En el año 2023 se cumplen diez años de la elección del actual pontífice, Francisco, y seis de su importante viaje apostólico a Colombia. Es hora de elaborar balances sobre su legado, para potenciar lo que de bueno ha ido sembrando. Estas líneas se ocupan del asunto particular de su visita a Colombia, que, aunque haya sido tratado como un evento mediático y emocional, fue mucho más que el titular de prensa y el entusiasmo de aquellos días1. Sus palabras y gestos iluminaron caminos, pero lo propio de esta iluminación es ser una orientación de sentido, posibilidad emergente y estructural cuya propuesta aún hoy sigue resonando.
Dicho hilo articula la exposición que sigue. Los dos primeros apartados refieren una lectura del sentido misional y del sentido político de la visita papal, enmarcándola en elementos lonerganianos que permiten dar cuenta de ciertas estructuras -presentes en las intervenciones de Francisco- que vislumbran dichos sentidos2. Con lo anterior, el tercer apartado propone una lectura del sentido sanador de su visita, sentido que opera en la medida en que se comprende como conjunto de desafíos de largo aliento, aún pendientes de retomar a pesar de los años pasados desde su presencia en Colombia.
1. Sentido misional: lo concreto del bien
El sentido misional de la visita papal es lo más evidente que invoca Francisco en sus intervenciones, pero siempre desde resignificaciones propuestas a partir de su particular orientación de autoridad. No es gratuito que, en sus primeras intervenciones frente a las autoridades colombianas, recordara que seguía la huella de sus predecesores y su compromiso eclesial con la paz, la justicia y el bien. Este compromiso que le lleva a presentarse como un obispo peregrino de paz y esperanza, dispuesto a aprender del pueblo colombiano y animarlo en su búsqueda de paz y reconciliación. En este marco, proclama que los principios evangélicos son significativos para el tejido social colombiano, y los singulariza/sintetiza en la actitud de «respeto sagrado a la vida humana», que califica como «piedra angular en la construcción de una sociedad libre de violencia»3.
En este conjunto, es posible captar elementos estructurales comprensibles al interior de la noción de bien humano, de Lonergan. El bien «siempre es concreto», aunque sus definiciones sean abstractas4, y es el escenario de los preceptos morales, los cuales
sólo pueden ser indicadores de la dirección o localización donde se halle el bien, o límites que indiquen dónde no se encuentra el bien. Pero le queda a cada uno el problema de desarrollar concretamente el bien que pueda hacer con su decisión en su situación concreta con sus potencialidades y posibilidades5.
Las potencialidades y posibilidades concretas se refieren siempre tanto al bien personal como al bien común y social (así, p. ej., en Evangelii Gaudium6 217-237); apuntan a la cooperación, al vínculo, al progreso que revierte lo no-vincular o decadencia. Este asunto es una clave, según Lamb: «Si la clave del auténtico progreso humano es una atenta, inteligente, razonable y responsable cooperación en redes comunitarias que siempre se expanden y complementan, la clave de la decadencia es una represión de esa cooperación y de esa comunidad»7.
Este breve panorama permite formular tres grandes elementos estructurales que se pueden rastrear en el discurso papal que, en conjunto, dan cuenta del sentido misional de su visita.
a. El primero es la interpretación de lo concreto del bien como proceso comunicativo8 que simpatiza y empatiza con la búsqueda de la paz y la reconciliación. Con su discurso, el Papa desea coadyuvar a ese proceso.
Tal aserto se nutre de su mundo vital latinoamericano, su autocomprensión como obispo de Roma, su asumido rol pastoral y su talante profético, precomprensiones todas ellas articuladas y desde las cuales habla a sus diversos públicos9. De allí su clamor por una iglesia en salida, despejada del miedo de perderse por ese salir y del miedo de «tocar la carne herida» de la historia y de la gente10. De allí que insista en «involucrarse», en «crecer en arrojo» y «coraje evangélico» frente al hambre que, desde su despojo, clama por la dignidad y por Dios11. Ese movimiento de tocar la carne herida, reconociendo el despojo que la ha causado e indignándose contra él, es lo concreto del evangelio, nunca «un ejercicio de estériles especulaciones»12.
