SUMARIO
Introducción. 1. El problema de la deferencia ciega. 2. Los atajos democráticos en el ámbito global. 3. Concepciones ideales y no-ideales de la democracia. Referencias.
INTRODUCCIÓN
En su libro, Cristina Lafont parte de tres concepciones de la democracia aparentemente controvertidas, a saber: profundamente pluralista1, puramente epistémica2 y lotocrática3. Las tres concepciones alternativas, según Lafont, conducen a la deferencia ciega que es incompatible con el ideal de autogobierno, pues bajo condiciones de deferencia ciega la sociedad carece de mecanismos para controlar e impugnar las decisiones políticas que la coaccionan. Sobre esta base, Lafont defiende una cuarta concepción de la democracia -la concepción participativa de la democracia deliberativa-, considerando fundamental la participación ciudadana para promover un genuino autogobierno colectivo. Para ello, tiende un puente entre las perspectivas participativa y deliberativa de la democracia que coloca como piedra fundamental del Estado al principio de autogobierno, pero sin dejar de preguntarse a lo largo del libro, y especialmente al final del mismo, por los aspectos globales de la participación política.
En este artículo me centro en estos aspectos globales de la participación democrática. Esta empresa se justifica porque en el ámbito global los problemas locales o estales se tornan más graves -pensemos en la reciente pandemia de Covid-19 o en el acuciante cambio climático-, siendo escasa la posibilidad tanto de participación democrática como también de control democrático. Esto es así, principalmente, porque no existe una democracia global, pero también porque los mecanismos previstos en las instituciones internacionales de alcance global se caracterizan por ser opacos y remotos a los ciudadanos. Esta situación se torna más grave aun para aquellos ciudadanos que viven en estados no representativos4 y se ven imposibilitados de hacer valer su voz en asuntos globales que afectan su vida cotidiana5.
En el proceso de toma de decisiones internacionales con alcance global prima la deferencia ciega. Esto es así porque los ciudadanos no tienen más alternativa que someterse ciegamente a las largas y opacas cadenas de delegación hacia los representantes de los Estados, perdiendo de esta manera tanto la influencia, por lo largo de las cadenas, como el control, por su opacidad.
Es en los últimos años que, ante la ausencia de una democracia global, se han puesto en marcha diversos mecanismos de innovación democrática a nivel global6 para mitigar la falta de participación de los ciudadanos, que produce, entre otras cosas, falta de confianza en las instituciones y sus representantes y falta de legitimidad democrática. La mayoría de estas propuestas institucionales han pretendido dar a la ciudadanía un tipo de participación en la resolución de problemas globales. Como veremos más adelante, estas propuestas de innovación democrática, ya sea a través de mini-públicos o de mecanismos de inteligencia colectiva7, han tomado creciente protagonismo en el ámbito global como un modo transicional de hacer valer la voz de los ciudadanos ante la carencia de puntos de entrada al sistema democrático, o bien, ante las largas cadenas de representación ya mencionadas. Los mini-públicos, en particular, son herramientas que pertenecen al grupo de innovaciones participativas8, o innovaciones políticas, como las llama Lafont (p. 175). Estos "ofrecen un espacio para la deliberación cara a cara de alta calidad en el que los participantes reciben información equilibrada sobre alguna cuestión política importante, están expuestos a diversas perspectivas sociales pertinentes y tienen la oportunidad de sopesar los argumentos y razones 'a favor y en contra' para llegar a un juicio considerado"9.
Ahora bien, de acuerdo con las críticas de Lafont hacia los mini-públicos, especialmente en el capítulo 4, podría pensarse que estos u otras propuestas de innovación democrática crean un tipo de atajo antidemocrático10 ya que conducen a la deferencia ciega. Sin embargo, según el argumento que defenderé aquí, esto no es así: no todos los atajos son antidemocráticos, precisamente porque no todos ellos conducen a la deferencia ciega.
