mayoritariamente como "mestizos", "triguenos" o "mulatos". Los trabajadores utilizaban categorías intermedias asociadas a lo negro, por ejemplo, "moreno" o "mulato". Y, aunque la mitad de los habitantes de los barrios empobrecidos se autorreconocían como "negros", un 34 % lo hacían como "moreno" o "mestizo".11 Estos datos revelan que para los cartageneros el mestizaje no era exclusivamente un relato sobre la identidad nacional, sino la base de sus identidades. Solaún y Kronus identificaron al menos 62 categorías utilizadas por los locales: "mestizo mezclado", "mestizo claro", "moreno", "mulato", "mestizo", "café con leche", etc.12 Lo anterior evidencia la existencia de una conciencia colectiva sobre el alcance del mestizaje, al igual que los esfuerzos por ordenar una realidad caracterizada por la ambigüedad de la diferencia racial.
La identidad de Cartagena, como un ente colectivo, también giraba en torno al relato del mestizaje. En su poemario Tambores en la noche (1940), Jorge Artel describió a Cartagena como "la ciudad de los mil colores".13 En 1966, el periodista Melanio Porto utilizó la misma metáfora para describirla y anadió que esta era habitada por "negros, amarillados, blancos, rosados, café con leche, jabados y pintados".14 El antropólogo Humberto Triana se refirió a los barrios pobres como la "Cartagena mulata",15 mientras el periodista negro José Morillo sostuvo que en la ciudad -más que en cualquier otra- reinaba la "simbiosis étnica de una verdadera democracia", es decir, la existencia del mestizaje permitía que sus habitantes vivieran libres de prejuicios raciales. Un texto citado por Morillo afirmaba que la coincidencia de "diversos cuadros raciales [...] donde varía también la condición social y económica" logró " disipar prejuicios y convencionalismos gracias a los conocimientos; formándose una conciencia y un verdadero sentido de la democracia social".16 Para Morillo, el mestizaje biológico y cultural había creado una sociedad tan diversa que no había lugar para el racismo, dado que todos los sectores de la sociedad, indistintamente de su color de piel, participaban de la vida pública. Cartagena era, en pocas palabras, una democracia racial.17
Periodistas e intelectuales elaboraron discursivamente a Cartagena como una ciudad mestiza o mulata, y, a los cartageneros, como arquetipos de lo híbrido. La celebración pública de una alteridad racializada, entendida a la manera de una atribución y naturalización de características distintivas y hereditarias -estableciendo, a veces, jerarquías-18 se remonta a la década de 1940, cuando líderes y profesionales negros y mulatos, originarios del Caribe y el Pacífico, aprovecharon el ambiente progresista de la hegemonía liberal para deconstruir la idea del mestizaje y alejarlo de su matriz racista y biológica.19 En vez de concebir el mestizaje como un vehículo para el blanqueamiento de la población, estos intelectuales utilizaron estratégicamente el discurso con el fin de reconocer el aporte de la cultura de origen africano en la formación de la nación colombiana. Algunos de ellos, como Jorge Artel y Manuel Zapata Olivella, precursores de la literatura afrocolombiana en el siglo XX, habían crecido en Cartagena.
