Introducción
La cita evangélica de Mc 14, 22-25 es, quizá, la versión textual más antigua de la Cena del Señor que transmitía la Iglesia madre de Jerusalén (Cfr. Mt 26, 26-29). Otra tradición, aquella de Antioquía, la refleja el Apóstol de las gentes a la comunidad de Corinto al inicio de los años 50, añade: "Y así, siempre que comáis este pan y bebáis esta copa, proclamaréis la muerte del Señor hasta que Él vuelva. Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor" (Cfr. 1 Cor 11, 23-27).
Todos los domingos escuchamos estas palabras que son el corazón de la Plegaria más importante de los cristianos. En efecto, además de enseñarnos a rezar el "Padrenuestro", que repetimos cada día mañana y tarde, Jesucristo, antes de ser llevado a la muerte, pronunció una plegaria de bendición y de acción de gracias sobre el pan y sobre la copa de vino que transformó la realidad de la creación, para transformarnos a los que participamos en esa celebración. Y, así, fiel al mandato de su Señor y con fe en su vuelta, la Iglesia -comunidad de creyentes en el Señor Jesús- lo viene realizando desde sus comienzos apostólicos hasta nuestros días. Y lo hace anhelando un día: "Hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios". Pero mientras ese día llega, el día definitivo del Señor, cada primer día de la semana, recuerdo y anhelo, proclama la muerte victoriosa de su Señor.1
Lo instituido en la Última Cena contiene, en núcleo, todo el Misterio Pascual de Cristo: el que ha sido entregado a la muerte como Cordero, ha sido resucitado con la fuerza del León (Cfr. Ap 5, 5). La Eucaristía que nos mandó celebrar el Señor, en aquel Jueves Santo, nos hace descubrir -cada primer día de la semana que llamamos "domingo"- al Dominus, al Señor resucitado.2 En efecto, en el pan partido reconocemos al Crucificado para quitar el pecado del mundo, pero también, al Viviente dador de vida, ya que quien le coma vivirá por Él (Cfr. Jn 6, 57).
No es la única, pero una característica cristiana del domingo es la celebración de la Eucaristía, la Misa. Esa celebración, central para la Iglesia, hace que el primer día de la semana sea memorial; es decir, no solo un recuerdo sino una posibilidad de encuentro con el Resucitado que nos explica las Escrituras, parte para nosotros el pan y hace que arda el corazón al experimentarlo vivo (Cfr. Lc 24). El domingo es un día peculiar por ser el día en que actuó el Señor Dios sacando a Jesús de entre los muertos y constituyéndolo Señor y Mesías (Hech 2, 36). Este único y definitivo acontecimiento no se celebra de manera monótona.
Podríamos decir que no todos los domingos son iguales. Cada cristiano, desde el tiempo de la primera catequesis, hemos aprendido a diferenciar cada domingo por el Evangelio proclamado según su ciclo anual (A, B, C), o según el otro triple ciclo temporal que esté viviendo la Iglesia (<manifestación>: Adviento / Navidad / Epifanía; <oblación>: Cuaresma, Triduo y Cincuentena pascual; y, durante el resto del año o tiempo cotidiano de la <divinización> en el tiempo ordinario de nuestra vida: 33/34 semanas) (Cfr. López-Corps, 2009, pp. 297-310). De hecho, muchos identifican la peculiaridad del domingo por el color de las vestiduras ministeriales o por el evangelio proclamado.3
Sin embargo, hay algo que pasa habitualmente muy desapercibido y que, como hemos dicho, es el corazón de la Misa: la Plegaria Eucarística o Anáfora. Podríamos describirla como una oración con "palabra divina" donde se perpetúa la acción del mismo Cristo. Sería, como decimos en nuestro lenguaje coloquial, una oración performativa; es decir, que al enunciarse realiza la acción que significa. Pero, además, los domingos pueden ser peculiares por las acciones que en ellos se realizan. En este campo la Encíclica Dies Domini da pistas interesantes y, de hecho, en muchas parroquias y movimientos cristianos, el domingo -ya vivido y celebrado desde sus primeras vísperas- es el día de la caridad, el día de las obras de misericordia.
Es, también, la jornada en que se convoca a la comunidad o a grupos particulares para charlas de formación (escuela dominical) o para encuentros sociales (comidas con ancianos, parados, gente sola, etc.). Asimismo, se puede vivir el domingo peculiarmente acentuando o subrayando algún aspecto del tiempo litúrgico que se celebra, para después llevar al hogar o a la escuela católica (bendición de la corona de Adviento, del árbol, del pesebre, campañas sociales o colectas en favor de las misiones, pobres, etc.). Todos estos aspectos han sido tratados muy desigualmente.
