Palabras clave: lexicografía, español en América, indigenismos, americanismos, Alonso de Molina, batea.
1. Introducción
l hilo de nuestros estudios sobre los tres vocabularios (1555-1571: VMC,
VCM55 y VCM71) de fray Alonso de Molina (tan alejados del caudal léxico inventariado por Nebrija en el Vocabulario castellano-latino), hemos examinado los indoamericanismos que se documentaron en 1555, con anterioridad a la fecha de la primera documentación apuntada en el DCECH. Corominas no pudo consultar el primer diccionario de Alonso de Molina y, en concreto, para los préstamos indígenas se sirvió de sólidos precedentes (Friederici, 1960). Anteriormente hemos sugerido una filiación no indoamericana para batea (Galeote, 2012, pp. 151-174), que es necesario discutir con detenimiento, por lo que en esta ocasión volveremos a considerar la cuestión con nuevos datos y testimonios, muchos obtenidos por la informatización del fichero de la Real Academia Española.
Los indigenismos que oyeron los españoles se incorporaron progresivamente a la lengua hablada y a la escrita, según atestiguan las fuentes documentales y los textos mejor conocidos (cronísticos, histórico-geográficos o científicos) (Galeote, 1997; Enguita, 2004). Sin embargo, carecemos del diccionario o de la monografía histórico-lingüística que nos permita conocer la acomodación de tales extranjerismos en el español, y nos faltan estudios sobre fuentes complementarias de carácter no literario.2 Tras las concordancias y lematización de todo el caudal léxico del VCM55 (López-Bernasochi y Galeote, 2010), hemos examinado los indoamericanismos y, especialmente, los nahuatlismos como aguacate, cacao, chile, ocote o tomate, incrustados en el castellano (Galeote, 2012).
El misionero franciscano Alonso de Molina, convertido en lexicógrafo, inventarió los vocablos "nuevos", que ya nombraban en lengua española la novedosa realidad indígena que contemplaba con sus propios ojos. Las voces antillanas, unidas a las nuevas palabras mexicanas, matizaban los usos lingüísticos orales de una nueva sociedad, con una cultura material diferente: nombres de flora, fauna y artefactos nuevos se deslizan en las equivalencias castellanas del náhuatl. Lope Blanch (1999) dejó escrito que se habían incrustado algunos antillanismos en los diccionarios de Molina: "voces de origen americano -antillano o nahua- que figuran por primera vez en el diccionario del misionero franciscano" (pp. 336-337). En efecto, con finas dotes de observador del mundo físico, de la naturaleza y de los condicionamientos materiales de la sociedad novohispana, el franciscano recopila terminología (magueyes, mayz verde, cacao; tamales y tortillas; axi, chile, tomate o aguacate); observa la tecnología material de fabricación de petacas; los usos medicinales del çumo de maguey; relata los "ensangrentados" sacrificios indígenas "delante de los ydolos", etc. Lo mismo que Nebrija, Molina prosiguió acomodando en las entradas castellanas aquellos préstamos indígenas que ensanchan el caudal terminológico de nuestra lengua, nos informan sobre la historia del español hablado en la frontera americana e ilustran los complejos mecanismos de adaptación a las estructuras lingüísticas del español, oral y escrito, a mitad del siglo xvi. A menudo, los términos indígenas que más tarde se convirtieron en préstamos Molina los siente todavía como extranjerismos: auacatl, chilli, tomatl, xical, xaguey, etc.3
Los franciscanos trabajaron en grupo y tenían buena preparación cultural, con capacidad de observación científica; trabajaban sin prisa y sin plazos; la muerte no iba a frenar su ímpetu, pues el esfuerzo individual lo continuaban las propias órdenes religiosas; prestaban atención a lo exótico o excepcional, pero también a lo cotidiano y habitual, por lo que fueron agentes idóneos para el trabajo de campo que exigían las empresas lingüístico-misioneras en que se embarcaron (Cuesta Domingo, 2010, pp. 323-330). Breva Claramonte (2008) ha enfatizado cómo "los misioneros ampliaban, corregían y pulían las artes y los vocabularios que les habían sido legados por sus antiguos correligionarios" (p. 33). Entre las dificultades se señala que "tuvieron que empezar a escuchar nuevos sonidos y a estudiar palabra por palabra", y también que fueron "lingüistas sin haber tenido cursos especiales sino solo papel, tinta, capacidad de escuchar y mucha mística y entrega" (Hernández de León Portilla, 2003, pp. 4-5). Se olvida que les sobraba entusiasmo y les faltaba técnica gramatical y lexicográfica. Entre cientos de páginas impresas por Molina (pues no se han localizado los manuscritos), los investigadores del español en América encontramos descripciones de aquella coyuntura sociolingüística, aprovechables para el análisis de múltiples aspectos de la historia de la lengua española, de la variación dialectal y del vocabulario hispanoamericano.