La elaboración discursiva de Cartagena como una ciudad híbrida no solo se hizo evidente a través de la cultura letrada. Artistas plásticos, como Enrique Grau y José Wilfrido Canarate, también celebraron públicamente la alteridad racial e hicieron del mestizaje una dimensión fundamental de su creación artística y cultural, en cuanto constituía un elemento representativo de lo autóctono y local. En la Primera Feria de Arte de Cartagena en 1940, Grau y Canarate expusieron obras como "Mulata cartagenera", "Aborigen y negra" y "Anita la morena", que, además de evocar explícitamente el mestizaje, ilustraban el cuerpo femenino como depositario del proceso de hibridación que concibió al sujeto cartagenero.20 El mestizaje fue, desde entonces, "un territorio de prácticas y representaciones inherentemente sexualizado y atravesado por la diferencia de género",21 en el que la mujer mulata o morena era vista como la encarnación de la identidad colectiva de la ciudad.22
Sin embargo, no todos entendieron el mestizaje del mismo modo. Esta generación de artistas e intelectuales emergentes desafió los principios de una tradición cultural y literaria que aún concebía a Cartagena como un nodo transmisor de la herencia hispánica.23 Lejos de celebrar la alteridad racial, estos últimos creían que el mestizaje, biológico y cultural, debía conducir a la formación de una masa homogénea donde predominaran las virtudes de la raza blanca. En su libro Cartagena y su gente, el periodista Ramón Manrique expuso las bases de aquella noción de mestizaje:
Según una teoría, que confirma interpolación racial inmediatamente examinada, la raza blanca absorbe a la negra a la vuelta de algunas generaciones, pues parece tener mucho más potencia genésica y biológica. Quizá porque -más civilizado- el blanco sabe ponerle el éxtasis supremo de la copulación, mayor combustión mental y, por lo mismo, mayor fuerza espermática. En nuestros medios criollos el fenómeno de la absorción es muy visible.24
Aunque Manrique reconocía que el mulato, el "híbrido" de aquella unión, gozaba de "mucha vivacidad y fortaleza", confiaba -claramente evocando a Vasconcelos- en que el tiempo limaría sus "aristas acusativas"25 dando lugar a una "nueva súperraza".26 Esta versión blanco-céntrica del mestizaje elogiaba la hibridación siempre que permitiera la supresión de la alteridad racial. Aunque celebrara el mestizaje, reconocía explícitamente la supremacía de la raza blanca.27
Para la década de 1960, el discurso del mestizaje ya era invocado en una clave diferente, en parte, gracias a la ruptura lograda por aquella generación emergente de artistas e intelectuales de la década de 1940. Cuando el periodista y político cartagenero Carlos Escallón Villa abordó la pregunta sobre el papel del mestizaje en la conformación de la unidad nacional, sostuvo que, en aras de consolidarla, era necesario fortalecer el vínculo entre las personas provenientes de la comunión de "el indio sedentario en sus tierras vírgenes; el blanco llegado de Europa y el negro de África". Aunque anoraba la creación de una "cuarta raza" que permitiera la "unidad de un solo tipo dentro de su diversidad", Escallón, a diferencia de Manrique, no estableció una jerarquía entre las tres vertientes del mestizaje ni pensó que aquel proceso debía conducir a la formación de una masa homogénea libre del aporte de negros e indígenas. Es más, opuso su fórmula a proyectos nacionalistas como el nazismo, "con su absurda teoría de la unificación de Alemania a base de la superioridad de la raza aria".28 Esta lectura del mestizaje en clave antirracista dominó la opinión pública de Cartagena en los anos venideros y, como veremos, se convirtió en un discurso de contestación en medio de las tensiones raciales existentes en el contexto local.
"La caldera del diablo": tensiones raciales en la política local
En 1970 la Academia de Historia propuso construir un monumento a la raza negra para reconocer su papel histórico. Para sus miembros, en Cartagena, más que "en ninguna región de América [...] han convivido tan pacíficamente los individuos de la raza negra con los de las demás razas".29 Aunque la propuesta fue públicamente celebrada, el exmagistrado del Tribunal Superior, Rogelio Méndez, advirtió que el monumento no debía "ser motivo de una segregación, sino todo lo contrario, que [cause] una integración de los distintos factores raciales que poco a poco se van mezclando para formar un tipo totalmente diferente". Para él, la integración racial en Cartagena estaba incompleta y las tensiones raciales no se habían disipado. Temía que la desigualdad de clases sirviera como caldo de cultivo para la guerra racial, toda vez que "en la Costa la palabra pobre debe entenderse por negro".30
