INTRODUCCIÓN: AIRES Y DESAIRES TEOLÓGICOS DE LA GLOBALIZACIÓN
Mi intención es realizar una aproximación (aires) crítica (desaires) al fenómeno de la globalización que en cuanto tal configura nuestro modo presente de estar-en-el-mundo, de habitar nuestro planeta, y de explorar sus sustentos religiosos. No es el único modo de habitar, por cierto, pero sí es el principal modo rector para el conjunto de la sociedad planetaria1. Mi enfoque parte de una definición de globalización que resalta tres dimensiones principales2 :
- Por un lado –la más importante–, la globalización posee una referencia o dimensión económica-formal3: se trata de “procesos” de producción y reproducción de capital, integrados y trasnacionales.
- Esta dimensión implica, a su vez y para ser operativa, una dimensión política en referencia a un “proyecto” de ordenamiento de los diversos niveles de la comunidad humana (desde lo local y vivencial hasta el ordenamiento estatal e internacional en sus diversas normatividades) en torno de una servidumbre hacia la generación de capital.
- Las dos dimensiones mencionadas solo son posibles si se forja una entrega tácita y/o abierta de la subjetividad humana a tales dimensiones: se trata de la dimensión ideológica, que refiere la formulación y asimilación e internalización de un “constructo” cultural que indica que la vida humana solo es posible al interior de las pautas de crecimiento del capital4 .
Este enfoque toma nota y dialoga con los planteamientos de Hinkelammert y Mora respecto de “Las inauditas pretensiones de la globalización”5 .
En el primer apartado, expongo un desarrollo histórico de globalización, y las amenazas para la vida y la convivencia humana que de ella van emergiendo en su desarrollo efectivo a lo largo del siglo XX.
Tal es la base del segundo apartado, que avanza hacia su definición conceptual, haciendo énfasis en su dimensión económica-formal y en los aspectos críticos que de allí se derivan.
El tercer apartado, al precisar la dimensión política de la globalización, muestra que esta no se trata de una evolución de la sociedad humana, sino de una imposición sobre la diversidad de las sociedades humanas.
Las anteriores dimensiones se sostienen, explica el cuarto apartado, desde un aparato ideológico que inculca el mejor de los mundos posibles, una sociedad sin alternativas.
Con tales elementos es posible percibir, en el quinto apartado, las apuestas teológicas al interior de la globalización: la globalización propugna una sociedad de mercado totalizada a todas las dimensiones de la existencia, a la manera de un Dios que le da sentido al existir humano; pero se trata de un Dios inhumano, sacrificial y suicida6 .
De allí el sexto apartado, que expone algunas direcciones alternativas (las llamaré “mundialización”) a lo inhumano y suicida de nuestro actual sistema, y de lo que hoy funciona efectivamente como Dios.
DE LA ALDEA GLOBAL AL MUNDO MERCADO
Desde el sentido común, ante todo, la globalización es la conciencia de un mundo que se ha hecho global: somos, hoy, una aldea global. La aldea global es una noción acuñada por Marshall McLuhan, y sugiere que –gracias al formidable desarrollo tecnológico de los medios de comunicación del siglo XX– el mundo entero se ha convertido en una especie de aldea planetaria donde, como habitantes de la aldea, nos enteramos de todo lo que ocurre de manera inmediata casi que cotidiana, a pesar de las distancias físicas y temporales.7
Esta noción se comprende de diversas maneras. Una de ellas, muy habitual, que aquí interesa, es reducirla a su componente económico-formal, esto es, comprender la aldea-global como un mercado-mundo. Por ejemplo, para el periodista económico Thomas Friedman, la tierra se ha encogido y aplanado. Observa este autor norteamericano que, en la segunda parte del siglo XX, poco a poco se ha ido fortaleciendo la capacidad de los estados, de las empresas y de los individuos, para “colaborar y competir a escala global”, con lo cual se derrumban “muros por todo el mundo” y se aplana “el terreno de juego”.
En su exposición, esta colaboración-competencia y este derribar-muros-aplanar-mundo se refiere a un “suficiente movimiento de bienes e información entre los continentes” para un mercado globalizado; los muros que se derriban son esos que impiden el libre flujo de los mercados de capital8 .
Ahora bien, a medida que esta comprensión económica-formal se fortaleció en el trascurso de décadas, otro tipo de comprensión fue emergiendo. A medida que los mercados expandían su influencia en todas las áreas de la vida en los últimos cincuenta años, surgen diversas amenazas globales que, hoy por hoy, de manera inexorable acompañan la expansión del mercado-mundo. La noción de amenaza global surge con el lanzamiento de la primera bomba atómica en Hiroshima (1945), un arma de tal potencia devastadora, que su uso implica tanto la eliminación del enemigo, como la amenaza a la propia existencia de quien la creó. Con todo, esta arma se pensó como instrumento controlable por medios externos, pensamiento que resultó fallido9 .
De manera similar sucede con la acción humana cotidiana que se conduce bajo las pautas del capital. Estas pautas refieren “la orientación y canalización unilateral de la acción humana por el cálculo individualista de utilidad (el interés propio), y por la obtención de las mayores tasas de crecimiento”10 . Frente a esta orientación, ya había advertido el informe al Club de Roma sobre los límites del crecimiento (publicado en 1972)11 de la formidable catástrofe ambiental que esperaba a la humanidad si continúa habitando el planeta como si fuera “una planicie inmensa y eternamente disponible para su expoliación”12 .
