Introducción
En el Chile de la primera mitad del siglo xx, la sociedad chilena protagonizaba una disputa por el mundo obrero entre el Estado, socialistas, anarquistas y la Iglesia. Esta se expresaba con la organización de sindicatos, leyes laborales y sociales, protestas y una profusa cantidad de publicaciones sobre las condiciones morales y materiales de las clases vulnerables. En estas últimas, se buscaba conciliar el diagnóstico y los posibles caminos de solución, según los diferentes grupos.
Fray Pedro Bustos fue uno de los autores que se dedicó a reflexionar sobre la sociedad chilena y la realidad del mundo popular, por medio, de cartas publicadas en las revistas franciscanas. Los contenidos de estas cartas son poco conocidas y estudiadas, pues, aunque en su tiempo de publicación eran difundidas, con el paso de los años, ellas y otros aportes de este autor fueron cayendo en el olvido. Volver a ellas se justifica, tanto por su forma como por su fondo. El uso de la carta, un instrumento popularmente conocido, permitía difundir visiones e ideas de un modo sencillo y coloquial, y su contenido sirve para profundizar la comprensión en Chile del proceso social y político en la primera mitad del siglo xx, la cuestión obrera y las opciones y evolución del catolicismo social.
El objetivo principal del presente artículo es rescatar y analizar el epistolario Carta a un obrero de fray Pedro Bustos, describiéndolo como un ejercicio que vincula el género literario, carta ficticia, con el diagnóstico sobre la realidad social, eclesial y política desde la óptica de un religioso comprometido con las clases proletarias chilenas. Para ello, se presentarán los principales hitos biográficos de su autor y se detallarán las características de su destinatario y las ideas sociales transmitidas.
A finales del siglo xix, Latinoamérica comenzó a insertarse en la “cuestión social”. Originalmente, el mundo obrero de este continente lo conformaban trabajadores vinculados al sector exportador, mineros, ferroviarios y trabajadores de puertos, normalmente, diseminados en los territorios de explotación o en torno a las ciudades, un grupo con capacidad de negociar mejoras en sus condiciones sociales y laborales. Posteriormente, se sumaron en las ciudades los trabajadores industriales, operarios de las fábricas, artesanos e impresores, que fueron los primeros en organizarse frente a los propietarios del capital, connacionales o extranjeros, particularmente de origen británico y estadounidense, y frente a un Estado que usó la represión para acallar sus demandas1, las cuales pregonaban mejoras en salarios, contratos y acceso a la vivienda2. A partir de 1870, algunos trabajadores organizados de Chile, Argentina y Uruguay se unieron a la Primera Internacional Socialista; sin embargo, no hubo unidad en torno a esta ideología, puesto que algunos adhirieron a las corrientes anarquistas y otros al marxismo3.
Ello llevó a que el Estado, los partidos políticos y las iglesias comenzaron a preocuparse por el mundo proletario. La Iglesia Católica impulsada por el magisterio del Papa León XIII y los católicos sociales, adaptaban sus estructuras y opciones pastorales para establecer su cercanía con los obreros, apoyando la creación de instituciones como centros sociales, viviendas, asociaciones laicales y en sus revistas publicar diversos artículos para describir las malogradas condiciones de los proletarios y la visión católica para la regeneración social.
Entre las publicaciones católicas chilenas estaban las de la Provincia Franciscana de la Santísima Trinidad. Estas eran revistas de corte devocional, apologéticas y principalmente dirigidas a los simpatizantes de san Francisco de Asís y las instituciones inspiradas en él. Fue habitual, entre sus artículos, una atención preferente por la realidad religiosa y socioeconómica de los obreros, destacándose los escritos de fray Pedro Bustos Recabarren. Este autor utilizaba, entre otros géneros de escritura, las cartas ficticias dirigidas a un obrero, en cuales reflexionaba sobre las condiciones sociales de su clase, tanto las causas sociales como individuales que las permitían y difundía las posibles soluciones desde la óptica de la Iglesia Católica.
El autor de las cartas, fray Pedro Bustos, era un sacerdote franciscano. Esta condición lo define como miembro de la Iglesia Católica y formado para atender a dicha comunidad. Dentro de ella, adhiere a una espiritualidad determinada, fundada e inspirada en san Francisco de Asís. La obra de este santo dio origen a múltiples instituciones, como la Orden de los Hermanos Menores, la cual llegó a Chile en los tiempos de la conquista española y estableció la Provincia de la Santísima Trinidad, la cual es una división jurídica y territorial de la Orden Franciscana, encabezada por el Ministro Provincial, un Vicario Provincial y un Consejo, todos elegidos en Capítulo Provincial, que es una reunión de los religiosos profesos solemnes o sus delegados, y ratificados por el Ministro General y que reúne a los conventos o residencias de religiosos miembros de ella4.
El pensamiento social de fray Pedro Bustos se insertaba en los cambios dados en la reflexión del catolicismo social, poniendo en el centro la defensa de los derechos de los obreros, la relación entre religión y justicia social, la crítica a los liberales no soólo por irreligiosos sino también por carentes de solidaridad con los menos beneficiarios y la búsqueda de soluciones creativas para hacer frente al avance de socialistas y anarquistas, y la exigencia de una presencia efectiva del Estado en las carencias materiales de las clases proletarias, lo cual incluía la denuncia a la corrupción y a la ineficacia de los partidos políticos5.