Anos atrás, el exmagistrado había advertido que agitadores podían utilizar las tensiones raciales para radicalizar el movimiento estudiantil en la Universidad de Cartagena. Para Méndez, los estudiantes, que provenían cada vez más de "la base de la pirámide de la sociedad", anhelaban "destruir a la tradicional clase dirigente". Cartagena, comentaba, era "una Caldera del Diablo, debido a su complicada composición social".31 En pocas palabras, la incursión de más estudiantes negros y mulatos en la universidad podía crear un ambiente favorable para que agitadores desestabilizaran la frágil armonía racial que existía en la ciudad. Mucho antes otros ya habían advertido sobre los posibles efectos de la credente participación pública de negros y mulatos. En 1937, el periodista Julián Devis Echandía vaticinaba que, para mediados de siglo, la ciudad estaría "en poder de las clases negras, cuya superioridad intelectual recorre todos los días una indefinida trayectoria ascendente, y dominarán completamente a las blancas".32 Para ese entonces, dos líderes mulatos, Francisco Vargas Vélez y Manuel F. Obregón, habían sido gobernadores del departamento y muchos otros habían sido elegidos para cargos de elección popular.33
Desde el siglo XIX, líderes negros y mulatos aprovecharon la igualdad jurídica otorgada por la república para ascender a posiciones de poder político y acceder a la cultura letrada.34 Muchos se convirtieron en profesionales destacados tras haberse formado en las aulas de la Universidad de Cartagena, creada por Bolívar y Santander en 1827.35 La apertura propiciada por la educación pública permitió que para la segunda mitad del siglo XX, la clase dirigente estuviera parcialmente integrada por un grupo de líderes emergentes que le disputaban espacios de representación a la élite tradicional blanca. Uno de los miembros de aquel grupo, el conservador Joaquín Franco Burgos, reconoció en 1967 que el Concejo Municipal "[representaba] auténticamente a todo el Municipio" porque estaba integrado por "blanquitos y negritos".36
La creciente participación de estos sectores en la política local generó malestar entre los grupos más conservadores de la ciudad. En 1945, Jorge Artel, que para ese entonces se desempenaba como secretario del gobierno municipal, fue calificado como "un animal de monte" al que había "que meter en una jaula" por una cronista del periódico conservador El Siglo, quien le cuestionaba la demolición de varias edificaciones en la ciudad amurallada.37 El poeta respondió a los agravios; réplica que algunos consideraron agresiva e irrespetuosa. Eduardo Lemaitre, un político e intelectual cartagenero -y el líder más prominente de la élite tradicional- comentó que las palabras de Artel demostraban que "la poesía no puede suavizar las asperezas del negro".38
El tono del debate evidencia las tensiones y fracturas existentes en el interior de la élite política local. Lemaitre y Artel representaban las caras opuestas de la clase dirigente. El primero provenía de una familia que había detentado el poder económico, político y social desde el siglo XIX y que simpatizaba abiertamente con ideales hispanófilos y conservadores. Según un reporte del Consulado de los Estados Unidos en 1940, este grupo se oponía "a cualquier posibilidad de cambio en el estatus quo de la sociedad, una oposición que no está libre de prejuicios sociales y raciales".39 Artel, por el contrario, había nacido en una familia humilde del barrio Getsemaní. Con grandes esfuerzos se graduó de abogado en la Universidad de Cartagena y ejerció varios cargos públicos antes de dedicarse a la literatura. Y, aunque logró insertarse en la clase dirigente local, nunca tuvo acceso a los círculos más exclusivos de la élite tradicional. Según el sociólogo Norman Humphrey, Cartagena era lo más cercano a "una sociedad de castas [...] donde la educación o la riqueza no le permitiría a uno romper las barreras establecidas por la alta sociedad y la endogamia".40
En el contexto de la disputa entre Artel y Lemaitre, una columna del Diario de la Costa comentó que "quien tiene techo de vidrio no debe tirarle piedras al vecino, como decía nuestra abuelita: 'Mijo, aquí quien no tiene de INGA, tiene de MANDINGA'".41 Para el columnista, el racismo no tenía lugar en una sociedad mestiza donde toda persona provenía inevitablemente de negros o indígenas.42 Ya para mediados del siglo XX, el mestizaje era estratégicamente utilizado como un discurso de contestación en contra del racismo y, más importante, como un dispositivo para tramitar las tensiones raciales existentes en la realidad local.
