Introducción
En 2010, Juan Manuel Santos llegó a la presidencia gracias al apoyo del expresidente Álvaro Uribe (2002-2010) bajo el entendido de que iba a continuar las políticas de “mano dura” de su predecesor. Sin embargo, en un inesperado giro en 2012, el mandatario anunció que había iniciado un proceso de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Este anuncio marcó el final de la alianza entre Uribe y Santos, y el inicio de un proceso de reajuste de la derecha colombiana que terminó con la elección, en 2018, de Iván Duque. Un joven político uribista sin experiencia, crítico acérrimo del presidente saliente y del proceso de paz. ¿Cómo se explica el triunfo de Duque?
Este artículo plantea que la victoria del político uribista es el resultado de dos procesos simultáneos. El triunfo del uribismo en la primera vuelta presidencial refleja el fortalecimiento de la facción “guerrista” (hawkish) y social conservadora de la derecha, vis-a-vis la facción más “pacifista” (dovish) y liberal. El triunfo del uribismo en la segunda vuelta presidencial refleja el surgimiento del clivaje socioeconómico, históricamente subordinado a temas de seguridad pública (Wills Otero 2014).
El primer proceso es el resultado de los acuerdos de paz y de la desinstitucionalización del sistema de partidos. Por un lado, la polarización alrededor de las negociaciones con las FARC le permitió a Uribe fortalecer la maquinaria política de su partido, el Centro Democrático (CD). Por el otro, la desinstitucionalización de los partidos tradicionales disminuyó la capacidad de las élites tradicionales (más moderadas) de movilizar votos.
El segundo proceso es el resultado de la interacción entre la desmovilización de las FARC y la crisis humanitaria en Venezuela. Por una parte, el fin de la guerrilla como grupo armado abrió espacios a la izquierda del espectro ideológico. En 2018, por primera vez en décadas, candidatos y partidos de izquierda pudieron presentar una agenda con alternativas reales a las políticas socioeconómicas de la derecha sin ser tildados de “guerrilleros”. El éxito del candidato de izquierda radical, Gustavo Petro, versus otros candidatos más moderados se explica, parcialmente, por el entusiasmo que generó dicha agenda. Por otra parte, la crisis venezolana asustó a votantes de derecha, centro, e inclusive centro-izquierda. Si bien tanto Petro como Duque lideraron campañas populistas radicales con visos antidemocráticos, solo el primero de ellos fue tildado por sus opositores como un “Chávez en potencia”. Atemorizados de que Petro convirtiera a Colombia en la siguiente Venezuela, políticos, empresarios y medios de comunicación que habían apoyado la agenda pro-paz de Santos, decidieron avalar al candidato uribista.
A continuación, desarrollo cada uno de estos puntos. La primera sección hace un breve resumen de la trayectoria histórica de la derecha en Colombia. La segunda, discute el proceso de paz. En ella, explico cómo los acuerdos dividieron a la derecha y ayudaron a Álvaro Uribe a crear y fortalecer el Centro Democrático. La tercera sección examina la desinstitucionalización de los partidos políticos y sus consecuencias para partidos y políticos tradicionales de centro-derecha en 2018. La cuarta sección se enfoca en la interacción entre los espacios abiertos por los acuerdos con las FARC y la crisis en Venezuela. En ella analizo cómo el proceso de paz permitió la victoria de Gustavo Petro en la primera vuelta. Explico también cómo la crisis venezolana socavó su campaña. En las conclusiones resumo el argumento del texto.
La derecha y la izquierda en Colombia
La derecha, entendida como el conjunto de grupos que se suscriben a una posición política que cree que las inequidades entre las personas son naturales y, por lo tanto, no son competencia del Estado (Luna y Rovira Kaltwasser 2014), ha dominado la arena política colombiana. Durante 150 años, los partidos Liberal y Conservador ganaron elecciones nacionales y subnacionales. A pesar de diferencias en temas relativos a la relación entre el Estado y la Iglesia, la organización administrativa del país y el libre comercio, ambas organizaciones son representantes de la derecha (Delpar 1981; Posada-Carbó 1997; Roll 2002). Tanto el Partido Liberal como el Partido Conservador han avanzado, en mayor o menor medida, los intereses de terratenientes, cafeteros, comerciantes, empresarios y banqueros (Archila 1991; Guillén 1979). Desde 2002, los Liberales y los Conservadores han perdido terreno en la arena política. Los líderes y partidos que los han reemplazado en la presidencia y en el congreso -Álvaro Uribe (2002-2010), Juan Manuel Santos (2010-2018), Iván (Duque 2018-); Partido de Social de Unidad Nacional (Partido de la “U”-PdU), Cambio Radical (CR) y el Centro Democrático (CD)- han mantenido una línea similar en temas socioeconómicos, a pesar diferencias en temas de seguridad y políticas socioculturales(2).
