Introducción
Desde el reconocimiento del poder transformador que tiene la literatura y de su capacidad para participar en la configuración de la memoria colectiva, se considera de vital importancia mirar hacia las obras ficcionales que retratan la historia del país, como aquellas que enfrentan las versiones oficiales y mediáticas, que dan voz a otras vivencias de ciertos hechos y, sobre todo, que logran sensibilizar a quien llegue a ellas para conocer los hechos violentos a través de la estética y la experiencia. Pues, como lo afirma Kohut (2002), “la gran mayoría (sino todos) de los fenómenos políticos violentos del siglo XX tiene su contraparte en la literatura” (p. 203).
A la historia de Colombia la recorren una serie de guerras constantes, largas, que se han invisibilizado y naturalizado debido a distintos factores, como una geografía fragmentada por las tres bifurcaciones de la cordillera de los Andes, el poder político y mediático, el narcotráfico, la globalización neoliberal, la corrupción y muchos otros. Todos estos hitos históricos tienen su correlato en la literatura: un corpus ya clásico de autores y obras literarias refieren la lucha entre liberales y conservadores que desangró el país entre 1930 y 1958; otros permiten entrever los acontecimientos relacionados con la muerte del líder político Jorge Eliecer Gaitán; más recientemente, bajo la forma de crónica, cuento o novela, otras narrativas develan también la violencia contemporánea con todas sus complejidades: la entrada de nuevos actores armados, el modus operandi de la guerra, los intereses en juego, el devastador papel desempeñado por el narcotráfico, la acción estatal y paramilitar, y la muerte de la vida política del país.
Sobre este pasado reciente se centra esta revisión que indaga por la forma en que, en este y en otros contextos, se ha estudiado la relación entre la violencia política, la literatura y la educación. Además, hace un análisis crítico de los trabajos con miras a desentrañar su pertinencia en una investigación que tiene como propósito acercar a las nuevas generaciones, específicamente aquellas que no han vivido de forma directa la experiencia del conflicto armado colombiano, a la comprensión de este fenómeno, la cual, a su vez, quiere proponerse como acto ético, desde la perspectiva del filósofo ruso Mijail Bajtín. Para tal efecto, el texto se organiza en dos apartados: el primero esboza la ruta metodológica seguida para la búsqueda y manejo de la información; mientras que el segundo presenta los resultados y su respectiva discusión.
Metodología
Se realiza un amplio rastreo documental en bibliotecas, repositorios universitarios y bases de datos, tras las huellas de investigaciones que relacionen las palabras clave antes enunciadas,con las variantes que puedan remitir al mismo campo semántico: literatura (narrativa, relato, cuento, novela...); violencia política (guerra, conflicto armado, hecho traumático, dictadura...) y educación (escuela, aula, contexto escolar, institución educativa, colegio...). La búsqueda arroja muy pocos estudios, por lo que se decide examinar también aquellos que liguen solo las dos primeras categorías: literatura y violencia política.
Con un número importante de documentos seleccionados se procede a su fichaje teniendo en cuenta los siguientes aspectos: tipo de texto, contexto de origen, objetivos perseguidos, referentes teóricos, marcos metodológicos, resultados obtenidos. Posteriormente, atendiendo a los objetivos perseguidos por cada investigación, se efectúa la categorización, la cual da origen a una serie de agrupamientos cuya descripción y análisis constituyen el cuerpo de este texto.
Análisis y discusión
Como punto de partida, los trabajos revisados se organizan en dos grandes grupos. En primer lugar, aquellos que establecen conexión entre las categorías literatura y violencia política. En segundo lugar, los que llevan al aula o a la escuela obras literarias que versan sobre el tema, es decir, que muestran la relación entre literatura, violencia política y educación. A su vez, los trabajos organizados en el primer grupo se subdividen según pongan el énfasis en la construcción de corpus, en la participación que tiene la literatura en la configuración de la memoria colectiva, en la representación de hechos violentos, o en la forma como se logra esa representación estéticamente. Por su parte, la relación entre violencia, literatura y educación puede darse a partir de aproximaciones curriculares, pedagógicas o didácticas, o mediante su reconstrucción desde la narración biográfica o autobiográfica.