2. Un término de discutida filiación: batea (< de batear )
En las entradas de la sección castellana de los diccionarios de Molina hay una considerable gavilla de términos que reflejan el estadio del español que se estaba forjando al otro lado del Atlántico, en la segunda mitad del siglo xvi.
El origen o filiación de batea ha sido objeto de reiterados análisis. La RAE defendió la procedencia caribe de la voz desde 1925 (15.ª ed. del DRAE) hasta 1956 (18.ª ed.), pero propuso filiación arábiga en 1992 (21.a ed.: de batiya 'gamella'); en tanto que en las dos últimas ediciones del DRAE (22.a ed.: 2001; y 23.a ed.: 2014, s.v. batea) propone una forma hipotética del árabe hispánico *baṭíḥa, descendiente del árabe clásico baṭīḥah 'lugar llano'.
Fijémonos ahora solo en dos entradas, encabezadas por batea, la voz que nos ocupa, en el VCM55 del franciscano: "Batea4 o cosa assi. Quauh xicalli; Batea para lauar oro. Teocuitlapaconi. Quauh apaztli. Quauh xicalli" (VCM55, s.v.).
Cuando acudimos al inverso vocabulario náhuatl-castellano, para las tres formas hallamos las equivalencias que siguen: "Teocuitlapaconi. Batea o cosa semejante para lauar oro; Apaztli. Lebrillo, o barreñon grande de barro;5 Quauh apaztli. Batea; Quauh xicalli. Batea o cosa semejante hecha de madera; Xicalli. Vaso de calabaça".
Al consultar los casos de xical (también xicalas) en el VCM55, no hallamos ninguna entrada propia para el nahuatlismo indígena. Hay que rastrearlos dentro de las entradas siguientes: "Echar cacao de vna xical a otra para que haga espuma; Machucar cañas, xicalas o cosas assi; Quebrar o quebrantar xicalas, cacao o cosas semejantes, secas" (López-Bernasochi y Galeote, 2010, s.v.).
En consecuencia, de acuerdo con las tres equivalencias indicadas en náhuatl (teocuitlapaconi, quauh apaztli, quauh xicalli), Molina distinguía tres bateas, esto es, tres recipientes diferentes, hondos y de una sola pieza (independientemente de que se utilizaran para lavar el oro): a) 'recipiente o vasija enteriza de madera' (así se fabricaban las artesas castellanas, talladas de una sola pieza en el tronco de un árbol); b) 'recipiente o vasija de barro', que había salido de manos de un alfarero; y c) 'recipiente o vasija de calabaza' (Alvar Ezquerra, 1997, s.v. jícara)
El conocimiento de otras realidades materiales puso ante los ojos de los españoles (y de los franciscanos) un nuevo recipiente americano, con nombre exótico todavía en 1555 por haber sido descubierto en aquellas tierras mexicanas: xicalli, xical, xicala 'jícara'.
A las artesas (de madera de una pieza para que no se escapara el líquido) y los lebrillos (de barro cocido y hasta vidriado) o palanganas, se sumaba un nuevo cuenco, obtenido artesanalmente a partir de una calabaza o fruto similar, una vez seco y manipulado a conveniencia. Ya el Diccionario histórico de la Academia (1936) destacaba que había "diferentes hechuras, tamaños y materias". Alvar Ezquerra (1997, s.v.) aportó como documentación una decena de citas para tal 'vasija hecha especialmente con el fruto de algunos árboles'. En ninguna de las fuentes cronísticas se menciona que la 'vasija' sirviera para lavar oro. Así, pues, hay que separar los nombres de los objetos, de las tres escudillas o cuencos artesanales, si queremos entender la acomodación de los préstamos batea y jícara en español.
Para el DCECH, el flagrante extranjerismo xical se convirtió en préstamo con la forma jícara 'vasija de calabaza honda' hacia 1540. Corominas y Pascual suponen que de las tres formas léxicas que han confluido en batea una podría tener filiación arahuaca. Conviene añadir con respecto al DCECH que hay documentación antillana fechada anteriormente. Por ahora, la fecha de 1ª doc. de batea hay que adelantarla a 1509 en Puerto Rico (Navarro Tomás, 1998, p. 179). Desde 1510 hay abundante documentación sobre bateas de lavar y de servicio en documentos no literarios puertorriqueños. Según el CORDE, una carta de Alonso Zuazo (datada en 1521) combina el derivado bateada con batea y nos hace suponer que la voz tuvo muy tempranamente un frecuente uso en América: "hase hecho la experiencia tomando una batea de aquella tierra, y lavando una bateada della salieron cinco castellanos de oro". La documentación más temprana de batea en el CORDE online se encuentra en 1517. Por Friederici (1960) sabemos que el vaso con el que se tomaba la bebida azteca llamada chocolate se fabricaba con el fruto de la Crescentia cujete l.