Por el contrario, la izquierda -entendida como el conjunto de aquellos grupos que creen que las inequidades entre las personas son artificiales y, por lo tanto, competencia del Estado (Luna y Rovira Kaltwasser 2014)- ha sido tradicionalmente débil en Colombia. Dividida entre diferentes tendencias y facciones, hasta comienzos del nuevo siglo tuvo pocas victorias electorales(3). Su fragilidad es el resultado de diferentes factores. Por un lado, reformas institucionales en los años cincuenta -el Frente Nacional (1958-1974)- hicieron casi imposible la participación política de partidos diferentes al Liberal o al Conservador. Por otro lado, como se explica en los siguientes párrafos, la guerra disminuyó la capacidad de los partidos de izquierda de conquistar votantes y formar líderes.
La emergencia de guerrillas de izquierda -Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Ejército de Liberación Nacional (ELN), Movimiento 19 de Abril (M-19) y Ejército Popular de Liberación (EPL), entre otras- en los años 60 y 70 desprestigió a la izquierda legal y convirtió la guerra en el clivaje más importante en Colombia. El clivaje guerrerista/pacifista se sobrepuso al clivaje socioeconómico. Especialmente en las últimas décadas, cuando las afiliaciones partidarias se han debilitado, los votantes han elegido candidatos de derecha porque aprueban sus políticas con respecto al conflicto armado, inclusive si dichos candidatos no representan sus intereses en otras áreas (Wills Otero 2014).
La guerra también acabó con la capacidad de la izquierda de formar y mantener líderes. En los años 80 y 90 grupos paramilitares de derecha, fuerzas estatales y narcotraficantes asesinaron a un número significativo de militantes de partidos de izquierda. La Unión Patriótica -el partido que emergió como resultado del diálogo entre el gobierno de Belisario Betancur (1982-1986) y diferentes grupos guerrilleros- perdió más de 3000 militantes, entre ellos tres candidatos presidenciales (Gómez-Suárez 2007).
En otras palabras, durante la segunda mitad del siglo XX, el conflicto armado marcó la política colombiana. Fortaleció a la derecha, debilitó a la izquierda y le dio prioridad en el debate político a temas relacionados con la guerra, por encima de temas socioeconómicos. El conflicto, sin embargo, no marcó diferencias sustanciales entre el Partido Liberal y el Partido Conservador. Entre 1998 y 2001, por ejemplo, los dos partidos tradicionales respaldaron el proceso de paz de Andrés Pastrana (1998-2002) con las FARC(4). El fracaso de dicho proceso en 2001 rompió el consenso sobre el diálogo con la guerrilla. Álvaro Uribe ganó las elecciones de 2002 como independiente con una campaña de mano dura contra las FARC (Albarracín, Gamboa y Mainwaring 2018).
Alrededor del nuevo presidente se configuraron dos fuerzas. Entre 2002 y 2010, a favor de Uribe -el ala “guerrerista” y “uribista”- se ubicaron organizaciones como el Partido Conservador, Cambio Radical, el Partido de la “U” y otros partidos más pequeños como Alas Equipo Colombia o Partido de Integración Nacional (PIN)(5). En ese mismo periodo, en contra de Uribe -el ala “pacifista” y “antiuribista”(6)- se ubicaron organizaciones como el Partido Liberal, el Polo Democrático Alternativo (PDA) y otros partidos más pequeños como Alianza Social Indígena (ASI) o el Partido Verde (PV)(7). Esta división se mantuvo hasta el gobierno de Juan Manuel Santos.
El proceso de paz y la división de la derecha
El proceso de paz con las FARC iniciado en 2012 rompió el clivaje tradicional combate-negociación que había marcado la política colombiana. La política de seguridad pública de Álvaro Uribe -la Política de Seguridad Democrática(8) (PSD)-, no obstante perjudicial para los derechos humanos en Colombia (Cárdenas y Villa 2013), logró aumentar la presencia estatal, disminuir la violencia y debilitar considerablemente a las FARC (Pachón 2009). Uribe y sus aliados hubieran querido continuar dicha política dándole al presidente la oportunidad de gobernar hasta 2014. A pesar de gozar de niveles de popularidad sin precedente, Uribe no logró cambiar la Constitución para quedarse en el poder más allá del 2010 (Gamboa 2017). Obligado a pasar el mando, decidió apoyar a su exministro de defensa, Juan Manuel Santos, quien ganó la presidencia con la promesa de mantener las políticas de seguridad de su predecesor. A diferencia de otros seguidores de Uribe(9), sin embargo, Santos tenía capital político propio(10). En 2012, una vez elegido, decidió iniciar un proceso de paz con las FARC que terminó dividiendo a la derecha en una facción pro-paz y una facción anti-paz.
El proceso de paz con las FARC
Las negociaciones con este grupo armado se demoraron cuatro años (2012-2016). Como resultado, esta guerrilla accedió a desmovilizarse y desarmarse, cortar sus lazos con el narcotráfico y ayudar con la sustitución de cultivos ilícitos. El gobierno, por su parte, accedió a aumentar la inversión rural, formalizar el catastro rural, reestablecer las tierras robadas durante el conflicto armado y bajar las barreras de entrada para permitir que los exguerrilleros participaran en política. Los equipos negociadores también accedieron a un marco de justicia transicional (Jurisdicción Especial para la Paz-JEP) que ofrece penas alternativas a excombatientes, agentes del Estado y civiles que confiesen sus crímenes y digan toda la verdad(11).
