Introducción
Corea del Sur experimentó importantes cambios sociales para finales del siglo XX y principios del siglo XXI. Junto con la modernización y la democratización, la tasa de participación de las mujeres en el mercado laboral pasó de un 35.6 % en 1980 a un 50.3 % en 2006 (Heo y Roehrig, 2010). Pese a que los indicadores estadísticos daban cuenta de la evolución de la sociedad, las mujeres no percibían un cambio radical en sus cotidianidades. En la interacción con los otros, se visualizaban a sí mismas dentro de un terreno desigual que limitaba su agencia. Aunque las instituciones estatales promovían cambios, en las instituciones sociales parecían prevalecer los valores que propiciaban las desigualdades de género (Kwon y Doellgast, 2018).
Kim Ji Young, nacida en 1982 (Cho, 2019) es un libro, más que literario, sociológico. Es la historia de una mujer que, al vivir una depresión posparto, comienza a actuar como su madre y una amiga cercana. El libro describe su trayectoria, sus experiencias y las de quienes la acompañaron. Las vivencias de la protagonista, aunque parecen particulares, se contextualizan mediante el uso de datos reales, con el propósito de exponer las normas sociales y los retos ante los que debieron enfrentarse las mujeres nacidas durante la década de los ochenta. Ella es un reflejo de las mujeres de su generación, alguien con quien el lector se puede identificar, porque ve en ella una representación de su identidad y su individualidad en un mismo sentido.
A través de la historia de Kim Ji Young es posible observar la contraposición entre la mirada microscópica de las interacciones y la telescópica de las reformas institucionales. En un apartado del libro, la protagonista realiza una reflexión en la que se pregunta si los marcos institucionales regulan los valores de las personas o, por el contrario, son los valores los que regulan las instituciones (Cho, 2019, p. 77). Aunque la protagonista se refiere a las leyes que se establecen para darle una respuesta a un fenómeno social, la pregunta más interesante surge a partir de la dualidad de la experiencia social, la cual es construida, por un lado, a través de las instituciones sociales y, por otro, de la individualidad de los actores.
Tomando la premisa anterior como hilo conductor, en este escrito se realiza un breve análisis sociohistórico a partir de la vida de Kim Ji Young y las generaciones de mujeres que le antecedieron. Para lograr dicho objetivo, se combinaron los aspectos retratados en el libro con datos y teorías sociológicas que permiten comprender el contexto en el que cada una de ellas se socializó. Las tres mujeres, si bien son personajes ficticios de una pieza literaria, son, también, un reflejo de las problemáticas y las inquietudes que se entretejen dentro de una típica familia coreana, por lo que es posible ver retratada la realidad social en la que se sitúan. En este sentido, para este análisis, se tomará cada una de ellas como una herramienta para estudiar las transformaciones sociales en Corea del Sur.
La fabricación de individuos: las mujeres de mitad del siglo XX
Antes de que se propusiera un proyecto modernizador, la mayor parte de la población coreana vivía en las zonas rurales y la sociedad se regía por los principios confucionistas, los cuales promovían el matrimonio y afianzaban los roles sociales tradicionales (Yang, 2012; Kuznets, 1981). La familia se presentaba como una institución que dictaba el orden social, la integración política y el desarrollo económico en una misma vía (Chang, 1997). Los roles preestructuraban las acciones, por esta razón, se podía observar una ratificación constante de la división social del trabajo tradicional, en la cual, la mujer se dedicaba al cuidado del hogar y el hombre era quien trabajaba1 (Chang y Lee, 2006).
A pesar de que este era el parámetro para las familias de la época, la abuela de Kim Ji Young no solo cuidaba del hogar, sino que también proveía el sustento económico. Ella mantuvo a su familia, pero descuidó a sus hijos, por lo que el sentimiento de culpa la gobernaba. Esto se describe en el texto de la siguiente manera: “De los cuatro hijos que sacó adelante en aquellas circunstancias, el único que se comparaba como tal era el padre de Kim Ji Young, pero ella se consolaba justificando la penosa y vana situación” (Cho, 2019, p. 13). En su trayectoria es posible observar la interiorización de los valores tradicionales, pues, al ser la mujer quien asume la tarea de criar a los hijos, es ella, en última instancia, quien asume la responsabilidad cuando ellos no superan las expectativas. A pesar de que parece que nadie cuestionaba la forma en la que se forjaron las trayectorias de sus hijos, la abuela de Kim Ji Young debía consolarse a sí misma, por no haber cumplido con su función de la manera en que esperaba hacerlo.
