INTRODUCCIÓN
En las primeras páginas de la Histoire de l'empire de Russie sous Pierre le Grand (1759-1763),1 Voltaire desliza una serie de reflexiones acerca del método que se debería seguir al escribir un trabajo histórico y de las características que debería tener un historiador ideal. El objetivo de este artículo es evaluar en qué medida se puede considerar que el filósofo francés se ajusta a la metodología que se propone seguir en ese texto, dedicado a Pedro I de Rusia, que es probablemente una de sus obras menos leídas y valoradas. Se intentará mostrar que, por momentos, se aleja de la misma, poniendo en riesgo el plan del libro.
Por otra parte, el artículo pone de relieve ciertas diferencias ideológicas y epistemológicas entre Voltaire y Denis Diderot, quien critica su Histoire, que llevan a los dos filósofos, tan cercanos en muchos aspectos, a periodizar de una manera diferente la historia de Rusia, nación que, como se sabe, fue objeto de profundos debates en la Francia del siglo XVIII: acerca de la mejor manera de modificar las costumbres de una nación; de la deseabilidad o no de importar una cultura extranjera; de la importancia de las características nacionales frente a las tendencias cosmopolitas, que atraviesan el siglo XVIII francés, etcétera.2 En un plano más general, el texto arroja algunas luces acerca de la teoría de la historia en el siècle des Lumières, tema poco valorado durante mucho tiempo, que ha logrado atraer el interés de los especialistas en los últimos años (Binoche, 2018; Brot, 2011).
La estructura del trabajo es la siguiente: en primer lugar (i), se analiza el proceso de elaboración del escrito: la metodología que Voltaire se propone seguir y los materiales que reúne. Luego (ii) se muestran ciertas debilidades que se observan en la materialización de su programa. Finalmente (iii) se examinan las críticas que le realizaron sus coetáneos, en particular Diderot, que, como se sabe, mantuvo también un vivo interés por la realidad rusa y su historia.
I. EL PLAN DE LA HISTOIRE
En 1757, Iván Shuválov (1727-1797), favorito de la emperatriz Isabel de Rusia, propuso a Voltaire la redacción de una historia del zar Pedro I. La respuesta de este no demoró: "vosotros me proponéis aquello que he deseado durante treinta años", dice en una carta del 19 de febrero de 1757 dirigida a Fedor Veselovski (Voltaire, 1964a, p. 955). En efecto, Voltaire sentía atracción por la figura del zar desde la redacción de uno de sus primeros trabajos históricos, la Histoire de Charles XII, roi de Suède (1731), donde había contrapuesto la imagen de Carlos XII, el rey guerrero, a la de Pedro I, el zar civilizador (Voltaire, 1996, p. 178).3 A lo largo de los años 30, Voltaire incorporó información y modificaciones a la figura de Pedro en las diferentes ediciones del texto, a partir de la evaluación de nuevos testimonios de personas que habían vivido en Rusia en esa época, obtenidos gracias a su correspondencia con el príncipe Federico de Prusia. Además, en 1745, solicitó a la emperatriz a través del conde d'Alion (1705-1783), embajador de Francia en San Petersburgo, la aprobación de su proyecto de redactar una historia del zar y, en ese caso, el envío de la documentación necesaria para la tarea. Ante la falta de respuesta,4 se limitó a escribir unas Anecdotes sur le czar Pierre le Grand (1748), cuyo estilo, como sostiene René Pomeau (1957), las acercan más al cuento filosófico que a la historia (p. 14).5 Pero su interés por Rusia no terminó allí: en 1748 y en 1750 solicitó a Kirill Razoumovski (1728-1803), presidente de la Academia de Ciencias de San Petersburgo, un atlas de la nación rusa, con la intención seguramente de usarlo para escribir su trabajo sobre el zar. Voltaire habría pensado a fines de los años 50, incluso, en realizar una estancia en Rusia. Por estas razones, si bien es verdad que la obra fue el producto de un encargo, se puede decir que al mismo tiempo respondió a un genuino deseo de su autor.