No obstante imperfectos, los acuerdos firmados en septiembre de 2016 y ratificados en noviembre del mismo año(12) fueron un gran logro para el país y un paso importante para fortalecer la democracia colombiana. Si bien no lograron erradicar la violencia en Colombia(13), a raíz de su firma se desmovilizaron 7.000 excombatientes (Marulanda 2017), se redujeron las tasas de violencia a sus niveles más bajos en décadas y mejoraron los puntajes de democracia en Colombia. De acuerdo con Freedom House, esta ha mejorado seis puntos desde 2010 (de 59 a 65 en una escala de 0-100). Por primera vez en la historia del país, su calificación está ligeramente por encima de la media latinoamericana (64,5). Los índices de democracia electoral, liberal, deliberativa y participativa de V-Dem (Coppedge et ál. 2018) cuentan una historia similar. Aumentaron en promedio 0,05 puntos (en una escala de 0 a 1). En América Latina, dichos indicadores disminuyeron 0,04 puntos en el mismo periodo.
Las dos derechas
Si el conflicto armado era el clivaje más importante en Colombia, no es extraño que el proceso de paz haya generado una ruptura importante en el escenario político colombiano. A pesar de sus logros, los acuerdos de paz dividieron a la derecha. En apoyo al proceso de paz, Santos construyó una coalición relativamente flexible de partidos de centro y centro-derecha, a la que se unieron partidos de izquierda y centro-izquierda. Organizaciones anteriormente uribistas, como el Partido de la “U” y Cambio Radical(14) se unieron a partidos de centro no uribistas como el Partido Liberal(15) y partidos de izquierda y centro-izquierda como el Partido Verde y el Polo Democrático Alternativo (PDA) (Ver Tabla 1).
Partido Liberal | 5.10 |
Partido Conservador | 7.93 |
Polo Democrático Alternativo | 2.43 |
Partido de la U | 7.41 |
Cambio Radical | 7.10 |
Partido Verde | 4.55 |
Centro Democrático | 8.16 |
Notas: la escala de la evaluación va de 1 a 10, en donde 1 es izquierda y 10 es derecha. Las encuestas de Élites Parlamentarias en América Latina (EPAL) no incluyen preguntas sobre el Partido Verde o el Centro Democrático. Para evaluar estos partidos se usaron las evaluaciones de sus líderes Álvaro Uribe (para el CD) y la evaluación promedio entre Antanas Mockus y Luis Eduardo Garzón (para el PV). La encuesta EPAL de 2003 divide al Partido Liberal entre PL Uribista y PL Oficialista. Para la elaboración de esta tabla se usó el puntaje del PL Oficial.
Fuente: Elaboración propia con base en las encuestas de EPAL (2003 y 2006). La tabla muestra la evaluación promedio.
Además de defender los acuerdos, los partidos de centro-derecha “pro-paz” lideraron esfuerzos (o se abstuvieron de bloquearlos) para avanzar en una agenda social liberal. Durante el gobierno de Santos hubo iniciativas para reducir la discriminación de género en las escuelas (Toro 2016), se apoyó la legalización del matrimonio de parejas del mismo sexo(16) y se protegió la legislación vigente sobre el aborto.
En contra de los acuerdos (y la administración Santos) (Matanock y García-Sánchez 2017), Uribe construyó una coalición menos flexible que juntó a disidentes del PdU, la mayoría de los miembros del Partido Conservador y -a partir de 2014- una serie de políticos novatos como Iván Duque y Paloma Valencia(17). Cimentado casi en su totalidad en el carisma de Uribe(18), el partido Centro Democrático -fundado por el expresidente en 2013- se convirtió en la organización líder de la coalición contra el proceso de paz.
Aparte de criticar los acuerdos, la coalición “del No” defendió posiciones sociales conservadoras en contra de la legalización del matrimonio de las parejas del mismo sexo y el aborto. El Centro Democrático y sus seguidores han sido enfáticos en la defensa de “la cristiandad, la familia y sus tradiciones” (Hernández Bolívar 2016), ganando así el apoyo de votantes de grupos cristianos como los evangélicos (Beltrán y Quiroga 2017).
El fortalecimiento del uribismo
Cualquier salida negociada a un conflicto armado es controversial por naturaleza. Normalmente requiere hacer concesiones impopulares. La campaña por el No explotó hábilmente algunas de estas concesiones (Botero 2017). Su coalición acusó al gobierno de estar negociando a “espaldas de la gente”, lo criticó por sentarse a la mesa de negociación antes de que las FARC aceptaran un cese al fuego unilateral y lo etiquetó de “anti-patriota” por tratar igualmente a excombatientes de las FARC y miembros de las Fuerzas Armadas que hubieran cometido crímenes de lesa humanidad (Nasi 2014). La coalición uribista también atacó a la Justicia Especial para la Paz (JEP) señalando que la justicia transicional iba a dejar los crímenes de las FARC sin castigar e iba a entregar el país al “castro-chavismo”, al permitir que exguerrilleros participaran en política (Nasi 2014).