Lo concreto del evangelio no sólo es exigencia para un horizonte creyente, sino se extiende a los diversos horizontes que conforman las formas de relación humanas con los otros y con el entorno. Trabajar por la paz se esboza como «persistir en la lucha para favorecer la cultura del encuentro, que exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien común», evadiendo la inclinación por la venganza, el interés particular y el corto plazo. Francisco desafió al establecimiento (en aquel momento, en el cual construía un tratado de paz, y en este de nuestro hoy para seguir construyendo la posibilidad de la paz) para que forje formas legales cuya raíz aspira a un más allá de la ley: «No es la ley del más fuerte, sino la fuerza de la ley, la que es aprobada por todos, quien rige la convivencia pacífica». Si bien se necesitan «leyes justas», su fuerza no es tanto «la exigencia pragmática de ordenar la sociedad», sino el «deseo de resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia», deseo cuya base es lo inclusivo: «Todos somos necesarios para crear y formar la sociedad. Esta no se hace sólo con algunos de “pura sangre”, sino con todos»13.
b. El segundo elemento estructural postula que el proceso comunicativo de lo concreto del bien produce y pone en acto evangelio y misericordia.
Francisco retoma su tradición precedente, por supuesto, que reconoce el significado transformador del evangelio en orden a la conversión y la liberación: «confronta a su receptor con un nuevo estado de cosas y lo insta a tomar una opción»14. La «fuente de la alegría»15 expone un movimiento que examina y enfrenta la vida personal y social que se ha clausurado en el interés propio y en el fetiche mercantil16, y de allí insta a reparar tanto la conciencia autorreferente y aislada como la historia en su correlato de justicia social y ambiental17. Es un camino necesario, «quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien»18 que configura la misericordia19, esa «viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia» y su criterio de discernimiento respecto del vínculo eclesial20.
En sus mensajes, Francisco ofrece una producción misericordiosa21: «la relación con Dios no puede ser un apego frío a normas y leyes ni tampoco un cumplimiento de ciertos actos externos que no llevan a un cambio real de vida»22. El Papa nombra su producto como permanecer en Jesús o contemplar su divinidad, lo que es performativo en tanto se plantea como dinámica evangélica y misericordiosa. Contemplar/permanecer en Jesús/divinidad «nos lleva a ponernos con docilidad en las manos de Dios para realizar su voluntad y hacer eficaz su proyecto de salvación», guiando lo humano en lo concreto de «hombres y mujeres reconciliados para reconciliar» y «vivir en alegría», que a su vez ofrecen producciones que propician «ser promesa de un nuevo inicio para Colombia, que deja atrás diluvios (...) de desencuentro y violencia, que quiere dar muchos frutos de justicia y de paz, de encuentro y de solidaridad»23.
Con tal significación, Francisco menciona la mirada necesaria sobre la realidad: «no como juez, sino como buen samaritano». Mirada que «descubre el sufrimiento callado y se conmueve ante las necesidades de las personas, sobre todo cuando estas se ven avasalladas por la injusticia, la pobreza indigna, la indiferencia, o por la perversa acción de la corrupción y la violencia»24. En este descubrimiento conmocionado del despojo y la penuria tanto material como cultural/espiritual, que además nutre la indignación evangélica («coraje»), la mirada samaritana es captada por un «hambre», donde la divinidad encuentra su primer hogar25.
c. En lo anterior se esboza el tercer elemento estructural: el lugar privilegiado del pobre, periferia existencial que ha sido despojado de su dignidad por los «pura sangre» y sus privilegios, y que clama por ser reconocido26.