Para sentirse mejor consigo misma, encontraba consuelo al recordar que había cumplido con su rol al dar a luz a cuatro hijos varones. Según los valores sociales que forjaron la trayectoria de la generación que representaba, los hombres poseían una posición jerárquica mayor que las mujeres, porque eran quienes llevaban el peso del linaje (Das Gupta et ál., 2003). Esto producía un efecto en cadena, en el que las mujeres al casarse pasaban a ser parte del linaje de su esposo, por lo que su contacto con su familia de nacimiento se reducía (Kwon y Doellgast, 2018).
La preferencia por los hijos varones, aunque se remonta a la época de las antiguas dinastías (Chang, 2017), predominó a través del tiempo. En el caso de los roles sociales asumidos en el trabajo, instituciones externas a la familia han ido modificando sustancialmente las relaciones sociales; el mercado, por ejemplo, es uno de los grandes motivadores para que las mujeres accedan al trabajo formal. No obstante, en el caso del linaje, la familia tiene una preponderancia mayor en los cambios sociales, porque ha sido la institución social con mayor incidencia en la historia de Corea del Sur (Chang, 2010). Esta es la razón por la cual, la abuela de Kim Ji Young es quien ejerce más presión sobre la madre de esta, para que cuide y conciba a un hijo varón.
El hecho de que la sociedad patrilineal haya perdurado, no significa que la sociedad no haya cambiado. Es posible que para la época en la que la abuela de Kim Ji Young dio a luz, mantener el linaje fuera importante. Sin embargo, al vivir la inestabilidad económica después de la Guerra de Corea, las mujeres comenzaron a preocuparse más por su futuro cuando no pudieran cuidar de sí mismas. Más allá de la perdurabilidad del linaje, preferían tener hijos varones porque consideraban que eran quienes las podían mantener económicamente durante su vejez (Das Gupta et ál., 2003). Este fenómeno se puede observar en los relatos de la abuela de Kim Ji Young y su forma de expresar la felicidad por haber concebido hijos varones: “Gracias a que tuve cuatro varones, ahora no me faltan comida y cama caliente, pues un hijo me las da” (Cho, 2019, p. 13). Las mujeres de su generación no se encontraban en un estado completo de sosiego frente a aquello que la sociedad les presentaba. Leían la realidad que las rodeaba y tomaban decisiones a partir de ella.
Para cada sociedad en la que los roles y la interiorización de los valores son fijos, existen sujetos2 que actúan y responden de acuerdo con los lineamientos que esta les presenta. Hasta el momento pareciera que la generación de la abuela de Kim Ji Young vivió en una sociedad de sujetos. No obstante, es preciso señalar que ella, en sus últimos años de vida, vivió la modernización. Es decir que, pese a que su proceso de socialización3 se dio en una sociedad tradicional, sus experiencias también se desarrollaron en un entorno de cambios estructurales.
La modernidad en Corea del Sur, a pesar de sus diferencias contextuales con Occidente, surgió como una réplica del proceso que vivieron las sociedades occidentales, con la diferencia de que la industrialización masiva llevó al surgimiento y la consolidación rápida del capitalismo industrial (Chang, 2010). Esto supuso la configuración de procesos en los que se esperaba que las mujeres tuvieran una mayor incursión en la vida política, económica y social. La modernidad, al igual que en otros Estados nación modernos, trajo consigo una preocupación a causa de la existencia, cada vez más latente, de individuos con la opción y la obligación de ser libres, porque se espera que sean progresivamente más iguales (Tocqueville, 1985). En este sentido, junto con las nuevas dinámicas planteadas por la modernidad, no solo los procesos sociales se complejizaron, sino también las experiencias de aquellos que se forjaban en esos escenarios: los individuos.