Aunque la mayoría de estas críticas eran falsas, inexactas o injustas, la estrategia del expresidente dio resultado. Combinando estas declaraciones incendiarias y su propio carisma(19), en 2014 el CD ganó 20 de 100 curules en el Senado (incluyendo una para Uribe). No solo se convirtió en la segunda coalición más grande del congreso, sino que su candidato presidencial, Oscar Iván Zuluaga, casi derrota a Juan Manuel Santos. El primero ganó la primera vuelta con 3.769.005 (29% de los votos válidos), 3% más que el presidente quien obtuvo 3.310.794 votos (26% de los votos válidos). El segundo, sin embargo, ganó la segunda vuelta con 7.839.342 votos (51% de los votos válidos), 7% más que el candidato uribista, quien obtuvo 6.917.001 votos (45% de los votos válidos).
El éxito del Centro Democrático en 2014 estuvo reforzado por el éxito del uribismo en el plebiscito de octubre 2016 para ratificar los acuerdos. El No lideró una campaña emocional que convirtió al plebiscito en un referendo de la presidencia de Santos y tocó temas que no tenían nada que ver con la negociación -derechos reproductivos de las mujeres, valores de familia y la reforma pensional-, pero que fueron muy útiles para movilizar votantes (Botero 2017; Matanock y García-Sánchez 2017; Rodríguez-Raga 2017; Ryan, McCoy y Subotic 2016).
La consolidación del uribismo
La derrota del Sí en el plebiscito(20) no solo debilitó la coalición de derecha pro-paz, sino que consolidó a la coalición de derecha anti-paz. La polarización política funciona bien para políticos antisistema como Álvaro Uribe; no solo aumenta la cohesión, hace que los votantes sean menos propensos a castigar, o inclusive notar, falsas afirmaciones o comportamientos antidemocráticos (Corrales 2011; Svolik 2017). La polarización alrededor de los acuerdos, así como la incertidumbre sobre su implementación, se volvió una excelente herramienta electoral para Uribe. Como muestro a continuación, le permitió debilitar a conservadores moderados, inclusive aquellos que habían mantenido su distancia de las negociaciones, y le ayudó a construir una organización cohesiva, disciplinada y bien estructurada con una excelente maquinaria electoral detrás.
Si bien el Centro Democrático todavía no cumple los requisitos para ser considerado un caso exitoso de construcción de partido(21), todo indica que no es un fenómeno pasajero. No obstante dependiente de su carismático fundador, en cinco años el CD no solo ha logrado ganar importantes contiendas electorales, sino que ha cultivado una base electoral estable y ha construido una organización disciplinada de gobierno. Diferente a lo que sucede con la mayoría de los partidos colombianos, en los que los candidatos cultivan sus reputaciones personales (Carey y Shugart 1995), los miembros del CD que ganan elecciones lo hacen en virtud de su conexión con el partido (y/o con Uribe).
A pesar de ser un partido relativamente nuevo, los votantes uribistas parecen ser bastante disciplinados. Como se muestra en la gráfica 1, muy pocos uribistas dividieron su voto. En 2014, Zuluaga ganó 92% de los municipios en los que ganó el CD para el senado; en 2018, Duque ganó 91% de esos mismos municipios. Por el contrario, en 2014, Santos ganó tan solo 61% de los municipios en los que ganó el PdU. Esta cifra disminuyó aún más en 2018 cuando Vargas Lleras ganó tan solo 9% de los municipios en los que ganaron Cambio Radical y el Partido de la “U” para el senado(22).
Esa disciplina se mantuvo en el tiempo. Si comparamos los resultados electorales de 2014 y 2018 -las dos elecciones en las que el Centro Democrático ha participado-, el 96% de los municipios en los que ganó Zuluaga en 2014 los ganó Duque en 2018. En comparación, Germán Vargas Lleras, vicepresidente de Santos, ganó apenas 6% de los municipios que había ganado Santos en 2014. A la izquierda, Petro conquistó 71% de los municipios que ganó Clara López -candidata del PDA en 2014-, lo cual sugiere una disciplina similar (no tan alta) al otro lado del espectro ideológico.
Los datos de las elecciones al senado arrojan resultados similares. En 2018, el Centro Democrático ganó en 185 municipios, 111 de ellos (60%) los había ganado en las elecciones de senado de 2014(23). En comparación, en 2018 el Partido de la “U” ganó en 278 municipios, 114 de ellos (41%) los había ganado en 2014. A continuación de estos dos partidos, el PDA ganó en 7 municipios, 3 de ellos (43%) los había ganado en 2014. La correspondencia de votos legislativos del PDA entre 2014 y 2018 no es tan alta como la correspondencia de votos presidenciales, pero es posible que esto sea el resultado de que muy pocos municipios votan por el partido de izquierda. Ver gráfica 2
Entre 2014 y 2016, Uribe se convirtió en el líder indisputable de la derecha anti-paz colombiana. Prueba de ello es la victoria de Iván Duque en la primaria presidencial organizada por los expresidentes Uribe y Pastrana para elegir un candidato presidencial de derecha entre Marta Lucía Ramírez, Alejandro Ordóñez y el candidato del Centro Democrático.
