Introducción
El ecoturismo se ha convertido en el sector de la industria del turismo que más rápido ha crecido en las últimas décadas y en una actividad central en las agendas políticas de muchos países del sur-global para alcanzar el desarrollo sostenible (West y Carrier, 2004). No obstante, las ciencias sociales han demostrado con trabajos empíricos que el ecoturismo es un medio en el que la naturaleza1 se “neoliberaliza”, al ponerla en un régimen de producción que la convierte en un campo particularmente deseable para generar beneficios económicos, y que a su vez configura procesos sofisticados de despojo que contribuyen a que el sistema capitalista solvente sus crisis de sobreacumulación y de devaluación de capital en nombre de la conservación (West y Carrier, 2004; Brockington et al., 2008; Duffy, 2008; West, 2008).
En el Guaviare (Amazonia colombiana), el ecoturismo se ha convertido en una actividad objetiva para legalizar y medioambientalizar a los campesinos-cocaleros, visibilizar la diversidad cultural y natural de la región, proteger el medioambiente, establecer un mayor control territorial e insertar al departamento en la economía colombiana. Los campesinos de la zona han sido objeto de regulación política por parte de distintas instituciones que han buscado transformar sus prácticas, consideradas ilegales (coca) y depredadoras del medioambiente, para mejorar sus condiciones de vida y convertirlos en sujetos emprendedores-ambientales en el marco del ecoturismo neoliberal. Como lo mostraré en este artículo, las políticas ambientales y las intervenciones sobre los campesinos para poner en funcionamiento el ecoturismo neoliberal operaron produciendo milieus que les permitiesen a los campesinos establecer sus propias iniciativas ecoturísticas bajo las racionalidades de mercado (Foucault, 2007; Li, 2007; Rose, 2007). Las tecnologías de gobierno buscaban regular a los campesinos “a distancia”, animándoles a convertirse en “emprendedores de sí mismos” (Foucault, 2007); es decir, llevando a cabo acciones autorreguladoras dentro de las lógicas de la conservación neoliberal. En ese sentido, el concepto de gubernamentalidad (Foucault, 1999), matizado en las nociones de eco-gubernamentalidad (Ulloa, 2005) y medioambientalidad (Agrawal, 2005), es central para entender las formas de gobierno de la Naturaleza y la formación de racionalidades y tecnologías de gobierno para la acumulación de capital (Rose, 1996; Biersack, 2006; Li, 2007).2 En este artículo utilizaré el concepto de medioambientalidad neoliberal para examinar el rol de las racionalidades y tecnologías de gobierno en la producción de campesinos emprendedores-ambientales, en el contexto del ecoturismo neoliberal, tomando en consideración “los bloques conceptuales de poder, conocimientos, instituciones y subjetividades” (Agrawal, 2005, p. 8).
Ahora bien, los resultados de los procesos de gubernamentalización de la Naturaleza y de los sujetos no están garantizados de acuerdo al plan que se propone (Li, 2007). Las políticas ambientales se adaptan y articulan de formas disímiles según las circunstancias sociohistóricas específicas (Shore, 2010), y es ahí en donde se presentan escenarios de tensiones y conflictos socioecológicos entre los diferentes actores, incluidos los no-humanos (Latour, 1993), que producen nuevas subjetividades, naturalezas y procesos de despojo (Li, 2007; Cepek, 2011; Montenegro-Perini, 2016). El caso del ecoturismo en el Guaviare no es ajeno a las constantes adaptaciones y reconfiguraciones de los programas gubernamentales que surgen a través de la interacción entre múltiples redes de actores, voluntades e intereses.3 Desde esa perspectiva, me interesa analizar hasta qué punto los campesinos de la zona norte del departamento del Guaviare, Amazonia colombiana, fueron sujetados por los principios del ecoturismo neoliberal, y examinar los efectos sociopolíticos asociados a la disposición de los conocimientos ambientales-empresariales en sus vidas. Me concentraré en cómo las políticas y programas en ecoturismo se adaptaron a intereses de grupos particulares de la región, y en cómo, a través de diversos mecanismos i/legales, el ecoturismo se volvió funcional a estrategias sofisticadas de despojo que los campesinos debieron sortear. Mostraré que la responsabilidad sobre la desposesión recayó sobre algunos campesinos que habían tratado de trabajar en el ecoturismo, resignificando su sentido en sus propios términos. Este proceso de agenciamiento llevó a que fuesen representados culturalmente por distintos actores regionales como sujetos incapaces de gestionar este tipo de iniciativas, aun después de haber sido capacitados con el conocimiento apropiado, y, por ende, justificó la idea de que debían salir de ese mercado para darles paso a emprendedores que sí pudiesen hacerlo. Las políticas ambientales se articularon a voluntades e intereses particulares, haciendo que su aplicación se desplegara selectivamente sobre aquellos campesinos que fueron incapaces de responder a las lógicas de privatización y emprendimiento, y que configurara violentos4 intentos de despojo en nombre de la conservación.
Por otro lado, este artículo también contribuirá a la comprensión del despojo más allá de su concepción como un fenómeno que causa la pérdida de la tierra y los medios de producción (Marx, 1990) o desposesión de algún objeto material a través de mecanismos coercitivos, para comprenderlo en sus múltiples dimensiones simbólico-materiales y en los efectos que genera en la vida de quienes son despojados (Arias y Caicedo, 2016, 2017). Recientes trabajos han abordado el despojo como fenómeno de suspensión de las relaciones socioecológicas y modos de vida de poblaciones disímiles (Bosa, 2016; Montenegro-Perini, 2016; Ojeda, 2016; Rocheleau, 2016); como transformador de los significados de la tierra (Morris, 2017); como configurador de las relaciones de raza, género y clase (Federici, 2010; Meertens, 2016; Caicedo, 2017; Calle, 2017; Camacho, 2017; León, 2017), y como productor de nuevas subjetividades (Butler y Athanasiou, 2013). El ecoturismo en el Guaviare además de configurar procesos de despojo a través de la culpabilización de los campesinos, también trata de despojar las complejas relaciones socioecológicas que los campesinos establecen con su entorno y los no-humanos para abrir espacios de acumulación de capital. En efecto, lo que se despoja no es solo la tierra sino también, como lo señala Ojeda, “los anhelos y los planes para el futuro: lo que los hijos no van a conocer, lo que ya no se puede hacer, adonde ya no se puede volver, lo que ya no se va a ser” (2016, p. 34). No obstante, el despojo del entramado de las relaciones entre humanos y no-humanos no solo implica la restricción al acceso a los recursos, la pérdida de autonomía (Ojeda, 2016) y la capacidad de reproducir la vida (Rocheleau, 2016), sino el intento de las tecnologías de gobierno neoliberales de cooptar la posibilidad de la emergencia de lo político,5 a través de la invisibilización de la multiplicidad de mundos que podrían contribuir a la configuración de alternativas a las coordenadas sociometabólicas actuales (capitalismo moderno). Por lo tanto, el despojo del que hablo aquí es político-ontológico.6 Aunque esta categoría está todavía en construcción y merece mayor atención, hacer una primera aproximación a ella puede mostrarnos algunos de los mecanismos de cómo la producción de la Naturaleza y de los sujetos emprendedores-ambientales en el marco del ecoturismo neoliberal busca invisibilizar y desestabilizar las relaciones socioecológicas que mantienen los campesinos con la selva, para abrir nuevos espacios de acumulación de capital, y, por ende, negar otros mundos o formaciones ontológicas7 por medio de formas muy sutiles que operan a través del consentimiento de los campesinos (Arias y Caicedo, 2017).