Literatura y violencia política
Dentro de esta categoría, un primer grupo de investigaciones propone formas de agrupamiento (corpus) de obras literarias relacionadas con la violencia política. Estas también tienen en común su referencia a la última dictadura argentina. Así, según los criterios escogidos por las diferentes autoras, la narrativa de este periodo puede clasificarse de la siguiente manera: 1) según centre su atención en la opresión o en la producción de verdad e identidad (Rotger, 2011). 2) En dos series literarias, una vinculada con la violencia política y emparentada con las formas testimoniales de la represión, la militancia y los relatos heroicos sobre las acciones revolucionarias (cuentos de guerra); y otra sin heroísmos, vinculada con las ciudades contemporáneas asediadas por la violencia y el narcotráfico (ficciones de exclusión) (Nofal, 2018). O bien, 3) en tres series literarias clasificadas a partir de las voces narradoras: la voz de quienes fueron militantes guerrilleros durante los años 1970 y reconstruyen desde el exilio sus años de juventud; las novelas de los testigos y contemporáneos de los militantes quienes escriben para hablar de los desaparecidos y de las huellas que dejó en sus propias vidas el terrorismo de Estado; las voces de los hijos de los militantes, independientemente de que acepten o no el sentido de la lucha de sus progenitores (Daona, 2018).
Estas tres formas de organizar el corpus inscriben las producciones literarias en lo que la investigadora argentina Elizabeth Jelin (2002) ha denominado luchas por la memoria, ya que visibilizan las voces de quienes de diversas maneras han participado en los hechos y desde los relatos discuten su sentido. Asimismo, estas formas escriturales configuran el género literario testimonial. Sin embargo, los criterios elegidos por las investigadoras encuentran poca aplicabilidad al caso colombiano debido a que la estructuración y difusión del relato testimonial exige el acceso a la cultura escrita por parte de las víctimas o testigos; y, en el marco del conflicto armado colombiano, las víctimas son principalmente personas sin voz, puesto que la guerra se ha encarnizado de manera mucho más cruel con las poblaciones ya históricamente excluidas, marginadas y ubicadas territorialmente lejos de los centros que definen la actividad del país.
No obstante, este primer grupo también hace evidentes otra serie de criterios sobre los cuales se pueden pensar corpus narrativos, como el concepto bajtiniano de cronotopo novelesco (Arán, 2009), el concepto de colección (García, 2016); y la cuádruple distinción establecida por Ansgar Nünning y Astrid Erll, según la cual las relaciones entre memoria y literatura pueden darse desde los postulados de: 1) la memoria en la literatura: puestas en escena; 2) memoria de la literatura I: topo e intertextualidad; 3) memoria de la literatura II: canon e historia de la literatura; y 4) literatura como medio de la memoria colectiva (Castro, 2015). Entre ellos, se resalta la fuerza teórica del concepto bajtiniano cronotopía en cuanto elemento unificador del espacio y del tiempo en la novela, unificación que determina tanto el género como la visión del ser y la incursión del elemento histórico en la literatura. Para Arán:
Bajtín elabora la categoría del cronotopo novelesco que sería el conjunto de procedimientos de representación de los fenómenos u objetos temporalizados y espacializados que, vinculados a la figura del héroe, [...] logran refractar un modo particularizado de interpretar el tiempo y el espacio reales. (2009, p. 125)
Desde esta perspectiva, surge el cuestionamiento acerca de si es posible formular el cronotopo de la novela del conflicto armado colombiano.
