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HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local

versão On-line ISSN 2145-132X

Historelo.rev.hist.reg.local vol.7 no.13 Medellín jan./jun. 2015

https://doi.org/10.15446/historelo.v7n13.45384 

http://dx.doi.org/10.15446/historelo.v7n13.45384

Entrevista a Álvaro Matute Aguirre, Profesor Emérito, Universidad Nacional Autónoma de México, México

Alexander Betancourt Mendieta*

* Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Autónoma de México (México). Es Profesor Investigador de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Correo electrónico: alekosbe@uaslp.mx

Recepción: 2 de septiembre de 2014 - Aceptación: 30 de septiembre de 2014. Páginas: 362-375


Álvaro Matute Aguirre es uno de los principales historiadores en México; sus aportes al conocimiento de los procesos históricos de la Revolución Mexicana lo sitúan en un lugar destacado en la producción historiográfica reciente; también es un renombrado profesor universitario donde ha formado a muchos profesionales de la historia en las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México y ha sido un animador clave de múltiples iniciativas para la profesionalización de la investigación histórica fuera de la Ciudad de México; su presencia es reiterada como profesor invitado en las cátedras de historia de licenciatura y posgrados de las universidades estatales, y en las actividades de difusión de la historia que fomenta el Seminario de Cultura Mexicana. Una de sus facetas más importantes como historiador y como profesor tiene que ver con sus aportes a la reflexión sobre el desarrollo de la historia mexicana. Esta trayectoria académica ha sido reconocida por sus nombramientos como Profesor Emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México como Investigador Emérito del Sistema Nacional de Investigadores de México, así como en su ingreso a la Academia Mexicana de la Historia y en su participación como Miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM hasta 2009. Hasta la fecha es investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México. En tal sentido las siguientes son nuestras preguntas:

Dr. Matute: ¿Cuál es su formación? ¿Dónde estudió? ¿Cómo llegó a la Universidad?

Fuí alumno de la Preparatoria 5 que pertenece a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en los años sesentas, –sesenta y uno y sesenta y dos–. En aquellos años estaba poblada de una generación joven de maestros y uno que otro mayor, pero básicamente era un profesorado joven, egresado, en el caso de humanidades, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, que con mucho entusiasmo nos contagiaban las humanidades, la literatura, las materias filosóficas. En mi experiencia preparatoriana ubiqué que mi campo era el de las ciencias sociales y las humanidades, cuando pasé a la UNAM mi primera experiencia fue en la Facultad de Ciencias Políticas pero ví que no era propiamente el ejercicio profesional de esas disciplinas lo que a mí me interesaba, como dicen los slogans: "no me ví", y emigré a Filosofía y Letras que era una Facultad que gozaba de mucho prestigio, tenía muy buenos maestros, y allí hice la carrera de historia. Aquella formación fue muy importante para mí, especialmente algunas materias de ciencias políticas, de sociología y una base literaria muy fuerte que me dio la Preparatoria, y bueno, también el entorno familiar porque vengo de una familia en donde había libros en casa, y ya estaba muy familiarizado con los libros.

En su momento ¿Cómo era ir a clase en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM? ¿Cuántos compañeros tenía? ¿Cuánto duraban las clases? ¿Cómo era la vida cotidiana hay en la Facultad?

Todavía era una Facultad vespertina porque no se tomaba muy en serio a las humanidades como profesiones. La Facultad básicamente estaba poblada por el elemento masculino que había estudiado otra carrera, y en muchos casos la ejercía en las mañanas, y en la tarde, se iban a cultivar y a enriquecer sus conocimientos, a darle cauce a sus inquietudes en las humanidades, pero ejercían la abogacía o algunas otras profesiones; y las mujeres, ellas sí venían directamente del Bachillerato, eran más jóvenes; entonces, era una Facultad mayoritariamente femenina, esta era la composición. Bueno, yo estuve en esta Facultad cuando cumplió diez años de estar en la Cuidad Universitaria, diez años después de haber abandonado el viejo edificio de Mascarones, que es emblemático, pero que todavía tenía la inercia de aquella vieja Facultad de Humanidades porque había mucha migración interna; ¿qué quiero decir con esto?, que si bien estábamos en una carrera formal tomábamos materias de otras carreras; migrábamos, de repente tomábamos una clase con un gran maestro de filosofía o de literatura, y no necesariamente nos ajustábamos al currículum; de hecho, hay muchos escritores que no obtuvieron ningún título pero pasaron por las aulas de los grandes maestros; pienso, por ejemplo, en personas como Carlos Monsiváis, un poco mayores que yo, que tomaban muchas clases en historia, en filosofía, en literatura pero que no les interesaba hacer una tesis y obtener un título; pero, algunos como yo, sí íbamos por el título, por la formalidad, y gozamos de la Facultad vespertina que duró hasta el final de los años sesenta.

