Fuente: archivo personal del autor, Cementerio Nuestra Señora del Carmen, San Juan de Río Seco, Cundinamarca, Colombia, 2017. “Nadie podía pensar que la muerte ya los había elegido. Aunque sus cuerpos estaban intactos, sus mentes ya habían aceptado su pronta desaparición”. (Bellatin 1999, 43)
Fuente: archivo personal del autor, Cementerio de San Juan de Río Seco, Cundinamarca, Colombia, 2016. “Silenciosa y sin mirarme, la muerte otra vez pasó delante de mí. ¿Qué has hecho? La muerte no respondió”. (Machado 1984, 43)
Fuente: archivo personal del autor, Cementerio de Chía, Cundinamarca, Colombia, 2018. “Un alma sin cuerpo es tan inhumana y atroz como un cuerpo sin alma”. (Mann 2005, 69)
Fuente: archivo personal del autor, Cementerio de Chía, Cundinamarca, Colombia, 2018. “Es la muerte. Sí. La muerte. Y ninguno de ellos lo sabe, ni quieren saberlo. No se compadecen de mí. Se divierten. -Oía las voces y el ritornelo como si fueran muy lejanos, pues la puerta estaba cerrada. A ellos les da lo mismo, pero también ellos morirán”. (Tolstoi 1990, 45)
Fuente: archivo personal del autor, Capilla Cementerio de Zapatoca, Santander, Colombia, 2015. “Primero esperaba a la gente; pensaba que regresarían todos. Nadie se había ido para siempre; la gente se marchaba por un tiempo. Pero ahora solo espero la muerte. Morirse no es difícil solo da miedo. No hay iglesia. El padre no viene por aquí. No tengo a nadie a quien confesar mis pecados”. (Aliextrevich 2005, 63)
Fuente: archivo personal del autor, Cementerio del Sur, Bogotá, Colombia, 2019. “Hoy estamos acá para pedir por las benditas ánimas. A las ánimas de los N. N. por la salud de Raúl. A las ánimas de los N. N. para que John salga pronto de la cárcel”. (Diario de campo, 2018)
Fuente: archivo personal del autor, Cementerio del Sur, Bogotá, Colombia, 2019. “Se considera que quien se acoge a ella y lleva puesto este objeto no irá al infierno, y en caso de que deba pagar algo en el purgatorio, lo hará, y no durará mucho tiempo porque la Virgen lo llevará al cielo”. (Diario de campo, 2019).
Fuente: archivo personal del autor, Cementerio de Cota, Cota, Cundinamarca, Colombia, 2019. “¡Ayúdame! ¡Sálvame de la infamia y la muerte! Tú, que estás llena de dolor, inclina con piedad tu rostro hacia mí y mi sufrimiento”. (Goethe 1971, 64)
Fuente: archivo personal del autor, Cementerio del Sur, Bogotá, Colombia, 2018. “[…] Para que vires cuanta lámpara, cirio, trabajo o sortilegio que venga en contra mía y revoque en el cuerpo de mis enemigos […]”. (Diario de campo, 2018)
Fuente: archivo personal del autor, Cementerio de Cota, Cundinamarca, Colombia, 2019. “Partiré en dirección a aquel aspecto tuyo que la Muerte debe revelarme / Con el corazón angustiado, el alma ansiosa, la mirada vaga, / Y toda la conciencia de la aventura poniéndome ondas en la sangre… / Yo partiré hacia la Muerte, sin nada que espere encontrar / Pero dispuesto a ver cosas prodigiosas del otro lado del Mundo”. (Pessoa 2012, 123)
Fuente: archivo personal del autor, Cementerio del Sur, Bogotá, Colombia, 2018. “Aquí viene todos los días lunes una mujer que hace rato adoptó una de las bóvedas de los N. N. Ella llega a las tres de la tarde se sienta en frente, prende una veladora, limpia la sepultura, le reza y antes de irse a veces les deja flores”. (Diario de campo 2018)
Fuente: archivo personal del autor, Cementerio del Sur, Bogotá, Colombia, 2018. “Moriré, pero mi memoria sobrevivirá”. (Mankell 2008, 1)
Fuente: archivo personal del autor, Cementerio de Almeida, Boyacá, Colombia, 2018. “Mis propias manos, después de vuestra muerte, os han lavado, os han vestido y han derramado sobre vosotros las libaciones funerarias; y hoy, Polinice, por haber sepultado tus restos, ¡he aquí mi recompensa!” (Sófocles 1976, 124)