La generación de la abuela de Kim Ji Young fue testigo de la consolidación de las ciudades, el surgimiento de los chaebol4 y, en términos generales, la industrialización. Ella vio cómo la agricultura pasó de ser el sustento de la economía nacional a solo ser un soporte de la industria (Kim y Vogel, 2011). Por su parte, la madre de Kim Ji Young, a diferencia de su suegra, era una mujer que se encontraba en constante ambivalencia. No actuaba en contravía de aquello que le decía su suegra, pero reflexionaba frente a los valores tradicionales y el entorno social que la rodeaba. Su generación fue testigo de los mismos cambios que la generación anterior, pero a una edad más temprana. Por esta razón, si se hace un símil entre ambas, es posible observar cómo la madre de Kim Ji Young es más individuo que su suegra por cuanto se cuestiona e interpreta su realidad en función de la multiplicidad de valores, tanto modernos como tradicionales.
En las sociedades modernas de Occidente, instituciones sociales como la familia comienzan a perder importancia en cuanto el capitalismo industrial se instaura. Sin embargo, en Corea del Sur la mayoría de la población debió depender de sus familias, por encima de las políticas del Estado, para obtener una sostenibilidad durante los cambios económicos y políticos turbulentos (Chang y Song, 2010). Los chaebols, trabajadores migrantes que llegaron a las zonas urbanas y aquellos que comenzaron a emprender negocios veían en su familia un refugio. El orden social era dictado aún por la familia, pero la multiplicidad de experiencias y valores que la modernidad trajo consigo llevaron a la construcción de individuos con experiencias disímiles dentro de estructuras sociales comunes.
La familia y las mujeres, específicamente, fueron quienes vivieron los cambios apresurados y, paradójicamente, es a través de ellas que se comenzaron a observar las yuxtaposiciones entre los valores tradicionales y los modernos (Chang, 1997; Chang y Song, 2010). Con el proyecto modernizador, el Gobierno comenzó a instaurar la política antinatalista que promovía los métodos de planificación familiar. Estos no solo sirvieron como medio para disminuir la tasa de natalidad en una escala institucional, sino que las mujeres comenzaron a usarlos para materializar sus deseos y oponerse indirectamente a los adultos mayores (sus padres, suegros, etc.). A través de ellos encontraron una manera de ser independientes y, dentro de los límites que la sociedad les planteaba, encontrar su autonomía (Bae, 1999).
Aunque muchas percibían los métodos anticonceptivos como un espacio para expresar su inconformismo frente a los valores tradicionales, en paralelo existían algunas mujeres, como la mamá de Kim Ji Young, que acudían a métodos de planificación familiar para evitar tener hijas mujeres (Das Gupta et ál., 2003). Este era un mecanismo que no se presentaba como un patrón fijo para todas, sino como una herramienta usada e interpretada de diferentes formas por las mujeres de una misma sociedad.
Al existir un pluralismo de valores, las mujeres tenían la capacidad de reflexionar acerca de las normas y los roles sociales, mientras que también vivían dentro de sus márgenes. En el caso particular de la madre de Kim Ji Young, por ejemplo, es posible observar que, por un lado, desea que sus hijas forjen su propio destino, razón por la cual les compra un mapamundi para que perciban la multiplicidad de trayectorias que pueden llegar a trazar, pero, en paralelo, se decepciona y presiona a Kim Ji Young cuando concibe a una niña. Para quien lee sus acciones, parece ser incoherente, sin embargo, es el reflejo de la sociedad en la cual se forjó.
Creando sueños y expectativas a futuro: las mujeres de finales del siglo XX
La madre de Kim Ji Young logró estudiar en la escuela para obreras, porque se dijo a sí misma que “nunca tendría la oportunidad de convertirse en alguien si permanecía bajo la protección de sus amados parientes” (Cho, 2019, p. 17). En su caso, es posible observar que su deseo personal se encuentra desanclado de la familia, es decir, lo que deseaba ser o hacer era lograr el éxito por sus propios medios. El anhelo por la autonomía e independencia fueron los valores que forjaron a su generación y a la de su hija. Ambas vivieron la modernidad comprimida5 que trajo consigo la instauración de los valores modernos (Chang, 2010). Sin embargo, la generación de Kim Ji Young tenía un margen de acción mayor porque sus vínculos más cercanos permitían que se construyeran a sí mismas6 con límites menos acentuados que la generación anterior.
