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Lenguaje

versión impresa ISSN 0120-3479

Leng. vol.43 no.1 Cali ene./jun. 2015

 

Reseña
Cómo escriben los que escriben. La cocina del escritor

Javier Martínez Villarroya
Instituto Tecnológico Autónomo de México, Ciudad de México, México
Profesor de Tiempo Completo en el Departamento de Lenguas del Instituto Tecnológico Autónomo de México. Es doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona, donde también obtuvo las licenciaturas de Historia y Filosofía; además, cursó estudios de posgrado en antropología en la Universidad Nacional Autónoma de México. Imparte clases de Escritura creativa, Retórica, Lenguaje claro y Redacción. Sus áreas de investigación son la creación literaria, los estudios del imaginario y la filosofía.
E-mail: javier.martinez@itam.mx

Fecha de recepción: 26-02-14
Fecha de aceptación: 30-10-14

Cómo escriben los que escriben. La cocina del escritor
Claudia Albarrán (compilación y prólogo) Julián Meza, Armando Pereira, Carlos Zozaya, Daniel Cassany, Carlos Bosch, Marta Lamas, Claudia Albarrán, Alejandro Hernández, Isaac Katz, Nora Pasternac, Jorge Cerdio, Olga Pellicer y Denise Dresser México: Fondo de Cultura Económica / Instituto Tecnológico Autónomo de México, 2012. 112 páginas ISBN: 978-607-16-0722-5

How do write the ones who write. The writer's kitchen
Claudia Albarrán (compilation and prologue) México: Fondo de Cultura Económica / Instituto Tecnológico Autónomo de México, 2012. 112 pages ISBN: 978-607-16-0722-5


El presente libro tiene su origen en una serie de encuentros organizados por el Departamento Académico de Lenguas del Instituto Tecnológico Autónomo de México en torno a la escritura. Debido al éxito de estos paneles interdisciplinarios comenzados en 2005, el ITAM y el Fondo de Cultura Económica decidieron publicar este interesante compendio de artículos, en los cuales, cada uno de los autores responde a una misma pregunta: "¿Cómo escribes?". En consecuencia, sus autores también describen el concepto de escritura que tienen y los propósitos principales que, para ellos, debe tener la escritura. En cada capítulo encontramos al menos una idea rectora e inconfundible, escrita con el estilo propio del autor y desde su perspectiva profesional y género al que pertenece su obra. Escribir es, al mismo tiempo, arte y técnica. La reunión en las mismas páginas de literatos, periodistas, abogados, economistas, matemáticos, críticos literarios y científicos de la escritura, esboza con claridad la complejidad y riqueza que envuelve el acto de escribir y, más que las diferencias, los parecidos que subyacen en las diferentes lenguas de especialidad. Por lo mismo, el presente texto es, sin duda, una interesante aportación para especialistas en lengua, científicos de la escritura, estudiantes con miedo a escribir, docentes, científicos que quieran publicar y, también, escritores profesionales que deseen comparar su proceso con el de otros.

El libro comienza con un cuento irreverente y antiacadémico repleto de obscenidades encriptadas ("El fogón goloso") y, sin embargo, de sentido unívoco: para escribir, no hay recetas. Lo firma Julián Meza, fallecido en 2012 y al que, reservándole el primer capítulo, los editores le brindan un sutil tributo. Meza publicó novelas como La huella del conejo (Meza, 1991), Un famélico en busca de salvación (Meza, 1993) y La feria de los lacayos (Meza, 2001), y ensayos como Cándidos y tartufos (Meza, 1989) y Bestiario de la modernidad mexicana (Meza, 1996), entre otros. Con este cuento y con el clarividente oxímoron de que "la receta es que no hay receta", Meza invita a una seria reflexión metodológica: la teoría de géneros no es la panacea en la pedagogía de la escritura. Irónicamente, escribe: "Después de la cena empezaré a escribir una novela que lleve como ingredientes 350 gramos de sexo, 300 gramos de crímenes, 200 gramos de vulgaridades y 150 gramos de lugares comunes. ¡El kilo perfecto! (Albarrán, 2012, p. 22)".