En el "Préface historique et critique" de la Histoire, cuyo primer volumen se publicó en 1759 y el segundo en 1763, Voltaire presenta el plan que se propone realizar. Tras señalar que proyecta escribir la historia de Pedro el Grande, dice que no está interesado en remontarse al origen de la historia de los pueblos que componen el inmenso imperio ruso, en la medida en que considera que ese tipo de relatos está condenado a caer en el terreno de la "incertidumbre" (Voltaire, 1999a, pp. 390, 395).6 Asimismo, pretende evitar aquello que califica como una "particularización de la historia", es decir, aquel modo de escribir historia que privilegia la "historia privada" de una persona, los "secretos de su despacho, su alcoba, su mesa" (pp. 396, 399). Le interesa, por el contrario, la "vida pública", aquello que puede resultar "útil" de cara a la "felicidad" de un pueblo (pp. 399, 400).7 Finalmente, señala, tras los pasos de Fontenelle, cuyo De l'origine des fables (1684) poseía en su biblioteca, que se trata de escribir una "historia verdadera", frente a aquellos que adoraban aún en su época viejas "fábulas" (p. 398). No se propone tomar distancia solo de las fábulas de la Antigüedad, sino de todo tipo de "falsedad", que pueda observarse en el terreno de la escritura de la historia: aquella que emana de los relatos hagiográficos (p. 403), de las arengas (pp. 404, 405) y de las narraciones acerca de sucesos extraordinario -signos, prodigios, apariciones, etcétera- (p. 405).8 Con respecto a esto último, se permite retomar un viejo combate y atacar una vez más a La Beaumelle por, entre otras cosas, "falsificar" los "hechos" en su edición anotada de 1753 del Siècle de Louis XIV (1751) (p. 401).9 Si bien el primer criterio no representaba un problema para Voltaire, en la medida en que pretendía escribir la historia de sucesos recientes, la época de Pedro I, cuyo reinado se extendió de 1682 a 1725, no sucedía lo mismo con respecto a los otros dos parámetros. Voltaire no conocía Rusia y se encontraba a una considerable distancia de esa nación, algo que dificultaba la comunicación, sobre todo durante la guerra de los Siete Años (1756-1763). La lengua en la que estaban escritos la mayoría de los documentos, el ruso, era también una barrera. Sin embargo, Voltaire conseguiría documentarse bien de cara a la realización de su trabajo, gracias a la colaboración rusa: particularmente del historiador Mijaíl Vasílievich Lomonósov (1711-1765) y de los ya mencionados Shuválov y Müller. En efecto, los dos volúmenes de su Histoire se apoyan principalmente sobre unos ciento veinte manuscritos, que pertenecían a la Biblioteca Nacional de San Petersburgo y que le llegaron en envíos sucesivos desde Rusia durante los años que trabajaba en el texto. Entre esos escritos se encontraban, traducidos al francés, extractos del diario del mismo Pedro I; textos sobre la revuelta de los streltsí tras la muerte del zar Teodoro III, a los que expresamente se refiere en el capítulo IV, "Horrible sédition de la milice des strélitz" (p. 528); memorias del general Le Fort (1656-1699), consejero y amigo del zar, que utiliza y cita tanto en el capítulo VI, "Commencement de la grande réforme" (p. 561), como en el IX, "Voyages de Pierre le Grand" (pp. 580, 586); entre otros.10 Voltaire cita en muchas ocasiones sus fuentes y a menudo retoma, reformula o copia casi textualmente fragmentos de los manuscritos o las memorias con las que trabaja, muchas de las cuales contenían información hasta ese momento inédita. Además de los manuscritos rusos utilizó trabajos impresos de autores reconocidos y testimonios orales11, como el del mariscal Schwerin (1684-1757) ["el mariscal Schewerin (...) me ha dicho en numerosas ocasiones..." (p. 113)] o el del rey Estanislao de Polonia ["el rey Estanislao me ha hecho el honor de confesarme." (p. 657)], entre otros, para respaldar la información que proporcionaba en su libro.12
