Introducción y consideraciones metodológicas
En el campo intelectual internacional de los años ochenta la opinión de que el tiempo de Althusser había pasado se hizo bastante hegemónica (Benton 1984; Milner 2018), lo cual se debía tanto a las difíciles circunstancias personales que rodeaban al filósofo como a las debilidades que manifestaban entonces las distintas prácticas políticas relacionadas con el marxismo, cuya fuerza se había ido debilitado, al menos desde el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Este “declive” del marxismo, como lo llama Antoine Aubert (2020) , que se hizo patente a escala internacional a partir de los setenta, era de naturaleza política y teórica: política porque conllevó cambios en las pautas de intervención de los intelectuales y de los dirigentes de los partidos, que se desplazarían hacia posiciones socialdemócratas o conservadoras; teórica porque la actividad intelectual se normalizó y se profesionalizó, especializándose y pasando a estar sometida a las lógicas académicas ordinarias; y también se “mediatizó” en cierto modo al quedar a disposición de los medios de comunicación de masas: agentes extraacadémicos o poco reconocidos en el ámbito académico comenzarían a desarrollar un ensayismo mediático y un “periodismo filosófico” (Pinto 1994). Otro rasgo destacado que el historiador Perry Anderson (1976) vincula a esta sensación colectiva de esterilidad política es el creciente interés que los intelectuales marxistas occidentales experimentaron por las cuestiones estéticas en detrimento del activismo político.
Cabría preguntarse si esa tendencia siguió vigente en el último tercio del siglo XX y qué forma concreta adoptó. El objetivo principal de este artículo es, por tanto, comprobar hasta qué punto son ciertas las afirmaciones según las cuales las ideas desplegadas por Althusser pasaron rápidamente de moda, especialmente en el campo de la teoría literaria o de la estética (lo que implica asumir que algunas de las nociones del proyecto althusseriano que funcionan en el campo filosófico son y han sido extrapolables al campo de la crítica). Para ello, se partirá de la base de que ciertos teóricos literarios contemporáneos procedentes de diferentes zonas del mundo occidental, y particularmente de habla inglesa, han recibido la influencia de algunas de las principales tesis althusserianas en sus trabajos, pero que la circulación de estas ideas ha seguido un itinerario desigual, de acuerdo con la jerarquía constitutiva del sistema de intercambio internacional (Heilbron 2001). Lo que interesa desentrañar en primer lugar es cómo se desarrolló materialmente este proceso de influencia del althusserianismo sobre el campo de la teoría literaria, es decir, qué condiciones sociales, políticas e institucionales estuvieron en juego en la producción, en la distribución y en la interpretación del conocimiento, ya que las ideas no viajan solas, sino que lo hacen a través de la acción colectiva de múltiples agentes (intermediarios, traductores, editores, agentes literarios, académicos, representantes del Estado, etc.) (Santoro y Sapiro 2017).
La actividad intelectual de los países no sigue en absoluto una lógica autosuficiente o autárquica: por el contrario, los flujos de ideas y de modelos se inscriben en movimientos circulatorios transnacionales determinados por relaciones de poder específicas entre centralidad y periferia que conciernen a los diferentes campos (Sapiro 2013). Este prisma ayuda a entender por qué los filosofemas althusserianos (Boltanski 1975) han arraigado en los contextos angloamericanos, cuya filosofía social ha sido siempre, según Susan James (1988, 198) y Fredric Jameson (1974, X) , especialmente resistente a tesis como las de Althusser que desafían un individualismo profundamente establecido. Ya en 1998 se había traducido al inglés un tercio de los escritos póstumos de Althusser (casi 3.000 páginas) (Elliott 1998 a, 20 ) y, si se tiene en cuenta la lista (no exhaustiva) de Friedman (1995) , en la década que va de mediados de los setenta a mediados de los ochenta se publicaron más de diez obras abiertamente althusserianas (tanto libros como artículos) que trataban de un tema tan restringido como la estética. Asimismo, Pierre Macherey -quien fuera colaborador de Althusser y se dedicara durante un tiempo a las cuestiones específicamente literarias- ha experimentado una considerable internacionalización en el campo de los estudios literarios: dos de sus libros sobre literatura y la mayoría de sus ensayos han sido traducidos al inglés. Michael Sprinker (1995, 221) señala el hecho de que para el público anglófono Macherey aparece necesariamente como un teórico literario y no como un filósofo, lo que invita a reflexionar también acerca de los sesgos que puede producir el mercado de la traducción: ninguna de sus obras sobre los pensadores de la modernidad ha sido traducida al inglés, con la excepción de Hegel ou Spinoza (1979), que no apareció hasta 2011.
En los apartados siguientes se analizarán algunos de los mecanismos que contribuyeron a estructurar la importación del modelo teórico althusseriano y de la obra de Macherey; concretamente, cómo eso permitió la aparición de enfoques originales para el estudio de los objetos artísticos (es decir, en qué términos se produjo una recepción crítica en el terreno de la teoría literaria o estética) en Gran Bretaña y en Estados Unidos, cuya lengua común facilita en cierta medida la comunicación entre ambos campos editoriales e intelectuales1. Se examinará el papel que desempeñaron los agentes importadores (sus relaciones con el ámbito académico y otros, sus trayectorias y posiciones en cada uno de los campos nacionales, etc.), así como las políticas de intercambio transnacional que llevaron a cabo las instituciones no académicas (Heilbron, Jeanpierre y Guilhot 2009). En principio, esta exportación no se produjo desde un país central hacia países periféricos -dichas naciones anglófonas no pueden considerarse como tales2-, pero, teniendo en cuenta la autonomía relativa de cada campo de producción cultural, se analizará la posición específica de los campos intelectuales de los países exportadores e importadores en el espacio del intercambio internacional desde la segunda mitad de los años sesenta.