Cuando lanzó su campaña, Iván Duque tenía muy poca experiencia política. Había sido senador por el CD menos de cuatro años y, antes de eso, solo había ocupado puestos de bajo nivel en el Banco Interamericano de Desarrollo, el Ministerio de Hacienda y el Banco Interamericano de América Latina (CAF). Aunque ocupó un puesto importante en la lista al senado del Centro Democrático en 2014, Duque fue casi invisible hasta 2016 cuando dirigió la campaña contra el plebiscito por la paz de la mano de Uribe(24). Por el contrario, Ramírez y Ordóñez tenían mucha experiencia política. Antes de lanzar su campaña a la presidencia en 2018, Ramírez había sido ministra de Comercio Exterior (1998-2002), embajadora en Francia (2002), ministra de Defensa (2003-2004) y senadora (2004-2009). Ordoñez, por su parte, había sido presidente del Consejo de Estado (2004-2008) y procurador (2008-2016). Duque, cuya única credencial era tener el apoyo irrestricto de Uribe, los derrotó a los dos con 68% de los votos.
El triunfo de Duque es aún más impactante si tenemos en cuenta que 45 días antes de la primaria Ramírez tenía 53% de intención de voto, Duque tenía 35% y Ordóñez tenía 12%, pero en el interior del CD esos números se invertían: Duque tenía 58% de intención de voto, Ramírez tenía 32% y Ordóñez 10%(25). El hecho de que el candidato del CD ganara las primarias en esas condiciones es evidencia de la capacidad de movilización de Uribe.
El Centro Democrático no solo se constituyó en una maquinaria electoral particularmente efectiva, sino también en una organización relativamente disciplinada, alrededor de su líder carismático(26). Duque hizo campaña basado casi exclusivamente en sus credenciales uribistas. Se apropió simbólicamente de la imagen de Uribe. Su discurso reforzó la idea de que las cosas habían empeorado en Colombia desde la salida del expresidente Uribe; resaltó la necesidad de reducir la violencia fortaleciendo a las Fuerzas Armadas y luchando efectivamente contra guerrillas y disidentes(27); y destacó la importancia de recortar impuestos para promover la inversión, combatir la impunidad reformando el esquema de justicia transicional y reforzar los valores familiares oponiéndose al matrimonio del mismo sexo(28). Aunque más tecnocrático, su programa de gobierno avala y expande estas propuestas (Duque y Ramírez 2018).
Uribe reforzó dichas credenciales. Hizo campaña por Duque, apelando a su base con mensajes antisistema con visos autoritarios. Entre otras cosas, el expresidente etiquetó a todos los otros candidatos como “castro-chavistas”, trinó noticias falsas (Lewin y León 2017), incriminó sin prueba alguna a periodistas que lo han criticado de ser violadores y estar asociados a capos de la droga (“La carta de los periodistas a Uribe” 2017) y acusó al gobierno, sin fundamento, de haber conspirado para cometer fraude en contra de su candidato (“Uribe desatado en redes” 2018).
Una vez en el gobierno, es el uribismo -no Duque- el que ha liderado el debate sobre políticas públicas. Un ejemplo claro es la reforma tributaria que intentó introducir el gobierno a finales de octubre de 2018. La propuesta iba en línea con los principios ideológicos del Centro Democrático. Duque quería disminuir los impuestos a empresarios para fomentar la inversión. Tenía, sin embargo, algunos aspectos impopulares como el aumento de los productos susceptibles de ser gravados con impuestos de venta (Celedón 2018). A pesar de tener el respaldo del presidente -tradicionalmente importante para pasar legislación por el congreso en Colombia- la reforma se hundió. Uribe -y por ende el Centro Democrático- decidió no apoyarla (Huertas 2018). Ninguno de los congresistas en el interior del partido decidió romper la línea impuesta por Uribe para apoyar a Duque.
Es decir, entre 2012 y 2016 el Centro Democrático se consolidó, no solo como un partido disciplinado, sino electoralmente exitoso. Bajo la dirección indisputada de Álvaro Uribe, logró victorias electorales significativas en 2014 y movilizó efectivamente a los ciudadanos que votaron por Duque en 2018. La consolidación del CD en una maquinaria electoral eficiente fue un factor esencial para explicar el triunfo del candidato uribista en las últimas elecciones presidenciales.
Desinstitucionalización del sistema de partidos
La fortaleza del uribismo explica solo una parte de la victoria de Duque en 2018. El candidato del Centro Democrático no solo venció a políticos menos tradicionales de derecha: en la primera vuelta también logró vencer a políticos tradicionales de centro- Humberto de la Calle-y centro-derecha -Germán Vargas Lleras- que contaban con el apoyo de maquinarias electorales.
Vargas Lleras es un político con una larga trayectoria. Fue concejal (1992-1998), senador (1998-2010), ministro de Justicia (2010-2012), ministro de Infraestructura (2012-2014) y vicepresidente (2014-2018). Aunque introdujo su candidatura usando firmas(29), tenía el respaldo de Cambio Radical, del gobierno y de la mayoría de las élites tradicionales. No obstante distante, y en ocasiones inclusive crítico del proceso de paz, de haber ganado hubiera mantenido los acuerdos (“¿Está en riesgo la paz en Colombia?” 2018).
