En el estrecho de esa quebrada, nos contaron, aparecen muchas cosas. Hay apariciones. Gallos que cantan y gauchos montados en lo alto de las peñas. Ellos acompañan al devenir nocturno de la geografía del lugar, que alarga una de las cuevas hasta hacerla desembocar en parajes lejanos o volverla infinita, sin salida, capaz de loquear a cualquiera que se le atreva. Allí mismo, además, frente a los acullicos pegados en la pared se apareció una vez un pedazo de carne que se movía, como carne de vaca. Asustaba. Otros dicen que lo que se apareció fue una panza, como de oveja, ahí, al frente de los acullicos. ¿Qué son aquellos acullicos? Dicen que son challas, ofrendas de arrieros; bolos de coca que los burreros o troperos de antes, que venían de lejos y bajaban por ese camino estrecho de la quebrada, escupían sobre la peña. Hacían eso porque esos lugares son peligrosos, así se pide permiso y se conjuran peligros. Hay cientos de acullicos en el cerro, sobre un pachero, y el paso del tiempo los dejó de diferentes colores, verdosos, amarronados, están todos ahí para ver, cerca de pinturas de los indios de antes también. Y frente a ellos una panza suelta. Un estómago errante, ahí donde la quebrada se estrecha. (Extractos de los diarios de campo de los autores, Huachichocana, 2022)
Este trabajo sigue las pistas locales que vinculan a las ofrendas de achos o acusis -acullicos de coca- realizados sobre las paredes rocosas de la quebrada de Huachichocana, con otra, menos común, el pusno, que son los contenidos estomacales, semidigeridos, que se extraen de la panza de cabras y ovejas al carnearlas1. Ambos son productos hiperprocesados por los cuerpos y tienen como destino final la deshidratación. Además, los dos se conectan con materias y sustancias potentes: hojas de coca y guano (que viene del quechua wanu y significa excremento animal o abono). Pero, sobre todo, son productos que se conectan a causa de sus relaciones sensibles (colores, texturas, humedades) y por sus posiciones relacionales, siempre están en el medio de algo, siempre se encuentran “entre” otras cosas, transitando, yendo. Proponemos, a continuación, una serie de ideas sobre estas sustancias y sus transformaciones, con la intención de abordar las “lógicas de lo sensible”, tal y como, por ejemplo, lo hizo Alison Spedding (1992) al desarrollar su triángulo culinario andino, inspirada a su vez en la propuesta levistraussiana original (1965). En este sentido, nos interesa analizar comparativamente a acusis y pusno tanto en sus contextos, como en relación con los productos de los que derivan -es decir, hojas de coca y pastos- y con aquel en el que podrían eventualmente convertirse -o sea, guano. Se trata de seguir sus transformaciones, atendiendo a las propiedades relacionales que se propician en cada momento (ver Hugh-Jones 1980). Así, las conexiones entre acusis, pusno, hojas y guano nos proveerán de una perspectiva original sobre las ofrendas que se realizan en los caminos de las montañas andinas, y nos permitirán discutir los modos en que los “pasos” del espacio resuenan con los “pasos” de los cuerpos, humanos y animales. Finalmente, podremos afrontar de maneras más precisas la pregunta con la que inicia este texto ¿qué hacía una panza allí junto a las cuevas y los acullicos?
Huachichocana es una pequeña comunidad indígena del departamento Tumbaya, de la provincia de Jujuy, Argentina, ubicada entre los 3 200 y 4 200 m s. n. m. El territorio comunitario se ubica en zona de quebrada, prepuna y puna, en un corredor natural que conecta el altiplano con las regiones más bajas. La relativa facilidad y rapidez con la que se pueden atravesar pisos ecológicos hizo que, desde momentos muy tempranos, la quebrada de Huachichocana (entre otros pasos importantes del actual territorio comunitario) se transformara en una importante área de circulación. Existen testimonios arqueológicos de estos tránsitos en las cinco cuevas que se ubican en esa quebrada, así como en las estaciones de arte rupestre que vemos junto a ellas y en otros corredores con estrechamientos. Allí se encuentran imágenes de personas arreando camélidos, llamas con tocado y carga o jinetes de momentos coloniales tempranos. Este movimiento de personas, animales y cargas se encontraban a cargo de personas llamadas localmente como troperos y burreros, y continuó hasta tiempos recientes. En la década de 1970, y aprovechando esta misma facilidad de paso reconocida, se construyó la ruta hacia Chile con una traza que imitaba en buena parte el recorrido tradicional de las personas. Esta ruta fue paulatinamente abandonada luego de que se inaugura el Paso internacional de Jama en 1991, cuyo recorrido quedó entonces por fuera de los actuales territorios de la comunidad.
Para el trabajo de campo al que refiere este texto, que se extiende entre 2011 y 2019, realizamos múltiples estancias con convivencia en el lugar (de entre dos semanas y cuatro meses de duración) que nos permitieron observar, registrar y participar en las relaciones y prácticas locales, logrando una inmersión comprometida (Guber 2011). Produjimos descripciones detalladas, considerando a la descripción como una herramienta privilegiada de comprensión y análisis (Strathern 2014). Se realizaron además entrevistas abiertas no grabadas, caminatas por el territorio, mapeos participativos y talleres en la escuela local. En Huachichocana existen varios sitios arqueológicos (Fernández 1981), por lo que nuestro trabajo incluyó también prospecciones y excavaciones arqueológicas.
