1.
En 1926 un miembro del Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos avaló la financiación de un monumento en Caracas dedicado a la memoria de Henry Clay (1777-1852), padre de la noción "política del buen vecino" y estadista bastante activo durante la administración de James Monroe (Ramage Watkins, 2011). En la opinión del congresista, Clay había sido "el primer estadista y Kentucky el primero de nuestros Estados Americanos en apoyar la causa de los patriotas Latinoamericanos" ([US Government], 1926:11-12). Un siglo atrás, José Manuel Restrepo, en su Historia de la Revolución de la República de Colombia, aseguró que desde 1818 "La legislatura del estado de Kentucky y varios ciudadanos de la confederación" habían solicitado al Congreso que se reconociera la independencia de las repúblicas emergentes de Suramérica (Restrepo, 2009: 966). Estos dos indicios sugieren que algunos ciudadanos y políticos de la Mancomunidad de Kentucky, incorporada como el decimoquinto Estado de la federación norteamericana en 1792, se destacaron por su apoyo abierto y constante a la causa patriótica hispanoamericana previo el triunfo de Simón Bolívar en 1819.
Tal vez no sea coincidencia, entonces, que el primer ministro plenipotenciario de los Estados Unidos de América en la República de Colombia haya sido un abogado originario de Kentucky. Se trata de Richard Clough Anderson, Jr. (1788-1826), colega de Henry Clay, y conocido e interlocutor de James Monroe. Anderson se destacó también por su apoyo a la causa de la independencia de la América española, y negoció y firmó el primer tratado entre Colombia y los Estados Unidos, conocido como Anderson-Gual y concluido en 1824 (Gutiérrez Ardila, 2012). Cuando llegó a Colombia, Anderson relevó a un agente secreto de Washington en Colombia también originario de Kentucky, el coronel Charles Stewart Todd. Este artículo busca acercarse a ciertas particularidades (sociales, políticas y económicas) de Kentucky para comprender la visión de Suramérica desde una región específica de la "República del Norte" durante las tempranas repúblicas. Se trata de agregarle complejidad a nuestra comprensión del apoyo angloamericano a las revoluciones hispanoamericanas. Para ello se mantendrá en el horizonte la idea de los Estados Unidos como una entidad fracturada, como un proyecto en construcción tal vez incoherente y saturado de tensiones internas, así como las manifestaciones específicas de esta idea en el caso de Kentucky. La primera república del hemisferio, en efecto, fue un verdadero país de países por lo menos hasta la Guerra de Secesión, y continúa siéndolo en sus personalidades regionales vigentes. Gracias a la relativa abundancia de información primaria sobre Anderson, su familia, sus allegados y su misión en Colombia, es posible seguir la pista de Kentucky de una forma muy concreta, sin caer en generalizaciones incongruentes con la realidad de la época. Las siguientes páginas están basadas, principalmente, en la lectura de docenas de cartas manuscritas, el diario personal de Anderson y la prensa de Kentucky.2 Esas fuentes, que cubren los años entre 1814 y 1825, fueron producidas durante lo que podría llamarse la era de Bolívar, una época en la cual la información sobre los sucesos políticos de Suramérica circulaba con cierta intensidad en Kentucky y otras latitudes de la Unión (Fitz, 2016; Brown Paquette, 2012).
La exploración funciona entonces sobre una red de complejidades importantes. Se examinarán en conjunto las particularidades e interdependencias de la historia de Kentucky, la vida e historia familiar de Anderson, y la percepción de los eventos de la América española en la prensa angloamericana. Este contrapunteo temático revela un proceso abigarrado, lleno de tensiones y dudas, que se desarrolló en las entretelas de diversos éxitos y fracasos sociales y personales. Este estudio espera mostrar que el proceso que culminó en el establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambas repúblicas no fue mecánico ni se debió a una reacción instintiva. Antes bien, el apoyo temprano de Kentucky a la causa patriótica hispanoamericana parce haber tomado forma en medio de cálculos específicos sobre las limitaciones y potencial económico de ese Estado. Tanto como Monroe, Anderson observaba Suramérica a la luz de Europa, y sobre todo de Gran Bretaña y España. Pero Anderson, además, observaba a Colombia desde una sociedad esclavista dubitativa y de reciente colonización, y concebiría su carrera diplomática como una ruta alternativa para salir de la bancarrota que lo agobiaban a él y a su familia. En efecto, la percepción de muchos ciudadanos angloamericanos sobre las emergentes repúblicas de la América Española fue el resultado de una relación de fuerzas y conflictos entre las políticas interna y externa de los Estados Unidos, entre las antiguas colonias y los nuevos territorios y Estados del Oeste, entre los esclavistas del Sur y los Estados libres del Norte, entre las emergentes nuevas elites plantacionistas y financieras y aquellos que no lograban sacar ventaja del despegue económico de inicios de siglo. A través de la vida Anderson podrán verse con más claridad los significados de estas tensiones en el caso particular de Kentucky, su encarnación en la vida cotidiana y en la práctica política, y sus intersecciones con la naciente diplomacia binacional.
Anderson y Kentucky servirán para ilustrar la idea de que es imposible hablar de un apoyo abstracto hacia los patriotas suramericanos por parte de Estados Unidos, república que no consolidaría prácticas de identidad nacional fuerte sino hasta la Guerra de Secesión. Cada Estado es una nación soberana, argumentó Alexis de Tocqueville en 1835, y es imposible hablar de la Unión sin saber lo que pasa en cada estado particular (de Tocqueville, 2012: 98). Hablar de Kentucky es hablar de un "país" del Sur esclavista que sin embargo no haría parte de la Confederación durante la Guerra Civil; de un estado con sus pies ya bien plantados en la frontera del Oeste, pero con su mirada atenta sobre las aguas del Golfo de México y Suramérica. Por lo tanto, hablar de Kentucky y de Anderson durante una época marcada por el ímpetu abolicionista de la Revolución de Haití, heredado parcialmente por Bolívar durante la Expedición de los Cayos de 1816, es hablar del problema de la esclavitud en el Nuevo Mundo. Se da comienzo, pues, a esta exploración evaluando el legado de Virginia, la colonia esclavista primordial en la historia de los Estados Unidos.
2.
Richard Clough Anderson nació cerca de Louisville, Kentucky en 1788. Sus padres, Richard Clough Anderson y Elizabeth Clark Anderson, descendían de familias de origen escocés, inglés y galés, colonos de Virginia desde finales del siglo XVII. Graduado del William & Mary College (Williamsburg, Virginia) en 1802 y egresado
como abogado en 1809, contrajo matrimonio con su prima Elizabeth Clark Gwathmey, también nacida en Louisville (Tischendorf y Parks, 1964: xv-xxvii; Holberg, 2001: 36). Para empezar a comprender mejor las particularidades de Kentucky, que a su vez tendrán consecuencias sobre visiones específicas de Hispanoamérica desde la República del Norte, es crucial anotar que Anderson poseía una posición social importante. Antes que nada, como se ha dicho, era descendiente de viejas familias de Virginia. En segundo lugar, su padre fue oficial en el Ejército Continental durante la Revolución. Finalmente, su país natal, Kentucky, era un Estado de muy reciente colonización, en el cual los esclavistas virginianos de cepa ocupaban las mejores tierras (la región Bluegrass), y los granjeros libres ocupaban el piedemonte de los Apalaches. Estos elementos existían en interdependencia mutua. En efecto, tras la guerra de independencia, algunos veteranos virginianos como el padre de Anderson participaron en la construcción de las nuevas instituciones republicanas, beneficiándose particularmente de la administración de tierras de frontera en lo que sería Kentucky (Anderson, 1879; Ward, 2011).