Kim Ji Young no vivió la transición, sino el asentamiento de la modernidad, ya que no conoció el mundo antes de la democratización7 y la modernización. Ella debió experimentar en las diversas etapas de su vida situaciones que la pusieron en desventaja por ser mujer o que consideraba injustas. Sin embargo, al unísono, las relaciones que entretejía con sus más cercanas le permitían reconocer y socializarse con figuras que expresaban sus inconformidades abiertamente. Su hermana contraargumentaba con su madre directamente cuando consideraba que actuaba injustamente, sus amigas expresaban su inconformidad por ser tratadas de manera diferenciada en la escuela, y sus compañeras de trabajo expresaban abiertamente su descontento con el ambiente laboral que no les permitía obtener ascensos.
Este es un fenómeno que no solo se observa en las interacciones y en la trayectoria de Kim Ji Young. En la sociedad, las condiciones de las mujeres y la igualdad de género comenzaban a ser debatidas. Por ejemplo, a nivel local existía una tendencia de las mujeres de clase media a expresar mayor preocupación por sus derechos y las causas humanitarias, lo que posibilitó que se consolidaran los movimientos de mujeres independientes (Nam, 2010; Nam, 2000). A nivel nacional había un interés más notorio por plantear políticas direccionadas a la mejora de las condiciones de las mujeres, razón por la cual se construyó el Instituto de Desarrollo de las Mujeres Coreanas (한국여성정책연구원) (Nam, 2010; Choe y Kim, 2012) y, a nivel global, después de que las Naciones Unidas declarara el decenio comprendido entre 1975 y 1985 como “la década de la mujer”, era posible observar cómo los organismos internacionales ejercían presión hacia los países miembros para que se acogieran a las agendas que promovían la igualdad de género (Nam, 2000).
Esta apertura de espacios y horizontes permitió que, a diferencia de la generación que le antecedió, para la generación de Kim Ji Young el mecanismo a través del cual podían exponer sus ideas no era un método de planificación, sino su voz, que, aunque no era escuchada con tanta frecuencia como la de los hombres, se podía escuchar con más fuerza que la de las mujeres que le antecedieron.
Existen multiplicidad de factores que permiten explicar la creciente conciencia de género que tenían las mujeres, sin embargo, tal vez la más interesante surge en la cotidianidad de sus experiencias y en sus interacciones. Mientras que las generaciones de mitad del siglo XX no habían podido estudiar más allá de la secundaria ni acceder a espacios de trabajo formales, estas mujeres tuvieron la posibilidad de experimentar el ingreso al campo laboral en trabajos tradicionalmente realizados por hombres y, además, entender las dinámicas que se viven en esos espacios (Heo y Roehrig, 2010; Nam, 2000).
La posibilidad de involucrarse en otros campos les permitió, por un lado, soñar con un futuro profesional exitoso y, por otro, plantearse tanto la posibilidad como la incertidumbre de diversos futuros, porque se les presentaba una multiplicidad de opciones más allá de la maternidad y el cuidado. Mientras que las generaciones que les antecedieron no concebían con tanta claridad unas expectativas a futuro desancladas a las aspiraciones familiares8, la generación de Kim Ji Young maximizó sus expectativas por fuera de la esfera familiar. Esto se evidencia en un pasaje en el que la hermana de Kim Ji Young le manifiesta a su madre sus preocupaciones al iniciar sus estudios universitarios: “Ni siquiera yo sé si me casaré o si tendré hijos. O puede que me muera antes. ¿Por qué tengo que renunciar a lo que quiero ser o hacer por un futuro que no sé si llegará o no?” (Cho, 2019, p. 39)
Las mujeres de la generación de Kim Ji Young, a lo largo de su vida, se encontraban con limitantes que les dificultaban cumplir los sueños que se planteaban a futuro (Song, 2014). La segregación por sexos persistía en el relacionamiento con sus pares y en las oportunidades de ascenso. Incluso para aquellas que eran muy competentes, sus jefes dudaban de su permanencia porque, eventualmente, podían casarse o tener hijos y renunciar a la empresa (Ma, 2014). Este fenómeno, vivido por una generación en conjunto, es expresado en la biografía de Kim Ji Young al no haber sido escogida como parte del equipo que recibió un ascenso para trabajar con otros socios:
fueron escogidos solo varones porque el equipo realizaría proyectos a largo plazo […] ayudar a desarrollarse a aquellos que fuesen a aguantar en su puesto era más eficaz que propiciar las condiciones necesarias para ayudar a aquellas que en algún momento iban a renunciar a seguir trabajando. (Cho, 2019, p. 71)
Los tratos desiguales se presentaron como resultado de las complicadas condiciones sociohistóricas en las que se forjaron las experiencias de su generación. En un periodo corto las mujeres debieron reorganizar las relaciones, compromisos y deberes familiares, a la vez que pensaban en sus oportunidades y deseos a futuro (Chang y Song, 2010). Las instituciones que se esperaba que aliviaran estas cargas, como el Estado, las empresas o los sindicatos, intentaban ser consecuentes con el discurso de la igualdad, pero eran ineficaces al momento de brindar soluciones frente a los dilemas que la familia presentaba (Beck y Beck-Gernsheim, 2002).