Durante el período mencionado, la comunidad se encontraba habitada por siete familias, con residencias dispersas tanto en quebradas como en planicies típicas de la prepuna y puna. Aunque el tránsito entre distintas zonas geográficas había disminuido considerablemente en las últimas décadas, los pasos aún seguían siendo transitados tanto por las familias, en sus movimientos cotidianos y estacionales -como cuando se mudaban de puesto con sus animales-, como por arrieros ocasionales. Así, en nuestro trabajo de campo pudimos encontrarnos de primera mano con varias de las marcas espaciales que referían a estas circulaciones, algunas de las cuales se vinculaban con antiguas challas.
Los acápites que siguen reconstruyen nuestra compresión progresiva de las ofrendas y de sus contextos. En primer lugar, situamos estas prácticas localmente y en relación con otras similares en los Andes del sur. Luego, describimos las características y propiedades sensibles de las ofrendas (texturas, formas, humedades) y sus relaciones con las paredes rocosas del cerro. El análisis nos lleva, en un tercer momento, a atender al conjunto de transformaciones que vinculan a las hojas de coca con el guano, considerando a los achos y al pusno como posiciones intermedias con relevancia en sí mismas. En un cuarto momento, destacamos el lugar de las relaciones culinarias como marco posible de una compresión más amplia de las transformaciones en sus vínculos con la geografía. Finalizamos con una discusión sobre el lugar de las challas en el paisaje local, proponiendo algunas ideas que permitan reinterpretar la noción de ofrenda.
Challas de arrieros
Los achos o acusis se encuentran en dos lugares diferentes a lo largo de un mismo sendero que recorre la gran quebrada que conecta el espacio quebradeño con la región de la prepuna y que constituía, como mencionamos, uno de los principales pasos de arrieros de la región hasta hace unas décadas. En primer lugar, se trata de acusis adheridos en un sector del cerro donde la quebrada de Huachichocana se angosta notablemente antes de dar paso, hacia arriba, a una serie de cascadas y a la apertura, o puerta, de otra quebrada. En este sector los achos son muy numerosos (figura 1). Se ubican entre las cuevas con evidencias arqueológicas y las pinturas rupestres, frente a las cuales existe una inmensa columna rocosa denominada Piedra torre. Además, los achos se ubican por encima de un pachero, espacio dedicado a challas para la Pachamama o Pacha, que aprovecha la irregularidad del propio cerro (figura 1) y que siempre se encuentra húmedo, con hojas de coca en su interior y cigarros, sugiriendo un uso continuo. Poco antes de llegar a ese sector, el caminante que viene de abajo siente un fuerte apunamiento y falta de aire, tal y como narran y también experimentan las personas, que han transitado siempre por allí. Dicen que el “aire cambia”, es “malo”, o que hay “puna”. Es por ello que al llegar a ese pachero uno debe detenerse y ofrendar coca, cigarro y alcohol, antes de seguir, pidiendo protección y un buen camino. También hemos visto entregar dulces y caramelos. En una ocasión observamos incluso un maneador, lo que parece enfatizar la conexión entre estas ofrendas y el caminar de los arrieros en este espacio peligroso, de angostamiento de la quebrada2.
El segundo lugar de emplazamiento de los acusis se encuentra unos kilómetros más arriba, en la llamada Piedra de Acho o Piedra de Challa, una gran roca aislada a la vera del camino (figura 2), en un tramo ya prepuneño3. En ambos casos, entre las cuevas y en la Piedra de Challa, los acusis tienen el aspecto de una pasta homogénea, bien adherida a la roca, donde no es fácil identificar fragmentos de las hojas originalmente coqueadas. Del gran número de acullicos que se observan cercanos a las cuevas, muchos poseen distintas coloraciones que han obtenido luego de desecarse, oscilando entre un color gris piedra, verde oscuro y amarillento.
Estos colores pueden obedecer a la distinta antigüedad -se estima que muchos de estos acusis fueron lanzados a la piedra hace varias décadas- o a la yista que los acompañaba durante el coqueo4. Los huacheños afirman que es preciso coquear mucho tiempo para lograr un acho de esas características, con una humedad y textura pastosa tal que permita su adherencia a las rocas donde eran lanzados. Tales características podían, y aún pueden, ser alcanzadas por los troperos y burreros que transitan con sus animales durante largo tiempo sin poder o sin querer renovar su coca. Además, afirman que la gente de antes arrojaban sus acusis por lo peligroso que es el cerro ahí, “que parece que se cae”5. Según lo que aprendimos en nuestras conversaciones, la práctica parece no haberse modificado demasiado hasta el presente: si bien han sido muy pocos, hemos llegado a ver acusis frescos adheridos a la pared del cerro (figura 1).
La literatura arqueológica y etnográfica nos ofrece ejemplos que ayudan a contextualizar los acusis huacheños. Ofrendas similares fueron registradas, por ejemplo, en un antiguo sendero caravanero que unía San Pedro de Atacama con Calama, norte de Chile, donde, al igual que en Huachichocana, existe una Piedra de la Coca o Piedra del Jacho, cuyo nombre se debería a “las ofrendas de coca o acullicos, lanzados y adheridos a la cornisa sobre los petroglifos” (Núñez et al. 1997, 317 ), los cuales ilustran una caravana de llamas. Sobre este registro, además, se señala que “se trata del primer caso conocido de ofrendas de coca, tal como ocurre actualmente a través de las rogativas frente a las apachetas, junto a los senderos caravaneros” (Núñez et al. 1997, 317). Los autores asocian las ofrendas de acullicos realizadas sobre rocas y apachetas a un mismo conjunto ritual vinculado a senderos caravaneros y a manifestaciones de arte rupestre.