Los principales colonizadores de Kentucky provenían de Virginia. Atravesaron los Apalaches y comenzaron a ocupar la tierra en el "país del Ohio" a mediados del siglo XVIII. Para 1792, habían logrado convertir ese pedazo de frontera en un Estado, cuya forma específica de soberanía replicaba la de Virginia: Kentucky es un commonwealth, una mancomunidad cuya filosofía política se remonta al sentimiento proto-republicano del siglo XVII inglés. La administración de la cosa pública debía hacerse en beneficio del pueblo, que, sin embargo, no incluía a todos los habitantes. En efecto, Virginia no fue únicamente la primera colonia inglesa en la América del norte sino también la primera donde tuvieron presencia las plantaciones esclavistas (Taylor, 2002). Como descendientes de familias esclavistas de la "Vieja Virginia" y parientes de los héroes de la Independencia, familias como los Anderson participaban plenamente de lo que el historiador Edmund S. Morgan llamó la "paradoja central" de la historia de los Estados Unidos: el desarrollo histórico simultáneo de la institución de la esclavitud y la ideología de la libertad, dos fenómenos contradictorios sólo en apariencia (Morgan, 1975). Virginia se convirtió en el Estado más grande entre los trece que fundaron la Unión, y ciertamente uno de los más influyentes. Poseía, en la república temprana, el 40% de los esclavos, el territorio más extenso y la población más numerosa (Morgan, 1975: 5-6). No sin razón le dedicó Thomas Jefferson una extensa descripción. Cuatro de los primeros cinco presidentes eran virginianos (Washington, Jefferson, Madison y Monroe). Las familias principales de Virginia poseían plantaciones y grandes casas señoriales, se diferenciaban mediante sus modales y hábitos complejos, y muchos de ellos se distinguían por haber sido anglicanos durante le época colonial (eran miembros de la Iglesia de Inglaterra) y episcopales después de la separación de la madre patria (los escoceses del Ulster eran presbiterianos). Se trataba, por decirlo de algún modo, de protestantes viejos de plantación conocida. Virginia era el modelo cultural que sería reproducido en la frontera del Ohio. Los colonizadores trajeron esclavos para descuajar el bosque, pelear contra los indios que todavía resistían, expulsar a los británicos y, finalmente, establecer las nuevas plantaciones. Ahora bien, alejados de la costa Atlántica y del cálido Sur profundo, los colonos de Kentucky levantaron medianas o pequeñas plantaciones, cultivadas no con algodón o con azúcar sino con cáñamo, tabaco y granos. Ubicada a diez millas de Louisville, la plantación del padre de Anderson se llamaba Soldier's Retreat (Retiro del Soldado).3
Personas como los Anderson, padre e hijo, reconocían bien la paradoja que habían heredado de Virginia y que encarnaban plenamente en Kentucky: poseían esclavos y se identificaban con los componentes señoriales de la esclavitud, pero al mismo tiempo se vanagloriaban de sus acciones por la causa de la libertad; creían en el modelo de la economía de plantación, pero sabían bien que ese modelo funcionaba mucho mejor en lugares donde era posible cultivar y exportar algodón y azúcar; mientras que enaltecían el nombre de los Estados Unidos de América como campeones de la libertad, se llamaban a sí mismos "virginianos" o "kentuckianos" antes que "americanos"; finalmente, establecían diferencias estrictas entre el Norte y el Sur de la Unión, usando los apelativos de "sureños" y "norteños", e identificando como "yanquis" a los pobladores de los Estados donde la esclavitud había desaparecido o estaba a punto de desaparecer. Robert Anderson, hermano de Richard, describió esta dinámica en una carta escrita en la Academia Militar de West Point, Nueva York, donde era estudiante. Robert se quejó de la discriminación en contra de los sureños por parte de los yanquis, y le aseguró a su hermano que en esa institución, cuyo gran problema era estar ubicada en un Estado norteño, los hombres de Virginia y Kentucky eran tratados como "pobres salvajes"4. Vale anotar que el mismo Robert tomaría parte, cuatro décadas después, en la primera batalla de la Guerra de Secesión. Robert fungía como comandante de Fort Sumter, en Carolina del Sur, donde los Confederados abrieron fuego por vez primera en contra de la Unión el 12 de abril de 1861. Robert peleó del lado de la Unión.
3.
Para los Anderson y otras familias con trayectorias similares, la memoria de la Revolución Americana se encarnaba en la influencia política y requería constante reproducción por medio de la práctica del derecho, de la carrera militar y de la actuación en cargos de elección pública. Anderson ejerció como abogado en Kentucky, y pronto entró a la vida política de su Estado. Se trataba de un paso casi natural para los hombres con educación avanzada cuyos padres habían participado en la guerra contra Inglaterra. Así, en el verano de 1815, Richard C. Anderson Jr. anunció públicamente su candidatura para representante de su condado (Jefferson) en la Asamblea General (nótese el nombre del cuerpo legislativo de la mancomunidad), siendo favorecido en esa y otras ocasiones por los electores. Llegaría a convertirse en miembro de la Cámara de Representantes de Kentucky (1812-1816, 1821-1823) y en representante por su Estado en la Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos (1817-1821).5
Fue precisamente en la época de su transición entre la política estatal y la política nacional que algunos líderes de Kentucky, especialmente Clay, comenzaron a ventilar el tema del conflicto entre España y sus territorios en "Suramérica". Recién instalado el Congreso, en diciembre de 1817, Clay manifestó que el gobierno debía cerciorarse de que su política de neutralidad fuera efectiva con respecto al conflicto entre España y sus territorios americanos. En enero de 1818, Anderson anotaba en su diario que Clay, si bien ciertamente ambicioso, era un político franco que hablaba con claridad: esperaba promover un proyecto de ley para que el gobierno reconociera la independencia del gobierno de Buenos Aires y "quizás algunos otros"6. Estando el conflicto, como estaba, muy distante de definirse, se trataba de un paso arriesgado que podía alterar las relaciones relativamente estables entre Estados Unidos y España. Kentucky, sin embargo, parece haberse aventurado antes que cualquier otro Estado. Ese mismo año, la Asamblea General aprobó una resolución manifestando su apoyo a los patriotas que luchaban contra España (Ramage Watkins, 2001: 43).