De la Calle también es un político tradicional de larga data. Entre 1990 y 2003 sirvió como ministro de Interior (1990-1994/2000-2001) vicepresidente (1994-1996) y embajador en España, Inglaterra y la OEA (1996-1998, 1998-2000, 2001-2003). En 2012, se convirtió en la cabeza del equipo de negociación del gobierno en el proceso de paz. En 2017, con el apoyo del expresidente César Gaviria (1990-1994), ganó la nominación del Partido Liberal para ser su candidato en las elecciones de 2018. A pesar de que su campaña giró, casi exclusivamente, alrededor del proceso de paz y manifestó en varias ocasiones estar a favor de políticas sociales progresistas, de haber ganado la expectativa era que continuara con las políticas socioeconómicas de Santos (“Humberto de la Calle destapa” 2018).
Durante la mayor parte de 2017, parecía que Vargas Lleras iba a pasar a la segunda vuelta. No solo encabezaba las encuestas, sino que tenía el apoyo de políticos tradicionales a nivel nacional y subnacional. Cincuenta y cinco líderes del Partido Liberal, el Partido Conservador y el Partido de la U, con fuerza electoral en al menos trece departamentos (de 32) (Morelo 2018) y un porcentaje combinado de 24% en las elecciones parlamentarias, avalaban su campaña.
A pesar de que ese tipo de apoyo había sido suficiente para elegir a Santos, no alcanzó para elegir a Vargas Lleras (o de la Calle) en 2018. Desde 1990, Colombia ha sufrido un proceso de desinstitucionalización del sistema de partidos. Cambios demográficos, reformas institucionales, descentralización, transformaciones en las estructuras clientelistas y la crisis de seguridad de los 2000 debilitaron los partidos políticos tradicionales y le abrieron las puertas a nuevas y más efímeras organizaciones (Albarracín, Gamboa y Mainwaring 2018). El Partido Liberal y el Partido Conservador, que habían dominado la arena política a lo largo del siglo XX, no han logrado elegir presidente desde 1998.
A pesar de debilitarse, el sistema de partidos colombiano no colapsó como el venezolano o el peruano cuyos partidos tradicionales pasaron de recibir 20% o más de los votos en elecciones parlamentarias y presidenciales, a recibir 10% en tres ciclos electorales (ver gráficas 3 y 4)(30).
Esto es, en parte, porque durante la década del 2000 los liberales y, en menor medida, los conservadores lograron ganar elecciones regionales. Políticos tradicionales mantuvieron un control importante sobre las maquinarias políticas locales, y con ello considerable poder para promocionar candidatos a nivel nacional. En 2014, por ejemplo, las élites locales fueron claves para la victoria de Juan Manuel Santos. Después de perder la primera ronda frente a Oscar Iván Zuluaga, el presidente mandó a su vicepresidente en un tour prometiendo recursos (pork barrel, clientelismo, y compra de votos) y apoyo político (León 2014a). En contraprestación a esos recursos y apoyo político, las élites locales movilizaron votantes.
El número de sufragantes en la segunda vuelta presidencial aumentó en un 8%. Si bien es imposible establecer un nexo causal preciso entre las actividades de movilización de las élites locales y el aumento en la votación sin datos individuales electorales/de los comisios, es claro que Santos se benefició mucho más que lo que se benefició Zuluaga. En la segunda vuelta, Santos y Zuluaga aumentaron su votación un 25% y 15% respectivamente. La diferencia porcentual de Santos está medianamente correlacionada con la diferencia en votantes con un coeficiente significativo (p<0,000) de 0,51. La diferencia porcentual de Zuluaga, por el contrario, no está correlacionada con la diferencia en votantes. El coeficiente es negativo (-0,03) y no significativo (p<0,3). De los municipios que ganó Santos, 68% aumentaron su votación en más de un 10%. De los municipios que ganó Zuluaga, tan solo 41% aumentaron su votación en un porcentaje similar.
La expectativa era que las maquinarias políticas funcionaran para Vargas Lleras (y en menor medida para de la Calle) de la misma forma que funcionaron para Santos en 2014. Este año, sin embargo, las élites tradicionales fueron incapaces de movilizar los votos necesarios para elegir a cualquiera de estos políticos tradicionales. La campaña de De la Calle nunca despegó. Como se muestra en la gráfica 5, su apoyo en las encuestas nunca subió de 11%. Divisiones en el interior del Partido Liberal (Prieto y León 2018; “Humberto De la Calle, ¿una campaña en soledad?” 2018), así como el estigma de haber negociado el proceso de paz, le costaron apoyo electoral. Recibió 2% de los votos en la primera vuelta presidencial. No obstante Vargas Lleras tuvo un comienzo más fuerte, con una intención de voto de 21,5% en mayo de 2017, sus números empezaron a bajar a medida que avanzaba la campaña. El día de las elecciones Vargas Lleras recibió 7% de los votos válidos.