Ahora bien, según Lafont, los mini-públicos tendrían una triple función ex ante: informar, anticipar y visibilizar. (1) Informar implica diseminar la información suficiente para que los ciudadanos sean capaces de identificar aquellas políticas cuyo impacto potencial en bienestar, derechos fundamentales e intereses es muy relevante. En cuanto a la función de (2) anticipar, por otro lado, los mini-públicos podrían anticipar lo que los ciudadanos pensarían si supieran qué es lo que está en juego y que por alguna razón no está en el radar del ciudadano. Finalmente, y esta es su tercera función, los mini-públicos darían (3) visibilidad a las decisiones que ahora quedan fuera del radar ciudadano del saber qué es lo que es su interés saber. A través de estas tres funciones, los mini-públicos mejorarían la posibilidad de control democrático. Sin embargo, sostener que el uso de mini-públicos mejoraría la posibilidad de control democrático colapsa, aparentemente, con lo sostenido por Lafont de que corresponde a un ideal democrático evitar los atajos a la participación. Para ser clara, a lo que Lafont se opone es a la posibilidad de que algunos atajos se utilicen de manera que sustituyan, es decir que eliminen o bloqueen, la posibilidad de que la gente delibere en la esfera pública. Allí donde potencialmente las personas podrían participar en la esfera pública mediante la deliberación democrática, la implementación de los mini-públicos coartaría esa posibilidad. Sin embargo, es en la ausencia de una esfera pública global participativa y deliberativa que los mini-públicos pueden aportar materiales para empezar a construirla (precisamente porque informan, anticipan y visibilizan). De esta manera, los mini-públicos -u otro tipo de innovaciones similares- consiguen dar forma a una esfera pública en que pueda deliberarse sobre asuntos globales, haciendo de esta manera menos probable la deferencia11.
Si bien Lafont sostiene que los mini-públicos y otras innovaciones democráticas nos conducen de la deferencia a la deferencia ciega, y nos alejan del ideal democrático de autogobierno, esto no es así, o mejor dicho, depende del contexto12. Como muestro de aquí en adelante, en algunos contextos los mini-públicos y otras herramientas de innovación democrática hacen la deferencia menos ciega de cuanto lo es efectivamente. Uno de esos contextos es el contexto de la toma de decisiones sobre los asuntos globales, ya que no tenemos ningún sistema democrático de toma de esas decisiones. La democracia está llena de atajos13, y estos no son necesariamente malos o inútiles, pero especialmente, no todos constituyen formas no-ideales de participación. Para fundar mi objeción explicaré que, si aceptamos la tradicional distinción entre la concepción ideal y no-ideal de democracia14, así como también la distinción entre estado de cosas como fin (como objetivo) y una teoría de transición15, podemos igualmente aceptar una serie de atajos: aquellos destinados a resolver problemas de índole práctica identificados con la concepción no-ideal de la democracia, en nuestro caso, problemas prácticos globales.
1. EL PROBLEMA DE LA DEFERENCIA CIEGA
He mencionado que de acuerdo con Lafont podría pensarse que los mini-públicos crean un atajo antidemocrático ya que conducen a la deferencia ciega. La deferencia ciega consiste en deferir ciegamente16 las decisiones a otros. Esto, de acuerdo con Lafont, implica aceptar "la posibilidad de que si existe un desajuste permanente entre las creencias y actitudes de la ciudadanía y las leyes y políticas a las que están sujetos, menos afines son dichas concepciones y propuestas al ideal democrático de autogobierno" (p. 7). Así, la deferencia ciega es contraria al ideal que la autora persigue en su libro, el cual consiste en recuperar una aproximación participativa a la deliberación democrática. Recuperar el control de los ciudadanos sobre las decisiones políticas que afectan sus vidas es crucial bajo cualquier entendimiento posible del ideal democrático.
El control democrático es central en la propuesta de Lafont, pues es a través del mismo que los ciudadanos tienen la capacidad efectiva de configurar las políticas a las que están sujetos, e identificarlas como propias. Sintéticamente: si se requiere o espera que la ciudadanía defiera ciegamente las decisiones políticas, se produce una incompatibilidad con el ideal democrático de autogobierno, ya que este demanda o aspira al apoyo ilustrado o considerado de toda la población sujeta a coerción. Como la autora explica, la expectativa de deferencia ciega "es esencialmente incompatible con el ideal democrático de autogobierno" (p. 7).