Asimismo, resulta de gran potencia la distinción establecida por Nünning y Erll (citados por Castro, 2015) en cuanto a las múltiples formas mediante las cuales se relacionan la literatura y la memoria: primero, el recuerdo y la memoria pueden representarse (ponerse en escena) en la obra literaria; segundo, la intertextualidad actúa como un escenario de memoria en el interior de los textos; tercero, la literatura como sistema social construye cánones privilegiando ciertos recuerdos y dejando por fuera otros; y, por último, la literatura cumple una función dentro de la cultura de la memoria desde la óptica de su recepción. Estos planteamientos permiten valorar la pertinencia de la novela para hablar del conflicto armado colombiano al igual que la pretensión de acercar a las jóvenes generaciones a su comprensión a través de la lectura literaria.
En esta misma línea enunciativa, el segundo grupo de trabajos devela la participación de la literatura en la configuración de la memoria colectiva. En este sentido, se considera que tal relación es recíproca; de un lado, las obras literarias son capaces de expresar los procesos mnemónicos dominantes en una sociedad dada; del otro, influyen en la construcción social y personal de las imágenes del pasado (Szukala, 2017)
En el primer caso actúan como discurso mimético que tiene la capacidad de imitar creativamente lo que ha pasado o lo que puede pasar; aquí, la referencia a lo real surge de la interpretación y réplica creativa de situaciones, historias o personas reales localizadas en tiempos y espacios particulares, máxime cuando el relato incluye las circunstancias históricas más amplias, la disposición conceptual y psicológica de los personajes y su marco ético. En el segundo caso, la producción literaria configura géneros y patrones narrativos bajo el criterio de la visión histórica de la colectividad; mientras que el lector, con todas sus dimensiones, se enfrenta a la obra y desde ella a la aceptación de la experiencia de los otros, así, la memoria se realiza en el ritual de la lectura (Tanko, 2015). En las dos circunstancias, el rol que cumple la literatura en la formación de la memoria está ligado a su estatus como discurso público, a sus cualidades ficcionales y poéticas y a su longevidad (Rigney, 2004).
La literatura posee poder simbolizador para referirse al pasado, precisamente porque escapa a las exigencias de cientificidad y objetividad propias de la historiografía. Su dominio no es la realidad histórica, sino a exploración de la dimensión histórica de la existencia humana y su finalidad no es la ‘verdad’ del relato, sino la ‘verosimilitud’. La literatura es productora de efectos de presencia, más que de efectos de sentido: logra expresar realidades pasadas más que explicarlas. El poder simbolizador y de producción de presencia de los textos de ficción es especialmente palpable cuando se refieren a eventos límite (Vargas, 2015).
Asimismo, los trabajos literarios presentan la percepción y la experiencia de la vida, aspectos encarnados y representados en la perspectiva del mundo imaginario y caracterizados por la forma como viven y trabajan la ética, la emoción, el sentimiento y el cuerpo (Tanko, 2015). En este mismo sentido, la literatura se enfrenta a preguntas de naturaleza moral e intenta comprender lo que se escapa a la imaginación y a las lenguas humanas, preguntas complejas e imprecisas a la vez, preguntas imposibles (Szukala, 2017).
Más específicamente, la práctica literaria se relaciona, representa y cuestiona el pasado en por lo menos dos niveles. Por un lado, por medio de la producción de novelas históricas que confrontan las historias oficiales y, por otro, mediante la recuperación de historias particulares que reivindican memorias diseminadas, familiares, comunitarias y locales (Quijano, 2011).
Conforman el tercer grupo los estudios a través de los cuales se rastrea la violencia política en la obra literaria. Estos están fundamentalmente sujetos (y de forma más necesaria que con los otros agrupamientos) a los contextos sociales y bélicos que recrean las obras. Por tal razón, la categorización de este grupo depende esencialmente del país o el contexto estudiado en cada uno de los trabajos.
En el contexto internacional, las investigaciones permiten acercamientos a fenómenos como el desplazamiento forzado en Mozambique (Gonçalves, 2017) y al tratamiento de la violencia política y de una serie de aspectos relacionados con ella en el marco de la guerra civil española (Belmonte, 2013; Hernández, 2010).