El papado de Francisco ha puesto este elemento en el centro de sus intenciones, sin olvidar toda su carga conflictiva en la tradición bíblica y eclesial. Es «imperativo de escuchar el clamor de los pobres [que] se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno»27, pues «todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres»28. Se manifiesta aquí una conciencia intencional que tiende (y atiende) al otro que le desborda29, otro que aparece como el gran y privilegiado escenario de los preceptos morales que, como el bien, son concretos en la praxis.
Francisco retomó tales insistencias en suelo colombiano. Si el Evangelio es concreto y no estéril especulación, no hay que temer el tocar la carne herida. El tocar prolonga la mirada contemplativa y samaritana, que de manera conmovida y profética30 acaricia las personas que «se ven avasalladas por la injusticia, la pobreza indigna, la indiferencia, o por la perversa acción de la corrupción y la violencia»31.
Estas formulaciones se encuadran en la noción de cultura del encuentro, que busca confrontar la habitual cultura autorreferente, que excluye y fomentar el reconocimiento del otro, o de otra manera, de «ver en el otro un llamado a la responsabilidad ética y política», asunto que va más allá de la formalidad ética y política32 hacia un caminar en misericordia. Esta se encuentra enraizada en la conmoción, por estar dispuesta a responder por «la miseria esencial del otro»33, y alzarse en contra de significaciones habituales que hacen de la dignidad humana y medioambiental un objeto de uso, abuso y desecho.
d. Los tres elementos estructurales indicados se pueden articular ahora para formular el sentido misional de la visita apostólica del Papa Francisco.
En uno de sus primeros encuentros, el Papa recordó que el compromiso de la iglesia «con la paz, la justicia y el bien de todos», es algo concreto para la misión eclesial, cuya «piedra angular» es «el respeto sagrado a la vida humana, sobre todo la más débil e indefensa», y posibilita la «construcción de una sociedad libre de violencia»34. Francisco refiere la misión de la iglesia a la piedra desechada y angular, la vida débil e indefensa, referencia concreta de la paz, la justicia y el bien.
En esta referencia se contiene una mirada proactiva que tantea posibilidades de encuentro con lo negado, como rastro de la huella de Dios. Tal mirada suscita un proceso comunicativo en torno de la cultura del encuentro, cuyo centro es lo operativo del evangelio y la misericordia que se hacen concretos desde la vida negada. Esta vida negada es piedra angular no sólo desde un lenguaje bíblico, sino también en cuanto exigencia pre-ética. Es la base de una tradición creyente sin la cual no hay comprensión, sino falsos ritualismos y palabrería.
Con Lonergan, se puede decir que paz, justicia y bien, desde su referencia concreta, son valores «que se tiende[n] a alcanzar en las cuestiones que se ponen a la deliberación»35. Francisco puso de presente dichos valores en su visita, para que permearan las deliberaciones efectuadas en aquel momento sobre el tratado de paz. No fue su tarea indicar lo particular de su realización, pero sí su responsabilidad creyente y eclesial proponer orientaciones concretas para la deliberación36 (misericordia, mirada samaritana, cultura del encuentro, tocar la carne herida, etc.) y señalar la referencia concreta, la piedra angular, desde la cual construirla. En este sentido, los ecos de su visita aún siguen acompañando el presente de las nuevas circunstancias políticas.
2. Sentido Político: Re-hacer las trizas
A lo largo de su pontificado, Francisco ha insistido en alentar la participación política del cristiano. Comprometido con el mundo, sin embargo, no debe el creyente perder su identidad, y entender la política como una «vocación de servicio», no de administración del poder, y verificarla desde la apuesta por la amistad social y el bien común, desde el asumir aquella piedra angular y desechada37. En tal sentido, no se puede negar el sentido político de la visita papal38. Su misión eclesial siempre se presentó a la par con una exigencia política y cultural: solicitó a las autoridades y representantes de la sociedad civil «favorecer la cultura del encuentro, que exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien común»39.