A pesar del creciente reconocimiento público de la alteridad racial, las tensiones generadas por el ascenso de líderes emergentes no cesaron durante los anos venideros. En 1974, Jesús Cárdenas de la Ossa, secretario general del gobierno municipal, comentó que "una senora de la alta sociedad" lo interpeló por el numeroso grupo de personas negras que veían el desfile de las fiestas novembrinas desde el edificio de la Alcaldía y que estas se habían vuelto "un negrerío".43 Un ano antes, al concejal Acisclo De Ávila, líder negro proveniente del corregimiento de Bocachica, se le había impedido el ingreso a las instalaciones de la Gobernación "porque es negro", según la denuncia de uno de sus copartidarios.44
Además de las tensiones generadas por su irrupción en los espacios de representación política, este grupo emergente de líderes negros y mulatos también enfrentó límites a su ascenso social. De acuerdo con la investigación de Solaún y Kronus, a inicios de la década de 1970, las personas negras constituían un 22,8 % de la élite política de la ciudad; los "mezclados", incluyendo a "mulatos claros" y "mestizos", representaban un 33,3 %; y los blancos, un 43,9 %. A pesar de la notable participación en la élite política, la presencia de personas negras y "mezcladas" era mucho menor en las élites económicas y sociales. Y, más importante aún, la presencia de personas negras en la élite social era prácticamente nula.45 A pesar de las aperturas políticas logradas desde la formación de la república y del reconocimiento cada vez más creciente de la alteridad racial, Cartagena seguía siendo una ciudad jerarquizada en términos de clase y raza donde la movilidad social tenía sus límites. Las expresiones públicas de racismo, no obstante, continuaban siendo denunciadas como ajenas a la naturaleza mestiza de la sociedad local.
El mestizaje como discurso de contestación: alcances y limites
En 1962, el periodista bogotano Eduardo Caballero Calderón propuso convertir a Cartagena en la capital alterna de Colombia para incentivar el desarrollo económico local. Eduardo Lemaitre, entonces senador, publicó una columna en El Espectador donde advertía que la ciudad necesitaba mucho más para resolver sus problemas, incluyendo, "el lastre terrible de una vasta población de color totalmente improductiva, salvo para hacer hijos".46 El comentario generó malestar entre sus contradictores, tanto liberales como conservadores. Uno de ellos, el político y periodista Carlos Escallón Villa, comentó que Lemaitre desconocía los servicios que "las personas de color" habían prestado a la formación de la república: "nuestros libertadores no hicieron las guerras de la liberación con solo blancos ni siquiera mestizos, sino que la sangre que impropiamente se llama negra por designación genérica, se derramó en torrentes en tantas proporciones como la de los blancos".47 Por su parte, Jaime Molares, empresario y periodista mulato, citó aportes científicos para afirmar que la raza solo incidía en las características somáticas y que nada tenía que ver con las diferencias culturales, lingüísticas o intelectuales.48
Una de las respuestas más sonadas provino del congresista negro José de los Santos Cabrera. Al igual que Artel, provenía de una familia de extracción popular y había estudiado Derecho en la Universidad de Cartagena. En 1958 se convirtió en senador.49 En su respuesta a Lemaitre, Santos invocó la naturaleza mestiza de la sociedad cartagenera para sugerir la incompatibilidad del racismo:
después de una lucha cruenta, sobre todo en esta cerrada sociedad de Cartagena, los hombres de color comenzaron a pisar los establecimientos de educación y ya hoy no es exacto que los aristócratas sean más productivos, ni que le sirvan mejor a Cartagena, que los hombres de color [es] insensato herir, en pleno siglo veinte sentimientos de un pueblo tan noble y generoso como el de Cartagena, que ha servido y sirve aun para ayudar a amansar grandes fortunas, aflorando la cuestión racial, cuando tanta mezcla existe en todas sus clases sociales.50
Además de invocar el mestizaje para controvertir a Lemaitre, Santos mencionó la trayectoria histórica de los "hombres de color" para destacar de qué forma, a pesar de haber nacido en el seno de familias humildes, estos ascendieron socialmente gracias a la república. Al interpelar a Lemaitre, estos líderes negros y mulatos, como Santos, Artel o Molares, no solo buscaban controvertir una demostración pública de racismo, sino legitimar el lugar que ellos mismos habían conquistado al interior de la sociedad cartagenera.