Ya se ha abordado, de manera prolija, sobre la Palabra de Dios en su proclamación dominical y, también, sobre la dimensión social del Domingo.
Por eso, en esta aportación teológico-pastoral proponemos destacar algunos aspectos menos tratados pero realmente importantes: la Plegaria Eucarística dominical, un breve elenco de propuestas de "domingos peculiares"4 para, al final, ofrecer pistas o posibilidades para vivir más profundamente el día del Señor.
La fiesta primordial de los cristianos
Más que una teoría está la existencia de cristianos que, incluso, han dado su vida por la espiritualidad del Domingo: primero y, a la vez, octavo día de la semana.5 En efecto, a principios del siglo IV, siendo ilícito el culto cristiano en el Imperio Romano, algunos fieles del Norte de África, que se sentían en la obligación de celebrar el día del Señor, desafiaron la prohibición. Fueron condenados a muerte por declarar que no les era posible vivir sin reunirse para la Eucaristía: sine dominico non possumus. Estos mártires de Abitinia nos enseñan la fidelidad al encuentro con Cristo Resucitado porque todo fiel cristiano tampoco puede vivir sin participar en el Sacramento de la salvación deseando iuxta dominicam viventes, es decir, llevar a la vida lo que se celebra en el día del Señor (Cfr. Sacramentum Caritatis, n. 95).6
En las Sugerencias y Propuestas7 que la Santa Sede hacía para la celebración del Año de la Eucaristía en el año 2005 se acentuaba la importancia del primer día de la semana presentando un apretado compendio. Efectivamente, dicho Documento, de índole teológico-pastoral, al presentar la enseñanza del Concilio Vaticano II, comenzaba señalando que el domingo es "la fiesta primordial" por ser "el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico" (SC, n. 106).8 En continuidad con el primer texto magisterial sobre este tema, Dies Domini recogía esta idea de San Juan Pablo II: "Considerando globalmente sus significados y sus implicaciones, [el domingo] es como una síntesis de la vida cristiana y una condición para vivirlo bien" (n. 81). Además, porque "[...] la celebración eucarística es, de hecho, el corazón del domingo" (SP, 2005). Es el día de Cristo Resucitado que trae consigo la memoria de lo que es el fundamento mismo de la fe cristiana (Cfr. 1Cor 15, 14-19):
Aunque el domingo es el día de la resurrección, no es solo el recuerdo de un acontecimiento pasado, sino que es celebración de la presencia viva del Resucitado en medio de los suyos. Para que esta presencia sea anunciada y vivida de manera adecuada no basta que los discípulos de Cristo oren individualmente y recuerden en su interior, en lo recóndito de su corazón, la muerte y resurrección de Cristo. [...] Por eso es importante que se reúnan, para expresar así plenamente la identidad misma de la Iglesia, la ekklesía, asamblea convocada por el Señor resucitado (Dies Domini, n. 31).
Como sucedía con los mártires de Abitinia, también nosotros reconocemos el nexo entre la manifestación del Resucitado y la Eucaristía en:
[...] la narración de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), guiados por Cristo mismo para entrar íntimamente en su misterio a través de la escucha de la Palabra y la comunión del «Pan partido» (cf. Mane nobiscum Domine). Los gestos realizados por Jesús: «El tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio» (Lc 24,30), son los mismos que El efectuó en la Ultima Cena y que incesantemente realiza, por medio del sacerdote, en nuestras eucaristías" (SP, 2005).
Si realmente la Iglesia no puede vivir sin el Domingo, este día ha de ser preparado de manera adecuada y sentido como tal.9 Evidentemente, no solo es el primero en cada semana -y así hemos de publicarlos en los calendarios cristianos- sino que es de mayor duración: este día tiene más horas que el resto de los días de la semana.10 No se trataría, simplemente, en asegurar el hecho de su celebración sino también en el cómo celebrativo pues
[...] el carácter propio de la Misa dominical y la importancia que ésta reviste para la vida cristiana exigen que se prepare con especial cuidado, de modo que se experimente como una epifanía de la Iglesia (cf. Dies Domini, 34-36; Ecclesia de Eucharistia, 41, Novo Millennio Ineunte, 36) y se distinga como celebración alegre y melodiosa, activa y participada (cf. Dies Domini, 50-51) (SP, 2005).