Como en el apartado anterior, es posible discernir elementos estructurales que complementan el proceso comunicativo que produce evangelio y esbozan su fuerza política. Con Lonergan, insistimos en lo concreto del bien que posibilita el progreso y frena la decadencia; a este asunto hay que agregar la noción de cultura propuesta por el jesuita canadiense («conjunto de significaciones y valores que informan un determinado modo de vida»)40, pues sentidos culturales dados o propuestos (en su dimensión política, entre otras) potencian procesos de progreso o decadencia41.
A la noción del Papa sobre cultura del encuentro, subyace la noción empírica de cultura propuesta por Lonergan. Lo que interesa subrayar ahora es aquello que da fluidez al proceso comunicativo del evangelio-misericordia: son los cuatro principios orientadores para la paz social y el bien común, tiempo, unidad, realidad, todo (EG 221-237), cuyo breve análisis en cuanto estructura42 presente en sus intervenciones en Colombia, permite dar cuenta del sentido política de su visita.
a. El primer principio orientador se refiere a la superioridad del tiempo sobre el espacio (EG 222-225). En la exhortación, el «tiempo» no refiere un chrónos, sino más bien un kairós/aiôn, horizonte en permanente apertura hacia el tiempo oportuno43. Su lógica, declara Evangelii Gaudium44, implica dinamismos procesuales que articulan lo fraterno antes que lo posesivo, que delimita y desarticula. Por esto es un dinamismo convencido y fructífero.
Francisco evocó este asunto al usar la parábola de la cizaña y el trigo en su visita apostólica45. El bien y su valor concreto se manifiestan en el kairós/aiôn, que, a su vez, da cuenta del encuentro interpersonal genuino y transformador.46 Así, el Papa rogó por «la paciencia del Señor del Campo», quien espera «la buena calidad de sus granos»47 contando con todos ellos, «incluso los imperfectos, pues darán frutos de vida buena»48. De manera similar interpretó Jn 12,24: «el grano de trigo que muere (…) tiene la fuerza de diseminar los planes de Dios»49. Resume sus lecturas con el lenguaje de promesa: «La promesa es que daremos fruto, y en abundancia, como el grano de trigo, si somos capaces de entregarnos, de donar la vida libremente»50.
Nada de esto tiene sentido desde la percepción habitual del tiempo como chrónos. Allí prima la autoafirmación posesiva, la rentabilidad y el propio beneficio, la búsqueda de resultados desde el halago del poderoso, la identidad como «casta de funcionarios plegados a la dictadura del presente», el vínculo apestado por «agendas encubiertas». En ese relevo del ayer por el mañana a través del hoy, el tiempo se cierra en la domesticación de la esperanza y cierra la subjetividad al otro y a la historia, como un árbol sin sombra, como «ramas privadas de nidos»51.
b. Este tema de la subjetividad vinculada o desvinculada del otro y de la historia se desarrolla en el segundo principio orientador, la unidad que prevalece sobre el conflicto52. La unidad refiere un modo de existir concreto, que puntúa sobre la solidaridad y el reconocimiento de la diversidad, construyendo convivencia53-54. El modo de existir concreto es una forma de relación entre seres humanos y entre estos y su entorno -forma de relación con lo otro-, y como forma es piedra angular de la construcción de amistad social55. La unidad orienta el proceso comunicativo de progreso de una cultura del encuentro, siempre desde aquella interpelación fundamental que es el rostro negado del otro56.