Hoy día tal catástrofe se hace palpable con los fenómenos irreversibles del calentamiento global, el cambio climático y la degradación ecológica. Al respecto, sentencian Hinkelammert y Mora: “…en mayor o menor medida, toda la acción humana, desde las empresas, los estados, y la misma acción cotidiana de cada persona, está involucrada en la fragua de este ecocidio”13 .
A la amenaza global del desarrollo técnico y del desarrollo económico de corte formal expresado en su orientación por el crecimiento económico se suma, en opinión de Hinkelammert y Mora, el desarrollo de la biotecnología a partir de los años 80 del siglo pasado: la vida misma se manipula de tal manera que el desarrollo del conocimiento es ya su aplicación (ingeniería genética, desarrollo de clones, etc.). Por supuesto, la biotecnología está supeditada a la obtención de réditos mercantiles para su aplicación14 .
Todo lo anterior desemboca, por último, en una crisis general de la convivencia humana y sus posibilidades. La exclusión creciente lleva al comportamiento inhumano en el polo de los excluidos del sistema, y el comportamiento inhumano hacia los excluidos por parte de los incluidos, incluso entre ellos mismos. Se trata de “la última amenaza global, la que a la postre puede resultar la peor, porque incapacita frente a la necesidad de enfrentar a las otras”15 .
Las amenazas globales hoy son más palpables que nunca, y comprometen a mediano plazo la existencia humana sobre el planeta. De hecho, más que amenazas, ya se configuran como crisis sistémicas o nudos indesatables generados por la acción económico-formal sobre la existencia toda. El nudo del agotamiento de los recursos naturales, que por un lado alude a una comprensión de la Tierra como depósito muerto e inerte, disponible para ser explotado, y por otro señala el hecho de una sobreexplotación depredadora y destructora de lo que sustenta nuestra existencia.
Esto último es, propiamente, el nudo de la no-sustentabilidad de la Tierra: nuestra sociedad en tanto actividad humana orientada por el lucro, con sus pautas de extracción y consumo, es la directa responsable de la desestructuración del único planeta que nos sustenta16 . Estos nudos se alimentan y son alimentados, a su vez, por el nudo de la injusticia social mundial o de la convivencia humana, en referencia al cataclismo social de un sistema que privilegia unos pocos “a costa de la explotación y miseria de las grandes mayorías”17 , y genera un completo desmoronamiento de las posibilidades de la convivencia humana que incapacita para hacer frente a tales nudos18 .
En suma: existió un proceso histórico (sobre el cual haré una breve referencia en el apartado siguiente) que llevó a la configuración, en el siglo XX, de una aldea global. Este proceso implicó entender la aldea global en términos de un mercado-mundo, de una orientación y canalización de la acción humana por el cálculo de utilidad y por la obtención de mayores tasas de crecimiento mediante el desarrollo del capital; pero este mercado-mundo, en la medida en que fue arraigándose sobre la faz del planeta, se acompañó del surgimiento cada vez más creciente de una serie de amenazas globales que, hoy día y por su presencia permanente, se configuran como una crisis sistémica que pone en entredicho la existencia humana misma.
Todo ello expresa que la globalización corresponde a un cambio de época. En ningún momento anterior de la historia de la humanidad existió una aldea global, y tampoco, en ningún momento de la historia de la humanidad existió una sociedad que amenazara los fundamentos materiales de su existencia con tal fuerza como la nuestra. Sin embargo, ¿cuáles son los hilos conductores del proceso histórico que nos ha traído a este punto amenazante?
UNA ESTRATEGIA ECONÓMICA DE ACUMULACIÓN DE CAPITAL
La globalización posee un contexto más amplio: es parte de lo que se llama una economía de mercado, esto es, un tipo de economía que pretende garantizar el orden y la continuidad de la producción y distribución mediante principios de intercambio de mercado. Hay que advertir que este no es el único principio posible. La economía también se integra desde principios de redistribución y/o de reciprocidad y/o de hogar19.
Al respecto, resultan instructivas las palabras de Duchrow:
Muchas sociedades tempranas se administraban sin ningún tipo de mercado. Cuando un mercado local surgía, se lo asignaba a la economía de las unidades familiares, y se lo ajustaba a las relaciones sociales. Cuando surgía un lugar de mercado para el comercio de larga distancia, no era esencialmente para proveer a las necesidades básicas de la población, sino que se concentraba en bienes de lujo y en los artículos de primera necesidad para emprender guerras. Este mercado se localizaba fuera de las relaciones sociales normales. Hasta la Edad Media (y más tarde), las economías locales se protegían expresamente del comercio exterior.20
En tanto parte del desarrollo de una economía de mercado, en general la globalización se refiere a un principio de intercambio de mercado: los bienes y servicios –su producción, distribución, consumo y descarte– pueden ser adquiridos en un mercado y reciben, por tanto, un precio; pero en sí misma la globalización es una fase muy diferente de las desarrolladas previamente por la economía de mercado.
Un análisis estricto del proceso de emergencia y consolidación de la economía de mercado lo ofrece Giovanni Arrighi en El largo siglo XX. Se trata de sucesivos ciclos sistémicos de acumulación de capital, que inicia en las ciudades-Estado del norte de Italia hacia los siglos XII-XIII, donde se generan élites financieras orientadas a la ganancia; aparece con ello una estructura de acumulación de capital que guía la expansión mercantil del siglo XV hasta el siglo XVIII, la expansión propiamente capitalista de los siglos XIX y XX, y la consolidación del huracán neoliberal (globalización) en los últimos treinta años del siglo XX y principios del siglo XXI21 .