Los importadores en el Reino Unido
Las primeras reseñas de Pour Marx y de Lire Le capital las firmó Eric Hobsbawm en 1966, solo un año después de la publicación de esas obras en Francia. El propio historiador tradujo las citas utilizadas, tomadas de las primeras ediciones originales, y contextualizó la iniciativa de Althusser, trazando las principales líneas de su pensamiento (Elliott 1994, X ). Doce años después, otro historiador, E. P. Thompson, publicó The Poverty of Theory, una crítica feroz al althusserianismo, al que definió como “el estalinismo reducido al paradigma de la teoría. Es el estalinismo, por fin, teorizado como ideología”3 (Thompson 1978, 374). Curiosamente, esta diatriba se produjo justo después de que Althusser publicara su crítica condenatoria a la falta de autocrítica y de democracia interna en el Partido Comunista Francés (PCF), bajo el título Ce qui ne peut plus durer dans le Parti Communiste. En esa recopilación de artículos Althusser analizaba algunas de las causas de la derrota de la izquierda en las elecciones de marzo de 1978 y describía los métodos habituales del partido como estalinistas. Por esta razón, las acusaciones de Thompson resultaban, como mínimo, sorprendentes. El debate estaba servido.
En 1980 Perry Anderson respondió a su colega en Arguments within English Marxism, donde exploraba en profundidad esos supuestos vínculos entre el althusserianismo y el estalinismo, y matizaba algunas de esas afirmaciones. Así pues, durante este periodo se produjo la penetración de las ideas del filósofo francés en el territorio y el hecho de que suscitaran reacciones tan apasionadas, tanto favorables como desfavorables, es un indicio de que, como sugiere el título del libro de Anderson, el debate se había “nacionalizado” o adaptado de algún modo al campo intelectual británico. De hecho, la discusión de los textos de Althusser en Inglaterra se enmarca en un debate historiográfico más amplio en torno a las llamadas “tesis de Nairn-Anderson”, expuestas a partir de 1962 por los historiadores Tom Nairn y Perry Anderson. Estas pretendían explicar el carácter premoderno del bloque dominante inglés, es decir, por qué Gran Bretaña no se desarrolló, como lo hizo la Europa continental, hacia el anticlericalismo y el republicanismo y por qué no fue capaz de producir referentes “clásicos” del pensamiento marxista o de la sociología (Thompson 2007, 11-18). El escepticismo inicial mostrado por algunos historiadores, como Thompson, fue visto por el propio Althusser como una consecuencia del “carácter excesivamente sumario (y por tanto unilateral) de los pocos párrafos dedicados a la ‘historia’ en el contexto de Para leer El capital” (Elliott 1994, X), es decir, de la realización de una lectura parcial de su obra. Alex Callinicos, salido del medio oxoniense, compartía esa misma opinión y, en el temprano Althusser’s Marxism (1976), trató de ofrecer un juicio imparcial como marxista sobre el filósofo (Callinicos 1976, 9). Althusser no solo fue leído, sino que la importación de su pensamiento permitió “la construcción […] de un conjunto de significados” (Pinto 2020, 103 ) que los agentes importadores comenzaron a utilizar para otros fines.
Pero empecemos por el principio: la primera traducción al inglés de Pour Marx apareció en 1969 en Pantheon Books, una editorial norteamericana no académica (Sapiro y Dumont 2020, 36 ), aunque el texto “Contradiction and Overdetermination” se había traducido dos años antes (Mulhern 1994, 161 ). El contexto estaba marcado por la desintegración del consenso liberal y la perturbación de las “torres de marfil” que eran las universidades. Este pequeño retraso en la traducción pospuso la importación hasta el periodo posterior a 1968. El althusserianismo británico es, por tanto, un fenómeno de principios a mediados de los años setenta, es decir, un periodo en el que la intelectualidad anglófona se desplazó fuertemente hacia la izquierda (Milner 2018, 223 ). Aquellos fueron, según el crítico Francis Mulhern (1994, 167), los años de la “gran inflación althusseriana”. Acontecimientos como los de París, Praga o las protestas contra la guerra de Vietnam también influyeron en los estudiantes que buscaban un marxismo liberado de las limitaciones soviéticas, pero todavía revolucionario en la práctica (Margolies 1994). Los dramáticos sucesos de 1956 en Hungría precipitaron el nacimiento de la “nueva izquierda” inglesa, cuyo principal objetivo era revivir, al margen del Partido Comunista y contra el reformismo de la socialdemocracia, una política socialista que había quedado prácticamente extinta durante los primeros años de la Guerra Fría.
De esta deriva hacia la izquierda del campo político inglés surgió probablemente la iniciativa más potente de internacionalización del pensamiento marxista contemporáneo: la New Left Review (NLR), que desempeñó un papel fundamental en la configuración del althusserianismo anglosajón. El proceso de adquisición de capital simbólico de la NLR fue paralelo a la recepción crítica del corpus althusseriano, entre otros muchos. La revista nació en 1959 de la unión en una única revista bimensual de la New Reasoner y la Universities and Left Review. En 1963 Anderson tomó las riendas del consejo editorial y, junto a su equipo, planteó un programa para la introducción en Gran Bretaña del marxismo continental desarrollado en el periodo de entreguerras y de posguerra, especialmente en Francia, Alemania e Italia, a través de la traducción de textos teóricos clave acompañados de una breve introducción. En 1970, la NLR lanzó su propia editorial, New Left Books (NLB) (que pasaría luego a llamarse Verso). La política editorial consistía, de nuevo, en hacer accesibles en inglés las obras más importantes de la tradición marxista europea, pero también se proponía crear una corriente de obras autóctonas. Reading Capital fue la primera traducción de Althusser, que apareció ese mismo año. Le siguieron Lenin and Philosophy (1971) y Politics and History (1972). Durante esa fase de los setenta, a la que Elliott denomina el “giro althusseriano” de Anderson, otros miembros del consejo editorial compartían las simpatías por Althusser (Elliott 1998b, 54).