Aquí entraría el papel del Grupo o Comisión de liturgia, el ministerio ordenado del Diácono, el ministerio de los coros, las funciones que desempeñan, los lectores/as, salmista, acólitos, etc. Todo para asegurar una participación activa, consciente y fructuosa a la que todo cristiano tiene derecho por el Bautismo, y así poder manifestar la realidad de la Iglesia que celebra en el domingo el recuerdo de la Resurrección y anhela la venida gloriosa del Señor desde los cielos.11
La Plegaria central del domingo: la anáfora eucarística
En la celebración dominical de la Misa,
[...] muchos siguen viviendo la consagración como algo en sí mismo, separado del resto de la Plegaria Eucarística [...algo así como si esta solo fueran] oraciones que enmarcan la consagración. Esto es el resultado de unas acaloradas disputas medievales sobre el santo Sacramento que llevaron a los teólogos a responder con precisión casi matemática cómo se realiza, en qué preciso momento acontece, cuáles son las palabras que la producen. Todo ello ha llevado, en el segundo milenio, a descuidar el estudio y la espiritualidad de la Plegaria Eucarística (Giraudo, 2012, p. 10).
Hoy, siguiendo el surco de la gran tradición cristiana12, la Ordenación General del Misal Romano13 enseña que:
[...] en la última Cena, Cristo instituyó el sacrificio y el banquete pascuales. Por estos misterios el sacrificio de la cruz se hace continuamente presente en la Iglesia, cuando el sacerdote, representando a Cristo Señor, realiza lo mismo que el Señor hizo y encomendó a sus discípulos que hicieran en memoria de Él. Cristo, pues, tomó el pan y el cáliz, dio gracias, partió el pan, y los dio a sus discípulos, diciendo: «Tomad, comed, bebed; esto es mi Cuerpo; éste es el cáliz de mi Sangre. Haced esto en conmemoración mía». Por eso, la Iglesia ha ordenado toda la celebración de la Liturgia Eucarística con estas tres partes que responden a las palabras y a las acciones de Cristo, a saber:
En la preparación de los dones se llevan al altar el pan y el vino con agua, es decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos.
En la Plegaria Eucarística se da gracias a Dios por toda la obra de la salvación y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo.
Por la fracción del pan y por la Comunión, los fieles, aunque sean muchos, reciben de un único pan el Cuerpo, y de un único cáliz la Sangre del Señor, del mismo modo como los Apóstoles lo recibieron de las manos del mismo Cristo (n. 72).
En la normativa del Misal se describe esta Plegaria Eucarística, oración de bendición -berakáh- y de agradecimiento -todá-, como "el centro y la cumbre de toda la celebración" (OGMR, n. 78; Cfr. N. 30) pues,
[...] ciertamente es una oración de acción de gracias y de santificación. El sacerdote invita al pueblo a elevar los corazones hacia el Señor, en oración y en acción de gracias, y lo asocia a sí mismo en la oración que él dirige en nombre de toda la comunidad a Dios Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo. El sentido de esta oración es que toda la asamblea de los fieles se una con Cristo en la confesión de las maravillas de Dios y en la ofrenda del sacrificio (OGMR, n. 78).
Y además,
El pueblo se asocia al sacerdote en la fe y por medio del silencio, con las intervenciones determinadas en el curso de la Plegaria Eucarística, que son las respuestas en el diálogo del Prefacio, el Santo, la aclamación después de la consagración y la aclamación <Amén> después de la doxología final, y también con otras aclamaciones aprobadas, tanto por la Conferencia de Obispos, como por la Sede Apostólica (OGMR, n. 147).14
Secciones de la Plegaria
El mismo documento presenta el elenco de los principales elementos de que consta la Plegaria Eucarística:
Acción de gracias -que se expresa especialmente en el Prefacio-, en la cual el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da gracias por toda la obra de salvación o por algún aspecto particular de ella, de acuerdo con la índole del día, de la fiesta o del tiempo litúrgico.
Aclamación: con la cual toda la asamblea, uniéndose a los coros celestiales, canta el Santo. Esta aclamación, que es parte de la misma Plegaria Eucarística, es proclamada por todo el pueblo juntamente con el sacerdote.
Epíclesis: con la cual la Iglesia, por medio de invocaciones especiales, implora la fuerza del Espíritu Santo para que los dones ofrecidos por los hombres sean consagrados; es decir, se conviertan en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la Comunión sirva para la salvación de quienes van a participar en ella.15
Narración de la institución y consagración: por las palabras y por las acciones de Cristo se lleva a cabo el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la última Cena, cuando ofreció su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y vino, y los dio a los Apóstoles para que comieran y bebieran, dejándoles el mandato de perpetuar el mismo misterio.16
Anámnesis: por la cual la Iglesia, al cumplir el mandato que recibió de Cristo por medio de los Apóstoles, realiza el memorial del mismo Cristo, renovando principalmente su bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección y su ascensión al cielo.
