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Papel Politico

versão impressa ISSN 0122-4409

Pap.polit. v.13 n.1 Bogotá jan./jun. 2008

 

Gaitanismo y nueve de abril *

 

Gaitanismo and April nine

Ricardo Sánchez-Ángel**

** Profesor asociado de la Universidad Nacional de Colombia; profesor titular de la Universidad Externado de Colombia, doctor en Derecho y Ciencias Políticas, Universidad Santiago de Cali.

Recibido: 28/03/08 Aprobado evaluador interno: 08/04/08 Aprobado evaluador externo: 04/04/08

 


Resumen

Esta investigación sobre el gaitanismo y el 9 de abril constituye una revisita actualizada y crítica, con base en la abundante documentación historiográfica existente, de la conformación de la movilización social gaitanista, el papel de su líder Jorge Eliécer Gaitán, el significado de su asesinato y la caracterización del complejo proceso de insurrección y levantamiento popular en Bogotá y en distintas regiones y ciudades de Colombia. Estudiada como el suceso de historia política de Colombia más importante del siglo xx, esta movilización se ubica en sus contextos internacionales y en el entramado de la gran complejidad sociopolítica en que se conformó el movimiento gaitanista.

Palabras clave autores Gaitán, gaitanismo, 9 de abril, junta popular, comuna de Barranca, multitud, Conferencia Panamericana.

Palabras clave descriptores Gaitán Jorge Eliécer, 1903-1948, Insurrección del 9 de abril de 1948, Colombia, Historia, Periodo de la violencia, 1947-1957.

 


Abstract

This research on Gaitanismo and the events of April 9 is an updated critical review based on the wealth of historiographic documentation about the emergence of the Gaitanista social mobilization, the role of its leader, Jorge Eliécer Gaitán, the meaning of his murder, and the characterization of the complex process of insurrection and popular uprising in Bogota and other Colombian regions and cities. The article places what has been considered as the most important event of Colombia’s political history in the XXth century in its international context and in the complex sociopolitical web in which the Gaitanista movement was created.

Key words authors Gaitan, gaitanismo, April 9, board popular, commune Barranca, crowd, Pan American Conference.

Key words plus Gaitán Jorge Eliécer, 1903-1948, Colombia, history, 9 de abril, 1948 insurrecction, History, Period of violence 1947-1957.

 


La multitud silenciosa

El 9 de abril de 1948 está considerado por historiadores, analistas sociales y políticos como un momento definitorio del rumbo del país; una ruptura radical del orden político, cultural y social en el marco del capitalismo histórico en plena fase de industrialización y urbanización. El perfil de Colombia estaba siendo definido por estas realidades, en un contexto de mayor internacionalización. Los profundos cambios en la estructura social entonces acontecidos tuvieron como factor de mayor relevancia la aparición, en las décadas anteriores, de un proletariado combativo de petroleros; marinos; trabajadores agrarios, del banano, de los ferrocarriles, de las minas; recolectores de café, portuarios, etc. Se trató de una vasta movilización que se combinó con la rebelión de las masas urbanas, la rebeldía indígena, el movimiento estudiantil y la aparición de los partidos socialistas, la Confederación Obrera Nacional (CON) y luego la Confederación de Trabajadores de Colombia (CTC).

Formaban parte de la escena contemporánea los cambios decisivos, producidos como consecuencia del triunfo en la Segunda Guerra Mundial de Estados Unidos y su onda de recolonización sobre América Latina, así como la constitución de la entente como “guerra fría”, ese armisticio establecido con la otra gran potencia triunfadora, la Unión Soviética. Estados Unidos comenzó a ejercer su hegemonía sobre América Latina, a pesar de la resistencia del populismo de Perón en Argentina, de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) en Perú, de los democráticos de Gallegos y Betancur en Venezuela, del varguismo en Brasil, del gaitanismo en Colombia y del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en México. Aunque con distintos énfasis en su acción, estos movimientos tenían una hermandad de propósitos en el nacionalismo.

Los gobiernos liberales de Olaya Herrera (con colaboración conservadora) y de López Pumarejo, Eduardo Santos, de nuevo López Pumarejo y el epílogo del gobierno de Alberto Lleras (todos estos con mayor carácter de partido) tuvieron apoyo del sindicalismo, el cual fue cooptado o negociado con base en una combinación de reivindicaciones, promesas, representación simbólica y política, así como un escenario más propicio al ejercicio de las libertades y los derechos. Fue una relación problemática de reconocimientos, distancias, confrontaciones entre los gobiernos liberales y el movimiento popular sindical. La clase trabajadora, mayoritariamente ausente de la organización sindical, reconocía, no obstante y de hecho, una representación simbólica en los sindicatos.1

Sobre este aspecto, Gaitán, en su discurso programa de 1945, da esta apreciación esclarecedora de su postura:

El hombre es un ser social

Pero el hombre no es solamente un ser fisiológico, espiritual y económico, sino también un ser social. Todo lo que diga para estimular su cooperación, su organización para la defensa de sus intereses, traerá ventajas a la sociedad… La organización sindical seria de los trabajadores traerá ventajas para las relaciones necesarias que existen entre ellos y los patronos… Aun cuando no lo piensen así los espíritus estratificados, para nuestro país como para todos los países resultará siempre perjudicial una formación sindical endeble. La organización de los trabajadores colombianos es incipiente si comparamos la mínima porción sindicalizada con la vasta zona trabajadora sin organización. Y aun cuando esto tampoco lo hayan pensado los espíritus inhibidos por el prejuicio, es a la sombra de organismos sindicales imperfectos o viciados como pueden operar los mercenarios que llevan al seno de los grupos obreros los mismos vicios de simulación, corrupción y fraude que afectan a los políticos profesionales (Morales Benítez, 1997, p. 419-420).

De conjunto y pese a realizaciones constitucionales, educativas y sociales, a un avance en la civilización ciudadana, una mayor y mejor circulación de pensamientos y saberes que se vivían en el mundo, a la presencia de ecos de las vanguardias artísticas y literarias, las transformaciones modernizadoras no consolidaron la modernidad democrática y sí generaron una gran frustración en las expectativas de la clase trabajadora en campos y ciudades.

Sobre estas realidades de crisis de la república liberal, con su colofón reaccionario en el gobierno de Alberto Lleras, quien propició un clima de violencia laboral, se dio la división del liberalismo entre el político seductor de las maquinarias y usufructuario de los gobiernos de partido, Gabriel Turbay, y el creador de la Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria (UNIR), defensor de los trabajadores, también partícipe en los gobiernos de partido en calidad de ministro de Educación, del Trabajo y alcalde de Bogotá, Jorge Eliécer Gaitán. Los dos buscaron el favor popular, pero fue más nítida la proyección de Gaitán hacia lo popular y democrático, y de enfrentamiento a lo que denominó las “oligarquías” liberales y conservadoras. En esa amplia movilización popular, Gaitán, constituido en caudillo de las multitudes, logró penetrar las emociones y conciencias de los trabajadores en todo el país; llegó a lo más profundo de la sensibilidad de quienes vivían enorme frustración y postración de sus condiciones de vida. Gaitán y el gaitanismo generaron una movilización que logró acentuar el carácter social del enfrentamiento entre las clases sociales.2

Dado que el Partido Comunista y la CTC apoyaron a Gabriel Turbay, es interesante leer el testimonio de Gilberto Vieira, en su reportaje a Arturo Alape, 37 años después de dicha adhesión:

Turbay representaba esa misma burguesía progresista que había representado López Pumarejo. Pero una burguesía que ya tenía más compromisos, que era más calculadora. Turbay tenía un programa reformista, en cierto grado antiimperialista. En esa época estaba terminando la Segunda Guerra Mundial y una tesis que agitaba mucho Turbay, era que necesitábamos una paz sin imperio; esta era una tesis, indudablemente dirigida a los planes que tenía el imperialismo norteamericano de “Hegemonía Mundial” (Alape, 1983, p. 77).3

Así las cosas y en un clima de zozobra y violencia llegó al gobierno el conservador Mariano Ospina Pérez (1946-1950), quien constituyó inicialmente un gobierno con colaboración liberal. En estos tiempos Gaitán se configuró como un líder de las mayorías nacionales, logró la unidad horizontal de los trabajadores (desde abajo), en torno a su figura, oratoria y consignas, lo cual le dio un marcado sello caudillista a su importante gesta cívica y política. Hubo, entonces, una movilización social gaitanista contra la violencia oficial, el hambre, por la conciliación y las reformas, con un pensamiento jurídicopolítico sobre el Estado de derecho, la reforma social y la democracia.

La descripción de las manifestaciones convocadas por Gaitán son recurrentes, no sólo entre historiadores, sino también entre escritores y novelistas. Son acontecimientos multitudinarios de plaza pública o de desfile y concentración, en los cuales el acto central de la ceremonia política era el discurso teatralizado en lenguaje de gestos, arengas, consignas y explicación de sus conductas e idearios del líder; el monólogo del caudillo con su pueblo-público, en ambiente de fiesta y ceremonia. El carácter multitudinario del gaitanismo está bellamente ilustrado en la obra Gaitán de la pintora Débora Arango, así como el impacto de su asesinato, en Masacre del 9 de abril.4

La manifestación del sábado 7 de febrero de 1948 debe ser considerada como la más importante movilización político-social en la historia nacional; sin embargo, no fue la única de gran impacto: en la propia Bogotá se había realizado la Marcha de las Antorchas, caudalosa y disciplinada, imponente en su ritual de llamamiento a las autoridades a poner fin a la violencia acrecentada. La manifestación del 7 de febrero tiene significados para resaltar. El silencio fue un mensaje de protesta desde la dignidad de la movilización, elocuente en el cambio radical del teatro de la protesta social y política bullanguera y combativa, de ¡abajos! y ¡arribas!, gritados con pasión y coro ante las arengas del jefe. Fue un no-discurso contundente porque callaba; en su no verbo estaba su comunicación más profunda de desobediencia civil y de ética orgullosa de desafiar sin ser desafiante; un lenguaje de los cuerpos, en acción y movimiento. Sólo se escuchaba el rumor de las millones de banderas negras y el ruido suave, como queriendo desparecer, de los caminantes. Sobre las banderas negras, símbolo del luto, Gaitán dijo ese día en su Oración por la Paz: “que aquí se han traído para recordar a nuestros hombres villanamente asesinados”. En su discurso, unos días después en Manizales, lo llamó: el silencio es grito y demuestra el significado de esta política pacifista: como presencia de los caídos y la expresión de la protesta.

Las ideas de la no-violencia y la desobediencia civil tenían en esos tiempos circulación internacional amplia, especialmente por parte de Gandhi y el movimiento independentista de la India, enfrentado al colonialismo británico. En Colombia, esa influencia fue temprana: ya Laureano Gómez había publicado su libro El cuadrilátero (1935), contra Hitler, Mussolini, Stalin y a favor de Gandhi. La evolución de la praxis de Gómez, no obstante, tomaría un curso de identidad con los totalitarismos de derecha, con una presentación católica-republicana.5

La resistencia civil liberal-gaitanista y las grandes jornadas de movilización popular debieron ser concebidas por Gaitán en clave de Gandhi. Hay una particularidad en el pensamiento de Gaitán y es la doctrina de la legítima defensa, la cual aplicó con brillo en sus célebres procesos penales, otra de sus tribunas favoritas; es la violencia justa, ejercida como defensa ante la agresión armada. En la Oración del silencio, Gaitán dijo:

¡Señor Presidente: Aquí no se oyen aplausos; sólo se ven banderas negras que se agitan! Señor Presidente: Vos que sois un hombre de Universidad debéis comprender de lo que es capaz la disciplina de un partido, que logra contrariar las leyes de la psicología colectiva para recatar la emoción en su silencio, como el de esta inmensa muchedumbre. Bien comprendéis que un partido que logra esto, muy fácilmente podría reaccionar bajo el estímulo de la legítima defensa (Molina, 1977, p. 219).