En el contexto de la Santa Alianza, las Restauraciones y las claras pretensiones de Inglaterra sobre el comercio libre en Hispanoamérica, mucha gente en Estados Unidos veía con buenos ojos el apoyo a esos países que apenas comenzaban a perfilarse como entidades independientes. Las consideraciones económicas y políticas eran inseparables. Pero la percepción y el apoyo a la causa patriótica hispanoamericana tomaban características específicas en distintos lugares. En el puerto Atlántico de Baltimore, por ejemplo, el gran negocio del corso estimulaba el contacto con los rebeldes y el apoyo a sus planes de independencia (Head, 2015). En Kentucky, el interés por Suramérica era estimulado por la imaginación comercial. Tenía que ver con la navegación del Misisipi, el acceso a Nueva Orleans, y la conexión efectiva con el Golfo de México y el Caribe. Estos objetivos, a su vez, se hacían claros a la luz del hecho de que Kentucky no alcanzaba a consolidar plenamente su vocación como sociedad de plantación: el monocultivo no era viable, el acceso al mercado internacional del Atlántico Norte costoso y lento, y el lado este de la Mancomunidad (la meseta Cumberland, en el piedemonte de los Apalaches) estaba ocupado por granjeros libres poco comprometidos con el modelo esclavista y señorial.
En parte por su situación geográfica y el aceleramiento económico desigual durante sus primeras décadas de vida, la Mancomunidad de Kentucky simpatizó con la idea de nuevas repúblicas en el hemisferio. Se trataba de países que bien podrían convertirse en mercados para las materias primas y las manufacturas de Kentucky. La ciudad de Louisville, centro de una creciente red de intercambios comerciales a principios de siglo, se ubicaba en las cataratas del Ohio, donde este importante río navegable por más de mil kilómetros se tornaba impracticable. Este era un punto neurálgico en una vasta red fluvial que permitía la comunicación con el Misisipi y por esa vía con el Atlántico. Contar con países amigables al Sur del continente era visto desde Kentucky como una gran ventaja por algunos políticos, comerciantes y esclavistas con una orientación relativamente fuerte hacia el Oeste y el Sur, una tradición incipiente de contactos ultramarinos propios, y una creciente ansiedad por sacar mejor partido de su economía diversificada (Rohrbough, 2007; Ramage Watkins, 2011). El padre de Anderson es emblemático en este sentido. Insatisfecho con las ganancias de su plantación y negocios de tierras, construyó una goleta para comerciar en el Caribe y con Europa. El barco naufragó en su primer viaje a Nueva Orleans (Ward, 2011: 34). Esta situación contrasta con los Estados de Nueva Inglaterra, fuertemente orientados hacia el Atlántico Norte y en conexión directa y constante con puertos europeos desde inicios del periodo colonial, así como con los estados del Sur profundo, casi exclusivamente dominados por el monocultivo.
La navegación del Misisipi no era tan solo un asunto de logística comercial impulsado por las ambivalencias de la sociedad esclavista de Kentucky. Desde la perspectiva de muchos habitantes de la frontera, de lo que ellos llamaban el "País del Oeste", se trataba de un problema atravesado por cuestiones fundamentales de soberanía e identidad política. Estos asuntos, a su vez, eran inseparables de la relación entre los Estados Unidos, España y Gran Bretaña. Mirar hacia el mediodía, orientarse hacia otros territorios por las vías fluvial y marítima despertaba también la posibilidad de la expansión de los Estados Unidos, que leída desde el Sur podía significar la expansión de la esclavitud y la economía de plantación. En una carta pública a John Quincy Adams reproducida por un periódico de Kentucky en 1823, se recordaba que en 1783 la Unión había pactado con la Gran Bretaña el derecho de ambas naciones para navegar por el Misisipi a pesar de que éste se encontraba sobre territorio español. Según el derecho natural, argüía la carta, una sociedad ubicada sobre un río navegable con salida al océano podía asumir el privilegio de navegar dicho río hasta sus bocas sin importar que atravesase países extranjeros. Pero el Congreso, dominado por intereses del Este que veían con malos ojos el crecimiento acelerado del Oeste, había estado bastante cerca de admitir que España estaba en su derecho de prohibir la navegación del Misisipi. Para muchos habitantes del Oeste, Nueva Orleans y las bocas del Misisipi representaban "el único canal de comunicación" con el resto del mundo, y la "avenida a la cual miran para acercarse a la abundancia, y todos los beneficios de un comercio rico y lucrativo con México."7
Ahora bien, el apoyo a la causa patriótica en Hispanoamérica demandaba tener en cuenta el problema de la esclavitud. En la carta a Adams, el tema de la liberación de los esclavos en territorios que habían pertenecido a España también hizo su aparición. Según esta carta, el tratado de 1819, que había cedido parte de Texas a España, había dejado a Nueva Orleans en situación vulnerable. Dado el caso, una fuerza de ocupación proveniente de México que cruzara Texas y ocupara la Luisiana bien podía "dar libertad a los esclavos". Después de un evento como éste sería casi imposible expulsar a los teóricos invasores, y el conflicto sería verdaderamente "sangriento" y "espantoso". "Ningún hombre puede observar el mapa de México y los Estados Unidos, sin la convicción plena de que Luisiana y Texas están destinadas a convertirse en el Flandes de América y en camposanto de ejércitos". El tratado de 1819 y otras decisiones similares que, según la carta, buscaban favorecer a los Estados de la costa Este, claramente bloqueaban un futuro comercio lucrativo con países como Colombia, Perú y Chile.8
La idea de que un impulso abolicionista llegaría desde el Sur del continente se había hecho patente desde 1816. Con su acercamiento a la República de Haití en ese año, Simón Bolívar, quien comenzaba a tener un protagonismo cada vez mayor en la prensa angloamericana, representaba entonces una tensión compleja y sin solución aparente, al menos por el momento. ¿Debían los Estados esclavistas apoyar una causa que bien podía tomar un carácter abolicionista?
4.
La paradoja libertad-esclavitud emergió desde una época temprana en las discusiones angloamericanas sobre la independencia de Hispanoamérica. El tratamiento de la figura de Simón Bolívar, de similar ambivalencia en este sentido, puede arrojar alguna luz sobre esta tensión. Una de las referencias más tempranas sobre Bolívar en la prensa de la Mancomunidad de Kentucky data de 1815. Se trata de una referencia que pudo haberse interpretado de forma negativa. A inicios de ese año, cuando Bolívar marchó hacia Cartagena y asedió a la ciudad en nombre del Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, algunos documentos sobre este conflicto fueron traducidos al inglés y publicados en los Estados Unidos. Una proclama de Juan Marimón, fechada en Cartagena a Marzo 25 de 1815, fue publicada en Lexington el 19 de Mayo de ese mismo año.9 En los siguientes meses, después de que Bolívar abandonara Tierra Firme para exiliarse primero en Jamaica y posteriormente en la República de Haití, los periódicos continuaron informado sobre los sucesos del Caribe. Dada la transición entre las primeras revoluciones del interregno y el restablecimiento de las autoridades españolas por Pablo Morillo, Bolívar comenzó a figurar más y más como el gran y único líder patriota de esta batalla (Mejía, 2007; Gutiérrez Ardila, 2010). Su liderazgo sobre la Expedición de Los Cayos, que no sobrevino naturalmente sino después de salvar un intenso conflicto interno, y el fracaso de la Expedición, generaron un momento clave para la discusión de la tensión (Lynch, 2007).