Oblación: por la cual, en este mismo memorial, la Iglesia, principalmente la que se encuentra congregada aquí y ahora, ofrece al Padre en el Espíritu Santo la víctima inmaculada. La Iglesia, por su parte, pretende que los fieles, no solo ofrezcan la víctima inmaculada, sino que también aprendan a ofrecerse a sí mismos, y día a día se perfeccionen, por la mediación de Cristo, en la unidad con Dios y entre ellos, para que finalmente, Dios sea todo en todos.
Intercesiones: por las cuales se expresa que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia, tanto con la del cielo, como con la de la tierra; y que la oblación se ofrece por ella misma y por todos sus miembros, vivos y difuntos, llamados a participar de la redención y de la salvación adquiridas por el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Doxología final: por la cual se expresa la glorificación de Dios, que es afirmada y concluida con la aclamación «Amén» del pueblo (Cfr. OGMR n. 79).
Catequesis mistagógica
Estos elementos -fundamentales para entender la oración anáforica- habrá que tenerlos en cuenta a la hora de exponer catequéticamente que esta oración es la central del domingo: "Las diversas Plegarias eucarísticas que hay en el Misal nos han sido transmitidas por la tradición viva de la Iglesia y se caracterizan por una riqueza teológica y espiritual inagotable. Se ha de procurar que los fieles las aprecien" (SC, n. 48). La razón es obvia: la Plegaria Eucarística es el "corazón" de toda la Misa; comienza con el diálogo "Levantemos el corazón" y concluye con el "Amén" solemne.17 En la catequesis eucarística se ha de subrayar primero la importancia y, después, la unidad de la Plegaria que en la tradición se ha llamado Canon -en Occidente-, o Anáfora -en Oriente-. La Plegaria es, toda ella, una misma oración aunque esté compuesta por diversos elementos: Prefacio, Invocación del Espíritu, Consagración, Memorial, Ofrenda, Intercesiones, etc. O haya distintas intervenciones en su seno: "Santo", respuesta a la monición "Este es el misterio de la fe", otras posibles aclamaciones y el "Amén" final.18
Esta Plegaria eclesial pone palabras a la plegaria del mismo Jesús en la Ultima Cena cuando "pronunció una oración de acción de gracias y de bendición" (Cfr. Mt 26, 26; Mc 14, 22; Lc 22, 19) para después partir el pan y entregar la copa como su Cuerpo y Sangre. El sentido profundo de esta Plegaria -reproduciendo la misma oración de Cristo al Padre- es realizar la comunión con Cristo y entre nosotros por la transformación que realiza el Espíritu Santo para gloria de Dios. También en la última Cena Jesús ha rogado por los suyos (Cfr. Jn 17), de ahí el matiz intercesor de la plegaria cristiana -"por ellos"-. Por esta razón, en la Plegaria anafórica se pide tanto el cambio del pan y del vino como nuestro propio cambio a fin de ser "cristificados": hombres y mujeres entregando la vida por amor agradecido a Dios, en servicio a los hermanos, forjando comunión entre unos y otros en bien del mundo (segunda epíclesis).19
La Plegaria Eucarística -en la tradición cristiana- es una oración trinitaria, solemne, sublime, poética, ritual y regulada, que contiene la alabanza por excelencia al Padre, el memorial del Misterio Pascual de Cristo y la invocación al Espíritu Santo Creador (Cfr.Fernández Caballero, 2000). Por lo tanto, no puede realizarse ni escucharse de manera rutinaria. En la catequesis mistagógica -partiendo del signo y entrando en el significado- y en las eventuales moniciones que se hagan cada domingo antes de su proclamación, se debe tender hacia un equilibrio que lleve a valorar tanto el texto, el silencio, así como las posturas y aclamaciones de los fieles. De esta manera, aprendiendo el arte de celebrar, pasando por la liturgia de cada domingo (un día del Señor, un día para el Señor, un día hacia el Señor) se entre en la vivencia del misterio y anhelando la liturgia del "Domingo sin ocaso".20
Diversidad celebrativa
En el Rito Romano, durante siglos, se ha rezado solo con una única Plegaria, el Canon; sin embargo, la diversidad de anáforas -fruto de la renovación conciliar- ha puesto de manifiesto la riqueza del Misterio de Cristo con la diversidad eucológica que la Iglesia posee para expresar la acción de gracias a Dios y la bendición. En efecto, en el Misal del Pablo VI -tanto en latín como en español- hay trece Plegarias diferentes: cuatro en el Ordinario y el resto en el apéndice. Sería de desear que nosotros, cada domingo, pudiésemos elevar el corazón con la escucha orante de estas diversas anáforas.