Respecto de la filiación indoamericana hay quienes se alinean con la hipótesis de que el término era de procedencia antillana (Enguita, 2004, p. 42, pp. 138-139; Hernández, 1996, pp. 54-60), porque "antillana ha de ser la voz, como lo dijeron los cronistas y como está aceptada en lo general" (Santamaría, 2000, s.v.). En la documentación no literaria (Boyd-Bowmann, 1987) están las bateas de lavar desde 1528 en tierras mexicanas; sin embargo, el vocablo no aparece en ninguno de los documentos que manejan otros investigadores (Company y Melis, 2002) ni pertenece al léxico indígena mexicano (Lope Blanch, 1979). Del uso antillano hemos visto la misma documentación de 1510 (Tanodi, 1971). Como indigenismo se halla en el TLEPR (2005). No es indigenismo para varios investigadores reconocidos (Alvar Ezquerra, 1997, s.v.) y se reconoce abiertamente su origen incierto (DA, 2010, s.v.).
Los diccionarios del franciscano muestran con claridad que, en cuestión de realidades materiales, hay que separar los nombres (batea, artesa, escudilla, jofaina, etc.) y los objetos con los que se vinculan. Por tanto, el referente de batea era 'recipiente', 'vaso', 'cuenco' o 'dornajo', que además se usaba para lavar oro. Al menos, parece que primeramente servía como 'escudilla'. La finalidad de lavar oro parece sobrevenida o posterior. La documentación hispánica de batea 'recipiente' incluye las tierras colombianas, las islas Canarias y Andalucía (véase más abajo). En las tierras colombianas, como ya estudió el maestro Montes Giraldo, es muy común la voz batea, con usos y significados bien descritos. A nuestro juicio, una muestra de la vitalidad del término se halla en las nuevas acepciones que ha generado en Colombia, en cuyo vocabulario del tabaco se venteaban en una batea de madera las hojas de tercera calidad o picadura (Montes Giraldo, 1962, p. 35).
El franciscano Alonso de Molina alfabetizó en el VCM55 la voz en dos entradas consecutivas de la sección castellana, para las que estableció equivalencias en náhuatl [f. 31v.], que apenas se modificaron en la segunda versión de su diccionario (1571, la que usa el DCECH).
Dado que pueden haber confluido varios homófonos en batea, es imprescindible diferenciar los referentes.6 Si Molina traducía en 1555 con batea un 'recipiente de madera, enterizo, hondo, sin asas, que podía usarse también para lavar oro' (según el análisis morfológico del náhuatl quauh xicalli, teocuitlapaconi y quauh apaztli), hay que plantear la hipóteis de que la materia del objeto, la forma del recipiente cóncavo y la función han configurado la evolución histórico-lingüística y dialectal de la voz. El lexicógrafo franciscano había comparado la realidad española y americana, así como los nombres patrimoniales e indígenas. De donde deducía que 1) hay bateas de madera; 2) estas tienen forma de recipiente hondo (Hernández, 1996, p. 59, n. 52); y 3) que pueden usarse también con la finalidad de 'lavar oro', pues teocuitlapaconi se aplica al 'bol de madera para lavar oro' (TEOTL-CUITLAT-PACA-LO-NI 'wooden bowl for washing gold', según Campbell (1985, p. 312)).7
Consideradas todas estas circunstancias, y a la vista del Amerikanistisches Wörterbuch (Friederici, 1960), a nuestro juicio no hay inconveniente en considerar que tempranamente de batear pudo generarse el derivado bateada 'cantidad de líquido, granos o arena que cabe en una batea' (DA, 2010, s.v.), lo mismo que batea,8 puesto que bateada, batea y batear en América no se pueden separar de las formas patrimoniales llegadas de Castilla.