Armando Pereira, también novelista y ensayista, como hizo Saramago (1998) al aceptar el premio Nobel de literatura o García Calvo (2002) en su conferencia Autor anónimo, nos recuerda que el escritor de una historia no crea nada: los verdaderos creadores son los personajes que en ella aparecen. Por eso mismo, hay que desmitificar la tarea del escritor y, contra el cliché romántico, defender que la escritura es, sobre todo, una tarea que se hace de día; se escribe jugando como los niños, "sin angustia, sin terror, sin vértigo (Albarrán, 2012, p. 25)".

El científico de la palabra Daniel Cassany, uno de los especialistas en escritura más citados entre los académicos que publican en español, coincide plenamente en esto y aborda la escritura desde la claridad, precisión y exactitud de la razón, y no desde la inquieta pero anárquica. Coherente con la teoría de géneros y, en última instancia, con el concepto de audiencia formulado ya por Aristóteles en la Retórica, reconoce que no tiene un único método para escribir, sino que "realmente cada circunstancia es diferente. En cada texto confluyen parámetros distintos: el lugar donde publicas, lo que quieres decir, etc. (Albarrán, 2012, p. 42)".

Carlos Zozaya, doctor en ingeniería civil por la Universidad de Carnegie Mellon, aborda la escritura de su género siguiendo, sin embargo, un consejo que vale para cualquier otro: uno debe tener algo que valga la pena compartir. Lo decía también Ray Bradbury (2005) en Zen en el arte de escribir, solo podemos escribir sobre dos cosas: las que odiamos o las que amamos. Además, Zozaya atestigua el conocimiento del oficio recordándonos que todo escrito debe cocerse a fuego lento, que todo artículo de investigación original debe sustentarse en sólidas investigaciones previas, pero que, en contraste, a veces nos vemos impelidos a escribir sin esas condiciones, como es el caso del informe ejecutivo.

Carlos Bosch es matemático, pero, además, destaca por sus trabajos de divulgación científica (entre otros premios, ganó el Premio Nacional de Divulgación de la Ciencia en México en 1995). Haciendo gala de sus dotes para la divulgación, explica claramente el concepto de auditorio. La escritura es como la música: uno debe saber para quién la toca. En consecuencia, aclara que para la divulgación de las matemáticas debemos escribir con un estilo relativamente libre. Lo que parece fácil, sin embargo, es lo más difícil: para poder divulgar conceptos científicos "la creatividad y una comprensión del tema a fondo son indispensables" (Albarrán, 2012,

p. 53). Además, menciona paralelismos ocultos entre la escritura y las matemáticas, como lo es el hecho de que, actualmente, las matemáticas cumplen con una función formativa que antes cumplía, también, el latín: "rigor y lógica". Toda escritura que se precie debe caracterizarse por la validez y fundamentación de sus argumentos.

Marta Lamas, antropóloga, insiste en algo que, quizás por obvio, acostumbramos a olvidar: la palabra no solo puede cambiar el mundo; la palabra debe cambiarlo. No es una cuestión baladí: según el Génesis, Dios creó el mundo nombrándolo. Probablemente por ello, hace ya bastantes años Lamas colaboró en la fundación de uno de los periódicos mexicanos de mayor difusión, La Jornada. Leer, escribir y transmitir son verbos que se entrelazan unos con otros y, también, con las memorias de las comunidades. Lamas confiesa escribirlo todo, desde la receta de la compra a las notas de un futuro artículo. Como todos los autores de este libro, exige que les demos tiempo a nuestros escritos para poderlos revisar con "ojos frescos" y nos invita a que escribamos diferentes textos al mismo tiempo. Además, dice, "así como es fundamental contar con personas capaces de decirte la verdad, también lo es aprender a recibir las críticas y los señalamientos sin azotarse (Albarrán, 2012, p. 57)".