En el ámbito latinoamericano numerosos trabajos estudian la representación de las dictaduras que tuvieron lugar en la segunda mitad del siglo XX en Argentina, Chile y Paraguay (Di Marco, 2003; Mercier, 2016; Fandiño, 2016; Da Silva, 2018; Zomer, Pedro y Zandoná, 2015).
Para el caso de Brasil se descubre una amplia discusión teórica en torno a la relación literatura, autoritarismo y violencia, así como la presencia de estos elementos en las obras literarias; se destaca, además, la intención de desentrañar y visibilizar la representación de la violencia en el Brasil contemporáneo (Ginzburg, 2010; Porto, 2016; Pellegrini, 2004).
El conflicto armado peruano que enfrentó al Estado y al grupo revolucionario Sendero Luminoso ocupa un lugar de gran importancia en la literatura peruana y en las investigaciones en torno a ella. En este marco sobresalen los trabajos de Huárag (2014) y De Vivanco (2018). Esta última encuentra en la novela la posibilidad tanto de representar el conflicto armado como de constituirse en un escenario de reparación de la violencia simbólica que asoló al país; para desarrollar su argumentación recurre a una metáfora expuesta por Mirko Lauer que le permite proponer a las víctimas de la violencia política en cuestión como triplemente muertos: víctimas de una primera muerte simbólica consecuencia de la marginación económica y la exclusión social que invisibilizó durante años su desaparición; víctimas de una segunda muerte real por la violencia ejercida por los grupos armados sobre los sujetos y las colectividades sociales subalternas; y víctimas de una tercera muerte, simbólica, por la justicia transicional que al no resarcir a los afectados impide cerrar los procesos de duelo e integrar a los muertos a la memoria social. Asimismo, De Vivanco (2018) propone el concepto de memorias sucedáneas para designar los actos privados de reparación de la violencia simbólica, asumidos por sujetos cuyas experiencias de vida son cercanas al conflicto armado, y que se enfocan en la restitución de los elementos de valor simbólico violentados. De modo que las novelas estudiadas adquieren el valor de memorias sucedáneas y por tanto actúan como reparadoras de la violencia simbólica sufrida por las víctimas del conflicto armado interno peruano.
En el caso centroamericano, los estudios muestran las posibilidades que tiene la literatura para la construcción de nuevos conocimientos sobre el pasado histórico y, en ese sentido, permiten reevaluar el papel de la mujer en la revolución mexicana (Pérez, 2015) y explorar la violencia imbricada en el proyecto de modernización en Puerto Rico y República Dominicana (Irizarry, 2014).
En Colombia, el periodo histórico más estudiado, desde la literatura, es aquel que corresponde a la violencia bipartidista (Jimeno, 2013; Borrero, 2018). Igualmente, se encuentran trabajos que superan los límites nacionales para explorar la violencia en las sociedades latinoamericanas (Santos, 2015; Kohut, 2002; Molinares, 2013).
Otras pesquisas, consideradas dentro de este mismo grupo, hacen un seguimiento a aspectos más puntuales ligados a la violencia política. Entre ellos, la cultura militar en la literatura argentina (Torre, 2015); las memorias perturbadoras de la izquierda revolucionaria centroamericana, es decir, aquellas zonas oscuras o problemáticas de los movimientos revolucionarios (Basile, 2015); la escritura del desplazamiento forzado peruano y la construcción de infancia que este fenómeno produce (Andrade, 2017); la manera en que la novela que tiene que ver con el conflicto armado colombiano puede actuar como configurador de perdón en el nivel social (Vásquez, Merino y López, 2018); y el papel que el narcotráfico cumple en la configuración de lo urbano en el escenario colombiano (Blanco, 2010).