Un análisis tanto menos estricto como ausente de espíritu crítico (fue éxito editorial), es el de Thomas Friedman, en La tierra es plana. Son tres las grandes eras globalizadoras, según Friedman: la “Globalización 1.0” (entre 1492 y 1800) encoge la Tierra “desde la talla grande hasta la talla mediana”, guiada por unos agentes (países y gobiernos) motivados por la pregunta de cómo encaja su país en las oportunidades globales y cómo colaborar ellos mismos en tales oportunidades; la “Globalización 2.0” (entre 1800 y 2000) encoge la Tierra de talla mediana a pequeña, y su protagonista, la empresa multinacional, se encuentra motivada por la pregunta de cómo encaja su empresa en las oportunidades globales y cómo ella colabora con tales oportunidades; la “Globalización 3.0” (desde el 2000 hasta hoy) encoge “la talla del mundo de pequeña a diminuta” y aplana “el terreno de juego al mismo tiempo; su protagonista y motivaciones siguen el mismo esquema: “el individuo debe y puede preguntar, ¿dónde encajo yo en las competencias y oportunidades de mi tiempo? ¿Y cómo puedo yo solito colaborar con otros individuos a escala global?”22 .
El contraste entre Friedman y Arrighi interesa por esto: ambos son conscientes de la existencia de un principio de intercambio de mercado que no solo integra la economía, sino que absorbe, e incluso desconoce, los otros principios integradores de la economía (reciprocidad, redistribución, hogar). Más allá de esta coincidencia, el punto de vista de Friedman es ingenuo –en tanto hábito de pensamiento– al suponer el papel entusiasta de los individuos en el logro del bien común mediante su afán de lucro. En realidad, este punto es precisamente el problema.
En lo fundamental, y a la luz del principio de intercambio de mercado aludido, la globalización es “una estrategia de acumulación de capital a nivel mundial”23 que aprovecha los diferentes factores que la han hecho posible “en función de una estrategia de totalización de los mercados y de la producción a escala mundial”24 . En este contexto, se puede definir la globalización desde tres núcleos concatenados: el núcleo económico-formal, el núcleo político, y el núcleo ideológico-religioso.
Una breve referencia sobre tres factores principales que hicieron posible la globalización, nos contextualiza en el examen de sus núcleos25 :
- El primero se refiere a la informatización o desarrollo global de las comunicaciones, que permite un constante y presente flujo de información para la toma de decisiones de los agentes económicos; esto significa que los factores de producción son comprados allí donde son más baratos, lo que resulta (la cualidad de “barato”) en mano de obra y condiciones ambientales degradadas, para poder mantenerse en la competencia.
- El segundo alude a la liberalización y desregulación del comercio y las finanzas; “esta política” –señala Dietschy– “ha conducido al cese de controles de tráfico de capital, a la privatización de servicios públicos y al desmontaje de otras posibilidades de intervención estatal”, lo que afecta negativamente poblaciones enteras en tanto elimina protecciones laborales y medioambientales.26
- El tercer factor –derivado de lo anterior– es la financiación o “desacoplamiento de los flujos de mercancías respecto de los flujos financieros”27 ; esto alude al fenómeno (aupado por la liberalización y desregulación) de un capital que invierte cada vez más en la esfera improductiva o especulativa de la economía, y cada vez menos en su esfera real.28 La consecuencia es clara:
…para que el capital especulativo exista, cualquier actividad humana tiene que ser cambiada en una esfera de inversión de capital. […]. El ser humano debe solicitar licencia para vivir, educarse, prevenir enfermedades, transportarse y participar en cualquier sector de la sociedad, y solo recibe esta licencia si paga al capital especulativo los tributos correspondientes bajo la forma de un interés. Aparece nuevamente un Moloc al cual hay que tributarle los sacrificios necesarios para adquirir el derecho de vivir.29
Con este contexto y a la luz de lo precedente es posible formular una noción de globalización desde un triple núcleo30 . El corazón de la globalización es un núcleo económico-formal: se trata de procesos de producción de capital, integrados y transnacionales. Se trata de un núcleo formal (recuérdese lo indicado en la Nota 4) que no solo desarrolla el principio de intercambio de mercado, sino que lo extiende a todas las dimensiones de la existencia humana.
De manera técnica, esto quiere decir que, de entre los muchos tipos de relaciones posibles y necesarias para el habitar humano, las relaciones mercantiles abarcan y subsumen “las mismas condiciones generales de la producción y reproducción social”31 , convirtiendo todos los aspectos del ser humano y de la naturaleza en mercancía: “la reducción de su substancia a los estándares de conmensurabilidad y homogenización requeridos por el intercambio mercantil” mutila “la rica diversidad de los elementos que la vida humana y la naturaleza representan”32 .
Pero estos procesos de producción de capital –como se ha venido insistiendo– en tanto extendidos a todas las áreas de la existencia, traen graves consecuencias a las condiciones de posibilidad de la reproducción humana y de la naturaleza. Para sostenerlos a pesar de todas sus tragedias, se acompaña de otros dos núcleos que les permite imponerse y aceptarse: el núcleo político y el ideológico. Sobre estos dos, tratamos en los apartados que siguen.