Claudia Albarrán, la compiladora del libro, insiste en que las palabras crean identidades. Escribir perfila nuestra personalidad y hace que nos reencontremos con quienes somos. Demostrando su bagaje como docente, acuña un consejo en forma de quiasmo de gran calado: "debemos leer con ojos de escritor y escribir con ojos de lector". Para ello, acude constantemente a diccionarios de sinónimos, al célebre diccionario etimológico de Corominas, al Tesoro de la Lengua castellana de Covarrubias, etc. Explicita cuál es su proceso de escritura, que es el que enseña a sus alumnos de redacción, y que a nosotros nos recuerda- salvando las distancias- al proceso en la composición de discursos que heredamos de los grandes oradores griegos y romanos: primero, flujo libre de escritura y libre asociación de ideas; luego, orden y desarrollo breve; más adelante, selección de palabras e imágenes claves del texto; finalmente, escritura lenta y calmada.

El economista Alejandro Hernández, rector del ITAM, nos deja otro recordatorio imprescindible: "para escribir, uno no debe ser modesto". Además, debemos cautivar a la audiencia y, para ello, debemos ser concisos y dejar que los textos se gesten como los bebés, en nueve meses. La modestia a menudo colinda con el miedo, y si el miedo florece en la pluma del investigador, entonces éste está muerto. Hay que escribir porque incluso de los malentendidos pueden surgir nuevos sentidos -lo dice Italo Calvino (1983, pp. 228-229) -.

Si, como es deseable, nuestra capacidad crítica va en aumento con la edad, es tentador avergonzarse de lo que ya hemos escrito. A medida que escribimos mejor, nuestros antiguos textos nos parecen peores. Por ello, el prolífico Isaac Katz, editorialista de El economista, nos impele a no releer lo publicado (porque no existe texto perfecto -al menos entre todos aquellos que no son sagrados-). Además de coincidir con la forma de proceder de la mayoría de los escritores de este libro (inspirarse, seleccionar el tema, esbozarlo, estructurarlo, revisarlo, etc.), subraya que debemos escribir constantemente si lo que queremos es hacerlo con corrección y eficacia. Cada texto que elaboramos nos aleja un poco más del error del principiante. Además, defiende, es fundamental que seamos asiduos lectores, porque, como decía un anuncio de una de las más conocidas librerías de Ciudad de México, "leer güey, aumenta güey, tu vocabulario, güey (Albarrán, 2012, p. 76)".

En un capítulo plagado de referencias ilustres, Nora Pasternac, inagotable lectora y experta en literatura hispanoamericana, también afirma que escribir es, sobre todo, leer y, luego, trillar, expurgar y cernir. En realidad, cualquier arte digna de ese nombre responde a esa mecánica de escoger la materia bruta con la que trabajar y, luego, pulirla sin compasión. Al final de la vida, como probablemente cuente alguna fábula oriental, el artista se da cuenta de que la materia que pulió, más que su obra, fue su propia alma. Pero para trillar, expurgar y cernir, el escritor debe "detenerse" antes de escribir (especialmente el crítico), de forma análoga a como el filósofo "se asombra" ante el mundo. Contra esa "detención" de la que habla Pasternac, bien podríamos citar a Cortázar (1969) cuando dice que un cuento nace "de un estado de trance", es decir, de la aniquilación de la mediación. Sin embargo, lo que es válido para un cuento probablemente no lo es para un artículo de investigación o una crítica literaria y, por ello, el consejo de Pasternac es indispensable. Además, la escritora destaca la importancia del título y subtítulos, que sirven para orientar al lector y -añadimos nosotros- también para "detenerlo" (es decir, para cautivarlo).

