Introducción
Al revisar la producción historiográfica a nivel internacional sobre la relación histórica entre el mundo del trabajo y la objetivación de lo mental desde los saberes “psi”, es posible identificar algunos enfoques investigativos. El primero de ellos, desarrollado por autores como Marco Saraceno, Isabelle Billiard, Régis Ouvrier, Thomas Le Bianic, François Vatin y Anson Rabinbach, se centra en el análisis de la sociedad salarial europea y norteamericana del siglo xx1. Este enfoque examina cómo se desarrolló el estudio de la actividad corporal y mental de los trabajadores desde una perspectiva psicofisiológica. Para ello abordan el asunto del cuerpo como motor, la orientación, selección y reclutamiento de obreros durante la primera mitad del siglo xx, con el objetivo de determinar las aptitudes laborales desde la psicología experimental. Si este primer enfoque vuelca el interés en la primera mitad del siglo xx, los estudios sobre la gubernamentalidad desarrollados en el ámbito anglosajón por Nikolas Rose2, se ocupan de la implementación de prácticas de subjetivación laboral en Europa y Norteamérica durante los siglos xx y xxi, y parten de ciertos discursos psicológico-administrativos. En el entorno latinoamericano cobran un valor importante los trabajos de Sandra Caponi, Victoria Haidar, Diego Roldán, Julia Motta, mientras que en el nacional destacan las investigaciones de Oscar Gallo y Stefan Pohl-Valero3. Con base en las pesquisas desarrolladas por todos estos autores anteriormente señalados, es posible identificar tres enfoques de trabajo estrechamente vinculados entre ellos.
El primero corresponde a la exploración de fenómenos como la fatiga en el mundo laboral y sus formas de objetivación durante la primera mitad del siglo xx. Se trata de un tipo de análisis histórico que pone de relieve -en un contexto de creciente industrialización- la intención de regular los cuerpos para reformar las mentes, con el fin de optimizar rendimientos. El segundo se desprende de las indagaciones históricas sobre el concepto del factor humano -vinculado con la emergencia de la fatiga y otros fenómenos como la psicotecnia-, que procuró dar un paso adelante en ese proyecto de psicologización del ámbito laboral y de los análisis del cuerpo humano desde la metáfora del “motor”. El tercero se enfoca en el problema de la simulación. Se trata de resaltar el rol desempeñado por la psiquiatría francesa, la práctica médico-legal y la medicina del trabajo en la objetivación de este padecimiento en situaciones de accidentalidad laboral4. Existe un punto en común entre estos tres ejes investigativos en torno al esclarecimiento de los mecanismos orientados a la optimización de los rendimientos laborales desde el plano emocional, guiados por una experiencia de reingeniería permanente del cuerpo y la mente en las sociedades modernas y contemporáneas.
Es necesario también hacer mención de las investigaciones desarrolladas por Bruno Jaraba, Álvaro Casas, Jana Catalina Congote y Alberto Mayor Mora, en el ámbito local y nacional, aun cuando no se reconocieron dentro de las líneas de estudio recién expuestas5. A pesar de que Jaraba brinda pistas sobre la implementación de las herramientas psicotécnicas por Mercedes Rodrigo en la Universidad Nacional de Colombia, su análisis se restringe a los procesos de admisión a dicho centro educativo y no aborda las implicaciones de estos dispositivos psicológicos en los entornos laborales. Para los casos de Casas y Congote, si bien sus trabajos revelan una relación histórica entre el cuerpo y la mente, siendo notables sus avances en el campo de la historia de la salud pública, de la salud mental y la psiquiatría, sus pesquisas no se han orientado a esclarecer de manera detallada el vínculo entre dichos saberes con el mundo estrictamente laboral. En lo concerniente a las investigaciones desarrolladas por Alberto Mayor Mora, su enfoque de estudio ha estado estrechamente vinculado con la sociología industrial y del trabajo, y ha estado influenciado por la historiografía social británica en cabeza de autores canónicos como E. P. Thompson y Eric J. Hobsbawm6. En ese sentido, Mayor Mora ha explorado los procesos de industrialización en el departamento de Antioquia y la ética religiosa destinada a incrementar los márgenes de productividad laboral en esta zona del país. No obstante, es importante aclarar que sus esfuerzos no han tenido la intención de estudiar el nexo entre el ámbito laboral y los saberes “psi”.
