El activismo feminista en Cuba surgió, desde que se tiene memoria, y como en muchos otros lados, de la práctica vital de mujeres ilustradas; mujeres cuyos saberes sociales, adquiridos en la práctica intelectual, en los viajes al exterior y en la exquisita educación de su privilegiada clase social fueron identificándose con los derechos de las más e integrándolos, de a poco, en sus objetivos de vida y trabajo. Con esta aseveración pretendo, por un lado, rescatar el costado activista avant la lettre de aquellas pioneras que fueron armando una conciencia común en las mujeres cubanas, de manera que pudieran pensar en exigir, entre todas, derechos igualmente comunes; y, por el otro, proveer un espacio de encuentro productivo entre activismo y academia, pues me parece que a menudo tal separación solo establece barreras inoperantes y elude contactos y hasta alianzas posiblemente provechosas; en la práctica feminista, por ejemplo, creo que el mejor activismo no tiene por qué alejarse de la práctica intelectual, del crecimiento teórico, de la discusión de textos; asimismo, la práctica académica feminista no tiene otro modo de ser auténtica que acompañando e involucrándose en el espacio activista1.
Como ha sido ampliamente documentado, aquella primera solicitud del voto femenino por Ana Betancourt en la Asamblea Constituyente de la República en Armas en Guáimaro es una anomalía que seguiría repitiéndose a menudo en la historia cubana. Las demandas de las mujeres ocuparon el espacio público cotidianamente. Una breve historia del movimiento feminista en Cuba durante la primera mitad del siglo XX (González-Pagés, 2003) da cuenta de cómo las mujeres ilustradas llevaron a vías de hecho sus avanzadas ideas sobre la educación de las mujeres -recuerdo ahora, por ejemplo, la inclusión de la clase de gimnasia en la escuela de María Luisa Dolz-. Aun antes está el ejemplar activismo feminista (y uso el término a sabiendas de que aún no existía, pero, como diría Bacon, la actitud era cosa antigua) de Gertrudis Gómez de Avellaneda, quien, entre otras cosas, fundó el Álbum Cubano de lo Bueno y lo Bello en 1860, promovió el conocimiento de las vidas ejemplares de algunas mujeres y puso a circular una práctica de solidaridad femenina que dejó profunda huella en sus compatriotas, como queda demostrado en la vasta red de relaciones que logró tejer durante su estancia en la isla.
Si bien el activismo implica participación social activa y hacer campaña vigorosa para conseguir un cambio social (según el diccionario Oxford), e incluso, en determinado contexto, resulta comparable al terrorismo o al extremismo (según Le Petit Robert), en español la definición más común de activismo es aquella que lo vincula a la actividad, al hacer público, desde una perspectiva más moderada, como corresponde a nuestro talante. Así, la RAE define el activismo como la militancia en un movimiento social, organización sindical o partido político para el cual se hace proselitismo. Sin embargo, habría que reconocer asimismo la existencia comprobada de un activismo, digamos, “por la libre”: el de quienes asumen como razón de vida una causa y aun en soledad la defienden con constancia y sin desmayar. El activismo feminista tiene, entonces, algunos puntos de contacto con las definiciones precedentes, pero se mueve en un espectro mucho más amplio, que, en mi opinión, va de lo íntimo a lo social, utiliza estrategias de penetración en la opinión pública más o menos vigorosas, pero insistentes, eso sí, y a menudo se lleva a cabo por canales tan inesperados y en apariencia insignificantes como las relaciones interpersonales.
Pensemos por ejemplo en conceptos claves del feminismo como la política sexual, la sororidad, el confiamiento y tantos más. Todos refieren al mundo privado, al roce o al choque entre los cuerpos. Todas esas instancias de relación -y ese es el gran hallazgo del feminismo- tienen sentido político; en todas ellas nuestra acción puede coadyuvar a cambiar el mundo, aunque sea de a poco. Eso, por un lado. Por el otro, la relevancia que los gestos privados encuentran en la acción feminista. Una no cambia el mundo quitándose un corsé o dejando de pintarse las uñas, o renunciando a la maternidad, o abortando, o renegando de la heterosexualidad obligatoria; pero algo cambia. En fin, quería hacer notar cómo el activismo feminista parece construirse con todo lo que sirva, sea poco o mucho, e incluso puede ser invisible para la mayoría. Este, claro, también actúa en la vida pública: la de las manifestaciones, los periódicos, las asambleas, los partidos, las leyes. Esa vida pública donde las mujeres han sabido dejar su huella sin renunciar al activismo de otro tipo, conviviendo con él, haciéndolo parir alianzas y estrategias útiles.