Esto, como he mencionado, es aún más preocupante en el ámbito global, en el cual la deferencia ciega parece ser la regla que prevalece en las organizaciones internacionales con impacto global donde las decisiones son opacas y remotas para los ciudadanos. Estas carencias son parte de, lo que llamo, "las circunstancias de la globalización"17, donde no existen mecanismos participativos y deliberativos de calidad, y en los que las innovaciones democráticas pueden jugar un papel constructivo al evitar o reducir la deferencia ciega. Estas circunstancias de la globalización se oponen a lo que podríamos llamar "las circunstancias de democracia razonable", en las que ya existen algunos mecanismos de participación y deliberación, cuya mejora podría ser obstaculizada por los atajos.
En la dirección de las circunstancias de la globalización, Nanz y Steffek explican:
La gobernanza internacional es remota para los ciudadanos, sus procesos son opacos, y está dominada por diplomáticos, burócratas y especialistas técnicos. Aunque los actos jurídicos fundacionales de la gobernanza internacional están frecuentemente sujetos a procesos de ratificación nacionales, sus normas y estándares cotidianos son negociados por expertos no elegidos, y por funcionarios gubernamentales. Se juntan detrás de puertas cerradas, libres de la intrusión habitual de representantes públicos y grupos de interés en sus procesos de toma de decisiones. Las organizaciones internacionales no aseguran información adecuada a los ciudadanos interesados (corrientes) ni hay suficiente debate público sobre sus decisiones de política pública18.
Si en el ámbito estatal nos asombramos de la decreciente posibilidad de control de los ciudadanos sobre las decisiones políticas, es en el ámbito global donde la perspectiva se torna inversa y el problema acuciante, dado que la línea de base es la falta de control de los ciudadanos a los actores que toman decisiones en su nombre, y la excepción es la posibilidad de acceder a cierto tipo de influencia o de control, dado que el derecho internacional -tanto en general como aquel que tiene influencia global- aún concibe como fuente suficiente de legitimidad de las normas un tipo muy débil del consentimiento de los Estados19. La consecuencia de esta impermeabilidad democrática del derecho internacional es que una gran parte de su producción normativa continúa produciéndose de forma remota con respecto a los ciudadanos y rindiendo cuentas de un modo muy indirecto a los mismos. Ahora bien, esto no implica que no haya un interés efectivo por parte de los ciudadanos de participar en la toma de decisiones globales. Casos como Urgenda20, o las asambleas o las redes globales, nos demuestran que los ciudadanos quieren hacer oír su voz incluso cuando los puntos de acceso al sistema se encuentren cerrados o no existan.
La cuestión aquí es que, aunque una situación como la descrita puede darse en la política de educación o en la política sanitaria, las decisiones internacionales son especiales por al menos dos razones. La primera es el contexto. Las políticas en materia de educación, vivienda o sanidad se deciden en el contexto en que los ciudadanos viven, en el idioma en el que los ciudadanos conducen su vida diaria, y normalmente con algún grado de conocimiento o debate público o de control por parte de los interesados. Por el contrario, gran parte de las decisiones que se toman en el ámbito internacional se producen bajo las condiciones opuestas. La segunda razón es la posibilidad de control. De nuevo, cuando se toman decisiones sobre educación, vivienda o sanidad, los ciudadanos que viven en Estados democráticos tienen, en mayor o menor medida, oportunidades de hacer que sus representantes rindan cuentas de sus decisiones. Sin embargo, cuando nos movemos al ámbito internacional, esta opción parece no estar disponible dada la opacidad de los procesos de toma de decisiones, o lo que Christiano llama la variante secreta del problema de la representatividad21. Un problema extra involucra a los ciudadanos que transcurren su vida en Estados no representativos. Si, para los ciudadanos de Estados representativos, la posibilidad de influencia y control es altamente indirecta y lejana, en el caso de los ciudadanos de Estados no representativos esta posibilidad es casi inexistente.
2. LOS ATAJOS DEMOCRÁTICOS EN EL ÁMBITO GLOBAL
En los últimos 10 años, la literatura acerca de cómo alcanzar la democracia global se ha desarrollado en diferentes direcciones. Se han planteado diversas formas institucionales de cómo debería verse una democracia global, desde proponer una república global22 constituyendo un parlamento global, una demoicracia transnacional23, una democracia transnacional24, una red constitucional25 o una estructura global basada en redes26. Sin embargo, mientras la discusión de cómo democratizar la toma de decisiones globales se enriquece, la democracia global se constituye como un desafío a largo plazo que no es posible alcanzar de un día para otro.