El presente artículo toma como punto de referencia la articulación de dos elementos claves para delimitar el problema investigativo en torno a la optimización de los rendimientos laborales: los ya mencionados saberes “psi” y el mundo del trabajo desde una perspectiva histórica. Es en esta bisagra donde se identifica la influencia y una cierta continuidad con las líneas detalladas previamente, en particular en autores como Oscar Gallo. Sin embargo, a pesar de que él ha explorado en detalle el fenómeno de la fatiga, la simulación y el factor humano a nivel nacional, su principal objeto de estudio ha sido el análisis, durante la primera mitad del siglo xx, de la legislación laboral en Colombia, las enfermedades profesionales y las prácticas médicas, especialmente en zonas como la antigua Mina del Zancudo, ubicada en el departamento de Antioquia. De lo anterior se desprende que, a la exigua inquietud por emprender investigaciones históricas en la segunda mitad del siglo xx, se suma la poca atención de la historiografía nacional para analizar en profundidad las estrategias a la hora de gestionar los rendimientos laborales a partir de los dispositivos psicológicos. Por tal razón, este artículo es novedoso en la medida que pretende examinar, desde una perspectiva histórica, ciertas formas de objetivación de lo mental en el ámbito laboral en Medellín durante la segunda mitad del siglo xx (temporalidad inexplorada por la historiografía colombiana en torno a este tipo de problemáticas) y busca esclarecer cómo se quiso configurar un tipo de individuo productivo estable, desde un punto de vista emocional y motivado para el trabajo.
En este orden de ideas, en la primera parte del presente artículo se analizará el modo en que se instauró un tipo de ética productivista en el sector laboral de Medellín, impulsada por una suerte de gestión anímica o conductual de la mano de obra. Con ello se busca centrar el análisis en cómo dicha estrategia se articuló a un complejo y más amplio proyecto sociohistórico, caracterizado por el requerimiento de un mayor rendimiento laboral. En segundo lugar, se examinará la manera en que la difusión de las prácticas psiquiátricas y psicológicas, a partir de la década del sesenta, posibilitó un conjunto de nuevas reflexiones sobre lo que el exceso de trabajo pudiese desencadenar en la psique de los individuos, todo esto por fuera de los estrictos lugares de encierro en los hospitales mentales. La difusión de dichos discursos y prácticas dentro de una amplia estrategia publicitaria tuvo una estrecha correspondencia con la progresiva demanda de espacios para el cuidado de uno mismo, el descanso y la calibración emocional como fuente de consumo y de responsabilidad individual.
El período elegido para el presente artículo responde a dos fenómenos relacionados. Por un lado, la publicación del texto El Trabajo, Nociones fundamentales del ingeniero antioqueño Alejandro López, escrito en 1928. Allí se plantea un primer análisis sobre la psicología del trabajador, las aptitudes, las deficiencias, los sentimientos y motivaciones a la hora de promover mayores estándares de productividad. Por otro, se toma como cierre el año 1975, período en el cual comenzaron a contratar algunos psicólogos laborales en empresas como Coltejer, con el fin de regular, optimizar y establecer un tipo de relación más “humana”, acorde con las demandas organizacionales. También coincidió con una paulatina demanda de descanso como fuente de reparación y de equilibrio psicosomático por el exceso de trabajo. Ambos acontecimientos ponen de relieve una problemática que se desea plantear a modo de interrogante: ¿De qué manera las prácticas y los discursos “psi” se articularon con el progresivo propósito de hacer del trabajo regulado una estrategia utilitarista, un mecanismo orientado a fomentar ciertos perfiles conductuales y productivos en fábricas y empresas? La problemática histórica desarrollada en este artículo, derivada de una tesis doctoral en historia7, es bastante vigente como fenómeno social y no es posible establecer un cierre definitivo como objeto de estudio. Tal como lo afirma Ángel Soto, historiar un fenómeno ligado con el presente obliga a situarse en un trayecto cuyo destino final es aún incierto, vivo, inconcluso, por lo que no es fácil identificar compartimentos estancos8.