Las manifestaciones gaitanistas evidenciaron unas formas de organización popular que las hacían posibles, articuladas a la dimensión carismática del caudillo, cuya presencia en las tribunas era un espectáculo mesiánico inigualable en sus intensidades. Si como destaca Darío Samper, director de Jornada, el humor, la ironía, la irreverencia, el desprecio, la burla eran elementos constitutivos de la oratoria y el gesto gaitanista, y el coro de la muchedumbre reía y gozaba en clima festivo, la asistencia resultaba atractiva y reconfortante. La burla, como elemento constitutivo de la identidad popular por la vía de ridiculizar a los de arriba, era el carnaval en un aspecto, y arriba el jefe único, carismático y mesiánico, que cambiaba de tercio y ejercía una oratoria de combate. Dice Darío Samper:

Pero yo que oí a Gaitán tantas veces, recuerdo mucho, en primer lugar, cómo el subía y bajaba la voz y se dirigía al pueblo en frases sencillas, impresionantes y objetivas; empleando a veces la burla y el sarcasmo, que hacía que la masa —una cosa que no he visto yo después, porque estos oradores son muy solemnes—, lanzara verdaderas carcajadas homéricas, se burlaba de la oligarquía se burlaba de El Tiempo (Alape, 1983, p. 113).

En su documentado libro, Arturo Alape da diversas claves. La que quiero referir ahora es la organización de bases del gaitanismo. Un “modelo” de ello es el barrio La Perseverancia, de acentuada composición obrero-popular en Bogotá. Existían grupos de base, desde la familia al barrio, y de redes sociales cara a cara se desplegaba horizontalmente una comunicación de las novedades y tareas. Se realizaban reuniones preparatorias. Según testimonio del dirigente de base Manuel Salazar, ante la pregunta de Arturo Alape de cómo organizaron la Marcha del Silencio: “tuvimos alrededor de unas quince o veinte reuniones, se organizó en veinte días la idea de la Marcha del Silencio. Creo que la idea fue exclusivamente de Gaitán, porque todos éramos partidarios de hacer una manifestación numerosísima de demostración de fuerza” (Alape, 1983, p. 104). Luis Eduardo Ricaurte, otro líder gaitanista, dice: “En los comités de barrios queríamos una acción más definitiva del gaitanismo contra la violencia, frenar la violencia con violencia” (Alape, 1983, p. 103).

El periódico Jornada era financiado por el menu people con las acciones de un peso, las cuales según su director compraban las “sirvientas, los mozos de cordel, los tipos de los restaurantes, los emboladores, y las putas, toda esa gente contribuía a que se sostuviera un periódico popular. Fuera de la gente del pueblo en general, es decir de los artesanos, los obreros, la clase media de bajos ingresos, la barriada…”, constituyendo una vida social popular. Jornada llegó a editar sesenta mil ejemplares (Alape, 1983, p. 124-125).

Pienso que el enfrentamiento de Gaitán con la CTC, dirigida por liberales y comunistas, quienes votaron por Gabriel Turbay, ha llevado a minimizar la influencia en los trabajadores que habían sido asesorados en sus negociaciones por Gaitán. Piénsese en el proletariado agrícola del Magdalena, Cundinamarca y Tolima; en Bogotá, Gaitán era el asesor del sindicato de Bavaria cuando logró una histórica convención colectiva (Martínez Fonseca, 2007).

Es posible que esa minoría sindical tan activa y leal a la CTC, lo fuera sólo en lo sindical y se diesen desplazamientos a lo político. Gaitán había opinado y actuado en materia laboral durante años, incluso fue ministro del Trabajo de López Pumarejo. El escenario de la clase trabajadora para actuar fue más el barrio, la calle, los cafés, tiendas, plazas, el teatro municipal, las casas donde se oían las conferencias del jefe y las emisoras de radio que le permitieron llegar permanentemente al país profundo, con su propia voz y las de su movimiento. La radio fue el personaje colectivo socializador de la información del 9 de abril.

El gaitanismo era popular, de lucha de clases, encuadrado en un repertorio populista con su caudillismo mesiánico, con acento en la distribución de la riqueza y la abolición de los privilegios, pero igual en el marco de un Estado social de derecho y de la democracia. Gaitán era un liberal socialista que se rodeó de amplias muchedumbres y las convocó a la resistencia civil; allí está su fortaleza y su tragedia. Era un intelectual que se rodeaba de intelectuales y se asesoraba de sus aportes. Tanto la Plataforma del Colón, de enero de 1947, como el Plan Gaitán para la acción del Congreso, contaron con el aporte de Guillermo Hernández Rodríguez, Antonio García y Luis Rafael Robles.6

Novela histórica

La importancia de la literatura para la investigación de los sucesos del 9 de abril es grande. Herbert Braun lo explicita en el prefacio de su libro:

Algo de este libro viene de las experiencias de aquéllos que vivían el 9 de abril de 1948 en la calle diez, y de Tránsito, una criada de Bogotá, cuya vida se cruzó en ese día con la de un hombre cualquiera conocido como El Alacrán. No son protagonistas de estas páginas porque son personajes ficticios que nos han sido dados por Manuel Zapata Olivella y Antonio Osorio Lizarazo, quienes además son de los primeros que historiaron los eventos que aquí se recuerdan. Recurrí a la novelística cuando empecé a indagar sobre los sucesos de ese día, porque la imaginación literaria era la mejor introducción al mundo de los que destruyeron el centro de Bogotá en unas pocas horas vespertinas (Braun, H., 1987, p. 10).

Arturo Alape se ocupó de la Manifestación del Silencio en El Bogotazo y en su novela El cadáver insepulto. En esta última da una minuciosa descripción de la espacialidad por donde transcurrió el despliegue de una multitud que provenía de los cuatro puntos cardinales (Alape, 2005, p. 30).

Una jornada histórica, apabullante para los poderes establecidos, un dique para la violencia y el anuncio de que la carrera de Gaitán a la presidencia de la República era imparable. Dicho de otra forma, sólo con el crimen podían detenerlo, como a la postre ocurrió.

Gabriel García Márquez, quien asistió a la movilización, consignó en sus memorias: “Así fue la ‘marcha del silencio’, la más emocionante de cuantas se han hecho en Colombia. La impresión que quedó de aquella tarde histórica, entre partidarios y enemigos, fue que la elección de Gaitán era imparable” (García Márquez, 2002, p. 333).

El escritor Miguel Torres recrea en su novela El crimen del siglo, el cuadro social de los barrios y las gentes de la Bogotá de la época, entregando una ambientación de lo que se vivía y cómo se vivía, en claras coordenadas del momento socio-político: las calles, los cafés con su vida cuotidiana, hasta el cine, además de la radio como gran presencia en todos los hogares.

Bogotá era una gran tertulia en torno a los cafés del centro: El Gato Negro, Trianón, Colombia, Asturias, París, Alférez, ABC, Imperial, Europa, El Molino, donde se comentaban los periódicos y las noticias, se hablaba de política, de negocios, de asuntos personales, un coro de voces y de encuentros. Este novelista lleva a cabo, con realismo, un acercamiento a cómo era uno de los centros vitales de la ciudad, San Victorino. Allí, en la mañana aparece un gran mercado y, en la noche, una sociedad del crimen:

El alma del sector es una plaza que abarca dos manzanas, techada con una gigantesca tolda de campamento militar en cuyo abigarrado interior se levantan docenas de quioscos y tenderetes donde se despliega una frenética actividad de mercado persa a precios irrisorios de baratillo, y allí llega el pueblo bogotano a surtirse de ropa, calzado, cobijas, juguetes, vajillas y toda suerte de utensilios y cachivaches que las maromas de la pobreza vuelven útiles en sus hogares. […] La plaza es el corazón del populoso sector, y a lo largo de sus laberínticas arterias los vendedores ambulantes anuncian a gritos sus baratijas en abierta competencia con tahúres de mesa, trapaceros, calanchines y culebreros, mientras prostitutas, malandrines, carteristas y raponeros hacen lo suyo recorriendo las aceras, y turcos, libaneses y polacos despachan en sus almacenes desde alpargatas, amansalocos y calzoncillos de amarrar al dedo gordo hasta vajillas de porcelana, sobrecamas de seda, ropa interior bordada de encajes y otras refinadas mercaderías al alcance de su clientela más selecta (Torres, 2006, p. 233-234).

Perspectiva internacional

Pierre Gilhodes dimensiona en lo internacional el 9 de abril como contexto indispensable para obtener unos sentidos más amplios y a la vez precisos de lo ocurrido. Se trata de la segunda posguerra y su nueva política de la “guerra fría” de entender lo que ocurría en Europa occidental, Brasil, Chile, y en especial en Venezuela. La misma pauta señala para la comprensión de la Violencia, que no es puramente nacional, sino que se relaciona con la Revolución Mexicana de 1910 —algo sobre lo que ha insistido Eric Hobsbawm—, la violencia endémica del nordeste brasileño, el movimiento de los Jacungos y Cangaceiros en ese país y la “rebelión de los Huks en Filipinas” (Gilhodes, s.f., p. 239-240).

El autor presenta una amplia reseña de los capítulos de la guerra fría, un nuevo orden en que Estados Unidos se erige como la nueva potencia occidental. La política de recolonización de América Latina queda inscrita en la confrontación con el comunismo y el Tratado de Asistencia Recíproca (TIAR), firmado en 1947, el cual estableció el alineamiento con Estados Unidos.

La Novena Conferencia Panamericana tuvo un largo y complejo proceso de realización. La postura anticomunista interna dividía las diplomacias del continente. Perón, anticomunista, no apoyaba el alineamiento con Estados Unidos, al igual que la Venezuela de Rómulo Gallegos y Betancurt, postura compartida por Panamá. Los mexicanos enfatizaban los derechos sociales y económicos y la demanda del fin del colonialismo sobre las Islas Malvinas; la independencia de Puerto Rico y Belice eran una piedra en el zapato para las pretensiones de Estados Unidos.

Jorge Eliécer Gaitán era blanco de una violenta campaña de desprestigio y se lo excluyó de la representación de Colombia ante la Conferencia, algo que Gilhodes propone ver con otros lentes, al tradicional del veto de Laureano Gómez:

…cabe la pregunta de que si en vez de la influencia de Laureano Gómez no fue una presión norteamericana lo que impidió el nombramiento del dirigente liberal… Hay que pensar siempre cuando nos referimos al 9 de abril, en la presencia de numerosos agentes norteamericanos y otros (en particular británicos) en Bogotá en los meses anteriores a la Reunión y durante la misma (Gilhodes, s.f., p. 244).

Entonces tenía lugar una instigación de la diplomacia norteamericana contra los comunistas criollos, a quienes se presentaba como colaboradores de agentes soviéticos. Esa ofensiva fue propuesta por el general Marshall, jefe de la delegación de Estados Unidos, con un punto nuevo para la Conferencia: la acción contra los movimientos antisubversivos. Esto desató contradicciones, incluso: “Los enfrentamientos entre la Delegación argentina que dirige el Canciller Bramuglia y la de los Estados Unidos son de gran violencia” (Gilhodes, s.f., p. 248). Dadas estas circunstancias, las perspectivas de las deliberaciones eran inciertas hasta el 9 de abril, lo cual le permitió a Marshall disciplinar la Conferencia bajo la égida del anticomunismo y el alineamiento pro-norteamericano. Las manos largas de los estadounidenses llegaron hasta sugerir el gabinete bipartidista, el alejamiento de Laureano del gobierno y la calumnia de que los comunistas habían asesinado a Gaitán, la cual Ospina Pérez divulgó ampliamente.