En primer lugar, porque la Expedición había sido financiada en parte por el presidente de Haití, Alexandre Pétion, cuya república no sólo estaba fundada sobre la abolición de la esclavitud, sino que proporcionaba abierta y activamente refugio, libertad y ciudadanía a esclavos cimarrones y otras personas de color sin importar su país de origen (Ferrer, 2012). El contraste con los Estados esclavistas del Sur no podía ser más obvio. En segundo lugar, porque el mismo Bolívar, a cambio del apoyo haitiano, había proclamado la libertad de los esclavos en Venezuela, si bien sujeta a la condición de que los hombres se convirtieran en soldados para hacerse acreedores a la gracia (Blanchard, 2008: 66-67). Pero la Expedición, como se sabe, fracasó rotundamente. En un artículo tomado de la Washington City Gazette y publicado en Louisville el mismo año de 1816 bajo el título "General Bolívar", el fracaso de la Expedición encontró una explicación bastante específica. El "desastre" había sido causado por la proclama de Bolívar según la cual "la naturaleza, la justicia y la política demandan la emancipación de los esclavos, y que de aquí en adelante no se conozca en Venezuela más que una clase de hombres-todos habrán de ser ciudadanos". Los esclavistas, según el reporte, obviamente descendieron sobre Bolívar con "garrote, guadaña, pico y pala". Los editores agregaban además que si bien ellos apoyaban con plena convicción la causa de la independencia de la América Española, opinaban también que aunque el "pueblo" podía estar "preparado" para la independencia, "no todos ellos están cualificados en el momento presente para la libertad interior."10 Libertad de España sí, pero emancipación de los esclavos por ningún motivo. Los planes para extender la emancipación solo podrían tener un efecto negativo en la lucha contra España y el fracaso de la Expedición de Los Cayos era prueba de esto.
Los editores del artículo sobre Bolívar justificaron su interpretación limitada de la libertad con una idea que se convertiría en un lugar común entre algunos esclavistas del antiguo Nuevo Reino de Granada. Ninguna constitución liberal podía tener un efecto verdadero sobre el pueblo sin que las "grandes masas" de ese pueblo adquirieran previamente "ideas y hábitos de libertad". "Conocimiento y práctica" deberían, "de algún modo", preceder la legislación escrita sobre libertad general. El modo, sin embargo, permanecía impreciso, y el período de tiempo requerido ni siquiera imaginado. Los esclavos no eran más que un "pueblo viciado" que no podría sino "correr hacia la anarquía" al obtener la libertad. Para más señas, la "porción más grande de los Españoles de Suramérica" había estado tan rígidamente sujeta a la autoridad de reyes, sacerdotes y virreyes, que bien podría decirse no "tiene más noción de lo que nosotros llamamos el sistema de gobierno republicano que los Chinos"11.
El artículo de 1816 reconocía plenamente la ambivalencia de la figura de Bolívar. El venezolano comenzaba ya a adquirir una posición central en el conflicto suramericano, pero sus acciones aun dejaban mucho que desear, particularmente su relación con Haití y el supuesto apoyo a la causa de la emancipación de los esclavos. Inamovibles en su apoyo a la independencia de la América Española, los editores no podían descalificar por completo a Bolívar. No era un semidiós, como aseguraban sus amigos, pero tampoco un demonio como decían sus detractores. No se trataba con toda seguridad de un Moisés, ni de un Josué. Tampoco de un Timoleón ni de un Washington, "pero es muy posible que sea un oficial partisano tolerable. Incapaz de liderar una vasta revolución, pero posiblemente muy capaz de ayudar en su consolidación". Y, en cualquier caso, claramente incapaz de seleccionar a sus hombres y de concebir con claridad la naturaleza de su causa.12 Con una que otra excepción, este tipo de percepciones se harían poco comunes después de 1819.
En cualquier caso, ya desde 1818 Kentucky había tomado la delantera solicitando al Congreso que se reconociera la independencia de las repúblicas que comenzaban a tomar forma en Hispanoamérica (Restrepo, 2009: 966). Aunque el potencial ímpetu abolicionista de los nuevos países con seguridad asustaba a los dueños de esclavos en esa mancomunidad, el éxito solamente parcial del complejo de plantación y la presencia de un contingente fuerte de granjeros libres en los territorios menos fértiles parecen haber facilitado esa decisión. El poder esclavista era fuerte en Kentucky, sin duda alguna, pero el modelo de la sociedad de plantación presentaba fisuras importantes y los esclavistas mismos se preguntaban cómo alcanzar la verdadera riqueza desde un país ubicado en el interior y en una latitud que no permitía la agricultura subtropical.
5.