1. El trabajo como estrategia adaptativa
Según Dominique Medá9, no es imposible establecer una sola definición del concepto de trabajo, por lo que realizar un detenido desarrollo de dicho concepto desborda por completo los alcances del artículo. No obstante, para esta autora, durante el siglo xx el concepto de trabajo adquirió tres dimensiones basadas en las ideas elaboradas desde mediados del siglo xviii: i) como factor de producción, ii) como esencia del ser humano y iii) como sistema de distribución de los ingresos, de los derechos y de las protecciones. En relación con el concepto de trabajador, este artículo parte de una definición marxiana, según la cual, la fuerza humana es una mercancía que posee un valor, un valor de uso (una utilidad) y un valor de cambio (que implica una determinada proporción en que se intercambia por otras mercancías)10. Además, se formula la distinción entre trabajo simple y complejo o, dicho de otra manera, el trabajo intelectual y el trabajo manual, respectivamente. En suma, la fuerza de trabajo consiste en la capacidad física, mental y humana de convertir valor en mercancía. Se trata de una definición destinada a explicar un fenómeno sociohistórico que no constriñe dicha categoría, de manera exclusiva, con el obrero de fábrica.
Más allá de estas previas definiciones conceptuales, es importante señalar que el mercado laboral fue mucho más complejo durante el período y lugar propuesto para esta investigación, diversificado y ligado a lo que el historiador Fernando Díez Rodríguez11 señala como la aparición del trabajo desde una perspectiva del empleo. Para el caso colombiano, a partir de la Ley 10 de 1934 se entendió por empleado toda persona que, no siendo obrero, realizara un trabajo por cuenta de otra, en virtud del sueldo o remuneración periódica, participación de beneficios o cualquier otra forma de retribución12. De tal manera que la categoría de trabajador incluye, tanto al obrero como al empleado, o aquel que ejerce una actividad productiva determinada a cambio de algún tipo de retribución económica. Por consiguiente, el control del tiempo de los demás se instauró como parte de una estrategia que buscó adaptar la mano de obra13. Ello condujo a la configuración de un ideal de hombre social, a partir del cual se trazó una demarcación entre lo bueno y lo malo, lo normal y lo anormal14, el vicio y la virtud, lo sano y lo enfermo, capaz de despertar admiración o repudio y de desarrollar todo un arsenal de observaciones para el buen vivir.
Desde finales del siglo xviii la “pereza” cobró una mayor centralidad como objeto de escarnio por cuenta de las demandas de un trabajo útil y como parte del proyecto ilustrado, impulsado por el visitador español Juan Antonio Mon y Velarde15. Esta tradición ilustrada se vio reflejada en una paulatina exigencia a los trabajadores antioqueños de comienzos del siglo xx para acomodarse a las demandas de unos empresarios industriales que solicitaban una mano de obra dócil, devota, disciplinada y productiva16. Por ejemplo, en la nota editorial de la revista Anales de Ingeniería de la Sociedad Colombiana de Ingenieros, publicada a comienzos de 191317, el ingeniero antioqueño Alejandro López describía la importancia del elemento humano dentro de un trabajo asalariado bien elaborado y dirigido por los empresarios. Sin embargo, fue en 1928 cuando López publicó el texto El trabajo. Nociones fundamentales y en donde explicó con mayor detalle cómo aquel factor humano se tornaba primordial para obtener la mayor solidaridad de la mano de obra18.
El cruce entre las emociones y el ámbito de acción económica impulsó un discurso psicológico y administrativo que buscó atender la dimensión presuntamente irracional del trabajo para aumentar las ganancias. Igualmente, procuró combatir los conflictos laborales, neutralizar la lucha de clases19 y evitar los estragos de la inadaptación, vistos como factores desencadenados por el desgaste de la psique20. La perspectiva del factor humano generó una discontinuidad con la imagen mecánica del cuerpo en el ámbito laboral, ligada al desenvolvimiento conceptual de la física y los principios de la termodinámica. Bajo esta última óptica, la maximización del cuerpo como motor se orientó hacia el ahorro de energía y la optimización en el movimiento de los músculos y los nervios.
De acuerdo con Valero, a finales del siglo xix y comienzos del xx, la metáfora de la sociedad y los individuos como máquinas térmicas se erigió en una rica fuente de análisis sobre la productividad y la necesidad de evitar el desgaste del “motor humano”21. Por el contrario, la perspectiva “humana” contribuyó a la puesta en marcha de un análisis sobre las condiciones emocionales del rendimiento22. En síntesis, la economía de los movimientos, el ajuste a las condiciones físicas, los problemas de monotonía, entre otros, cimentaron la base de un enfoque destinado a interrogar la psicología del trabajador. Ello tuvo como consecuencia, por un lado, volcar la atención hacia los problemas de la motivación, las interacciones sociales, afectivas y el análisis de las estrategias de los actores23. Por otro, pretendió reconfigurar la visión clásica del cuerpo como motor, constituido como eje de la producción. Los problemas económicos, la insatisfacción con diferentes aspectos de la vida y del trabajo, los conflictos morales, sociales y familiares, la búsqueda de la felicidad, entre otros, se constituyeron en nuevos focos de interés dentro del proceso productivo24.
