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Revista Colombiana de Cardiología
versión impresa ISSN 0120-5633
Rev. Colom. Cardiol. v.17 n.4 Bogota jul./ago. 2010
Correspondencia: Dr. Hernando Revelo. Universidad Libre, Seccional Cali. Cali, Colombia. Correo electrónico: desalud@unilibrecali.edu.co
Recibido: 21/06/2010. Aceptado: 30/06/2010.
«No existe otro pensamiento que haya polinizado tanto sus ideas a otros campos del pensar como el Humanismo».
El Humanismo, esa voz creada en 1880 para expresar el movimiento intelectual que se produjo en Europa durante el siglo XIII al XV, fisurando la escafandra de la escolástica medieval se sumerge en el estudio del hombre, en su libertad de pensamiento, en su ideal humano, en su individualismo. Esta paternidad que la historia sabe agradecer porque en su arado ya estaba ensemillándose el ideal del hombre moderno, se la debemos a sus precursores Francisco Petrarca, Giovanni Bocaccio, Pico de la Mirándola, Erasmo de Rotterdam, Antonio de Nebrija, Juan Luis Vives y Tomás Moro.
La palabra «humanista» podría tener el más antiguo de su significado, el que tuvo en el Renacimiento, cuando se usaba para designar a las personas que se dedicaban al estudio de las humanidades, particularmente la historia y las letras de la antigüedad, griega y latina. Otro de sus significados alude a quienes se comportan con humanidad ante los otros, es decir la benevolencia, la filantropía (no es mi interés en esta disertación, mas sí, la definición y argumentación que Tzvetan Todorov hace en «El jardín imperfecto»); el ser humano como sujeto génesis de sus propios actos, el ser libre para decidir sus actos y éstos por supuesto guiados por la voluntad, de otro modo Todorov habla de la autonomía del Yo (la libertad), la finalidad del Tú (la fraternidad), y la universalidad de los Ellos (la igualdad).¿No será esta la concepción del Humanismo liberal o clásico que da origen al Renacimiento en la Reforma, y su luz alcanza la Revolución Francesa con sus grandes humanistas: Montaigne, Montesquieu, Rousseau y Constant?
Se pudiera decir que los propenáutas de la barca de los antiguos pasa a la barca de los modernos sobre el mar del Renacimiento, gracias a esas luces de navegación del Humanismo que estableció nuevas rutas en la bitácora del pensamiento humano.
Fue por esa época donde apareció ese invento de inventos, ese milagro del Renacimiento, esa luciérnaga de palabras dejando huella en la memoria de hierro de los linotipos; el libro, que orienta el ideal del hombre moderno. El Renacimiento, época de atrevimientos y contradicciones; el astrónomo Copérnico publica su sistema heliocéntrico y desplaza el geocentrismo y en el plano humano, el teocentrismo es sustituido por el antropocentrismo, como nos lo recuerda Todorov: Yo, debo ser fuente, Tú, su objetivo, Ellos, pertenecen a la misma especie humana, lo que Kant llamaría las tres fórmulas de una sola y misma ley. Esto constituye verdaderamente el pensamiento humanístico.
Ya Vesalio por esa época daba a conocer su «Humanis corporis fabrica». Esta medicina del Renacimiento es la medicina del pensamiento anatómico. La disección venía del arte, de los pintores, de los escultores, que con su espíritu humanista querían conocer el cuerpo humano para elevarlo a la categoría de lo estético. Por eso médicos, artistas y boticarios pertenecían al mismo gremio. Un sólo árbol, el más frondoso y sabio para nombrar el bosque. Leonardo Da Vinci, pintor, escultor, arquitecto, físico, cosmólogo, geólogo, ingeniero, poeta, anatomista e inmortal.
Es por ese camino del Humanismo «donde el símbolo no es menos que el signo, donde el mito no es menos que el discurso ni el arte menos que la ciencia; donde se puede estar más allá de la antinomia entre racionalismo e irracionalismo y se acepta con igual respeto la religión y el ateísmo». Es por ese camino donde la Medicina y la Literatura se topan, se reconocen, se abrazan, se rechazan y establecen para siempre un diálogo perpetuo como dos disciplinas humanísticas.