Algo similar ocurre en una cueva con ocupaciones prehispánicas, próxima al Salar de Ratones y de la localidad salteña de San Antonio de los Cobres, desde donde bajaban muchos de los arrieros que pasaban por Huachichocana. En una de sus paredes, con motivos rupestres diversos, algunos de ellos vinculados al caravaneo, se encuentran también porciones de pusno arrojadas a las paredes. Por pusno se entiende “el alimento vegetal extraído del vientre de los camélidos arrojado en estado fresco” (López et al. 2015, 51 ). En relación con las cuevas, Guaman Poma ([1615] 1980 tomo I) menciona también la siguiente costumbre:
Otros hechiceros entrando a dormir a las cuevas y adoran a las dichas cuevas y dice ‘Machay mama, ama micuuanquicho allilla punochiuay: cueva, no me comáis. Hazme dormir bien y guárdame esta noche’. Diciendo esto, le dan de comer maíz mascado o coca y le emplasta al dicho cueva y hasta este tiempo lo usan los indios6. (205)
El ofrecimiento propiciatorio de alcohol, hojas de coca nuevas y coqueadas, y elementos como sandalias, mineral de cobre o plumas ha sido registrado en muchos lugares del mundo andino, en regiones de quebrada y puna, generalmente asociados a pasos de la geografía y espacios de circulación, como apachetas. El acto de arrojar acullicos a las apachetas, por ejemplo, tiene varios registros en los Andes centrales (Albornoz [1568] 1967; Bastien 1996; Girault [1958] 1987; Murúa [1613] 1986; Santa Cruz Pachacuti [1613] 1993) y en el área andina de Argentina y Jujuy (Ambrosetti 1967; Brackebusch 1883; Vitry 2002; von Rosen 1957). En Bolivia, Métraux (1934) ya señalaba la existencia de espíritus/fantasmas específicos de las apachetas, que se levantaban los martes y viernes, y acosaban a los viajeros que olvidaban lanzarle su coca (ver también Girault 1958).
Otros autores poseen argumentos similares sobre la importancia de los ofrecimientos realizados durante el caravaneo, asociados a lugares con algún tipo de arte rupestre y movidos por el deseo de calmar el hambre de los dioses del camino y asegurar un buen viaje7. Es decir, las ofrendas se comprenden como parte de un entramado de intercambios culinarios basados en el dar de comer para no ser comido, que tiene profundas raíces prehispánicas. En el mismo sentido, la literatura sobre el área jujeña ya ha sugerido, siguiendo la pista de la antropología andina más amplia, que las producciones del cuerpo y sus transformaciones dejan en los productos -los acusis, por ejemplo- parte de las sustancias vitales de las personas (Bugallo y Vilca 2011), que podrían ser entregadas en estos casos como ofrendas. El propio acto de acullicar también ha sido discutido como uno que conecta humanos y seres no humanos en relaciones de comensalidad ritual, no solo mediante el acto de ofrecer, sino a través del propio proceso de “acullicar por o para alguien” como forma de propiciar, alimentarlo o dar fuerzas a un otro (Allen 1998; Arnold y Yapita 1996).
Coquear, además, no es solo algo que hacen los humanos. El mismo verbo es usado en Huachichocana para referir a una de las formas en que la tierra o Pacha puede agarrar o enfermar a alguien, consumiendo lentamente sus fuerzas vitales, desde adentro. Por ejemplo, se dice que si al caminar por algunos de los senderos de la comunidad se falta el respeto a alguno de sus lugares (consciente o inconscientemente), la tierra podría agarrar a la persona en cuestión. El coqueo de la tierra es un proceso que deseca a los cuerpos humanos, les extrae sus fuerzas, los enflaquece (podríamos decir que altera sus texturas y colores) y, si no es ritualmente conjurado, termina por matar. Como ya mencionamos, una forma de evitar estas situaciones es a través de ofrecimientos rituales, que intentan “calmar” preventivamente el hambre de los lugares, redireccionando las ingestas para evitar que las personas agarradas y transformadas en presas, sean coqueadas definitivamente y mueran.
Relaciones y transformaciones entre acusis y pusno
Si revisamos la literatura del área andina dedicada a las hojas de coca y a sus usos, descubrimos que en ocasiones ha sido estudiada en relación con el guano, como formando parte de prácticas rituales vinculadas a la fertilidad y a las conexiones entre humanos y animales (Allen 2002; Arnold y Yapita 1998, 1996; Bastien 1996). Las relaciones entre acullicos y pusnos, en cambio, no ha sido explorada. Aquí proponemos hacerlo revisando las relaciones locales que las piensan como parte de un mismo tipo de sustancias.
En el caso de los achos, se trata de ofrendas hiperprocesadas, que pueden ser lanzadas desde las bocas humanas, a cierta distancia de las rocas incluso, y cuya consistencia permite que se adhieran a la piedra y queden allí, deshidratándose y finalmente fijándose durante años. A la vista, los achos secos suelen confundirse con la piedra a la que están adheridos. Su presencia nos llamó la atención desde el inicio de nuestro trabajo de campo. Debido a nuestras caminatas, nos cruzábamos casi cotidianamente con estos lugares tapizados de acusis de diferentes colores. Al intentar entender de qué se trataban esos pegotes, fuimos percibiendo similitudes entre estas texturas y otras con las que nuestro trabajo arqueológico y etnográfico nos ponía en contacto: el guano seco y el pusno, ese que también era arrojado a las proximidades de cuevas arqueológicas en localidades vecinas. Lo que veíamos como una coincidencia fue luego conectado de forma explícita por nuestros interlocutores cuando nos confirmaron que el acullico es como pus.