Las cartas corresponden a un modo de escribir extraliterario, en donde priman la lógica, la sencillez y la claridad para enseñar6. Aunque tradicionalmente están dirigidas a un destinatario concreto, el proceso de literaturización ha generado la creación de las llamadas cartas ficticias. Ellas son textos breves, en los cuales, retóricamente, se expresa un conjunto de ideas en el marco de un diálogo entre el autor y el destinatario. Las cartas se justifican por la distancia entre ambos, lo cual impide la comunicación cara a cara, y que se expresa explícitamente en la correspondencia. Por medio de recursos redaccionales, el remitente hace presente al ausente receptor, ya sea imaginando su réplica o directamente reproduciendo sus opiniones7.
Para la revisión de las fuentes presentes en este artículo, se visitó el Archivo Franciscano Fray Rigoberto Iturriaga Carrasco, Santiago de Chile, en donde se tuvo acceso a las revistas franciscanas Seráfica de Chile y Verdad y Bien. Ellas permitieron configurar aspectos biográficos y las publicaciones de fray Pedro Bustos, para las primera, además, se revisaron los libros de los definitorios de la Provincia de la Santísima Trinidad y obras referenciales sobre los religiosos chilenos8, asimismo, se revisaron otras obras impresas del autor. El epistolario publicado fue revisado y su contenido separado en dos grandes grupos, caracterización del destinatario y descripción de las principales ideas sociales difundidas sobre la cuestión social, sus causas y la solución católica. Con lo cual, fue posible establecer un relato diacrónico de las principales ideas sociales presente en el remitente de las cartas y, posteriormente, comparado con algunas investigaciones recientes sobre el periodo.
Rasgos biográficos de fray Pedro Bustos
Fray Pedro de Alcántara Bustos Recabarren, 1874-1936 (ver Figura 1), cuyo nombre de pila fue Gumercindo9, nació en Cauquenes, sus padres fueron Francisco y Beatriz. Vistió el hábito franciscano a sus 16 años, el 5 de septiembre de 1890 y recibió el orden sacerdotal el 17 de septiembre de 1898. En su vida religiosa y sacerdotal, residió en diversas casas, mayoritariamente en Santiago, y le fue confiada una serie de oficios relativos a la formación de los candidatos a la vida franciscana, clérigos y laicos, así como la responsabilidad de la formación permanente de sus hermanos de casa; electo en diversos Capítulos de la Provincia de la Santísima Trinidad como Definidor, Custodio y Ministro Provincial10. Fue promotor entre los novicios de los cuales fue maestro, de la revista El Escotista11 y director de las revistas franciscanas, Verdad y Bien12 y Revista Franciscana, primer moderador de la Unión Misionera Franciscana13, Vicepostulador de la causa de los Siervos de Dios, fray Pedro de Bardeci y fray Andrés Filomeno García, popularmente conocido como fray Andresito, y Visitador General de la Provincia franciscana de Argentina14.
Fue parte de los religiosos enviados a perfeccionarse al Instituto Antoniano en Roma, obteniendo el grado de Lector General en Filosofía15. La obra de Pedro Bustos era considerada la de un «filósofo antes que de poeta u orador, pues habla sobre todo a la inteligencia y el atavío sobrio pero elegante del lenguaje, no menoscaba jamás la solidez del raciocinio»16, considerado un «escritor galano, de hermoso estilo y de profundidad de sentimientos»17.
La obra publicada de fray Pedro Bustos contemplaba textos hagiográficos, devocionales, teológicos, filosóficos, de historia franciscana y sobre la acción social católica. Fue un asiduo colaborador en las revistas de la Provincia de la Santísima Trinidad, Revista Seráfica de Chile y Verdad y Bien.
Además, era habitual que, para referirse a la VOT, el mundo obrero y sus inquietudes sociales recurriera al género narrativo didáctico, especialmente el epistolar. Sus cartas estaban dirigidas a destinatarios nominados, como fray Pedro Regalado Pinto18, fray Raimundo Morales19, fray Bernardino Díaz20, a un joven del Colegio Seráfico, M. Pedro Figueroa21; y otras cuyos destinatarios están presentados con referencias generales, tales como los coristas22, a una ministra de la Venerable Orden Tercera (VOT) y hermana o hermano de la VOT 23.
Su conocimiento del mundo popular chileno era, según sus propias palabras, fruto de su compartir pastoral con ellos: «En los no cortos años que llevo de tratar a nuestro pueblo, así de silla en silla y de tú por tú»24. «Desde algunos años acá me ha preocupado la suerte de los obreros de La Granja. He estudiado su situación y me esforzado con singular interés por infundirles ideas enderezadas a mejorar su triste situación»25.