Los fenómenos identificados en los diferentes contextos permiten contemplar la multiplicidad de facetas en las que incursiona el hecho histórico violento en la creación artística pero a la vez hace posible evidenciar, como se comentó en el apartado anterior, que la literatura permanece anclada al mundo real, en ese sentido, además de beber de la fuente de los trabajos precedentes, la presente investigación tiene el reto de develar el tratamiento que la literatura hace de un periodo particularmente conflictivo en la historia de Colombia: las dos últimas décadas del siglo XX y la primera del siglo XXI, periodo en el que la violencia se transforma, se complejiza, se diversifica, se envilece y se dirige estratégicamente contra la población civil.
El cuarto grupo de esta serie se concentra en las estrategias a través de las cuales se logra la representación de la violencia en la obra literaria. Entre otros muchos interrogantes, Pabón (2015) se pregunta por el papel que cumple la ficción en la representación de la violencia extrema. En este sentido, remite a Jorge Semprún, escritor español sobreviviente de Buchenwald, para quien la experiencia vivida en el campo no es irrepresentable sino invivible y por tanto solo es susceptible de ser comprensible si puede ser transformada en objeto artístico, en escritura literaria. De igual modo, acude a Rancière para mostrar que nada es irrepresentable como propiedad intrínseca del acontecimiento, sino que se trata de elegir posiciones éticas y estéticas para hacerlo. Por último, afirma que la ficción no es necesariamente lo opuesto a la verdad, sino que se elige ficcionalizar justamente para evidenciar la complejidad de la situación a representar.
Con estas ideas como abrebocas se presentan las investigaciones que indagan por las estrategias que permiten la representación literaria de la violencia, las cuales incluyen tanto maniobras discursivas como posturas enunciativas. En términos generales son tres los recursos a los que se acude para representar la violencia política en la creación artística literaria: el uso de símbolos (Castaño-Lora y Valencia-Vivas, 2016); el juego a partir de estrategias lingüísticas y discursivas (Lespada, 2015; Manzoni, 2015; De Vivanco, 2013; Torre, 2014; Calegari, 2013; Scerbo, 2011; Castaño, 2016; García, 2015a, 2015b; Soto, 2018; Moraga-García, 2015; González y Chicangana-Bayona, 2013; Aguilar, 2014; Potok, 2012; Tomás, 2014); y la construcción de narradores (Vilanova, 2000; Cárdenas, 2018; Domínguez, 2018; Dos Santos, 2010; Serrano, 2013; Rojas, 2015; Castaño-Lora y Valencia-Vivas, 2016).
La teoría bajtiniana resulta especialmente fuerte para explicar la entrada del hecho histórico a la creación literaria tanto a nivel de forma como a nivel de contenido. Para el teórico, todo acto creativo parte de una toma de postura valorativa frente a algún aspecto previamente valorado y organizado en la cultura. Mientras que el conocimiento crea la naturaleza y el hecho da origen al hombre social, “el arte canta, embellece, rememora esta realidad preexistente del conocimiento y del hecho –la naturaleza y el hombre social–, los enriquece, los complementa y crea en primer lugar la unidad intuitiva concreta de estos dos mundos” (Bajtín, 1989, p. 35).
Frente a esa realidad que antecede al acto estético y que ha sido conocida y valorada previamente, es decir, organizada en conceptos y sometida a la acción ética, se sitúa el autor para asumir responsablemente una nueva posición valorativa la cual refracta en el plano estético. En este plano la forma estética permite al autor recortar y concluir la realidad, es decir, hacerla suya, realizarla.
A esta realidad del conocimiento y de la acción ética, reconocida y valorada, que forma parte del objeto estético, y está sometida a él en una unificación intuitiva determinada, a individualización, concreción, aislamiento y conclusión, es decir, a una elaboración artística multilateral con la ayuda de un material determinado, la llamamos contenido de la obra de arte (más exactamente, del objeto estético). (Bajtín, 1989, p. 37)
Como se aprecia, el contenido es inseparable de la forma, en ella se realiza porque la forma finaliza ficcionalmente el acontecimiento, en ese orden de ideas, la forma deviene arquitectura del contenido, del objeto estético y si este último significa desde el punto de vista cognitivo y ético, la forma lo hace desde el punto de vista estético; a su vez, la forma se realiza gracias a la palabra, indisolublemente ligada a ella, es decir como forma compositiva. Así, la obra en su totalidad “se convierte en expresión de la actividad creadora, determinada axiológicamente, de un sujeto activo desde el punto de vista estético” (Bajtín, 1989, p. 61).