Yo vi a más de un millar sobre la puerta de llovidos del cielo, que con rabia decían: ¿Quién es este que sin muerte va por el reino de la gente muerta? (Dante Alighieri 1922, 46)
No existe un consenso sobre el número de desaparecidos en Colombia. Según un estudio realizado por el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), en el país fueron desaparecidas forzadamente 82.998 personas entre 1958 y 2017. El Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses (INMLCF) ha comunicado a la opinión pública que la cifra de desaparecidos en el país puede superar los 90.000 casos y ha implementado un plan de búsqueda de desaparecidos en los cementerios (INMLCF 2019). Por su parte, desde 2013, la Dirección de Derechos Humanos del Ministerio del Interior ha adelantado diagnósticos en diferentes cementerios del país en búsqueda de personas no identificadas; en 2018 informó que a la fecha se habían visitado un total de 387 municipios ubicados en 31 departamentos del país y se habían encontrado 30.750 registros de personas inhumadas en condición de No Identificadas (N. N.) e Identificadas No Reclamadas, de las cuales 26.395 corresponden a N. N. (Ministerio del Interior 2018).
En mi trabajo como antropólogo he realizado investigaciones relacionadas con derechos humanos y la búsqueda de personas no identificadas en cementerios de diferentes regiones del país. Esto ha sido posible por la coyuntura política que ha vivido Colombia en los últimos años en donde el tema de la desaparición ha ocupado un lugar en la agenda pública que se evidencia en la creación de la Unidad de Búsqueda de Desaparecidos y del Sistema de Información Red de Desaparecidos Cadáveres (Sirdec), en la implementación de normatividad (Decreto 303 de 2015 del Ministerio del Interior) y en el interés de los medios de comunicación por cubrir noticias relacionadas con este tema, que antes solo eran expuestas por organizaciones sociales. A partir de mi experiencia profesional y de esta coyuntura ha surgido un interés por comprender la manera como la sociedad se relaciona culturalmente con estos cuerpos sin identificar en los cementerios.
Abordar el tema de los desaparecidos implica, como lo sugiere (Gabriel Gatti 2011, 2017), tener en cuenta el uso que se hace de esta categoría ya que genera ambivalencias. Esta comenzó a utilizarse bajo la categoría de detenido desaparecido durante la década de 1970 en Argentina, en donde se refería a un caso específico de desaparición forzada bajo un contexto sociopolítico que enfrentaba la nación. Sin embargo, el término empezó a difundirse a otras latitudes con contextos diferentes y a incorporarse dentro de un lenguaje jurídico, político y social. De allí que existan dificultades para asimilar realmente qué se entiende por el concepto “desaparecido” o a qué hace referencia en concreto. La única certeza que se tiene es que son personas que no están ni vivas ni muertas y que se encuentran caracterizadas por “una ausencia, vacío e irreprensentabilidad” (Gatti 2015, 26) (ver figura 5).
Esta irrepresentabilidad se asemeja a la observada en los cementerios con relación a los casos de los cuerpos sin identificar, cuya principal característica es el anonimato y sobre la cual tampoco hay una claridad para definirlos. De allí que existan diferentes maneras para nombrarlos. En el ámbito médico legal se utiliza “cuerpo no identificado” bajo la sigla CNI, en el contexto de los derechos humano se opta por “persona no identificada” (PNI) y en el uso cotidiano estos cuerpos se denominan como N. N., sigla que proviene de la expresión latina nomen nescio (desconozco el nombre) y que en español se ha utilizado como “ningún nombre”. Esta última ha servido para etiquetar los cuerpos de los fallecidos de los cuales se desconocen su identidad y cuyos sitios de inhumación (bóveda, tumbas, osarios o fosas comunes) suelen marcarse con dichas iniciales (ver figuras 1, 2 y 3).