EL SHOCK DE LA MANO INVISIBLE DEL MERCADO Y EL PUÑO VISIBLE DEL ESTADO
Para exponer el núcleo político de la globalización, conviene indicar que esta se comprende hoy, de manera específica y en tanto doctrina económica, como neoliberalismo. En términos generales –exponen Hinkelammert y Mora–, el pensamiento liberal entiende el principio de intercambio de mercado como “el centro de la sociedad alrededor del cual se necesitan actividades correctivas que mantengan el mercado dentro de sus límites” (un ejemplo clásico, el keynesianismo); pero, a partir de allí, el pensamiento neoliberal totaliza el mercado y lo concibe como sociedad perfecta, para reducir “toda política a una aplicación de técnicas de mercado”, de tal manera que renuncia “a la búsqueda de compromisos sociales y contrapesos institucionales”33 . En este sentido, Harvey precisa sobre el horizonte de mundo neoliberal:
Los defensores del neoliberalismo afirman que la privatización y la desregulación, junto a la competencia, eliminan los trámites burocráticos, incrementan la eficiencia y la productividad, mejoran la calidad de la mercancía y reducen los costes, tanto de manera directa para el consumidor a través de la oferta de bienes y servicios más baratos como indirectamente mediante la reducción de las cargas fiscales.34
Por esto mismo, este ideario implica, desde su núcleo económico mencionado en el apartado anterior, una orientación o núcleo político, referido a un proyecto –liderado por el capital financiero y de la empresa trasnacional– de ordenamiento de la comunidad humana para que esta se acondicione en torno del crecimiento del capital, proyecto que por demás ha sido impuesto y naturalizado.
Como proyecto, la globalización no se refiere tanto a una planificación estricta con metas planteadas, sino a “un proceso por el que una determinada condición o entidad local consigue extender su alcance al globo entero y, al hacerlo así, desarrolla la capacidad de designar como local una condición o entidad social rival”35 . La condición de la globalización se refiere a un momento del “desarrollo del capitalismo como modo de producción intrínsecamente expansivo respecto de territorios, poblaciones, recursos, procesos y experiencias culturales”36 ; este modo de producción37 –en su carácter expansivo y ligado a las sucesivas crisis de acumulación de capital38 – aparece forjado desde el poder hegemónico de los mercados financieros y un nuevo orden de poder que dispone y acomoda regiones y naciones de acuerdo a las necesidades del capital39 .
Con tales lineamientos, este proyecto hoy se manifiesta en la construcción de un Estado neoliberal, cuyos postulados centrales suelen ser conocidos: desregulación del comercio y las finanzas, a nivel nacional como internacional; privatización de servicios públicos; abandono del compromiso estatal de regular las condiciones macroeconómicas, en especial lo referente al empleo; brusca reducción en el gasto social; reducción de los impuestos aplicados a las empresas y ampliación tributaria a sectores de bajos ingresos; ataques desde el gobierno y las empresas a los sindicatos, con lo cual se desplaza el poder en favor del capital y se debilita la capacidad de negociación de los trabajadores; proliferación de los trabajos temporales sobre los trabajos fijos; competencia desenfrenada entre grandes empresas; introducción de principios de mercado en todas las instituciones de la vida social40 .
Como proyecto así manifestado, es clara la intención de reducir las diversas y plurales facetas de la vida humana y medioambiental a un carácter de mercancía, lo que exige la reducción de la sustancia de la Tierra y del ser humano a “estándares de conmensurabilidad y homogenización requeridos por el intercambio mercantil, mutilando la rica diversidad de los elementos que la vida humana y la naturaleza representan”41.
Esto implica que cualquier derecho humano y cualquier exigencia de respeto y mantenimiento del entorno que lo sostiene es derogado y anulado como una distorsión del mercado o traba para su desarrollo. Así: “La producción capitalista globalizada se transforma en un proceso que paralelamente al crecimiento del producto producido, impulsa un proceso destructivo que afecta las fuentes de la producción de toda riqueza: la tierra y el ser humano”42 .
A pesar de tales elementos críticos y tales contradicciones, el proyecto globalizador ha sido y es hegemónico, no por sus propias y autoproclamadas virtudes –todas ellas discutibles–43 , sino por las diversas formas de asegurar su dominio. Se trata, en efecto, de un proyecto impuesto: si bien el ejercicio teórico del capitalismo y la globalización han insistido en la mágica y atractiva autorregulación de los mercados, en la práctica esto ha sido producto de un ejercicio de chantaje económico y poder militar.
El primer aspecto se refiere a la imposición de paquetes económicos y pautas estructurales (medidas de ajuste estructural) sobre los diversos países, que conlleva pérdida de soberanía económica, regresión en términos de desarrollo económico y social, y desestructuración social44 . Ello representa, por supuesto, resistencia por parte de las sociedades, y para afrontarla surge el segundo ejercicio, el poder militar. En efecto, los climas de inversión a partir de los lineamientos neoliberales requieren a menudo del desarrollo de aparatos represivos para contener las diversas fuerzas e ideas que pretendan alterar el statu quo.
Así, buena parte de la hegemonía estadounidense posterior a la segunda Guerra Mundial se desarrolló bajo esta perspectiva45 , y buena parte de los planteamientos neoliberales –denuncia Naomi Klein– fueron fomentados por “grupos de interés afines a la gran empresa privada” que lograron su entrada en la sociedades al aprovecharse de “conmociones extremas, provocadas por debacles económicas, desastres naturales, atentados terroristas y guerras”, e imponer “políticas que enriquecen a una reducida élite: suprimiendo regulaciones, recortando el gasto social y forzando privatizaciones a gran escala del sector público”, acompañadas de “campañas extremas de limitación de los derechos civiles y […] escalofriantes violaciones de los derechos humanos”46 .