¿Cuáles fueron los profesores o las materias que lo marcaron?

El profesor central para mí fue Edmundo O´Gorman, su materia: Filosofía de la Historia, y después su Seminario de Historiografía, para mí fue una formación fundamental que complementaron otros profesores cercanos como Juan Ortega y Medina y sus discípulos: Eduardo Blanquel, Josefina Zoraida Vázquez y Jorge Alberto Manrique; para mí fueron fundamentales. Aunque no ejerzo ni ejercí la historia del arte me marcaron mucho grandes profesores como: Francisco de la Maza, Ida Rodríguez, Justino Fernández y Pedro Rojas que dejaron una gran huella en mí. Ya en la madurez pienso que la historia del arte tiene algún punto en común con la historia de la historiografía porque el arte es una recreación de la realidad y la historiografía es una recuperación o recreación también de la realidad; entonces, esa intermediación entre realidad, estudioso y representación las acerca porque la historia del arte y la historia de la historiografía son maneras de interpretar, de leer la realidad y esto para mí fue una parte muy importante de mi formación. También hubo otros maestros, tal vez sea injusto omitirlos, pero menciono uno fundamental para convertirme en historiador: Ernesto de la Torre; en él está el aprendizaje de la técnica, del oficio, de cómo hacer las cosas, complementado por otro que también ponía mucho énfasis en ese punto, Carlos Bosch García.

En ese escenario de formación ¿le tocó hacer tesis? ¿Cuál fue el tema de la tesis?

Lorenzo Boturini y el pensamiento histórico de Vico, lo cual me marcó porque dio cause a mi inquietud por la filosofía de la historia, estudiada con O'Gorman que fue miembro de mi tribunal, y la historiografía, estudio formal de la obra de Lorenzo Boturini, inspirada en Vico. Éste esfuerzo me permitió cotejar que tomó el uno del otro, y meterme a realizar una lectura analítica, seria, de una obra maestra como es la Ciencia Nueva de Vico.

¿Había en su horizonte el tema de los posgrados: la Maestría, el Doctorado?

Sí, pero muy leve. Obtuve una beca para estudiar una maestría en la Universidad de Texas, que inicie pero no concluí; revalidé mis estudios de Texas acá en la UNAM, regresé porque se abrió un concurso. Volví para titularme; después de titularme hubo un concurso en el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM del que había sido becario, concursé y gané mi plaza, sigo en ella. Estamos en la universidad regida por Pablo González Casanova, que empezó a reencauzar los estudios de posgrado; lo cual, se logró con más plenitud en el rectorado de Guillermo Soberon, desde el año 1972 en adelante. En esta transición, el Jefe de Posgrado de la Facultad de Filosofía y Letras era nada menos que Luis Villoro; entonces, me presento con Villoro e ingresé al posgrado formalmente; revalidé mis cursos tomados en Texas, y vino la Maestría, –La sucesión presidencial en 1920– y posteriormente el Doctorado –Las dificultades del nuevo Estado, 1917-1920–; pero nadie nos pisaba los talones, llevábamos las materias en su momento pero nadie nos decía, ya entrando a la tesis, tiene plazo hasta tal día; íbamos dejando el asunto, y ya cuando esto sucedía, pues sucedía, pero no había tantas presiones. En esa época empezaron a configurarse de una manera más formal y orgánica los estudios de posgrado, se crearon las Divisiones de Estudios de Posgrado, diferenciadas de las de licenciatura, porque en el último año de la licenciatura, cuando pasamos al seminario del Dr. O'Gorman, encontramos que asistían a él profesores nuestros que estaban cursando el Doctorado; habíamos sido alumnos de ellos un año antes y ahora los teníamos de compañeros en esa materia; después vino la división, con lo que eso significa: dividir, para acá unos, para allá otros; así se hizo la División que se le llamaba de Estudios Superiores, y luego, se le cambio el nombre como: División de Estudios de Posgrado.