Aunque las palabras de Santos confirman que el mestizaje era utilizado en clave antirracista, la naturaleza polisémica del discurso permitía su uso en el sentido contrario. Así se hizo evidente con la defensa de Lemaitre en las páginas de El Universal. Este sostuvo que había sido malinterpretado y que no era "un horrible aristócrata racista, enemigo del pueblo de color". Anadió que hablar de racismo en Cartagena era un despropósito porque "no se puede ser racista [...] aquí nadie sabe ni hasta donde es blanco ni hasta donde es negro" y concluyó afirmando que lo dicho en su columna era un "hecho social desgraciadamente innegable" y que la pobreza afectaba tanto a blancos como a "personas de color".51 Días después, el mismo diario publicó un editorial defendiendo a Lemaitre y calificando el asunto como "un debate inconveniente". La defensa invocó la influencia histórica del mestizaje:
En nuestras democracias hispano-americanas, la mezcla de las razas es un hecho sociológico que, lejos de demeritar a los distintos grupos étnicos que forman estas naciones, les da especiales características. Todo ellos en un ambiente de igualdad legal y de fraternidad humana y social que ha sido la obra constantemente superada por la filosofía y la religión.52
El editorial afirmó que con la república se habían eliminado "esos prejuicios raciales, herencia de absurdas teorías y de prácticas de opresión" y destacó el aporte histórico de las "personas de color" al porvenir de la nación, particularmente de la Costa Atlántica, "donde hemos dado las mejores pruebas de un espíritu civilizado". Además, aunque reconoció la existencia de problemas críticos, como la pobreza y el desempleo, las atribuyó a la "economía pública" y a la falta de nuevas industrias.53
Que la defensa de Lemaitre y las interpelaciones en su contra utilizaran el mestizaje como una herramienta discursiva demuestra la naturaleza polisémica del concepto.54 Como discurso y práctica, el mestizaje todavia era un espacio de contención con usos y significados contradictorios. La candidatura presidencial de Juan Zapata Olivella constituye otro ejemplo de cómo el mestizaje servía como soporte base de la movilización de base racial sin superar sus propias contradicciones.
Negritud y mestizaje: la candidatura presidencial de Juan Zapata Olivella
Juan Zapata Olivella fue un destacado médico, intelectual y diplomático. Junto a su padre, Antonio María Zapata, y sus hermanos, Manuel y Delia, hizo parte de una familia de intelectuales que se dedicaron a la difusión del pensamiento liberal y al cultivo de las tradiciones culturales afrocolombianas. Al igual que otros miembros del sector emergente de negros y mulatos, se formó en la Universidad de Cartagena.55 Entre las décadas de 1950 y 1970 ocupó varios cargos públicos en la ciudad y regularmente publicó columnas de opinión en diarios locales y nacionales. Allí solía denunciar la persistencia del racismo, que consideraba una "infección de la infancia" propagada por los entornos sociales.56 También era crítico de las actitudes de la élite tradicional de Cartagena. Así lo expresó en su poema "Aristocracia criolla", publicado en 1974: Sangre limpia, homocigótica, raza pura, / purísima; / casta, linaje, /estirpe, prosapia, abolengo, / alcurnia, blasones.
Ni un parentesco plebeyo, / ni pizca india, / ni pizca amarilla, / ni pizca negra, / ni pizca zamba, / ni pizca mulata, / ni pizca mestiza.
[...]
Oligarquía criolla, / pedantería, vanidad / ignorancia, falsedad, / discriminación, /estupidez, / mediocridad.