Uno de los aspectos más notables dentro de los planteamientos desarrollados por López, con respecto al concepto de factor humano, fue el de la economía industrial. Según el autor, esta rama de la economía contribuía a suplir las falencias expuestas por la clásica economía política del siglo xix, al valerse de otro tipo de disciplinas incipientes en el contexto internacional, como la sociología, la psicología experimental y la psicología colectiva. De lo anterior se desprendía el anhelo de investigar al individuo en su mentalidad, su motivación y sus sentimientos experimentados en el lugar de trabajo; todo ello como forma de ahondar en la psicología del trabajador. Por tal razón, la solidaridad de la mano de obra con los empleadores debía obtenerse a través de la reivindicación de sus facultades, sentimientos y capacidades, además de incentivar sus “fuerzas anímicas” como formas de estimular adecuadamente la productividad25.
Para López se tornaba importante procurar un mayor placer y aceptación en el desempeño de las actividades como forma de contrarrestar la monotonía, y una mayor dignificación de las labores ejecutadas a través del desarrollo de la personalidad individual26. Con ello se podría evitar los conflictos en el trabajo y obtener un mayor aprovechamiento del personal a disposición de los empresarios. Aunque incipiente, aquella propuesta puso al descubierto una creciente preocupación por el elemento psicológico del individuo en el trabajo. Por ejemplo, durante la década de 1930, entidades como la Oficina Nacional del Trabajo, el Ministerio del Trabajo, Higiene y Previsión Social y, posteriormente, Mariano Ospina Pérez durante su campaña presidencial en 1946, reivindicaron de manera incipiente el factor humano en el trabajo. Así, en un discurso pronunciado en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín en 1947, Ospina Pérez afirmaba que era ineludible dedicar la atención necesaria al medio físico y al factor humano, pues estos dos elementos combinados eran la clave del porvenir, el progreso y la productividad de la sociedad colombiana y, en particular, de la antioqueña27.
De esta manera, el esfuerzo en las labores fue ocupando una posición central en los tres niveles de la sociedad moderna: el individual, el social y el referido al sistema de producción de bienes28. El ejemplo de la presunta energía y disciplina de ciertas sociedades extranjeras, como las anglosajonas, se constituyó en la contracara de una imagen pesimista, caracterizada por la supuesta decadencia física y mental de los trabajadores antioqueños29. Las cantinas, los cafés, el billar, el cine y la vagancia ofrecieron una imagen de decadencia espiritual, de suciedad e “infección” psicológica para los trabajadores de esta ciudad30. Así, la ambivalencia psíquica de individuos inadaptados les impedía acoplarse a un medio social que también entrañaba un potencial de peligro para la producción nacional. Según Uribe Cualla, la estrategia de poblamiento era un problema para el país, por lo que era necesario llevarla a cabo con “gente sana”, tanto física como mentalmente, además de que estuvieran dotadas de aptitudes y determinación para el trabajo31.
En noviembre de 1945, durante la clausura del noveno año de labores del Instituto Obrero de Medellín, se denunció la existencia de “una caterva de perezosos”, “inútiles para el trabajo”, a quienes se les acusaba de “arrastrarse como si fuesen un vehículo detenido en plena vía pública”32. De acuerdo con Juan Marín33, el vínculo entre la preocupación de los “neuróticos” y la indisciplina mental despertó la alarma sobre las labores y las supuestas “cavilaciones inútiles”, constituidas en otras formas de perder el tiempo (además del alcohol y el juego) frente a la necesidad de entregarse al trabajo eficiente y saludable. El trabajo en sí mismo y la fuerza de la concentración mental se constituyeron en una serie de consignas explicativas para mitigar los efectos de una improductividad desencadenada por las pasiones incontrolables.
En un artículo escrito por Alfonso Mora en 1949 34, el imperativo del trabajo continuo, científicamente organizado, era esencial para orientar las aspiraciones individuales y nacionales, además de tonificar y tornar austera la voluntad de la mano de obra. Sin embargo, la búsqueda por definir patrones apropiados de conducta emocional iba de la mano con la necesidad de articularlos a los objetivos corporativos. La interiorización de la labor como modo de conquistar la virtud y la salud personal y familiar, al igual que la estabilidad mental, social y nacional, se estableció como una rutina reconfigurada alrededor del sentido del deber y de la producción. Se trataba de garantizar el buen cauce de las fuerzas laborales del país por las sendas del progreso. La disciplina, la puntualidad y el carácter del individuo se establecieron como los fundamentos donde debían descansar los proyectos colectivos en los lugares de trabajo.