En el contexto colombiano se asume que parte de los desaparecidos se encuentran inhumados en los cementerios del país bajo las siglas CNI, PNI o N. N., como lo evidencian los comunicados del INMLCF, la Fiscalía, el Ministerio del Interior y organizaciones o asociaciones que buscan el paradero de estos cuerpos. Esta relación resulta interesante porque nos permite cuestionar cómo es el vínculo que se establece entre el desaparecido y el espacio posible de su destino final en las representaciones que giran en torno al desaparecido como muerto (ver Colombo 2017, 249-250).
La muerte hace parte de la condición humana y esto hace que nos relacionemos con ella en diferentes momentos de nuestra vida. De esta manera, los cementerios constituyen un ámbito espacial donde se generan prácticas sociales relacionadas con la muerte (González 2007). Estos lugares forman parte de lo que se conoce en la literatura académica como deathscapes (necro paisajes) y que incluyen otros escenarios como funerarias y territorios conmemorativos, los cuales nos permiten abordar la manera como habitamos y usamos estos espacios a través de prácticas fúnebres, conmemoraciones y peregrinaciones (Castro 2017; Klaufus 2014). Diversos autores han estudiado las características de estas manifestaciones culturales y prácticas sociales en los camposantos nacionales. Oscar Iván Calvo (1998) ha realizado investigaciones en el Cementerio Central de la ciudad de Bogotá relacionadas con las jerarquías sociales que se evidencian cuando hay una reapropiación del cementerio por parte de los sectores populares a través de prácticas mágico-religiosas, como por ejemplo el culto a las almas benditas, tema que también ha sido abordado por la antropóloga (Gloria Inés Peláez 2001) al analizar la santificación de los muertos por medio de rezos y ofrendas en las tumbas de personajes públicos.
Este vínculo entre los vivos y los muertos se logra gracias a las características de liminalidad que tienen los cementerios y que se manifiesta en las particularidades sagradas de estos espacios. Al ser lugares en donde reposan los restos de los antepasados, se crea un significado especial en la memoria que trasciende a la manera como nos comportamos en estos escenarios. De allí que sea común adoptar ciertas prácticas como el silencio, caminar despacio, rezar, golpear suavemente las bóvedas, realizar ofrendas o dialogar en un tono de voz bajo (Villa 1993).
Uno de los comportamientos que más llama la atención tiene lugar los días lunes, conocido en la tradición católica como el día de las benditas ánimas, ya que suelen realizarse peregrinaciones a los cementerios para rezar y pedir por aquellas almas que permanecen en el purgatorio(1) y entre las que se cree, por parte de los peregrinos, se encuentran las de los cuerpos sin identificar, de los que se desconoce su procedencia -aunque se asume en la mayoría de los casos que provienen de un contexto violento- y cuyos lugares de inhumación permanecen desamparados, por lo que se asume habitan en un espacio liminar (purgatorio) que les permite generar vínculos a cambio de ofrendas.
En la ciudad de Bogotá, uno de los cementerios más representativos es el Cementerio del Sur que es visitado asiduamente durante el día de las benditas ánimas (ver figura 6). Este cementerio es administrado por el distrito y está localizado en el tradicional barrio Matatigres, donde hay talleres automotrices, locales de ornamentación y comercio de material de construcción de segunda mano. La edificación del cementerio se remonta a la década de 1940 y ha sido el lugar de inhumación de personajes populares de la historia reciente de Colombia. Allí se encuentra la tumba del célebre y popular payaso Bebé, quien fue ícono de la televisión nacional durante la década de 1980, pabellones de bóvedas y osarios de asociaciones de trabajadores, transportadores, bloques de bóvedas denominados como pabellones de los N. N. Además, durante la toma del Palacio de Justicia en 1985 fueron inhumados cuerpos en una fosa común en donde recientemente fue construido el Parque Villamayor que colinda con el camposanto.