Push, pus, pusno o puj es la forma en que localmente se designa a los contenidos estomacales semidigeridos de los animales de crianza, a los que se accede cuando son carneados8. Su extracción debe ser cuidadosa (para que no arruine el resto de la carne). Una vez extraídos son depositados en los pusneros, montículos cercanos a los corrales donde se acumulan durante años. Estos montículos aumentan de tamaño con cada matanza y son cuidadosamente challados en ocasiones especiales. En algunos casos, el pusno es depositado sobre algún arbusto seco, que cumple la función de elevarlo por sobre el piso (figura 3). Visto de cerca, el pusno que se acumula fuera de los corrales comparte muchas de las propiedades sensibles de los acusis que fueron lanzados a las rocas: son productos hiperprocesados, con texturas semilíquidas que al secarse se endurecen y vuelven friables; además, mudan de color con el tiempo, pasando de su verde intenso inicial a un verde apagado o amarillento, en ocasiones cercanos a los tonos grises. Los pastores afirman que la comparación entre acusis y pusno es obvia, pues el pasto de los animales es su coca; entonces, es claro que al masticarlo producirán un producto similar a los acullicos humanos.
Además de las relaciones sensibles (colores, texturas, aspectos) que conectan a ambos productos mientras están húmedos, también existen vínculos y analogías entre sus transformaciones en el tiempo así como en los manejos que de ellos hacen las personas. Para avanzar sobre esto, debemos revisar comparativamente los modos en que guano y pusno, por un lado, y coca y achos, por otro, se presentan y son pensados en Huachichocana.
Guano y pusno
a) El guano es pasto transformado: masticado o coqueado por los animales, luego digerido y excretado en forma de bolitas. Es el producto natural de un proceso de digestión completo. Es manipulado cuando ya está fuera de los cuerpos y, podría decirse, cuando se encuentran de este lado del mundo: se procesó en el “adentro” pero ya está “afuera”, y su salida fue “natural”. Es húmedo, pero si lo arrojáramos sobre las peñas sería difícil que se adhiriese. El guano se acumula en el interior de los corrales y en sus inmediaciones, haciendo que los pisos vayan creciendo y levantándose con el paso de los meses. Regularmente, una vez por año, por ejemplo, es necesario retirar el guano seco acumulado, con picos, palas y carretillas, haciendo que el piso de los corrales vuelva a su estado original9.
Esta tarea, que demanda bastante trabajo en rebaños grandes, suele hacerse en la temporada seca, cuando coinciden la necesidad de abonar los campos con la disponibilidad de este guano ya seco, que posee la capacidad de fertilizar y de transformar los campos de cultivo. Se dice entonces que es “vitamina para la tierra”. Es importante notar que, sin la mediación de esta deshidratación, el guano húmedo sería muy fuerte y quemaría las plantas, como si la humedad con la que salió del cuerpo lo dotara de una fuerza excesiva que debe ser controlada. Cuando húmedo, incluso, suele utilizárselo para curar eventuales heridas de los animales y para ayudar a cicatrizar los cortes producidos durante los rituales de Señaladas -cortes de identificación en las orejas, en cabras y ovejas, y marcas de hierro caliente en los cuartos traseros de vacas. En estos eventos, siempre realizados durante la época de lluvias, suele mezclarse guano del corral con agua para formar un emplasto antes de aplicarlo a la herida.
Como dice Allen (1998, 334): “el excremento tiene un poder transformativo como fertilizante y combustible. El cuerpo del animal que produce estiércol a través de sus procesos digestivo y excretorio, logra un tipo de transubstanciación”. Entre los aymaras de Qaqachaka, el guano es visto incluso como una libación de los animales a la tierra y las mujeres cantan para incitarlos a defecar (Arnold y Yapita 1998). En buena parte del mundo amerindio, es el producto más cercano a las clasificaciones levistraussianas de lo “podrido” (y de lo “hipercocido”), lo que lo asocia al mundo de la muerte. Además, es lo podrido por excelencia aquello que generalmente se asocia a una anticomida y a una anticulinaria (ver, por ejemplo, Levi-Strauss 1965; Spedding 1992)10. Es importante destacar, no obstante, que lo podrido no retiene per se ningún valor negativo ni peligro inherente, y desde todas las perspectivas que señalan nuestros interlocutores el guano es esencial para la vida -cuando bien manipulado, como casi todos los productos. La condición de podrido refiere a la posición del guano en el espectro de otras transformaciones. Se trata del único producto que encarna una transformación completa lograda en el interior de los cuerpos. Al decir de Lévi-Strauss, se trata de una transformación “natural”, a diferencia, por ejemplo, de la comida hervida, también asociada con lo podrido, pero cuya transformación es mediada por la “cultura” (fuego, ollas, técnicas) y es externa a los cuerpos -o sea, podría decirse que la comida es “podrida culturalmente” y el guano “cocinado naturalmente” (Levi-Strauss 1965). En este sentido, podrido es diferente de putrefacto: esta última es una condición que encarnan, por ejemplo, los cadáveres de animales que son expresamente evitados cuando se encuentran en el campo pues su olor fétido puede causar enfermedades, como la aycadura (como veremos a continuación). El guano, en cambio, no es evitado y su olor nunca es un problema.
b) El pusno en cambio, es un producto transformado en los estómagos, pero que no ha sido excretado. Podría decirse que es anterior al guano, pues es una digestión incompleta, y solo es posible acceder al él cuando se desuella un animal. No tiene forma, es una masa húmeda de pasto. Se acumula por afuera de los corrales donde termina de secarse adquiriendo una consistencia quebradiza (figura 3).