Jorge Cerdio, jefe del Departamento Académico de Derecho del ITAM, da cuenta de uno de los principales problemas con los que se topan sus colegas abogados y, también, los lectores de textos jurídicos y administrativos (cualquiera de nosotros podría ser uno de esos lectores). A menudo, a una palabra le atribuimos distintos significados, con lo que se presta a equívocos. Además, los textos administrativos están repletos de recursos gramaticales complicados y de otros resueltamente agramaticales (el anacoluto es uno de los más garrafales). Contra esta situación debemos usar los recursos que nos sugiere el Lenguaje claro (movimiento también conocido como Lenguaje llano, Lenguaje ciudadano o Plain language que lucha por el "derecho a entender" de la ciudadanía). Evidentemente, las recomendaciones de Cerdio y del Lenguaje claro no son aplicables a todos los géneros. Si no, nos privaríamos de una obra maestra como es el Pomponio Flato de Eduardo Mendoza (2008), cuyo protagonista es pomposo incluso en el nombre. El lenguaje administrativo, por el contrario, debe evitar la suntuosidad, porque su objetivo no es ni novelesco ni cómico, sino informativo. Una medida tremendamente eficaz para saber si nuestro texto es comunicativo - dice acertadamente Cerdio-consiste en pasárselo a terceros antes de publicarlo.

En consonancia con lo dicho, Olga Pellicer, que fue embajadora en Austria, ante las Naciones Unidas en Nueva York y en Grecia, nos recuerda la importancia de jerarquizar correctamente la información en los textos que escribimos: tanto en resúmenes ejecutivos como en columnas de periódico debemos empezar de forma contundente. La idea no es de Pellicer, sino mucho más antigua. Si bien la retórica clásica nos recomienda seguir la estructura 2 3 1 en la exposición de los argumentos (donde el 3 es el más fuerte, y el 1, el menos), la retórica periodística y, sobre todo, la comercial nos recomiendan seguir una estructura netamente diferente: 3 2 1 (los más importante al principio).

Para Eugenio Trías el oficio de filósofo consistía en ser aguafiestas (Fidalgo, 1997). Para Denise Dresser, célebre periodista mexicana que colabora o lo ha hecho en periódicos y revistas como Proceso, Reforma, La opinión, Los Ángeles Times, The New York Times, etc., el trabajo de periodista radica en ser incómodo. El periodista debe escribir sentándose en la computadora sin ser amigo de nadie, desplegando "honestidad y coraje para proteger a la sociedad del gangsterismo, venga del gobierno o del sector privado", para denunciar a gobernadores que protegen la pedofilia o los bonos multimillonarios que se adjudican algunos servidores públicos (Albarrán, 2012, p. 101). Debemos escribir con valentía -insiste Dresser-, la suficiente como para "desenterrar documentos olvidados", "decir lo que los demás no quieren oír", aprender a estar solos (en eso consiste leer), ser críticos, comprometidos y osados y, en fin, como escribe citando a Walter Lippman, "decir la verdad y avergonzar al diablo", "para así desterrarlo" (Albarrán, 2012, p. 106). En México, uno de los Estados más peligroso del mundo para ejercer el oficio de periodista (sólo superado por países en estado de guerra como Irak, Afganistán, Ucrania, etc.) (Reporteros Sin Fronteras, 2014), el consejo de Dresser no responde a razones retóricas ni estilísticas, no es ni una pose ni un cliché, sino un broche de oro que condensa en una palabra la respuesta a la pregunta motor de este compendio ¿cómo escribir? Con valentía.

En este libro, el lector profano encuentra orientación para mejorar su escritura y desmitificar esta ciencia y, el avezado, se topa con ideas que regenerarán su impulso por continuar encumbrando este arte. Aquí, hemos recopilado algunas de las principales y las hemos relacionado con otras propias de maestros de este antiguo oficio (Cortázar, Saramago, Bradbury, etc.), el oficio de registrar, con la intención de mostrar que la escritura es un arte que se aprende, que tiene método, que es accesible con trabajo y esfuerzo. Escribir es expresar y, para expresarnos hoy, casi siempre necesitamos escribir. Vale la pena, por lo tanto, tener un manual cerca.


Referencias

Albarrán, C. (Comp.) (2012). Cómo escriben los que escriben. La cocina del escritor. México D.F., México: Fondo de Cultura Económica / Instituto Tecnológico Autónomo de México.         [ Links ]

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Cortázar, J. (1969). Del cuento breve y sus alrededores. En, Cortázar, J. último round (pp. 59-82). México D.F., México: Siglo XXI.         [ Links ]

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