Más tarde, Anderson negaría el carácter específicamente althusseriano de la revista en ese periodo, aunque reconocería que se trataba de un modelo teórico muy productivo para la interpretación del pasado y del presente (Anderson 1980, 13). Pero una comprobación empírica rápida revela que el filósofo francés estuvo más presente que otros pensadores: desde principios de 1967 la NLR publicó ocho artículos, comentarios o entrevistas sobre Althusser (n.os 41, 55, 64, 71, 101, 102, 104 y 109), mientras que solo se publicaron seis sobre Lukács, cinco sobre Adorno, Colletti y Sartre, cuatro sobre Gramsci y Timpanaro, y tres sobre Goldmann (Milner 2018, 205-206 ) -por no hablar de otros autores de la corriente althusseriana que también cupieron en la revista o directamente en NLB, como Nicos Poulantzas-. En los márgenes de la universidad Althusser también tuvo un impacto vinculado a la radicalización de los departamentos de English studies en la década de los sesenta, los cuales habían estado dominados hasta entonces por enfoques humanistas o moralistas (Margolies 1994). Como explican Morgan y Baert (2015), la resistencia mostrada a partir de los sesenta por la jerarquía académica, representada por Oxford y Cambridge, a la influencia de las ciencias sociales y a la pluralidad de nuevas perspectivas teóricas procedentes del exterior (feminismo, marxismo, semiótica, psicoanálisis, fenomenología, hermenéutica, estructuralismo, etc.) en los estudios ingleses produjo un conflicto en el campo académico con aquellos sectores que abogaban por una renovación disciplinar. Esta hostilidad llevó a la articulación de proyectos alternativos y periféricos como la revista Screen o el Birmingham Centre for Contemporary Cultural Studies and Theory, Culture and Society (CCCS) de Stuart Hall y Raymond Williams, para los que Althusser se convirtió en una referencia patente (Mulhern 1994, 167; Dworkin 1997, 220 ).
El polo estético del “althusserianismo” británico
Althusser supuso para muchos intelectuales británicos una introducción al marxismo y al estructuralismo (así como a pensadores vinculados al psicoanálisis, como Lacan) en un momento en el que el estructuralismo comenzaba a transformarse en posestructuralismo. La complejidad estructural de la totalidad defendida por el althusserianismo (sobredeterminación de las diferentes coyunturas, determinación en última instancia, autonomía relativa de las prácticas, etc.) permitía la interpretación de los fenómenos artísticos o literarios en cuanto que prácticas producidas por sus propios medios y con efectos ideológicos específicos, y no simplemente desde un punto de vista filológico (Mulhern 1992, 12 ). En cuanto a los desarrollos de la teoría literaria o estética, la mayoría de los lectores de Althusser y de Macherey seguían bajo la égida de la NLR, pero también tenían sus propios proyectos. El programa de trabajo y de formación que caracterizó a los estudios culturales se nutrió de la teoría althusseriana de la ideología, que sugería que la cultura o la ideología no eran simplemente la expresión de la experiencia vivida, sino su condición previa, el fundamento de la conciencia y de la subjetividad. Los autores de la revista Screen de la Universidad de Glasgow -muchos de los cuales también trabajaron en el CCCS- se consagraron a investigaciones sobre la ideología de la forma en las prácticas cinematográficas, siguiendo asimismo a los formalistas rusos.
Incluso la teoría de la cultura de Raymond Williams, que ha sido considerada como la antítesis humanista de la sensibilidad althusseriana, es deudora del pensador francés. De hecho, en Marxism and Literature (1977), Williams (1977, 4) reconoce que Althusser es -junto al canon ya clásico de los marxistas occidentales- una de las lecturas que inspiró el libro. A su vez, es imposible no pensar en el Macherey de Pour une théorie de la production littéraire (1966) cuando, a partir de los años ochenta, Williams comenzó a utilizar expresiones como medios de producción cultural, reproducción o productores culturales, si bien en ello se percibe también la huella de la sociología de la cultura de Bourdieu. Por otro lado, a partir de 1976, Red Letters, la revista de literatura del Partido Comunista, difundió algunos análisis literarios en clave althusseriana y publicó traducciones fragmentarias del libro de Macherey, cuya obra completa se leyó en francés hasta 1978, cuando apareció A Theory of Literary Production en la editorial Routledge4. Terry Eagleton también había leído a Macherey en su lengua original, pues publicó Criticism and Ideology. A Study in Marxist Literary Theory en 1976. Esta obra representaba una respuesta tanto a Macherey -a quien consideraba “el primer crítico althusseriano”- como a Raymond Williams, y además ponía de manifiesto la principal diferencia entre el althusserianismo francés y el inglés: mientras que Pour une théorie de la production littéraire tenía mucho en común con un texto claramente estructuralista como Critique et vérité, la obra de Eagleton, publicada diez años después, marcaba distancias tanto con F. R. Levis como con el marxismo culturalista de Williams (Milner 2018, 223 ). Fue también la obra que lo consagró definitivamente como crítico marxista, a partir de la cual desarrolló una carrera de enorme productividad que acabó dirigiendo hacia otros campos.