Si bien la modernidad se presenta como un evento histórico y social, también es una aventura social para quienes deben vivirla (Martuccelli y Santiago, 2017; Berman, 1988). Dentro de ese escenario, los individuos son arrojados al mundo para “vivir por su cuenta”; construyen estrategias y responden ante las transformaciones y reconfiguraciones sociales, en especial cuando sus experiencias se forjan en escenarios en donde las instituciones más sólidas son insuficientes (Beck y Beck-Gernsheim, 2002). Las mujeres surcoreanas que nacieron en la década de los ochenta atestiguaron la apertura de oportunidades que las generaciones previas no experimentaron de forma masiva, construyeron expectativas a futuro por fuera de la familia y, además, simultáneamente formularon consensos para alcanzar sus metas en escenarios que las ponían en desventaja. Con mayor frecuencia optaban por aplazar el matrimonio y la maternidad (Yi, et ál., 2020; Han y Kwak, 2004) o pedir el divorcio cuando las demandas del hogar no les permitían rendir laboralmente (Kim, 2003; Ok y Sung, 2004).
En el caso de Kim Ji Young, es posible observar cómo aplazó la maternidad porque intuía que podría perder su trabajo y, en consecuencia, sus anhelos personales a futuro. De esta manera lo expresa en una discusión que tiene con su esposo cuando le preguntó por qué no deseaba tener hijos:
Me estás diciendo que no piense solo en lo que voy a perder. Pero es que realmente puedo quedarme sin nada […]. Puede que tenga que renunciar a todos mis planes, a mi futuro. Tengo razones para pensar solo en lo que voy a perder. (Cho, 2019, p. 79)
Estas estrategias planteadas por las mujeres en sus biografías particulares reconfiguraron las dinámicas familiares y las estructuras sociales coreanas. Los números en las estadísticas nacionales mostraron cambios en la fertilidad y los nacimientos, lo que impulsó la preocupación a nivel estatal por el rápido crecimiento de población adulta y la baja natalidad (Chang, 2005; Kim, 2003). Las estrategias planteadas por las mujeres nacidas en la década de los ochenta para acoplarse y responder ante el dilema de la aventura social fueron más efectivas que las políticas de natalidad trazadas por el Estado para la generación de mitad del siglo XX. Para la generación que les antecedió hubo cambios en la estructura demográfica, pero no de forma significativa. Los nacimientos de hombres frente a los de mujeres aumentaron, pero los nacimientos sin desagregar por sexo se mantenían (Jung, 2017; Chang, 2005).
La crisis de las estructuras más tradicionales coreanas, como la familia, comienzan a evidenciarse en las biografías de las mujeres de la generación de Kim Ji Young y en el periodo histórico del asentamiento de la modernidad en Corea del Sur. Las mujeres deseaban, cada vez más, vivir una vida independiente, externa a las expectativas de sus padres. Por esta razón, por ejemplo, es posible observar que pese a las complicaciones que llevaba asumir el costo de rentar una casa, este se volvió su proyecto de vida durante su juventud, por encima de formar una familia o casarse (Song, 2014).
En las expectativas a futuro es posible observar que las normas sociales y los roles no eran tan fijos como antes. Más allá de esto, se presentan como el resultado del trabajo que las mujeres realizaron sobre sí mismas; de la lectura del entorno, de los vínculos que entretejían y aquello que deseaban ser. Por consiguiente, y pese a que parecen aspectos muy personales, dan cuenta de la realidad social, porque exponen cómo la sociedad se estructura y se transforma a partir de los horizontes a futuro (Kim y Park, 2018). En un periodo corto de tiempo las preguntas cambiaron; ahora en vez de preguntar por la preferencia de las mujeres por tener hijos varones, surge la pregunta por su deseo de no tener hijos o, en algunos casos, por posponer estas experiencias.