[…]
Y el híbrido trópico: /coctel de razas / aun esperando la revolución criolla.57
En este poema, Zapata oponía la tradición aristocrática al espíritu revolucionario del mestizaje. Al igual que su hermano Manuel, Zapata concebía el mestizaje como una fuerza transformadora capaz de construir una sociedad libre de prejuicios y sin las imposiciones de una aristocracia local que anoraba la pureza de la sangre. Esta noción sirvió de plataforma para su campana presidencial.
En 1975 Zapata se lanzó a la presidencia como el primer "candidato negro" de la historia. Advirtió que no tenía ánimos separatistas y que su propuesta era respetuosa de "la tradición democrática y espíritu de convivencia racial" del país. "Esta candidatura", decía, "no es de lucha de clases, por el contrario, abre posibilidades y perspectivas a todos los grupos étnicos que tiene la nación".58 Hacer alusión a la "lucha de clases", en el contexto de una movilización de base racial, demuestra la correlación entre los ámbitos de clase y raza y la asociación de lo negro a lo popular, que, como evidenciamos, era compatible con la manera en que se articulaban las identidades en Cartagena.59 Zapata afirmaba que su "candidatura negra" recogía los intereses de todos los sectores populares, indistintamente del color de piel: "es una 'candidatura popular' que sería enarbolada por blancos, mestizos, mulatos, indios, conservadores, liberales, anapistas, marxistas y todos los 'desposeídos' que son la mayoría de este país".60 Para demostrar el carácter integrador de su candidatura, la campana adoptó el lema "negritud y mestizaje".
En Cartagena había incredulidad sobre lo incluyente de su campana y varios la denunciaron como un experimento de separatismo racial incompatible con una sociedad mestiza. El profesor Roberto Burgos calificó la iniciativa como una "payasada" debido a que "en Colombia todos somos mestizos [...]. Establecer discriminación racial es tratar de separar lo inseparable". Burgos anadió que el mismo Zapata personificaba la mezcla de razas que invalidaba su propia candidatura: "Juancho es más blanco que muchos albinos de pelo apretado que andan por ahí con los cabellos estirados a base de alisina". "El problema no es de negros y blancos", decía, "la cuestión es de estructura social. Los explotados pueden ser blancos o ser negros".61 Al igual que Burgos, el abogado Robinson Rada acudió al discurso del mestizaje para desestimar la candidatura:
Alimentar esta idea es salirse de la realidad política del país, ya que nuestra sociedad no está estratificada, desde punto de vista político, sobre un criterio étnico o racial, pues, es, de conocimiento público, el hecho relevante de que el motor de la vida nacional no es más que una lucha de clases, con facetas positivas y negativas [...]. En Colombia no se puede hablar a estas alturas de negros ni de blancos. Nuestra población es mestiza y negroide; no gozan de pureza las razas debido a la integración obligante que se ha dado desde casi dos siglos.62
Hasta los simpatizantes de Zapata consideraban que el mestizaje había limitado, hasta entonces, cualquier posibilidad de una candidatura de base racial. Uno de sus copartidarios decía: "hasta la presente no habíamos tenido en el país un candidato con tintes étnicos, entre otros aspectos porque los colombianos somos mezcla de negros, blancos, mestizos, indios y formamos un nuevo conjunto racial característico de estas latitudes".63
Sin embargo, la candidatura ganó la simpatía de los liderazgos negros reunidos en algunas de las primeras experiencias asociativas del país. El Congreso de Negritudes, celebrado en marzo de 1977 en Medellín, decidió sumarse a la campana, y para tal fin creó el Movimiento de Negritudes y Mestizaje de Colombia. El apoyo fue ratificado durante el Tercer Encuentro Nacional de la Población Negra Colombiana, llevado a cabo en Cartagena en abril de 1977. Durante el evento se adoptaron eslóganes para la campana como "súmese a la negritud y mestizaje por una Colombia más igualitaria" y "negritud y mestizaje por una Colombia igual para todos".64 Al dirigirse a los asistentes, Zapata destacó la plataforma multirracial de su candidatura, tratando de disipar los rumores sobre su supuesto apoyo al separatismo racial: "quienes nos atacan, senalando que estamos propiciando la lucha de clases y el enfrentamiento racial son aquellos que nada han hecho porque tengamos una sociedad más equilibrada".65 El uso retórico del mestizaje por parte de los activistas negros en la década de 1970 confirma que este podía ser empleado estratégicamente en el contexto de una movilización de base racial y demuestra así su capacidad contestataria en contra del racismo. La candidatura de Zapata se correspondía con la agenda política de las experiencias asociativas negras de la década de 1970, puesto que reflexionaba sobre las causas y consecuencias del prejuicio racial, así como sobre estrategias para combatirlo.66 Más importante aún, su lectura del carácter integrador y revolucionario del mestizaje coincidía con la propuesta ideológica de algunos líderes de estas iniciativas, incluyendo a sus hermanos Manuel y Delia.67 Aunque menos interesado en el rescate de la cultura popular como estrategia para situar lo negro en la identidad nacional, la campana de Zapata convirtió el mestizaje en un dispositivo ideológico amplio que aglutinó a las diferentes subjetividades que experimentaban los efectos de las desigualdades de clase y raza.