En 2018, el equipo de antropología forense de la Universidad Nacional de Colombia realizó un censo en este cementerio para determinar la cantidad de casos de cuerpos sin identificar que se encuentran inhumados y las condiciones de su inhumación. Este estudio mostró que la mayoría de los casos corresponden a una causa de muerte violenta. Apreciación que es compartida por los peregrinos, quienes suelen asumir que los casos de los cuerpos no identificados están asociados a hechos de violencia urbana, conflicto armado, desapariciones o han tenido una mala muerte, como se menciona coloquialmente, lo que ubica a sus almas en el espacio de las benditas ánimas.
A partir del siguiente fragmento del diario de campo de una de las visitas al Cementerio del Sur, se evidencia la manera como las bóvedas de las personas no identificadas se asocian a las ceremonias oficiales a las benditas ánimas que cuentan con la participación de un sacerdote y peregrinos:
Al llegar al cementerio lo primero que me llama la atención es la peregrinación que se lleva a cabo alrededor del pabellón de las ánimas, ubicado en el costado occidental del camposanto, el cual cuenta con una imagen de la Virgen del Carmen y dos cámaras en donde se ubican veladoras, y frente al cual se celebran ceremonias católicas, durante las cuales los sacerdotes recuerdan la importancia de rezar por las almas del purgatorio y cumplirles por los favores recibidos.
La antesala de las misas está enmarcada por la disposición de un altar frente al pabellón por parte del presbítero, el cual transporta desde la entrada del cementerio una mesa de madera, un mantel blanco, el cáliz, una cruz y hostias para las ceremonias. Mientras se encuentra organizando los elementos para iniciar la Eucaristía, se acercan sigilosamente los visitantes y entregan un papel que contiene las peticiones y ofrendas a las benditas almas. La ceremonia inicia con un saludo que destaca el esfuerzo que han hecho los feligreses para acudir hasta el camposanto, sobreponiéndose a las condiciones ambientales de lluvia, sol y los molestos mosquitos que abundan en el lugar. Posteriormente, el cura anuncia las peticiones y la dedicación de la Eucaristía, leyendo cada una de las postulaciones: “a las ánimas de los N. N. por la salud de Raúl”, “a las ánimas de los N. N. para que me paguen el arriendo”, “a las ánimas de los N. N para que Jhon salga pronto de la cárcel”. (Diario de campo, 2019)
Los símbolos que componen el altar de las benditas ánimas resultan fundamentales para comprender cómo el territorio de lo sagrado permite un encuentro entre los cuerpos sin identificar y los peregrinos (figura 7). En la tradición católica colombiana, la Virgen del Carmen se reconoce como la patrona de los conductores y siempre se representa en compañía de un escapulario en la mano, el cual resulta indispensable dentro de la iconografía católica, pues como lo relató una visitante recurrente del cementerio: “se considera que quien se acoge a ella [la Virgen] y lleva puesto este objeto, no irá al infierno, y en caso que deba pagar algo en el purgatorio, lo hará y no durará mucho tiempo porque la Virgen lo llevará al cielo” (comunicación personal, Bogotá, mayo de 2019). Por esto resulta habitual que en las ofrendas a las bóvedas de los cuerpos sin identificar, realizadas a través de la disposición de lápidas, se incluya esta figura mariana en las inscripciones fúnebres, teniendo en cuenta, además, que la figura se relaciona con la de la buena muerte, entendida como aquella que tiene lugar en la paz y tranquilidad, en contraposición a la mala muerte que es asociada a hechos violentos, homicidios, accidentes o una muerte lejos de sus familiares (figura 7).