2. El trabajo y los factores de riesgo
Lo examinado hasta ahora pone de relieve un imperativo psicológico y utilitarista que comenzó a instaurarse en medio de un contexto caracterizado por una fuerza laboral cada vez más heterogénea. Se trató de un fenómeno marcado por el aumento del trabajo asalariado (distribuido en peones, obreros y empleados) entre finales de la década del treinta y comienzos de la década del sesenta. De acuerdo con José Ocampo, el sector de servicios extendió su participación en la reproducción de ocupaciones del 21% en 1938 al 45% en 198435. A ello cabría añadir que el proceso de sustitución de importaciones y la creación del Instituto de Fomento Industrial en 1940, durante la presidencia de Eduardo Santos, propició el desarrollo de un complejo aparato productivo a nivel nacional36.
En un artículo publicado en El Colombiano en 1956, se evocó la necesidad de restaurar las potencialidades del individuo y de extender su ciclo vital para mejorar su horizonte económico, de acuerdo con las necesidades nacionales37. Ello propiciaría una situación ideal a partir de algunos aspectos que el periódico reseñaba como vitales, entre los cuales destacaban un sistema clasificatorio de acuerdo con la capacidad fisiológica y psicológica, y el restaurar, siempre que lo precisaran o solicitaran, aquel nivel de esfuerzo compatible con el grupo funcional al que el trabajador enfermo pertenecía. Entre las profesiones señaladas, sobresalían las siguientes: camiseros, bordadores, sastres, costeros, contables, dactilógrafos, encuadernadores, modistas, escribientes, pintores, relojeros, tintoreros, tipógrafos, entre otros.
Esta creciente relevancia a los aspectos psicofisiológicos tuvo una estrecha relación con tres acontecimientos claves: la creación de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional en 1947, el establecimiento de la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis y de la Sociedad Colombiana de Psiquiatría, ambas en 1961. Tal como lo plantea Álvaro Casas y Jana Catalina Congote, a partir del Frente Nacional es posible constatar, por un lado, una ampliación de los espacios de intervención psiquiátrica hacia sectores sociales cada vez más heterogéneos y, por otro lado, una mayor articulación entre la Psiquiatría como disciplina con la Psicología y el Trabajo social38. La creación de ambas sociedades coincidió temporalmente39 con el crecimiento de la atención prestada a nivel nacional a los aspectos psiquiátricos, psicológicos y administrativos en los lugares de trabajo, tal como se pudo apreciar en autores como César de Madariaga, Mercedes Rodrigo, José Miguel Restrepo, Luis Jaramillo, Ireneo Rosie y Enrique Valencia, Luis Morales, Jhon Agudelo Ríos, María Peralta Gómez, Camilo Cifuentes, Germán Jaramillo, Ernesto Satizabal, Jorge Molina Moreno, Arturo Infante, Enrique Oligastri, A. Beltrán, entre otros40.
La atención a lo laboral desde lo emocional también se apreció en un presunto incremento en las consultas psiquiátricas por causa de la depresión y la ansiedad a comienzos de la década del setenta, así como una progresiva oferta de psicofármacos para combatir los efectos deletéreos en el ambiente social y laboral41. De igual forma, se mencionaba que el 0.5% de la población laboral colombiana padecía de psicosis, el 1.5% sufría de neurosis, el 0.8% estaba aquejada de retardo mental, otro 5% sufría de epilepsia y el 0.6% era alcohólica42.
Más allá de estas cifras, las fuentes consultadas para la periodicidad propuesta no permiten hacer un análisis detallado sobre límites, escalas, jerarquías y enfoques de género de dichas patologías y sus relaciones con sectores laborales específicos. No obstante, desde comienzos de siglo, se hizo mención a la neurastenia como un mal que alteraba la energía nerviosa y aquejaba a políticos, escritores, profesores, militares, abogados, médicos, comerciantes, entre otros43. Existen registros sobre la “astenia” de los obreros durante la primera década del siglo xx, que, de manera similar a la neurastenia, provocaba la extenuación psíquica de este tipo de asalariado44. Esta nueva nosografía también condujo al estudio de la fatiga, a finales de la década de 193045, que fue entendida como una suerte de sobrecarga mental que presuntamente aquejaba a los trabajadores vinculados con la industria y a los empleados de oficina, además de diseñarse instrumentos para medirla y gestionarla, como el ergógrafo46. A comienzos de la década del setenta, el estrés, muy similar a lo planteado en torno a la fatiga, era visto como un mal emocional que en principio aquejaba a las secretarias y a los ejecutivos47. No obstante, a partir de la segunda mitad de la década del setenta, la objetivación del estrés se extendió a sectores laborales como los obreros, enfermeras, médicos, docentes, deportistas, entre otros48.