Al considerar la genealogía de Jesús (Mt 1, 1-17) en una de sus homilías, Francisco ofrece un sentido articulador y concreto a la unidad. En su lectura, un otro particular, un universal concreto, se hace el protagonista creíble de procesos de paz y reconciliación sin desconocer la conflictualidad y la diferencia: se trata de quienes «han vivido la dramática realidad del conflicto», y aun así, vencen «la comprensible tentación de la venganza»57. Con su dolor, ese otro construye territorios sagrados («tierra regada con la sangre de miles de víctimas inocentes y el dolor desgarrador de sus familiares y conocidos») que contienen su narración tanto del sufrimiento y la amargura como del amor y el perdón, y que ponen en escena viva cómo no se dejó llevar el corazón desde el odio o el dolor58. Ese otro se hizo presente con cuerpo y nombre propio59 y lanzó el desafío de comprender que todos participamos de esa pérdida de humanidad, que sólo nos salvamos todos cuando nos acompañemos en la acogida y la sanación. El desafío lo recogió el Papa diciendo: «Sanemos aquel dolor y acojamos a todo ser humano que cometió delitos, los reconoce, se arrepiente y se compromete a reparar, contribuyendo a la construcción del orden nuevo donde brille la justicia y la paz»60. Tal es el sentido más claro y estructuralmente profundo del lema de la visita papal: demos el primer paso.
Para dar el primer paso (que se refiere a la unidad) es por completo necesaria la presencia del otro, que en la norma cultural habitual es apenas instrumento, estadística o cálculo, de un corazón autorreferente. Lo concreto de la unidad no es especulación filosófica o teológica, sino «interpelación fundamental», esto es, la «carne herida de la propia historia y de la historia de su gente»61. Esta interpelación en cuanto unidad es oportunidad para el kairós/aiôn a que alude el primer principio.
c. De lo anterior se sigue, no en sentido causal, sino poliédrico, el tercer principio mencionado por Evangelii Gauidum, que reconoce la realidad como más importante que la idea62. Reconoce el Papa que la idea restringe o fantasea la realidad, en tanto la realidad se sitúa en las coordenadas de la diversa humanidad en su historicidad propia y exigencias de vitalidad. Esta realidad no es un tanto un «dado», sino una manera de habitar la existencia desde la construcción de la vida, asumiendo así la propia historicidad desde el fundamento de aquella piedra angular desechada. Dicho de manera sintética: la realidad es un habitar en construcción desde la interpelación del sujeto negado o sufriente.
Habitar así es un cambio difícil de aceptar63. Ello incide en las maneras humanizantes, o no, del habitar y del vínculo. Con insistencia solicita un habitar que no solo reconozca y rescate en su dignidad la piedra desechada que fue evocando de diversas maneras, sino también suplica por aquel «otro» que nos sustenta y con el cual nos encontramos en interdependencia vital, el entorno biótico. De su «rostro» emerge una doble epifanía. Por un lado, es «síntoma» de «la violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado»64. Por otro, es interpelación y prueba «para verificar si nuestra sociedad, casi siempre reducida al materialismo y pragmatismo, está en grado de custodiar lo que ha recibido gratuitamente, no para desvalijarlo, sino para hacerlo fecundo»65.
d. Esta sensatez supone apreciar un vínculo con la realidad, donde confluyen las parcialidades sin perder su originalidad (mirada poliédrica), puesto que -cuarto principio- el todo es superior a la parte66.
Lo que se pone en juego en este cuarto principio como «todo», y latente en los tres anteriores, es el vínculo. Francisco lo manifiesta como sabiduría vincular, que comprende «la sacralidad de la vida, el respeto por la naturaleza, la conciencia de que no solamente la razón instrumental es suficiente para colmar la vida del hombre y responder a sus más inquietantes interrogantes», antes que totalidad pragmática, invasiva, materialista y autorreferente. La metáfora de la sabiduría vincular es la imagen del corazón, sagrario secreto de la conciencia, donde palpita la esperanza, aunque afectado por el miedo y la soberbia autorreferente. Este miedo y soberbia son los que, con su temor y deformando el rostro de la carne herida y la historia, impide la mirada que Colombia necesita.67 Por esto mismo, y para afrontarlo, es necesario sanar el corazón desde lo que él mismo contiene: la esperanza, siempre «dispuesta a darle a los otros una segunda oportunidad»68, para que se posibilite «construir un País que sea Patria y casa para todos los colombianos»69. Se anhela y construye vínculo desde «la capacidad de afectar y ser afectado», que abre el sentimiento y el pensamiento a la veneración, el respeto, el construir el bien de los otros y del entorno70.
e. Los cuatro principios orientadores para construir la paz social y el bien común, planteados en Evangelii Gauidum71 (tiempo, unidad, realidad, todo), adquieren un matiz particular en la visita del Papa a Colombia.