Para comprender los grados de sujeción de los campesinos a las racionalidades del ecoturismo, así como la configuración de los distintos procesos de despojo en el Guaviare, usé el método etnográfico. La etnografía me permitió analizar los efectos que las políticas ambientales producían, las relaciones que configuraron y las racionalidades que las sustentaban, así como también examinar la agencia de los beneficiarios y funcionarios en su aplicación (Shore, 2010). Las estrategias de investigación usadas fueron: 1) conversaciones informales con campesinos y funcionarios públicos; 2) entrevistas semiestructuradas; y 3) análisis antropológico de la política pública ambiental a través de la revisión documental.
El artículo se estructura de la siguiente forma: primero, examino el nacimiento del ecoturismo en el Guaviare y sus tecnologías de gobierno. Después, analizo la producción de subjetividades emprendedoras-ambientales a través de los procesos de capacitación del Programa de Familias Guardabosques, y cómo estas tecnologías de gobierno configuraron intentos de despojo en nombre de la conservación y el emprendimiento. Finalmente, abordo los procesos de despojo político-ontológicos como tecnologías sofisticadas del capitalismo moderno para abrir espacios de acumulación de capital, y sus efectos en la vida de los campesinos del noroccidente amazónico.
El ecoturismo: racionalidades y tecnologías de gobierno
Los programas y políticas en la Amazonia colombiana, soportados por criterios científicos, han creado una serie de enunciados sobre este territorio y sobre las prácticas de los campesinos que lo habitan. Estas representaciones han justificado diferentes estrategias de intervención estatal. Particularmente, se destaca cómo la Amazonia se ha producido en tanto espacio en condiciones de salvajismo, de ilegalidad y, recientemente, con los discursos ambientales, como zona de vocación forestal que debe ser conservada. Los campesinos y habitantes no indígenas han sido producidos como sujetos inmersos en condiciones de ilegalidad por ser productores de coca, depredadores del medioambiente y auxiliares de la guerrilla. Bajo estas representaciones se han creado políticas de intervención sobre ellos que además se articulan a una normatividad ambiental que rige estos territorios.8
En la década del 2000, varias instituciones llegaron a la conclusión de que el ecoturismo sería la actividad económica que permitiría transformar las dinámicas de ilegalidad de los campesinos asociadas a la coca, generar réditos económicos a poblaciones empobrecidas y responder a la normatividad ambiental de la región. En el 2005, el Instituto Sinchi desarrolló un proyecto titulado “Capacitación sobre servicios ambientales con base en el trabajo concertado de planificación, valoración y diseño de una experiencia piloto en ecoturismo, para los departamentos del norte amazónico colombiano”. En el proyecto participaron diversas instituciones y organizaciones, tales como el Parque Natural Nacional del Chiribiquete, la Secretaría de Cultura y Turismo, la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Norte y Oriente Amazónico (CDA), entre otras. A partir de este trabajo conjunto, se sentaron las bases conceptuales y metodológicas sobre las formas de gestión de iniciativas de ecoturismo en el departamento.9 Con el ecoturismo sería posible convertir a los ecosistemas naturales en fuentes de valor y atracción, contribuir a la protección de los ecosistemas y la vida silvestre a través de la conservación, y capacitar a las comunidades de base para que participaran en la toma de decisiones y operación de esta actividad (Sinchi, 2006).
Posteriormente, el plan de turismo del departamento del Guaviare “Primer Destino Turístico Sostenible de Colombia 20082020” concretaría legalmente estas iniciativas y proyectos, resaltando la diversidad cultural y natural del Guaviare. La interacción de la cultura indígena, los colonos de distintos lugares del país y la riqueza natural se convertirían en aspectos centrales en la construcción de identidad regional desde las lógicas estatales. Eslóganes tales como “paraíso ecológico”, “Guaviare diferente a todo”, “una aventura por descubrir”; las imágenes de los nukak reflejando su armónica convivencia con la selva, micos (monos), jaguares, ríos y toninas (delfines rosados); y el festival Yurupari de Oro, en donde se conjugan la cultura indígena, colona y la diversidad natural, se convertirían en elementos a través de los cuales se desarrollarían las políticas de ecoturismo en la región. Al Guaviare se le daría un capital simbólico (Bourdieu, 1994) al producirlo como un espacio único y auténtico cargado de imágenes idílicas de indígenas intocados y naturalezas prístinas, con el objetivo de generar rentas de monopolio (Harvey, 2001).
Bajo esta imagen, los campesinos cocaleros debían ser normalizados y transformados en sujetos que no solamente respondieran a las imágenes idílicas del Guaviare “paraíso ecológico”, sino que también fueran capaces de emprender prácticas autorreguladas dentro de las lógicas del ecoturismo.10 De no hacerlo, los campesinos serían leídos como destructores de la naturaleza y sujetos ilegales, lo que les limitaría el acceso a los recursos naturales e incluso resultaría en su criminalización, despojo y persecución (Del Cairo y Montenegro-Perini, 2015; Bocarejo y Ojeda, 2016). En otras regiones de Colombia, por ejemplo, las prácticas de conservación, incluido el ecoturismo, han desplegado estrategias de borradura de las comunidades campesinas a través de su criminalización, despojo y amenazas de muerte por no ser los tipos de sujeto que pueden convivir con la Naturaleza, como sí son considerados los indígenas (Ojeda, 2012a; González, 2014; Bocarejo y Ojeda, 2016).11 A diferencia de estos casos, el ecoturismo en el Guaviare se convertiría en una tecnología de gobierno para la regulación y transformación de los campesinos ilegales y depredadores de la Naturaleza en campesinos emprendedores-ambientales, lo que les permitiría responder a los requerimientos de conservación y desarrollo. Así, el ecoturismo promovería un tipo particular de sujetos y naturalezas que permitiesen la acumulación de capital, la legalización de los campesinos y la conservación ambiental a través del fortalecimiento comunitario,12 así como también la mercantilización de la naturaleza y la cultura, características centrales en las formas de gobierno neoliberales (Rose, 1996; Fletcher, 2010; Castree, 2011; Gershon, 2011).