Eagleton desarrolló un sistema de interpretación de los textos literarios que permite entenderlos como productores de ideología y como elementos ideológicamente determinados. Pero no hay una teoría eagletoniana de la ideología como podría decirse que hay una althusseriana; la primera está implícita en su teoría de las condiciones de producción de los textos, sobre la que los propios textos guardan silencio. Conviene detenerse algo más en esta figura mediadora (Martínez 2013), que para algunos representa “la primera oleada de la crítica literaria anglófona de inspiración althusseriana” (Carmichael 2005). La influencia de Althusser y de Macherey ha sido reconocida explícitamente por el autor en varias ocasiones, quien siempre aclaró que no se trataba de una influencia total o acrítica (Eagleton 1986, 1-8; Eagleton 2006, XVI). En esa obra, que nació al calor de la discusión en unos seminarios sobre crítica marxista que organizó en Oxford, Eagleton tomó prestado de Althusser y de Macherey el concepto de producción aplicado a los textos literarios y aceptó sus críticas a la “totalidad expresiva”. Cuando Eagleton diferencia entre el modo general de producción (GMP, por sus siglas en inglés) y el modo literario de producción (LMP, por sus siglas en inglés), asumiendo que este último mantiene una autonomía relativa respecto del primero (y por lo tanto varios LMP pueden coexistir en el mismo GMP o crear relaciones que no son necesariamente homólogas), avala el principio expuesto ya en Lire Le capital por el propio Althusser y por Balibar, y después ampliado por el primero en Sur la reproduction (1969), según el cual una formación social se conforma a partir de la convivencia de diversos modos de producción y se descompone en varias “regiones” o niveles semiautónomos.
Como el propio crítico reconoció más tarde, ese énfasis en la autonomía relativa de la superestructura servía en realidad a tres propósitos: una crítica de izquierda al estalinismo -un recordatorio de tendencia maoísta de que el cambio en la infraestructura nunca será suficiente para alcanzar el socialismo-; una concesión al reformismo eurocomunista -un rechazo de la lucha de clases en la esfera de la producción en favor de la lucha en las instancias autónomas del Estado-; y la disociación de las instancias de la formación social soviética, que permitía reconocer la naturaleza económica socialista de la Unión Soviética separándola de su forma política antidemocrática (Eagleton 1986, 6 ). En su momento, Eagleton se refugió en un marxismo más riguroso que, al igual que el de Williams, se interesaba por las prácticas “materiales” del arte, pero prestaba verdadera atención a “las estructuras constitutivas de dicha práctica”, algo que, no obstante, el humanismo de Williams parecía dejar de lado (Eagleton 2006, 44). Creo que se desprende de lo anterior que, por un lado, el trabajo de Eagleton aspiraba a estudiar particularmente el fenómeno de la sobredeterminación en la literatura y, por otro, pretendía “corregir” la epistemología althusseriana, en ocasiones demasiado rígida. La distinción entre ciencia e ideología carece de sentido para él: la literatura representa un acceso más inmediato y experiencial a la ideología, pero al mismo tiempo comparte con la ciencia la aproximación a su objeto a través de categorías (en este caso, género, símbolo, convención, etc.) (Eagleton 2006, 101). En la propuesta de Eagleton, una formación social contiene varios modos de producción literaria, uno de los cuales es el dominante. El crítico defiende asimismo la existencia de una ideología general (GI, por sus siglas en inglés), de una ideología del autor (AI, por sus siglas en inglés) y de la ideología estética (IA, por sus siglas en inglés), ya que lo que persigue dilucidar no es simplemente el proceso de producción y de consumo de los textos literarios, sino la función de esta producción en el aparato ideológico cultural.
Esos primeros procesos (producción y consumo) tienen lugar a través de instituciones específicas de producción literaria como editoriales, librerías, bibliotecas, entre otras. El segundo proceso (la función ideológica) ocurre en las instituciones encargadas de definir y difundir las “normas” literarias (academias literarias, sociedades de libros y asociaciones de lectores, periódicos y revistas literarias, etc.). La interacción en las formaciones sociales desarrolladas entre la subestructura literaria del aparato ideológico cultural y el aparato ideológico se produce en el seno del aparato educativo (Eagleton 2006, 56 ). Como postuló Macherey siguiendo a Althusser, la función ideológica de la literatura consiste en reproducir las condiciones de producción del modo de producción dominante a través del aparato escolar. Como vemos, Eagleton se adhiere a esa tesis, pero considera que el aparato escolar es una institución “secundaria” del aparato ideológico cultural, mientras que las editoriales serían “primarias” porque existen como tales y a su vez se insertan en el GMP. Respecto a la ideología en cuanto tal, Eagleton rechaza la concepción de la ideología como “falsa conciencia” y, a la manera althusseriana, la concibe como un “conjunto de ‘discursos’ sobre valores, representaciones y creencias que, materializados en determinados aparatos materiales y relacionados con las estructuras de producción material, reflejan así las relaciones experienciales de los sujetos individuales con sus condiciones sociales” (Eagleton 2006, 54). Pero, desde mi punto de vista, lleva un paso más allá la analogía de Macherey según la cual el texto representa la “puesta en escena” de la ideología: para el teórico británico, el texto es una determinada producción de ideología del mismo modo que una representación dramática implica no una mera reproducción, sino una transformación productiva del texto en el que se basa. También es crítico con la idea de que el texto literario expone las contradicciones y las ausencias de la ideología y las “resuelve” estéticamente, puesto que Macherey no distingue entre contradicciones de niveles de sentido y contradicciones de forma; dichas contradicciones son realmente fruto de la producción de ideología de la obra. Los grados de conflictividad o de homología de la ideología respecto de la historia están relacionados con las formas generales de percepción y de representación inherentes a la estructura de los propios significados ideológicos.
Aunque la trayectoria de este crítico se fue abriendo hacia otras coordenadas de carácter posestructuralista, a lo largo de los años mantuvo de una forma u otra su vinculación con el espacio althusseriano de Macherey mediante la realización de capítulos o prefacios, que son, según Boltanski (1975), estrategias de presentación que buscan aumentar el valor de los grupos importadores mientras se afirma la autoridad del autor importado. Y, si bien Eagleton fue el importador fundamental del pensamiento estético althusseriano de Macherey, no fue el único. Su trabajo de juventud sirvió para establecer a Macherey como interlocutor definitivo en un debate al que se sumaron otros miembros del campo académico inglés: Tony Bennett con Formalism and Marxism (1979) o Catherine Belsey con Critical Practice (1980), por citar solo dos.