Esta cercanía pastoral se vio fortalecida por los conventos en los que le tocó vivir, insertos en ambiente rural, como lo eran Curimón, y con una atención a los grupos y población obrera, como ocurría en las presencias franciscanas en Santiago: San Francisco de Alameda, la Recoleta y La Granja (ver Figura 2). Estas dos últimas ubicadas en sectores con una alta tasa de población vulnerable y que desde mediados del siglo xix constituían los suburbios del centro de Santiago, considerado este último la ciudad propiamente tal, en donde se permitían los intercambios comerciales y culturales, pero sin fusionar las relaciones de clases, las cuales habitaban sus propios territorios compartimentados y aislados26.
El convento de la Recoleta estaba ubicado en un territorio, al otro lado del río Mapocho, históricamente habitado por chozas o rancheríos, al menos, desde mediados del siglo xviii27, y que a finales del siglo xix e inicios del xx aún se mantenían combinándose con nuevas poblaciones obreras, casas solariegas y chacras 28. Pedro Bustos se describía como un habitante más de una Chimba digna y esperanzado de una mejor condición social de su gente de trabajo29.
El convento de La Granja, por su parte, estaba ubicada en los antiguos territorios que fueron dados a los frailes, en tiempos de Bernardo O´Higgins, por las ventas de los sitios de san Francisco de Alameda30. El sector fue declarado municipio en 1892 y era preponderantemente rural31.
En estas dos presencias y en el Convento de San Francisco, los frailes habían ejercido una fructuosa acción social. Por ejemplo, en 1923 había catecismos en todas ellas; existían dos centros de obreros, Alameda y La Granja; dos escuelas para niños vulnerables, y un sindicato agrícola en La Granja32.
En su cercanía, fray Pedro Bustos encontraba que los obreros mantenían el aprecio y respeto por el Santo Padre33, manifestaban su confianza en la labor evangelizadora de la Iglesia34; se preocupaba por la situación hostil que debía sufrir la Iglesia chilena por parte de los liberales, por ejemplo, los problemas asociados a la implementación del matrimonio civil por el Presidente Santa María35 y las presiones sufridas por parte del Presidente Balmaceda36; guardaban devoción por la Virgen María37, especialmente bajo la advocación del Carmen38 o la Madre de los Dolores39, a los santos, particularmente, a san Francisco de Asís40 y al ángel custodio41; y algunos de ellos eran de misa dominical42. Por ello, Bustos manifestaba que entre los mismos obreros era posible encontrar a aquellos apóstoles que evangelizaran a sus pares alejados o que habían renegado de la fe43.
La proximidad era una relación recíproca, como quedó testimoniado en el funeral de este fraile: «Un homenaje jamás visto en esta capital presenció ayer nuestra Recoleta. Cerca del mediodía, doscientos lustrabotas santiaguinos tiraban la carroza de un humilde franciscano, el Reverendo Padre Pedro Bustos Recabarren, quien dedicó sus 46 años de vida conventual a Dios y a los pobres»44.
Cartas a un obrero
Carta a un obrero fue publicada como un epistolario entre fray Pedro Bustos y un obrero. El conjunto de cartas fue impreso en diversos momentos, dos en 1910; siete en 1911; ocho en 1919; tres en 1920; y tres en 1924. La periodicidad de ellas pudo deberse al uso de diversos géneros literarios de sus artículos en las revistas franciscanas y a la necesidad de volver a estas cartas ficticias frente a los cambios contextuales en el mundo proletario y la sociedad chilena. En las primeras nueve cartas (1910-1911) estaban presentes las bases del dialogo entre el fraile y el obrero; era posible encontrar la caracterización de una familia obrera, sus dificultades personales, sociales y religiosas, y la contextualización de sus malestares y problemas. Las cartas de 1919 y 1920 tenían como contexto las manifestaciones y huelgas obreras, las cuales iban en aumento, y la crisis política chilena45. Finalmente, las últimas tres centraban su preocupación por el avance de la persecución a la Iglesia chilena por parte de sus opositores, liberales, socialistas y aquellos a quienes sólo les interesaba el lucro y la acumulación de riquezas; estos enemigos de los creyentes lo eran, también, de los obreros.
El epistolario se publicó en las revistas franciscanas, Revista Seráfica de Chile y Verdad y Bien. Estas publicaciones pueden ser caracterizadas como: apologéticas; difusoras del carisma y, especialmente, renovadoras de la Venerable Orden Tercera (VOT); vínculos de comunicación entre las diversas estructuras franciscanas presentes en Chile, y afines a quienes defendían los intereses eclesiales chilenos desde lo político. E iban dirigidas a miembros de otras congregaciones, laicos asociados y simpatizantes de san Francisco.
En general, las cartas tenían tres objetivos. Primero, tener un espacio en las revistas franciscanas, en donde reflexionar sobre la cuestión obrera en forma sencilla para un público popular.
Yo estaba resuelto á poner remate á estas cartas; pues tenía temores, y téngolos aún vivos, de que, si no Ud., de fijo los redactores y los lectores de esta Revista, han de estar aburridos de nuestro carteo: sino que Ud. ahora me pone en la gran apretura, indicándome nuevos puntos que, de complacer á Ud., habrán de suministrarme materia para no sé cuántas cartas más46.