Ahora bien, no todos los documentos que llegaban desde Rusia eran confiables. Así, al momento de recibir de parte de Shuválov en agosto de 1759 el Panégyrique de Pierre le Grand, de Lomonós-ov, traducido al francés en junio de ese mismo año, en el que se glorifica sin matices al zar, responde en una carta del 18 de septiembre que ha recibido de él "memorias más instructivas que un panegírico" y que "aquello que no es más que un elogio no sirve más que para hacer brillar el nombre del autor" (Voltaire, 1880, p. 175). "Solamente, la verdad de los hechos históricos puede forzar al espíritu a creer y a admirar", agrega poco después (p. 175). De acuerdo con la correspondencia entre Voltaire y Shuválov, los rusos estuvieron aparentemente más interesados en usar la obra de Voltaire para hacer frente a las calumnias acerca de Rusia proferidas por su adversario en la guerra que los enfrentaba, Federico II de Prusia, que había publicado unas Mémoires pour servir a l'histoire de Brandebourg (1750), donde presentaba negativamente ciertos aspectos del carácter del zar -y de manera aún más marcada en la Continuation des Mémoires de Brandebourg, publicada en 1757-, que en dejar a la posteridad un trabajo académico acerca de Pedro I.13 Voltaire rechaza escribir su trabajo en ese estilo, dejando de lado, por ese motivo, algunos de los manuscritos que le llegaron desde Rusia.14 Tampoco deja de advertir que los redactores de los documentos que recibe desde Rusia "se contradicen entre sí más de una vez" y que, agrega en una carta a Shuválov del 25 de septiembre de 1761, "es tan difícil conciliar sus escritos como las obras de los teólogos" (Voltaire, 1881, p. 456).
Es preciso señalar, por otra parte, que Voltaire no espera pasivo los envíos desde Rusia. Constantemente solicita a Shuválov nuevos materiales -demanda que este procura satisfacer. En particular, pregunta acerca de las obras realizadas durante la época de Pedro, los canales abiertos, los caminos construidos, el comercio, etcétera, y pide que, en la medida de lo posible, se dejen de lado las "aburridas discusiones" acerca de "detalles" que no tienen relación con los "grandes eventos" (pp. 456, 457).
Ahora bien, si en estos casos Voltaire se ciñe al plan de la obra, esto no parece darse en otros momentos, como se podrá observar a continuación.
II. DEL PROYECTO A LA MATERIALIZACIÓN
El primer volumen de la Histoire, publicado en 1759 (Ginebra, Cramer), se detiene en la batalla de Poltava, que tuvo lugar entre el ejército del zar Pedro I de Rusia y el rey Carlos XII de Suecia, el 8 de julio de 1709, y sus consecuencias (Voltaire, 1999a, pp. 681 y ss.). El mal que ha hecho esa batalla, en la que vencieron las fuerzas de Pedro, ha quedado "compensado", dice Voltaire, en la medida en que ha impulsado "la felicidad del más vasto imperio de la tierra" (p. 688). Los primeros capítulos hacen una descripción del estado de Rusia antes de la época de Pedro: el capítulo II se detiene en las características de la sociedad rusa antes de la llegada de Pedro al poder, la armada, las finanzas, la religión, las costumbres, etcétera, y el III, en sus ancestros, que habían alcanzado el trono en 1613. A partir del VI se narra la historia de Pedro, sus viajes (pp. 580 y ss.) y las batallas que libró (p. 616). El segundo volumen, publicado en 1763 (Ginebra, Cramer), comienza con la campaña de Prut, que tuvo lugar en el marco del enfrentamiento entre rusos y turcos entre 1710 y 1711; continúa con una serie de capítulos dedicados al estado de Rusia en los tiempos de Pedro, el comercio, el estado de las artes y las manufacturas (Voltaire, 1957, pp. 566 y ss.), la reforma del clero (pp. 573 y ss.) y se cierra con un apartado dedicado al floreciente estado de la nación al momento de la muerte del zar y la coronación de su sucesora, Catalina I (pp. 593 y ss.).