Un último grupo de estudios deja ver la manera en que, en los análisis, la violencia se interrelaciona con otras variables. Al respecto, múltiples documentos exponen la violencia en relación con el género, ya sea porque develan aspectos de la subjetividad de la mujer en situaciones de violencia política (Capote, 2012b; Salazar, 2013; Kaplan, 2017); o porque indagan acerca del tratamiento de los hechos en narrativas escritas por mujeres o por representantes queer (Capote, 2012a; Bonatto, 2014).
Del mismo modo, es recurrente la presencia del cuerpo en las investigaciones revisadas fundamentalmente como cuerpo violentado (Saint-Bonnet, 2015) o como cuerpo residual; es decir, como remanente humano producto de la violencia social, política y económica inherente a las sociedades de consumo en general y al narcotráfico en particular (Fanta, 2014; Cárcamo-Huechante, 2005).
Literatura, violencia política y educación
Acerca del potencial que tiene la lectura literaria en el ámbito escolar, para construir sentidos en torno al conflicto armado vivido en Colombia, se destaca la producción de Nylza García quien publica, en 2012, un artículo en el que revela la fuerza que tienen la obra literaria y su inclusión en el terreno educativo, desde la perspectiva de la lectura como experiencia, para tratar el fenómeno de la desaparición forzada en Colombia. Más adelante, y en el marco del proyecto de investigación-acción La literatura como universo simbólico de la memoria en la escuela, García, Arango, Londoño y Sánchez (2015); Castillo, García y González (2017); García y González (2019); y González y García (2019) profundizan en este y otros aspectos. En síntesis, su proyecto apunta al planteamiento de un enfoque pedagógico que parte de la lectura literaria de novelas relacionadas con la violencia política, promueve la expresión de los estudiantes mediante la creación de piezas artísticas y concluye con la conmemoración que tiene lugar en el marco de un festival artístico de la memoria. El desarrollo del proyecto, dirigido por la profesora García, puede conocerse a través de las monografías elaboradas por Mendoza (2016), Sanguino y Castillo (2016), Caballero y Velandia (2017), y Ardila, Ángel y Correa (2016).
De igual modo, en Colombia, otras iniciativas llevan la novela al aula desde una perspectiva curricular, pedagógica o didáctica. De Ávila-Arce y Martínez-Gómez (2011) planean un proyecto pedagógico en el que proponen que los estudiantes creen y pongan en escena monólogos a partir de la lectura de la novela Rosario Tijeras, de Jorge Franco.
Moreno (2014) reflexiona sobre la potencialidad de la literatura como fuente histórica para conocer la violencia urbana que asoló a la ciudad de Medellín durante la década de 1980; por lo que propone categorías de análisis que evidencian el tratamiento literario de los hechos históricos y diseña una propuesta educativa interesada en renovar los procesos de enseñanza/aprendizaje del pensamiento histórico desde la narrativa.
Botero y Prieto (2016) diseñan talleres literarios para estudiantes de educación media, a partir de fragmentos de tres obras emblemáticas de la literatura colombiana, con el propósito de favorecer la comprensión crítica de la violencia que ha atravesado la historia del país.
Por último, Sánchez (2016) propone una secuencia didáctica, a propósito de la participación de los niños en la guerra, con la intención de desarrollar en los estudiantes tanto habilidades de lectura literaria como empatía, aspecto que considera fundamental para comprender los efectos del conflicto armado colombiano.