Segundo, describir las características sociales, morales y materiales de las clases vulnerables. El autor adscribía a la tendencia en la época de comprender los obreros, esos trabajadores a quienes su salario no les alcanzaba para sobrevivir47, como el grupo vulnerable más significativo, al cual se le prestaba mayor atención y se buscaba su cuidado. Aunque describía a otros empobrecidos, como Francisco Mesa, un anciano, poblador48; Hermenegildo Ramírez, uno de los chacareros más hábiles de La Granja, sus familiares y vecinos49; Mercedes Orellana, un recolector y vendedor de chatarras y desechos50; Cansiano Rodríguez, quien trabajó para diversos patrones de La Granja y alrededores51, y, también, algunos sectores de las clases medias52.
Y, seguidamente, era establecer un camino pastoral para apoyar el cambio de vida de los obreros y advertir sobre los peligros del mundo:
He refrescado su memoria acerca de los desvaríos de su vida, á fin de que Ud. se arme de punta en blanco contra los asechos que le armarán ó puedan armarle los malos consejeros y falsos amigos en que tanto abundan ese mundo de Dios ó mejor dicho del diablo y á fin de que Ud. se desprenda y separe de ellos, como es de esperar de un hombre que conoce tanto las infinitas artimañas que el mundo urde contra cuantos se resuelven de veras á vivir honrada y cristianamente53.
1.1 Pepe, el destinatario de las cartas
El epistolario de fray Pedro Bustos caracterizaba a una familia obrera de Santiago con sus dificultades, crisis y desafíos, y, a la vez, establecía los rasgos que un acompañamiento pastoral debía tener, uniendo la preocupación por las condiciones materiales con las morales. Su descripción coincide con los problemas analizados por autores posteriores que han estudiado la cuestión social: migración campo-ciudad; vivienda indignas y antihigiénicas; bajos sueldos y precarización laboral y adicciones54.
Estas últimas eran una preocupación compartida en la prensa católica, socialistas y anarquistas, pues compartían el diagnóstico sobre la debilidad y riesgo permanente de las clases proletarias frente al alcohol, las fiestas y la prostitución, y promovían un ideal “obrerista” según sus tradiciones ideológicas55.
La Carta a un obrero nacían desde la respuesta a una epístola inicial de Pepe, un obrero conocido por fray Pedro Bustos, con la cual se reiniciaba una relación entre este y su consejero y amigo. «Ud. recordará que hace seis años que nos vemos, durante los cuales apenas he tenido yo noticias de Ud. ni Ud. de mí»56. La razón de esa separación había sido la serie de malas decisiones de Pepe: abandonar su familia57 y malgastar sus pocos recursos económicos58. Cuatro meses antes de la primera carta, Pepe había caído en cuenta de los errores cometidos, y en esa reflexión recordó la relación con fray Pedro Bustos y sus buenos consejos, decidiendo así reiniciar la relación59.
Pepe estaba casado hace veinte años y tenían numerosos hijos. La esposa, de la cual no se da el nombre en las epístolas, era descrita como «una mujer buena y laboriosa» 60 y era quien más claro tenía la necesidad de invertir en el futuro familiar61; sobre sus hijos, el mayor, llamado Panchito, es sobre quien más detalles se informaba en las cartas: era «ya crecido, casi un hombre y formado en el santo temor de Dios»62, que estudiaba y estaba a «dos ó tres años pueda tener una profesión»63; y que tuvo una pulmonía, la cual casi lo llevó a fallecer gravemente enfermo64.
La decisión de cambiar de vida le permitía a Pepe proyectar una mejora en la calidad de vida personal y de su familia. Primeramente, Pepe pensó en adquirir una casa en sectores obreros de la Villa de San Miguel o en la Nueva Italia65, ubicadas en las actuales comunas de San Miguel y de Pudahuel, respectivamente. Pero, finalmente, se decidió por la compra de un terreno en las afueras de Santiago, en un lugar indeterminado en la correspondencia66.
Fray Pedro Bustos acompaña a Pepe en su camino de conversión con consejos para diversas materias. En cuanto a su vida económica, que ahorre67; que apoye la continuidad de estudios de Panchito68; que se dejara aconsejar con personas expertas antes de comprar una casa69; que arriende el terreno adquirido y guarde el canon70, y que se asesore para la confección de su nueva vivienda71.
Para su vida religiosa, le enviaba los Evangelios, algunos artículos de Feliz de Sardá y Salvany y le animaba en su intención de incorporarse a alguna de las asociaciones católicas para obreros, particularmente, la de los Padres del Corazón de María72. A finales de la década de 1910, le aconsejará leer las publicaciones de la Casa del Pueblo, institución del sacerdote diocesano Guillermo Viviani73; la recomendación de la construcción de un oratorio en la vivienda proyectada74; en una carta de 1920, le recuerda el sentido de la vida cristiana, el hombre viene de Dios y a él volverá75. Y en otra epístola, en la cual responde a la noticia de la enfermedad grave de Panchito, fue donde más explayó la convicción de la cercanía de Dios, especialmente, el Sagrado Corazón de Jesús, con los afligidos y empobrecidos de este mundo, y, por tanto, la seguridad que daba poner la vida en sus manos76.