Para el Papa, el don de la fe y el de la esperanza que desea compartir en su visita es la clave para salvar y construir la casa que merecemos los colombianos, y se hacen operativos en la medida en que se fomenta una cultura del encuentro72. Tal clave permite esbozar una fe madura, crítica y autorreflexiva, que coadyuva a recrear un kairós/aiôn, un otro, un habitar y un vínculo, que rompen el normal infantilismo posesivo y autorreferente tanto en lo personal como en lo social. Por esto mismo, se activa una esperanza y se camina una fe cuyas miradas está al tanto de lo concreto del bien: se hacen políticas. Francisco insiste en una cultura del encuentro como horizonte, esboza la fraternidad como categoría política73 y desafía los modos políticos habituales de corte posesivo y autorreferencial.
La esperanza y la fe políticas, que esboza Francisco, se despliegan sobre dichos elementos estructurales de manera duélica74. Somos tiempo de la confraternidad (kairós/aiôn) o de la enemistad (chronos). Somos otro, sufriente y rostro reconocido como espejo de la humanidad por venir, o enemigo y rostro deformado por el miedo y la guerra. Somos habitar que cuida al otro y al planeta y al tiempo de la confraternidad, o los desvalija desde las violencias y sus normalizaciones cortoplacistas. Somos posibilidad de vínculo, desde la sabiduría de la razón cordial de flujo cálido, o desde la eficiencia de la razón autorreferente y su pura sangre. En este marco duélico, la segunda posibilidad es un vínculo falso, cuyo nombre preciso es decadencia75. Por supuesto, el Papa se sitúa en la primera posibilidad.
Con todo, lo decadente suele configurar el caso cultural colombiano. Tal forma de vínculo se encarnó en las palabras pronunciadas en mayo de 2017, en el marco de la II Convención del partido Centro Democrático (en Bogotá), donde se declaró como primer desafío político «volver trizas ese maldito papel que llaman el acuerdo con las Farc»76. El desafío político del Papa, declarado en septiembre de 2017, se refiere a no llamar a nada maldito: «La paz es la que Colombia busca desde hace mucho tiempo y trabaja para conseguirla. Una paz estable, duradera, para vernos y tratarnos como hermanos, nunca como enemigos»77.
3. Sentido sanador: Reconciliar
Con lo anterior, es posible referir un sentido sanador de la visita apostólica papal, desafiante y dinámico. El marco general de este sentido es una nota de intención reconciliadora, y anodina en apariencia: el Papa agradece. Lo hizo en sus intervenciones al declarar su aprecio por los esfuerzos de paz y reconciliación, en sus jornadas de Bogotá, Medellín y Villavicencio, en medio de sus insistencias por un ethos cultural que genere vínculo. En su despedida explicó el motivo de su agradecer, más allá de la formalidad social: «Ustedes me han hecho mucho bien»78. El agradecer aparece como momento concreto y verificado de una reconciliación siempre presente y siempre en curso.
a. Una breve digresión sobre el agradecer y la reconciliación nos permite acercarnos a la lectura buscada. El agradecer79 es un acto que pone en escena la interdependencia humana desde un quien-agradece hacia un a-quien-se-agradece. El primero así lo hace al descubrir un valor en el otro, y ese otro ve reconocido su valor. El valor captado reconfigura a ambos al acogerse en humanidad crecida, y ese valor da cuenta que ambos se necesitan para su encuentro y humanidad. En su encuentro se juega lo concreto del bien y los dinamismos de creatividad y progreso, y se rectifica la autorreferencialidad cultural (conversión) que revierte lo decadente (recuperación). Se plantea también un proceso permanente de acuerdo social que refiere formas de relación y sujetos concretos: se trata de procesos reconciliadores, que desde un punto de vista creyente pueden ser leídos como redentores y sanadores.