En términos generales, a la atención prestada a los dispositivos éticos49 y psicológicos alrededor del trabajo como criterio de dignificación y adaptación social, se añadió la preocupación por los excesos que aquel entorno social y laboral podía acarrear en la higiene mental del individuo. Es importante mencionar que esto se llevó a cabo en medio de una primacía de la higiene mental en el ámbito científico y gubernamental. Por ejemplo, en el v Congreso Médico Social de la Confederación Médica Panamericana, en 1955, se incluyó el tema de la higiene metal. Ese mismo año, durante el segundo Congreso Nacional de Neuropsiquiatría y Medicina Forense, el psiquiatra Moisés Pianeta Muñoz expuso las bondades de una estrategia preventiva en higiene mental para el progreso del país y propuso la creación de un Departamento de Higiene Mental adscrito al Ministerio de Salud, en ciudades como Medellín50. Cinco años más tarde, en 1960, se planteó la creación del Comité Colombiano para la Salud Mental, el cual derivó un año después en la Liga Colombiana para la Salud Mental51 y, en 1963, se creó la sección de Salud Mental del Ministerio de Salud52.
Esta gradual inquietud por lo mental, que también permeó el ámbito sociolaboral, se vio reflejado en algunas publicaciones consultadas. La revista Lanzadera de la empresa Coltejer publicó un interesante artículo a mediados de 1972, en donde se aludía a la creación, en marzo de 1971, de una sociedad de Neuróticos Anónimos en Medellín, ubicada en la zona de Palacé53. El rotativo partía de la premisa de que quienes tuviesen acceso a sus palabras, particularmente los trabajadores vinculados con dicha empresa, serían depositarios de una información de gran valía para su higiene psíquica. De acuerdo con sus fundadores, Lisímaco Durán Mejía y Enrique Sanín Peña, la Sociedad estaba disponible para cualquier persona cuyas emociones obstruyeran su funcionamiento laboral en cualquier forma y en diferente grado. El programa de Neuróticos Anónimos para Colombia constaba de una serie de pasos sugeridos para la recuperación de las personas, además de permitirles narrar sus experiencias de manera detallada. La importancia de hacer pública la experiencia del quebranto ilustraba la necesidad de convertirla en un testimonio capaz de servir de ejemplo y atraer a otras personas “trituradas” por el remolino emocional en los lugares de trabajo. El reconocerse neurótico, el aceptarse en estado de indefensión emocional, se tornó en el paso más importante para recobrar el cuidado de sí mismo. El artículo continuaba con un conjunto de frases que invitaban al lector a escrutar las claves del “alma”, reconducir la personalidad para conquistar la felicidad, el éxito social y laboral, particularmente enfocado a los trabajadores de la textilera antioqueña y su entorno más cercano54.
3. Trabajo y pausa: un ejercicio de calibración emocional
Tal como se ha venido examinando, el trabajo entrañaba en sí mismo un potencial desestabilizador atado al frenesí de las actividades diarias y a las necesidades de supervivencia, la concentración, la intensidad, las exigencias físicas y mentales demandadas. La tranquilidad, la felicidad y el ejercicio se fueron erigiendo en baluartes adecuados para poner a buen recaudo los efectos nocivos de la disciplina laboral. El descanso se instauró en un imperativo conquistado a través de un sistema de aprendizaje continuo, respetando los ritmos y ciclos del cuerpo y de la mente. Dicho imperativo se estableció en medio de un contexto nacional caracterizado por una legislación laboral relativamente propicia a estos espacios de asueto. Durante el segundo mandato presidencial de Alfonso López Pumarejo, se promulgó el Decreto 2350 de 1944, con el cual se otorgaban vacaciones remuneradas por cada año de servicio prestado55. Al año siguiente, la Ley 6 de 1945 terminó de reglamentar dichas vacaciones remuneradas por cada año de servicio y durante quince días continuos56. Durante el gobierno de Guillermo León Valencia, se promulgó el Decreto 2351 de 1965, mediante el cual los trabajadores con contrato a término fijo, inferior a un año, tendrían derecho al pago de vacaciones en proporción al tiempo laborado57.