Estados Unidos: la reorganización del “campo althusseriano”
Que la sección precedente abarque la dinámica de importación del althusserianismo hasta la década de los ochenta no nos parece casualidad. Si bien es cierto que, como se ha mencionado anteriormente, la primera traducción al inglés de Pour Marx se realizó en Estados Unidos, la primera generación de importadores, como se ha visto también, se encontraba principalmente en Gran Bretaña. Sin embargo, a partir de los años ochenta una serie de acontecimientos afectó seriamente a la circulación de las ideas althusserianas en suelo británico, algo que Benton (1984, XI ) ha conceptualizado como un “desorden interno del ‘campo’ althusseriano”. La victoria del modelo neoliberal de Margaret Thatcher en 1979 supuso un “revival conservador” que perjudicó profundamente a la izquierda durante varios años, tanto política como ideológicamente; una izquierda ya debilitada por las múltiples “crisis” del marxismo, como se le denominaba entonces, a las que se había enfrentado desde la ruptura sino-soviética. Además, el asesinato de Hélène Legotien en 1980 y el consiguiente proceso de inhabilitación judicial al que fue sometido Althusser impusieron una especie de ley del silencio en torno a su obra, tanto en el campo francés como en otros, que la polémica publicación de su autobiografía, L’avenir dure longtemps (1992), no haría sino agravar5.
Pese a ello, durante esta época comenzó a surgir en Estados Unidos una segunda generación, por decirlo de algún modo, de críticos de habla inglesa que trabajaron con el pensamiento althusseriano. Cabe señalar que los escritos de Althusser tuvieron una influencia decisiva en el nuevo historicismo, así como en la crítica feminista contemporánea (Barrett, Butler, Grosz, Hennessy) (Elridge 1993, 191; Sharp 2000). Esas críticas desarrollaron la mayor parte de su producción teórica durante los años ochenta y noventa en un espacio académico que era plural por definición, con muchos centros de producción teórica, pero también muy jerarquizado por la acción de las instituciones de élite (Dumont 2017, 5 ). En cualquier caso, la nueva izquierda estadounidense, vinculada sobre todo al movimiento activista por los derechos civiles y la libertad de expresión en las universidades, también se familiarizó con el pensamiento de Althusser a finales de los sesenta y principios de los setenta a partir de los medios de expresión de organizaciones como Students for a Democratic Society (SDS). Pero se trataba de experiencias más o menos aisladas que no respondían por el momento a un modelo de trabajo sólido sobre las obras importadas. Lo que caracterizaba a esta segunda generación de los años ochenta es que seguía teniendo un fuerte vínculo con la NLR y con lo que representaba: “Inglaterra sirvió entonces como una especie de transmisor, al menos para nosotros” (Jameson 2007, 200 ).
De hecho, la actividad de esos críticos hubiera sido inconcebible sin la acción de un agente británico, Gregory Elliott, que trabajó mano a mano con Perry Anderson en la revista y presionó en los ochenta y los noventa para que se publicara material sobre Althusser. La aparición en 1987 de The Detour of Theory, libro en el que Elliott procedió a una completa reconsideración de la obra de Althusser gracias, en parte, al material inédito enviado por el entorno más cercano del filósofo (Balibar y Macherey, sobre todo), coincidió con un periodo de intensa producción en torno al pensador francés al otro lado del Atlántico. Otro factor que hay que tener en cuenta con respecto a la dinámica de importación examinada está relacionado con la lógica específicamente estadounidense de apropiación del posestructuralismo conocida como French theory. La controversia sobre el estructuralismo fue muy diferente a la que se vivió en Cambridge: en lugar de un rechazo de la teoría o de las aportaciones extranjeras, tenso para el campo académico, lo que ocurrió en Estados Unidos fue una operación de institucionalización del pensamiento desarrollado por los autores franceses mediante ciertas operaciones de selección y etiquetado (Bourdieu 2002); Yale y Cornell fueron algunos de los centros más importantes (Milner 2018, 321 ). La particularidad de la French theory que más nos interesa destacar aquí es precisamente el notable papel que esta lógica de apropiación otorgó a la crítica y la teoría literaria, lo cual permitió continuar el proceso de transferencia de nociones originales del campo filosófico al subcampo de la crítica (Cusset 2003, 91 ).
Así, la década de los setenta, marcada por la intensa politización que acompañó al movimiento pacifista, al Black Power y al feminismo de la segunda ola, conoció la importación ecléctica de textos de Derrida, Barthes, Kristeva, Foucault o Lacan, por citar algunos, en revistas como Partisan Review, Telos, Diacritics, Glyph o SubStance. No obstante, la penetración de estos pensadores en los planes de estudio universitarios fue muy gradual e inicialmente los departamentos de inglés no los incluían. Por otro lado, la mayoría de los departamentos de filosofía trabajaban con el modelo analítico y el positivismo lógico y no enseñaban filosofía “continental” (Cusset 2003, 106 ). Menos aún el marxismo “riguroso” de Althusser. Por eso, en un primer momento, la difusión del estructuralismo y del posestructuralismo francés se realizó a través de esas revistas y de grupos de lectura y de estudio informales. Aunque Althusser procedía del mismo espacio intelectual que el resto de pensadores franceses mencionados, el volumen de artículos que se le dedicaron (o que se tradujeron) fue mucho menor y no fue invitado, como Foucault, Barthes o Derrida, a dar conferencias en las universidades del país (Cusset 2003, 86). Tal vez por las razones mencionadas al principio de esta sección, y quizás también por el legado profundamente anticomunista del macartismo, como postula Jameson (1984, 181) . En cierto modo, Althusser quedó algo excluido de los circuitos de difusión y de formación de la French theory. Conjeturamos que una de las razones de esta exclusión puede estar asimismo relacionada con el hecho de que algunos de los autores importados más importantes, especialmente Derrida, renegaron de las influencias de Althusser e incluso de sus relaciones personales con él.