Pierre Gilhodes complejiza la intervención extranjera. Al respecto, señala:

Lo que se sabe menos es que agentes británicos murieron durante la rebelión. Para Gran Bretaña en el bogotazo había todo un aspecto petrolero así como una visión estratégica para instalar bases aéreas soviéticas a dos horas de vuelo del Canal de Panamá. Gran Bretaña también tenía un interés para impedir que se tratara en la Novena Conferencia los temas de las Malvinas planteado por la Argentina y de Belice planteado en particular por Guatemala (Gilhodes, s.f., p. 253 y 254).

La insurrección desplomada

Para entonces el gobierno nacional estaba presidido por el empresario conservador antioqueño Mariano Ospina Pérez, heredero de la tradición de dos ex presidentes, el general Pedro Nel Ospina (1926-19) y el fundador del partido conservador Mariano Ospina Rodríguez (1846-1848). El canciller y presidente de la Conferencia, en calidad de país anfitrión era el jefe conservador Laureano Gómez, quien había sido nombrado por el presidente anterior Alberto Lleras Camargo, y el ministro de Gobierno, el intransigente José Antonio Montalvo.

Contrario a la realidad política, la cual mostraba unas mayorías del partido liberal y la jefatura de Jorge Eliécer Gaitán, así como una tradición bipartidista en la política exterior, este dirigente fue excluido de la delegación colombiana, como claro anuncio de la dura postura contra las tesis latinoamericanistas que Gaitán y el liberalismo estaban proponiendo. Debe recordarse que el 19 de enero de 1947 la convención del liberalismo convocada por Gaitán adoptó el programa “Plataforma de orientación ideológica del Partido Liberal Colombiano”. En esta plataforma es especialmente importante el punto donde se proclama la solidaridad de este partido:

…con todas las fuerzas de izquierda que en el continente americano luchan para ejercer efectiva la democracia librándola del dominio de los grupos plutocráticos que en lo externo actúan como fuerzas imperialistas y en lo interno como oligarquías se concentran en su excluyente interés los poderes económicos como medio de influencia política y la influencia política como medio de ventajas económicas (Morales Benítez, 1977, p. 424).

La violencia política llegaba a su esplendor como lo hemos recordado y la controversia política incluía los llamados sectarios y las propuestas de exclusión y muerte. El pacifismo se había desatado a lo largo y ancho del país y obraba como un dique de contención de la guerra civil en ciernes.

Con la presencia de la clase trabajadora en la vida democrática, de manera multitudinaria y demandando cambios sustanciales hacia las reformas, la democracia económica y social del ideario gaitanista, se confrontaba la frustración que habían significado los gobiernos de élite e integración de López Pumarejo, Eduardo Santos y el de reacción social-laboral de Alberto Lleras. Más que la revolución, aunque el vocablo aparecía en la retórica del caudillo lo que se propone y espera es la reforma. Tan sólo que es una reforma con movilización popular.

El gobierno de Ospina Pérez aparecía como el primer responsable de los crímenes contra el pueblo en la búsqueda de lograr cambiar la realidad electoral, procurando convertir al liberalismo en minoría política. El expediente moral descalificatorio de las mayorías liberales fue el de “millón ochocientos mil cédulas falsas”, que esgrimió de forma insistente Laureano Gómez como acusación. Para el caudillo conservador las mayorías electorales del liberalismo constituían un fraude.

El trasfondo de transformaciones contradictorias en lo económico, social y cultural era vertiginoso: industrialización en auge, con formas de acumulación hacia bienes intermedios y base ampliada para el consumo; auge del capital extranjero y fracaso de la reforma agraria, con proletarización del trabajo en la agricultura, cada vez más capitalista; concentración del capital y surgimiento de organizaciones patronales para usufructuar el gasto público y los instrumentos de intervención estatal para la acumulación privada; desarrollo urbano con un conglomerado de ciudades intermedias y consolidación del eje Bogotá - Cali - Medellín - Barranquilla. Desde el punto de vista demográfico, el país se dividía en un 30% urbano y un 70% rural, aunque seguía siendo culturalmente un país tradicional en sus valores religiosos y costumbres populares. La modernización se expandía lentamente, debido a las barreras que encontraba en el clericalismo, amparado a su vez en el predominio constitucional y concordatorio de la Iglesia y en el atraso secular.

En Bogotá, la fuerza laboral durante los primeros 50 años del siglo xx, al igual que en el resto del país, era duramente explotada, tanto en intensidad como en extensión. Allí radicó un potencial de lucha por mejores salarios y reivindicaciones sociales, la duración de la jornada de trabajo, la modernización legal y la organización sindical. De acuerdo con Mauricio Archila:

Las jornadas laborales (…) eran generalmente superiores a las ocho horas diarias. Se vieron en la industria manufacturera jornadas de hasta 12 horas, que se prolongaban por horas extras; en oficios artesanos y en actividades vinculadas a la construcción y el transporte, prácticamente no había límite de tiempo (Archila, 1989, p. 119).

La lucha por las ocho horas de trabajo estaba en el centro de las reivindicaciones de la clase trabajadora. Los patronos se oponían a ello. En la ola ascendente del movimiento huelguístico, de fortalecimiento de la organización sindical y agraria e indígena, de la conciencia socialista partidista desde 1919 hasta 1929, cabe destacar, como la más importante en la década, a la huelga del Ferrocarril del Pacífico de 1926, la cual abarcó a Cali y buena parte del occidente, bajo la forma de una huelga general que incluyó el control obrero y las escoltas obreras (milicia) sobre la región.7 En el pacto firmado entre su gerente Alfredo Vásquez Cobo y el vocero de los trabajadores Ignacio Torres Giraldo, el 3 de septiembre de 1926, se aceptó explícitamente la jornada de ocho horas de trabajo. Igualmente, importa destacar que en la Convención Colectiva, firmada el 23 de julio de 1928, entre la empresa Bavaria y el sindicato, con la asesoría para los trabajadores de Jorge Eliécer Gaitán, quedó también consagrada la jornada de ocho horas.8

La inmensa tensión existente al interior de tales procesos, en los cuales la lucha sindical se acrecienta y la vida política se fortalece, es el campo más profundo de la constitución variopinta de trabajadores y menu people que conforma el gaitanismo, la cual se expresa el 9 de abril.

Para ello, la clase obrera de Bogotá y de otros lugares del país creó formas organizativas del artesanado para enfrentar este conflicto. Igualmente, alimentaba su ideario político, sus imaginarios, de las influencias provenientes de la escena internacional: la pérdida de Panamá; la ofensiva norteamericana en México, Centroamérica y el Caribe; la Primera Guerra Mundial; las revoluciones mexicana y soviética; el sandinismo; el movimiento estudiantil de Córdoba, la crisis económica mundial de 1929; la guerra y revolución española; la Segunda Guerra Mundial; el antifacismo; el nacionalismo; el peronismo, el APRA y otros movimientos. Por ello, resulta pertinente la conclusión del historiador Mauricio Archila:

A pesar de los intentos divisionistas, para 1945 se puede decir que la clase obrera colombiana contaba con una identidad gremial. Ello no significa que políticamente haya una identidad con un proyecto autónomo del bipartidismo. Por el contrario, en la fase de formación de la clase —que es la que nos ocupó en este escrito—, los esfuerzos de ideólogos revolucionarios por levantar esa autonomía se estrellaron con el profundo arraigo de los partidos tradicionales. El ascenso liberal, y especialmente las ilusiones despertadas por la “Revolución en Marcha” de Alfonso López Pumarejo, produjeron una adhesión masiva de los obreros al proyecto liberal. La izquierda misma no logró distanciarse definitivamente de ese proyecto. Esa es la clase que Gaitán encontró en 1945 (Archila, 1989, p. 119).9

El desarrollo económico en Bogotá fue el de centro comercial, de producción artesanal, mercado campesino, industrialización de bienes de consumo, servicios bancarios y financieros. Todo esto en una combinación de sus elementos, en la cual lo moderno, lo industrial y lo urbano se entremezclaban con lo tradicional de la “aldea grande” y con lo artesanal, con la particularidad de que el mercado campesino y la producción artesanal no sólo no desaparecen sino que se expanden en diversas formas; por el contrario, tomarían “nuevo empuje al abrigo de las recursivas actividades que caracterizan el rebusque popular” (Archila, 1990-1991, p. 59). De manera simultánea, el empobrecimiento y la inflación hacían su agosto. La escasez de bienes de consumo y su encarecimiento para las mayorías populares era un hecho, en medio de un crecimiento económico sin bienestar social. El éxito de la consigna de Gaitán: “El hambre no es ni liberal ni conservadora” —que ha conservado su vigencia en la memoria popular, apuntaba a señalar de raíz una cruda realidad y a estimular la conciencia de clase en la movilización plebeya—, se completa con las otras consignas: “contra la oligarquía liberal y conservadora” y “el país nacional versus el país político”. Así las cosas, el campo de lucha se enriquecía por la combinación que introdujo el desarrollo de la lucha de clases en su interior. La movilización en curso no era un mero episodio, un evento del ritual electoral, sino que expresaba más que la epidermis, los caudalosos ríos del malestar, la indignación y la conciencia que el capitalismo histórico generaba. Es la invitación a mirar más que el fenómeno lo que él expresa, la materialidad de la sociedad de la época.

Cuando el 9 de abril asesinaron a Gaitán, el volcán dormido explotó, con consecuencias decisivas para el devenir de la historia colombiana.10 Lo que se levantó en forma multitudinaria, en motín y asonada, y luego en insurrección espontánea fue la clase trabajadora y el menu people, con ira profunda, por la eliminación de quien se consideraba un líder político, pero sobre todo al redentor social y al incorruptible moral. Era una respuesta que cambió la resistencia y desobediencia civil en el levantamiento general, en donde la búsqueda y consiguiente armamento popular se convirtió en una de las expresiones más características en Bogotá y Barrancabermeja, así como en otras localidades.

La primera significación del 9 de abril es el crimen horroroso de Jorge Eliécer Gaitán, por la pérdida no sólo de una vida valiosa sino del símbolo de la protesta y la alternativa justiciera y democrática. Así se hería lo más profundo del sentimiento popular. La V División de la Policía y otros destacamentos de dicha institución repartieron armas. La propia división contigua al Palacio de Nariño, incluso, al igual que la II División se insubordinó. Luego fueron reducidas por tropas leales; asimismo, se desobedeció la línea de mando, la cual dejó de existir en distintas unidades, como en la cercana a la Ciudad Universitaria.

Fidel Castro, quien estuvo los tres días en actividad febril y deseando que los destacamentos se sumaran activamente a la multitud enardecida, lo ha narrado en detalle (Alape, 1983, p. 291-297). La indecisión, la espera de resultados favorables en los diálogos entre los jefes liberales y el presidente Ospina en el Palacio de Nariño hicieron perder la oportunidad de inclinar la balanza de los acontecimientos. De parte del Ejército, incertidumbre y perplejidad. Según Abelardo Forero, testigo directo de los acontecimientos: “Si en ese momento, a alguien con autoridad dentro del Partido Liberal se le hubiera ocurrido dirigirse a San Diego a parlamentar con los generales, ofreciéndoles el concurso del liberalismo a la pacificación, sobre la base de una junta militar, habría cambiado la historia de Colombia” (Forero Benavides, 1993, p. 86).