Si bien el proceso de acuerdo social como proceso reconciliador no es exclusivo de alguna forma cultural, adquiere perfiles específicos en las culturas. Se puede considerar, entonces, la reconciliación como una de las formas históricas particulares de la redención80. La comprensión creyente de la reconciliación bebe de la recreación que hace Pablo de Tarso del mensaje de Jesús sobre el perdón81, esto es (ya en la teología neotestamentaria), la reconstrucción de «la verdad humana de lo que el hombre es desde Dios y lo que Dios quiere que sea el hombre», y la necesaria reconciliación interhumana para que sea posible reconciliarse con Dios82. En teología sistemática la reconciliación se tematiza como redención83: el amor de Dios hacia la humanidad se manifiesta y revela en el acto de la venida de su Hijo, acto que invita al amor y reconcilia, y se ofrece como comunicación inteligible84. Siendo así, esta redención contiene un sentido sanador para con la historia particular, al empujar los procesos de progreso hacia la recuperación y redención de la decadencia85.
b. Lo anterior ofrece los hilos que tejen el sentido sanador de la visita apostólica, que integra además su sentido político y su sentido misional. El agradecer del Papa supone un previo descubrimiento de alguien. Descubre Francisco la valía de una iglesia misionera que, saliendo de sí, asume una misión encarnada que huye de la comodidad cómplice86. Esta valía sólo es posible por la existencia de una exterioridad primera que le llama, que descubre y es descubierta, y así la resalta el Papa: el otro (el humano y el entorno ambiental) en su situación concreta de sufrimiento y desconocimiento, y piedra angular de lo concreto87. La autenticidad de los procesos de acuerdo social tiene su base firme en dicha piedra angular, para que ellos sean significativos, buenos y con sentido88.
Con su agradecer, Francisco descubre la existencia vulnerable como fundamento de lo humano. Este acto resignifica los mensajes de su visita como un desafío estructural. El sentido misional se vuelca a ser (1) una provocación a que las narrativas creyentes y eclesiales tomen como eje articulador la voz de las víctimas del conflicto armado y se potencien a ser narraciones de paz, justicia y bien. De manera similar, el sentido político se aplica a (2) comprometer la persona y la sociedad en verbalizar y construir una cultura de la vida y el encuentro, desde elementos de vínculo dignificante construidos en el diálogo social y en confrontación con aquellos elementos construidos desde el desconocimiento y el miedo.
Junto a estos desafíos, se vislumbran otros dos, orientadores de valor al asunto particular colombiano. Insiste el Papa en la necesidad profunda de cimentar la vida personal y social desde la paz y la reconciliación. No se trata de una paz y reconciliación abstracta, de silencio de fusil y lastimera curul, de formalidad que revictimiza y mantiene el desprecio y la justificación del «pura sangre», sino una concreta, cuya cualidad de concreto lo ha dado la piedra desechada y angular. En este sentido, (3) la paz y reconciliación, sobre la que Francisco pide dar el primer paso, se refiere a una que produzca socialmente territorio y que genere ejercicios de democracia con sus complejos y diversos actores, en torno de la equidad sobre las oportunidades económicas, sobre la disputa de gobierno, sobre la valoración y reconocimiento de la diversidad cultural y ambiental, no como factor de capital, sino como sustento de la existencia. De manera similar, y en referencia a la tarea creyente, eclesial y simplemente humana, (4) exige que el primer paso de paz y reconciliación sea aquel que potencie el análisis crítico, la denuncia profética y la participación política como fraternidad que se construye con y desde la piedra negada.
c. Un breve paso más conduce hacia el asunto sanador. Por lo menos así lo hace el Papa, quien insiste en llamar reconciliación a ese proceso de acuerdo social llamado paz, que se implica en una cultura de la vida. Tal fue el sentido desarrollado en su homilía de Catama y el encuentro con el Cristo mutilado de Bojayá: toma la reconciliación como un asunto de salvación concreta y vida que camina, que nace desde las víctimas que, negándose al odio y a la venganza a pesar de la atrocidad, ofrecen el signo de la paz desde su capacidad de perdón.