El proceso de vaciado de los estómagos sobre los montículos de pusno es rápido y debe ser realizado con experticia para no rasgar las vísceras durante la manipulación. Algunas exégesis locales señalan que esto debe ser practicado así pues de esa forma “todos los finados del corral” estarán entonces juntos. Se subraya así y también con la precisión de los gestos técnicos la importancia vital del pusno. Como mencionamos, estos montículos pueden crecer y terminar siendo bastante visibles junto a los corrales, por lo que no se trata de un producto que deba ocultarse. Al contrario, pareciera que parte de su importancia residiera en que sea diariamente recordado como registro de los sacrificios cotidianos. Ocasionalmente los montículos de pusno pueden ser challados cuando, por ejemplo, los animales se mudan a un puesto de verano. En este momento los corrales que serán utilizados se sahúman y challan para dar entrada nuevamente a los animales, y lo mismo se hace con las acumulaciones de pusno. Además, como mencionamos para otras regiones, el pusno húmedo recién extraído puede tener como destino el ser arrojado como challa dentro de las cuevas, donde terminará de deshidratarse (López et al. 2015).
El pusno también se involucra en algunas prácticas terapéuticas; se cuenta que uno de los médicos de campo de Huachichocana sabía curar a los niños con el pasto de la panza de los animales. Actualmente, cuando las personas, sufren de aycadura, el desequilibro anímico producido por la exposición a olores putrefactos de cadáveres animales, se explica que los enfermos deben ser tratados con la panza y contenidos de un animal recién faenado11. Aunque no podamos extendernos en los detalles de estos procesos, su referencia nos sirve para distinguir, como ya sugerimos, lo podrido (y lo semipodrido, en el caso del pusno) de lo putrefacto; e incluso insinuar que lo primero permitiría contrarrestar ciertos efectos de lo segundo.
Podemos observar, entonces, que pusno y guano habitan una misma red de transformaciones. No obstante, existen diferencias de importancia relativas a sus relaciones entre adentro-afuera y a sus propiedades materiales. El pusno se extrae intencionalmente y se manipula en sus formas húmedas, mientras que el guano es excretado naturalmente y debe deshidratarse antes de ser manipulado como abono y combustible. En este sentido, si el guano está más cercano a lo podrido, el pusno refiere a un estado anterior: una transformación en proceso, un pudrimiento interrumpido.
Coca y acusis
c) La hoja de coca es coqueada por las personas en distintos momentos del día, en ocasiones, durante toda la jornada. Al utilizarla como ofrenda, se la prefiere completa (sin rasgaduras ni dobleces), de color uniforme (mientras más verde, mejor) y tierna (es decir, con cierta humedad, no completamente seca). Como en toda la quebrada y puna de Jujuy, las personas se abastecen de hojas de coca que provienen de Bolivia, y que se comercializan en paquetes de diferentes tamaños y peso (los propios paquetes resultan muchas veces de importancia ritual). Estas hojas de coca generalmente provienen de la región de los Yungas, donde después de recolectadas se las deja secar al sol, sin ningún otro tipo de alteración (Spedding 1992). El proceso de secado, no obstante, deja a la hoja de coca con una cantidad apropiada de humedad, lista para ser coqueada. En cambio, cuando los paquetes son descuidados o se abandonan durante un tiempo, las hojas pueden secarse de más y aunque pueden igualmente ser coqueadas, no suelen ser las preferidas para realizar ofrendas12.
En general, las hojas de coca son ofrecidas con las manos, directamente sobre algún lugar especial (a la orilla de un camino o debajo de una piedra para augurar un buen viaje) o en el interior de un pachero o de una boca de la Pacha. La manipulación es mínima: además de la elección de las hojas, que puede realizarse directamente sobre la bolsa o paquete, pueden reunirse tres o más hojas, una sobre otra, para acercárselas a la boca y decir una oración o pedido, o simplemente soplar. La bibliografía que se ocupa de la ritualidad de la hoja de coca (Allen 2002; Bastien 1996) la describe como una de las ofrendas de mayor potencia, conectada con las fuerzas vitales y fértiles de mayor intensidad. Además, señalan que los soplos incorporan parte de la vitalidad humana (sus pedidos, deseos) a lo que es ofrecido (Bugallo y Vilca 2011).
Si comparamos con el código culinario manejado hasta aquí, la hoja de coca es un producto húmedo, con formas bien definidas que, además, está “cruda”, es decir sin manipulaciones que hayan transformado radicalmente sus características sensibles originales. El esmero está puesto en elegir hojas verdes y enteras, como si se quisiera escoger aquellas que parecen recién cortadas de la planta. Podría especularse que, al escoger hojas lindas, las personas están intentando conectarse con una fuerza (vital, fértil) más allá (y previa a) cualquier tipo de transformación, humana o animal. Además, los huacheños asocian las hojas de coca y las pasturas que comen los animales como parte de un mismo conjunto alimenticio/ritual, y por ello, por ejemplo, al manipular las hojas de coca hay que tener mucho cuidado de que no se venteen (vuelen) porque con ellas se iría el pasto de los animales.
d) El acusi es el resultado de las hojas de coca procesadas por las personas, coqueadas, mantenidas durante un tiempo en la boca, generalmente entre las encías y el lado interno de las mejillas. Muchas veces, se coquea junto a la yista, que se introduce entre las hojas de coca a fin de que no queme las mucosas de la boca. Si bien en Huachichocana muchos hombres y mujeres adultos coquean y lo hacen en público, es difícil encontrar achos. El único momento en que la gente retira su acho de la boca es cuando se dispone a comer y entonces lo depositan en algún lugar fuera de la vista. Es un gesto privado, y si uno se los encuentra es por error o casualidad. Los achos no son, por lo tanto, simples subproductos o desperdicios del coqueado. En cambio, son parte de una comunidad de sustancias y fluidos personales (como las uñas, pelos e incluso la ropa), que retienen parte de la vitalidad. Debido a esto pueden ser usados para dañar o brujear a las personas y por lo tanto deben ser atendidos y no arrojados a cualquier parte (Bugallo y Vilca 2011)13.