Para transformar esas condiciones anormales de los campesinos y sintonizarlos con la representación del Guaviare como espacio de diversidad cultural y natural, el ecoturismo fue articulado a los programas de Desarrollo Alternativo (PDA) que se venían implementado desde hace más de una década atrás en el Guaviare. El PDA se había constituido en uno de los dos pilares de la guerra contra las drogas en la década de 1990,13 a través del desarrollo rural y ambiental. En la década del 2000, el gobierno de Álvaro Uribe (2002-2010) redefinió el programa, convirtiéndolo en un componente central de la Política de Seguridad Democrática;una política de securitization14 que se alzaba en concordancia con la lucha contra las drogas y la guerra contra el terror, y que se establecía como una respuesta urgente de restauración del orden y el dominio de la ley en territorio colombiano, para devolverles a sus habitantes la posibilidad de viajar y desplazarse por el territorio (Ojeda, 2012a). El objetivo era recuperar los territorios que estaban bajo el poder de la guerrilla, el narcotráfico y el “terrorismo”, a través de la acción combinada de la militarización y el turismo (Ojeda, 2012b). En el caso del Guaviare, esta política tuvo efecto en la finalización de la carretera Bogotá-Villavicencio-San José del Guaviare, en la militarización del departamento y en la creación de un grupo especial de policías para la protección y fomento del turismo en la región.
Como parte del Desarrollo Alternativo, surgió el Programa de Familias Guardabosques (PFGB) que también buscaba frenar el avance de los cultivos de uso ilícito y proteger las áreas ambientalmente estratégicas a través de mecanismos de gobierno de empoderamiento de las comunidades. El PFGB proporcionaba apoyo en:
asistencia técnica para fortalecer el trabajo comunitario, fomentar capacidades gerenciales y de mercadeo dentro de la legalidad, así como la promoción de una conciencia ambiental, planes administrativos racionales, el uso de abonos orgánicos, entre otros. El objetivo general era empoderar a las familias para que se convirtieran en participantes activos, a nivel local y regional, de los procesos de desarrollo sociales y económicos. (AcciónSocial, UNODC, 2007, p. 18)
El PFGB tenía diferentes componentes para el desarrollo sostenible, entre los cuales estaba la organización de “posadas turísticas”. Esta iniciativa propendía por la transformación de las condiciones de los campesinos como cultivadores de coca, para convertirlos en anfitriones turísticos, guardabosques y sujetos emprendedores-ambientales. Ellos recibirían capacitaciones como proveedores turísticos, asistencia técnica en temas ambientales y empresariales y mejoramiento de la infraestructura, siempre y cuando mantuvieran su territorio libre de coca y se dedicaran a actividades sostenibles como el ecoturismo y la agricultura a pequeña escala (Ortiz, 2016). Estos mecanismos de gobierno respondieron al funcionamiento del gobierno neoliberal al intervenir no directamente sobre los individuos, sino sobre las condiciones en las que se desenvolvían, creando unas reglas de juego específicas. El neo- liberalismo no se enfoca en conducir la conducta de los individuos Ecoturismo, gubernamentalidad neoliberal y despojos en la Amazonia colombiana directamente, sino que crea un milieu caracterizado por configurar dinámicas de riesgo, en el cual los individuos emprenden acciones autorreguladoras (Foucault, 2007; Li, 2007; Rose, 2007; Fletcher, 2010). La función del estado es incentivar a los individuos para que se conviertan en jugadores dentro de las dinámicas de mercado; a quienes no tengan los capitales para hacerlo se les entrega un “capital semilla”15 que les permita empezar a hacerlo. Es un gobierno sobre la intimidad en el cual el individuo se convierte en el empresario de sí mismo (Foucault, 2007), y en donde él y las comunidades a pequeña escala son el lugar de la subjetividad neoliberal (Rose, 2007; Fletcher, 2010; Castree, 2011; Gershon, 2011). En el caso concreto del PFGB, la idea era convertir a los campesinos en emprendedores ambientales a través de un “capital semilla” que les permitiría autogestionarse en comunidad y actuar emprendedoramente en el campo del ecoturismo. Esto llevaría a la legalización y medioambientalización de los campesinos para que sus prácticas se sintonizaran con la legislación ambiental y con las imágenes de autenticidad que demandaba el ecoturismo en el departamento para el buen funcionamiento del mercado.
Subjetividades emprendedoras-ambientales y culpabilización de los campesinos
La generación de entornos de riesgo e incertidumbre es parte integral de la racionalidad neoliberal y del capitalismo (Swyngedouw, 2010), ya que estimula la competitividad y el autogobierno. Del mismo modo, el predicamento ecológico está saturado por temores milenarios que plantean un escenario apocalíptico en el cual nuestras vidas están en riesgo de extinción, lo que hace del miedo un nodo crucial a través del que la narrativa medioambiental es tejida (Swyngedouw, 2010). En el Guaviare, el Plan de Manejo de la serranía de La Lindosa (2005), desarrollado por la Corporación Ambiental Regional (CDA), se convirtió en el hito fundacional de riesgo asociado con la materialización de la normatividad ambiental.16 El Plan tenía como objetivo mitigar el impacto antrópico sobre la serranía, a partir del establecimiento de una zona campesina de manejo especial y producción sostenible (Del Cairo, Montenegro-Perini y Vélez, 2014; Del Cairo y Montenegro-Perini, 2015). Muchos campesinos vieron en esta iniciativa un riesgo inminente sobre la tenencia de la tierra, ya que sus medios de producción eran considerados no aptos para el medioambiente. Como resultado, muchos de ellos se organizaron no solo para negociar el Plan de Manejo,17 sino también para transformar definitivamente sus condiciones de vida, que justificaban la representación que las instituciones y funcionarios hacían de ellos como depredadores e ilegales. Esto les permitiría, entre otras cosas, sortear los riesgos asociados a la pérdida de tierras:
Después de lo que pasó con la CDA y ese Plan de Manejo yo pensaba que era necesario principiar una transformación de las cosas porque si no perderíamos nuestras casitas. [...] En esa época yo trabajaba con la coca y cuando mi hijo creció me dijo que quería empezar a trabajar conmigo. Claro, yo me preocupé. Entonces decidí cambiar mi actividad de ingresos para evitar que él cayera en malas manos; eso había mucho paramilitar y el gobierno jodía bastante también. [...] En esa época salió ese PFGB y algunos de nosotros buscamos la posibilidad de trabajar con ellos. (Diario de campo, 2013)
Fue así como varios campesinos vieron en el PFGB una alternativa para sortear los riesgos socioambientales antes descritos y transformar su imagen subvalorada. Simultáneamente, conformaron iniciativas ecoturísticas en forma de cooperativas, las cuales demostraron, entre otras cosas, que los campesinos en ningún momento fueron sujetos pasivos frente a estas nuevas dinámicas socioambientales que se empezaban a vivir en la región.
Los campesinos organizados en cooperativas recibieron diferentes capacitaciones para que pudieran autorregularse dentro del campo del ecoturismo neoliberal y se convirtiesen así en emprendedores ambientales. También fueron objeto calculable a través de una gran variedad de informaciones, normas, representaciones e investigaciones. Como lo diría Rose (1996), la comunidad fue gubernamentalizada. La idea era convertir las cooperativas en empresas asociativas de carácter privado, a través de la empresarialización y medioambientalización de sus miembros (Castree, 2011).18 Esto les permitiría a los campesinos comenzar a cobrar por los servicios prestados en materia de ecoturismo, al vender servicios ambientales basados en el ofrecimiento de una experiencia cercana a la Naturaleza prístina, a visitantes ansiosos por vivir y consumir de ella. Las capacitaciones que desarrollaron los funcionarios del PFGB se basaron en dos temas generales: 1) conocimiento de conservación medioambiental; y 2) conocimiento empresarial, organizacional y contable.