La amenaza de tormenta abolicionista en Suramérica fue contenida tras el triunfo de Boyacá. Las medidas contra la esclavitud tomadas por la República de Colombia fueron tímidas. La figura de Bolívar pudo entonces ser adaptada con más confianza a la ideología de la libertad angloamericana. Bolívar alcanzaría un pedestal a la altura del mismo Washington, padre fundador y dueño de plantación esclavista. La consagración literaria de la gloria de Bolívar en el mundo de habla inglesa llegó con el poema "La edad de Bronce", por Lord Byron. La obra enaltecía a Washington y a Bolívar, de cuyas tierras vendrían los "profetas" de la nueva libertad, también ansiada en Europa. En Frankfort, Kentucky, el Argus of Western America reprodujo el poema en 1823.13 El mismo Richard Anderson, quien nunca conoció personalmente a Bolívar, escribió en su diario estando en Bogotá: "habiendo fallecido ya Bonaparte y Washington, Bolívar será el hombre vivo más famoso". El Duque de Wellington fue el tercer héroe comparado con Bolívar en este pasaje de mediados de 1824. Anderson, además, sabía que la gloria no era natural o automática. Mientras que Bonaparte y Washington tenían "la ventaja" de haber vivido en naciones "de poetas e historiadores", con el tiempo esos mismos autores escribirían por igual sobre Wellington y Bolívar. Ese mismo día, según el diario, el diplomático recibió la visita de un "Mr. Restrepo", posiblemente el historiador José Manuel Restrepo, ya entregado a la tarea de construir el relato heroico de Bolívar y la República de Colombia.14
Durante los primeros años de la vida independiente de Colombia, la consolidación de la versión norteamericana del temprano culto de Bolívar aparece inseparable de las dimensiones económicas de las nuevas relaciones entre ambos países. En una nota de prensa basada en una carta enviada desde Bogotá, un periódico de Frankfort informó que la tarifa de 5% impuesta a las mercancías que ingresaran a Colombia desde los Estados Unidos había sido anulada. Con razón, entonces, la misma nota describía con confianza los rituales de celebración patriótica y la combinación de las iconografías nacionales que tomaban lugar para encarnar en la práctica cotidiana la supuesta unión de dos países nacidos de revoluciones análogas. La nota de prensa describe un baile ofrecido en Bogotá por el coronel Charles Stuart Todd, otro hijo de Kentucky, descendiente de familias de Virginia, y agente confidencial en Colombia desde 1820. La ocasión fue el 4 de julio, "Independence Day", en 1823. Muy concurrido, el baile contó con la presencia del vicepresidente Francisco Paula de Santander y los principales miembros de la administración. Según la descripción de los brindis, los asistentes, especialmente Santander, Todd y Mr. Buckle, equipararon a los héroes de ambas revoluciones. También recordaron la neutralidad de los Estados Unidos, que había tenido el efecto de proteger la independencia de Suramérica. Obviamente, las banderas de ambos países presidían el salón. Junto a ellas se ubicaron "pequeños grabados" que representaban, en la derecha, a los cuatros primeros presidentes de los Estados Unidos; en la izquierda, a Bolívar sostenido por Washington y Jefferson; en el centro, la Declaración de Independencia sostenida por Adams y Clay, y a la derecha de ésta Santander sostenido por Monroe y Madison.15
A medida que Colombia comenzaba a perfilarse no como una república abolicionista en contacto con Haití, sino como una nación moderada, ansiosa por ser reconocida por las grandes potencias, la figura de Bolívar parece haberse hecho más popular entre los amantes de las ideas de libertad, muchos de los cuales poseían esclavos. En Kentucky, los colonizadores y plantadores se mantenían relativamente bien informados sobre la situación en Suramérica gracias a las noticias que llegaban hasta allí y se diseminaban por la prensa local, y que a veces consistían en noticias de los mismos hijos del suelo de Kentucky, como se ve en el caso citado de Todd. Aun en las cabañas más remotas que se convertirían pronto en plantaciones, la gente leía o escuchaba por esos años el nombre de Bolívar.16 Un niño que nació en 1823 en una de esas propiedades recién establecidas (la casa era todavía una cabaña de troncos) fue llamado Simon Bolivar Buckner. Llegaría a ser gobernador de Kentucky en 1897. Sus ancestros habían emigrado también de Virginia (Stickles, 1940). Pero Buckner no fue el único Simón Bolívar en esos países.
La revisión de los censos ha revelado que, mientras que en la década de 1810 el nombre Bolívar apenas si existía en los Estados Unidos, los primeros infantes que recibieron ese nombre nacieron en cuestión de meses después de la batalla de Boyacá (1819). Vieron la luz en Maine, Maryland, Carolina del Norte y Carolina del Sur, es decir en lugares sobre la costa del Atlántico donde las noticias de Suramérica arribaban más temprano. Pero la edad dorada de los pequeños Bolívar llegó en 1825, tras los triunfos definitivos en el Perú, y se localizó en el Sur y en la frontera. Hacia 1830, según los censos, por lo menos doscientas personas habían recibido el nombre del Libertador. Como ha anotado Caitlin Fitz, el uso de ese nombre indica en gran medida las simpatías por la causa hispanoamericana entre muchas familias que decidían asociar a sus hijos, mediante algo tan importante y duradero como el nombre propio, con "personas, valores e ideas" que les eran de gran importancia. Esta tendencia se aprecia con claridad en lugares como Ohio, Illinois, Kentucky y en otros lugares del Sur (Fitz, 2016).
La percepción de ese mundo nuevo surgiendo en el Nuevo Mundo, de esas repúblicas que se levantaban tras deshacerse del yugo común de España, el Papado y la Inquisición (referencias preferidas entre los protestantes) se hacía cada vez más positiva. Igualmente, esa percepción se orientaba cada vez más claramente por intereses económicos. Por la vía de Nueva Orleans, Colombia aparecía como un nuevo mercado abierto en el vecindario. Pero el conocimiento del nuevo país era casi nulo entre los potenciales comerciantes. Y si algo sabían los angloamericanos, era que los británicos les llevaban años de ventaja comerciando en Tierra Firme y otras latitudes de la América Española. Para los esclavistas y comerciantes ansiosos de Kentucky, el reto de entrar en contacto con los nuevos mercados era particularmente importante. De ahí que no sólo hubieran apoyado la causa patriótica hispanoamericana, sino que propusieran además a varios ciudadanos de Kentucky como potenciales agentes diplomáticos. Una de las misiones del nuevo ministro plenipotenciario en Colombia sería justamente recolectar información económica sobre la nueva república.
6.
Anderson tomaría la decisión de aceptar el nombramiento diplomático y viajar a Colombia motivado en gran medida por cálculos económicos al mismo tiempo personales y sociales. La idea de que era posible comerciar con éxito en ese país se había hecho relativamente común entre algunos comerciantes o aspirantes a comerciantes. Algunos plantadores de Kentucky, acostumbrados a enviar cuerdas, lazos y lonas de cáñamo río abajo, se imaginaban también al Golfo de México como su salida al mar, puerta de entrada a los nuevos mercados y a la verdadera fortuna. Anderson, familiarizado con la percepción de la América Española como una región promisoria para las aventuras empresariales, y ansioso por la fragilidad de su posición como heredero de un modelo económico que no funcionaba plenamente, se hizo a la idea de viajar a Suramérica para salvarse a sí mismo y salvar a su familia. Porque hacia 1820, su situación monetaria era muy desfavorable.