Si bien el trabajo cumple con el deseo de Voltaire de redactar una historia del zar, no parece, en cambio, hacerlo o, en cualquier caso, no hacerlo plenamente, con respecto al programa trazado por el autor en el prefacio del texto. En efecto, existen ciertas debilidades en este sentido en el libro que una atenta lectura no puede pasar por alto. En primer lugar, se observan algunos errores involuntarios. Voltaire, advertido por sus censores rusos,15 que revisaron las primeras versiones de la obra, corrigió muchas de esas faltas, particularmente en el segundo volumen, pero algunas permanecieron en el escrito. Se trata, en algunos casos, de aspectos de poca importancia, como errores en la ortografía o en los nombres propios, pero también se observan fallas con respecto a cuestiones más relevantes: las primeras expediciones rusas contra Constantinopla no tuvieron lugar en los tiempos de Heraclio I, sino dos siglos más tarde (Voltaire, 1999a, p. 507); existían ya en el siglo XV residencias construidas con piedras y ladrillos en Moscú, como le señala Müller a Voltaire (Smurlo, 1929, p. 277), quien afirma que estas no eran más que "chozas de barro" (Voltaire, 1999a, p. 441); no existen, como le señalan Lomonossov y Müller a Voltaire (Smurlo, 1929, p. 283), quien afirma lo contrario, inscripciones griegas de doce siglos de antigüedad en Kiev (Voltaire, 1999a, p. 449), etcétera.
En otros casos, no se trata de errores involuntarios, sino de una cierta manipulación de las fuentes con el fin de enaltecer la figura del zar, en cuyas políticas veía Voltaire los valores que él mismo defendía. Así, por ejemplo, al hablar del número de habitantes de Rusia, tras afirmar que "cuanto más habitantes tiene un país, más civilizado se encuentra" (p. 480), señala, forzando los datos de un censo, presente en uno de los manuscritos que había recibido, que Rusia tenía en 1747 veinticuatro millones de habitantes, exagerando de ese manera el número de personas (pp. 480-484).16 Asimismo, aumenta la cantidad de suecos que perdieron la vida -9224, según Voltaire- en la ya mencionada batalla de Poltava, en la que el zar venció a Carlos XII (p. 684) y disminuye la extensión de Moscú en el siglo XVII, antes de la llegada de Pedro al poder, con respecto a los datos que se observaban en los manuscritos que había recibido (p. 444) y a lo que señalaban sus censores rusos (Smurlo, 1929, p. 279). Además, habla de las elogiables, según él, reformas fiscales realizadas por el zar, pero calla acerca de los innumerables impuestos inventados por Pedro para hacer frente a las guerras y de sus negativas consecuencias en el plano económico (Voltaire, 1999a, p. 604). Por otra parte, convierte el reinado del zar en un comienzo absoluto para Rusia. En efecto, tras describir en términos negativos el estado en el que se encontraba la nación en los tiempos anteriores al de Pedro ("ellos [los rusos] poseían el más vasto territorio del universo, pero todo estaba por hacerse"), afirma: "finalmente, Pedro nació y Rusia tomó forma" (pp. 509, 510). Voltaire presenta a Pedro como uno de los "fundadores", uno de los "grandes legisladores" de la historia; presenta su reinado como el origen, el comienzo, de la Rusia moderna (p. 510), como ya lo había hecho unos años antes Fontenelle.17 De esta manera, pasa por alto ciertas medidas políticas anteriores a la época de Pedro I, que se encontraban en una línea de continuidad con las del zar, como él mismo reconoce en otras partes de la obra. Así, por ejemplo, al hablar del padre de Pedro, el zar Alejo I, zar de Rusia entre 1645 y 1676, dice que fue el primero en "redactar un código de leyes" y en "introducir manufacturas de lienzos y de sedas"; que intentó poblar ciertas zonas desiertas en la región de los ríos Volga y Kama y que se encargó de "disciplinar al ejército" (p. 522). "Fue un digno padre de Pedro el Grande", concluye (p. 522). En un sentido similar, al referirse a las medidas de Pedro I para "traer las artes a su patria", afirma que "su padre, Alejo, había tenido las mismas intenciones" y que "transmitió su genio a su hijo" (p. 554).