Cuando empecé a preguntarme sobre activismo en la academia, lo hice pensando en cómo la tradición de la academia o la vida intelectual en América Latina siempre han estado bastante cerca del activismo, o de la participación social, o del compromiso -para decirlo con una vieja palabra pasada de moda2-. Algunos latinoamericanos inmersos en instituciones de enseñanza o investigación norteamericanas aceptan esa dicotomía entre activismo y academia como válida, sin advertir que se trata de la lógica de una época, pero sobre todo de una práctica política que para muchos de nosotros resulta ajena. De ahí que me preguntara sobre esa dicotomía, a mi juicio falsa, cuando se trata de repasar las intervenciones en el campo intelectual latinoamericano y, más aun, cuando se trata de revisar la historia del feminismo, que el caso de Cuba puede ilustrar con creces. Hablo, a partir de ahora, desde mi experiencia, y no agoto aquí, en términos de investigación, las múltiples vías por donde entrarle a un tema como este; cuando me refiera a nuestras antecesoras, lo haré sobre todo a aquellas cuyo desempeño, por razones de trabajo acumulado, conozco mejor. Cuando hable del presente, igual me referiré sobre todo al paisaje más cercano a mi cotidianidad.
Tomemos, como botón de muestra, a algunas intelectuales de las primeras décadas del siglo xx: Dulce María Borrero, Mariblanca Sabas Alomá, Ofelia Rodríguez Acosta y Ofelia Domínguez Navarro. Bastaría recorrer sus pronunciamientos públicos para dar cuenta de cómo pusieron su condición profesional, académica, para usar el término que elegimos antes, al servicio de una causa. Y no se conformaron con discutir la condición de la mujer en términos abstractos o en círculos cerrados, de eso nada. Todas extendieron su reflexión ilustrada sobre esos temas urgentes al espacio común de los medios y la tribuna pública.
En 1910 Dulce María Borrero (1883-1945) participó en la fundación dela Academia Nacional de Artes y Letras, y en 1918 en la del Club Femenino de Cuba. En 1928 formó parte del Comité de Defensa del Sufragio Femenino e integró la Alianza Nacional Feminista. Sus folletos El matrimonio en Cuba (1914) y La mujer como factor de paz (1938), así como los discursos El magisterio y porvenir de Cuba y La fiesta intelectual de lamujer: su actual significado; su misión ulterior (1935) dan fe de su activismo, para decirlo con lenguaje actual, no solo en la exaltación de los méritos de la mujer, sino en la preocupación por la necesidad de una política educativa coherente con las necesidades del país y promotora de un pensamiento independiente.
Mariblanca Sabas Alomá (1901-1983), cuyo trabajo periodístico más notable -las crónicas que publicara asiduamente en Carteles y Social, recogidas en el volumen Feminismo. Cuestiones sociales-crítica literaria (1930)- funcionó como tribuna colectiva (en sus artículos, ella incluía correspondencia de otras feministas, como la propia Ofelia Rodríguez Acosta, Sarah Méndez Capote o Flora Díaz Parrado), fue quizás el rostro más conocido de la vanguardia feminista y desarrolló una actividad impresionante. Delegada al Primer Congreso de Mujeres, miembro del Club Femenino de Cuba, perteneció además a la Liga Anticlerical y a la Liga Antimperialista. Apasionada e intransigente, no temió nunca abordar los temas más peliagudos, en muchos casos respondiendo a denuncias de sus lectoras. Miembro del Grupo Minorista, Mariblanca llegaría a ser ministra sin cartera del gobierno de Carlos Prío Socarrás en los años 40, con lo cual su notoriedad cristalizó en un cargo público. Entusiasta agitadora de conciencias, ofrecía conferencias y participaba en debates y acumuló amplia ascendencia sobre la opinión pública, que seguía su juicio sobre diversos temas, especialmente aquellos referidos a la situación de la mujer trabajadora. A partir de ese compendio de opiniones donde artículos de denuncia conviven con textos de crítica literaria, puede armarse un muestrario de sus preocupaciones más acuciantes, que rebasaban, claro está, la situación de la mujer para extenderse a la necesidad de cambios sociales, algo que podría ilustrarse con su reseña de la derrota en el Congreso de una propuesta de reforma agraria, presentada por José Manuel Castillo, para distribuir la tierra entre los trabajadores.