Nuevas vías de difusión del althusserianismo y nuevas lecturas estéticas
Pese a lo anterior, en la década de los ochenta un grupo consolidado de académicos (Warren Montag, G. M. Goshgarian, Michael Sprinker y James Kavanagh) empezó a dedicarse a las labores de traducción de textos provenientes del entorno althusseriano (Macherey, Balibar, Pechêux y el propio Althusser)6. Goshgarian, en concreto, estuvo vinculado a la traducción del enorme corpus althusseriano póstumo, que empezó a conocerse en Francia a partir de 1992 con la publicación de los Écrits philoshopiques et politiques editados por François Matheron, del Institut Mémories de l’édition contemporaine (IMEC). En sus muchos prefacios y en alguna entrevista, Goshgarian sostiene que los acontecimientos de los últimos años de la vida del filósofo enturbiaron la recepción de su obra y achaca sus transformaciones a los delirios psíquicos más que a la conciencia de la necesidad de autocrítica constante para con su propio proyecto. Pero asimismo reconoce que los textos póstumos alteraron sustancialmente, y aún hoy lo hacen, la dinámica de circulación del pensamiento althusseriano, y favorecieron la aparición de relevantes flujos de importación y de nuevas lecturas relativistas, posmodernas y hasta místicas sobre las últimas ideas trabajadas por el filósofo, en particular las ligadas a la “corriente subterránea” del materialismo “aleatorio” (Éwanjé Épée 2015). Sprinker (1993) y Montag (1998), por su parte, se dedicaron a las tareas de edición y estudio de la obra de Macherey y Kavanagh escribió algunas reseñas significativas (Kavanagh et al. 1982).
En 1988 se produjeron otros dos acontecimientos importantes en la redefinición del campo althusseriano estadounidense. En primer lugar, la celebración en septiembre de la conferencia internacional The Althusserian Legacy, organizada por Michael Sprinker y publicada después en forma de libro, donde participaron Balibar, Callinicos, Montag y Michèle Barrett, entre otros. El objetivo principal de aquello era “juzgar que su impacto [el de Althusser] tiene un legado distintivo que se extiende más allá del ámbito de su origen y recepción inicial en Francia y Gran Bretaña” (Sprinker 1993, VII). En segundo lugar, Richard Wolff y Stephen Resnik fundaron con sus estudiantes de economía de la Universidad de Massachusetts la revista Rethinking Marxism (que sigue existiendo hoy), asociada a la Association for Economic and Social Analysis. Como economistas, Wolff y Resnik estaban interesados en desplegar el concepto de sobredeterminación de Althusser como una crítica tanto a las epistemologías esencialistas como a las ontologías deterministas, y por lo tanto a la economía política marxiana tradicional, así como a los enfoques neoclásicos y heterodoxos de la economía.
Sprinker había publicado en 1987Imaginary Relations. Aesthetics and Ideology in the Theory of Historical Materialism, obra en la que ofrecía una recontextualización del pensamiento de Althusser en el campo de la estética contemporánea, donde, según el autor, se lo había infravalorado. El pensamiento de Althusser podía ayudar a afrontar cuestiones tradicionalmente no resueltas por la estética marxista (en la que el nombre de Lukács ocupa un lugar destacado) y podía aplicarse al comentario de autores clásicos como John Ruskin, Henry James o Hans Robert Jauss. En la segunda parte del libro, Sprinker estructuraba una crítica al historicismo de Fredric Jameson: si bien Jameson “tiene el mérito de presentar a Althusser con simpatía y considerable sutileza en el plano político”, la apropiación de su teoría por parte del crítico no se ciñe estrictamente al espíritu antitotalitario -contrario a la causalidad expresiva- de la teoría althusseriana (Sprinker 1987, 177). La estética sartreana, de la que se nutre Jameson, también fue examinada en lo que concernía al mecanismo de la mediación. Para Sprinker, el rechazo de la teoría de la mediación era el punto clave de la noción althusseriana de causalidad estructural (de modo que sería imposible que la mediación y la causalidad estructural fueran compatibles, como planteaba Jameson). Tras un capítulo dedicado a las similitudes entre el pensamiento de Paul de Man y el de Althusser, el autor norteamericano proponía un programa de mínimos para el desarrollo de una estética propiamente althusseriana a partir de los escritos del filósofo sobre el arte. Lejos de constituir un conjunto de razonamientos definitivos, se trataba de una estética “que aún está por escribir” (Sprinker 1987, 276).
En efecto, ya varios años antes, Jameson, que formó parte del Marxist Literary Group tras su paso por Europa, empezaba a publicar textos de introducción a la crítica literaria marxista, como Marxism and Form (1974), puesto que la llegada de la French theory no supuso necesariamente una mejora de las posiciones de la crítica marxista en el campo académico estadounidense. Quizás tenga sentido, a nuestro parecer, la hipótesis de que la creación de la French theory (un movimiento de importación masiva) operó precisamente como respuesta a la debilidad teórica de la nueva izquierda; pero, a la vez, el éxito del término también reflejaba en cierta medida la centralidad que iba adquiriendo Estados Unidos en el mercado editorial y en los subcampos académicos de las humanidades y las ciencias sociales (Sapiro 2014). Más tarde, en The Political Unconscious (1981), Jameson propuso la existencia simbólica de un inconsciente político, noción epistemológica que implica que ciertos tipos de conocimiento sobre la sociedad están codificados en los textos literarios y en sus formas. La tarea hermenéutica -que en este caso es, de hecho, una hermenéutica de la hermenéutica o metahermenéutica, ya que asume que los textos llegan a los lectores como “lo siempre-ya leído”7 (Jameson 1981, IX) - debe ser capaz, por tanto, de rescatar algunos de esos conocimientos. Esa noción de metacomentario desarrollada por Jameson, y en general el método del marxismo alegórico, están inspirados en la lecture symptomale althusseriana, puesto que entienden que los textos literarios funcionan como síntomas de las transformaciones de la materia prima social (Jameson 2007, 156).