En ese nuevo escenario, ¿su temática de trabajo se mantuvo?

Puedo responder con un ambiguo sí y no... Sí, en el sentido de que la mayor parte de mis créditos los cubrí en el seminario del Dr. O'Gorman que era de historiografía colonial, siglo XVI básicamente, avanzó hasta el XVIII, cosa que no satisfacía mis inquietudes profesionales porque ya desde Texas había entrado en contacto con el tema de la Revolución Mexicana, también por razones familiares; entonces, tuve experiencias interesantes dentro del Instituto como el hecho de coordinar un tomo dedicado a la Revolución Mexicana dentro de una Historia de México patrocinada por la editorial Salvat y dirigida por el Dr. Miguel León Portilla, que me dio la confianza para hacerme coordinador de un volumen de aquella obra, a pesar de que yo era un recién egresado, el más joven de todos los coordinadores, y eso me dio posibilidades para empezar a escribir sobre la Revolución. Luego hice parte de otro proyecto editorial que coordinó El Colegio de México con el Fideicomiso para la Historia de la Revolución Mexicana bajo la dirección de Daniel Cosío Villegas. Me tocó estar un par de años bajo la conducción de una persona tan esplendida como Daniel Cosío Villegas y asistir al seminario donde discutíamos los avances de investigaciones de los proyectos, y esto me enriqueció muchísimo porque me dirigió a uno de mis campos de trabajo; aunque, no dejé nunca el otro campo, el estudio de la historiografía, porque ya convertido en un investigador en 1971 empecé a dar clases de Historiografía de México; con lo que yo había aprendido a investigar para mi tesis estaba bastante facultado para hacerme cargo de esa materia.

En ese momento, ¿Usted comienza a trabajar en la antología: La Teoría de la Historia en México: 1940-1973?

Sí, efectivamente, en ese momento empecé a elaborar esta antología, daba clase de Historiografía de México y hubo una reforma de estudios en 1974 que creó la materia de Historiografía Contemporánea de México, para darle espacio al siglo XX, y la antología vino como anillo al dedo para satisfacer esa materia.

En esa evolución, ¿Hubo cambios en las formas de hacer historia desde el momento que usted empezó a estudiar la licenciatura hasta cuando empezó a trabajar en el proyecto editorial de León Portilla y el proyecto editorial de Cosío?

Sí, yo creo que el cambio se da en los años setenta cuando empezó a pesar mucho la influencia historiográfica de los Estados Unidos. No es raro, yo estuve un semestre en Texas pero otros colegas congéneres de El Colegio de México, en su caso: Andrés Lira, Bernardo García fueron a estudiar a Estados Unidos; Hira de Gortari fue a estudiar a Francia; otros compañeros: Carmen Ramos y yo fuimos a Estados Unidos a contagiarnos del modo de hacer las cosas: más académico, más profesional. Digamos que el ingreso a mis estudios todavía tenía una cierta aura romántica tradicional, y en la Facultad había profesores más modernizantes y había profesores más tradicionalistas; de los dos se aprendían bien las cosas; digamos de los mencionados eran del campo moderno: Ernesto de la Torre, que había estudiado en la Facultad, en El Colegio de México y en París, tenía todos los méritos para hacer las cosas canónicamente a la usanza internacional. En los años setentas fue cuando se vino fuerte ese cambio.

En esa nueva forma de hacer historia, ¿Qué ocurría con la preocupación teórica? ¿Por qué, por ejemplo, en la formación estadounidense talvez se hacía énfasis en ser mucho más pragmático y menos teórico? Usted, con el interés en la filosofía de la historia, ¿Cómo hizo o cómo se veía allí en ese momento de cambio?

Creo que nadamos contra corriente. Había dos cosas: una cuestión pragmática de: "a mí las teorías no me sirven para nada, yo veo las fuentes y hago mi historia"; la otra, fue el gran momento del marxismo como elemento teórico. En ese momento subieron fuerte los bonos del marxismo y hubo, digamos, tres caras de la presencia del marxismo en la Facultad: Adolfo Sánchez Vásquez, por un lado; un joven filósofo de la historia muy sólido: Carlos Pereyra, para hablar de los buenos; y una tercera cara: mucha gente que se sumó a la corriente pero sin conocerla muy a fondo. La verdad sentí que la Facultad tenía una gran tradición dentro de lo que había sembrado José Gaos, que habían continuado gentes como O'Gorman, Eduardo Nicol y otros, y con mi libro La Teoría de la Historia en México quise recuperar mucho de esa herencia que se generó y desarrolló en los años cuarenta y mantuvimos viva esa tradición, pues algunas gentes se empezaron a sumar a ella y al parecer acertamos porque yo no podía entender el sentido de la historia de la historiografía sin la base teórica que la podía sustentar y sin los instrumentos analíticos para analizarla.