La enfermedad de Panchito, además, demostraba que la preocupación y cercanía de fray Pedro Bustos con Pepe no se quedaban sólo en los consejos. «Hoy mismo he enviado una esquela á un médico amigo, rogándole que visite á Ud.; permita, pues, que examine á Panchito, cuando no sea más que para que Ud. se cerciore mejor de la naturaleza de la enfermedad y de lo que conviene hacer en el caso»77.
Aunque, Bustos en sus cartas, no daba mayores detalles, la fe de Pepe se fue fortaleciendo, a pesar de que en la sociedad chilena iba creciendo el proceso de secularización y de convulsión social.
Nosotros, amigo Pepe, a Dios gracias, no hemos naufragado ni padecidos quebrantos en nuestra fe; antes hemos vividos colgados de la misericordia del Señor, demandándole con ferviente ruego que nos tuviese en su mano; hemos velado por cumplir con nuestros deberes religiosos y sociales y casi nos hemos desuelado por traer a nuestros amigos y conocidos a mejor acuerdo en el pinto de ser y parecer cristianos con el lustre y la bizarría de las buenas obras; hemos hecho nuestro posible porque reine Cristo en nuestros hogares y en los de nuestros prójimos y porque la santa Iglesia sea conocida y amada y, a lo menos, hemos deseado con ansia que campee y se vista de ilustre pompa en el mundo universo78.
1.2 Las ideas sociales difundidas en Carta a un obrero
Carta a un obrero pretendía responder las inquietudes de Pepe sobre temas candentes en la sociedad chilena y mundial y que atendían a las condiciones sociales, morales y religiosas del mundo obrero. Era tanto un análisis de la realidad chilena como una crítica a las propuestas de solución expuestas desde las diversas posturas políticas presentes en Chile.
Bustos pretendía explicar a Pepe las complejidades de la “cuestión social”, la cual ponía en crisis a gran parte del mundo y a Chile. Ella era:
aparte del mal social universal, se designan muchas cuestiones particulares, v. gr., las cuestiones obreras, industrial, comercial, agraria, religiosa, etc. Por donde se ve que la Cuestión Social abarca tanto cuanto la actividad humana misma en cualquier orden de cosas79.
Por tanto, fray Pedro explicaba a su interlocutor que se estaba frente a una crisis global e integral, pero, cuyas máximas consecuencias se vivían en Europa. En el caso de Chile, por sus características, aún no alcazaba su cenit, tanto porque en el país era posible para un obrero honrado y sin vicios sobrevivir como porque los procesos de industrialización y la proletarización que la acompañaba eran incipientes80.
Con ello, invitaba a comprenderla y a buscar soluciones correctas sin reducir su análisis a un solo aspecto.
La cuestión social no es sólo cuestión de pan ó estómago, como decirse, suele sino jurídica, económica y eminentemente religiosa. Es cosa evidente que el hombre, además de este cuerpo deleznable, tiene también una alma de que aquél es débil envoltura; por consiguiente, al hombre no le basta, para ser feliz, saciar el hambre y apagar la sed, ante le es de todo punto indispensable satisfacer las necesidades del espíritu mil veces más urgente que esotras81.
Las causas de esta eran cuatro, la
perversa doctrina predicada especialmente por los filósofos franceses del siglo XVIII; el poderosísimo influjo que las maquinas y los modernos inventos han ejercido en el comercio y la industria; la centralización del capital y de la propiedad de bienes raíces en manos de unos pocos; y la emigración de los campesinos á las ciudades82.
La filosofía y la revolución francesa del 1700 había socavado las raíces religiosas del occidente y con ello, debilitado el orden social y político favoreciendo las reyertas entre pobres y ricos, pues hacia olvidar los deberes de justicia y caridad del rico y al pobre al quitarle las creencias en un más allá, no le deja más que rebelarse para obtener bienes. Constataba que las máquinas iban reemplazando la mano de obra proletaria, aumentando la cesantía, pero no era un problema del progreso, sino de una tecnificación que no contemplaba las realidades locales. Los bienes en manos de unos pocos, producto de la especulación, era acompañada de la corrupción del aparato estatal, pues los grandes propietarios influían en las políticas públicas a su favor. Y las condiciones de vida rurales eran tan deplorables que, incluso, las malas condiciones obreras en fábricas urbana atraían a campesinos a instalarse en las urbes.
Bustos, con el paso de los años, puso el acento en una nueva clase social imperante, denominada por él como la aristocracia del dinero. Un grupo para quien el dinero le permitía sobresalir en la sociedad ante su falta de méritos de sangre o linaje. Ellos se constituían en enemigos de la Iglesia y de los obreros, pues se oponían a la doctrina eclesial al poner su confianza en los bienes materiales como a un dios, y usaban a los proletarios para lograr sus metas, sin miramiento por las malas condiciones materiales y laborales que en el proceso los sometían83.