Este era un escenario posible, pero no se representó el acto de la alianza liberalmilitar. Antes bien surgió otro escenario, el de la junta militar propuesta por Laureano Gómez, quien ocupaba el Ministerio de Guerra en San Diego. El ministro Lozano se encontraba en palacio. Los generales Mora, Ocampo y Sánchez acudieron a audiencia con Ospina Pérez en el entendido de que éste renunciaría a su favor. Sin embargo, ya informado de la colaboración liberal con Darío Echandía, el ministro de Gobierno, les anunció el nombramiento del general Germán Ocampo como ministro de Guerra y del coronel Régulo Gaitán como director de la Policía. De esta manera se frustró el escenario deseado por Laureano Gómez. No obstante, la propuesta de junta militar debió cohesionar a los generales y sacarlos de su perplejidad, pues se veía estimulado su apetito de poder y las posibilidades de obtenerlo se revelaban fáciles. Esto explica que la marcha de tres tanques a través de la carrera séptima se hiciera en medio de los vítores de los indignados gaitanistas, ilusionados por los banderines rojos que portaban los del ejército a las cinco de la tarde. Pero, al llegar a los alrededores del palacio presidencial, las unidades militares dieron vuelta y enfrentaron a la multitud con disparos de metralla. El otro escenario que se dio consistió en la conformación de una junta revolucionaria integrada por Gerardo Molina, Adán Arriaga, Jorge Zalamea, Carlos H. Pareja (Simón Latino) y Carlos Restrepo Piedrahita, quienes desde la Radio Nacional alentaron la insubordinación. Esta junta, sin embargo, fue desbordada por los acontecimientos.11

La reacción popular comenzó con la persecución y posterior linchamiento de Juan Roa Sierra. Con su cadáver a cuestas, la multitud se dirigió a la Plaza de Bolívar con la consigna ¡A Palacio!, y los gritos de ¡Viva Gaitán, el Partido Liberal!, y ¡Mataron a Gaitán!, repetidos con rabia, además de otras. Los amotinados llegaron a la Plaza de Bolívar, entraron luego al Parlamento, sede de la Conferencia Panamericana, ante la dispersión del cordón de la policía y destruyeron enseres como escritorios, muebles; todo lo que se encontraban a su paso. La noticia trágica se difundía con rapidez y la poblada de los barrios altos, los del sur, los de San Victorino, en fin, concurrió al centro y buscó la Calle Octava. Da acuerdo con el testimonio de Fidel Castro:

Van algunos ya con armas, hay algunos fusiles, otros con palos, hierros, todo el mundo con algo, porque el que agarraba un palo, un hierro, cualquier cosa, lo llevaba en la mano. Se veía una gran multitud por esa calle, parecía una procesión, como dije, por esa calle, estrecha, larga, ya se puede decir de miles de gentes (Alape, 1983, p. 293).

En el relato de Castro la presencia de las armas de distinto tipo es recurrente. En la versión de Estrada Monsalve, se calcula que la multitud amotinada era una masa compacta de 10.000 personas, la cual empujaba hacia Palacio por la Carrera Octava, con las manos en alto, exhibiendo machetes, pistolas, fusiles, herramientas, palos, piedras…12 Un testimonio sobre el reparto de armas es el del líder popular Carlos Hernández. Según él:

Luego nos dirigimos a la División de policía que estaba sobre la calle doce con carrera tercera, nuestro deseo era tomarla, para armarnos. ¡Cuál no fue la sorpresa, que al mirar hacia el segundo piso, de allí mismo, los oficiales asustados por la multitud que se les venía encima o quizá por ser gaitanistas uniformados, tiraban fusiles a la calle! Eran fusiles que caían del cielo (Alape, 1983, p. 297-298).

Aparecieron francotiradores que mantenían a raya al ejército y protegían el levantamiento popular. Poco es lo que se conoce fuera de su existencia y de que también habría francotiradores del clero disparando a la muchedumbre. A Luis Vidales, quien fue testigo directo y escribió sus impresiones en Jornada, luego recogidas en libro, pertenece esta afirmación: “…los francotiradores se formaban súbitamente, en el curso de la lucha iniciada. Ellos son una bella y heroica expresión del 9 de abril…” (Vidales, 1979, p. 142 y 146-147).

El personaje de la multitud

Los historiadores han pasado por encima del motín… Jorge Eliécer Gaitán es el hombre público más vilipendiado de Colombia y sus partidarios siguen siendo hasta hoy motivo de pública burla. Sus opiniones me llevaron a una comprensión de Gaitán, pero el retrato que de él aparece en estas páginas puede no ser el que ellos se han hecho (Braun, 1987, p. 14 y 19).

Herbert Braun va a fijar su necesaria distancia con la caracterización que sobre Gaitán suele hacerse como populista. Al respecto afirma que se trata de un líder pequeñoburgués situado en su época y en sus contextos, representando a los profesionales, pero también a los pequeños propietarios, tenderos, empleados, públicos, y el cual expresaba “con mucha imaginación su propia clase social en la política” (Braun, 1987). A partir de allí, y alzándose en una perspectiva nacional, Gaitán trató de conducir a otros grupos sociales, provenientes del pueblo marginado; además, buscó liderar los intereses de obreros y campesinos. El escritor Antonio Caballero va más allá. Para él, Gaitán fue El hombre que inventó un pueblo, y explicita su concepto así: “Gaitán era la voz del pueblo. Y no digo esto de manera retórica y simbólica, en un mero arranque de ‘veintejulierismo’, sino literalmente: Jorge Eliécer Gaitán fue la primera voz que el pueblo tuvo en Colombia, y sigue siendo casi la única, 50 años después de muerto” (Caballero, 1998, p. 71).13 Braun califica a Gaitán como personalista, pero ve en ello una característica de la cultura política, produciendo un énfasis: “Gaitán como muchos otros jefes políticos latinoamericanos de su generación, introdujo la personalidad en la política de masas. Igual que ellos, representaba el lado privado de su vida como punto focal de su vida pública y como medio para conseguir adeptos” (Braun, 1987, p. 25).14

Una conclusión guía su análisis sobre tan complejo personaje y tan convulsa realidad: “Sin embargo Gaitán fue un pensador y un político de notable consistencia” (Braun, 1987, p. 78). Pondera su tesis sobre Las Ideas Socialistas en Colombia y otros escritos de Gaitán y afirma: “Gaitán no era un teórico en busca de una burguesía. Su objeción al capitalismo era tanto moral como económica” (Braun, 1987, p. 103).

Este autor le da importancia al código del cuerpo en Gaitán y a la foto que realizó como emblema de su campaña:

Gaitán era el tema de la campaña. Su aspecto y su voz, sus gestos, su lenguaje y su oratoria se convirtieron en el principal objeto de conversación en los cafés, en las casas, en los clubes de la ciudad. La élite de Bogotá se obsesionó, no sólo con su lenguaje crudo y su piel morena sino con sus dientes, su boca y hasta con el sudor que le brotaba de la frente y del bozo cuando pronunciaba sus oraciones. [Además] La foto más conocida es también la más insólita. No sólo muestra su rostro y sus hombros, como de costumbre, sino el cuerpo entero, erecto, el puño cerrado levantado al aire en señal de desafío (Braun, 1987, p. 158).

Había un fondo de música popular, y el baile con el porro ¡A la carga!, es emblemático.

La fotografía, así como la caricatura, no sólo deben ser tomadas como documento: cuando se presentan en secuencias y antologías forman parte del discurso histórico; como el libro de fotografías de Sady González, presentan un significativo registro gráfico del 9 de abril que resulta indispensable para la comprensión del evento (González, 1998). Todo esto lo hacía un subversor de las costumbres políticas, de una cultura señorial de simulaciones y clientelas: “la irreverencia lingüística tenía una calidad subversiva en la cultura altamente verbal y formalista de Colombia” (González, 1998, p. 190).

El viaje a la Bogotá profunda, de la multitud del 9 de abril, realizado por Braun, es de gran interés por la capacidad desplegada por el autor para indagar sobre los comportamientos, los componentes y la conciencia con que se realizaron las actuaciones. Superando los estereotipos que simplifican el significado de los episodios, tales como “anarquía”, “vandalismo”, “venganza”, etc., Braun establece distintos comportamientos que ponen de presente lo polifacético de la multitud.

El punto de partida es la legítima ira, el grito de odio y venganza por la agresión de todo orden sufrida con el asesinato de Gaitán, en tanto éste encarnaba aspiraciones justicieras y de dignidad nacional. Esta actitud no resulta nueva si se tiene en cuenta su prédica: ¡Si avanzo seguidme. Si retrocedo empujadme. Si muero vengadme! Por ello, la orientación inicial de la protesta, con el cadáver de Roa Sierra a cuestas, es hacia el símbolo del poder conservador: ¡A Palacio!, se grita, y allí se abandona la humanidad linchada del criminal. El Congreso, donde se reunía la Conferencia Panamericana, es saqueado. La sede del diario El Siglo, en donde se buscaba a Laureano Gómez, como jefe de la violencia, es destruida. La multitud se crece con su llegada a la Plaza de Bolívar.

Pasadas dos horas, a eso de la tres de la tarde, “la actividad de la multitud se diversificó y se intensificó”; los insurrectos se apoderaron de tranvías y automóviles y le prendieron fuego a la Gobernación. Se incendió también el Ministerio de Gobierno; “la tercera estación fue la primera en caer frente a la multitud” (Braun, 1987, p. 290). Hacía las tres y media de la tarde empezaron a llegar grupos de personas procedentes de los barrios y pueblos periféricos. Las ferreterías habían sido saqueadas y los presos liberados. Braun hace esta apreciación radical: “Las calles, salvo las cercanas a Palacio, pertenecían a la muchedumbre” (Braun, 1987, p. 292).

El escrutinio de Braun se detiene a analizar los rasgos del comportamiento de la multitud, los cuales han sido señalados peyorativamente sin explicitar sus razones. Así ocurre con la “ebriedad colectiva”: “La muchedumbre bebió en un velorio masivo para conmemorar a un jefe cuyo cadáver le había sido arrebatado. Muchos bebían para ahogar la pena”. En las calles había montones de excrementos y vómitos; “Esa indigestión era la fuerza de la vida frente a un deseo colectivo de aniquilación” (Braun, 1987, p. 294 y 296). El arrastre del saqueo fue generalizado en la muchedumbre.

Otros símbolos fueron igualmente atacados: el Palacio de Justicia, el Palacio Arzobispal, las oficinas de la Arquidiócesis, el Palacio del Nuncio, la Universidad Javeriana femenina. La Catedral, en la Plaza de Bolívar, fue el último blanco de la multitud. Los ataques a los símbolos del poder eclesiástico partían del convencimiento de la alianza de las jerarquías católicas con el régimen conservador. Incluso, se creía que había francotiradores que eran personal del clero (Braun, 1987, p. 299).