No es un diálogo fácil, es un diálogo en conflicto permanente porque la Medicina a pesar del pensamiento lógico que desarrolla, siempre terminará diagnosticando la enfermedad, mientras que la Literatura, la poesía que indaga el alma, el anime del ser humano, terminará encontrando al hombre que hay en la enfermedad. En otras palabras, con la Medicina nos damos cuenta cuántos son los latidos del corazón; con la Literatura y con la poesía, nos damos cuenta por quién y para quién son esas palpitaciones que a veces se salen de cause y cogen por los esteros del amor o del desamor, con un frenesí, sin brújulas ni sextantes.
Como la literatura fermenta su buen vino de palabras en esa ánfora de vaticinios y deslumbramiento que es la poyesis (la poesía, la creación) muchas patologías han sido descritas literariamente desde antes de ser estudiadas científicamente, por ejemplo: la celotipia estudiada por los psiquiatras, ya estaba en el «Otelo» de Shakespeare, en la furia de Hera frente a la insaciabilidad sexual de Zeus, en la mitología griega. El síndrome de Pickwick, esa narcolepsia endocrina que padecen los obesos, la aprendimos primero en Charles Dickens que en el libro de Medicina Interna de Harrison. La enfermedad de las languideces (tisis o tuberculosis), magistralmente la describe Alejandro Dumas, hijo, en la bella cortesana de «La dama de las camelias», Margarita Gautier.
La descripción clínica psicológica del paciente tuberculoso en la «Montaña mágica» de Thomas Mann, es la totalidad del ser humano en la enfermedad. Dostoievski describe su propia enfermedad, la epilepsia, en su obra «El idiota» a través del príncipe Myskin.
El misterioso cerebro antes de que el Dr. Ives Chatain en sus clases de neuroanatomía nos los enseñara, ya Homero (toda la literatura es un pie de página de la «Ilíada» y la «Odisea»), se había adelantado sólo 29 siglos con la descripción perfecta en el canto IX de la Ilíada, donde Oileo es golpeado por la punta de la lanza de Agamenón, en medio de las cejas; el bronce del casco no pudo detener la ira de la lanza y ésta le atravesó el hueso frontal hasta encontrar los pormenores del cerebro y vaciarle todo su cántaro de sueños y de encéfalo. Antes de que el Dr. Calonje nos enseñara su manual de ortopedia y traumatología, ya habíamos aprendido de Flaubert en «Madame Bobary» los detalles de la cirugía ortopédica que Carlos Bobary había realizado en el pie chapín de Hipólito, cirugía desastrosamente rigurosa que lo dejó inválido para siempre. Y qué decir de ese tratado de Semiología que es «Cien años de soledad» en donde todos los años por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaban sus carpas en Macondo, dirigidos por un gitano corpulento de barba montaraz y manos de gorrión llamado Melquíades.
Ese trashumante que iba por el mundo recogiendo los últimos inventos de los sabios alquimistas de Macedonia, sobrevivió al pelagra en Persia, al escorbuto en el archipiélago de Malasia, a la lepra en Alejandría, al beriberi del Japón, a la peste bubónica de Madagascar, y murió cuando le dio la gana en Macondo sólo como un pretexto para seguir viviendo a su manera, encerrado en el taller de pescaditos de oro del coronel Aureliano Buendía. La peste del insomnio, la que trajo la india guajira llamada Visitación y que contagió a todo Macondo. El Dr. Vicente Trezza amigo de García Márquez recibió una carta del Dr. Gambeti del Instituto de Neuropatología de Cleveland, Ohio, donde le pedía el contacto con un tal García Márquez, escritor costeño que había descrito la enfermedad del insomnio, y le decía que estaba dispuesto a enviar cinco científicos del Instituto para estudiar a los Buendía; contactado García Márquez sólo atinó a decir que eso había sido un ejercicio de la imaginación y que no le hiciera caso y que si no soñaban era porque no lo necesitaban. Mucho tiempo después se descubrieron cinco casos de insomnios perpetuos; ese es el Realismo Mágico, la imaginación, inventando la realidad.
La avitaminosis geofágica de Rebeca a través de sus grandes bocados de cal y tierra, o la gonococcia de los Mellizos, José Arcadio Segundo y Aureliano Segundo, tan idénticos que fueron confundidos al nacer y el uno quedó como el otro y el otro como el uno pero ambos a su vez eran tan diferentes quedaron iguales, tanto que engañaron a Petra Cotes en la cama pero no a la blenorragia y tuvieron que acudir donde Pilar Ternera, su abuela babilónica para que les hiciera instilaciones uretrales con aguas diuréticas y lavativas de permanganato de potasio.