Para una adecuada atención y comprensión de este texto sagrado, ya la Carta Eucharistiae participationem (n. 8), y, ahora, la tercera edición del Misal recuerdan que el presidente de la celebración tiene la facultad de introducir la Plegaria Eucarística con breves palabras. Con esta monición se pueden proponer a los fieles "las razones de la misma acción de gracias, de suerte que la comunidad pueda sentir su propia vida íntimamente enmarcada en la historia de la salvación y pueda cosechar mayores frutos de la celebración de la Eucaristía" (OGMR, n. 31).21
Ahora bien, lo interesante es orar con los trece textos que propone el Misal. Para ello, no hay criterios estrictos o predeterminados sino que, sobre todo, han de ser razones de orden pastoral las que determinen la elección de una u otra anáfora. Proponemos, aquí, algunas sugerencias o líneas directrices generales para el domingo:
La Plegaria Eucarística primera, o Canon romano, que se puede usar siempre, se dirá preferentemente en los días que tienen asignados "Reunidos en comunión" propio, o en las misas que tienen su particular "Acepta, Señor, en tu bondad". Puede usarse cualquier domingo, especialmente, en aquellos que coincidan con las celebraciones de los Apóstoles y Santos de quienes se hace mención en dicha Plegaria (Cfr. OGMR, n. 365a). Los Prefacios dominicales que pueden usarse con esta Plegaria, como con las dos siguientes, ayudan a centrar la teología y la espiritualidad del día del Señor.
La segunda Plegaria Eucarística, caracterizada por su concisión, conviene solo algún domingo, ya que está prevista, fundamentalmente, para los días laborables, las misas con jóvenes o para pequeños grupos. Su sencillez constituye una buena base inicial para la catequesis sobre los varios elementos de la anáfora. Tiene un prefacio propio que normalmente debería ser usado junto con el resto de la Plegaria; sin embargo, puede ser sustituido por otro análogo, es decir, que exprese de una manera concisa el misterio de la salvación (Cfr. OGMR, n. 365b).
La tercera Plegaria Eucarística, inspirada en la tradición hispano-galicana, puede usarse con cualquiera de los prefacios. Su uso se recomienda en cualquier domingo; ofrece la posibilidad de nombrar el santo del día (Cfr. OGMR, n. 365c).
La cuarta Plegaria Eucarística -inspirada en la tradición oriental- presenta un compendio de la historia de la salvación en una unidad temática. Su prefacio es invariable. Los días más indicados para su uso serían los domingos "durante el año". En esta Plegaria, por razón de su propia estructura, no se puede introducir una mención o fórmula peculiar por un difunto (Cfr. OGMR, n. 365d).
Las dos Plegarias Eucarísticas de la Reconciliación son muy adecuadas durante el tiempo de Cuaresma.22 La Plegaria para las «Misas por diversas necesidades», con cuatro variantes, tiene su puesto en esas celebraciones, generalmente solo del tiempo Ordinario, en las que se tienen presentes las diversas situaciones de la Iglesia y del mundo (unidad, paz, perdón, etc.). Por fin, aquellas otras tres Plegarias son -como su nombre lo indica- para las celebraciones con niños (misas de catequesis, primera comunión, etc.)23.
Hemos citado ya la Exhortación que dice que la importancia de la Plegaria "merece ser subrayada adecuadamente" (SC, n. 48). Esto se lograría con el uso ordenado de las anáforas en los diversos domingos que contribuiría a dar a la celebración dominical un tono peculiar.
Elementos catequético-litúrgicos de algunos domingos peculiares
Presentamos solo un elenco de celebraciones -a manera de sugerencias pastorales- que pueden tener lugar dentro de la misa del domingo y que dan a esta un acento particular. Muchas de ellas se encuentran con sus sugerencias y rúbricas en el mismo Misal Romano, en el Ritual de Bendiciones y en el Ceremonial:
Bendición de la Corona de Adviento24 (1er. Domingo).
Bendición del árbol de Pascuas o de Navidad25 (3er. Domingo Adviento).
Bendición de las familias26 (Domingo de la Sagrada Familia).
Bendición de los hogares el domingo más cercano a Epifanía.27
Anuncio de la fecha de Pascua28 (día de Epifanía o Domingo previo).
Bendición del agua [y de la sal]29, aspersión al pueblo y, eventualmente, celebración de bautismos de niños (Domingo del Bautismo del Señor).