En la cuestión social, las clases sociales populares eran las más afectadas, pues, al quedar sin el consuelo de la fe, debían enfrentar a su suerte la cesantía, la pobreza material y moral. Enfrentar esta crisis era el deber de cada uno de los actores de la sociedad; los intelectuales debían iluminar los diferentes aspectos desde la sociología, y los partidos políticos, por su parte, debían buscar implementar las soluciones que den paz y progreso a cada una de sus naciones. Pero quienes tenían la principal responsabilidad eran los partidos y quienes se dedicaban al servicio político, en donde las perspectivas de solución eran cuatro, la liberal, la radical, la socialista y la católica84.
Las primeras dos se caracterizaban por ser anticlericales y habían logrado difundir sus doctrinas en las clases populares, haciendo que estas rechazasen per se cualquier enseñanza que suene a “curas o frailes”85. La socialista, por su parte, interpreta la cuestión social como el resultado de la desigualdad entre las clases sociales y su solución como la inevitable guerra entre estas86. Por su repudio a la religión y por promover la violencia en la sociedad estos caminos debían ser rechazados por un obrero católico. “A la verdad la enredada y turbia doctrina liberal ha engendrado el radicalismo casi del todo ateo, éste es padre natural del socialismo y anarquismo turbulento y feroz”87.
Y los resultados de sus propuestas eran el estado de guerra entre ricos y pobres en Europa88, intentos revolucionarios en Chile89, y la corrupción de las instituciones del Estado, ofreciendo o nombrando a gente inadecuada en cargos públicos, por ejemplo90. A pesar de relacionar estas corrientes, a la vez, fray Pedro Bustos era capaz de describir sus diferencias. “Cierta casta de liberales pretende que en economía social no se entremeta el Estado; los socialistas, al revés, intentan que el Estado lo haga todo; quieren un Estado que podríamos llamar Papá-Rey”91.
La acción social y política de estos grupos tenía una consecuencia nefasta en el movimiento obrero, su división e ideologización en organizaciones como la Federación de Estudiantes o la Federación Obrera92.
A estas horas nuestros obreros en dos campamentos: ambos traen enarbolada bandera de paz social; sino que los unos pretenden dar cabo a la ardua empresa de resolver la pavorosa cuestión social, armados de las ideas del liberalismo y del socialismo, de las cuales las más son desquiciadores del orden social; los otros se desviven sudando el hopo por traer a sus compañeros de trabajo a conservar lo bueno de la actual sociedad, a mejorar lo quebrado, a desechar lo malo y a tirar al blanco de procurar se promulguen leyes justas y beneficiosas al pueblo93.
Estos últimos, eran los obreros que abrazaban la opción social y política católica. Ella se basada en la doctrina del Evangelio y la enseñanza del magisterio pontificio, aseguraba a la sociedad el bien y el progreso.
Los católicos echan como zanja del buen gobierno la justicia; acatan con religioso respeto la autoridad, porque la reputan derivada de Dios y reconocen los sagrados derechos de la gente obrera, poniendo por fundamento de ella la humana dignidad como enseña León XIII; pero pregonan también, a voz en cuello, las obligaciones que aprietan a los obreros cerca de la república sin reparar en la forma de gobierno, ora sea real, ora democrático; porque, para ellos, en cualquier caso la autoridad viene de Dios94.
Los católicos, por tanto, debían asegurar la presencia en el espacio público y político, con un partido católico laborioso, evangélico y crítico frente a las corruptelas y los juegos por el poder, semejante al Centro Alemán Católico, una prensa auténticamente católica y clérigos y laicos comprometido con la causa obrera95. Un ejemplo, era la propuesta del senador conservador Juan Concha Subercaseaux96, quien planteaba la creación del Ministerio del Trabajo y Previsión Social, organización sindical del trabajo; tribunales de conciliación y de arbitraje, compuestos de patrones y obreros; participación de los obreros en los beneficios del patrón; jornada laboral de ocho horas; protección y defensa del trabajo femenino en talleres y fábrica; inspección por el Estado de la higiene y seguridad de los talleres, protección a la infancia desvalida; la Gota de Leche, maternidades y asilos; guerra a muerte a las habitaciones malsanas; lucha contra el alcoholismo, la tuberculosis y las enfermedades sociales; abaratamiento de los consumos y sanción contra el acaparamiento; fomento de las cooperativas; obligaciones de las empresas comerciales e industriales, nacionales y extranjeras, de tener empleados nacionales; fomento de la pequeña y mediana propiedad; instituciones de crédito hipotecario y mobiliario para el fomento de la pequeña industria y del pequeño comercio; caja de previsión y retiro para los empleados particulares contra la desocupación; colonización por familias de clase media en el sur del país; fomento de la instrucción comercial e industrial, adecuada a la clase media; y, habitaciones higiénicas y económicas para la clase media97.
A estas medidas, Bustos agregaba la educación para los obreros y sus hijos, una formación que debía ser integral, incorporar a los necesarios ramos académicos, la religión y la moral98.
La acción política y social católica, paralelamente, debía denunciar la corruptela de las clases dirigentes, una tarea que debían liderar los clérigos,
sacerdotes, modelados en la turquesa del Evangelio y resueltos a oponer generoso y magnánimo pecho a las dificultades sin cuento que la gente linajuda, rica y poderosa inventa y derrama en el camino a cuantos se desviven por traer a la sombra y amparo de las leyes y de la justicia social a la ilustre clase media y a la benemérita clase obrera99.