La ruptura prematura de membranas por la que muere Remedios incinerada por fiebres inclementes. Amaranta Úrsula quien fallece cuando la comadrona se le acaballa en el vientre grávido produciéndole una ruptura uterina, cuya hemorragia desentendió el ruego de la vida porque su sangre era inmune a todo, menos a las fragilidades del amor incestuoso y prefirió la muerte, porque su hijo concebido con su sobrino Aureliano Babilonia era el único de la estirpe de los Buendía que en un siglo había sido engendrado con amor y que no alcanzó a llamarse Álvaro Rodrigo Gabriel Babilonia Buendía del Carpio Iguarán porque se lo llevaron las hormigas para siempre. Nacido con cola de cerdo, que no es otra cosa que la expresión poligénica y la carencia de acido fólico causantes de esa malformación llamada espina bífida. Y así sesenta y una patologías más en esa saga de los Buendía condenados a cien años de soledad y que no tendrían jamás otra oportunidad sobre la tierra, a tal punto que su escritor tuvo que recurrir al Nobel para suplicarle al mundo que les dieran al menos una segunda oportunidad sobre la tierra y ahí los tienen otra vez desbaratando el mundo en aras de la soledad.
El helenista Werner Jaeger en su libro la Medicina en la formación de «La Paideia» (entendiendo esta como la educación, instrucción, ciencia y las artes liberales, es decir la cultura) concluye que la Medicina es génesis de la cultura griega y del desarrollo de la filosofía griega.
Por eso la Literatura le debe a la Medicina parte de su existencia y esta última le adeuda a la primera lo que tiene de eternidad; esto lo entendió muy bien Goethe quien colocó en labios de Wagner, el asistente de Fausto, este aforismo hipocrático «Vita brevis, ars longa» (Breve es la vida, largo el arte).
La Medicina y la Literatura se hacen falta, se necesitan para sobrevivir a los olvidos del hombre. Basta leer las descripciones médico-literarias de Vesalio, Hipócrates, Paracelso, Paré y Próspero Reverand. No se equivoca Harold Bloom cuando dice que Freud pasará a la historia como un literato, aunque los freudianos dirán que será la padeciente historia con Harold Bloom a bordo, la que tendrá que someterse al diván.
Aunque pienso desde el superyó de mi inconsciente que el Psicoanálisis es una enfermedad inventada por los psicoanalistas y que se cura con el Psicoanálisis. Me incomodan los estereotipos freudianos, su séquito de monjes, su procesión de fieles. Después de haber soportado ese tsunami de psicoanalistas del siglo pasado, aun quedan en el sargazo de la playa libros como el de William Stekel «Poesía y neurosis», miren la perla, el estereotipo, el diagnóstico como INRI «el poeta no es sicótico sino neurótico, que a través de la poesía libera sus inhibiciones»… Patologizar es manía de psiquiatras. Si los poetas tienen el inconsciente por fuera, a la intemperie, por eso son diáfanos como la luz que se oculta en los faros ciegos. Borges, el amado Borges, sin ninguna pretensión lo resolvió de la mejor manera: toda persona bien examinada es un neurótico. Por eso hay que incinerar los divanes, que nadie escudriñe los pormenores del corazón de nadie, no hay que permitir buceadores en los acantilados de nuestras miserias y nuestras frustraciones. Desinhibir nuestras inhibiciones nos convertirá en hombre peligrosos; que nos dejen disfrutar estos efímeros instantes de felicidad que nos da la vida; al fin y al cabo la vida no es más que una breve estación de luciérnagas en medio de dos lámparas apagadas.
No más Edipos, no más Electras; hay que buscar las represiones, afuera, esas que nos imponen los pequeños napoleones de provincia, los reyezuelos de villorrio que compensan su estatura de nomos, su pobreza de espíritu, con una algarabía de amenazas, con un poder oxidado de barrotes y picanas.
La Literatura y la Medicina al tener un compromiso ineludible con la vida y la verdad se convierten en objetivos de persecución y represión. Muchos médicos escritores han sido perseguidos por los regímenes totalitarios e intolerantes que no permiten el uso privativo de la palabra ni el porte ilegal del pensamiento. Cuando un médico escritor va al exilio, en esa dolorosa maleta de diáspora viajan con él: Antón Chéjov, Pio Baroja, Guimarães Rosas, Gregorio Marañón, Mijaíl Bulgakov, Oliver Sacks, Martin Wilnkler, William Carlos Williams, Francois Rebeláis, Fran KG. Slaughter, Sir Arthur Conan Doyle, Somerset Maughan, Ernesto Guevara de la Serna y Sinuhé el egipcio, aquel que hizo de la escritura y la medicina sus herramientas, no para alabar a los dioses porque estaba cansado de los dioses, no para alabar faraones porque estaba cansado de faraones, sino escribir para sí mismo que eran todos los hombres que llevaba por dentro.