Pese a la tendencia a crear escenarios a futuro desanclados de la familia, las mujeres no eliminaron en su totalidad el deseo de ser madres o esposas. El trabajo y el estudio comenzaron a ser los espacios en los que se desarrollaban, pero entre más tiempo estudiaban o trabajaban, sentían menor satisfacción por sus proyectos de vida (Jung et ál., 2007). Constantemente comparaban el trato que recibían los hombres, percibían más carga laboral que sus pares, lo que les proporcionaba mayor estrés (Han et ál., 2008) y se sentían más insatisfechas con el entorno laboral que les rodeaba. En el caso de Kim Ji Young, es posible observar su descontento a medida que trascurría el tiempo y observaba cómo sus compañeros obtenían ascensos o no tenían tanta carga laboral como ella:
No sabía si podría concentrarse en el trabajo y seguir confiando en el presidente de la agencia y en sus jefes […]. Aun así, a la mañana siguiente como de costumbre […] cumplió con todo lo que tenía que hacer, como siempre. Pese a ello, su pasión y su confianza habían quedado moralmente heridas. (Cho, 2019, p. 72).
Casarse y tener hijos comenzaba ser una aspiración factible, en especial cuando la vida laboral comenzaba a insatisfacer sus deseos más internos.
En esta generación las mujeres se sobreexpusieron a los valores modernos, lo que conllevó un aumento del sentimiento de incertidumbre, al no saber con certeza hacia dónde direccionar su proyecto de vida. Algunos estudios sociológicos que analizan la narrativa de las historias de vida de las mujeres casadas muestran que la mujer coreana moderna no logra separar, en su totalidad, los intereses de la familia con los personales, por lo que posee dentro de sí un yo colectivo (Lee, 2005). Pese a que se evidencia un anhelo latente por alejarse de las instituciones más tradicionales, en la práctica solo se plantea como una aspiración, mas no se expresa de forma fehaciente en el transcurso de sus biografías.
Para aquellas mujeres que fueron madres, la vida después de la maternidad se presentó como un reto, porque en la mayoría de los casos supuso la desvinculación total o parcial con el trabajo. Kim Ji Young vive la depresión posparto en un escenario en el que debe afrontar el dolor de renunciar al trabajo: “De pronto se dio cuenta de que ya no tenía que ir a la oficina. Su vida había cambiado e intuía que […] iba a ser imposible hacer previsiones y planes. Solo entonces se echó a llorar” (Cho, 2019, p. 84). Quedarse en la casa se tradujo en una herida interior, porque pese a que ser madre fue una decisión que nadie le impuso, al mismo tiempo debió tomar la decisión de dejar lo que más amaba (su trabajo) para cuidar de su hija.
En Corea del Sur se ha visto un aumento progresivo en los casos de depresión posparto. Algunos estudios evidencian que la situación laboral, es decir, tener que renunciar al trabajo o quedar desempleadas, es el único factor de riesgo relacionado con este fenómeno (Park et ál., 2015). Aquellas que trabajan previo al nacimiento renuncian o piden la licencia de maternidad. Sin importar su decisión, la reintegración al mercado laboral es incierta y en la mayoría de los casos nula (Wook, 2009; Yang, 2002).
En las trayectorias de las mujeres este fenómeno puede convertirse en una disrupción de su plan de vida, pues el trabajo adquiere, gradualmente, un mayor significado para su existencia. De esta manera se expresa en la biografía de Kim Ji Young:
Aunque no era un trabajo que le reportara altos ingresos, que le permitiera alzar su voz en el mundo o crear grandes cosas […] había sentido una profunda satisfacción al llevar una vida independiente gracias a él y sentirse dueña de su propio destino (Cho, 2019, p. 85).
La representación de los deseos a futuro, se redireccionan hacia el trabajo. Las mujeres comienzan a depositar en él sus metas y proyectos, por lo que al renunciar sienten que pierden aquello que sostiene su existencia. Más allá del sustento económico, hay una herida existencial a la que se ven sometidas cuando su soporte, aquello que las atiene al mundo (Martuccelli, 2007), se ve afectado.