Se trata, en palabras de Klein, de una doctrina del shock o capitalismo del desastre: “ataques organizados contra las instituciones y bienes públicos, siempre después de acontecimientos de carácter catastrófico, declarándolos al mismo tiempo atractivas oportunidades de mercado”47 .
Acompañando y complementando estos dos aspectos, existe un tercero de suma importancia: el capitalismo bajo su modo neoliberal, esto que hemos venido llamando globalización, capta y configura la mentalidad de personas y sociedades a manera de la única sociedad posible, del único modo válido y natural de existencia. Se trata de una trama ideológica con características religiosas. Sobre este aspecto trato en las líneas que siguen.
EL “CONSTRUCTO” DE LA SOCIEDAD SIN ALTERNATIVAS
En los párrafos iniciales de este artículo, indiqué que tanto la dimensión económica como política de la globalización son posibles en la medida en que se forje una entrega tácita y/o abierta de la subjetividad humana a ellas. Estamos, pues, ante su dimensión ideológica: la formulación y asimilación o internalización de un constructo cultural que indica que la vida humana solo es posible al interior de las pautas de crecimiento del capital.
La globalización comprende –como indiqué– un conjunto de prácticas locales que extienden su alcance al globo entero, subsumiendo y desconociendo otros tipos de prácticas. Desde estas prácticas elabora discursos que empiezan a recorrer el cuerpo social en su conjunto, que son los que le “confieren una cierta aceptabilidad y plausibilidad”48 .
Parte de tales discursos aparecen a partir de la fabricación de un consenso –desde las propagandas cotidianas hasta las elaboraciones teóricas– en torno de un deseo perseguido por toda la humanidad. “Desde los primeros indicios del capitalismo”, reproduce y aprueba Thomas Friedman las palabras de un colega, “la gente ha imaginado la plausibilidad de ver el mundo convertido en un mercado global, sin el impedimento de unas presiones proteccionistas, de unos sistemas legales dispares, de unas diferencias culturales y lingüísticas o de desacuerdos ideológicos”49 .
Esta universalización de lo que supuestamente “la gente imagina” es, en realidad, un producto del mercadeo de la empresa trasnacional, donde todo es competencia, donde el bien común se materializa y expresa en dinero, y donde la realización humana se produce al interior de las relaciones mercantiles.
Respecto de la competencia, Sánchez resume con sarcasmo:
…desde el terreno deportivo de la Champions League hasta los platos preparados en Master Chef, pasando por Operación Triunfo y realities sobre cómo conseguir pareja o dejar de estar gordo, la vida se presenta como pura competición, con vencedores y perdedores.50
El vencer en la competencia es algo perfectamente materializable en expresión monetaria, todo lo que suceda en la vida puede “duplicarse” en “sumas cuantificables de dinero” (la fianza que paga el criminal, la amnistía fiscal, el pago del seguro de vida, el pago de la educación, etc.)51 , e incluso, esa cuantificación es la que proporciona derecho a la existencia: “El ser humano debe solicitar licencia para vivir, educarse, prevenir enfermedades, transportarse y participar en cualquier sector de la sociedad”52 . En este marco, “el criterio formal de la eficiencia del mercado se transforma en el criterio supremo de los valores”53 , lo que se traduce en una vida complacida desde el consumo de mercancías. Dice Leonard:
Ahora podemos contratar a alguien para que cuide a nuestras mascotas, nos ayude a superar una difícil ruptura amorosa o mude nuestras cosas. Pagamos para que alguien cuide a nuestros hijos y por actividades que los entretengan. Incluso podemos comprar juegos de computadora que simulen deportes con contrincantes vivos…54
Leonard continúa, señalando esto como un fenómeno de mercantilización: “…el proceso de transformar en cosas o servicios comprables –es decir, en mercancías– lo que antes eran entretenimientos públicos, actividades vecinales o el rol de los amigos”55 .
El consenso de estos discursos se elabora también desde niveles teóricos. En las fuentes del neoliberalismo se encuentra el pensador austriaco Friedrich von Hayek, para quien “todos los fines que la humanidad busca se logran por medio de relaciones ordenadas dentro del orden espontáneo del mercado donde es posible obtener una serie de resultados que cada individuo por sí mismo jamás pudiera lograr”56 .
Por esto, el orden del mercado aparece como un orden moral superior (en el sentido de que, sin ser moral –lo suyo es la objetividad del precio y la relación mercantil–, logra lo que la moral no ha logrado: la convivencia humana desde la conveniencia de la relación mercantil) sin el cual la sociedad desaparece; por esto, oponerse a este orden superior es oponerse a la humanidad57 . Desde estas bases, las formulaciones teóricas neoliberales se presentan como racionales y objetivas, al ocultar su base pasional e interesada, imponer sus presupuestos como un código de censura frente a posturas alternativas, y justificar el sacrificio vital y medioambiental desde el supuesto progreso de la humanidad58 .
De esta manera y tanto en los niveles especializados como en los no especializados, el discurso económico establece un perfil normativo sobre la globalización: por un lado, se trata de una necesidad imperiosa indiscutible y evidente por sí misma de la única forma de vida posible y racional (el que no se adapta se hunde, solo sobreviven los fuertes, muestras tu valor si consumes, compites, o exhibes, etc.); de allí, en segundo lugar, que sea la única interpretación válida de la realidad, que los actores globales imponen y los actores (mejor, sufrientes) locales y regionales perciben como absolutos que deben ser observados para evitar la ruina; por último, este perfil se enlaza con promesas de bien común o público a las cuales se accederá en un futuro no muy lejano59 .