Los acullicos pueden describirse como pequeñas masas verdes muy húmedas, donde es casi imposible distinguir las hojas individuales que fueron inicialmente coqueadas. Es decir, la forma y singularidad de las hojas es rápidamente olvidada cuando se introducen en la boca (incluso la falta de humedad de algunas hojas puede revertirse al mezclarlas con otras y ponerlas en contacto con la saliva). Las características de los acullicos están en relación directa con el tiempo que se lo mantiene en la boca, lo que también depende de la costumbre de cada persona a la hora de coquear. Generalmente, quienes trabajan durante todo el día en el campo fabrican acusis de mayor tamaño y de una consistencia más homogénea (mientras más se coquea, menos posibilidad hay de identificar restos o partes de hojas). De entre las diferentes ocupaciones, los huacheños reconocen que los acullicos de arrieros eran los más grandes y procesados, pues se trataba de personas que transitaban durante días para alcanzar la quebrada y comerciar con sus productos. Estos achos son los que se encuentran adheridos a las rocas, pues fueron escupidos directamente sobre las peñas -solo los muy entrenados podían hacer esto a la distancia- o retirados de la boca con las manos para entonces arrojarlos con fuerza. Si los acusis no están bien coqueados, es decir, no alcanzan una textura húmeda pastosa, será más difícil que se adhieran a la roca. Los acullicos, como vimos para otras áreas, también se depositan como ofrendas en las apachetas del camino, pero para ello no precisan estar necesariamente hipercoqueados. En todos los casos, estas pequeñas masas húmedas se deshidratan hasta terminar siendo quebradizas y friables. Cuando los acusis no fueron muy coqueados, las ofrendas secas terminarán revelando partes de hojas individuales que quizá terminan desprendiéndose. Sin embargo, aquellos adheridos en las rocas se mostrarán como una pasta uniforme que durará seca en el tiempo. Si seguimos la lógica de descripción utilizada hasta aquí, diremos que el acusi es posterior a las hojas de coca, de la misma manera que el pusno es posterior al pasto; y, aunque no es digerido en términos estrictos (no se traga ni pasa por el estómago), las hojas de coca son profundamente transformadas durante el coqueo, como lo fue también el pasto al transformarse en pusno.
Pusno y acusis: términos intermedios
Los acusis constituyen el producto de una transformación; pero a diferencia del pusno, nunca tienen como destino la digestión completa y excreción. A partir de esta diferencia y los testimonios locales que asocian las hojas de coca con las pasturas, y los achos con el pusno, podemos entonces comparar ambos procesos de transformación y las relaciones involucradas.
El pasto y las hojas de coca son introducidos al cuerpo de animales y personas: el primero como alimento, en el sentido literal del término, y las segundas como un alimento de otro orden (que podríamos llamar, tentativamente, espiritual o anímico). El pasto es transformado mediante una serie de procesos que inicia con la masticación de los dientes, continúa en los estómagos con la transformación en pusno y termina en los intestinos con la formación del guano, que será excretado por el ano en forma de bolitas bien formadas, semihúmedas y de una dureza media. Cuando, en cambio, se da muerte y se desuella un animal, el pasto se recupera deliberadamente de la panza en la forma de pusno, una masa húmeda y sin forma. El pusno no posee una expresión “natural”, solo es accesible mediante el accionar de las personas (o de animales salvajes) que matan a su portador y lo extraen deliberadamente de adentro hacia afuera14. Las hojas de coca, por su parte, se introducen al cuerpo de las personas y permanecen en la boca siendo coqueadas y transformadas en una masa húmeda y sin forma. A diferencia del pasto, su único destino es la extracción deliberada, aunque al hacerlo nos encontremos con una masa muy similar a aquella que, en el cuerpo de los animales, tenía como destino transformarse en guano. Es decir, desde el punto de vista de los productos, pusno y acusi, ambos son el resultado de lo que podríamos llamar procesos incompletos de digestión: la boca, saliva y dientes humanos consiguen, mediante un hipercoqueado, transformar a la hoja de coca en un producto idéntico al que naturalmente llegan los pastos tras pasar por la boca, saliva y dientes y arribar a los estómagos de los animales.
Los cuerpos humanos y animales poseen entradas, partes medias y salidas y estos pasajes son siempre bien referidos en nuestras observaciones. Por ejemplo, se detalla muy bien cómo debe hacerse para extraer el acusi de la boca por los labios y hacer la ofrenda: meter uno o dos dedos en el espacio entre la encía y el cachete, presionando contra este último para separar el bolo y poder extraerlo completo. Lo mismo para el caso del pusno: la panza (el conjunto de los estómagos) debe ser transportada hasta el montículo fuera del corral, sostenerla encima y solo entonces hacerle un tajo de cuchillo cuidando que el contenido tibio se derrame sobre las acumulaciones previas, para terminar de exprimir o chumar la víscera hasta dejarla vacía. Incluso cuando los animales excretan guano, los pastores observan el proceso y los niños juegan colocando una mano en forma de cuenco bajo el ano para ir recibiendo las bolitas húmedas y calientes. Es decir, no solo hay adentro y afuera. Nuestros interlocutores nos muestran que el momento del paso entre estados es importante; el pasaje es un estado más. El acusi y el pusno, entonces, son extraídos antes de salir (negando el proceso excretorio, literal o figurado) y retienen, en su forma relacional y empírica, el estar en un “entre”, en un “paso”. No apuntan a un proceso natural dual de entradas y salidas, sino ternario: entrada, paso o pasaje y salida. Cargan consigo la fuerza de ser un “entre”.