Una precisión importante y que debe resaltarse en el análisis de Braun, es la siguiente: “El saqueo se extendió después de que los amotinados hubieran sido barridos a tiros en la Plaza de Bolívar, como si esas muertes hubieran hecho volver a la vida a los sobrevivientes” (Braun, 1987, p. 301). El saqueo se concentró en el centro y en algunos mercados de Los Laches y Las Cruces. Y esta curiosa pero elocuente circunstancia: “Nadie tocó el famoso Buick verde oscuro de Gaitán, estacionado a dos cuadras de la Plaza de Santander, donde fueron incendiados unos hoteles” (Braun, 1987, p. 303). Ningún dirigente ni miembro del establecimiento fue agredido. El más odiado de los liberales, Alberto Lleras Camargo, se escondió en una casa del barrio Teusaquillo (Forero Benavides, 1993, p. 79-80). Y el más odiado de los conservadores, Laureano Gómez, sufrió el incendio de su casa en Fontibón y se refugió en el Ministerio de Guerra, donde urdió una salida militar a la crisis, salida que a la postre fracasó.

En síntesis de Braun:

La muchedumbre representó la inversión de una sociedad, no sólo porque su estructura interna contradecía el orden jerárquico, sino porque sus integrantes aparecieron de súbito comportándose como jefes políticos… La muchedumbre puso al revés un orden social en que sólo los jefes tenían una vida pública y gobernaban a un pueblo sumergido en sus preocupaciones privadas (Braun, 1987, p. 312).

Sobre los muertos en la fecha, todos de la multitud, o casi todos, Braun cita un informe del enviado de la Cruz Roja Internacional, Maurice F. Reddy, en el cual se decía que el número, “puede pasar de 1.000 y que ha habido 2.500 heridos”. Paul Oquist da la cifra de 2.585 muertos, como mínimo, ya que el ejército disparó indiscriminadamente a todo el que se encontrara en las áreas críticas. Según él: “La matanza masiva y la destrucción de la parte céntrica de la capital y ciudad más grande, colocó a la sociedad colombiana en estado de crisis”. Para este autor, 1949 fue el año crítico, en que se dio el derrumbe parcial del Estado y “marcó la ruptura política final entre los liberales y los conservadores y el rompimiento de la estructura institucional existente” (Oquist, 1978, p. 134 y 136).

Existen dificultades para establecer el censo de los muertos ya que hubo numerosos entierros clandestinos en los barrios y porque los cadáveres fueron llevados en volquetas al Cementerio Central. Luego de varios días los cuerpos fueron enterrados en fosa común.

Sobre el carácter heterogéneo, multiforme de los componentes de los insurrectos, concluye Braun: “La muchedumbre del ‘bogotazo’ sigue siendo fundamentalmente anónima… era urbana pero no con predominio de la clase obrera…” (Braun, 1987, p. 319) .

Ciudad destruida

En Bogotá, la presión modernizante se aceleró con las obras de la Conferencia Panamericana, donde la especulación de los bienes raíces fue intensa. Desde el punto de vista demográfico, se pasó de tener 320.000 habitantes en 1938 a 630.000 según el censo de 1951. Este crecimiento vertiginoso expresa un fuerte componente de migración. El tranvía sufrió una campaña orquestada en contra de su eficiencia, por medio de la cual se presionaba el uso de buses de gasolina, medio de transporte que acompañaba los proyectos de expansión. La capital de Colombia ya no era sólo el centro político–administrativo, sino también una ciudad industrial y comercial. Para Jacques Aprile Gniset, entonces: “… cambia la forma de la capital. Se pasa en pocos años de una ciudad compacta a una ciudad expansiva y desintegrada” (Aprile Gniset, 1983, p. 12), con una precaria red de servicios públicos, de agua potable, luz eléctrica, alcantarillado y teléfono.

La fisonomía de la ciudad había cambiado, así como su clima político, esto por la gran participación democrática, la movilización, la deliberación permanente en calles, plazas, cafés, periódicos y casas.

Sobre los hechos del 9 de abril, Aprile hace una relación de 600 muertos y de 450 heridos en hospitales. Llama la atención su valoración del incendio y la destrucción:

El total de los edificios incendiados no pasa de 136, de los cuales 7 son oficiales, entre propiedades del Gobierno Nacional y bienes de la Gobernación de Cundinamarca. Otros doce, más o menos, pertenecen a varias instituciones, bien sea laicas o católicas. Los demás son propiedades privadas. […] El pillaje afectó a 640 establecimientos comerciales (Aprile Gniset, 1983, p. 32, 33, 36 y 37, cursivas fuera de texto).

Según Braun, los edificios con daños graves en el centro fueron 157, de los cuales 103 fueron completamente arrasados, sin incluir ni edificios gubernamentales, ni muchas iglesias:

El pillaje constituyó un festín que ninguno de los saqueadores podía haber imaginado. […] Para otros sus acciones constituyeron una retribución, una momentánea igualación de la sociedad. Fue su momento para tener lo que los ricos habían tenido siempre. Así, el saqueo tuvo una dimensión redentora que contribuyó a restablecer el orden social (Braun, 1987, p. 307).

El 9 de abril en provincia

Hubo otros epicentros regionales distintos a Bogotá, los cuales le dieron el carácter nacional- territorial al levantamiento popular. En Medellín hubo toma de emisoras, la ira popular se descargó sobre la agencia de El Siglo, La Defensa y otros edificios; además, aunque hubo saqueos y manifestaciones, se destacó la remoción de las autoridades y la toma del Palacio Municipal, así como la constitución y gobierno de una junta revolucionaria la cual intentó realizar un cabildo abierto y recibió la adhesión de la policía. Esta junta nombró un nuevo comandante de la policía municipal. Torres Giraldo hace memoria de su actuación el 9 de abril en Medellín, donde a mi juicio queda clara la orientación que dio a una parte del tumulto, cuando le plantea a un personaje anónimo:

… algo sería que le metieran candela a esa casona vieja de La Defensa, oscura caverna de la más insólita reacción (distaba sólo una cuadra del sitio en que yo decía esto la casona del diario azul), que le metieran candela también a esa casona vieja que ocupa la Pontificia Universidad Bolivariana —en la carrera Palacé—, en donde ahora mismo están armando a los jóvenes falangistas para sacarlos a matar por parejo (…) Quince minutos después estaba ardiendo La Defensa que fue reducida a cenizas. La casona de la Pontificia ardía también, pero el ejército, la policía y los bomberos dominaron las llamas (Torres Giraldo, 2004, p. 224-225).

En Cali, los trabajadores del Ferrocarril del Pacífico volcaron locomotoras y levantaron rieles, aislando la ciudad, y se dirigieron a engrosar la multitud proveniente del Barrio Obrero, la cual había asaltado ferreterías e iba hacia la gobernación y a la Plaza de Caicedo. La estación central del ferrocarril, la central telefónica y la emisora La Voz del Valle fueron tomadas por los insurgentes. El Diario del Pacífico fue dinamitado. Se constituyó una junta revolucionaria la cual estuvo conformada por Heriberto Jordán Mazuera, Juan Donneys, Luis A. Tofiño (a quien se nombró alcalde), Hernán Ibarra, Luciano Wallis y Alfonso Barberena. Este ejemplo se extendió a otras ciudades como Palmira, Caicedonia y Cartago, con resultados de “enfrentamiento y saqueos desmesurados”. Así sucedió en Puerto Tejada.15 Otros epicentros fueron Zarzal, Riofrío, Tuluá y Trujillo; también en Buga hubo junta y alcalde popular. El antiguo Caldas vivió experiencias de este tipo en Pereira, Armenia y otros municipios.16

Para Gonzalo Sánchez, el gaitanismo vino a ser un proyecto democrático-burgués, en donde la burguesía estaba integrada al bloque oligárquico y, por ende, es la pequeña burguesía, con sus ambivalencias, la que encabeza las tareas. Lo que Gaitán realiza es la introducción de la lucha de clases al interior del Partido Liberal, sin ser absorbido o cooptado por éste (Sánchez Gómez, 1983, p. 12).

La valoración presentada del “caudillismo” de Gaitán no es negativa ya que “expresaba la afirmación de aquellas (las masas) de desprenderse de las maquinarias políticas (clientelismo, gamonalismo) que eran el real obstáculo para su irrupción directa en la arena política” (Sánchez Gómez, 1983, p. 13).

La investigación de Gonzalo Sánchez se centra en presentar lo siguiente:

…cualesquiera fuesen los resultados de una aproximación más cuidadosa a lo ocurrido en Bogotá, hay que subrayar que el 9 de abril no fue sólo un ‘Bogotazo’. El 9 de abril afectó profundamente la provincia, la pequeña población, la aldea, la vereda colombiana. Fue, en realidad, una insurrección nacional que, sobre todo fuera de Bogotá, puso al descubierto la enorme capacidad creativa de las masas para la acción revolucionaria. Y algo que ha sido notoriamente subestimado: en provincia los campesinos se incorporaron a las milicias populares que emergieron de aquel clima de ardor revolucionario (Sánchez Gómez, 1983, p. 19).17

Para Sánchez, el Tolima fue el lugar donde los acontecimientos del 9 de abril “tuvieron más amplia y variada cobertura”; de allí la regionalización presentada. En Ibagué, un amplio grupo en armas se amotinó: machetes, picas, palos y revólveres; quemaron los periódicos El Derecho y El Comercio; además, se presentaron saqueos e incendios en varios lugares. Como en Bogotá y otros sitios, se abrió el panóptico; se conformó una junta revolucionaria que tomó iniciativas de recoger fondos; creó comités revolucionarios y almacenó víveres, además de una “organización de milicias y un impresionante desfile armado por las calles de la ciudad” (Sánchez Gómez, 1983, p. 63). El movimiento se prolongó hasta el 15 de abril.

También en Ibagué el pillaje fue generalizado y tuvo el simbolismo de recuperación social, castigando la propiedad y no las personas. Carlos Eduardo Jaramillo lo plantea así: “En la tarde y las primeras horas de la noche del día 9 el centro de la ciudad se ve ligado con la periferia por un continuo, ir y venir de gentes cargadas con el producto del pillaje” (Jaramillo, 1983, p. 124). Hubo igualmente borrachera colectiva y desfile de carnaval. Los liberales protegieron a los conservadores, incluso cuando el levantamiento era espontáneo y completamente popular, desbordando a los divididos jefes del liberalismo. Pero quedó el estigma, la leyenda negra, como en Bogotá, de que el ‘nueve abrileño’ era ladrón, saqueador, borracho y asesino, reduciendo las dimensiones de una épica de los de abajo a un asunto penal.18

En la cordillera norte del Tolima el epicentro del levantamiento fue El Líbano,19 bastión gaitanista y de marcadas tradiciones revolucionarias, donde se conformó una junta revolucionaria con dirigentes veteranos del 29, se acogieron las consignas revolucionarias de Gerardo Molina y Jorge Zalamea transmitidas por radio desde Bogotá, y la multitud se reunió a protestar. La junta nombró alcalde y éste a su vez nombró autoridades; a continuación “siguieron los actos de armar al pueblo… y en pocas horas los fusiles y parque de la policía fueron repartidos en el pueblo” (Sánchez Gómez, 1983, p. 72). Se nombró jefe militar y se llegó a contar 700 hombres armados y un arsenal adecuado; no hubo saqueo, pero sí requisa, pedreas y amedrentamiento a los conservadores. Sánchez subraya la participación de las mujeres, quienes organizaron una manifestación de duelo por Gaitán en la cual participaron cerca de 200 de ellas, vestidas de negro y desfilando por las calles. Ni el 9 ni en días posteriores hubo muertos o heridos.