Por su parte, en Argentina, Carám (2012) retoma tres cuentos de la literatura infantil, de entre los muchos que fueron prohibidos durante la última dictadura, y los inscribe en una secuencia didáctica que permita su lectura en el aula. La maestra considera que los cuentos seleccionados solo pueden ser comprendidos si los alumnos conocen el contexto en el que se inscriben sus tramas, por lo que prepara el camino para que los jóvenes lectores construyan los elementos que les posibiliten establecer las relaciones intertextuales demandadas por la lectura.
También Meyer (2012) propone pensar el aula de literatura de la educación secundaria como un espacio para la lectura de textos literarios producidos durante la dictadura argentina y aquellos que abordan este periodo de la historia desde la contemporaneidad. La maestra se pregunta, en primer lugar, por el modo en que la literatura enfrenta los límites de la representación, materializa los sentidos del pasado y deshilvana la trama de concesiones, disensos y sentidos en el presente; en segundo lugar, por una didáctica de la literatura que enfrente los múltiples cruces y resistencias que el tema del pasado reciente suscita entre profesores y alumnos, posibilite la resignificación de ese pasado y contrarreste la repetición ritualizada y la fiebre memorialista del presente.
En esta misma dirección, Ilu (2013) proyecta una secuencia didáctica para la educación media a partir de la lectura de dos novelas del escritor argentino José Pablo Feinmann. Para tal propósito, primero realiza un análisis comparativo entre las dos novelas en el que ensaya la identificación de los recursos narrativos con los que el autor configura el idiologema de la violencia. A continuación, considera una serie de aspectos pedagógicos que la llevarían a un abordaje crítico e intertextual de las obras en el aula de clase.
En este mismo contexto, Ferrero (2018) trabaja en el aula de sexto grado de una escuela argentina dos novelas acerca de la guerra de las Malvinas. Como punto de partida, indaga acerca de las representaciones previas que tienen los estudiantes de las islas y el origen y desarrollo de la guerra; luego, propone la lectura y discusión de las novelas en el aula, y finalmente, solicita a los alumnos la escritura de ensayos breves en torno a diferentes aspectos relacionados tanto con el hecho histórico como con matices literarios, curriculares y pedagógicos vinculados con el tema.
Además, Hermida (2014) se remonta a la primera década del siglo XX, considerada fundacional en la literatura argentina, para estudiar las formas en que se construyó una tradición literaria entendida como corpus a enseñar principalmente en la escuela. El artículo devela la forma en que la edificación del corpus y la pedagogía de la literatura marginaron las expresiones de vanguardia y contribuyeron así a anestesiar la violencia que encubre la literatura.
Por último, el trabajo coordinado por Heredia (2017) diseña una propuesta pedagógica dirigida a docentes de secundaria para el abordaje de las Malvinas en el ámbito escolar. El material contiene ensayos que permiten problematizar la lectura, la literatura y el tema específico de las islas; recomendaciones sobre materiales literarios, audiovisuales y gráficos, y algunos modelos de clase.
En el escenario brasileño, Rodrigues (2015) discute la posibilidad de desarrollar una propuesta de enseñanza de la literatura desde abordajes temáticos, en este caso la violencia en la sociedad brasileña contemporánea, desde el presupuesto de que el texto literario contribuye tanto a la formación del lector como al diálogo y la humanización de la sociedad. En su trabajo, la autora diseña cuatro secuencias didácticas detalladamente elaboradas y dirigidas a la educación media, a partir del mismo número de narraciones que tematizan distintas formas de violencia. El análisis de los textos se efectúa desde la perspectiva de la sociología crítica mientras que la propuesta didáctica se fundamenta en la literatura comparada. La maestra hace explícitos algunos criterios de lectura y otros dirigidos a la selección de los textos. Entre los primeros destaca la importancia de leer obras completas y no fragmentos de ellas, estudiar tanto los aspectos de la forma como los del contenido (en una estrecha relación entre ética y estética), y favorecer la lectura como experiencia. Entre los segundos, aparte del recorte temporal limitado al siglo XXI, destaca: el abordaje de la violencia como tema que permea la realidad contemporánea, un perfil de narrador que permite entrever el posicionamiento que la obra asume respecto de la violencia, el potencial crítico y estético del cuento, la posibilidad de establecer diálogo con otros textos, y la capacidad de reflexión sobre la violencia, la literatura y la humanización que expone la obra.