Por ello, este anhelo de descaso no quedaba atrapado únicamente en una suerte de estigma ético y religioso ligado con la inconveniencia de la ociosidad o la pereza, tal como se representó a partir de finales del siglo xviii. En este nuevo contexto, se trataba de modificar las actividades realizadas, disfrutar las vacaciones reglamentadas, hacer un alto en el camino, practicar sesiones de autoanálisis, vencer el miedo al fracaso y a la depresión, desarrollar la atención y la disciplina en el trabajo sin descuidar la necesidad del descanso para evitar perder la cordura58. En una publicación de la Revista Colombiana de Psiquiatría en 1966, por ejemplo, se aludió al “surmenage” de los dirigentes, caracterizado por un estado depresivo, cuya profilaxis invitaba a un reposo rigurosamente organizado por la figura del psiquiatra. Estas sombrías manifestaciones hacían más apremiante la necesidad de examinar la precaria concordancia entre las capacidades reales y las fantasías, lo que presuntamente provocaba una mayor inseguridad e insatisfacción en los individuos calificados como “arribistas”59.
Tales situaciones conducirían necesariamente a los trastornos psicopatológicos que podrían incidir en el trabajo, la creatividad y la tan “temida improductividad”. Es indudable que lo que se intentaba establecer era la relación entre una cierta subjetividad sumida en las relaciones de competencia y la necesidad de adquirir un mayor status dentro de un ámbito urbano industrializado, inmerso en las promesas del progreso y del ascenso individual. Esta sensación de movilidad podría desencadenar ciertas reacciones “neuróticas” y “cardíacas” en dichos “arribistas”, debido a su desmesurada ambición por ganar dinero. Lo anterior fue calificado como un desgaste y un sobreesfuerzo improductivo que, llegado el caso, afectaría tanto las relaciones intrafamiliares, como las relaciones con el empleador60.
De otro lado, los afanosos compromisos por cumplir en los mercados, las nuevas relaciones establecidas entre lo social, lo psicológico y lo económico, sumado al rol desempeñado en el progreso del país en plena etapa de sustitución de importaciones, desencadenaría aquello que se definió durante la segunda mitad del siglo xx como neurosis empresarial61. Las supuestas reacciones depresivas y ansiosas de los no asalariados, las formas paranoicas de la esquizofrenia en los asalariados, la adicción al alcohol y las drogas, la psiconeurosis de angustia, hipocondriasis, histeria y el estrés62 comenzaron a ser representadas como una serie de enfermedades que reflejaban un peligro inminente para un país en vía de desarrollo63. Esto último no significa que el trabajo fuese despojado de su lugar central en la vida de los individuos. Lo que se anhelaba era encontrar el justo medio capaz de poner a buen recaudo cualquier situación extrema que pusiera en riesgo la productividad nacional. En otras palabras, ni un trabajo sin pausa que provocara una contracción considerable en la capacidad laboral del individuo, ni mucho menos una desproporción en los tiempos de ocio u holgazanería que perturbaran los márgenes de rendimiento económico.
En medio de este vínculo paradójico entre el dominio del trabajo sin pausa como factor de riesgo psicológico y el trabajo como estrategia terapéutica, el descanso cobró mayor importancia como elemento regulador entre el exceso y el defecto en las actividades diarias. Se trató fundamentalmente de una medida de precaución frente a supuestos desperfectos psíquicos, bastante costosos para las empresas64. En ese caso, el reposo fue necesario no solo para evitar las averías emocionales de los trabajadores de Medellín, sino también como terapia capaz de evitar el colapso del organismo. Hubo asuntos que debían inspeccionarse, más allá de los propios rendimientos laborales y de las labores asignadas. La atención comenzó a recaer, según un artículo publicado por El Correo de Medellín en agosto de 1971, sobre aquellas personas que se sentían orgullosas de sí mismas por no faltar al trabajo, a pesar de estar enfermas65.