Ofelia Rodríguez Acosta (1902-1975) también perteneció al Club Femenino de Cuba, del cual fue secretaria en 1925, y fundó y dirigió la revista Espartana (1927). Hizo propaganda feminista en la prensa y la ficción y provocó amplios debates públicos. En 1929, su novela La vida manda actualizó la necesidad de discutir sobre la libertad sexual de la mujer con la misma pasión que sobre su derecho al sufragio. Oradora frecuente en actos públicos o en programas de radio, en 1932 leyó una conferencia en el Lyceum que fue ampliamente reseñada en la prensa antes de publicarse como folleto. Se titulaba La tragedia social de la mujer y promovía la idea de que el dilema fundamental de la mujer cubana era la pobreza, cuyas consecuencias hacían imposible la vida familiar y relegaban la discusión sobre los derechos políticos de la mujer. El drama cotidiano de la pobreza era la causa de que la maternidad fuera una condena, no los cambios fisiológicos tras el parto. Ya en uno de sus primeros textos publicados en Lamujer moderna (1926) nombraba al feminismo “obra de higiene social”. Entre 1928 (cuando aparecieron varios de sus cuentos) y 1932 colaboró asiduamente en Bohemia, revista de circulación continental, donde divulgó ampliamente su batalla continua por la dignificación, la emancipación y el enaltecimiento espiritual de la mujer. Entre sus temas de discusión, cito varios: “¿Qué mueve al hombre en su oposición al feminismo?”, “Matrimonio y amor libre”, “Feminismo teórico y feminismo práctico”, “El feminismo en la Universidad”, “La mujer y la guerra”, “Feminismo afectivo”, “Homenaje a Mariblanca de Cuba”, “El voto femenino y el momento político cubano”, “La mujer cubana y la hora actual”, “El voto a la mujer espanta”, “La maternidad trascendente”, “Las mujeres contemporáneas”, “La justicia de la guerra y la mujer” o “La mujer pagada”.
La abogada Ofelia Domínguez Navarro (1894-1976) participó en el Primer Congreso de Mujeres, donde leyó una ponencia sobre la situación legal dela mujer cubana y de regreso a su natal Las Villas, fundó una filial del Club Femenino de Cuba. Fue vicepresidenta de la Alianza Nacional Feminista y fundadora de la Unión Laborista de Mujeres. Sus memorias 50 años de una vida (1971) exponen ampliamente su participación en las transformaciones del Código Civil cubano cuya reforma promovió ampliamente antes de la Asamblea Constituyente y testimonian su discusión de temas de inextinguible actualidad, como la ponencia "El aborto por causas económicas y sociales", presentada a la Convención de Unificación Penal en México (Domínguez-Navarro, 1971: 369-375).
Su coetánea Camila Henríquez Ureña (1894-1973) desempeñó activa labor feminista. Entre 1936 y 1940 fue vicepresidenta de la Unión Nacional de Mujeres y de 1937 a 1943 del Lyceum habanero. Participó en el Congreso Nacional Femenino de 1939 y en el de Mujeres Universitarias en 1941. Es quizá la de vida académica más dedicada de todas las mentadas hasta aquí, porque estudió mucho y enseñó igual y en muchos sitios. Sin embargo, su labor intelectual en favor del feminismo, de la divulgación de la cultura femenina y de la feminización de la sociedad (en temas como la defensa de la paz, por ejemplo) integra un volumen bastante grueso, como el publicado en 2004 en Santo Domingo. Los textos y conferencias de Camila también conocieron amplia difusión; a ella correspondió inaugurar el Tercer Congreso Nacional Femenino y asimismo tomó la palabra ante la Sociedad de Mujeres Americanas y en la Asociación de Mujeres Universitarias. Pero igual hacía un discurso ante las mujeres presas en la cárcel de Guanabacoa, adonde había llegado con un donativo de libros, o exponía la necesidad de discernir una actitud propia de “La mujer ante el problema de la guerra y la paz”, o se refería sin ambages al dilema íntimo de “La mujer intelectual y el problema sexual”. Su conferencia “Feminismo” todavía hoy puede leerse con provecho3.