Con relación a esto último, es preciso recordar que el "gran hombre" -categoría que Voltaire utiliza para referirse a Pedro (p. 553)- es en los escritos de Voltaire aquel individuo capaz de decidir la suerte de un imperio, de sacar a una nación de un estado de miseria y rusticidad, de civilizarla. Por esta razón, no escatima elogios al hablar de la "reforma de la iglesia" (pp. 605 y ss.), los cambios en las "costumbres" (p. 611) y las "innovaciones útiles" introducidas por Pedro I (p. 614). Al tópico de la decadencia, profundamente anclado en el siglo XVIII, Voltaire parece oponer el de la creación de grandes y florecientes imperios:
...los extranjeros dudaban que la empresa de Pedro I pudiese sostenerse en el tiempo. Ella ha subsistido e, incluso, se ha perfeccionado bajo los reinados de Ana e Isabel, pero sobre todo de Catalina II, que ha llevado tan lejos la gloria de Rusia. Este imperio se encuentra en la actualidad entre los estados más florecientes y Pedro se ha elevado al rango de los más grandes legisladores. (p. 413)18
Como señala John Brumfitt (1970), los personajes extraordinarios, Enrique IV, Luis XIV o Pedro I, aparecen en sus escritos como el medio para hacer florecer a las naciones y sacarlas del penoso estado en que a menudo se encuentran (pp. 77, 124).19 De allí que, por momentos, fuerce la interpretación de las fuentes para favorecer la imagen del zar.
Por otra parte, también con relación a los puntos poco sólidos de la Histoire, Voltaire no deja de ocuparse, pese a lo que se había propuesto, de información que no parece resultar esencial en relación con el objetivo principal de su trabajo. De esta manera, por ejemplo, reproduce la anécdota de la cena en la que Pedro, tras desenfundar su espada frente a Le Fort, se arrepiente de su acto y se disculpa ante su favorito (Voltaire, 1999a, pp. 586, 587), y aquella según la cual, luego de la victoria en la batalla de Poltava, el zar hizo entregar a los principales prisioneros sus espadas, los invitó a su mesa y propuso un brindis en honor a los suecos, a quienes reconocía como sus maestros en el arte de la guerra (p. 689). Asimismo, no evita pronunciarse sobre aspectos de la vida privada del zar, como su atracción por "los placeres de la mesa" o, aunque de manera bastante velada, a sus infidelidades: "los solemnes lazos del matrimonio no lo retuvieron" (p. 552). Pero ¿no era precisamente este tipo de datos lo que se había propuesto evitar al trazar el plan de la obra?
Finalmente, el autor no parece otorgar a las reformas que se producen durante la época del zar, los cambios en las costumbres, el desarrollo de las ciencias, las artes y el comercio, el lugar que el lector espera tras la lectura del programa que el filósofo presenta en las primeras páginas del texto. En efecto, la parte que se otorga a estos temas, presentes principalmente en los capítulos X y XIII del primer volumen de la Histoire y en los capítulos XI a XIV del segundo, no abarca en extensión más que la décima parte del libro. Las batallas y la diplomacia ocupan un lugar mayor. Además, como señala Mervaud (1999b, p. 256), las alusiones que hace a esas reformas son en general muy vagas y superficiales: "[el zar] hizo florecer en Moscú las artes de la paz" (Voltaire, 1999a, p. 640); "[el zar] según su costumbre, fue a pasar parte del invierno a Moscú, para hacer florecer allí las artes y las leyes" (p. 654); etcétera. Por otra parte, trata demasiado rápidamente sucesos relevantes para sus propósitos como la creación de la Academia de Ciencias o la reforma del alfabeto introducida por el zar (pp. 610, 611).