En el contexto de un déficit democrático27 respecto a la toma de decisiones más allá del Estado, o, dicho de otra forma, ante la ausencia de instituciones democráticas globales, en los últimos años se han puesto en marcha varios atajos como parte del movimiento de innovaciones democráticas28. Estos atajos tienen como finalidad darle un espacio de participación a la ciudadanía, intentando, entre otras cosas, mitigar los problemas de legitimidad y de falta de confianza en sus representantes29. En el ámbito global en particular, la mayoría de estas propuestas institucionales, ya sea bajo la forma de mini-públicos globales, jurados de ciudadanos, encuestas deliberativas, asambleas ciudadanas u otras formas de arreglos lotocráticos o soluciones de expertos, han pretendido dar a la ciudadanía un tipo de participación democrática en la resolución de problemas globales. Por ejemplo, en los últimos años se han llevado a cabo la Asamblea mundial de ciudadanos sobre la edición del genoma, la Consulta mundial sobre el clima y la energía, y la Consulta mundial sobre la biodiversidad.
Sin embargo, la idea de un atajo democrático no es justificable desde el punto de vista de un ideal normativo de la democracia deliberativa, como tampoco desde el punto de vista de la reivindicación rousseauniana en la que Lafont asienta su ideal participativo donde todos los ciudadanos puedan considerarse como autores de las normas que rigen su vida, es decir, puedan identificarlas como propias30. Ahora bien, Lafont no se opone a cualquier tipo de atajo, se opone a aquellos "que pasen por alto la deliberación pública sobre decisiones políticas". Como dice la autora, tomar tales atajos "erosionaría aún más el compromiso fundamental del ideal democrático de autogobierno, a saber, el de garantizar que todos los ciudadanos puedan apropiarse e identificarse por igual con las instituciones, leyes y políticas a las que están sujetos" (p. 3). Sintéticamente, se opone a, lo que llamaré, "atajos sustitutivos", aquellos atajos que actúen como sustituto de los ciudadanos deliberando en la esfera pública.
Su oposición resulta más clara si revisamos la nota al pie 12, donde Lafont explica que los atajos que discute en su obra son aquellos que
... se ofrecen como soluciones a problemas presuntamente insuperables, como la superación de desacuerdos sustantivos (pluralistas profundos), la superación de la ignorancia de los ciudadanos (epistócratas) o la mejora de la calidad de la deliberación entre la ciudadanía (lotócratas deliberativos). El objetivo de demostrar que ninguno de los atajos propuestos puede realmente cumplir su promesa es conseguir que los teóricos de la democracia dejen de buscar soluciones fáciles y busquen, en cambio, soluciones innovadoras a los problemas reales que se esconden tras los actuales déficits democráticos. No se trata de un mensaje idealista u optimista. Al contrario, es la comprensión realista de que ninguna otra cosa puede funcionar.
Esta afirmación nos lleva a revisar la distinción entre teoría ideal y no-ideal. Mientras la afirmación de la autora se desenvuelve en el plano ideal de la teoría democrática, del ideal democrático de autogobierno31, las innovaciones de participación democrática, por ejemplo, se desenvuelven mayormente en el plano de la teoría no-ideal, y en este sentido, parte de los problemas prácticos globales que aspiran a resolver pertenecen al ámbito de la teoría no-ideal.
3. CONCEPCIONES IDEALES Y NO-IDEALES DE LA DEMOCRACIA
Una gran parte de las propuestas sobre teoría democrática se presentan como contribuciones a la teoría ideal. Esta última es aquella parte de la filosofía política que distingue los principios y valores que rigen a las instituciones sociales y políticas ideales, mientras que la teoría democrática no-ideal se presenta como aquella que especifica un cierto diseño institucional representado por los derechos y deberes de los actores institucionales, en circunstancias potencialmente alejadas de cualquier ideal moral o político32. Los ciudadanos, tanto a nivel global como también en diferentes Estados, se enfrentan a diversos retos en cuanto a sus posibilidades de control democrático. Habrá ciudadanos que, aunque altamente indirectos -o con varios grados de deferencia ciega, en los términos de Lafont-, encontrarán mecanismos de representación en el ámbito internacional; otros que no encontrarán espacios de participación o control disponibles, como también ciudadanos de Estados no democráticos que no contarán con ninguna de estas opciones. Algunos de estos retos, como el de la representación y participación en el ámbito internacional, pueden estar presentes en las democracias ideales porque son inherentes al ideal de la democracia, mientras que otros, como aquellos que atañen a las políticas de cambio climático, son desafíos del ámbito de la teoría no-ideal provocados por un contexto institucional problemático.