Desenmascarando una política que manipula el voto ciudadano para servir a intereses partidarios o personales, desoyendo el hambre y la cesantía de los obreros100, lo cual había traído “corrupción moral, falta de amor a la patria y de insubordinación a nuestras leyes”101. Esta falencia alcanzaba a todos los partidos políticos chilenos102.
Todo los ciudadanos tenían una responsabilidad con su patria, trabajar por el desarrollo y prosperidad103. Por tanto, Bustos enseñaba a Pepe que, también, los mismos obreros debían ser protagonistas en las soluciones que sacasen a la sociedad de la cuestión social. El medio principal para ser actores era el ahorro, que estaba unido a la virtud cristiana de la templanza. Pero, en Chile, la idiosincrasia era un obstáculo para su ejercicio, los ricos derrochaban en modas y cosas afines, las clases medias se endeudaban para imitar a los primeros, y los obreros se contentaban con vivir al día, sin prever el futuro o vicisitudes, como una enfermedad104.
El ahorro comprendía una dimensión práctica y sólo era posible lograrlo con el esfuerzo y constancia de los obreros. Estos debían procurarse las cosas necesarias para la vida y, por ello, el manejo prudente del dinero; por lo escaso que era en las manos de las clases proletarias, era necesaria la educación en la economía doméstica. Esta tenía dos aspectos, el interior del hogar, recorte de gastos innecesarios y el cuidado por los utensilios y bienes que ya se poseen, y el cambio en la mentalidad del obrero, este no debía gastar todo el dinero que recibía y tener un presupuesto que le permitiese ahorrar cuando recibiese más por su trabajo, así como evitar los vicios, alcohol, juegos, juergas y tomar conciencia de los costos de decidir no trabajar un día de la semana, en referencia al habito chileno de no presentarse los lunes al lugar de labores105.
Bustos insistía en el mal de los vicios, especialmente, el alcoholismo, como un obstáculo para el ahorro entre los obreros.
Una de las principales causas del malgasto del dinero en nuestro pueblo son los vicios de la embriaguez y cierta generosidad rayana de prodigalidad perniciosa. Por el vicio de la embriaguez nuestros obreros disipan en unas cuantas horas no sólo el ahorro, sino también el jornal de una semana. De aquí la miseria de nuestros obreros, las deudas de sus esposas, las enfermedades en sus familias y, por ende, la degeneración de nuestra raza106.
A los problemas de alcoholismo se unían políticas proahorro del Estado o de empresarios que, aunque buscaban el bien de los obreros, no lograban su objetivo por no tomar en cuenta lo exiguo de sus salarios o las realidades de sus familias107.
Un obrero, a quien se le animaba y apoyaba en el ahorro, era capaz de salir de sus malas condiciones materiales y progresar, principalmente, al adquirir una vivienda. La casa obrera, según Bustos, idealmente debía ser de dos pisos, sobre todo si estaba ubicado en un terreno pequeño, con un espacio reservado para la huerta y un oratorio, y debía considerar medidas higiénicas: limpieza, ventilación, iluminación natural y protección de la humedad del suelo108.
Para Bustos, el único modo exitoso de apoyar y lograr que la familia obrera ahorrase era la propuesta católica, la cual a través de las obras de beneficencia subvencionaban algunos de sus gastos.
Los asilos, los establecimientos de beneficencia y la generosidad de las personas acomodadas son las únicas capaces de mejorar la condición de los obreros en tales circunstancias. Las becas con las que obsequian á los pobrecitos hijos de tan honrados padres, particularmente en especie, que á diario le distribuyen, constituyen un medio eficacísimo para contribuir á resolver lo que hoy en día llaman cuestión social109.
La labor eclesial, por tanto, debía centrar su atención en la creación y consolidación de obras en favor de la mejora de las condiciones materiales y morales de las clases proletarias; un ejemplo era el Pan de San Antonio, repartido semanalmente en varios conventos franciscanos. Para Bustos, no bastaban las preocupaciones por el bien físico de las clases vulnerables, pues esto debía ir de la mano de instituciones católicas, donde desde la dirección del clero se uniera el análisis de la realidad con el Evangelio, como La Casa del Pueblo110, del presbítero Guillermo Viviani111.
Una tarea en la que “los católicos y el clero, así secular como regular, cayeron bastante tarde en la cuenta de que debieron haberse afanado a mirar con especial solicitud por la justa causa de los obreros”112. Y peor aún, había católicos indiferentes sobre la realidad obrera y la acción social eclesial a su favor113. Estos últimos traicionaban su identidad católica, pues, ella exigía a sus fieles no temer «sacar a las barbas del mundo las mentiras de sus enemigos»114.
Enemigos, entre los que se contaban liberales y socialistas, quienes disputaban a la Iglesia a los obreros y, aquellos católicos que ponían su confianza en sus bienes, intereses y riquezas. Pues, la fe cristiana se fundaba en la opción de Cristo por la pobreza en su encarnación, nació en un lugar pobre y sencillo, con lo cual esa realidad humana fue engrandecida e iluminada por Dios y, finalmente, pobres y sencillos fueron los primeros destinatarios de su mensaje115.