En estas declaraciones Francisco manifiesta el acto operativo de la reconciliación como una inversión de la habitual manera de relacionarse desde el uso y abuso para con el otro; como un acto concreto, pero aún en curso, sostenido desde la esperanza a pesar de la atrocidad; como una dinámica encarnada y conmovida; como una certeza de que el mal se transforme en bien. Dijo Francisco en algún momento: «Cuanto más difícil es el camino que conduce a la paz y al entendimiento, más empeño hemos de poner en reconocer al otro, en sanar las heridas y construir puentes, en estrechar lazos y ayudarnos mutuamente»89.
En la reconciliación solicitada por el Papa, subyace un movimiento teológico en términos de redención y sanación. Podría decirse que se esboza (5) la exigencia de crear, apoyar y recrear las muchas posibilidades de sanación. Esto no solo porque sanando se sana tanto a la víctima como al victimario, sino a un entorno cultural y social que ha cultivado la violencia en sus más variadas expresiones. También, porque la sanación es la preocupación teológica y confesional que otorga el tono creyente y el tono trascendente a los desafíos mencionados.
En términos de orientación teológica, el Papa habla de confiar e insistir en lo bueno que se agradece; en términos de orientación cultural y personal, el Papa habla de una santidad en ejercicio al interior de la Iglesia (e incluso, desbordándola, porque se trata de humanarse desde la conmoción por el otro), que construye actos de entender inteligentes y honestos con el mundo, consigo mismo y con los otros.
Recapitulación Y Conclusión
Tomando de manera global el análisis presentado en los párrafos precedentes, es posible percibir un desafío general que presentó el Papa Francisco en su visita a Colombia: narrar la paz, la justicia y el bien desde la verbalización de la vida de la víctima, y desde allí construir una cultura de la vida y el encuentro, de manera que se generen concretas reconciliaciones sustentadas en la equidad, la fraternidad y la sanación.
Este desafío general aparece desde un sentido misional y político que le es propio (buscar lo concreto del bien y re-hacer lo destrozado por las culturas autorreferenciales), y se perfila desde desafíos específicos, enunciados en cinco puntos del párrafo precedente. Sin ese horizonte misional y político y sin esa particularidad sanadora, el conjunto de significaciones propuestas por Francisco se hace superfluo.
Estos desafíos particulares son, para efecto del análisis aquí presentado, el específico conjunto articulado de significaciones ofrecidas a un tejido social diverso y amenazado, el acto de intelección propio del Papa Francisco. Para que adquieran pleno sentido, esas significaciones han de ser actualizadas desde cursos de acción particulares, protagonizados por actores desde situaciones concretas que reviertan el curso de la decadencia90.
Por esto se indicó, al introducir este artículo, que se trata de desafíos pendientes de retomar. En efecto, una lectura amplia de los desarrollos políticos, sociales y culturales que siguieron a la firma del tratado de paz en Colombia en 2016, deja mucho que desear, en especial por la soterrada oposición a la construcción de la paz por parte del gobierno Duque91. Bajo el actual gobierno Petro al parecer el panorama ha cambiado en cuanto su intención92, si bien es todavía pronto para un análisis más enjundioso. De todos modos, sea cual sea el desarrollo propio de la coyuntura política, social y económica actual, la construcción de lo que hace bien es un asunto estructural, tarea constante y siempre pendiente. Las orientaciones proporcionadas por el Papa Francisco siguen vigentes, invitando y exigiendo de manera permanente a pensar cómo construir la historia sanadora que aún merecemos.