Por último, en Estados Unidos, Kazemek (1998) clasifica temáticamente la literatura relacionada con la guerra del Vietnam escrita por mujeres o referida a ellas, discute la importancia de su lectura en el aula y provee ideas para su incorporación en el currículo. Sugiere diferentes formas de lectura y exploración de la obra literaria, así como la creación de trabajos artísticos e investigativos relacionados con las experiencias de las mujeres en la guerra.
También en Estados Unidos, Powers (2007) recomienda la enseñanza de la literatura de guerra como una parte esencial del currículo de la educación para la paz y selecciona una serie de obras literarias para trabajar diferentes guerras o aspectos relacionados con ellas en el nivel escolar. La autora considera que los eventos devastadores que han asolado la humanidad pueden ser estudiados no solo como historia sino también como literatura para que las verdades profundas emerjan de las representaciones metafóricas.
Finalmente, DeBlase y Miller, (1997) en Estados Unidos y Elkad-Lehman (2018) en el Antiguo Continente, sistematizan la experiencia pedagógica haciendo uso de herramientas investigativas de corte biográfico y autobiográfico. Las primeras emprenden la tarea de compartir, durante dos años, tres cursos interdisciplinares entre literatura e historia dirigidos a estudiantes de undécimo grado. A partir de la experiencia descubren el papel transformador de la literatura y de los relatos biográficos en la vida de una de las estudiantes.
El segundo participa en un proyecto binacional de enseñanza, entre Israel y Alemania, que investiga los procesos de lectura relacionados con la memoria y la identidad de estudiantes de ambos países pertenecientes a la segunda y la tercera generación después del Holocausto. En el marco de la investigación narrativa autobiográfica, y a partir de la experiencia, el autor escribe una historia personal sobre la enseñanza como forma de dar cuenta de lo que le sucedió a él mismo durante y después del proceso.
Entre los aportes hechos por las investigaciones que llevan al aula o a la escuela las obras literarias para estudiar la violencia política se destaca el interés porque el sujeto víctima sea reconocido, tanto en la trayectoria de su sufrimiento como portador de una historia que la novela visibiliza y pone en diálogo con el lector. Igualmente, se resalta la estrecha relación entre la literatura y las otras artes como medios para sensibilizar, conocer y expresar posturas frente a los hechos violentos; y, por último, el llamado constante a la intertextualidad y a las dinámicas que esta modalidad genera en las dimensiones curricular, pedagógica y didáctica. Hace falta, sin embargo, su abordaje desde las interacciones que tienen lugar durante la lectura con miras a establecer la forma en que esta se desarrolla y el rol asumido por los lectores durante el proceso.
Conclusión
La relación violencia política/literatura ha sido ampliamente estudiada y ofrece ricos y diversos acercamientos para su comprensión. Aunque en menor proporción, también ha sido investigada la forma en que la literatura ingresa al aula y a la escuela para conocer la violencia política, principalmente desde perspectivas curriculares, pedagógicas o didácticas. No obstante, faltan estudios que tengan como objeto las interacciones que tienen lugar durante el proceso lector con la intención de conocer la forma en que los maestros conducen el proceso, el modo en el que se concreta la intertextualidad y ante todo la respuesta de los lectores. Bajtín postula un sujeto que deviene ontológicamente en la interacción verbal cara a cara o en el Gran tiempo y se considera que la investigación en curso apunta a la concreción de ese esfuerzo al proponer la lectura literaria como acto ético y por tanto como acontecimiento configurador de la subjetividad del lector.