El Canto de las Letanías de los santos30 (1er. Domingo de Cuaresma) al inicio de la Misa.
Domingos de la Santa Cuaresma.31
Escrutinios y entregas a los catecúmenos32 (Domingos III, IV y V de Cuaresma).
Entrada solemne [y bendición de palmas]33 (Domingo de Ramos) en el caso de no poder celebrarse la procesión.
Domingos del tiempo Pascual.34
Aspersión solemne con el agua consagrada en la Vigilia Pascual35 (Domingo de Resurrección).
El canto solemne del Aleluya durante los siete domingos de la Cincuentena.36
Celebración del sacramento de la Santa Unción37 (VI Domingo de Pascua).
Vigilia [Lucernario / ofrenda del incienso]38 del Domingo de Pentecostés.
Bendición y aspersión del agua39 (Domingo de Pentecostés).
Apagado del Cirio pascual y traslado al baptisterio40 (Domingo de Pentecostés).
Domingo de la Santa Trinidad (oración por la vida monástica / religiosa / vírgenes consagradas, eremitas, etc.).
Exposición del Santísimo41 (Domingo del Cuerpo y Sangre de Cristo).
Otros domingos que pueden subrayarse con moniciones, intenciones en la Oración Universal (Preces), colectas económicas especiales o con la Plegaria Eucarística para Misas por diversas necesidades podrían ser: Jornada por la Unidad de los cristianos, Campaña contra el hambre, Vocaciones, Misiones, Pobres, Iglesia perseguida, Orientales, domingo de la Biblia (difusión de la Palabra de Dios, entrega de la Palabra, despedida con el beso de la Biblia, etc.), Domingo de inicio del año escolar / académico / catequético, etc.42
Viviendo según el domingo
La participación en la Misa dominical, cuando es auténtica, cambia nuestras vidas, nos hace pasar de la celebración del primer día a una vivencia nueva de cada día de la semana que nace del domingo.
Esta novedad radical que la Eucaristía introduce en la vida del hombre ha estado presente en la conciencia cristiana desde el principio. Los fieles percibieron en seguida el influjo profundo que la celebración eucarística ejercía sobre su estilo de vida. San Ignacio de Antioquía expresaba esta verdad definiendo a los cristianos como «los que han llegado a la nueva esperanza», y los presentaba como los que viven «según el domingo» (iuxta dominicam viventes). Esta fórmula del gran mártir antioqueno pone claramente de relieve la relación entre la realidad eucarística y la vida cristiana en su cotidianidad (SC, n. 72).
Esta expresión -vivir según el domingo-,
[...] subraya también el valor paradigmático que este día santo posee con respecto a cualquier otro día de la semana. En efecto, su diferencia no está simplemente en dejar las actividades habituales, como una especie de paréntesis dentro del ritmo normal de los días. Los cristianos siempre han vivido este día como el primero de la semana, porque en él se hace memoria de la radical novedad traída por Cristo. Así pues, el domingo es el día en que el cristiano encuentra aquella forma eucarística de su existencia que está llamado a vivir constantemente. «Vivir según el domingo» quiere decir vivir conscientes de la liberación traída por Cristo y desarrollar la propia vida como ofrenda de sí mismos a Dios, para que su victoria se manifieste plenamente a todos los hombres a través de una conducta renovada íntimamente" (SC, n. 72).
La relación con el domingo no es algo coyuntural en la vida cristiana sino radical y existencial; de ahí, el interés por recordar el "precepto dominical"43. La participación en la eucaristía dominical es un indicativo de la temperatura de la fe, ya que:
Perder el sentido del domingo, como día del Señor para santificar, es síntoma de una pérdida del sentido auténtico de la libertad cristiana, la libertad de los hijos de Dios. A este respecto, son hermosas las observaciones de [... San] Juan Pablo II en la Carta apostólica Dies Domini a propósito de las diversas dimensiones del domingo para los cristianos: es diez Domini, con referencia a la obra de la creación; dies Christi como día de la nueva creación y del don del Espíritu Santo que hace el Señor Resucitado; diez Ecclesiae como día en que la comunidad cristiana se congrega para la celebración; diez hominis como día de alegría, descanso y caridad fraterna (SC, n. 73).
Desarrollando esta última perspectiva, que nos pone en relación con la existencia de todos los seres humanos, conviene recordar la importancia del descanso. La historia para que este fuese reconocido por las legislaciones ha mostrado un itinerario de convencimiento sobre la importancia de coincidir en un día común, de encuentro familiar y de asueto para el cuerpo y el espíritu.