Hoy ahí, ¿Qué ha emergido el tema de la historia intelectual?, creo que en esa emergencia hay un olvido de esa tradición de Gaos y compañía. ¿Usted cómo se ubica, ahora que ha mantenido efectivamente el tema de la teoría como parte de su práctica docente, de sus publicaciones, sus últimos trabajos sobre historiografía en México, y de esa reedición que hizo de la obra de Ortega y Medina que también ha sido tan útil?2 ¿Cómo ve esa eclosión que hay de la historia intelectual?, ¿Cuál es su lectura de este momento?

Obviamente la historia intelectual es un campo abierto que permite recuperar aquello que se hizo en un tiempo con Leopoldo Zea y otros como historia de las ideas; ahora, claro con refuerzos metodológicos nuevos, pero finalmente se está recuperando algo que se había guardado, que se había archivado. Hay una persona nueva, Aurelia Valero que está por publicar su tesis doctoral sobre José Gaos dentro del enfoque de historia intelectual; estamos esperando esa lectura. Está también próxima a salir una nueva edición mía de la Teoría de la historia en México, con cuatro o cinco autores nuevos pero limitados al lapso 1940 y 1968; es decir, no se aumenta el tiempo, se aumentan autores, otros enfoques, que enriquecen el mismo cuerpo doctrinal con otras historias interesantes y estamos ya casi en la salida de esta nueva edición, y en eso seguimos, desde luego atendiendo el gran proceso global o de globalización de toda la práctica de la historia, la historiografía, la teoría, en fin. A veces tenemos que luchar contra la imposición de modas a seguir, que hacen olvidar las buenas tradiciones que tenemos; yo me aferro a nuestras buenas tradiciones; desde luego, no a contemplar solamente el pasado sino adecuar las tradiciones a las exigencias del presente, pero haciendo notar que muchas doctrinas del presente parten de un pasado, y allí es donde estamos.

Ahora en uno de los comentarios que hacia usted sobre sus campos de trabajo mencionó, ¿Qué llegó a la Revolución?, supongo, que ahí en esa aproximación temática tuvo que abordar el tema de la historia regional.

Sí. En primer lugar, la Revolución me ha servido para muchas cosas: analizar figuras, movimientos, tendencias, etcétera, pero también para tenerla como un gran contexto histórico, paralelamente al cual se desarrolla una escritura de la historia y un pensamiento historiográfico muy significativos. Entonces, al abordar un fenómeno que sucede en muchos espacios nacionales, uno tiene la posibilidad de entrar en contacto con la producción historiográfica de las diferentes regiones.

En su época de estudiante se publicó Pueblo en vilo de Luis González, ¿Cómo fue recibida esta obra?

Ya había terminado la carrera justamente, había concluido los créditos de manera paralela a la aparición de Pueblo en vilo, y ya había empezado a forjar mis armas profesionales. En ese momento era reseñista de libros en Radio UNAM, y me llegó Pueblo en vilo, en cuyo pie de imprenta dice que salió en 1968, pero en realidad se empezó a distribuir en enero y febrero de 1969; recuerdo eso bien por muchas asociaciones de ideas que tengo. Ya conocía al maestro González, había sido muy amable conmigo, fui a consultar cosas con él cuando estaba haciendo mi tesis, y ya había leído muchas cositas de él, y leí Pueblo en vilo con gran gusto e interés. No sé si fue Jean Meyer o quién, qué dijo que esa obra era la historia universal de San José de Gracia, pero para mí fue una clave, ver la universalidad en el espacio más local, y me gustó una cosa, que destaqué en la reseña que hice en aquel tiempo: cuando la historia empezaba a especializarse en economía, social, política, cultural y demás, destacaba en aquella obra que el espacio pequeño, el micro espacio, permitía recuperar economía, sociedad, política, en fin, en el ámbito local; me gustó que propusiera una historia integrada y no dispersa: acá lo económico, allá lo social, más acá lo político, sino que dejara ver cómo interactuaban todos los aspectos en el ámbito local. Por mis gustos y mis antecedentes de consumo literario desde entonces pesqué que había un parentesco muy cercano entre Pueblo en vilo y una novela como La feria de Juan José Arreola. No hace mucho en El Colegio de Jalisco presenté un trabajo en donde hago una comparación entre Arreola y Luis González, Pueblo en vilo y La feria, ya con más armas, desde luego, que las muy intuitivas que tuve en la modesta reseña de seis cuartillas que hice en febrero de 1969; desde aquel momento avizoré el buen comercio entre la literatura y la historia, y cómo don Luis utilizaba como fuente elementos literarios.3