Agrawal (2005) señala que existe un tipo particular de sujetos para quienes el medioambiente es una categoría conceptual que organiza su pensamiento y, por ende, sus formas de actuar. Estos individuos, a quienes llama “sujetos ambientales” están “sujetados” por una forma específica de pensamiento que responde a los principios de conservación y cuidado del medioambiente, pero también, agrego yo, a las lógicas del capital. A medida que ellos incorporan estas lógicas en sus prácticas cotidianas se convierten en parte de sus formas de ver el mundo. En el caso de los campesinos, sin embargo, los efectos de sujeción fueron diversos y complejos, ya que ellos resignificaron el conocimiento del ecoturismo desde sus propias formas de existencia (ontologías) y relacionamientos socioecológicos, lo que demuestra los límites (Li, 2007) de la medioambientalidad neoliberal. En este artículo no abordo las reconfiguraciones de las relaciones simbólico-materiales de los campesinos con la selva y el estado (ver Montenegro-Perini, 2016), sino hasta qué punto los campesinos fueron sujetados por los principios de la conservación neoliberal, y los efectos de ello en la configuración de procesos de despojo.
Para rastrear esos modos de sujeción es necesario que me remita a los grados de participación generalizada de los campesinos en prácticas regulatorias específicas. Los líderes de algunas de las cooperativas tuvieron un papel representativo en la ejecución ecológica y transformativa de las actitudes de los campesinos sobre el medioambiente y, en este caso, del ecoturismo. Inicialmente, en una de las cooperativas, muchos campesinos desconfiaban de la viabilidad del ecoturismo en una región que históricamente había estado sumida en el conflicto armado, pero gracias a la participación conjunta del líder y de otras instituciones se llevaron a cabo capacitaciones y viajes a otras regiones en donde se habían desarrollado iniciativas similares, para que los campesinos cambiaran su punto de vista hacia esta actividad:
Los de Parques [Naturales] nos empezaron a ayudar, a darnos ideas, charlas, y organizaron con los de la Secretaría de Cultura y Turismo unas salidas a Santa Marta y a las Islas del Rosario. Eso fue muy bueno, porque nos dimos cuenta de muchas cosas buenas que teníamos acá. Imagínese que en las islas no tenían agua dulce y así les iba bien. Nosotros acá tenemos agua por todos lados. Entonces si les iba bien a ellos, ¿por qué no nos iría bien a nosotros? (Diario de campo, 2013)
Lo resultados de estas capacitaciones y viajes fueron variados. Desde aquellos que comenzaron a monitorear y sancionar las prácticas de sus vecinos que no eran acordes con las “formas correctas de actuar”, pasando por aquellos que utilizaban estratégicamente el discurso ambiental institucional para sortear los riesgos de despojo de tierras, hasta quienes no vieron en el ecoturismo ningún beneficio.
Los campesinos que comenzaron a sancionar y monitorear a sus vecinos fueron aquellos que apropiaron significativamente el discurso de conservación y ecoturismo en sus prácticas cotidianas. Una campesina señalaba:
El señor de esa casa ha empezado a conservar desde que vinieron los de guardabosques. Antes estaba acostumbrado a tumbar y a quemar, aún todavía lo hace, pero le ha mermado también porque nosotros le decimos y recordamos las consecuencias de eso. Este año ese vecino no ha quemado ni tumbado. Para qué, pero el viejo también se ha concientizado. (Entrevista a campesina, 2013, julio 18)
Además, algunos campesinos no solo monitoreaban y sancionaban a sus vecinos, sino que educaban a sus hijos para evitar que desarrollaran prácticas nocivas para la Naturaleza. La idea no era solo abordar el problema cuando ya se había materializado, sino también anticiparse a él a partir de la enseñanza sobre los modos “correctos” de hacer las cosas:
Yo lo que quiero por ejemplo es orientar a mi hija para que conservemos, que si le gusta y pudiera estudiar algo que tenga que ver con el medioambiente que lo pudiera trabajar en el Guaviare. De hecho, nosotros, sobre todo los más jóvenes, estamos proyectando la zona en donde vivimos como un lugar para la conservación, como un refugio de los animales que por allá están explotando, matando, acabando. Si conservamos, tendremos mayores posibilidades de vivir mejor. (Entrevista a campesino, 2013, julio 31)
Este testimonio demuestra también que los campesinos empezaban a interesarse en la conservación y el ecoturismo, porque les permitiría acoplarse a los requerimientos ambientales, crear nuevas oportunidades de vida, transformar las representaciones negativas que hacían ciertas racionalidades sobre ellos -como depredadores del medioambiente e ilegales- y evitar los riegos de ser desalojados de sus tierras. Un campesino señalaba:
La naturaleza sirve para conseguir algo de dinero para poder comer y sostener a la familia, además, si no la conservamos, ¿qué les vamos a dejar a nuestros hijos? [...] A nosotros nos interesa vivir tranquilos. No queremos volver a vivir con lo de la coca, porque eso es un riesgo para nosotros y nuestros hijos; queremos que nuestros hijos puedan vivir mejor que nosotros sin que se tengan que meter con los unos (guerrilla) o con los otros (paramilitares); queremos que no nos quiten nuestras tierras. Si conservamos las cosas van a estar mejor. (Diario de campo, 2013)
Otros campesinos se vincularon parcialmente a las iniciativas ecoturísticas, y a los discursos asociados a ellas, para sortear los riesgos de perder sus tierras. No obstante, no acogieron realmente los conocimientos que las instituciones habían transmitido. Ellos modulaban un discurso ambiental que los legitimara frente a las instituciones como campesinos ecológicos, para sortear los riesgos de desposesión, pero no ponían en práctica el conocimiento adquirido. Esto fue rastreable a través de la comparación de las respuestas que los campesinos dieron a las entrevistas con aquellas que surgieron cuando la relación investigador-investigado se había fortalecido a través de lazos de confianza. Un campesino señalaba en una entrevista:
Las instituciones nos enseñaron muchas cosas relacionadas con la conservación. Es que la naturaleza hay que cuidarla. Nosotros hemos estado reforestando todo aquello que utilizábamos para los cultivos. Lo que tenemos ahora en cultivo, eso lo estamos rotando, les damos por ahí tres hectáreas y lo vamos rotando todos los años. Pero de resto lo pensamos dejar quieto para potenciarlo para el visitante para que se sienta mejor. (Entrevista a campesino, 2013, julio 13)
El mismo campesino meses después matizaba: “Es que la relación con las instituciones es complicada. Ellos quieren sacar partido de todo lo nuestro. El ecoturismo que ellos querían aplicar aquí era para beneficiarse ellos. Yo mantengo mis rastrojitos, pero si tengo que tumbar un palo para hacer la comida, pues lo hago” (Diario de campo, 2013).