En efecto, los cristianos, en cierta relación con el sentido del sábado en la tradición judía, han considerado el día del Señor también como el día del descanso del trabajo cotidiano. Esto tiene un significado propio, al ser una relativización del trabajo, que debe estar orientado al hombre: el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo. [...] Es indispensable que el hombre no se deje dominar por el trabajo, que no lo idolatre, pretendiendo encontrar en él el sentido último y definitivo de la vida». En el día consagrado a Dios es donde el hombre comprende el sentido de su vida y también de la actividad laboral (SC, n. 74).44
La Eucaristía hace la Iglesia y la propia celebración dominical espolea a cada miembro de la asamblea y a la comunidad toda hacia el ejercicio de la auténtica caridad: la oblación o entrega. El último saludo de la Misa (Dominus vobiscum) es el más difícil porque supone reconocer que el Señor está no solo en la comunidad eclesial reunida, en la Palabra proclamada, en el Pan y el Vino eucaristizados y cambiados de realidad. Reconocer la presencia del Señor fuera de la celebración es también compromiso de ser solidarios y de compartir los bienes; es decir, suponen el esfuerzo por reconocer a Cristo en el mundo donde no es inmediatamente reconocible.45
Una vez más resuena la pregunta que aparecía en Mane nobiscum Domine: ¿Por qué no hacer de [este...] un tiempo en el que las comunidades diocesanas y parroquiales se comprometan especialmente a afrontar con generosidad fraterna alguna de las múltiples pobrezas de nuestro mundo? (Cfr. n. 28). Esto es hacer del "señor de los días" el día de la caridad.46
Propuestas operativas
Al socaire de aquellas interesantes Sugerencias y Propuestas de la Santa Sede (n. 35), ya citadas, apuntamos algunas ideas pastorales que pueden dar un tono a nuestros domingos:
Por lo que a las <comunidades parroquiales> se refiere la primera propuesta es dar a la Eucaristía dominical el puesto central que le compete en la vida parroquial, con razón llamada «comunidad eucarística» (cf. SC 42; Mane nobiscum Domine, 23; DiesDomini, 35-36; Eucharisticum mysterium, 26).
Donde sea necesario, reordenar o dar una disposición estable a los lugares de la celebración (altar, ambón, sede) y a la reserva de la Eucaristía (sagrario, capilla de la adoración); dotarse de los libros litúrgicos dignos; cuidar la autenticidad y la belleza de los signos tales como vestiduras, vasos sagrados, decoración47).
Incrementar, o si no lo hay, instituir el Grupo litúrgico parroquial. Cuidado de los ministros instituidos y de los ministros extraordinarios de la Comunión, de los ministros, de la schola cantorum, etc.
Dar una atención especial al canto litúrgico, que sea auténticamente confesante de la fe y que se enseñen los salmos dominicales más importantes.
Programar durante algunos periodos del año encuentros formativos específicos sobre la Eucaristía en la vida de la Iglesia y del cristiano; ocasión particularmente propicia para adultos y niños es el tiempo de preparación para los sacramentos de la Confirmación y de la Primera Comunión.
Leer y dar a conocer la tercera edición de la Ordenación General del Misal Romano y la Introducción del Orden de las Lecturas de la Misa; el Ritual -gran desconocido- "Sobre la sagrada Comunión y el culto del misterio eucarístico fuera de la Misa"; la encíclica Ecclesia de Eucharistia y la instrucción que le siguió Redemptionis Sacramentum; programar el estudio de la Exhortación Sacramentum Caritatis y las enseñanzas catequéticas del Papa Francisco sobre la Misa.
Enseñar a «estar en la Iglesia»: qué se debe hacer al entrar; agua bendita; genuflexión o reverencia profunda ante el Santísimo Sacramento; clima de recogimiento; indicaciones para ayudar a una participación más interiorizada de la Misa, especialmente en algunos momentos (tiempos de silencio, oración personal después de la comunión) y para educar a la participación exterior (modo de aclamar o de pronunciar coralmente las partes comunes). Fomentar la comunión bajo las dos especies según la normativa vigente (Cfr. SC, n. 55; IGMR, nn. 281287; Redemptionis Sacramentum, nn. 100-107).
Celebrar convenientemente el aniversario de la Dedicación de la propia iglesia. Si no se puede en el día propio en un domingo más cercano del Tiempo Ordinario.
Redescubrir la propia iglesia parroquial, conociendo el sentido de cuanto en ella habitualmente se ve: lectura guiada del altar, del ambón, del tabernáculo, iconografía, vidrieras, portales, etc. El aspecto visible de la iglesia favorece la contemplación del Invisible.