Aunque la epistemología althusseriana le resulta “problemática e insatisfactoria”, Jameson reconoce explícitamente las numerosas contribuciones de Althusser: una investigación de la relación entre los “niveles” de la vida social; una flamante teoría de la ideología (inspirada significativamente en Lacan); una propuesta sobre la meditación en la relación entre las instituciones sociales y la ideología (los “aparatos ideológicos del Estado”); una nueva conceptualidad, que incluye nociones como intervención y problemática; y finalmente, para la marxología, una provocativa concepción de la relación entre el primer y el último Marx. El primer capítulo de The Political Unconscious, que parece constituir el primer volumen de su “poética de las formas sociales”, está específicamente dedicado a discutir el concepto de causalidad estructural que Althusser había defendido en Lire Le capital. El combate de Althusser contra la llamada causalidad expresiva de Hegel -que, según Jameson, es una forma encubierta de referirse a Stalin- se basa en el rechazo de una concepción determinista de lo social: en el sistema hegeliano (y también en el lukácsiano), cada elemento (económico, político, jurídico, literario, religioso, etc.) expresa la totalidad del conjunto. En relación a la labor interpretativa del crítico literario, la causalidad expresiva descrita por Althusser puede entenderse como una alegoría interpretativa en la que una serie de acontecimientos culturales o textos se leen como una narrativa “fundamental” más profunda, una “narrativa maestra oculta” (Jameson 1981, 14). La interpretación se concibe como una reescritura teleológica en términos de una “relato maestro” para sacar a la luz el significado de lo que se interpreta.
De este modo, nos resulta claro que Jameson traslada conceptos del campo filosófico (como el de causalidad expresiva y, posteriormente, el de causalidad estructural) al campo literario o crítico, y los hace funcionar en su propio proyecto hermenéutico. Así, los efectos políticos de la causalidad expresiva son los siguientes: si todos los niveles son “expresivamente” iguales, entonces el cambio infraestructural de las fuerzas productivas será suficiente para transformar toda la superestructura más o menos rápidamente, y la revolución cultural será innecesaria (lo que significa que todos los niveles de la superestructura son solo reflejos superficialmente diferentes de la misma esencia). Lo que propone Althusser, y lo que suscribe Jameson, es precisamente una interrelación entre todos los elementos de una formación social que no es la de la identidad ni la de la homología (causalidad expresiva), sino la de la diferencia: la estructura es siempre más que la suma de sus partes. Viniendo de la tradición lukácisana, Jameson cree ver en la causalidad estructural de Althusser una forma de mediación, necesaria para articular cualquier forma de crítica cultural y, en particular, marxista. En el plano estético, la causalidad expresiva conlleva concluir que los fenómenos superestructurales son meros “reflejos” de las proyecciones epifenoménicas de realidades estructurales. Jameson, al igual que Macherey, rechaza este tipo de explicación porque considera que el proceso de mediación debe tener la capacidad de registrar diferenciaciones y revelar oposiciones. En este sentido, la propuesta althusseriana de la causalidad estructural parece ser la más adecuada para dar cuenta de la complejidad de los fenómenos artísticos, ya que aspira a identificar la disonancia en la que opera la ideología. Para Jameson la historia constituye la causa latente de la cual el texto literario es el síntoma manifiesto. Pero, como la historia no puede ser reconstruida más que en forma textual, aquella se cifra en una suerte de “causa ausente” que debe deducirse de los “actos simbólicos” que conforman la narración del texto.
Coincidiendo con la etapa de los años ochenta en la que el marxismo se hallaba profundamente deslegitimado, Montag comenzó a trabajar sobre Spinoza. Más recientemente, y compaginándolo con la labor editorial en torno a la figura de Macherey, publicó el libro Louis Althusser (2003), obra en la que proponía una lectura novedosa del filósofo por cuanto abordaba específicamente cuestiones relacionadas con los escritos sobre el arte, la contribución de Macherey a la noción de ideología e incluso con el papel poco fiable del narrador autobiográfico en L’avenir dure longtemps. Diez años después apareció Althusser and His Contemporaries: Philosophy’s Perpetual War (Montag 2013), donde se rastreaban los intercambios intelectuales entre Althusser y otros teóricos de su entorno (Derrida, Foucault, Deleuze, Lacan). El primer libro de Montag trataba de “construir un modelo poderoso y muy influyente de teoría literaria althusseriana que tanto suplantó como oscureció las tesis avanzadas por Althusser y Macherey” (Montag 2003, 7). Según el autor, obras como las de Eagleton o las de Jameson habrían malinterpretado los postulados de Althusser y de Macherey y, con ello, habrían constituido una especie de althusserianismo paralelo que habría conseguido trascender al campo de los estudios literarios. El trabajo de Montag revela claramente que la importación del pensamiento althusseriano al espacio angloamericano propició la aparición de disputas específicamente relacionadas con esos campos. Lo que Montag proponía era una “nueva lectura” de la obra de Althusser en la que la figura de Pierre Macherey, de quien se reivindicaba la originalidad respecto a su “maestro” en lo que tiene que ver, por ejemplo, con la división elitista de las obras de arte, era particularmente importante.