La conservación del medioambiente se resignificó contextual- mente bajo los intereses de los campesinos. La apropiación de ese discurso de conservación para la implementación del ecoturismo no significa que estos hubiesen tenido un rol pasivo frente a él y a las instituciones que lo promovían, sino que, por el contrario, su apropiación estuvo sujeta a transformaciones y adaptaciones que los campesinos generaron de acuerdo a su realidad e intereses (Montenegro-Perini, 2014, 2016; Vélez, 2015).
Por su parte, las capacitaciones empresariales a través de los talleres de emprendimiento, hotelería, contabilidad básica, etc., no tuvieron resultados efectivos en los modos de vida de muchos de los campesinos de una de las cooperativas ecoturísticas de la región. De manera similar a los casos del Parque Tayrona (Ojeda, 2012a; González, 2014) y la Sierra Nevada de Santa Marta (Bocarejo, 2012), la empresarialización de los campesinos tuvo varios problemas que fueron atribuidos principalmente a sus condiciones culturales, lejanas al funcionamiento efectivo del mercado. Un funcionario explicaba el asunto así:
El problema es que son factores culturales los que los mueven a ellos y nos mueven a nosotros. [...] Ellos siempre han estado acostumbrados a que el almuerzo lo sirven así, y no entienden que hay que ponerle un trapito aquí, que hay que lavar la loza bien. Para ellos no es asqueroso que acá hayan diez moscas y le hagan así [manoteo] y salgan volando y se tomen el jugo. Pero para un turista sí. Ellos conocen las medidas para controlar la mosca, pero no las aplican. (Entrevista a funcionario, 2013, agosto 31)
Por lo tanto, para algunos funcionarios el problema de esta cooperativa se presentaba porque los campesinos tenían una serie de creencias que no respondían a los cánones normativos exigidos dentro de la industria del turismo. Además, los campesinos tampoco materializaron los saberes administrativos, contables y de gestión empresarial. Desde la perspectiva de los saberes expertos, la cooperativa, como una organización de carácter empresarial y privado, necesitaba un manejo administrativo efectivo para su óptimo funcionamiento. Era central que los campesinos tuvieran una contabilidad, cuadernos de registros financieros, planes de mercadeo, estrategias para la consecución de metas a corto y largo plazo, etc. No obstante, nada de esto se ejecutó, y desde el punto de vista empresarial la cooperativa estaba destinada a fracasar. Un funcionario se quejaba:
Ellos tienen su empresa, pero no tienen un manejo administrativo competente. En donde no hay un manejo administrativo, donde vos no tienes una contabilidad, donde vos no tienes un registro de lo que se están poniendo, de lo que se está entregando, de lo que se está recibiendo, “mierda” eso no sirve para nada. Si vos no tienes un cuerpo administrativo que te responda por los movimientos económicos no hay nada. (Entrevista a funcionario, 2013, agosto 31)
Desde esta perspectiva, la empresarialización, como una de las justificaciones centrales que constituye la racionalidad neoliberal, incluso para concretar la privatización, no operó en las prácticas cotidianas de los campesinos. No responder a los principios empresariales significaba condenar a la cooperativa al fracaso. Incluso, algunas instituciones gubernamentales dejaron de apoyar y promo- cionar la iniciativa, porque no respondía a estándares empresariales y de calidad que hicieran posible su óptima gestión, y porque en últimas podría afectar los proyectos de desarrollo del departamento.
Por otra parte, los campesinos también rechazaron alianzas y procesos de privatización con empresas más grandes que fueron impulsadas por algunos funcionarios del gobierno regional. Varias empresas se interesaron en negociar con la iniciativa ecoturística por el potencial escénico de su ubicación y la facilidad de acceso para el avistamiento de aves, insectos y gran diversidad de flora y fauna. La propuesta más representativa surgió con una de las empresas más prestigiosas de turismo en el país. Esta empresa llegó al departamento del Guaviare interesada en vincular diferentes iniciativas de ecoturismo en su paquete de turismo de naturaleza.
Hubo varias reuniones en las que participaron miembros de la comunidad, de la empresa y funcionarios de distintas instituciones. Esta empresa privada les ofrecía a los campesinos arrendar la iniciativa ecoturística por diez años. La empresa se encargaría de proveer la infraestructura, el manejo administrativo, la promoción publicitaria, el mercadeo y la gestión general de la iniciativa ecoturística, mientras que los campesinos tendrían que trabajar para ella proveyendo los servicios de alimentación, guianza, transporte, etc. Para algunos de los miembros de la zona, la propuesta representaba una oportunidad para sacar adelante la iniciativa, aprovechando la experiencia que tenía la empresa privada en el sector: “algunos de nosotros pensamos que era mejor que viniera alguien y nos organice y nos ponga a trabajar” (Entrevista a campesino, 2013, septiembre 5). Otros, por el contrario, estaban convencidos de que una alianza de ese tipo conllevaría, más que a un bienestar, a una dependencia y a una generalizada explotación con pocos beneficios económicos, y que incluso entrañaría la probabilidad de perder no solo la iniciativa sino también sus fincas:
Era prácticamente principiar a ser empleados de ellos, y después, ¿quién los saca? Eso hasta de pronto terminamos perdiendo los terrenos. Mire por ejemplo lo de allá del Tayrona. La gente empezó a trabajar para una empresa que fue comprando pedacitos por ahí regados hasta que fueron sacando a la gente y ahora eso es privado. (Diario de campo, 2013)
Los campesinos conocían varios casos de empresas que habían negociado con otras comunidades de distintas regiones del país, gracias a los viajes que habían realizado años atrás junto a las instituciones.19 Así, los campesinos rechazaron las propuestas de asociación con la empresa, señalando que “esas empresas vienen, se enriquecen y lo más probable es que nosotros salgamos perdiendo. Ellas pueden decir ‘camine al Guaviare que es un potencial del turismo’ y montar su cuento y nosotros quedar por fuera. Entonces nosotros dijimos que no” (Entrevista a campesino, 2013, septiembre 5).
Los funcionarios de las instituciones consideraron que el rechazo a la alianza con esta prestigiosa empresa había sido un error y una falta de visión para el desarrollo, no solo del ecoturismo, sino también del departamento:
Si uno no se les pega a las grandes empresas las cosas son muy jodidas. Si en el Guaviare no hay mayoristas ni inversionistas, entonces hay que ver a los grandes. Para que puedan funcionar este tipo de proyectos es necesario que pertenezcan a la red; con el turismo eso funciona es así, si uno no entra a jugar en sus redes nunca lograran ser funcionales. (Diario de campo, 2013)
Este testimonio demuestra dos cosas: 1) que algunas instituciones promovían la privatización de la iniciativa, suceso que responde a lo que algunos autores llaman la re-regulación del mercado amigable (Harvey, 2004, 2007; Duffy, 2008; Castree, 2008, 2011), en el que las instituciones gubernamentales y sus funcionarios, desde una perspectiva neoliberal, fomentan la privatización y la mer- cantilización para la acumulación de capital a través de distintos mecanismos; y 2) que las redes en las que participan poderosos grupos económicos son las que hacen posible el funcionamiento del ecoturismo, y, paralelamente, las que fomentan la expansión de las dinámicas neoliberales; sin ellas es improbable que esta actividad económico-ambiental prevalezca en el tiempo (Duffy, 2008). El ecoturismo es funcional solo si las iniciativas son controladas y gestionadas por grandes empresas privadas, o en su defecto, por organizaciones con sujetos capaces de autorregularse dentro de las lógicas establecidas por el mercado.