También se comenzó a prestar atención a los peligros de las afecciones coronarias, relacionadas, en principio, con el aire contaminado de las fábricas, además de la hipertensión, la falta de ejercicio y las sobrecargas anímicas66. Se reprochaba a ciertas personas que hacían gala de un desempeño en sus labores muy superior al promedio, sometidas a sus deberes y responsabilidades. En este orden de ideas, el trabajo sin pausa podría generar un inmediato incremento en el rendimiento laboral y una disminución de tiempo para compartir con la familia y prestar atención a la propia psique, lo cual repercutiría, a mediano y largo plazo, en la reducción del rendimiento laboral. Por ello, la prensa señalaba la necesidad de una mayor responsabilidad sobre sí mismo, llevar a cabo una temprana detección de síntomas sospechosos, de aspectos ocultos que podrían provocar una potencial avería en la maquinaria corporal y mental67. En relación con lo anterior, en 1973 la revista Cromos publicó un test para detectar infartos a través de un sistema de puntuación. La sumatoria total de los puntos podía o no corresponder con el riesgo de ser víctima de un infarto por exceso de trabajo en la empresa u oficina. Así pues, las columnas se distribuían en las siguientes categorías: rasgos fisicos, tensión arterial, ejercicio físico (asociado directamente con los niveles de trabajo durante el día), la herencia, el estado mental y la edad68. Los testimonios puestos a merced del lector hacían hincapié en el deber de alimentarse adecuadamente y ser felices con sus familias, sin que ello fuese en menoscabo de las necesidades del trabajo69. El descanso emergió como una finalidad adquirida a través de un aprendizaje continuo, articulado con una necesidad y valoración vital por las relaciones humanas en el ámbito organizacional.
Consideraciones finales
Lo analizado hasta ahora puso en evidencia la correlación de la vida moderna y los estímulos emocionales, que suscitó la objetivación de nuevas dolencias psicológicas y la correspondencia entre dichas dolencias con las dinámicas suscitadas en los lugares de trabajo. Se pudo verificar de qué modo este conjunto de deterioros también fueron claves para comprender cómo la emocionalidad del trabajador antioqueño fue objeto de una creciente y dispersa red de terapias psicológicas y cálculos de productividad, desligados de los postulados eugenésicos de comienzos de siglo. La preocupación por la psique del trabajador se articuló con la emergencia y consolidación de las sociedades psiquiátricas y psicoanalíticas en Colombia a partir de 1961. Aquello se vio reflejado en la reivindicación publicitaria de la intimidad y la tranquilidad mental como un modo pretendidamente eficaz de evitar el colapso emocional. Se constató cómo esta apertura emocional tuvo su correlato en la progresiva incorporación de los dispositivos psicológicos en los lugares de trabajo.
Desde mediados de la década del setenta, y a partir de una tradición que venía consolidándose a nivel nacional desde la segunda mitad de la década del cuarenta con César de Madariaga y Mercedes Rodrigo, empresas como Coltejer comenzaron a contratar psicólogos para facilitar la selección y evaluación psicológica, la incorporación y adaptación del trabajador a las demandas organizacionales, la reubicación del personal y la motivación y las relaciones humanas para ser feliz70. Esto permite constatar la creciente mediación de los discursos “psi” para intentar codificar y optimizar comportamientos, suscitar una ética laboral y un trabajo reglamentado en fábricas y empresas locales. El entusiasmo por el trabajo productivo, feliz y útil se constituyó en un criterio de conocimiento de la personalidad, de valorización social y de creciente gestión emocional. Así mismo, la paulatina psicologización del ámbito laboral también procuró establecer un dispositivo de detección y calibración de dolencias psíquicas desencadenadas por sus propios excesos y por el entorno social circundante.
De igual manera, se verificó la creciente necesidad de fomentar actitudes responsables consigo mismo, más flexibles71, pero no menos productivas, proclives al trabajo provechoso desde los espacios extramurales. Esto condujo a una mayor individualización de las responsabilidades por la salud mental, articuladas con las demandas organizacionales que requerían mayores niveles de productividad72. Sin embargo, es llamativo que esta creciente inquietud por la esfera emocional contrastara con la ausencia de una legislación laboral que atendiera este tipo de asuntos. Fue hasta la expedición del artículo 2 del decreto 614 de 1984 que se indicó, como objeto de la salud ocupacional, los riesgos relacionados con agentes psicosociales73. Finalmente, las fronteras permeables entre la gestión de la anormalidad y la normalidad han sobrellevado una mayor visibilidad de los quebrantos emocionales, un escrutinio detallado sobre un conjunto de experiencias y sentimientos ligados con el ámbito del trabajo, en cuyo trasfondo se advierte el objetivo de neutralizar los conflictos laborales y optimizar rendimientos ajustados a un contexto crecientemente competitivo.