Salvo Dulce María Borrero, todas trascendieron la fecha de 1959, el año en que triunfó la revolución en Cuba. Los cambios sociales subsiguientes transformaron la situación dela mujer en muchos sentidos. Con la creación dela Federación de Mujeres Cubanas en 1961 muchas de las aspiraciones de las feministas cubanas se hicieron certeza en las nuevas leyes y programas de incorporación de la mujer al trabajo y la vida pública, con la extensión de los servicios de salud y guardería, con la Campaña de Alfabetización en la que tantas tomaron parte, como alfabetizadoras o como alumnas. La transformación fue profunda y dramática y a pesar de que no terminó con la desigualdad, colaboró bastante en mejorar la situación social de la mujer, además de poner el tema mujer entre las principales preocupaciones del gobierno cubano4.
Aquellas viejas feministas5 -que fueron en su momento comprometidas antimachadistas y antimperialistas- se hallaron de repente en el mundo de la posibilidad. En esos años los anhelos feministas se convirtieron en política gubernamental, aunque el feminismo propiamente dicho fue progresivamente estigmatizado como manifestación del “pensamiento burgués”. El prejuicio antifeminista pervive aún hoy, cuando incluso quien habla de temas comprometidos con el pensamiento feminista o pretende ubicarse en un espacio como mujer, reniega de él. Mirta Yáñez ha trabajado ampliamente ese doblez entre las escritoras y cada día nos topamos con una penosa banalización del feminismo en nuestros medios e incluso entre las escritoras cubanas6.
Durante mucho tiempo, precisamente en aquellos años en que la discusión sobre las condiciones de vida de las cubanas tomó la escena pública -lo cual puede testimoniarse ampliamente a partir de la producción fílmica o musical de esos años; en películas como Lucía (1968), Retratode Teresa (1979) o Mujer transparente (1989) o en canciones como “La familia, la propiedad privada y el amor”, de Silvio Rodríguez, “El breve espacio en que no estás”, de Pablo Milanés o “Utopía”, de Frank Delgado- el rechazo al feminismo como ideología burguesa flotaba en el aire. Pero con la crisis posterior a la desaparición de la Unión Soviética y el inevitable cambio en las condiciones de vida cotidiana, la fragilidad de aquellas conquistas aún incompletas se puso de manifiesto rápidamente. Sobre las mujeres seguía recayendo el peso de la reproducción en el seno de la familia y ellas además participaban activamente en labores de producción y organización, como parte de la fuerza de trabajo estatal (todavía hoy somos mayoría entre los profesionales en Cuba). La necesidad de pensar la condición de la mujer en el nuevo contexto desató iniciativas varias, entre las cuales estuvo el surgimiento de MAGIN, una Asociación de Mujeres Comunicadoras que llevó a discusión varios temas urgentes, activas entre 1993 y 19967. Como testimonian varias de sus integrantes en las memorias recientemente publicadas, la Federación de Mujeres Cubanas y el Partido Comunista de Cuba las “desactivaron” (es la palabra utilizada por casi todas, proveniente del lenguaje partidista). Aunque el grupo se desintegró, ha seguido produciendo, pero ya pocas veces como colectivo. Las magineras (como suelen llamarse a sí mismas) no se definían inicialmente como feministas, pero convocaron a talleres sobre varios temas afines al feminismo y a los estudios de género, discutiendo no solo sobre la representación en las artes y los medios, sino también, por ejemplo, sobre el incremento de la prostitución femenina en los años más duros de la crisis.
Por esos años se estableció una estrecha colaboración entre el Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer de El Colegio de México y el Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas, que entonces dirigía Luisa Campuzano. Previamente, Mirta Yáñez había estado en el PIEM trabajando con Elena Urrutia, una de sus fundadoras, y estableció los primeros contactos entre cubanas y mexicanas, que fructificaron luego en varios encuentros en la Casa de las Américas y El Colegio de México8. En 1990 se realizó en La Habana el Primer Encuentro de Escritoras Cubanas y Mexicanas y al año siguiente uno similar en México9. Hablar de activismo en casos como este es complicado, pero si se revisan los encuentros posteriores que han tenido lugar cada año en Casa de las Américas, la creación allí de un Premio Extraordinario en Estudios de la Mujer que ya ha tenido varias convocatorias y la publicación de varios libros sobre mujeres en la cultura y la historia de América Latina y el Caribe, no puede negarse su contribución a una discusión extensa sobre la condición de las mujeres en nuestros países10.