A pesar del apoyo de los liderazgos negros, Zapata declinó su candidatura y se sumó a la campana de Carlos Lleras Restrepo en 1978. Para ese entonces ya había moderado su retórica racial, quizás para disipar las acusaciones de separatismo, y comenzaba a insistir cada vez más en el carácter mestizo/ popular de su campana. En una entrevista Zapata indicó que la verdadera causa de los problemas sociales del país no era el racismo, sino el acceso desigual a los recursos jurídicos e institucionales: "[la] discriminación racial no existe en Colombia, ni siquiera discriminación interpersonal. Lo que sí existe, desafortunadamente, en mi país es desigualdades en cuanto al cumplimiento de las leyes". Cuando se le preguntó sobre cómo había sobrellevado la vida en una sociedad tan jerarquizada como la cartagenera, se refirió a sus raíces mestizas y ejemplificó la comunión pacífica entre las razas, reconociendo las tensiones familiares ocasionadas por las uniones interraciales:
Tengo que decirle que nunca hemos tenido problemas con la sociedad cartagenera, ni mi mujer, ni mis hijos, ni yo [...]. Él [su padre] nos ensenó que debíamos vivir orgullosos de nuestra raza, y nunca, jamás de los jamases, tener prejuicio alguno en relación con las demás gentes por nuestro color o nuestras facciones. A ello se debe que los Zapata Olivella jamás hayamos tenido problemas ocasionados por nuestro origen. Su mujer era blanca, y el matrimonio se hizo contra la cerrada oposición de la familia. Pero ella en cincuenta anos de matrimonio, fue feliz con su negro, y hasta se dio el lujo de recibir a sus hermanas casadas con blancos, cuando los problemas familiares las obligaban a buscar refugio donde la hermana "mal casada".68
A pesar del aparente y contradictorio giro en sus convicciones, Zapata aprovechó la proyección nacional de su campana para denunciar la persistencia del racismo en Cartagena, en particular, en la Escuela Naval de Cadetes de la Armada Nacional. Entre los cartageneros, la escuela era vista como una institución abiertamente racista en la cual los negros tenían vedado el acceso y se admitía solo a jóvenes provenientes de familias blancas o mestizas del interior del país.69 Para muchos la escuela era símbolo de la manera en que la élite blanca de la ciudad administraba las instituciones para su beneficio y en detrimento de las personas negras de los barrios populares.70 Los cadetes tenían, además, prohibido circular por fuera de las áreas turísticas durante sus días de descanso,71 lo que alimentó la sensación creciente de que existían fronteras simbólicas y físicas que separaban a las personas en virtud de su clase y raza. Esta percepción cobró fuerza durante las décadas de 1960 y 1970 en medio de las transformaciones urbanísticas que experimentaba Cartagena y de la consolidación de un barrio de élite en la península de Bocagrande.72 Al referirse explícitamente al racismo en la Escuela Naval de Cadetes, Zapata Olivella abordó uno de los temas más sensibles en lo relativo a las relaciones sociorraciales en la ciudad. Sobre la escuela, Zapata comentó:
para que un negrito sea admitido, por ejemplo, en la Escuela Naval de Cadetes, se requiere que alguna deidad bíblica alumbre el criterio de los encargados de recibir al aspirante, porque ese con seguridad le van a decir que tiene el pie plano, o una desviación del tabique nasal, o demasiada cera en los oídos, los cuales son impedimentos para que desde el más alto mástil del "Gloria" pueda izarse el Pabellón Nacional [...]. Estoy convencido de que en Colombia la gente de color debe multiplicar sus energías tendientes a lograr un sitio preeminente en el seno de la sociedad [porque] lo que los blancos consiguen con un mínimo de esfuerzo, a la gente pigmentada le toca realizar sobre ingentes esfuerzos.73