El futuro ministro en Bogotá se había trazado desde su temprana adultez un camino hacia la riqueza a través del complejo mundo de la especulación con tierras.17 Esta inclinación debió haberle surgido casi naturalmente tras observar la experiencia de su padre. En efecto, algunos oficiales y otros veteranos del Ejército Continental de la Revolución Americana recibieron no solamente tierras, sino también puestos públicos en la administración de la exploración, distribución y ocupación de las tierras al oeste de los Apalaches. El padre de Anderson fue uno de los privilegiados militares de Virginia que lograron transformar su participación en la guerra en la base para convertirse en ciudadanos de plenos derechos (Ruddiman, 2014). El antiguo coronel se convirtió en Agrimensor Principal del Distrito Militar de Virginia, cargo que ocupó hasta su muerte, y fue la figura pública dominante en un condado de Kentucky que lleva por nombre su apellido, Anderson County, y una persona de mucho prestigio a nivel estatal y federal (Rubenstain, 1986). Si bien su hijo se asoció con él en algunos negocios, parece ser que el futuro diplomático pudo haber entrado al mundo de la especulación fronteriza por cuenta propia, no solo en Kentucky sino también en Illinois y Ohio. Es posible, además, que el joven Anderson haya dado este paso consciente de que la plantación esclavista podía ofrecerle prestigio y cierta comodidad, pero no riquezas incontables.18
El negocio de las tierras de frontera, sin embargo, era complejo, estaba plagado de ilegalidades e intrincadamente ligado a la plantación esclavista y al emergente mundo de las finanzas, igualmente abundantes en especulación y engaño. Todo esto se hizo evidente con el pánico financiero de 1819. Tras el colapso de los bancos, la propiedad raíz en Kentucky se devaluó aceleradamente. La economía nacional entró en recesión hasta 1823. El padre de Anderson experimentó descalabros serios en sus negocios de tierras. Agobiado cada vez más por la inestabilidad, Anderson abandonó la escritura de su diario. Al retomar la pluma, el 24 de septiembre de 1820, dejó constancia de que sus deudas llegaban a los veinte mil dólares y sus ingresos alcanzaban sólo para cubrir los intereses. Puesto que la tierra solo valía una sexta parte de lo que había costado antes de la crisis, vender las propiedades que le quedaban no solucionaría nada. Anderson llegó a la conclusión de que el trabajo se había convertido en la única opción, no ya para vivir holgadamente y alcanzar la cúspide social, sino para cancelar sus deudas. Pero las opciones eran pocas. Retornar a su práctica como abogado y continuar su carrera política le parecían rutas impracticables, sobre todo porque los ingresos eran esporádicos y muy bajos. Por otro lado, algún "empleo público" podría ser la solución.19 Se trataba de una decisión compleja, pues dar el paso de la política electoral a la alta burocracia (en los departamentos del tesoro o de estado, por ejemplo) dependía de los contactos con el presidente y miembros del gabinete en Washington.
Para Anderson, sin embargo, un cambio de rumbo podía llevarlo a evitar la ruina total y a solucionar las estrecheces que pasaba su familia, particularmente onerosas para los miembros de una sociedad esclavista y señorial. En esta época, a Anderson y su esposa les era difícil vivir según las expectativas de una familia de prestigio social y político. En cartas del final del invierno y de la primavera de 1820 a uno de sus parientes políticos, Anderson comenzó a ponderar la decisión de dejar la carrera electoral. Con su nombre a punto de ser anunciado públicamente como candidato, el futuro diplomático manifestaba que había tomado la decisión de renunciar a la candidatura, no sin intensas consideraciones previas. Se trataba, según sus propias palabras, de una decisión que marcaría el "rumbo de [su] vida"20.
Según consta en una carta de Monroe, Anderson había comenzado ya gestiones para obtener un nombramiento, o como él escribía en su diario, una "promoción política." En septiembre de 1820, Monroe informó en su misiva a Anderson que le complacería mucho nombrarlo en algún cargo público, ubicándolo así en una posición "en la cual usted pueda prestar servicios valiosos a su país" de forma "honorable". Monroe le recordó a Anderson que conocía bien a su padre desde su juventud y sentía gran afecto por él.21 Pero el nombramiento no cristalizaba todavía. Con las recientes noticias desde Suramérica y las condiciones económicas cada vez más complicadas, es posible que Anderson pensara desde estos meses que su promoción podía tomar la forma de un nombramiento en el exterior. Un cargo diplomático podía reportarle un mejor salario, sus ingresos serían además regulares y las posibilidades de aventurarse en distintas empresas y cobrar comisiones o favores serían seguramente abundantes.
Anderson viajó a la capital para las últimas sesiones del Congreso en el invierno de 1820-1821. Durante estos meses se esforzó por concretar la "promoción política" que veía ya como la única solución a sus problemas financieros. En febrero escuchó rumores de que Monroe planeaba nombrarlo ministro en Río de Janeiro, pero la situación inestable de Brasil y la Casa de Braganza, y "mil y más de mil cosas" se interponían en el camino. Anderson se desesperaba cada vez más, y temía profundamente por el socavamiento de su posición social: "Tan ligeras son las causas que producen el ascenso y el descenso -que apenas si parece haber el grosor de una oblea entre un gran hombre y un perro."22
Tras retornar a Louisville en marzo, Anderson se ocupó parcialmente en tomar el pulso político de su Estado para mantener contacto con Monroe. En esa inusualmente fría primavera de 1821, Anderson le informó a Monroe que el discurso inaugural del presidente había sido muy bien recibido. En ese discurso, pronunciado el 5 de marzo, Monroe había valorado la política de neutralidad con respecto al conflicto entre España y sus "colonias", que a su vez había facilitado el comercio con ambas partes y el lucro de los comerciantes angloamericanos. En su distrito, le aseguró Anderson al presidente, no había un sólo hombre, "ni cien en Kentucky", que no estuvieran dispuestos a apoyar en su totalidad las políticas de su administración.23 Pero a pesar del contacto con el presidente y la demostración de su apoyo, Anderson no recibía aun nombramiento público. Su situación económica se hacía además cada vez más complicada.
A principios de 1822, las indagaciones de Anderson sobre el estado actual de los planes para el establecimiento de relaciones diplomáticas con Suramérica habían avanzado un poco. De Thomas Jesse Burgess, primer senador del nuevo Estado de Illinois, Anderson recibió noticia de que no se enviaría ministro a Río de Janeiro, pero sí un ministro a Colombia y tal vez otro a Buenos Aires. Burgess le aconsejó a Anderson declinar ambos nombramientos, y más bien esperar una ocasión propicia para escoger el país de destino. Sin embargo, Anderson continuó interesado en saber cuántos ministros serían enviados en el corto plazo.24 Mientras tanto, ejercía como abogado. Pero, como siempre, los ingresos seguían siendo muy pocos. "Si las expectativas generadas por la conversación y declaraciones positivas del Presidente no se cumplen", escribió Anderson en su diario, "habré de ser herido -seriamente herido. No puedo consagrar mi mente a mi profesión"25.
Si bien la correspondencia privada de Anderson muestra que las preocupaciones por dinero se remontaban por lo menos a 1816, las cartas que Anderson se cruzó con su familia y asociados en los años 1821 y 1822 rebelan constantes preocupaciones y afanes por la distribución y buen uso del poco dinero disponible y las deudas con bancos e individuos. Su esposa e hijos se trasladaban muy frecuentemente de lugar de residencia, revelando su condición paradójica de esclavistas sin plantación. Además de esto, afrontaban constantes quebrantos serios de salud, experimentados sobre todo por la pequeña hija y la suegra. La incertidumbre era constante, la fragilidad de la vida evidente y el distanciamiento entre los cónyuges cada vez más notable.26 Durante el verano y el otoño de 1822, la tragedia alcanzó un clímax casi insoportable para Anderson. En julio, su hijo Louis murió repentinamente. Con esta muerte, Anderson y su esposa habían ya perdido cuatro hijos. Con todo, la gravedad de la enfermedad de su hija Elizabeth, evidente en el sufrimiento de la pequeña, le generaron una tristeza nunca antes experimentada, según relató en su diario.27 Anderson sentía con más y más intensidad la necesidad de cambiar de rumbo. Sus esperanzas seguían puestas en una "promoción política".