En el norte del Tolima, Ambalema y Honda fueron epicentro sobre el río Magdalena y Armero en la cordillera central. Distintas actuaciones se repitieron, como en Honda, en donde ejerció funciones una junta revolucionaria con reconocimiento popular, entre el 9 y el 13 de abril. Hubo armamento, protesta y decisión de participar en la revolución que había estallado y que era estimulada por las ondas radiales; se abrieron las cárceles y se decomisaron alimentos. En Armero se presentó una “fragmentada explosión de furia”, intimidación a los conservadores y algunos crímenes, como el del sacerdote Ramírez Ramos, un partidario activo del Partido Conservador. De acuerdo con Sánchez, hubo un rasgo anticlerical en la protesta.

En el sur del Tolima y en su orden de importancia se constituyó el eje de la rebelión Coyaima–Chaparral–Natagaima, entre el 9 y el 19 de abril. Se destacó allí la importante movilización rural, en la cual la radio desempeñó un papel comunicativo decisorio. En Chaparral hubo alcalde cívico-militar, junta revolucionaria, manifestaciones de protesta, retenciones, allanamientos, hurtos, requisas y la práctica de expropiaciones de ganado. En Natagaima se dieron vistosas manifestaciones, elección de alcalde cívico y militar y la conformación de la junta revolucionaria; el pueblo amotinado exigió cabildo abierto, que fue llevado a cabo tumultuosamente para tomar decisiones.

En la provincia de Sumapaz, fortín de las movilizaciones agrarias y uniristas, de larga adhesión a Gaitán, la reacción fue beligerante. En Fusagasugá (Cundinamarca) y en Ambalema (Tolima) la protesta fue principalmente rural y muy generalizada, aunque aislada. En Pandi y Pasca hubo protestas; no obstante, el epicentro fue Fusagasugá con su junta revolucionaria y ‘alcalde de la revolución’, con guardias cívicas y demás medidas recurrentes respecto de los levantamientos en otros lugares del país. Debe resaltarse que pese a la cercanía a Bogotá, “la toma a Fusagasugá duró más de una semana” (Sánchez Gómez, 1983). En Yacopí se constituyó junta revolucionaria, cuyo presidente fue el célebre Saúl Fajardo, diputado en 1949, seguidor gaitanista y guerrillero en la zona Yacopí –Territorio Vásquez, que fue asesinado el 3 de diciembre de 1952, cuando intentó asilarse en la Embajada de Chile.

Eduardo Santa presenta una perspectiva más amplia de los sucesos del 9 de abril en provincia, relacionando a Ibagué, Sincelejo, Carmen de Bolívar, Cartagena, Medellín, Barranquilla, San Vicente de Chucurí, Popayán, Cúcuta, Neiva, Cunday, Buenaventura, Chía, Carmen de Carupa, Suárez, Piedecuesta, Chocontá, Bolombolo, Tuluá, Tame, Zarzal, Cajamarca, Espinal, El Líbano, Pijao, Puerto Wilches, Villavicencio, Ipiales, Pacho, Honda, Carcasí, La Dorada, María la Baja, Puente Nacional, Turbo y muchas otras poblaciones, en algunas de las cuales se presentaron saqueos y quema de periódicos, así como asesinatos, incendios, violaciones y enfrentamientos armados, pero debe resaltarse la constitución de “juntas revolucionarias” y “tribunales populares”. Para el autor, todo esto constituía una repercusión natural del “tremendo estallido ocurrido en Bogota”. “La reacción del ‘gaitanismo’ de toda la republica ante el asesinato de su líder” (Santa, 1983, p. 222).

Cultura radical y huelga proletaria

En Santander, además de Bucaramanga, en donde la protesta fue sofocada rápidamente, los otros escenarios fueron San Vicente de Chucurí, Puerto Wilches y Barrancabermeja, todas estas poblaciones con tradiciones directas con los conatos insurreccionales de 1929. Barrancabermeja fue el epicentro y punto más alto en el desarrollo de la insurrección, donde el poder obrero y popular se desplegó claramente durante 10 días. La tradición de cultura radical rebelde le daba a esta ciudad las condiciones más adecuadas para ejercer la revolución; además, la simpatía por Gaitán era grande en todos los sectores sociales.

Por lo anterior, en Barrancabermeja se conformó una junta de gobierno en la que participaron el médico Gonzalo Buenahora como presidente, Apolinar Díaz Callejas abogado, el pequeño comerciante Arturo Restrepo, el telegrafista Mario Cújar, el abogado liberal, el representante a la Cámara José María Vesga Villamizar y el médico Hernando Soto Crespo de “temperamento anarquista”. El primer acto de la junta fue nombrar alcalde a Rafael Rangel Gómez, quien fuera luego uno de los más célebres guerrilleros liberales. Se formaron milicias armadas, se encarceló a los dirigentes conservadores, a los ejecutivos de las petroleras se los conminó a permanecer en sus hogares, se fabricaron varios cañones y se conformó la defensa de la ciudad.

De manera sobresaliente, se ocuparon las instalaciones petroleras, con control de los trabajadores, y se preparó la voladura de las mismas si el gobierno intentaba una toma de la ciudad o su bombardeo. El planteamiento de la nacionalización del petróleo se reiteró como posibilidad real si la revolución triunfaba en el país. Asimismo, se dio una permanente colaboración con las zonas campesinas las cuales garantizaron provisiones; la organización de los alimentos fue eficaz. Ante episodios de borracheras y saqueos fue ordenada la destrucción de todo el licor existente. De otra parte, se controlaron las comunicaciones, incluidos los aparatos de las empresas; el aeropuerto fue bloqueado y el puerto sobre el río tuvo permanente control.

La presión de la multitud sobre la junta y el alcalde era permanente para que se tomaran medidas más radicales y de castigo, todo esto en medio de imponentes manifestaciones, ruidosas y entusiastas, y de la toma de la emisora. Barrancabermeja era una comuna, como bautizó Gonzalo Buenahora a este acontecimiento. En una entrevista realizada por Buenahora a un antiguo obrero de la ‘Troco’, Elías Pineda, se destaca:

—¿Cómo se armó el pueblo y cuáles eran sus armas?

—Piedras, palos y lanzas, lo que se encontraba, machetes y lo que pudieran encontrar. El pueblo estaba enardecido. Mientras Bogotá ardía, Barranca no tuvo con quien pelear (Buenahora, sf., p. 135).

Apolinar Díaz Callejas, hurgando los orígenes, como él lo denomina, interrelaciona los siguientes aspectos:

1) Barrancabermeja, como puerto sobre el río Magdalena, el principal vehículo de integración del país y epicentro de numerosos sucesos sociopolíticos, arteria del comercio local e internacional, era para la época una espacialidad que “engloba no solo el complejo industrial petrolero de la ciudad y El Centro, sino la Shell, que estaba al frente, río Magdalena de por medio, en el departamento de Antioquia, con sus dos puertos, Puerto Casabe y Puerto Carmelitas” (Díaz Callejas, 1989).20

2) La existencia de una fuerte corriente de cultura radical, una identidad en que se integra y singulariza una personalidad rebelde, que Mauricio Archila pondera como clave para la interpretación del combustible social en la región y el puerto:

…el conjunto de valores, tradiciones y prácticas que cuestionaban elementos centrales del sistema de dominación imperante en la Colombia de los años 20 a 50. Nos referimos a aspectos como: 1) la explotación imperialista encarnada en la economía de enclave adelantada por la multinacional Tropical Oil Co.; 2) la extracción de la plusvalía a través de un capitalismo brutal que exigía largas jornadas de trabajo y bajos salarios; 3) el excesivo centralismo estatal y el descuido de regiones que, como el Magdalena Medio, aportaban importantes recursos al fisco nacional; 4) la desintegración nacional y el arraigado regionalismo que impedía una efectiva solidaridad entre los colombianos; y 5) el fanatismo político desarrollado al abrigo de comportamientos hegemónicos de ambos partidos tradicionales. A estos aspectos, que no son todos los conformantes de un sistema de dominación como el colombiano del período estudiado, lo petroleros, y en general los barranqueños, opusieron un nacionalismo y un anticentralismo no muy elaborado, pero suficiente como para provocar cambios en el comportamiento del Estado y la multinacional… La síntesis regional, fruto de la diversidad de inmigraciones a Barranca, llevó a los barranqueños a tener una visión no excluyente, abierta a lo nuevo, universal, “cosmopolita” de la vida. Consecuencia de ello fue la tolerancia política con que vivieron hasta por lo menos el 9 de abril del 48 (Archila, s.f. p. 110-111).21

3) La formación de un proletariado del río como marineros y estibadores, articulados a los puertos de exportación, principalmente Barranquilla, los cuales se organizaron en la Fedenal, federación cuyo epicentro era Barrancabermeja.

4) Barrancabermeja fue “cuna y núcleo principal de la industria del petróleo”, donde se adelantó una vigorosa organización sindical y se realizaron huelgas y luchas en torno a las reivindicaciones de los trabajadores y de la nación. Dice Díaz Callejas: “…el movimiento obrero y sindical de Barrancabermeja surgió y avanzó con un contenido político definido, no simplemente reivindicacionista, y actuante. Tuvo carácter antiimperialista, patriótico, en el mejor sentido de la palabra” (Díaz Callejas, 1989, p. 52).

5) Además de los sindicatos de la Tropical Oil Company, de la Shell y de los oleoductos, existía como ya se ha dicho la seccional de la Fedenal, el Sindicato Industrial Obrero de Barrancabermeja, el Sindicato de Braceros, el Sindicato Gremial de Choferes y las organizaciones campesinas de Puerto Wilches y San Vicente de Chucurí. La existencia de una real solidaridad y relación directa de los trabajadores con la población, solidaridad la cual hacía que ésta se sintiera y fuera parte de la clase trabajadora es una dimensión que se infiere de la formación social y cultural. Las familias, mujeres, niños, las numerosas trabajadoras sexuales en la región, le dan a la ciudad una unidad cuyo símbolo de lucha ha sido tradicional en la historia de la clase trabajadora colombiana. En Barrancabermeja el sindicalismo de la época ofrece unas dimensiones y unos comportamientos que permiten, de forma positiva, una revalorización de su importancia nacional.

6) En toda esta presencia, herencia y acción las mujeres y gentes de todos los colores están claramente identificados, para quien quiera verlo con ojos de libertad, con ánimo de darle lugar en la historia escrita a quienes la tienen en estos episodios. No es de ninguna manera una historia masculina, ni una gesta blanca o simplemente mestiza al compás de la proletarización. Hay mestizaje, pero éste opera en muchos casos como ropaje cultural de indios y negros. Le doy jerarquía a esta consideración de Apolinar Díaz Callejas:

La segregación racial y social se hizo presente. El personal extranjero, canadienses y norteamericanos, los llamados gringos en sus casas, campos deportivos y de recreación, clubes sociales y otros servicios exclusivos, protegidos por cercas de alambre. En barracas colectivas y sin servicios, aprisionados por otras cercas de alambre, los obreros colombianos… Finalmente, los “campamentos de los negros yumecas”… discriminados y aislados con otras cercas de alambre, pero por ser negros (Díaz Callejas, 1989, p. 67).