Todo eso son estrategias discursivas, pensamientos “categóricos que han sido producidos como tales” para evitar su discusión60 , y, en tal sentido, “el discurso de la globalización es una estrategia de sujeción y sometimiento, que demanda docilidad frente a lo ineludible: las necesidades imperiosas de la competencia global”61 . Con ello logra que la sociedad articule sus relaciones entre sus miembros y entre estos y su entorno desde el valor de la mercancía y la ganancia, haciendo de este valor la forma expresiva más alta de humanidad.
El constructo así logrado –un pensamiento categórico e imperioso que se impone como si fuera naturaleza– genera diversas invisibilizaciones y cegueras. La visión neoliberal, al afirmar de manera inapelable que “el hombre es libre en tanto y en cuanto los precios son libres”62 , invisibiliza los límites no económicos del mismo sistema (el hecho de que aquello que lo sostiene es el ser humano y la naturaleza, que es justo lo que destruye con su frenética actividad), la gente y la naturaleza que vive al interior del sistema (solo deja aparecer, o los más productivos, o un reality maquillado de felicidad), y su aspecto ideológico manipulado (al presentarse, como ya hemos expuesto, como si fuera naturaleza63 ).
De allí la imposibilidad o profunda dificultad para percibir que el capitalismo en general, y su forma neoliberal en particular, se ha desarrollado sobre la muerte silenciosa y silenciada del entorno planetario y humano64; esta ceguera histórica se acompaña de una ceguera vital, en tanto que abandonar lo que no sea rentable o productivo, en términos de capital o reconvertirlo hacia algo rentable, genera la compulsión por una competitividad y eficiencia que se sostiene destruyendo su base de vida misma, convirtiendo a esta vida en producto mercantil o desecho65 ; de allí la ceguera en términos más estrictamente antropológicos.
La mística del pensamiento neoliberal “niega cualquier libertad humana anterior a las relaciones mercantiles o anterior al mercado”, de tal manera que “libertad es el sometimiento del hombre a las leyes del mercado”66 . Esta mística –que por un lado invisibiliza su aspecto ideológico y su real expansión mediante el chantaje y la guerra, y por otro transforma la condición o base de la existencia (ser humano y naturaleza) en factor de capital y/o mercancía–, por su propia fuerza compulsiva hace que el mismo ser humano participe de su propia destrucción, incapacitándolo para la esperanza, la crítica y la convivencia, y lo conduce al suicidio colectivo67 .
Así, el constructo de la globalización emerge con las características de un numen tremendum, o poder que sobrecoge, con todas sus ambivalencias: junto al progreso ofrecido por la economía global, lo significativo de la ciencia global y lo democrático de la información global, aparece la alta ineficiencia e inequidad de la integración del mercado mundial y la distribución de riqueza generada, los peligros en el ámbito bursátil especulativo que arruinan a países enteros, y el derrumbe de las condiciones medioambientales que sostienen la vida humana68 , elementos estos suscitados por la ignorancia arrogante de empresarios, economistas y políticos frente a las exigencias de mantenimiento de las bases de la existencia.
HIEROFANÍA Y SALVACIÓN, EN LA GLOBALIZACIÓN
El párrafo anterior nos sitúa en un aspecto central de la dimensión ideológica de la globalización: el aspecto de lo santo o sagrado, como trasfondo religioso de la globalización. Al hablar aquí de religión tomo la noción de Castillo para referirme al “imaginario religioso que otorga un carácter de ultimidad y, por tanto, de definitividad indiscutible al ejercicio del poder”.
Por un lado y como hemos visto, el poder de la globalización se sustenta y perpetúa desde los mecanismos discursivos de legitimación –cada vez más sólidos y eficaces– que la convierten “en una realidad reconocida y aceptada por quienes se someten a él”; por otro, es un dato cultural que “la legitimación más eficaz para sustentar y perpetuar el poder viene dada por la religión”, sea en sus versiones sacrales como en las no-sacrales69 .
En efecto, la economía ortodoxa que –ya desde finales de los años 60– se desarrollaba bajo vertientes neoliberales fue calificada por Robinson como “una rama de la teología”: “Se juzga los argumentos por sus conclusiones, no por su coherencia. Se emplean términos no definidos, de modo que las conclusiones basadas en los mismos se reducen a meros sortilegios”70 . De hecho, uno de los “padres” del neoliberalismo, Friedrich von Hayek, postula su mantra del mercado como un trascendental que ha de ser aceptado con humildad: al ser el mercado el “mecanismo para el procesamiento de información dispersa más eficiente que cualquier otro mecanismo diseñado deliberadamente por el hombre”, es impropio pretender controlarlo, pues así se impide “el funcionamiento de las fuerzas ordenadoras espontáneas” del mercado71 .
Basten estas dos citas y el desarrollo del apartado anterior para indicar que, tras las formulaciones económicas neoliberales con toda su pretensión de objetividad científica y neutralidad valorativa, se esconde una inmensa operación dogmática que hace de la globalización un gran hábitat religioso. Este asunto ha sido expuesto por diversos autores72 que dan cuenta de cómo las formulaciones neoliberales fungen de manera sacral (hieron-) que se manifiesta (-fanía) como el realizador de la humanidad (salutis).