En palabras de Friederici (1960), se trata de un arcaísmo castellano (alt-spanisch) que se convirtió en viejo americanismo (alt-amerikanisch): "Mag ein altes Wort batea alt-spanisch sein, das in Amerika gebrauchte Wort batea ist allem Anscheine nach atl-amerikanisch" (s.v. batea). El DCECH apuntó que podría tratarse de un mero postverbal castellano del antiguo batear (de baptizare), en el sentido primitivo de 'pila bautismal'. Si seguimos esta pista, no habría problema en aceptar (Santamaría, 2000) que "la palabra no se halla en castellano antes del Descubrimiento" ni tiene uso peninsular, aunque su amplia difusión americana puede apuntar al modo de expandirse los antillanismos, pues hasta pasó al tagalo (Hernández, 1996, p. 57; García-Medall, 2009, p. 269).
Admitido el rango de americanismo, debemos plantear si nos hallamos ante un neologismo creado a partir del fondo léxico patrimonial adaptado, de acuerdo con la realidad y con las tradiciones lingüísticas e ideológicas de los pobladores (Enguita, 2004, pp. 171-186). Puesto que hay varios objetos nombrados como batea, lo que nos parece propiamente autóctono es el utensilio o 'recipiente de calabaza'. Tanto con la batea, como con el dornajo de barro o la artesilla de madera, los indígenas lavaban oro.9
Hasta el momento, no disponemos de documentación de batea 'concha de bautismo', postverbal de batear 'bautizar'. Este verbo está bien documentado desde 1256 hasta 1500 en el CORDE. Las papeletas lexicográficas del fichero digital de la RAE lo registran en los "Libros de Caballerías" (apud fichero online de la RAE, s.v. batea). El Diccionario histórico de la Academia (1936) aporta documentación para batear 'bautizar' del Libro de Alexandre, de Berceo, de la Crónica General, de las Partidas de Alfonso X, de la Gran Conquista de Ultramar y de obras de Don Juan Manuel. Si se considera la hipótesis de que batea fuera el nombre recibido por el cuenco o concha para bautizar a los indígenas con el agua bendita, cobrarían pleno sentido las palabras del franciscano fray P. Simón, quien añadía que este dornillo de madera tenía otros usos10, como ya en 1555 había sugerido entre líneas el Padre Molina.
Nos hacen falta documentos tempranos en los que de manera clara se utilice la batea para cristianar, pues solo disponemos del que sigue (1673):
Ocupado en enseñar a los niños a rezar las oraciones [...] estaba ya disponiendo el bauptizarlos [...] Vamos allá todos, y veremos como los baptizan [...] y fuimos en compañía a nuestro claustro, adonde estaba la mesa con la batea y cántaro al pie de la cruz, todo mui limpio y aseado [...] yo me arrimé a la mesa con los muchachos, a quienes hice hincar de rodillas y repetir las oraciones que sabian, y despues les pregunté si querian ser cristianos, y respondieron todos que sí. (F. Núñez de Pineda y Bascuñán, El cautiverio feliz, 1673, apud CORDE).
En esta misma línea, conviene añadir el testimonio que sigue (1909), incluido en un tratado histórico de arquitectura medieval española: "Tuvo la iglesia [...], gran retablo de batea" (apud CORDE, s.v. batea).
3. Conclusiones
Las consideraciones precedentes vendrían a confirmar que las circunstancias ideológicas y religiosas, que la vida cotidiana imponía en las circunstancias particulares de la frontera lingüística y religiosa del mundo hispano-indiano, condicionaron la lengua española, como demuestra la temprana lexicografía misionera hispánica. Sus orígenes evangelizadores y contrarreformistas11 muestran a las claras la importancia de administrar el bautismo a los gentiles. En consecuencia, había una necesidad cotidiana de la concha de batear (bautizar).
En conclusión, si en las Antillas se produjo la primera adaptación del idioma de los españoles al de los habitantes autóctonos, y si de aquellas islas procede el más importante caudal de americanismos, el antillanismo batea resultaría ser un tempranísimo americanismo, nacido de un arcaísmo castellano, que tuvo una gran e imprevisible difusión en Hispanoamérica, gracias a la religión católica, a la necesidad religiosa de cristianar (batear) a los seguidores de las idolatrías.12 Concurrían, pues, en las entradas del VCM55, xenismos, indoamericanismos, americanismos y formas patrimoniales castellanas.
Si de aquellos habitantes de las islas antillanas los españoles tomaron "los nombres que luego, lejos de ser sustituidos por los nombres correspondientes propios de otras lenguas de otros pueblos más adelantados, fueron junto con el español propagados a las otras tierras exploradas más tarde" (Menéndez Pidal, 2005, p. 767), también en contacto con aquellos isleños (a los que se apresuraban a convertir al catolicismo), surgieron nuevos desarrollos léxicos, como batea 'receptáculo del agua bendita' (de batear o bautizar).