Durante su entrevista, Zapata discutió otros temas críticos, por ejemplo, el alto costo de vida, el déficit de vivienda o la precaria cobertura de servicios públicos que afectaban a los sectores populares, en su mayoría autoidentificados como negros, mulatos y morenos. Sin embargo, al abordarlos, omitió la lectura racializada que caracterizó a su campana y optó por hacer énfasis en las desigualdades socioeconómicas. La campana presidencial de Juan Zapata Olivella expuso los límites y las ambivalencias del mestizaje como discurso de contestación. Al inicio de su campana acudió a él para sumar adeptos y creó una base común en contra de la inequidad que reinaba en el país. Al final, y a pesar de exponer la persistencia del racismo en la Escuela Naval de Cadetes, matizó la centralidad de la discriminación racial, y, como algunos de sus contradictores, utilizó la parábola del mestizaje para destacar la relativa armonía de las relaciones raciales en la sociedad cartagenera.
Conclusion
Las aparentes contradicciones en la retórica de Zapata responden a la naturaleza polisémica del mestizaje. En medio de las acusaciones de separatismo racial, este reformuló su discurso para centrarse en la desigualdad de clase y matizar su postura frente a los efectos del racismo en la sociedad colombiana. Sin embargo, lo anterior no fue impedimento para que utilizara la proyección nacional de su campana con el fin de denunciar los problemas que afectaban a las comunidades racializadas y empobrecidas de Cartagena. El discurso del mestizaje gravitaba entre estos usos contradictorios. Mientras algunos lo utilizaron para desestimar la existencia del racismo y la pertinencia de la movilización de base racial, otros -como estos líderes negros y mulatos-, lo utilizaron a manera de contestación en contra del racismo y como mecanismo para legitimar el lugar logrado en medio de las tensiones propias de una sociedad jerarquizada en términos de clase y raza.
Más allá de sus diferencias, la mayoría de las voces que evocaron el mestizaje reconocían la naturaleza híbrida de Cartagena. Mientras periodistas e intelectuales celebraban la alteridad racial, los habitantes locales adoptaban identidades que reconocían la mezcla de razas, incluyendo las élites auto-reconocidas como blancas y euro-descendientes. Esto, sumado a la labor renovadora que impulsó la nueva generación de intelectuales y artistas de la década de 1940 -incluyendo algunos negros y mulatos que celebraron el aporte de la cultura africana a la formación de la cultura nacional-, facilitó la apropiación estratégica del mestizaje como un discurso antirracista décadas después.
La historiografía colombiana ha estudiado ampliamente el lugar del mestizaje dentro del proceso formativo del Estado nación. Al analizar su apropiación en un contexto particularmente local, este artículo insiste en la importancia de ahondar más en el estudio de la naturaleza polisémica del discurso. Trasladar el énfasis del ámbito nacional al local brindaría más luces sobre los usos estratégicos del mestizaje. Si consideramos que este discurso era un espacio de contención, desplazar el foco de análisis hacia lo local nos permitirá conocer otros significados forjados en aquellas experimentaciones políticas e ideológicas. De este modo, podremos seguir ahondando en la pregunta de cómo los idearios sobre raza, identidad y alteridad impactaron la realidad de las ciudades de nuestro país, en medio de tensiones raciales propias de la segunda mitad del siglo XX.