Al lado del altar de la Virgen del Carmen se observan diferentes ofrendas: botellas con agua, velas, flores y placas con mensajes de agradecimiento por las peticiones concebidas, lo que refleja un sincretismo religioso (ver figura 7). Este paisaje evidencia una similitud con manifestaciones culturales alrededor de la muerte que se presentan en otros lugares de Hispanoamérica, como la celebración del día de los muertos en México, que se caracteriza por la disposición de ofrendas, flores, calaveras, banquetes, velas y cuya importancia sociopolítica resulta relevante en la construcción de una identidad nacional y cohesión social (Brandes 2006; Lominitz 2005). Al igual que ocurre en la celebración del día de los difuntos, en la ceremonia del día de las ánimas, el agua y el fuego tienen un rol fundamental en este encuentro entre los vivos y los muertos, ya que se cree que una de las características que tienen las almas que se encuentran en el purgatorio -entre las que están los N. N.- es que por sus condiciones de liminalidad pueden realizar favores al encontrarse en la frontera de lo terrenal y lo celestial. Pero a cambio, se les debe ayudar en su recorrido hacia la salvación, por lo cual, para iluminarlos, se ofrece fuego por medio de velas y para saciar la sed y purificarlos, se ofrece el agua y oraciones para acompañarlos y solicitarles favores.
En los cementerios también se realizan prácticas de adoración a las benditas ánimas al margen de las ceremonias oficiadas por los sacerdotes, lo cual evidencia una ruptura con las jerarquías y la autoridad (Losonczy 2001). Allí cobra importancia los sitios de inhumación de las personas no identificadas que suelen intervenirse por medio de adornos, ofrendas, artilugios y oraciones, en otras palabras, existe una apropiación de estos espacios que irrumpe con los reglamentos de las autoridades de los cementerios (ver figuras 8 y 9). El relato etnográfico presentado a continuación evidencia cómo se lleva a cabo esta manifestación cultural:
Antonia(2) es una mujer que acudió todos los lunes por cinco años a un cementerio ubicado en un pueblo del departamento del Tolima. Cuando la conocí me comentó que la primera vez que asistió a rezarle a las ánimas fue en compañía de su amiga Elizabeth y tomó esta decisión luego de ver cómo los problemas en su matrimonio no se solucionaban. Fue allí cuando su amiga, que también leía las cartas, le reveló en una sesión de tarot que su esposo tenía una amante que estaba “velándolo” para destruir su hogar. Entre las recomendaciones que le ofreció su amiga hechicera se encontraba acogerse a las ánimas benditas y orar para que el trabajo que le habían realizado se devolviera.
Desde ese día, Antonia tomó la decisión de ir cada lunes en la tarde a realizar su oración enfrente de la bóveda de un N. N., poner una vela para pedirle por su matrimonio. Luego de mudarse a Bogotá, la visita a los cementerios ha continuado y su peregrinación la ha llevado a acudir al pabellón de las ánimas del Cementerio del Sur (Diario de Campo 2018).
La oración a la que hace referencia Antonia se conoce como una oración de limpieza y se debe rezar a determinada hora frente a la bóveda del ánima que se está invocando para lograr sus beneficios. De esta manera, Antonia siempre carga consigo el papel que le entregó su amiga Elizabeth hace más de cinco años: “[…] para que vires cuanta lámpara, cirio, trabajo o sortilegio que venga en contra mía y revoque en el cuerpo de mis enemigos […]” (Diario de campo 2018). Esta oración nos permite ingresar a otro terreno en el que se desenvuelve la devoción a las benditas ánimas y es el mágico religioso, que evidencia cómo las ayudas o favores que se solicitan a estos cuerpos sin identificar pueden ir desde la cura de enfermedades o la obtención de dinero, hasta la ayuda para poner o quitar maleficios, al evidenciar una violencia de características simbólicas en donde se representan disputas al interior de la familias, problemas en las relaciones sentimentales y la violencia urbana (Uribe 2003). Allí se espera que la ayuda de estas ánimas permita ganar la batalla a la que se enfrentan: la infidelidad, la enfermedad o la protección de las balas, como lo dejan ver medios nacionales e internacionales, quienes bajo seductores titulares -“El lugar donde rezan los delincuentes” (Kienyke 2015) o “Lunes de bajo mundo y culto a las ánimas” (Cosoy 2017)- han escrito crónicas y reportajes sobre la peregrinación de delincuentes para pedir su protección a las ánimas. (Pilar Riaño Alcalá 2006) evidencia cómo los muertos se constituyen en organizadores centrales de las memorias colectivas de los jóvenes que habitan en contextos de violencia urbana, bandas y conflicto armado en Medellín, lo cual se logra a través del uso del lenguaje, los altares a los muertos y las visitas a las tumbas en los cementerios.