En este sentido, los ideales democráticos, bajo la forma de valores y principios, deberían informar el diseño de las instituciones en circunstancias no-ideales, y es aquí donde notamos que el ideal normativo de la democracia deliberativa no es incompatible con la existencia de ciertos atajos. De hecho, y esta es mi crítica a Lafont, no solo no es incompatible, sino que en ciertos casos pueden hacer menos ciega a la deferencia. La teoría ideal y no-ideal se ha desarrollado hasta abarcar una serie de distinciones bastante diferentes entre sí33.
A partir de aquí muestro que la preocupación de Lafont acerca de los atajos no tiene sentido desde el ideal normativo34, tanto si uno adopta la distinción tradicional entre concepción ideal y no-ideal de democracia, como también si adopta la distinción entre estado de cosas como fin (como objetivo) y una teoría de transición35. En ambos casos los atajos que podemos aceptar y que, como creo, pueden hacer menos ciega a la deferencia son aquellos destinados a resolver problemas de índole práctica identificados con ambas concepciones no-ideales de la democracia.
Así, la teoría ideal establece un objetivo a largo plazo para la reforma institucional, que en nuestro caso sería alcanzar una democracia global. La teoría no-ideal, por otro lado, "se pregunta cómo se puede alcanzar este objetivo a largo plazo, o cómo se puede trabajar para conseguirlo, normalmente en pasos graduales"36. Dejando de lado la discrepancia entre la prioridad lógica entre una teoría y otra37, la participación de los ciudadanos en la deliberación de asuntos públicos globales es parte de la transición a la participación global. Dicho de otra forma, si nuestro ideal a alcanzar es una democracia global genuinamente participativa38, la transición hacia ella incluye ciertos atajos sustitutivos.
Ahora bien, la democracia está llena de atajos sustitutivos. Estos no son necesariamente malos, ni constituyen necesariamente formas no-ideales de participación. Estos atajos, como por ejemplo los mini-públicos, que se llevan a cabo para intentar encontrar soluciones que reduzcan el impacto del cambio climático, las innovaciones democráticas que utilizan arreglos lotocráticos, soluciones diseñadas por expertos, o los ombudsman que representan a las generaciones futuras, son arreglos institucionales destinados a resolver problemas de índole práctica identificada con la concepción no-ideal de la democracia. Asimismo, y tomando la distinción ideal/no-ideal entre estado de cosas como fin (como objetivo) y una teoría de transición, podemos ver que los atajos globales se enmarcan en esta última.
Es así que la democracia global es un desafío a largo plazo que requiere de una transición desde las actuales estructuras de gobierno a una estructura de gobierno global. Cabe hacer dos observaciones preliminares. En primer lugar, la idea que subyace a esta transición es una idea cosmopolita, en la que las personas se perciben a sí mismas como miembros de una única comunidad global, con interés y sensibilidad por lo que les ocurre a otras personas, incluso en lugares distantes. En segundo lugar, como muestra el ejemplo del caso Urgenda, la participación ya existe en los asuntos globales, aunque es contingente, esporádica y espontánea. Por ello, los atajos son relevantes para asegurar la participación y hacer necesaria, permanente y relevante la participación contingente, esporádica y espontánea. También contribuyen a generar puntos de participación en lugares donde la participación o el control no son accesibles a los ciudadanos.