La premisa de la racionalidad neoliberal en la que se supone que los campesinos debían adquirir técnicas de autoconducción empresarial y medioambiental para constituir una “cultura del emprendimiento” (Foucault, 2007; Li, 2007) no fue efectiva ni funcional. Esta incapacidad de los campesinos para autogestionarse en el marco de unos conocimientos ambientales y empresariales concretos condujo a que varios funcionarios públicos les atribuyeran a los campesinos la culpa de que algunas de las iniciativas ecoturísticas no funcionaran eficientemente. Esta situación responde a lo que Harvey (2007) llama la falta de fuerza competitiva: “si las condiciones de vida entre las clases más bajas de la sociedad se deterioran, esto se debe a su incapacidad, en general debida a razones personales y culturales, para aumentar su capital humano” (Harvey, 2007, p. 164). El simple hecho de no responder a esas premisas en las que efectivamente funciona el ecoturismo, como ser sujetos emprendedores con representaciones particulares de la Naturaleza, devino en el desmoronamiento paulatino de algunas de las iniciativas y en que varias instituciones dejaran de apoyarlas en su desarrollo. Además, justificó intentos de despojo en nombre de la conservación, de manera similar a lo que Dianne Rocheleau (2016) ha encontrado en Chiapas (México), a través de procesos de “despojo por deslegitimación” y lo que ha analizado Jennifer Devine (2014) en el caso de Petén, en Guatemala. El hecho de que los campesinos fuesen incapaces de llevar a cabo una óptima gestión del ecoturismo, legitimó la idea de que debían salir de ese mercado para darles paso a emprendedores capaces de reproducir el capital, como ocurrió con la prestigiosa empresa de turismo. Desde luego, esto promovió estrategias de despojo en el nombre de la conservación, principalmente, porque desde las racionalidades del ecoturismo los campesinos estaban impidiendo el desarrollo de la región como destino ecoturístico. Además, a algunos funcionarios públicos les interesaba que los campesinos dieran un paso atrás en la gestión del ecoturismo, para que sujetos “verdaderamente emprendedores” pudiesen abrir espacios de generación de capital de los que podrían obtener beneficios. Para los campesinos, esto podría implicar no solo la pérdida del manejo de las iniciativas ecoturísticas, sino también un impedimento para el acceso y uso de sus territorios.
Así, la responsabilidad de la desposesión recayó sobre aquellos individuos que no pudieron ser empresarios de sí mismos, acto que se legitimaba porque desde la perspectiva neoliberal se considera moralmente correcto que todos los ámbitos de la sociedad sean mercantilizados, privatizados y empresarializados (Harvey, 2004). En otras palabras, la culpabilización de los campesinos en el fracaso de algunas de las iniciativas ecoturísticas escondió estrategias de acumulación por desposesión para beneficiar intereses particulares.20 Como lo plantea Fassin, “[...] la permanencia de una forma de culturalismo pragmático que hace de la cultura esencializada una interpretación cómoda de la realidad a la cual se confronta” (2005, p. 26) enmascara una realidad más cruda que es necesario leer y analizar desde la economía política.21
Ante estos procesos de “despojo por deslegitimación” (Rocheleau, 2016), los campesinos reaccionaron reflexiva y activamente, mostrando nuevamente que la medioambientalidad neoliberal tiene unos límites que se producen en las interacciones entre las políticas y las dinámicas sociohistóricas de los lugares en donde se aplican (Ulloa, 2005; Li, 2007; Cepek, 2011). Uno de los campesinos comentaba:
El ecoturismo es una salida y estoy convencido. El único producto que no nos pueden “chibiar”22 es la parte natural que tenemos nosotros. A nosotros nos han ofrecido muchas veces negocios, empresas de Barranquilla, Medellín y Bogotá, pero nosotros somos conscientes de que debemos trabajar por nuestra cuenta y no dejar que nos quiten nuestras cosas. Es que los proyectos verdes del estado están dirigidos a los más ricos. Los proyectos ecoturísticos apoyados por el estado tenían y guardaban unos intereses capitalistas y nosotros no cuadrábamos sino como trabajadores de los más ricos. Entonces debemos hacer las cosas por nuestra cuenta, porque podríamos terminar siendo manejados por ellos o despojados de nuestras propias tierras. Y es que todo esto que usted ve es nuestra vida, no podemos perderlo. (Diario de campo, 2013)
Como es evidente en este testimonio, varios campesinos han tratado de seguir proveyendo servicios ecoturísticos, pero al margen de la interacción con el estado regional, o por lo menos, con cierta precaución en el momento de negociación con las instituciones. Varios campesinos han optado por crear redes de actores que trasciendan el ámbito local, para, de esta manera, evitar los intentos de despojo en nombre de la conservación. De hecho, han tratado de utilizar el ecoturismo resignificando sus prácticas y racionalidades como un espacio de resistencia a las dinámicas de privatización y mercantilización de sus territorios. Aunque no profundizaré sobre las modalidades de agencia en este artículo, sí quiero señalar que el rechazo de los campesinos a las privatizaciones se debió a un proceso reflexivo que establecieron en contra de las racionalidades de gobierno, originado en las interacciones entre el ecoturismo y las formas de existencia de los campesinos (Montenegro-Perini, 2016). Como lo he mostrado en otros trabajos, “la implementación del ecoturismo neoliberal, que implicó la transformación de las subjetividades y naturalezas campesinas, resultó generando una efervescencia política a través de la cual los campesinos resistieron a los procesos de neoliberalización y estrategias de despojo” (Montenegro-Perini, 2016, p. 59).
Despojos político-ontológicos
La configuración de los procesos de despojo no responde únicamente a la pérdida de la tierra o de algún objeto material, sino a la suspensión y alteración de las relaciones socioecológicas de diversos actores, incluidos humanos y no-humanos. Además de los procesos de despojo que se legitiman en la culpabilización de los campesinos por su condición de sujetos incapaces de establecer acciones autorreguladoras y emprendedoras bajo las lógicas del mercado, el ecoturismo en el Guaviare ha desplegado otros tipos de intentos de despojo que yo he llamado despojos político-ontológicos. Las percepciones de la naturaleza que subyacen en las políticas ambientales responden a unas ideas racionales asociadas con la modernidad y el neoliberalismo. Descola (2012) y Blaser (2009a, 2009b, 2013) señalan que existe una multiplicidad de maneras de distribuir y establecer qué es lo que existe. Para ellos la ontología moderna, que hace una división tajante entre sociedad-naturaleza, es una formación ontológica entre otras. Cuando la ontología moderna con sus formas de gobernanza invoca a la Naturaleza como un principio trascendental y universal, esconde las multiplicidades, heterogeneidades e inconsistencias de las dinámicas socioecológicas de disímiles grupos humanos y no-humanos (Swyngedouw, 2010). Este tipo particular de comprensión de la Naturaleza implica un intento de solucionar el sentido caótico y complejo de las diversas naturalezas y sus relaciones co-constitutivas con las sociedades (Swyngedouw, 2011). Esto eclipsa el momento político en el proceso de darles significado a las naturalezas, despolitizándolas y convirtiéndolas en un objeto social y políticamente neutro.