En muestra de agradecimiento por las ayudas recibidas por parte de las ánimas de los N. N., Antonia decidió poner una lápida en la bóveda de la persona no identificada a la que le hizo las oraciones. Esta práctica es habitual en los diferentes cementerios del país, como lo ha evidenciado el artista (Juan Manuel Echevarría en el documental Réquiem N. N. 2013), donde presenta la apropiación de bóvedas de personas sin identificar en el cementerio del municipio de Puerto Berrio, Antioquia, a orillas del río Magdalena. Esto ha llamado la atención de los administradores de los cementerios y trabajadores (ver figura 13) que la encuentran como una de las principales manifestaciones culturales que se presentan alrededor de las bóvedas, sepulturas y fosas comunes de los cuerpos sin identificar y que va en contra del reglamento del cementerio, como lo relató uno de los trabajadores de un cementerio municipal, al recordar a una visitante habitual:
Aquí viene todos los lunes una mujer que hace rato adoptó una de las bóvedas de los N. N. Ella llega a las tres de la tarde, se sienta en frente, prende una veladora, limpia la sepultura, le reza y antes de irse a veces le deja flores. Hace un año ella me pidió el favor que le colocara una lápida agradeciéndole a las ánimas porque había estado muy enferma y los médicos no daban con el chiste, pero gracias a las oraciones se alentó.
Al leer los epitafios que se disponen sobre las bóvedas se encuentran “acción de gracias a las benditas almas por los favores recibidos”, “recuerdo de sus amigos”, “acción de gracias a las benditas almas olvidadas”, acompañadas en ocasiones de la poderosa imagen de la Virgen del Carmen. Esta práctica evidencia la materialización de los favores recibidos y nos recuerda el célebre Ensayo sobre el don de (Marcel Mauss 2009), en donde el autor destaca los tres momentos que existen alrededor del don como el dar, recibir y devolver. En este caso, por medio de las lápidas se devuelven los favores o regalos recibidos de parte de las ánimas de estos cuerpos sin identificar (ver figuras 11 y 12).
Esta veneración a las benditas ánimas en los cementerios permite la consolidación de lo que se conoce como una memoria hábito, la cual refiere a aquellas memorias que se desarrollan en la práctica, uso y apropiación del espacio (Ricoeur 2001). En palabras de (Andrés Castro y Daniel García 2015), en los cementerios suele crearse una memoria mágico-religiosa que está presente en la vida cotidiana de los cementerios y se adapta a los cambios y las rupturas con una mayor resistencia (Castro y García 2015, 41). Estas memorias se consolidan en los lugares de inhumación de los cuerpos sin identificar a través de un lenguaje verbal (oraciones y ceremonias) (ver figura 6), escrito (inscripción y apropiación de bóvedas) (ver figuras 1, 2, 11 y 12) y corporal (reverencia) (ver figura 8). Esto genera varios interrogantes en la coyuntura actual del país: ¿cómo articular estas memorias con las memorias institucionales y oficiales alrededor de la ambivalente categoría de los desaparecidos? ¿Qué similitudes y/o diferencias se pueden trazar con otro tipo de memorias construidas sobre las representaciones de los espacios del desaparecido como muerto que estén por fuera de los cementerios?