Pueblo en vilo significó una ruptura en la forma de hacer historia regional, ¿Cómo ve hoy a la historia regional?

Efectivamente hubo una ruptura porque historia regional era sinónimo de historia muy tradicional, de historia pueblerina, como decía don Luis, y justamente, hubo una primera discusión interesante en un congreso de noviembre de 1969 en Oaxtepec, en donde don Luis presentó una ponencia, y luego los productos que se empezaron a desarrollar a partir del influjo de don Luis, que nos mandó a la revaloración de buenos viejos historiadores regionales; pienso, por ejemplo, en Vito Alessio Robles, para mencionar alguno pero, luego, la generación joven empezó a trabajar, de una manera nueva, diferente, en las regiones; en 1984 hubo un congreso en Guadalajara sobre la Revolución en las regiones en donde me sorprendió la alta calidad y modernidad de las ponencias sobre temas revolucionarios regionales; para mí, la historia regional adquirió allí una suerte de mayoría de edad y de abandono del viejo tradicionalismo. Hasta ese momento teníamos los libros regionales del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana (INHERM), que había promovido con mucho acierto don Salvador Azuela, pero eran tratamientos tradicionales, que mal informaban mucho, dudamos mucho de esos libros porque no tenían enfoques satisfactorios desde el punto de vista de la gente formada en una licenciatura o en una maestría de historia, y en 1984 vimos que eso ya se había logrado en plenitud, la verdad ese par de volúmenes que coordinó Carlos Martínez Assad, La Revolución en las regiones (1986), abrieron una perspectiva nueva; Carlos y otros como Héctor Aguilar Camín, empezaron a trabajar, Estados, ciudades, regiones, espacios geográficos, con una nueva perspectiva.

Ya para finalizar, ¿Cómo ve el papel de la historia hoy como oficio, como profesión, como trabajo?

Por un lado, con entusiasmo, y por otro, con preocupación. Creo que nuestro gremio ha crecido bastante, eso no está mal, pero nuestro gremio está consumiendo para él mismo; es decir, estamos produciendo para nuestro propio consumo. Lo que escribimos lo leemos nosotros también, y tenemos una responsabilidad social muy grande: el público lector; al cual, hemos abandonado; nos hemos sofisticado tanto metodológicamente que hemos hecho productos que son difíciles de consumir para lectores no especializados; eso es peligroso porque podemos ser muy finos y sofisticados pero, como decía Ramón Iglesia, a él le repugnaba la idea de escribir para media docena de colegas y es lo que estamos haciendo . Don Luis González al entrar a El Colegio Nacional habló de la "historia académica" y el "rezongo del público"; entonces, creo que el divorcio entre el gremio y la sociedad es preocupante, y tenemos que olvidarnos un poco de escribir para que nos dictaminen y permanecer en donde estamos, para conquistar un público ávido de conocimiento histórico, hay que crearle la necesidad de tener conocimiento histórico, hay que recuperarlo, porque ha sido un público que ha leído historia pero la ha ido dejando porque se enfrentan a productos no muy gratos, así lo veo.

Muy bien Doctor, muchísimas gracias.


2. Polémicas y ensayos mexicanos en torno a la historia. 2001. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 3 ed. Ver: Selección, introducción, estudio y notas de Juan A. Ortega y Medina; prólogo a la tercera edición de Álvaro Matute Aguirre; y, notas bibliográficas y apéndice bibliográfico por Eugenia W. Meyer.

3. Matute, Álvaro. 2013. "La Feria y Pueblo en vilo. La experiencia pueblerina". Revista de la Universidad de México Nueva Época. 111: 49-56.