Se destaca igualmente el papel de las mujeres de toda condición sociocultural que se movilizaron en defensa de la revolución en ciernes (Díaz Callejas, 1989, p. 120). A propósito del concejo de guerra seguido a los miembros de Barrancabermeja, en Jornada se tituló: “Las damas de Barranca respaldan la conducta de la Junta”.22

De la semana roja a la huelga de 1948

Esta cultura radical tendrá sus manifestaciones más altas en la ciudad en la lucha organizada de los trabajadores petroleros por la conquista de derechos laborales y en la defensa de la soberanía nacional, a través de la huelga. Así, el 12 de febrero de 1923, se constituyó en Barrancabermeja la Unión Obrera, con la dirección del legendario Raúl Eduardo Mahecha. La primera huelga se inició el 8 de octubre de 1924, con la solidaridad de huelgas de braceros, estibadores y bodegueros en Girardot y La Dorada. Los huelguistas petroleros fueron declarados “fuera de la ley”. En la acción intrépida de los trabajadores se destacó: “Más de 4.000 obreros bloquearon a Infantas (principal sector de producción), se adueñaron del ferrocarril y rompieron las cercas que separan el personal colombiano del yanqui” (El Correo Liberal, Medellín, 14 de octubre de 1924; citado en Torres Giraldo, 1974, volumen 3, p. 202).

La huelga fue reprimida por la balacera de la fuerza pública y la prensa conservadora habló de “la semana roja”. El ministro de Industria, general Reyes, afirmó “que lo que ocurría en Barranca era un verdadero conato de revolución social” (Torres Giraldo, 1974, volumen 3, p. 203-204).

De nuevo, en 1926, hubo protesta obrera. En enero de 1927 hubo una huelga, la cual el ministro de Industria, José Antonio Montalvo, calificó de “tal vez los más sensacionales en el país… y el Gobierno se vio precisado a declarar turbado (el orden público)” (Memoria de 1974; citado en Díaz Callejas (1989, p. 57).

La huelga contó con el apoyo popular, incluidos los comerciantes. En un comunicado de prensa de autoría de Mahecha, se dice: “Hoy cuentan los huelguistas con siete mil hombres unidos estrechamente. El comercio colombiano, así como la colonia siria, ha contribuido generosamente al sostenimiento de los trabajadores” (Díaz Callejas, 1989, p. 61; cursivas fuera de texto).

El historiador Renán Vega recrea las dos huelgas, de 1924 y 1927. En particular llamo la atención sobre la participación de trabajadores norteamericanos en la huelga de 1927. Dice Vega: “Pero la solidaridad fue mucho más allá, puesto que hasta los obreros norteamericanos se unieron a la huelga por considerar justas las demandas de los trabajadores nacionales” (Vega Cantor, 2002, volumen 1, p. 247).23

La represión logró doblegar la protesta, pero se acentuó la enseñanza de las posturas radicales y revolucionarias. El 7 de diciembre de 1935 estalló la huelga convocada por la Unión Sindical Obrera, huelga que concluyó el 19 del mismo mes con resultados favorables para el movimiento.

En toda esta tradición de rebeldía política, cultura democrática y experiencia clasista, sindical y huelguística es importante la relación con “Los Saturnales”, quienes promovieron una actividad cultural, la cual estuvo liderada por Gonzalo Buenahora, el médico, escritor y luchador popular. Esta actividad incluía la invitación a personalidades y artistas, pintores, dramaturgos y músicos (con la financiación, claro está) y para la audiencia popular de la Unión Sindical Obrera. En palabras de Buenahora, “afluían de todos los rincones del país y de no pocos del planeta, poetas, pintores, cantores, músicos, artistas y conferencistas de fama mundial reconocida” (Buenahora, s.f., p. 59). Entre las actividades del grupo de Los Saturnales se incluía una escuela de formación política para obreros (Buenahora, s.f., p. 60). Otra actividad que Buenahora pondera es el periodismo:

… convencidos como estábamos de que la palabra impresa es más efectiva que muchos fusiles. Por la época resurgió ‘Vanguardia Obrera’, fundada por Raúl Eduardo Mahecha, el héroe de las bananeras. Surgieron también periódicos combativos y revolucionarios como ‘El Pueblo’, de Abraham Meneses; ‘El Luchador’, de Escolástico Álvarez, que circulaba clandestinamente; ‘Germinal’, en honor a la obra maestra de Zolá y ‘La Voz del Obrero’ (Buenahora, s.f., p. 70).

La misa laica vino a ser una cátedra libre sobre salubridad y defensa de la vida; se oficiaba los domingos (Buenahora, s.f., p. 71).

En estos importantes testimonios hay que tener en cuenta que, además de ser médico, Buenahora desarrolló una intensa labor social, de educador y escritor. Para 1938 publicó un estudio que contiene unos breves apuntes sociológicos y un balance documentado de la huelga ocurrida ese mismo año. Allí destaca la manifestación organizada por la USO el sábado 26 de febrero, con la intervención del asesor de la CTC, en ese entonces figura socialista, Diego Luis Córdoba, abogado oriundo del Chocó que se destacó por reivindicar su región y sus orígenes. A Gonzalo Buenahora la policía le prohibió intervenir (Buenahora, s.f., p. 72).

Para el domingo 10 de abril, Barrancabermeja es militarizada con la llegada de nuevos destacamentos de Medellín y de Bucaramanga. El martes 12 sucedió una gran matanza, cuando hacia las 7 de la noche la policía irrumpió en el parque de Bolívar, disparando contra los presentes (Buenahora, s.f., p. 74-76). Formó parte del plan siniestro recoger los muertos en una volqueta y arrojarlos al río Magdalena.

La ciudad fue tomada por bandas armadas de empleados y particulares al mando del alcalde Rafael Gómez Navas. La huelga fue derrotada y la población fue masacrada por las autoridades locales y por el enviado del gobierno de López, de quién en afortunado símil dijo Buenahora: “Esta vez Cortés Vargas se llamó Roberto Cuéllar” (Buenahora, s.f., p. 86). En sus reflexiones finales, el autor, desencantado de las ilusiones con el gobierno y el Partido Liberal, hace esta pregunta acusatoria: “¿Cómo es que en esos momentos supremos del proletariado liberal, sus jefes lo abandonan o se declaran enemigos?” (Buenahora, s.f., p. 89).

La lectura de Sangre y petróleo, la crónica novelada de Buenahora, resulta provechosa para la comprensión del cuadro socio-cultural de Barrancabermeja, su vida cuotidiana, el enclave de la Tropical, el papel de las luchas proletarias y su ambiente político. Es un retrato de época, desde la fundación clandestina del primer sindicato y la primera huelga de 1924, hasta el 9 de abril de 1948. Obra costumbrista, escrita con naturalismo no desprovisto de picaresca, Sangre y petróleo viene a ser un ejemplo de literatura testimonial (Buenahora, 1982).

El personaje principal es el mítico Biófilo Panclasta, a quien el novelista da vida literaria y coloca en el centro de las épicas proletarias de los trabajadores. Esta lealtad por el controvertido pero atractivo personaje anarco-liberal, al igual que por Raúl Eduardo Mahecha, el gran líder de las dos primeras huelgas petroleras y de la huelga de las Bananeras, muestra una verdad histórica distinta sobre el papel de las corrientes anarco-sindicalistas en Colombia, en el transcurso de los años veinte a los treinta.24 La huelga de tipo político renace en la forma nacionalista y antiimperialista. Estalla el 7 de enero de 1948, a las doce del día, y es declarada legal por el juez de trabajo de la ciudad, a la una de la tarde. Va a empatar con el 9 de abril y, como resulta obvio, se sintoniza con las movilizaciones de no-violencia que Gaitán realizaba, en tanto Barrancabermeja era plaza fuerte del gaitanismo.

Pero el presidente Ospina Pérez desconoció la decisión del juez y el derecho de huelga y ordenó la represión: “La decidida actitud de los trabajadores y el levantamiento que espontáneamente se produjo en la población en la que se destacaron las mujeres por su combatividad, hizo retroceder a la fuerza pública” (Montaña Cuéllar, 1976, p. 103). El eje del conflicto era la suerte misma de los yacimientos y la industria del petróleo, ya que la Tropical Oil Company quería fraudulentamente prorrogar la Concesión de Mares, consiguiendo por decisión de la Corte Suprema de Justicia que esto sucediera hasta 1951. Se declaró la huelga, la cual terminó con el reintegro de los despedidos después de cerca de dos meses de duración y dio origen a la creación de la Empresa Colombiana de Petróleos (Ecopetrol), como empresa de patrimonio público, lo que tuvo gran impacto en la opinión pública y en la prensa.

La huelga fue rodeada de solidaridad, con paros escalonados en varias empresas del país y con ayuda económica a los huelguistas. La CTC la apoyó y llamó a la solidaridad, destacando el carácter patriótico de la USO; además, procedió a declarar un paro general, el cual no llegó a realizarse. Lo que si ocurrió fue el desarrollo de asambleas, mítines y manifestaciones en distintas ciudades. Asimismo, concejos municipales como el de Medellín apoyaron el movimiento (Díaz Callejas, 1989, p. 81).

Gustavo Almario Salazar establece un proceso hacia la huelga de 1948, que permite enriquecer la perspectiva histórica y las dimensiones de lo que se estaba gestando. En el texto se señala la violenta represión del ejército contra el comité de vigilancia:

... que custodiaba las válvulas de Puerto Galán en donde se encontraban los dirigentes del sindicato y su asesor Diego Montaña Cuéllar. Los asistentes se aferraron a la tubería para impedir el descargue, pero fueron arrastrados a culatazos varias cuadras y reemplazados por el staff de la ‘Troco’. Ante el vandalismo oficial, las masas enardecidas respondieron con una combativa manifestación que hizo retroceder a la fuerza pública, y concluyeron su demostración ante el cabildo municipal. El concejo, de amplia mayoría gaitanista, reunido en pleno aprobó una moción de apoyo al paro de los trabajadores, declarándolo un movimiento cívico (Almario Salazar, 1984, p. 134).

En Bogotá, en ese momento controlada por el gaitanismo, 25.000 trabajadores desfilaron desde la Estación de La Sabana hasta el Ministerio del Trabajo, portando los estandartes de sus organizaciones sindicales. El 21 de enero estalló en el Catatumbo el paro solidario de los trabajadores de la Colombian Petroleum Company.

Característica decisiva del movimiento fue el control obrero sobre la producción e instalaciones de la compañía y la disposición a morir en caso de intento de toma por parte del ejército.25 En el periódico Jornada se documenta el amplio apoyo del gaitanismo al movimiento. Cabe destacar la declaración del 22 de enero de Gaitán, en la cual considera “Que en el actual conflicto petrolero se ventilan trascendentales intereses de la economía nacional y del Estado colombiano” (Citado en Almario Salazar, 1984, p. 137).

El 24 de febrero, día de la convocatoria del Tribunal, al que se oponía la ‘Troco’, el periódico Jornada titulaba: “Día de los obreros petroleros”. Días después, con los votos de Soto del Corral y Montaña Cuéllar, el Tribunal reconocía la petición de los trabajadores del petróleo y del sentimiento nacionalista y democrático en curso. El día del anuncio del fallo del Tribunal, “Barranca era un carnaval. Las calles se llenaron de matachos con la figura de la ‘Troco’ y una rabona que simboliza la huelga, dándole fuete” (Citado en Almario Salazar, 1984, p. 140).26

La Comuna de Barranca

Sólo dos horas tardó en conocerse plenamente en Barrancabermeja el asesinato de Gaitán y la insurrección en curso en Bogotá. También allí la radio propagó la noticia y alertó sobre la gravedad de la situación. De manera inmediata y en una manifestación obrero popular frente a los balcones de la alcaldía se propuso y conformó la Junta Revolucionaria, en medio de los discursos de líderes gaitanistas y de la USO. La iniciativa de la propuesta “debió ser de Carlos Ramírez, presidente del Comité de Huelga de Barrancabermeja, hombre resuelto, enérgico, empujador y gaitanista radical: fue directamente al grano, haciendo una corta apología de cada uno de los candidatos” (Díaz Callejas, 1989, p. 97). En la entrevista que Buenahora realiza al obrero Elías Pineda, este responde: “La Junta Revolucionaria fue elegida a insinuación de muchos trabajadores y de mucha gente de la ciudad” (Buenahora, s.f, p. 135).