Conclusiones
Como se ha visto, el nombre de Althusser fue central en el proceso de importación emprendido por la NLR. Fue uno de los autores más importantes en el proceso de adquisición de capital simbólico y de consagración de la revista, que se convertiría en un elemento central en el desarrollo teórico de la izquierda postsoviética. Ese periodo, que tuvo lugar a finales de los años sesenta y principios de los setenta, coincidió con una etapa de intensa politización en el mundo occidental. En la convención celebrada en Nueva York en 1993 y publicada posteriormente como The Althusserian Legacy, Michael Sprinker (1995, 201) escribió: “entre el conglomerado de programas teóricos típicamente agrupados bajo la etiqueta de ‘marxismo occidental’, ninguno ha provocado sistemáticamente respuestas más apasionadas a favor y en contra que el asociado al nombre de Louis Althusser”. Podría argumentarse que Sprinker tiene razón si se tienen en cuenta las furiosas reacciones que su obra ha provocado también en Inglaterra (E. P. Thompson, entre otros). Nos parece que, a pesar de las críticas sobre sus supuestos vínculos teóricos con el estalinismo, el pensamiento althusseriano fue también un elemento difícil de digerir para los English studies tradicionales; como ya había hecho Macherey en Pour une théorie de la production littéraire, en la última parte de Marxism and Criticism, Eagleton se apropió de autores pertenecientes al canon literario dominante para desplegar su análisis de la interrelación entre los distintos modos de producción (general o económico y literario).
En Estados Unidos la situación fue diferente. El movimiento de importación masiva que representaba la French theory no contaba con Althusser entre sus autores favoritos, aunque sí encontró ecos algo más tarde en el Marxist Literary Group y en una de las primeras obras importantes de Jameson. La intención de este era actualizar la crítica cultural marxista que seguía anclada en los debates propios de los años treinta; una intención que podría decirse que compartían también Eagleton y Macherey. En los casos aquí analizados, se trataba inicialmente de un movimiento de importación desde un campo intelectual nacional dominante (el francés) hacia dos campos intelectuales nacionales menos dominantes, al menos en las primeras décadas aquí abordadas. Por ello, Heilbron (2001, 143) afirma que “la globalización cultural se manifiesta principalmente como un proceso de concentración policéntrica”, en el sentido de que el aumento de los intercambios intelectuales favorece también la aparición de varios centros que compiten entre sí. En los dos casos, por supuesto, se producen reinterpretaciones y adaptaciones que responden a la estructura del campo de recepción.
Sin embargo, esta apertura internacional hacia el estructuralismo marcó además el inicio del camino hacia la profesionalización del trabajo intelectual, que lo volvía políticamente neutro. Esos cambios se percibieron a nivel internacional y consistieron, entre otras cosas, en la profesionalización del periodismo, la institucionalización de ciertas disciplinas académicas, el auge del tecnocratismo y la aparición de los “intelectuales específicos” teorizados por Foucault (Sapiro 2014, 526-527 ). Si bien es cierto que el althusserianismo quedó fuertemente desacreditado tras el asesinato de Hélène Legotien, no es menos cierto que el marxismo en general había sido deslegitimado por otras razones. Así lo demuestran las condiciones en las que trabajaron Warren Montag, Michael Sprinker y Gregory Elliot en los años ochenta, incluso cuando vieron la luz los textos inéditos de Althusser, que renovaron casi por completo los paradigmas de interpretación de su pensamiento. Esa “demarxistización” fue una realidad transnacional, por lo que Balibar y Macherey, al igual que Montag, se dedicaron al estudio de Spinoza -un pensador que, a pesar de los intentos de rehabilitación del Mayo del 68 francés, conservaba una imagen menos marcada- como estrategia para la conservación del capital simbólico adquirido. Es lo que Aubert (2020) ha llamado la recepción marxista de Spinoza.
¿Y cuáles fueron las estrategias desarrolladas por esos movimientos de apropiación crítica realizados desde la teoría literaria? La primera podría ser la del canon literario, pero los usos de la teoría pueden variar, y de hecho lo hacen, entre los autores. Un posible uso de la teoría sería el comentario teórico o filosófico sobre el autor importado (haciendo estudios monográficos, comparando con otros autores, entre otros). Esta es la práctica adoptada por Warren Montag y Michael Sprinker, investigadores estadounidenses de la red althusseriana. Por otro lado, otro uso posible consistiría en la integración parcial de elementos en un sistema hermenéutico específico, como hace Jameson al considerar la noción de causalidad estructural como funcional para su hermenéutica alegórica de raíz lukácsiana. Puede pensarse que la propuesta de Eagleton se sitúa en algún punto entre esas dos estrategias: por un lado, aplica la idea de autonomía relativa para establecer un modelo de funcionamiento de la superestructura a partir de un conjunto ideal-típico de instancias; por otro lado, utiliza ese modelo para proyectar un análisis del papel de clase de ciertos autores ingleses clásicos.
Sería pertinente dedicar un espacio específico al análisis pormenorizado de dichas estrategias de aplicación de la teoría, que por razones de espacio no se pueden emprender aquí y que solo se apuntan como evidencia que se desprende de lo expuesto en el conjunto de páginas precedentes. Sin embargo, sí puede señalarse que ese análisis, si se sistematiza apropiadamente, permitiría construir una matriz compleja a partir de dos variables (elementos importados o conceptos apropiados / usos o aplicación a diferentes objetos de otros campos) susceptible de funcionar para el caso de otros teóricos o de otras corrientes intelectuales. Lo que se debate y se podría generalizar es un método de investigación que, tomando en cuenta primeramente los factores de producción y distribución de una obra, capte las particularidades y las aportaciones creativas de los importadores sobre sus objetos locales o de elección. Del mismo modo, en lo que concierne a la corriente althusseriana aquí examinada, esa misma matriz de análisis estaría capacitada para abordar otras realidades territoriales que, por los motivos ya aducidos, no han sido consideradas en el presente artículo: entre ellas, por ejemplo, la realidad latinoamericana, en donde hay certeza de que la obra de Althusser ha circulado profusamente, como lo demuestran los trabajos de Starcembaum (2012 y 2017) , entre otros, pero en donde no se ha estudiado aún con detalle el impacto de aquella en otros campos de las humanidades.