En este punto, y para avanzar en nuestro ejercicio analítico, sugeriremos que este pasaje o “entre”, que no es crudo (hoja de coca) ni podrido (guano), podría ser identificado con la función “cultural” de lo “cocido/hervido”, tal y como argumentaba Lévi-Strauss. Con este movimiento nos interesa rescatar y servirnos de la fuerza relacional que guarda en su interior el triángulo culinario, que atiende a los términos y a sus transformaciones continuas. Ello no supone simplemente generar una asociación palmo a palmo con la propuesta estructuralista -que, sin embargo, podría ser reclamada desde alguna perspectiva. En este sentido, ya hemos sugerido que coca y guano podrían ser considerados, por parte de la bibliografía e incluso por nuestras descripciones previas, como un par de opuestos complementarios, ambos con potencia: la primera por ser pura vida (y “cruda”), el segundo por ser pura muerte (y “podrido”). Lo que podemos agregar aquí es que entre ese par de opuestos complementarios, hay un término intermedio: acusi-pusno. Ambos son más parecidos entre sí que con las materias a las cuales refieren originalmente, y apuntan a una transformación signada por un fuerte desmenuzamiento que deja a los productos finales como “papilla” (retomando la caracterización de Spedding 1992, 55), tal y como hace la cocina cotidiana indígena. En otras palabras, esta transformación ocupa una posición análoga a la de los guisos y sopas espesas que se elaboran sobre los fogones: entre lo crudo (hojas de coca) y lo podrido (guano), ahora tenemos, como diría Lévi-Strauss, la cocina (acusi-pusno).
En muchos contextos indígenas andinos, la masticación comienza en la olla cuando la comida se está cocinando, antes de entrar en los cuerpos. Al mismo tiempo, la digestión puede ser referida como una forma de cocina, por lo que podría decirse que los cuerpos digieren y, al mismo tiempo, cocinan (Levi-Strauss 1965, 1966 ). Si atendemos a las relaciones locales -y tal vez andinas más amplias-, la digestión en su forma relacional, es decir, como todo aquello que sucede al interior del cuerpo, desde el masticar al embarazo, se corresponde con la cocina y apunta, además, a una técnica particular: el hervido, técnica culinaria por excelencia (Spedding 1992; Pazzarelli 2010). Desde este punto de vista, podríamos vincular a nuestro término intermedio acusi-pusno con el cocido/hervido de un hipotético triángulo culinario, en el que los cuerpos de personas y animales actúan como las vasijas y ollas de un proceso de transformación que bien podría ser llamado culinario.
Pero si la coca (cruda) es pura vida y el guano (podrido) es pura muerte, ¿qué lugar vital le está reservado al acusi-pusno (hervido)? Tal vez, justamente, aquello que Lévi-Strauss identificó en los mitos amerindios como la “vida breve”. Sea la humana o animal, se trata de la vida que es de este lado del mundo. Es un término intermedio que encarnan las personas que, lejos de la vida infinita de los mitos, vienen a este mundo para nacer y luego morir. La vida breve, recogida en mitos de tierras bajas y altas, es aquella signada por la corrupción, por la duración limitada que se expresa en un pudrimiento que lleva de lo crudo a lo podrido. La vida breve es lo que está en el medio, o sea, la cocción y sus productos. Esta idea es la que nos permite terminar sugiriendo algunas hipótesis sobre las resonancias entre las geografías de las rocas y de los cuerpos.
Discusión y consideraciones finales
Acusi y pusno se asemejan por los pasos que transitan. Ambos son productos que estaban adentro y deben ser retirados con las manos; no salen “naturalmente” salvo cuando se escupen. Están en el “medio”; no solo “medio digeridos” o “medio cocinados”, sino que están literalmente en el medio: en los cachetes o en el estómago. Pero, además, cuando dijimos que acusi-pusno son ofrendas de contextos específicos nos referíamos con ello a los pasos de los caminos, generalmente definidos como puertas, y también a los estrechos o angostamientos, que marcan transiciones en el espacio. Parece existir, entonces, cierta homología entre los pasos del espacio, los pasajes del cuerpo y los términos intermedios, acusi-pusno, que son utilizados como ofrendas. Así como algunos autores sugieren las correspondencias entre cuerpo humano y geografía (Bastien 1996), podríamos considerar a los rasgos espaciales que permiten pasar de un lado a otro del mundo (puertas, punkus, estrechos, cuevas, pero también las bocas y tumbas) como los labios, los estómagos y los anos del espacio15. La pregunta que nos hacemos es si la especificidad de estas analogías puede tener algunas otras implicaciones.
Dijimos que, así como entre crudo y podrido se encuentra lo cocido-hervido como producto de la cocina, entre la vida pura y la muerte absoluta se encontraría la vida humana, la vida breve. Los huacheños dicen que desde que somos concebidos somos cocinados y luego conducidos hacia un proceso de pudrimiento final, la muerte, en el que seremos comida de la Pacha. Lo que queda en el medio (entre el nacer y el ser comidos) es la vida humana y animal, tal y como la conocemos en este lado del mundo. Como el acusi-pusno y cualquier otro producto hervido nuestro cuerpo señala un momento concreto de la vida yendo hacia la muerte. Aquí se abren los caminos hacia dos posibles interpretaciones.