Para Buenahora, la presencia de dirigentes gaitanistas, de limitada conciencia clasista, ponía a la junta en una situación de debilidad. No había entre los cinco un solo miembro de la USO o de los otros sindicatos. Esta interpretación matiza la de Díaz Callejas quien pondera positivamente la composición de la junta. Para ello, documenta con el testimonio de Gustavo Cuadros Estévez, presidente del Comité Ejecutivo de la USO y presidente del Comité de Huelga Petrolera, “quien le expresó que las directivas del proletariado petrolero estuvieron acordes en que la orientación del gobierno popular estuviera a cargo de la Junta, y que ésta tuviera la dirección política” (Buenahora, s.f, p. 100).

Para Díaz Callejas hay un componente tripartito del poder popular: la junta revolucionaria, el alcalde Rangel y el poder obrero, que subraya era gaitanista y al cual define, así:

Lo que ha sido denominado en este libro poder obrero estaba conformado por el proletariado petrolero tanto de la Tropical Oil Company como de la Shell, del oleoducto de la Andian y otras dependencias. Los trabajadores portuarios, del transporte fluvial y terrestre, de los servicios y demás actividades, obviamente, hicieron parte del sistema popular de gobierno (Buenahora, s.f, p. 100-101).

En su coherencia, este movimiento de Barranca es complejo, contradictorio y lleno de tensiones, no sólo por las expectativas sobre la suerte del levantamiento nacional, sino sobre la dinámica y los alcances que el poder popular, la comuna debía tener. Así las cosas, se destaca la disidencia encabezada por Hernando Soto, José Recaredo Silva y otro del Comité de Huelga de la empresa, que con gaitanistas radicales resolvieron, en “El Centro, es decir, en la zona propiamente de producción de petróleo destituir la Junta y formar otra que sí hiciera la revolución y la llevara a Bogotá a tumbar al presidente Ospina Pérez.” Este conato se abortó porque se ordenó la detención de éstos por parte de las milicias y brigadas de obreros armados. Fueron momentos de gran tensión y nerviosismo (Buenahora, s.f, p. 128 y 164).

En su historia político-social, Gustavo Almario presenta una versión diferente de los ocurrido: “En El Centro, la Junta Revolucionaria fue conformada por los dirigentes obreros Bernardino Hernández, Luis J. Camacho y José María Roca. La tarea principal que les había sido encomendada era impedir el acceso por San Vicente de las tropas que pudieran ser enviadas desde Bucaramanga” (Almario Salazar, 1984, p. 147).

Si El Centro está situado a 27 kilómetros de Barranca, y allí está el eje productivo y proletario, es convincente que se hubiese formado su propia junta revolucionaria, que como se ve actúo con determinación.

Más allá de los matices sobre la valoración del papel de las juntas y de la eficaz tarea del alcalde Rafael Rangel, la clave de la revolución que se estaba gestando y la dimensión del poder descansa en los obreros que además de organizados sindicalmente, articulados a la vida social y popular de la región y el país, politizados, herederos de una cultura radical y de una rica experiencia huelguística se armaron con todo lo que encontraron y fueron mucho más allá, fabricaron armas y cañones. Antonio Pérez Tolosa, líder y presidente del Sindicato de los Trabajadores de la Shell, con experiencia como sargento en el ejército, fue prácticamente el jefe militar del poder popular. Arturo Alape da el testimonio con este protagonista:

Con los cuchillos viejos hicimos una gran cantidad de lanzas (…) Esa noche la guardia se organizó militarmente. La población se acostó tranquila (…) Al día siguiente se nos presenta el problema del control del río. Entonces nos dimos a la tarea de fabricar los cañones en los talleres de las petroleras (…) Los cañones los montamos en cureña en las plataformas de los camiones pesados, y los otros sobre base de hierro, pero fijos en los puertos… (El Espectador, Magazín Dominical, abril 5 de 1981).

El poder popular se ejerció de manera amplia en materia de disciplina social, obras públicas, impuestos, redes de solidaridad y convivencia ciudadana, presencia combativa en las calles, vigilancia y disposición permanente para defender lo que se consideraba una causa justa. Los conservadores fueron tratados adecuadamente, aun en cautiverio. Sobre el papel del comercio dice Luis Fernando García, antiguo empleado de la Tropical y pensionado de Ecopetrol: “Los comerciantes, ganaderos, agricultores, etc., liberales y conservadores regalaron sus productos al pueblo ya que así encontraban un medio de protección para sus vidas, bienes y familia.” Y ante la pregunta de Buenahora —“¿Y qué más puede contarnos acerca del 9 de abril?”—, responde: “Que a pesar de los abusos y desmanes iniciales a la revuelta, el pueblo pudo organizarse y establecer su propio control y gobierno, demostrando así una madurez política digna de destacarse” (Buenahora, s.f., p. 147). Se trata del control obrero y popular y el autogobierno.

Para el actor y memorialista, Gonzalo Buenahora, hay un aspecto conflictivo, deteriorante en la evaluación de tan importante gesta proletaria y popular, que se refiere a las muertes ocurridas durante los acontecimientos estimados. En la entrevista a Elías Pineda, éste considera que “Hubo venganzas de tipo personal. En Barranca no hubo más de quince muertos en esos días, generalmente por parte de individuos que se volaron de la cárcel”. Pero también, “Hubo saqueos en los mercados y los almacenes, pero fueron realizados por personas extrañas ya que Barranca era ya una ciudad cosmopolita.” Buenahora concluye afirmando que “eso es prácticamente inevitable en toda revolución” (Buenahora, s.f., p. 136 y 95).

Para el 19 de abril, cuando el movimiento ya había sido develado en Bogotá y el país, y después de una imponente manifestación de los trabajadores y el pueblo, en que desfilaron camiones con los cañones fabricados por los insurgentes, se pactó con los delegados de la dirección liberal, los gaitanistas Julio Roberto Ferro y Julio Ortiz Márquez y, de acuerdo con Díaz Callejas, “Esto prolongó el poder popular por diez días más, pues pasada la media noche del 28 de abril entró el ejército gubernamental… De inmediato, alcalde militar de verdad, policía de militares y policía de verdad… Represión” (Díaz Callejas, 1989, p. 131).

Para Mauricio Archila, el 9 de abril en Barranca constituye la expresión más formidable de una cultura popular a la ofensiva, y al mismo tiempo significa el inicio del fin del radicalismo (Archila, s.f., p. 186-187).

 


* Artículo de investigación. realizada en el marco del Doctorado de Historia de la Universidad Nacional de Colombia.

1Sobre el aspecto ver: A. García (1974). El concepto de “fantasma sindical” provenía de la afirmación que como ministro del Trabajo hizo Gaitán en 1943, sosteniendo que el movimiento obrero “carecía de espíritu revolucionario y que era lamentable que en el país hubiera apenas 93.000 sindicalizados” (citado en Molina, 1977, p. 188).

2Ver, nuevamente Molina (1977).

3Para una mirada documentada de las relaciones entre los comunistas y Gaitán ver: M. Medina (1980, p. 506-512). Una visión crítica y distante de la personalidad y actuaciones de Gaitán es la de J. Cordell Robinson (1976, p. 179).

4Ver: D. Arango (1996, p. 51 y 52).

5Ver: J. D. Henderson (1985).

6Ver: L. E. Valencia (1998, p. 23). El Memorial de agravios de enero de 1948 fue proyectado por Jorge Zalamea (Información suministrada para esta investigación por Alberto Zalamea).

7El balance de la huelga se encuentra en: I. Torres Giraldo (1974, tomo 3, p. 264-277 y tomo 5, p. 1).

8Ver: J. M. Martínez Fonseca (2007), donde está publicada una copia de la Convención.

9Ver del mismo autor (1990-1991, p. 145-184).

10 Es mi convicción, que en el crimen de Gaitán la autoría material la ejerció con mayor probabilidad Juan Roa Sierra, pero está lejos de ser un crimen aislado y se ubica, más bien, en un complot de vastas ramificaciones entre quienes veían en el muy probable triunfo de Gaitán un peligro para sus intereses económicos, sociales y políticos.

11 Una narración de los hechos en: A. Alape (1983). El autor dice: “La bibliografía que consultamos y que a continuación transcribimos, es la más completa en lo que hace referencia al periodo político de 1946-1948. En cuanto al Bogotazo se recogió exhaustivamente lo publicado en libros y revistas. Además se hizo un seguimiento sistemático de editoriales y noticias, de las versiones partidistas, las notas biográficas y los testimonios de distintas personalidades políticas sobre los sucesos del 9 de abril y sobre la persona de Jorge Eliécer Gaitán, aparecidos en los periódicos y revistas del país entre 1947 y 1982, con el fin de tener una información adecuada sobre los antecedentes y consecuencias I del acontecimiento. Después de 1948 se tomó como punto central para buscar la documentación, los aniversarios del 9 de Abril. También contiene esta bibliografía amplias referencias a la historia política colombiana desde 1930 hasta 1948. Y: Esta documentación se podrá consultar en el Centro Cultural Jorge Eliécer Gaitán, que la adquirió como parte del fondo sobre historia política contemporánea” (p. 635 y 629).

12 Para una versión oficial privilegiada, ver: J. Estrada Monsalve (1948).

13 Además Caballero da está apreciación historiográfica a propósito del libro de Braun: “Debo decir que todo lo que yo pensaba desordenada y vagamente sobre el Gaitán y el 9 de abril, y que me proponía ordenar en este artículo, está magníficamente dicho en este libro. Para entender lo que Gaitán representó y sigue representando en este siglo en Colombia es imprescindible leerlo. Y hay que leer también, claro está, a J. A. Osorio Lizarazo. Su apasionada biografía de Gaitán, pero, sobre todo, sus novelas” (p. 80).

14 Ver el estudio de R. Sharplees (1978), seguido por Braun. Otra biografía en: A. Zalamea (1999). Para un testimonio de la relación de Gaitán con su familia, ver: G. Gaitán Jaramillo (1998).

15 Ver: C. A. Charry Joya (2006, p. 167).

16 Ver: G. Sánchez Gómez (1983, p. 32-42).

17 Las regiones estudiadas son: 1. Valle del Cauca, 2. Viejo Caldas, 3. Antioquia, 4. Tolima, 5. Ibagué, 6. Cordillera norte del Tolima, 7. Sur del Tolima, 8. Sumapaz, 9. Santander, principalmente Barrancabermeja.

18 Para una ampliación de dicha caracterización ver las conclusiones de la obra de C. E. Jaramillo (1983, p. 148).

19 Ver: G. Sánchez Gómez (1984).

20 Fabio Rodríguez Villa realiza una descripción de los sucesos de Barrancabermeja del 9 de abril y días posteriores en su obra Petróleo y lucha de clases en Colombia (1975, p. 49).

21 La obra contempla una historia social cultural de Barranca desde abajo, incluyendo el 9 de abril.

22 Julio 24 de 1948.

23 El texto de Mahecha apareció en El Espectador, el 15 de octubre de 1927.

24 Una recuperación de Biófilo Panclasta es la realizada por O. Villanueva Martínez (1999). Ver, asimismo, A. Gómez (1980).

25 Ver: Jornada, 9 y 21 de enero de 1948.

26 Rabona era una figura de caimán con la cual los trabajadores simbolizaban la huelga.

 


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