7.
Monroe había en efecto considerado a Anderson para ministro plenipotenciario en Bogotá. Pero el nombramiento de un diplomático para representar a la Unión en Colombia había sido pospuesto, en palabras del mismo Monroe, por muchas "consideraciones, de naturaleza pública, de gran importancia para nuestro país". La administración Monroe se había cuidado de no ofrecer reconocimiento diplomático hasta que no fuera ampliamente evidente que España había perdido la guerra, y hasta que se solucionara la cuestión de la soberanía sobre las Floridas. Pero el tiempo para un nombramiento diplomático se acercaba, y el presidente deseaba nominar a Anderson, a pesar de que otros ciudadanos de Kentucky habían pedido la nominación del juez George Mortimer Bibb (otro nativo de Virginia, colonizador de Kentucky). Monroe fue claro en una carta a Anderson de diciembre de 1822: "¿cuándo le convendría a usted zarpar?"28. La notificación oficial del nombramiento, firmada por el Secretario de Estado John Quincy Adams, le fue remitida a Anderson el 1º de febrero de 1823. Sus credenciales fueron expedidas el 22 de mayo del mismo año.29
Mientras esperaba su promoción, Anderson permanecía al tanto de la situación en el Golfo de México, la Florida y Suramérica.30 Pensaba en la diplomacia, pero también en sus deudas y en la frágil posición de su familia. En marzo de 1823, L. A. Carascon le recordaba a Anderson sus discusiones previas acerca de las posibilidades comerciales que podrían unir al "país del Oeste" y el país "tropical" hacia el cual Anderson habría de partir pronto. Dado que vivían en una "nación agrícola" ubicada tierra adentro, escribió Carascon, los habitantes de Kentucky bien podían vivir dentro de una concha, como las ostras. Las ansiedades por tener mercancías extranjeras, sin embargo, impulsaban a esta sociedad a exportar sus excedentes agrícolas para procurarse bienes importados. Para que el circuito funcionara, era necesario "perfeccionar" los productos de la tierra y avanzar más hacia las manufacturas. No bastaba con vender productos agrícolas en Nueva Orleans. Había que sobrepasar las bocas del Misisipi y aventurarse al mar: a los puertos de la costa Este, de Suramérica y de Europa. Para tener éxito, las manufacturas debían ser diseñadas de acuerdo con las necesidades de los mercados extranjeros, los cuales, por tanto, había que conocer con detalle. "Deseo que usted pueda informarnos de todos las posibilidades ofrecidas por cada puerto desde el Orinoco hasta Veracruz"31.
Anderson se encontraba en el limbo económico y social. No era un gran dueño de plantación y tampoco un comerciante con experiencia o contactos, pero si tenía esclavos y se disponía a comenzar una carrera mercantil usando su nombramiento diplomático. El ambiente social y las ambivalencias de su mancomunidad lo llevaban a mirar hacia Colombia con grandes expectativas. La decisión de viajar, finalmente, fue tomada casi a ciegas. En abril de 1823, Anderson escribió en su diario que "Mi estadía en Colombia es totalmente incierta; depende del clima, nuestra salud, los gastos cotidianos y muchas otras cosas. Si todas estas cosas son aceptables, con seguridad he de permanecer 3 ó 4 años-tal vez más tiempo"32. Cuando menos los ingresos serían considerables: su salario anual sería de nueve mil dólares, que le serían pagados a Anderson desde Londres por Baring, Brother & Co., banqueros de los Estados Unidos y prestamistas de los Estados Hispanoamericanos.33Si bien esto lo ponía en una posición un poco más ventajosa, las verdaderas expectativas parecen haber estado puestas en los ingresos que Anderson podría obtener de su participación en negocios y transacciones con ciudadanos particulares. El nuevo ministro esperaba obtener participación accionaria o comisiones en empresas comerciales que podrían surgir entre su país y Colombia. Carascon, justamente, le había hablado de conglomerados, empresas fuertes de accionistas. Había que olvidarse del trabajo de mercaderes o "aventureros" individuales. Otro interlocutor de Kentucky, William Peterson, le remitió a Anderson una fórmula para "curtir cuero" con la solicitud de que procurara ponerla bajo patente en los "distritos y territorios de Colombia". De ser exitosa la gestión, Peterson le aseguraba a Anderson que el negocio generaría una fortuna, que entonces se trasladaría a Colombia y obviamente lo recompensaría "de algún modo" por haber facilitado la empresa.34
Anderson se daría por enterado muy pronto de las dificultades importantes que la geografía, las distancias y la presencia de los ingleses (que databa desde antes de la independencia) le imponían al comercio con la joven República. Ya instalado en Bogotá, donde el frío lo mortificaba día y noche, le refirió a un pariente que el país tenía, por su ubicación remota, "muy poco comercio con el mundo". Cierto que se encontraban, a muy alto precio, algunos bienes alemanes y británicos. Pero resultaba difícil hasta el momento calcular los costos de transporte para establecer especulaciones desde la República del Norte. Con el comercio en manos de los ingleses, quienes ingresaban todo desde Jamaica a cambio de oro en polvo, convendría más bien adquirir una plantación de café, de índigo o de arroz en Venezuela. En las cercanías de Bogotá no se producía nada para la exportación, y en general el territorio no tenía "ventaja alguna sobre nuestro país excepto que en Kentucky consumimos en el invierno todo lo que producimos en el verano, y aquí las estaciones son todas iguales"35.
Al tiempo que hacía estas observaciones a inicios de 1824, Anderson escribía en su diario que, si no fuera porque en Bogotá podía ahorrar algo de dinero y sus hijos aprender el castellano, "no me quedaría dos meses". Algunas semanas después, Anderson rebajó el espacio del tiempo que podría tolerar en Bogotá a "un mes". El espectro de las deudas era tan terrible, que Anderson se veía en la necesidad de recurrir a una analogía que le era familiar, la del contraste extremo entre libertad y esclavitud: "Todo deudor es el esclavo de su acreedor"36. Anderson sabía que si bien una estadía frugal en la capital de Colombia podía sacarlo de las deudas, de ningún modo podía transformar este sacrificio en "fortuna"37. Aunque Anderson no podía saber lo que era vivir como un esclavo, sí sabía muy bien que la condición servil era sumamente odiosa. La deuda, como la esclavitud, "te impide disfrutar de cualquiera de los placeres de la familia o de esta vida, destruye tu independencia, arruina tu temperamento. Ocupa además tus pensamientos hasta el punto de impedirte el éxito en cualquier campo o el ejercicio de tus facultades para cualquier propósito útil"38.
8.