III. LAS CRÍTICAS DE DIDEROT A VOLTAIRE Y AL MODELO DEL TRASPLANTE DE LA CIVILIZACIÓN
En las páginas del capítulo 23 del libro V de la célebre Histoire philosophique et politique des établissements et du commerce des Européens dans les deux Indes (1770) (de aquí en adelante Histoire des deux Indes), de Raynal, que contó, particularmente en su última edición (1780), con la colaboración de Diderot, este último afirma al ocuparse de Rusia:
El respeto que se debe a la memoria de Pedro I no debe impedir que se diga que no tuvo la capacidad de imaginar un estado bien constituido (...) a pesar de que su reputación le haya permitido recibir en todas partes el título de legislador, ha sido el responsable de no más que dos o tres leyes, que, por otra parte, llevan las marcas de su ferocidad. No se lo vio elevarse hasta combinar la felicidad de su pueblo con su gloria personal: luego de sus magníficas empresas la nación continuaba languideciendo en la pobreza, la esclavitud y la opresión. Tampoco tuvo la intención de aflojar las cadenas del despotismo. Se podría, incluso, pensar que las hizo más pesadas y dejó a sus sucesores la atroz y destructiva idea de que los individuos no son nada y el soberano lo es todo. (Raynal, 1780a, p. 636)
En ese capítulo, dedicado al análisis de la evolución de Rusia desde la época de Pedro I hasta 1780, la frase a pesar de que su reputación le haya permitido recibir en todas partes el título de legislador era, como señala Muriel Brot, (2018), transparente en el siglo XVIII (p. 11): la misma refería seguramente a autores como Fontenelle y Voltaire, que, según Diderot, habían idealizado la figura del zar. En cualquier caso, la crítica a Voltaire a propósito de su Histoire ya estaba presente en las cartas que había enviado a Damilaville el 19 de octubre y a Sophie Volland el 20 de octubre de 1760, en las que lo acusaba de presentar "reflexiones antifilosóficas" y carentes de "profundidad", aludiendo a su interés por agradar a los poderosos y al carácter ligero, novelesco, poco comprometido con la patria y la virtud de sus historias (Diderot, 1997, pp. 264, 265, 274 y 275).20 No está de más recordar aquí la importancia que los enciclopedistas otorgaban a la independencia con respecto al poder, tal como se puede observar, por ejemplo, en el Essai sur la société des gens de lettres et des grands, sur la réputation, sur les mécènes, et sur les récompenses littéraires (1753) de Jean le Rond d'Alembert.
Para Diderot, la historia, antes que ocuparse de reunir datos y documentos, debía resaltar las acciones virtuosas de los hombres y cuestionar los actos crueles y oscuros que habían provocado pesares a la humanidad. Sobre esta base pudo defender más tarde la Histoire des deux Indes frente a las críticas de Grimm,21 diciendo que no le importaba el método utilizado en la escritura de la historia, sino el carácter filosófico y político del texto. En este último sentido, celebra que el trabajo de Raynal "tome por los cabellos a los tiranos civiles y religiosos". "El libro que amo es el que los reyes y los cortesanos detestan, el libro que hace nacer a los Brutos", concluye en ese escrito (Diderot, 1995, p. 772).
La imagen de Rusia que se desprende, en cualquier caso, del mencionado capítulo que Diderot dedica a Rusia en la Histoire des deux Indes es diferente de la presentada por Voltaire y Fontenelle. En efecto, allí el editor de la Encyclopédie analiza la evolución de Rusia desde el debut del reinado de Pedro I hasta 1780 y evalúa las grandes empresas realizadas por Pedro I y Catalina II, adoptando una posición diferente de la de los autores mencionados. Si bien reconoce las grandes cualidades y las buenas intenciones del "reformador del imperio" (Raynal, 1780a, p. 631) y no niega los cambios favorables que sus políticas generaron en Rusia, tales como la reforma del clero o la creación de canales, un puerto y barcos que favorecieron el intercambio comercial (p. 636), no deja de señalar las debilidades de esos proyectos. Afirma, como ya se pudo observar en el pasaje citado, que las pocas leyes que estableció "llevan las marcas de su ferocidad" y que no se preocupó por "combinar la felicidad de su pueblo con su gloria personal" (p. 636). A continuación, añade que no "aflojó las riendas del despotismo" y que "la nación continúa languideciendo en la pobreza, la servidumbre y la opresión" (p. 636). En suma, Diderot considera que la civilización de Rusia es aún una tarea pendiente y espera, aunque con cierto pesimismo, que Catalina II pueda realizarla en el futuro (p. 637). Con ese fin esboza las líneas de un "plan" civilizatorio, retomando lo que algunos años antes había desarrollado en sus Mélanges philosophiques, historiques, etcétera, pour Catherine II, que redactó para la emperatriz Catalina II de Rusia durante su estancia en San Petersburgo entre 1773 y 1774, y en Plan d'une université, que envió a Catalina II en mayo de 1775. Entre otras cosas, menciona la necesidad de "acordar la tolerancia de todas las religiones" y de "destruir todo tipo de esclavitud" (pp. 638, 640).