Fuente: “Gran Encuesta: Elecciones 2018” Nos. 1-7. Elaboradas por Invamer y publicadas por Revista Semana
La autonomía de las maquinarias regionales frente a candidatos como Vargas Lleras y de la Calle evidencia el deterioro de las pirámides clientelistas en Colombia, que ha marcado la desinstitucionalización del sistema de partidos en este país. Desde finales de los años 80, la descentralización de recursos y el acceso a economías ilegales ha erosionado el vínculo entre políticos regionales y políticos nacionales (Leal Buitrago y Dávila Ladrón de Guevara 1990; Dargent y Muñoz 2011). El proceso, aunque lento, fue significativo; sus frutos se vieron con contundencia en las elecciones de 2018.Ver tabla 2
PARTIDO | PRIMERA VUELTA | SEGUNDA VUELTA | |
IVAN DUQUE | CD | 39.14% | 53.98% |
GUSTAVO PETRO | CH-MAIS | 25.08% | 41.81% |
SERGIO FAJARDO | PV-PDA-CC | 23.73% | |
GERMÁN VARGAS LLERAS | CR-PU | 7.28% | |
HUMBERTO DE LA CALLE | PL-ASI | 2.06% | |
OTROS | 0.01% |
Nota: Los porcentajes están calculados sobre el número de votos válidos.
Fuente: Elaboración propia con base en datos de la Registraduría Nacional del Estado Civil.
Visibilización del clivaje socioeconómico
Para entender la victoria de Iván Duque en la segunda vuelta electoral, es importante tener en cuenta a su contendor y la crisis venezolana. Como mencioné al comienzo de este artículo, el proceso de paz le abrió las puertas a candidatos de izquierda para hacer propuestas sociales y económicas que enfatizaran el rol del Estado, sin ser asociados con la guerrilla. Ser “de izquierda” es visto con menos recelo hoy de lo que era hace diez o veinte años. Como se muestra en la gráfica 6, de acuerdo con las encuestas LAPOP, en 2009 solo el 17% de los encuestados se declaraban de izquierda. En 2017, ese número era casi el doble (30%).
En línea con el nuevo contexto político, Gustavo Petro se aseguró de enfatizar temas socioeconómicos en su campaña. Como explico a continuación, esta estrategia le permitió ganar frente a candidatos de izquierda moderados, pero jugó en su contra en el mano-a-mano frente a Duque. Con la crisis venezolana de trasfondo, votantes y élites pusieron sus consideraciones de seguridad a un lado y, arriesgando el proceso de paz, votaron por el candidato uribista.
4.1. El surgimiento de Petro
La izquierda presentó dos candidatos a las elecciones de 2018: Sergio Fajardo y Gustavo Petro. El primero se lanzó con una alianza entre los partidos de izquierda: PDA, PV y Compromiso Ciudadano. El segundo se inscribió con firmas en el movimiento Colombia Humana. Fajardo es un político outsider moderado. Libre de lazos con partidos o políticos tradicionales, enfocó su campaña principalmente en temas como corrupción y clientelismo (Hernández 2018; “Las emociones que mueven el voto por Fajardo” 2018). A la izquierda de Fajardo, Petro -exguerrillero del M-19, representante a la cámara (1992-1994/1998-2009) y alcalde de Bogotá (2010-2014)- enfocó su campaña en temas como la inequidad en Colombia (Petro 2018).
A pesar de que su economía ha crecido de forma estable(31), Colombia sigue siendo un país desigual. Su coeficiente GINI en 2016 fue 50,8, el segundo más alto de América Latina(32). Con el conflicto armado en el espejo retrovisor, problemas como la pobreza y la corrupción se han hecho más visibles (Rodríguez-Raga 2017). El programa de Petro buscaba combatir esos problemas. Incluía propuestas para promover reformas agrarias y tributarias, mejorar la educación pública, volver al sistema público de salud, proteger el medio ambiente, alejarse de industrias extractivas y renegociar los tratados de libre comercio (Petro 2018). En muchos sentidos, programáticamente Petro no era muy diferente de otros líderes de izquierda democrática en la región como Luiz Inácio “Lula” da Silva o Michelle Bachelet.
Algo diferente sucede si evaluamos el estilo político de Petro. Como Uribe, Petro es polarizante y tiene tendencias autoritarias. Hasta hace un año defendió el régimen de Nicolás Maduro a pesar de su carácter dictatorial (Duque 2017; Valencia 2018). Como alcalde de Bogotá, con frecuencia, implementó políticas públicas a pesar de que el Concejo las había rechazado y puso a cargo del canal de la ciudad a un aliado político que luego fue acusado de imponer una línea editorial amigable silenciando a periodistas que se opusieran al alcalde (Cortés 2014; León 2014b). Como candidato presidencial, Petro enmarcó su programa en una lucha entre “la gente” y “mafias siniestras” de las cuales, reclamaba, era víctima. Siguiendo la línea de otros líderes autoritarios en la región, también propuso convocar una asamblea nacional constituyente para avanzar su agenda política (“Mi primer acto como presidente” 2018).
El programa de Petro estimuló a la izquierda. A pesar de que las directivas del PDA le habían dado el aval del partido a Fajardo, muchos militantes de esta organización apoyaron al exalcalde (“En el Polo no quieren votar por Fajardo” 2018). Petro era, después de todo, un candidato de izquierda creíble. Al final, ganó 71% de los municipios que había ganado Clara López -candidata del PDA en 2014- cuatro años antes. Fajardo solo ganó en 21%.
4.2. El fantasma de la crisis venezolana
Duque y Petro pasaron a la segunda vuelta presidencial con 39% y 25% de los votos válidos, respectivamente. Fajardo quedó de tercero con 24%. El candidato de la Colombia Humana es el primer político de izquierda en llegar a una segunda vuelta presidencial en la historia del país(33). Como explico a continuación, su éxito reorganizó la arena política y cambió el discurso de la campaña.