En Cuba, el debate sobre la escritura femenina y el rescate de la herencia del feminismo vive en los textos de Mirta Yáñez, Luisa Campuzano, Nara Araújo, Susana Montero Sánchez11 y Helen Hernández Hormilla, entre otras. Hacer de los encuentros anuales un hábito nos ayudó a conectar con otras profesionales y a penetrar en otras esferas, no solo académicas o de extensión cultural, aunque sostengo que asesorar tesis de grado sobre temas vinculados al feminismo bien puede reconocerse como activismo académico. También existe un sistema de Cátedras de la Mujer y de la Familia que coordina la Federación de Mujeres Cubanas en todas (o casi) las instituciones de educación superior del país. La mejor conocida es la de la Universidad de La Habana, que se llama simplemente “Cátedra de la Mujer”12, donde se impartieron las tres convocatorias de la Maestría en Estudios de Género en las cuales me ocupé de “Género y Literatura” -en rigor, enseñaba Teoría literaria feminista-. Hablaré entonces de mi propia experiencia (y aquí llega el momento del “testimonio” anunciado en el título).
Por formación y práctica profesional es en el ámbito académico donde me muevo con mayor soltura. Sin embargo, participo a menudo en espacios de activismo como las Jornadas contra la Homofobia que coordinaba Norge Espinosa; los debates públicos “Mirar desde la sospecha” organizados por el Programa de Género y Cultura coordinado por Danae Diéguez, Helen Hernández Hormilla y Lirians Gordillo Piña, que además de los encuentros mensuales en La Habana llevó a cabo varios talleres en Camagüey, Las Tunas y Sancti Spíritus; la iniciativa colectiva “Tod@s contra la violencia”, que buscó dialogar con las instituciones y organizaciones cubanas sobre la necesidad de tipificar el delito de violencia contra la mujer13 y, más recientemente, en el blog colectivo Asamblea Feminista, que compartimos Helen Hernández Hormilla, Lirians Gordillo Piña y yo, además de intervenciones públicas en espacios de debate dentro y fuera de la academia, en la televisión, etc.
Hace unos años, en uno de los encuentros anuales en Casa de las Américas, Barbara Riess nos convocó a hablar de nuestra experiencia en Cuba y yo refería que me parecía más productivo intentar un activismo semejante a la guerrilla, algo así como aparecer en un sitio trayendo un tema a la discusión pública y luego perderse un tiempo hasta aparecer de nuevo llamando a actuar sobre otro flanco, convocando opiniones, creando espesor conceptual en el debate sobre nuestra sociedad y los modos posibles de su mejoramiento. Creo que puede ser mucho más productivo -dada la necesidad de promover amplio debate público sobre la condición femenina en la familia, ante la ley, en el espacio laboral, en cuanto a derechos reproductivos- un activismo, digamos, nómada, que vaya articulando escenarios antes separados, y nos haga, de paso, menos vulnerables14.
Cuando hablo de vulnerabilidad hablo de los dos mayores peligros que puede enfrentar el activismo feminista en Cuba. Por un lado, está el ejemplo de MAGIN para demostrarnos cómo cuando un colectivo gana visibilidad y capacidad de interlocución pública los poderes establecidos le niegan la sal y el agua, pues conciben el espacio público como dominio exclusivo suyo -en lugar de incorporarse a su vez al debate público y trabajar conjuntamente con el colectivo que lo está interpelando o buscando su cooperación- y borran de él (o al menos lo intentan) la presencia de lo otro, que se vive como una agresión a su autoridad. Hay aun otro asunto, no menos lamentable: quienes cuentan con la anuencia de las autoridades necesitan gestionar recursos propios, para lo cual, en el esquema económico actual, deben adscribirse a una institución u ONG, lo cual a menudo conspira contra la capacidad de cuestionamiento y agitación decisivos para un colectivo feminista, con la consiguiente reducción del debate a temas muy específicos, a menudo supeditados a las campañas de organismos internacionales y de cooperación y sin participación real en la discusión sobre la sociedad cubana actual, muchas veces ceñidos a espacios cerrados sin posibilidad de “contaminación” de la esfera pública. Intentar mantener un espacio de independencia; establecer alianzas puntuales de trabajo con las instituciones u organizaciones existentes para temas o demandas específicos; continuar trabajando para divulgar las ideas del feminismo; promover discusiones públicas sobre temas urgentes en el momento actual y acompañar a jóvenes que esperan hacer su propia contribución es mi manera de hacer activismo. Ciertamente, disfruto mucho acompañar iniciativas colectivas, movilizar discusiones sobre temas urgentes y refrendar, con esos gestos, la herencia de aquellas feministas de principios del siglo xx que no renegaron de la acción política por ser profesionales o intelectuales. En aquel contexto histórico y en el momento actual, nuestro activismo académico puede hacer, quién lo duda, su contribución al mejoramiento de la sociedad cubana.