La formulación de este sagrado tiene unas notas que lo identifican con un esquema religioso básico pero efectivo. Se figura, primero, un padre creador; el mercado –específico e histórico modo de producción, hoy totalizado, des-historiado y naturalizado– aparece ahora como orden natural de la sociedad y como el que proporciona vida a la humanidad en pleno sentido73 : Hayek insiste –según indiqué arriba– en el sistema de mercado como el más eficiente para ordenar la comunidad humana, que además es manifestación de “una civilización no diseñada por ningún cerebro, alimentada de los esfuerzos libre de millones de individuos”74 .
Como cualquier dios religioso, la divinidad exige un horizonte ético a sus fieles; en el pensamiento neoliberal, el valor que realiza al ser humano es la libertad, y ella se realiza en la medida en que el mercado y los precios del mercado son libres75 . Este horizonte ético se traduce en una serie de mandamientos o “deberes incondicionales” que “han sido perfectamente naturalizados e impuestos gradualmente urbi et orbi durante décadas de propaganda política y mediática”76 :
Amarás al Señor tu Dios, el Mercado, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este mandamiento expresa el principio de divinización y sacralización del Mercado, fundado en el amor único y la fe ciega que el ser humano está llamado a depositar en este mecanismo abstracto, rechazando todos los pecados y herejías que le son contrarios. Cualquier intento de interferir en su funcionamiento libre y natural para introducir elementos de justicia redistributiva conduce directamente al socialismo, catalogado como ideología herética a combatir. El Mercado es quien con sus propias leyes regula los precios, estimula la producción, castiga al incompetente y premia al emprendedor virtuoso. La principal representación simbólica del Mercado en la Tierra es el dinero, al que se le debe rendir culto todos los días [...].
No opondrás resistencia a la actual globalización neoliberal de mercados, finanzas y capitales. Es necesario que te adaptes a este proceso imparable e irreversible que sigue adelante contra viento y marea.
Privatizarás todo lo privatizable, reducirás a mínimos el Estado y dejarás el gobierno en manos de poderes globales privados. Este precepto exige desmantelar el Estado social y promover el control de los servicios públicos por parte del sector privado, hecho que permitirá una gestión más eficaz de los recursos. El Estado, de este modo, se convertirá en una institución residual, mantenido como mero garante de los derechos de propiedad privada y árbitro en los conflictos jurídicos entre individuos.
No ejercerás resistencia contra el sacrificio de vidas humanas y no humanas. La vida humana y la de la naturaleza son solo un medio más para mantener y asegurar la continuidad del sistema vigente.
No te resistirás a la innovación tecnológica. Es necesario que te adaptes rápida e intensamente a las nuevas tecnologías para reducir gastos y eliminar fuerza de trabajo inútil.
Liberalizarás todos los mercados nacionales hasta hacer que el mundo se convierta en un mercado único global. Cualquier forma de proteccionismo es declarada totalmente incompatible con la fe en el Mercado.
Codiciarás los bienes ajenos. Extenderás tus propiedades allende los mares ejerciendo nuevas formas de colonización.
Practicarás el evangelio de la competitividad. Lucharás a sangre y fuego contra el prójimo hasta llegar a ser el vencedor, el mejor y más exitoso líder del Mercado. De no hacerlo, tus posibilidades de supervivencia en el Paraíso son nulas, pues serás liquidado por otros más competitivos que tú y, por tanto, expulsado.
Sustituirás la justicia social, una grave amenaza y coerción al valor de la libertad individual, por la caridad, la compasión y la buena voluntad como ejemplo de virtud moral altruista con los desafortunados que viven al margen del Mercado.
Defenderás una “utopía conservadora” [...], aquella que hace apología de la realidad existente, la radicaliza y mantiene inmutable. Abandonarás sin contemplaciones el sueño y la esperanza vana de un mundo mejor, más justo, igualitario y democrático, porque ya estás, de hecho, en el mejor de los mundos posibles.77
Un aspecto que se destaca desde el análisis crítico de esta hierofanía económica es su aspecto sacrificial. El economista Franz Hinkelammert observa cómo nuestro mundo actual se constituye desde lo que llama “la metafísica empresarial” (un mundo constituido desde los valores de lucro de la empresa, como orden natural), donde la naturaleza no es la vida concreta y medioambiental, sino valores mercantiles; de allí que quienes se opongan a los valores mercantiles por su defensa de la materialidad misma de la vida sean vistos como enemigos y condenados consecuentemente78 .
Se trata, pues, de una lógica sacrificial perfectamente enraizada y justificada al interior de los postulados neoliberales79 , cuyo carácter no es coyuntural, sino estructural: “el sacrificio de quienes sufren las consecuencias del sistema económico imperante es, por un lado, motivo de acuerdo y alianza entre los poderes que controlan ese sistema”, y, “en tanto el sacrificio se mantiene y reitera, este sacrificio de los inmolados […] salva a los que se aprovechan de este proceso”80 .
Esta estructura, por demás, genera una fuerte cultura de la insensibilidad. “Existe en nuestras sociedades” –expone Mo Sung– no solo “una idea de la inevitabilidad de las desigualdades y exclusiones sociales”81, sino también una noción de que tanto integrados como excluidos han recibido lo que merecen, los primeros por sus méritos competitivos y los segundos por sus culpas de ineficiencia (una versión secularizada de la teología de la retribución, como evangelio de la prosperidad)82 .
Así las cosas, la desigualdad social y la exclusión se perciben, no solo como inevitables y justas, sino incluso benéficas: “La desigualdad para ellos es el motor del progreso, porque incentiva la competición entre las personas y es a la vez resultado de una sociedad basada en la competencia”83 .