Los campesinos del departamento del Guaviare, así como poblaciones de otras regiones como la Macarena (Ruiz, 2010, 2013), le dan intencionalidad a los animales, los ríos, las lagunas, el clima y la selva (Vélez, 2015), convirtiéndolos en seres sensibles cuya existencia material condiciona sus modos de vida. De la misma manera como De la Cadena (2010) lo señala para el caso de las comunidades andinas en el Perú, las prácticas con los territorios y los animales permiten el afecto y respeto necesarios para mantener la condición relacional entre humanos y no-humanos, que hacen parte fundamental de la vida de los campesinos en la Amazonia. El territorio que habitan no es un simple espacio para la producción agrícola; es un escenario en donde se establecen complejas relaciones simbólico-materiales que configuran formas particulares de existencia, que se podrían considerar como formaciones ontológicas que difieren de aquella que divide la sociedad de la naturaleza (ontología moderna).23 Es decir, las relaciones simbólico-materiales que se establecen entre humanos y no-humanos deberían ser escuchadas por las realidades que revelan, en vez de ser concebidas como meras creencias culturales que hacen una interpretación relativa de la Naturaleza (Ingold, 2000). Esto implica concebir la producción de realidad como un continuo ensamblaje de relaciones simbólico-materiales que tienen efectos performativos, cambiantes e inestables entre los seres que la componen (Latour, 1993). Como lo ilustra Blaser, “la realidad que está siendo postulada aquí se distancia de la división cultura/naturaleza para arribar a la formulación simbólico-material” (2013, p. 23).
Pero es precisamente este entramado de relaciones socioecológicas lo que las tecnologías de gobierno neoliberales niegan e invisibilizan. Las relaciones simbólico-materiales que tienen los campesinos con la selva se invisibilizan o se conciben como meras representaciones culturales que deben ser modificadas a través del conocimiento propuesto por las políticas ambientales, para que los campesinos puedan jugar en las lógicas del capital. Los procesos de subjetivación en el marco de los discursos ambientales, que implican formas particulares de percepción de la Naturaleza y que son centrales para que los campesinos sean aceptados dentro de las dinámicas del ecoturismo neoliberal, configuran un escenario de negación de las relaciones socioecológicas que los campesinos establecen con sus territorios. Esta negación implica la imposibilidad de la emergencia de lo político a través de la visibilización de los múltiples mundos que podrían dinamizar alternativas al capitalismo moderno. Por lo tanto, el despojo no es necesariamente un proceso de desposesión de tierras o de los medios de producción (Marx, 1990) para crear las condiciones de continuidad del capitalismo, sino uno de despolitización y negación de otras ontologías que hacen del capitalismo un sistema con tecnologías de gobierno sutiles y muy poderosas (Montenegro-Perini, 2016).
En otros trabajos he examinado dos niveles de los despojos político-ontológicos (Montenegro-Perini, 2016). El primero tiene que ver con la negación de las formaciones ontológicas campesinas. En términos generales, la negación se da cuando las políticas ambientales y los funcionarios que las aplican desconocen las relaciones simbólico-materiales de los campesinos con la selva y reivindican la transformación de los modos de vida de los campesinos -considerados ilegales y depredadores del medioambiente- a través de la “cultura de la conservación”. Un funcionario comentaba al respecto: “los campesinos están destruyendo la naturaleza con la coca y sus prácticas tradicionales. Ellos necesitan adquirir la cultura de la conservación” (Entrevista a funcionario, 2013, agosto 27). Otro funcionario, por su parte, señalaba: “Debe pasar mucho tiempo para que la gente modifique sus patrones culturales y que empiece a entender, que, si nosotros queremos que el departamento sea un destino turístico, ellos deben cambiar sus patrones culturales” (Entrevista a funcionario, 2013, agosto 31). Desde esta perspectiva, las racionalidades de gobierno representan las ontologías campesinas como meras expresiones culturales irracionales que deben ser transformadas mediante un proceso de medioambientalización y empresarialización para el buen funcionamiento del mercado. Ahora bien, en algunas ocasiones ciertas concepciones campesinas sobre la naturaleza son toleradas por la racionalidad de gobierno, siempre y cuando fomenten la generación de réditos económicos. El ecoturismo no solo se enfoca en resaltar la Naturaleza prístina del Amazonas, sino también ciertas formas culturales que pueden ser manejadas para dinamizar el mercado turístico. Las historias de la llegada de los campesinos al Guaviare, las formas de cultivar, pescar y convivir con el ecosistema son resaltadas como visos centrales para la promoción y experiencia del ecoturismo en la región. Algunos campesinos involucrados en el ecoturismo usan algunas de sus formas de relacionamiento con sus territorios para potenciar esta actividad económica: “es que los turistas no solo vienen a ver la Naturaleza sino también las cosas que hacemos nosotros; cómo cultivamos, cómo cazamos, cómo cuidamos la naturaleza, a qué horas salimos a pescar y a escuchar muchas de las historias que nosotros hemos tenido que vivir desde que llegamos al Guaviare” (Diario de campo, 2015). El problema no es que el campesino comparta parte de sus relaciones socioecológicas a potenciales turistas, sino que lo que se podría comprender como un escenario de visibilización de otras voces y mundos para la disputa de las coordenadas socioecológicas actuales, se reduce a una expresión cultural que responde al imperativo de la ontología moderna, que se gerencia con fines de acumulación de capital. Formaciones ontológicas disímiles son expulsadas del ámbito propiamente político al desplazarlas hacia el terreno de lo gerenciable y reducidas a expresiones culturales para ser mercantilizadas por las racionalidades y tecnologías del ecoturismo.