Promover el culto eucarístico y la oración personal o comunitaria delante del Santísimo (Cfr. Mane nobiscum Domine, 18): visita, adoración del Santísimo y bendición eucarística, etc. Es una magnífica propuesta para la tarde del domingo.
Tras las primeras Vísperas del domingo -sábado tarde- proponer en circunstancias especiales iniciativas específicas (vigilias de adoración nocturna).
Verificar la regularidad y la dignidad de la distribución de la comunión a los enfermos tras la misa dominical para que se sientan partícipes de la alegría en el día de la comunidad.48
Acompañar la vida espiritual de quienes, participando en la santa Misa, no pueden recibir la comunión por vivir en situación irregular.
Asimismo, dado el estrecho vínculo entre Eucaristía y «vida consagrada», el tema que estamos tratando debe resultar un estímulo más para profundizar en el corazón de la propia vocación y misión, personal y comunitariamente. Dado que en todas las Reglas y Constituciones está prescrita o recomendada la Misa cotidiana y la devoción eucarística, vamos a ver cómo esto se une al tema del domingo y a las Sugerencias de la Sede Apostólica (n. 37). En este sentido, algunas sugerencias de reflexión y de revisión pueden ser:
Sobre la calidad de la celebración eucarística en comunidad.
Sobre la fidelidad a las normas litúrgicas.
Sobre la herencia eucarística de la tradición del propio Instituto.
Sobre la situación presente.
Sobre la devoción eucarística personal.
Sobre la inserción de los laicos a la liturgia conventual.
Además, algunas acciones concretas de revisión pueden ser:
Redescubrir en la vida y en los escritos de los propios fundadores/as la piedad eucarística practicada y enseñada por ellos.
Preguntarse: ¿qué testimonio de vida ofrecen las personas de vida consagrada que trabajan en parroquias, hospitales, enfermerías, instituciones educativas y escolásticas, penitenciarias, centros de espiritualidad, asilos, santuarios, monasterios, etc.?
Verificar si se sigue la orientación dada por el Magisterio en repetidas ocasiones (Cfr. Dies Domini, n. 36) de participar en la Misa dominical de la parroquia y de adaptarse bien con la pastoral de la Iglesia diocesana en la que viven.
Incrementar horas de adoración al Santísimo Sacramento (Cfr. Mane nobiscum Domine, n. 18) la tarde del domingo en "las casas religiosas".
Asegurar en todas las comunidades monásticas y religiosas realizar en la tarde del domingo el Oficio de Vísperas, invitando, con horarios visibles, al pueblo cristiano.
Las SP de la Sede Apostólica recuerdan que el espíritu de comunión, fraternidad y caridad que motiva la incorporación a una "Asociación, Hermandado Movimiento está naturalmente ligado al misterio eucarístico (n. 39). Existen fraternidades y asociaciones explícitamente dedicadas a la Eucaristía, al Santísimo Sacramento, a la devoción eucarística y a su consecuencia: la caridad hacia los más pobres. Aquí se debe subrayar la relación Domingo-Eucaristía. Algo importante: la introducción de asociaciones, grupos y movimientos en la Iglesia, que contribuyen a su edificación y vitalidad, según sus carismas, se manifiesta con el encuentro ordinario en las misas dominicales de la parroquia (Cfr. Mane nobiscum Domine, n. 23; Dies Domini, n. 36).
Conclusión
Vivir en tiempo presente reavivando en todas las comunidades la celebración de la Eucaristía dominical debería ser la primera tarea de nuestras comunidades parroquiales (Cfr. Mane nobiscum Domine, 23 y 29).49 Como se propuso, en el no lejano Año de la Eucaristía, si al menos se lograra reavivar la celebración eucarística acentuando la peculiaridad dominical, valorando más la Plegaria Eucarística, junto con el incremento de la adoración tras la Misa y el compromiso con los necesitados, habremos realizado una enorme tarea de catequesis y evangelización en nuestras comunidades que en cada domingo celebran el misterio eucarístico.
Por eso, los esfuerzos académicos como el Encuentro Internacional de Liturgia de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín):
Es una invitación a reflexionar, constatar, interiorizar, actualizar eventualmente los Estatutos tradicionales e insertar la teología bíblica y eucarística del día del Señor.
Es una ocasión para una profundización catequético-mistagógica de la Eucaristía y del día del Señor (escuela dominical).
Es un estímulo para dedicar más tiempo a la adoración eucarística, involucrando también otras a personas en un tipo de "apostolado" eucarístico.
Es una invitación a enlazar la oración y el compromiso de caridad en encuentros dominicales con familias, grupos o comedores de caridad.