Aunque solo fuera en su imaginación, y sin importar la existencia de sus esclavos (llevaría tres consigo a Colombia), Anderson se sentía más cerca de la esclavitud que de la libertad. Para un descendiente de Virginia e hijo de un dueño de plantación de Kentucky, debía tratarse de una incomodidad mental seria. Alexis de Tocqueville, unos años más tarde, escribiría que en Kentucky los hombres blancos no trabajaban por temor a "parecerse a los esclavos" (de Tocqueville, 2012: 558). Ahora bien, la analogía del deudor como esclavo puede leerse también como conexión. Por medio de la correspondencia de sus parientes en Kentucky, el ministro plenipotenciario en Bogotá seguía relativamente bien informado acerca de los sucesos de su mancomunidad. Se enteró así que los deudores engendrados por la crisis económica y la especulación a lo largo y ancho del Estado habían comenzado a resaltar las tensiones entre los hombres que poseían plantaciones y aquellos que apenas poseían unos cuantos esclavos o ninguno. Anderson se oponía rotundamente a la idea, que se hizo popular en 1824, de que la legislatura debía imponer su poder sobre la rama judicial y así garantizar leyes y políticas para llevarle alivio efectivo a los deudores.39
Los partidarios más radicales de esta idea propusieron que se llevara a cabo una convención para revisar la constitución y garantizar la reforma del poder judicial y el alivio financiero. La mayoría de simpatizantes de este plan eran ciudadanos de condados donde la inversión en mano de obra esclava era poca, aquellos colonos que habían quedado por fuera de la región Bluegrass. Quienes se oponían a las políticas de alivio y a la intervención en las cortes aseveraron que esta ruta llevaría seguramente a la liberación de los esclavos. Esos líderes eran denominados "aristócratas" por los deudores. Los hombres blancos y libres que no estaban comprometidos profundamente con el modelo esclavista y señorial estaban haciendo oír su voz (Hardin, 1966; Mathias, 1973). Veinticinco años después, la mancomunidad celebró un referendo para decidir si debían aprobarse medidas abolicionistas. Se trató de un hecho único en la historia del Sur esclavista. Pero los simpatizantes de la causa de la libertad de los esclavos alcanzaron tan sólo el 9.7% de los votos (Ramage Watkins, 2011: 3, 257-276). Con todo, tras el estallido de la Guerra de Secesión, Kentucky tomaría partido por la Unión y no entraría jamás a la Confederación. Pruebas contundentes de las fisuras y ambivalencias de la esclavitud en Kentucky, que en gran medida sirven para entender su precocidad política con respecto al apoyo de la causa patriótica Hispanoamericana.
Anderson encarnaba esas ambivalencias de manera casi paradigmática. Si bien era deudor, tenía un capital político e histórico con el que no contaban los granjeros de los Apalaches. Podía salir de sus deudas mediante su nombramiento político sin comprometer su afiliación social con el precario sistema esclavista. Utilizaba la idea de la dura condición de los esclavos para interpretar sus propios problemas, pero no estaba dispuesto a reconocer las consecuencias lógicas de semejante analogía. Hasta en el tema de la trata internacional de esclavos, Anderson seguía anclado en la vieja mentalidad esclavista heredada de Virginia al tiempo que trataba de promover la nueva política adoptada por el Congreso en contra de la trata. Los Estados Unidos, siguiendo el liderazgo de la Gran Bretaña, habían prohibido la introducción de esclavos a su territorio a partir de 1808. Anderson, conocido por haber negociado el primer tratado de comercio entre Colombia y su país de origen, negoció también en Bogotá un acuerdo sobre la abolición de la trata esclavista. Firmado por Pedro Gual y Anderson en la tarde del 10 de diciembre de 1824, este acuerdo fue rechazado posteriormente por el Congreso de los Estados Unidos.40
Aunque a inicios de siglo la oposición a esta política había sido moderada, muy pronto la plantocracia lograría establecer una conexión retórica entre abolición de la trata y abolición de la esclavitud. Días antes de su muerte, Anderson se encontraba cerca de Cartagena, en ruta hacia la Asamblea de Plenipotenciarios Americanos en Panamá. En Turbaco, Anderson se enteró del rechazo del acuerdo sobre la trata de esclavos. Entonces escribió en su diario su opinión sobre el asunto: "Si, como tengo derecho a creer, la objeción procede del principio, no me importa en lo absoluto"41. La existencia o abolición de la trata internacional de esclavos no le quitaba el sueño al diplomático. Calculaba, seguramente, que en los Estados Unidos el "poder esclavista" se haría cada vez más grande. Y debía entender, además, que ese poder no estaba en Kentucky, con sus plantaciones a medias, sus granjeros libres y su abolicionismo incipiente, sino en el Sur profundo, en los reinos del algodón y el azúcar.
El rechazo del segundo tratado Anderson-Gual en el Congreso de los Estados Unidos es emblemático de la cristalización del poder de la nueva plantocracia y de la influencia de los comerciantes de esclavos durante las décadas anteriores a la Guerra de Secesión. Tanto el Sur como el Norte participaron de la expansión de la esclavitud interna, y del contrabando internacional de esclavos africanos a Brasil y a Cuba. Pero fueron los esclavistas e ideólogos del Sur profundo, de los Estados que se separarían de la Unión para defender la esclavitud, quienes argumentaron que la supresión de la trata era la plataforma desde la cual, llegado el momento, las fuerzas anti-esclavistas destruirían la institución misma de la esclavitud. A medida que muchos esclavistas se hacían más rígidos en su concepción de la esclavitud y en su ideología racial, igualmente miraban con renovados ojos las posibilidades y potencial del Sur del continente. Si el país se expandía hacia el Oeste, debía también proyectarse hacia el mediodía. Si los colonos salían de estados esclavistas, debían llevar con ellos esclavos y esclavitud. Así, el Sur de los Estados Unidos debería convertirse en la semilla de un gran emporio esclavista que se extendería hasta Brasil (Horne, 2007).
Hacia la década de 1840, los miembros importantes de la plantocracia no podían ya mirar hacia Suramérica sin las intenciones de anexar y esclavizar. Si bien en Kentucky la gran mayoría de los amos de esclavos decían pensar que la institución era un mal necesario, para el poderoso John C. Calhoun (Carolina del Sur) la esclavitud era un "bien positivo", un instrumento de civilización, prosperidad y paz. Para sostener la esclavitud y prevenir el caos, el Sur de los Estados Unidos debía concebirse como si formara unidad con Cuba y Brasil, las otras potencias esclavistas del continente. Una gran alianza entre los plantadores de los tres países podía desenmascarar las intenciones de la Gran Bretaña y asegurar la estabilidad de la sociedad esclavista (Horne, 2007: 55-57). Richard Clough Anderson, quien conoció a Calhoun en 1817, no pudo haberse imaginado este complejo futuro de esclavitud trasnacional. Con todo, al examinar su trayectoria y las características específicas de su mancomunidad, es posible afirmar que los origines de la diplomacia hemisférica pueden comprenderse mejor a la luz de las complejidades, ambivalencias y desarrollos de la "paradoja central" de la historia norteamericana, y de sus manifestaciones específicas en la dubitativa sociedad
esclavista de Kentucky.