Un libro abierto es peligroso para el bárbaro, porque conspira contra su estulticia y su asnalidad, porque en lo único en que un ser humano es libre inclinándose su cabeza es frente a un libro abierto, porque su sabia, savia, es la única esclavitud que no deshonra.
Un médico por ser escritor no será mejor médico, ni un literato por ser médico será mejor escritor, no se puede caer en esa simpleza, pero sí será un ser humano diferente, no sé si mejor o peor (esa es una discusión moral), pero sí otro desde el punto de vista de la esencia humana.
Démosle aquí una buena razón a Antón Chéjov cuando dice que la Medicina es como su esposa fiel y la Literatura su amante.
Richard Blackmore, poeta inglés del siglo XVII cirujano y médico de cámara de Guillermo III, preguntó a su famoso colega Sydenham, apodado el Hipócrates inglés, sobre qué libro debería leer para aumentar sus conocimientos profesionales, a lo que Sydenham respondió: «leed el Quijote».
Finalmente no podríamos hablar de Medicina, Literatura y Humanismo si no se tocara esa Altamira de símbolos y signos que es el cuerpo, con su andamio de huesos, con su geografía de arterias y de venas, con su ramaje de nervios, con su Ilíada de padecimientos, con su único idioma de piel donde el amor y la muerte establecen su pacto cómplice más allá de nosotros mismos, con su propia razón, con sus propios códigos, con su propio espíritu y destino. Por eso hay que despojarse de todo lo prestado, devolver lo que no nos pertenece, para ser uno mismo, esa es la libertad, y poder respetar y estar en el otro, eso es la fraternidad, y construir los ellos, esa es la igualdad, ese es el legado humanístico de Montaigne, Montesquieu, Rousseau, Constant… Personalmente creo que el pensamiento humanístico, como la Literatura y la Medicina, no deberían tener límites sino horizontes, orientes, lejanías, nunca puertos de llegadas, desde la gavia siempre mirando lontananzas. Aunque Heidegger establece finitud invitando a ser para la muerte, Neruda recomendó morir para la vida: «Para nacer he nacido», es una invitación de ser para la vida, yo estoy en esa orilla, porque si hay que morir, que sea como las estrellas dejando en la noche su esplendor de arenillas luminosas esparcidas en el cielo, o como los árboles en cuyos troncos vencidos con su ilusión de nidos y columpios derrotados, se fermenta un paraíso de crisálidas y orugas, de líquenes y larvas, donde las cigarras y los escarabajos (esos rinocerontes del rocío), le cantan a la vida, desde ese madero muerto, su metáfora de eternidad, su melopea de triunfos invisibles.
Cierto día Bernard Shaw estaba en su estudio y el jardinero le dijo: «Maestro el jardín está lleno de larvas», a lo que éste contestó: «¡Qué bueno! Tendremos mariposas».
La Medicina y la Literatura, se requieren, se necesitan, se hermanan, porque ahí donde los médicos vemos muertes, derrotas y gusanos, la Literatura, la poesía, ve cosecha de mariposas.
Lecturas recomendadas
- Medicina del Renacimiento.
- Marañón G. Lengua y Literatura.
- Rillo AG, Vega Mondragón L. Literatura y Medicina.
- Morín E. Ciencia con conciencia.
- González MA. Medicina y Literatura: un eslabón indisoluble.
- Waltari M. Sinuhé, el egipcio.
- Díaz JP. Medicina y Literatura.
- Werner J. Paideia: Los Ideales de la Cultura Griega:
- Literatura y Medicina del Dr. Dimov al Dr. Basch.
- Montiel L. Literatura y Medicina.
- Alacid E. Arte y Medicina.
- Entralgo PL. Seminario sobre Medicina y Literatura.
- Koremblit BE. Medicina y Literatura.
- Beramendi F. Medicina y Literatura – una mirada crítica.
- Senciales A. Literatura y Medicina.
- Zambrano A. Medicina y Literatura.
- Todorov T. El Jardín imperfecto.
- García Márquez G. Cien años de soledad.