Diderot no trata de decir simplemente que Pedro I y Catalina II no alcanzaron los objetivos que se habían propuesto. Su crítica es más profunda. Considera que sus acciones tuvieron fallas estructurales y que aquellas innovaciones técnicas y producciones artísticas -con las que él mismo colaboró-22 que se pueden observar en sus tiempos, no implicaban un verdadero "plan" civilizatorio, que requería, según Diderot, la abolición de la servidumbre, algo que ni Pedro I ni Catalina II habían hecho. Por esa razón, afirma que "es necesario comenzar por el principio" (p. 640). Entiende que el proceso civilizatorio tiene etapas y que la primera requiere la libertad, el trabajo y la creatividad de los hombres. Recién después de esa primera etapa, pueden desarrollarse la industria, el comercio y las bellas artes:
De la destrucción de todos los tipos de esclavismo surgirá un tercer estado, sin el cual no hubo jamás en un pueblo ni artes, ni costumbres, ni luces (...). En todo es necesario comenzar por el principio y el principio implica aquí favorecer el desarrollo de las artes mecánicas y las condiciones de base. Aprended a cultivar la tierra, trabajar las pieles, producir tejidos y veréis rápidamente el surgimiento de familias ricas, de cuyo seno saldrán niños que no verán con buenos ojos la penosa labor de sus padres y comenzarán a pensar, a disertar, a componer versos, a imitar la naturaleza. Así, veréis aparecer poetas, filósofos, oradores, escultores y pintores. (p. 640)
En este marco y con cierto eco de las críticas de Jean-Jacques Rousseau al zar23, Diderot va a cuestionar los intentos de Pedro I y de Catalina II de intentar trasplantar los resultados alcanzados por una nación extranjera en Rusia, sin ocuparse de sentar allí las bases para que estos puedan ser genuinamente producidos:
(...) la corte de Rusia hará esfuerzos inútiles para ilustrar al pueblo trayendo hombres célebres de todas las naciones. Esas plantas exóticas morirán, como lo hacen las plantas de origen extranjero trasplantadas en nuestros cerros. Será inútil la construcción de escuelas y academias en San Petersburgo; será inútil el envío de individuos a París y a Roma, para que se instruyan bajo la tutela de los mejores profesores. Esos jóvenes, al retorno de sus viajes, se verán obligados a abandonar los talentos adquiridos, para ocuparse de tareas de poca importancia, que les permitan alimentarse. (p. 640)
Poco después, explica que si "se examinan los progresos de las sociedades" y "se sigue el curso de la naturaleza", del que, por otra parte, añade, sería "inútil intentar apartarse", se comprenderá que una nación permanecerá en "un mismo estado de barbarie" hasta que "las circunstancias hagan brotar del propio suelo" las condiciones que la saquen de este (pp. 640, 641). Inmediatamente, exhorta a los rusos a cultivar la tierra, y agrega que de las ciencias y las artes nacidas de allí emergerá un nuevo y "auténtico" orden, mientras que aquel que resulta del trasplante de "modelos extranjeros" no es más que una "débil copia" (p. 641). Añade que hasta que no llegue ese momento los esfuerzos realizados se agotarán "sin fruto" (p. 641). La política, es verdad, puede contribuir, acelerar el proceso civilizatorio, pero este debe, para ser genuino, ser el producto del propio suelo. Como señala Ezequiel Adamovsky, se observa allí una idea de desarrollo de abajo hacia arriba, que prioriza el aspecto socioeconómico sobre el político-cultural (Adamovsky, 2000, p. 253; 2006, p. 54).