Esta cultura de la insensibilidad, insertada en las coordenadas culturales, políticas y económicas de la globalización, contribuye a transmutar al ser humano “en una parte de un engranaje gigantesco de un movimiento formalmente sin fin, de un crecimiento económico sin sentido”84 . Se constituye, entonces, una cultura de la irresponsabilidad: en cuanto las estrategias de la globalización reducen al ser humano y su entorno biótico a ser factor de capital y/o de producción, “mutila el sentido de la vida y distorsiona las relaciones humanas fundamentales (la vida en familia, la afectividad, la dignidad, la sociabilidad, la solidaridad)”85 , y conduce tendencialmente a una esquizofrenia colectiva y suicida, en la cual “solo es posible vivir participando en el proceso de destrucción de toda la vida en el planeta, al tiempo que este proceso destructivo quebranta las condiciones de posibilidad de la vida”86 .
En conclusión: la globalización aparece como una hierofanía, como la revelación trascendente del mejor orden social y económico para la realización de la humanidad; pero se trata de una salvación invertida: tras sus promesas, se oculta un suicidio colectivo celebrado como salvación.
AIRES DE LA GLOBALIZACIÓN, DESAIRES FRENTE A LA GLOBALIZACIÓN
Las notas características de la globalización son elementales, si bien con particularidades en cada contexto. Indica Hinkelammert:
La privatización de las funciones del Estado, el comercio libre, el desencadenamiento de los movimientos internacionales de los capitales, la disolución del Estado social, la entrega de las funciones de planificación económica a las empresas multinacionales […además de…] la entrega de la fuerza de trabajo y de la naturaleza a las fuerzas del mercado […] han arrasado el continente.87
Se trata de un habitar que establece el no futuro y la desesperanza88 , que se impuso en la década de los 70 y los 80 en América Latina –desde lo que Galeano llamó “democraduras”89 , o desde lo que Klein llamó “doctrina del shock”–, y así hoy se expande al resto del mundo, a la manera de un huracán destructivo e imparable. De hecho, observa Klein, cómo economistas y políticos cayeron sobre la ciudad de New Orleans, aprovechando el estado de shock provocado por el huracán Katrina, para imponer a la ciudad políticas administrativas de corte neoliberal90 .
Frente al proyecto de una sociedad sin alternativas, se levanta la exigencia manifestada por pueblos, culturas, movimientos sociales bajo el eslogan de “otro mundo es posible”: se trata de una exigencia y una ética “que hoy se impone si la humanidad quiere seguir existiendo”91 . Para Dierckxsens, por efecto no intencional, “tarde o temprano el péndulo de la historia se verá obligado a apartarse del interés privado absolutizado y a volver a la regulación económica”92 . Esto no quita la tarea de la sociedad de anticipaciones y construcciones de alternativas en torno del bien común: “Como respuesta a la globalización sin rostro humano estamos en la posibilidad de reivindicar una mundialización humanizante”93 .
Ello implica pensar y hacer nuestro habitar desde tres dimensiones o núcleos que, en contraste con lo expuesto como globalización, llamaré mundialización. Respecto de su dimensión económico-substancial94 , se trataría de la organización de la producción y reproducción del ser humano, que busca asegurar las bases materiales de la existencia presentes y futuras; respecto de su dimensión política, implicaría ordenamientos plurales y desde las necesidades locales, que permitan el respeto y la dignidad de todos los seres humanos, en medio de un ambiente habitable y sustentable; respecto de su dimensión ideológica, hablaríamos de la generación de constructos que permitan el cultivo de una cultura de la responsabilidad y la tutela, para sujetar el cálculo de utilidad a los valores del bien común95.
Este último núcleo, por cierto, implica recuperar, mantener y consolidar las tradiciones éticas y religiosas de la humanidad que propenden por la humanización del ser humano y del planeta96 , además de enfrentarse a las lecturas de los dioses que invocan los opresores, pues, de hecho, “al cuestionar las estructuras políticas y económicas de un sistema, siempre debemos preguntar qué funciona de hecho como Dios”97 .
Todo esto son ayudas para posibilitar la construcción de alternativas al sistema vigente, que, en la propuesta de Hinkelammert y Mora sobre una economía para la vida, implica cinco ejes98 . El primero se refiere al rechazo de la racionalidad de la muerte, traslapada en las versiones neoliberales de competencia y eficiencia, y del mercado como el mejor de los mundos posibles.
El segundo insiste en la resistencia frente a las amenazas y desconocimientos del ser humano y del medio ambiente por parte de la globalización.
El tercer eje llama a reconocer que la racionalidad instrumental de la globalización y la totalización del mercado a la sociedad que, a pesar de sus promesas de redención, no es más que un asesinato que es, a la vez, suicidio99 .
El siguiente eje se plantea como solidaridad, en el sentido de que “las medidas para detener las tendencias destructivas pasan por la acción mancomunada, la solidaridad frente a la vida amenazada”100 ; esto es, en las tradiciones creyentes, el reconocimiento del otro humano y medioambiental, el otro que sin ser yo es mi vida misma.
De allí plantean, como quinto eje, la cuestión del socialismo, “no como la meta de una sociedad perfecta a la cual aspirar”, sino “como la cuestión del cambio permanente de las relaciones sociales de producción”101 .
Justo de eso se trata, para desairar el aire mortal de la globalización. Poner en el centro la vida humana, deconstruir y reconstruir de manera permanente nuestras formas de relación, para hacer la vida posible que merece ser vivida: una vida en donde, es cierto, “prevaleció el sufrimiento y predominó la injusticia”, pero donde “también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la felicidad”102 .