Si acusi-pusno constituye un término medio y es, en todo sentido, una metonimia de la vida breve, entonces lo que se ofrece a los pasos del espacio es una parte de las personas. Los pasos y las puertas del espacio no son azarosamente los lugares más peligrosos. Son los más peligrosos, porque son lo que reclaman vidas de “este” lado para dejarnos pasar al “otro”. Desde el marco de esta perspectiva sacrificial clásica, escupir el acusi constituye la posibilidad de ofrecerse como comida a los seres poderosos del espacio, pero sin morir en el intento. Se trata de entregar parte de la propia vida, y no solo la vida/muerte absoluta de las hojas de coca y del guano. Que los acusis-pusno luego están deshidratados y duros en las piedras tal vez sea la señal de que las peñas recibieron (aceptaron) a las personas, al menos parcialmente, como ofrendas y terminaron de coquearlos. Pero ¿hay algo más allí aparte de ese sacrificio?
Podemos volver a subrayar aquí la existencia de una resonancia entre geografía y cuerpo, a nivel anatómico y fisiológico, compartiendo transformaciones y pasos intermedios: cuerpos y espacios como versiones fractales unos de los otros, que se reflejan mutuamente. Pero estas resonancias o reflejos precisan de una fabricación continua, que permita extender su vida en el tiempo (véase Pazzarelli 2019). Lo que estas challas muestran es que el interior procesado de los cuerpos humanos y animales es sacado afuera, una y otra vez, y entonces se vuelve roca, espacio, geografía. De alguna forma, las challas extienden y proyectan la condición de un ser-estar siendo coqueado/masticado a espacios fuera del cuerpo, justamente a aquellos que parecen reclamar de este tipo de sustancias al tratarse también de panzas, bocas y anos de piedra.
Se trataría de ayudar a fabricar un cuerpo externo, pero esperando que al mismo tiempo nos contenga; las personas arrojan achos y pusnos para fabricar panzas y bocas por las cuales caminar. En ese movimiento, ¿no se transforman las propias personas en pusno y achos de estos nuevos estómagos pétreos? Para decirlo en otras palabras, las personas se aprovechan y al mismo tiempo ayudan a fabricar las propiedades fractales del mundo: abren bocas y panzas solo para descubrir que pusno y achos son versiones de sí mismas, pues ellas también son productos indigestos, pero de panzas mayores, rocosas. Al quebrar estos límites y transferir sustancias vitales de un lado al otro del mundo, se produce una suerte de fecundación, un trasplante de materia vital, desde las panzas animales y bocas humanas a las aberturas corporales de las rocas. La deshidratación de achos y pusnos es la confirmación de que esa transferencia ha sido posible, de que las panzas rocosas actuaron como cuerpos y de que las personas siguen entonces siendo contenidas por ellos. Al mismo tiempo, la deshidratación es la certeza de que esa vida es temporal. Por eso, hay que seguir escupiendo y ayudando a fabricar panzas-mundos, se trata de un proceso que no puede terminar si es que las personas desean seguir viviendo allí. Escupir regularmente es la confirmación de que la vida solo puede ser tal, si es breve.
La atención a esta condición fractal nos permite sugerir otra hipótesis: cuando las prácticas huacheñas homologan cuerpos y geografías están apuntando a una resonancia que habla un lenguaje anterior al de las ofrendas sacrificiales. Es decir, la potencia de la relación fractal entre cuerpo y geografía reposa en la circulación continua de pastos y hojas de coca, que pasan de los cuerpos pétreos a los cuerpos biológicos, y de achos y pusno, que hacen el camino inverso. El sostenimiento de esta fecundación mutua es el fundamento de aquella fuerza fractal que mantiene unidas a las diferentes partes del cosmos; su temporalidad la caracteriza como vida breve. Esta fecundación no precisa del lenguaje de las ofrendas a seres poderosos para existir, aunque este pueda ser una de sus declinaciones posibles y más comunes. Es decir, las relaciones de transferencias “culinarias” que vinculan a seres poderosos del paisaje y seres humanos y animales emanan de esta fractalidad previa, que los atraviesa como una fuerza espectral -pero de la que no son su fundamento (Viveiros de Castro 2019; ver Pazzarelli 2022).
Finalmente, podemos aventurarnos a sugerir una diferenciación extra: escupir acusis y arrojar pusno son prácticas que desdoblan la perspectiva de las personas. De un lado, al pedir por un buen viaje en el camino, son deudoras de seres poderosos del espacio que les permiten vivir a costa de la entrega de una parte de ellas mismas; entonces, hablan el lenguaje sacrificial de las ofrendas que vinculan a distintos seres, humanos o no. De otro lado, al indicarnos las relaciones prácticas y sensibles que existen entre ofrendas y geografía, parecen intentar estimular resonancias profundas con el mundo; entonces se aprovechan de un movimiento fractal-vital que existe antes y por fuera de cualquier tipo de ser. Esta idea, que intenta traducir el mundo de las ofrendas en Huachichocana podría ser útil para otras regiones del mundo andino.
Tal vez por eso había una panza suelta en el estrecho de la quebrada huacheña como mencionábamos al inicio de este trabajo; tal vez era la geografía recordando que cada vez que caminamos por allí lo hacemos por adentro de nosotros mismos. Y que ese adentro, no es completamente nuestro. El mundo y su geografía tal vez no sean más que una gran panza dada vuelta. Y las personas, quizá, no sean más que acho y pusno circulando por ella.