De esta manera, se puede advertir que mientras que Voltaire parece justificar el voluntarismo y el carácter autoritario de Pedro, aun cuando esto implicara ejercer violencia contra la naturaleza ["él ha forzado la naturaleza (...), pero lo ha hecho para embellecerla. Las artes, que ha trasplantado (...) parecen en la actualidad originarias del país al que las ha llevado" (Voltaire, 1957, p. 597)], en la medida en que esto le había permitido alcanzar resultados acordes con los que él consideraba que caracterizaban a una nación moderna: innovaciones técnicas, comercio, desarrollo artístico, etc., Diderot no ve en esos indicadores más que aspectos elogiables, pero insuficientes para poner en marcha un verdadero proceso civilizatorio. Como señala Carolyn Wilberger, el editor de la Encyclopédie estaba en desacuerdo tanto en el método como en los resultados alcanzados por Pedro. Según el filósofo, este había forzado la naturaleza24 y había conseguido con ello un producto inauténtico (Wilberger, 1976, p. 251). Pero Diderot no cuestiona en esta época de su vida solamente a Pedro y a sus sucesores, sino a la figura misma del déspota ilustrado ["usted escuchará decir que el gobierno más dichoso será el de un déspota justo, decidido, ilustrado ¡Qué extravagancia!" (Raynal, 1780b, p. 481)], en la medida en que el poder absoluto ahoga el desarrollo de las sociedades. En el caso de Rusia, en particular, consideraba que ese tipo de poder, al que Catalina no había renunciado, mantenía al pueblo esclavizado e impedía la formación de un tercer estado, un elemento que consideraba esencial para que se pusiese en marcha un proceso de auténtico desarrollo (p. 485).25 Como consecuencia de esto último y de otros obstáculos que consideraba que se oponía a la reforma de la nación -el clima, la extensión del imperio y la imagen que el pueblo ruso tenía de sí mismo,- se muestra, en esta 3a edición de la Histoire des deux Indes, mucho menos entusiasmado que Voltaire con respecto al pasado y el presente de Rusia, así como acerca de sus posibilidades en el futuro (p. 482).
CONCLUSIÓN
Larry Wolff, tras los pasos de Albert Lortholary (1951, p. 272), afirmaba hace algunos años que Voltaire en su trabajo lleva aún más lejos el "mito" acerca de la figura del zar instalado por Fontenelle en el ya mencionado Éloge du Czar Pierre I (Wolff, 1994, p. 202), y Michel Mervaud (1999b) sostiene que "el cuadro que presenta del reinado de Pedro es tan idílico que el lector siente por momentos estar leyendo un cuento de hadas" (p. 267). Asimismo, Inna Gorbatov (2007) sostiene que "Voltaire fue cautivado por la imagen del 'milagro ruso'" (p. 383), y Muriel Brot (2018), en un trabajo más cercano a nosotros, no duda en decir que en el texto Voltaire utiliza la "ficción" y la "fábula" con el propósito de elevar la figura del zar (p. 12). Como hemos intentado mostrar (ii), el texto presenta debilidades, que alejan a Voltaire, por momentos, del programa que había presentado en el prefacio (i), manipulando, forzando, en algunos casos, las fuentes, para favorecer la imagen de Pedro; deteniéndose en aspectos secundarios de la vida privada del zar o dedicando a las costumbres o las reformas en el terreno de las artes, la religión, etcétera, un lugar menor que el que se puede esperar. Sin dejar de reconocer estas falencias, parece necesario, no obstante, matizar ese tipo de interpretaciones, que asocian el texto a la mitología o la ficción,26 en la medida en que no permiten apreciar el interés por la búsqueda de la verdad que animó a Voltaire, el cual lo llevó a reunir una abundante documentación (en la mayoría de los casos se trata de trabajos de primera mano, muchos de ellos, como se ha señalado, inéditos hasta ese momento); a buscar testimonios que respaldaran su información; a conferir una gran importancia a la crítica de las fuentes y a las reflexiones acerca de la metodología de la historia, que lo llevaron, entre otras cosas, a dejar de lado material poco confiable y a evitar ceder a la intención de aquellos que deseaban que escribiera un mero panegírico; a corregir muchos de los errores que le señalaron los académicos rusos, que revisaron sus manuscritos, y a utilizar datos provenientes de disciplinas "científicas" en formación, como la economía o la demografía, características que alejan el trabajo de la historiografía del siglo anterior, dominada por los recursos retóricos, las anécdotas y las descripciones de la vida privada de los protagonistas.
Por otra parte, como se ha visto (iii), el trabajo pone de relieve ciertas diferencias entre Voltaire y Diderot a propósito de los métodos utilizados y los resultados alcanzados por el zar Pedro I y sus sucesoras, así como, en general, sobre el papel de los monarcas en la historia y las condiciones necesarias para reformar una sociedad, que los llevaron a periodizar de manera diferente la historia rusa, colocando su época dorada en el pasado y el presente, el primero, y proyectándola en el futuro como una tarea todavía por realizar, el segundo, algo que resulta llamativo, en la medida en que ambos suelen ser ubicados -con justicia, en cierto modo- bajo las mismas categorías historiográficas.27