A pesar de ello, Bustos resaltaba que había muchos “sacerdotes, caballeros y damas sudan el hopo entre nosotros, desuelándose día y noche en favor de la causa católica, especialmente de la obrera”116. Entre quienes destacaban
don Juan Enrique Concha y Subercaseaux, ilustre por su linaje y más ilustre por haber trabajado con generoso desinterés, desde los albores de su juventud, en favor de las clases menesterosas, y cuyas fatigas y angustiosas vigilas ha reconocido la provincia entera de Santiago, llevándolo con un espléndido triunfo electoral al Senado, y en el caso del ejemplar y valiente sacerdote Merino, quien de su bella gracia sentó sus reales en Iquique, a fin de velar día y noche por la clase obrera117.
Fray Pedro Bustos expresaba a su interlocutor un análisis crítico de la sociedad, los partidos políticos y sus ideologías, y la Iglesia chilena, cuya clave hermenéutica era la defensa y la unidad de los obreros. Para él, lo que ocurría en Chile debía entenderse en el marco de una crisis global e integral, y cuya verdadera solución estaba en la fidelidad a la doctrina cristiana, por sus acentos en el orden social y una promoción humana que integraba la superación de las necesidades materiales y morales de la clase obrera.
Conclusiones
Fray Pedro Bustos escribió Carta a un obrero con la finalidad de difundir un análisis crítico de la sociedad, los partidos políticos y la Iglesia frente a la realidad de los obreros chilenos. Ello implicaba entrar en las ideologías presentes en la sociedad chilena y que proponían diversos caminos de solución a la crisis material y moral de las clases vulnerables. El autor de las cartas, un hombre formado en Europa en filosofía y, según sus propias palabras, con una larga cercanía con el mundo obrero, tenía los conocimientos suficientes para afrontar esta tarea.
La genialidad de un autor se demuestra en ser capaz de hablar con profundidad de fenómenos complejos, en este caso sociales, con un lenguaje inteligible a un público diverso. Por tanto, no es suficiente la capacidad, y la formación intelectual, si no va acompañada por un género literario adecuado. Y, en esto, la elección de fray Pedro Bustos, la carta ficticia, un género considerado menor, ofrecía la ventaja de ser sencillo y coloquial para un auditorio amplio, los lectores de las revistas franciscanas. Estos últimos estaban conformados por católicos y, especialmente, por laicos adheridos a la espiritualidad franciscanas en la época, un variado grupo conformado por miembros de diversas clases sociales, desde obreros a altos dirigentes del Partido Conservador chileno.
A través de su diálogo epistolar con Pepe era posible conocer las características y vicisitudes de un obrero y su familia, y, a la vez, presentarle las ideas sociales y críticas a los partidos políticos y a la sociedad chilena. La correspondencia no esconde la condición del remitente, un sacerdote franciscano con una preocupación pastoral por las condiciones morales y materiales del grupo humano representado por el destinatario de las cartas, y para quien la opción católica para superar la cuestión social era la más correcta y óptima. El fraile explayaba su critica a liberales, socialistas, católicos tibios y adoradores del dinero, quienes, por ideología, ignorancia o maledicencia, eran responsables del mal experimentado por la Iglesia y las clases proletarias.
Pepe, el obrero a quien va dirigido el epistolario, descubre sus luchas personales, familiares y sociales, problemas matrimoniales, de alcoholismo, de ahorro y, sobre todo, una lucha interior, buscando cambiar de vida. Bustos le ofrecía un itinerario desde una descripción del contexto que explicaban en parte el mal padecido, le ofrecía el consuelo de la fe y la tarea de ser un obrero cristiano bien formado y con una mirada crítica de su entorno social. Y le invitaba, también, a ser protagonista, por medio del ahorro, de las soluciones.
La elección de las cartas ficticias que, como hemos dicho, eran adecuadas para el público de las revistas franciscanas, se enfrentan al riesgo de no ser consideradas como una fuente histórica, ya sea porque es un género considerado menor o porque puede ser pasada de largo, por el investigador, al no conocer el tenor y objetivo de estas. A ello se suman los prejuicios de leer obras de autores religiosos, reducidos habitualmente al ámbito teológicos. Sin embargo, las escritas por fray Pedro Bustos, al ser reconocidas y puestas en valor, ayudan a comprender mejor el periodo histórico, los procesos sociales y del mundo obrero, y enriquecen, con nuevos puntos de vista, la historia de Chile.
El presente artículo, que busca describir al autor y detallar las ideas sociales de sus cartas, presenta el desafío de futuras investigaciones que interrelacione investigaciones sobre el uso de cartas ficticias en otras publicaciones seriadas de la época, para discernir si fue una ocurrencia de fray Pedro Bustos o eran un medio habitual para describir grupos humanos y difundir posturas sociales o políticas. Y, en cuanto al fondo de estas, ponerlas en relación con los estudios sobre la cuestión social en Chile en las primeras décadas del siglo XX y la conformación de la identidad y movimiento obrero posterior.