El segundo nivel se materializa en algunos de los alcances desestabilizadores que generan las tecnologías de gobierno sobre los modos de existencia de los campesinos. Si bien las racionalidades neoliberales de gobierno no se materializaron efectivamente en las prácticas campesinas con el ecoturismo, sí configuraron ciertos efectos desestabilizadores en sus formas de existencia. Por ejemplo, las relaciones de reciprocidad y vínculos afectivos de algunos campesinos con la selva fueron alterados. Los lazos de reciprocidad entre los vecinos han tenido un papel central en la subsistencia de los campesinos en la Amazonia. Si no fuera por ellos hubiese sido muy complicado establecerse en el agreste ecosistema amazónico. No obstante, la interacción con las instituciones y los intentos por poner a funcionar las iniciativas ecoturísticas generaron conflictos entre sus miembros. Algunos de ellos señalan que las rupturas de los lazos de reciprocidad se deben en gran parte a la implementación del tipo de ecoturismo promovido por el estado. Un campesino anotaba: “Aunque el ecoturismo nos ha ayudado a varios, también ha generado problemas. Nosotros antes nos ayudábamos todos con todos, pero ahora mucha gente ya no se habla. Así es muy jodido vivir en el monte” (Diario de campo, 2013). De acuerdo con este campesino, la ruptura de las relaciones de reciprocidad entre vecinos puede ser potencialmente riesgosa para las formas de interacción que ellos mantienen con la selva. Cuando los campesinos son incapaces de cooperar entre ellos es más difícil responder ante las pautas de comportamiento que se establecen con las entidades no-humanas, y, por lo tanto, es más complicado vivir en la selva. Otro ámbito de desestabilización se presenta en las relaciones de género y con el entorno. El PFGB llevó a cabo capacitaciones en donde el componente de género tenía un papel importante para fomentar beneficios igualitarios entre hombres y mujeres. Sin embargo, en la práctica la intervención institucional configuró roles de género distintivos, propios del capitalismo moderno, que tiene como base fundacional las oposiciones dualistas de la ontología moderna. Algunas campesinas señalaban: “Ahora yo tengo que trabajar más duro que antes, porque además de cocinar para los visitantes, tender las camas y limpiar las cabañas, tengo que cuidar a los hijos y alimentar a los pollos y demás animales. Mientras tanto el sinvergüenza de mi esposo se va a tomar unas cervezas con los turistas y a contar historias” (Diario de campo, 2013). En algunas circunstancias, la situación ha agobiado a las mujeres hasta el punto de que algunas han llegado a desplazarse al centro urbano, dejando sus tierras atrás, para trabajar como limpiadoras, vendedoras o amas de casa. Esto tiene consecuencias en las relaciones que ellas mantienen con su entorno, al introducirlas en otras dinámicas socioeconómicas, lejos de las labores del campo y de sus territorios (Montenegro-Perini, 2016).
La negación y desestabilización de las formaciones ontológicas campesinas son mecanismos de desposesión sofisticados de las tecnologías de gobierno neoliberales, ya que tratan de producir ciertas subjetividades y naturalezas favorables al sistema capitalista. Lo que trata de hacer el neoliberalismo es que los sujetos sociales dejen de operar en sus propias coordenadas socioecológicas para hacerlo en las que el sistema provee y promueve. Ahora bien, los despojos político-ontológicos no son completamente satisfactorios. Si bien el capitalismo moderno busca invisibilizar otros mundos para la reproducción de capital, tratando de vaciar la posibilidad de lo político para la creación de alternativas al sistema efectivas, en la interacción con poblaciones disímiles se establecen ensamblajes ontológicos (Montenegro-Perini, 2016) que reconfiguran constantemente las subjetividades (Butler y Athanasiou, 2013), naturalezas y coordenadas socioecológicas que resultan en distintas modalidades de agencia. Aunque el objetivo de este artículo no es profundizar en estos ensamblajes ontológicos (ver Montenegro-Perini, 2016), sí quiero dejar en claro que los campesinos operan desde la formación ontológica de la modernidad, presente en las políticas ambientales neoliberales (ecoturismo), y desde sus propias formas de existencia. Pero la interacción entre las dos no es de mera coexistencia, como si fueran independientes la una de la otra; por el contrario, las relaciones simbólico-materiales de los campesinos con la selva y los procesos de neoliberalización interactúan densamente constituyendo ensamblajes ontológicos difusos. No es ni una ni otra, son ninguna y ambas a la vez (ver Montenegro-Perini, 2016). De ahí que los campesinos vieran en el ecoturismo un escenario para la transformación de sus representaciones como ilegales y depredadores, así como también un espacio para legitimarse ante el gobierno y establecer mecanismos de resistencia en contra de los procesos de privatización y neoliberalización de la naturaleza antes descritos.
Conclusiones
Recientemente, el ecoturismo se ha empezado a concebir como una actividad beneficiosa para las regiones sumidas en el conflicto armado, bajo el supuesto de que fomentaría espacios de apreciación de naturalezas prístinas y de aspectos culturales exóticos que promoverían el desarrollo sostenible. Un apartado de un periódico colombiano así lo muestra: “Si el acuerdo por la paz entre el Gobierno y las Farc llega a feliz término, el [eco] turismo será uno de los sectores claves para el desarrollo del país, de las regiones y sus comunidades, y para los desvinculados actores del conflicto. [...] Oportunidad para que el país muestre su naturaleza, playas, cultura y el carisma de la gente (Victoria, 2015). Sin embargo, el caso de la región de estudio en el Guaviare ilustra que el ecoturismo se puede comprender de manera más compleja en sus aciertos y limitaciones cuando se le analiza en contexto. Las iniciativas de ecoturismo pueden planearse en términos técnicos y de política pública para cumplir un efecto determinado, pero en su materialización contextual pueden generar otros resultados. No debemos dar por sentado que el ecoturismo garantiza el mejoramiento de las condiciones de vida de las poblaciones, porque en muchas ocasiones podría tener efectos contrarios -incluso perversos- a lo que busca. La difusa frontera entre capitalismo y conservación hace del ecoturismo un escenario poderoso de acumulación de capital que inevitablemente conlleva a sofisticados procesos de despojo en nombre de la conservación. Por un lado, al no responder ante las premisas de emprendimiento y capacidad de autorregulación de las racionalidades de gobierno neoliberales, los campesinos fueron deslegitimados como sujetos capaces de llevar a cabo iniciativas ecoturísticas, lo que justificó la idea de que debían salir de ese mercado para darles paso a emprendedores con las habilidades de reproducir el capital. De esta manera, la responsabilidad del despojo recayó sobre los campesinos que no pudieron ser empresarios de sí mismos y reproducir los valores del mercado. Por otro lado, más allá de ser solo un fenómeno de pérdida de tierras o uno destructor, el despojo es un fenómeno de alteración de las relaciones socioecológicas y de los modos de vida de poblaciones diferentes, en donde se reconfiguran subjetividades, naturalezas y agencias. En este artículo, además de concebirlo como fenómeno de suspensión de relaciones socioecológicas, el despojo fue abordado como uno político-ontológico, ya que busca cooptar la posibilidad de la emergencia de lo político a través de la invisibilización de otros mundos. En la producción de la Naturaleza y de los campesinos emprendedores-ambientales para poner en marcha iniciativas ecoturísticas en el Guaviare, la medioambientalidad neoliberal trató de invisibilizar y desestabilizar las relaciones socioecológicas que los campesinos mantienen con su entorno, así como negar otras formaciones ontológicas, para abrir nuevos rounds de acumulación de capital de formas sutiles. En consecuencia, debemos ser reflexivos a la hora de pensar el ecoturismo como una alternativa; mientras no exista un cambio radical de las racionalidades de gobierno (neoliberales), ni el ecoturismo ni otro servicio ambiental podrán considerarse alternativas fehacientes para conservar, desarrollar economías locales y superar el conflicto armado. Creo que es momento de tomarse en serio, no solo la presencia de los no-humanos en la configuración de lo político, como lo plantea De La Cadena (2010), sino también la reproducción constante de los mundos que se disputan en la interacción entre el neoliberalismo y otras formaciones ontológicas, porque de ellos resultan diversas modalidades de agencia que podrían dar alternativas a las coordenadas socioecológicas en las cuales estamos inmersos (el capitalismo moderno).