Estos atajos sustitutivos globales son valiosos, ya sea en forma de mini-públicos u otro tipo de innovación participativa, como aquellas basadas en inteligencia colectiva, como por ejemplo CrowdLaw. De hecho, aquellos atajos que utilizan las nuevas tecnologías podrían tener un impacto positivo en la democracia, dado que podrían apoyar y convertirse en una fuente de la misma al aumentar el poder de agregación; pueden fortalecer nuestra inteligencia colectiva y nuestros procesos de deliberación y colaboración39. Estos atajos hacen posible la interacción y el entrelazamiento de las esferas formal e informal, ya que "los ciudadanos pueden participar directamente en las deliberaciones institucionales y los procesos de toma de decisiones para contribuir a su calidad"40, dando lugar, contra el planteamiento de Lafont, a un compromiso directo de los individuos en los procesos de toma de decisiones.
Los atajos sustitutivos no se caracterizan por eludir o evitar el control de los ciudadanos, sino que, al contrario, actúan como puntos de entrada en el entramado global haciendo, en consecuencia, a la deferencia menos ciega; en este caso, habilitando espacios de participación que de otra manera son inexistentes pese a los varios reclamos ciudadanos para que su voz cuente. Desde una perspectiva participativa, la función de los mini-públicos no sería la de modelar las políticas en cuestión, sino la de mejorar la visibilidad de aquello que está en juego para así promover un debate público entre ciudadanos. Ejemplos como el cambio climático o los acuerdos internacionales de comercio nos hacen pensar en cómo los ciudadanos están desconectados de las decisiones que los afectan. Estas son las circunstancias de la globalización41, donde el nivel en el que las decisiones son tomadas es remoto, complejo y con largas cadenas de delegación, o bien directamente inaccesible para los ciudadanos.
Frente a ello es difícil encontrar algo más estimulante y desafiante que el propósito de "aumentar, en lugar de disminuir, la capacidad de los ciudadanos de participar en procedimientos de toma de decisiones que influyan efectivamente en el proceso político, de manera que este vuelva a ser receptivo a sus intereses, opiniones y objetivos políticos" (p. 10). Es así que Democracia sin atajos presenta una visión audaz de la democracia deliberativa y una crítica radical, pero constructiva, a los mini-públicos, ofreciendo una visión concreta y una reivindicación de una democracia deliberativa participativa que mantenga nuestros ojos en la meta macrodeliberativa (p. 17).
El debate normativo que plantea Cristina Lafont en torno al papel de los mini-públicos en los sistemas democráticos tiene sin lugar a dudas impacto en el aspecto práctico de una democracia participativa y deliberativa. Lafont aboga por la aceptación como propias de las leyes y políticas por parte de todos los sujetos a ellas, posicionándose en contra de aquellos atajos que de una forma u otra exigen una deferencia ciega al juicio de los demás (pp. 4-8). Sin embargo, como he planteado en este trabajo, en determinadas circunstancias (i.e., cuando no existen mecanismos participativos ni deliberativos) algunos atajos pueden servir precisamente para introducir algo de participación y de deliberación y hacer a la deferencia menos ciega de cuanto lo es efectivamente, especialmente en las circunstancias de la toma de decisiones sobre los asuntos globales. Como he argumentado, esto es especialmente claro si aceptamos la tradicional distinción entre la concepción ideal y no-ideal de democracia, así como también la distinción entre estado de cosas como fin (como objetivo) y una teoría de transición. Esta distinción nos muestra que podemos también aceptar atajos y que estos sean democráticos. En este caso, atajos sustitutivos destinados a resolver problemas de índole práctica identificados con la concepción no-ideal de la democracia, en nuestro caso, problemas prácticos globales.
Una vez que aceptamos este argumento, al teórico de la democracia se le abre un camino desafiante: explorar la cuestión de la transición a una democracia global. En este camino, se vuelve crucial hacerse al menos dos preguntas. La primera consiste en interrogarse por el rol que las innovaciones democráticas en general, y los mini-públicos en particular, tendrán frente a retos globales -como el cambio climático-, teniendo en cuenta que los mismos deben ser enfrentados eficaz y eficientemente desde la democracia deliberativa. La segunda pregunta se refiere a cómo las innovaciones democráticas -o atajos, en términos de Lafont- aportarán a la construcción de la legitimidad democrática del sistema global de toma de decisiones. Dicho de otra manera, es relevante preguntarnos cómo diseñar las instituciones globales para que no repliquen a las instituciones democráticas que tenemos a nivel estatal y puedan, en cambio, desarrollar capacidades como el pensamiento a largo plazo, la reflexividad institucional y la adaptación a la deliberación en línea.