A la derecha del espectro político, la seguridad pasó a un segundo plano. Asustados con la agenda progresiva de Petro, así como con sus tendencias autoritarias, el Partido de la U, Cambio Radical y el Partido Liberal -que hacían parte de la derecha no uribista y habían apoyado los Acuerdos- respaldaron la candidatura de Duque. Asociaciones de empresarios y grandes medios de comunicación -parte de la coalición “pro-paz”- también le dieron su aval al candidato del Centro Democrático (Torrado 2018; “Motivos de un respaldo” 2018).
En este punto, la crisis venezolana jugó un papel especial. Desde 2016, Nicolás Maduro ha cancelado y manipulado elecciones, ha creado una asamblea nacional constituyente ilegal y ha reprimido las protestas sociales. En 2017 hubo 9.787 protestas (OVCS 2018), 2.902 casos de detenciones arbitrarias y 397 muertes en manos de agentes del Estado (PROVEA 2018). De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, Venezuela vivió en 2017 una inflación del 13.860% (“República Bolivariana de Venezuela and the IMF” 2018); más de ocho millones de venezolanos (un tercio de la población) viven con dos o menos comidas al día; y 90% de los ciudadanos del país no pueden pagar su comida diaria (PROVEA 2018). La crisis humanitaria se ha vuelto particularmente visible en Colombia que, hasta junio de 2018, había recibido más de 800.000 migrantes venezolanos (“Estudio revela distribución de venezolanos en Colombia” 2018).
Durante años, Uribe y sus seguidores han tratado de crear paralelos entre Venezuela y Colombia. Entre otras cosas, han dicho que políticos de izquierda y centro-izquierda son parte de una alianza cubano-venezolana (castro-chavismo) que amenaza con tomarse el país (“Álvaro Uribe: Hay Peligro de ‘Castro-Chavismo’” 2013). También han dicho que, durante el gobierno de Santos, la oposición uribista ha sufrido tanto como sus homólogos venezolanos (“Uribe le hace recomendaciones a Santos” 2016); y que Colombia está en riesgo de seguir los pasos de Venezuela (“Los trinos de Uribe” 2017). No hay evidencia que sostenga esas afirmaciones. Sin embargo, la victoria de Petro -un candidato progresista que en el pasado había apoyado a Chávez- en la primera vuelta les dio visibilidad.
Asustados de que el candidato de la Colombia Humana ganara, políticos y votantes que anteriormente habían apoyado a Vargas Lleras, de la Calle e inclusive Fajardo, se fueron con Duque. En junio 17 de 2018, Duque ganó las elecciones con 10.373.080 votos (53%), conquistó 74% de los municipios que había ganado Vargas Lleras en la primera vuelta. Petro recibió 8.034.189 votos (41%), conquistó 58% de los municipios que Fajardo había ganado en la primera vuelta.
Conclusiones
Los Acuerdos de paz desataron un proceso de reajuste de la derecha colombiana. Hasta 2012, la derecha en Colombia gobernaba basada, sobre todo, en sus políticas de seguridad. En ese sentido, los acuerdos con las FARC tuvieron dos consecuencias opuestas. Por un lado, profundizaron esa tendencia. El proceso de paz le permitió al uribismo -la coalición anti-paz- fortalecer su maquinaria política. Ayudados por la desinstitucionalización del sistema de partidos colombiano y el consecuente debilitamiento de las élites políticas tradicionales, el Centro Democrático logró derrotar a políticos de centro-derecha. La victoria de Duque frente a políticos tradicionales con trayectorias más largas como Germán Vargas Lleras, Humberto de la Calle, Marta Lucía Ramírez, e inclusive Alejandro Ordóñez, es prueba fehaciente de ello.
Por otro lado, los Acuerdos le abrieron espacios a la izquierda para proponer políticas socioeconómicas progresistas sin ser tildados de guerrilleros. La victoria de Gustavo Petro lo demuestra. Diferente a lo que había sucedido con otros candidatos exitosos en el pasado, Petro enfatizó en políticas redistributivas; reacción que no dio espera. Una vez en la segunda vuelta, con la crisis venezolana de trasfondo, la otrora dividida derecha unió fuerzas para derrotar a Petro.
Es difícil predecir qué va a pasar con la derecha en Colombia. En su primer año de gobierno Duque ha hecho exactamente lo que prometió: ha regresado a las políticas “guerreristas” de Uribe y mantenido (inclusive profundizado) las políticas socioeconómicas de derecha de Santos. No obstante los acuerdos han sido difíciles de implementar y varias de las concesiones que hizo el gobierno penden de un hilo en la nueva administración, es difícil creer que las FARC van reconstruirse como organización armada. Si bien la nueva administración ha traído a colación debates que todos dábamos por resueltos como la despenalización de la dosis personal de estupefacientes y la fumigación de cultivos ilícitos, existe la posibilidad de que, hacia adelante, pasen a un lado y el debate político en Colombia se parezca más al debate político en otros países latinoamericanos en los que la izquierda y la derecha compiten en elecciones basados en clivajes socioeconómicos.