Las mujeres de la generación de finales del siglo XX asumieron la responsabilidad de su propia biografía. Se sentían con la capacidad de cambiar el rumbo de su destino. Aun así, la sociedad que deseaban cambiar, en última instancia, terminó cambiándolas a ellas. Tal vez renunciar a sus sueños no haya sido tan doloroso para la madre de Kim Ji Young, porque estaba dispuesta a resignarse ante aquello que se esperaba de ella. No obstante, a Kim Ji Young la sumió en la depresión, porque deseaba con mayor fervor construir un yo distinto al que le fue asignado.
Consideraciones finales: las hijas del siglo XXI, un futuro incierto
A través de las tres generaciones se puede observar una interrelación entre la construcción de un yo colectivo y un yo individual. En primer lugar, la familia no se desvincula completamente de las narrativas y biografías, pero sí entra en crisis; en segundo lugar, a lo largo de los cambios generacionales es posible observar que el significado del trabajo se transformó, especialmente, debido a la construcción del anhelo de la independencia y autonomía. Aun así, pese a que se introduce el concepto de un yo individual, este no supone una ruptura con las estructuras sociales, más bien invita a pensar en el surgimiento de un “yo” que a la vez es un “nosotros”.
La individualidad de las mujeres se puede comprender a partir de su cercanía o lejanía con las estructuras más normativas. Gradualmente es posible observar ambigüedades en las estructuras sociales, lo que lleva a las mujeres a encontrar mecanismos o estrategias que les permiten vivir por sí mismas y para sí mismas. Este escenario conlleva la preocupación por los sueños, deseos y expectativas a futuro, los cuales se construyen a partir de una esfera individual, pero se transforman y reestructuran en una escala societal.
En la última generación es posible observar que, si bien las mujeres se incorporaron a la vida laboral e hicieron uso de ella como una forma de alcanzar la autonomía, no rompieron con los esquemas tradicionales de la familia en su totalidad. En la aventura social están sumidas en conflictos internos a lo largo de su vida. No se sienten satisfechas en su espacio familiar, pero tampoco en los otros espacios en los que se pueden desarrollar, porque sus deseos y aspiraciones conflictúan. Mantener un balance entre el trabajo y la familia es el reto estructural al que se enfrentan las mujeres de finales del siglo XX. El personaje de Kim Ji Young representa esta disyuntiva y lo refleja a través del siguiente pasaje:
Del mismo modo en que dejar a los niños con otras personas para poder trabajar no era una prueba de falta de amor, renunciar al trabajo para dedicarse al cuidado de los niños tampoco era una prueba de falta de profesionalidad o pasión (Cho, 2019, p. 85)
Los retos estructurales que se presentan en la vida de las mujeres, definen aquello que serán en un futuro y lo que son en el presente. Sin embargo, existe una agencia dentro de los límites que se presentan en sus biografías que les permite tomar determinaciones a futuro. Vivir por sí mismas con el acto simbólico de comprar una casa, por ejemplo, y tomar la decisión de no casarse o no tener hijos, es una forma de responder ante los retos que se les presentan en unas circunstancias históricas y sociales particulares.
A todas las mujeres les depara un futuro, aun cuando este no cumpla con las expectativas y el rumbo que desean. Cada generación vivió la modernidad a su manera y, dependiendo de su contexto, unas gozaban de mayor individualidad que otras. Las tres generaciones de la familia de Kim Ji Young vivieron en terrenos desiguales y, en diferentes grados, carecieron de autonomía e independencia. Aún no se sabe con exactitud qué pasará con la vida de la hija de Kim Ji Young, quien representa a las hijas del siglo XXI. Puede que los factores estructurales ayuden a forjar sus trayectorias individuales, pero es dentro de ellas en donde se construyen los procesos de cambio. Por medio de los horizontes a futuro, la sociedad se transforma y las trayectorias se forjan (Kim y Park, 2018). En ese sentido, el futuro de la hija de Kim Ji Young no está determinado y, por lo tanto, es responsabilidad de todas las personas que verán crecer a su generación, ayudarla a escribir una mejor historia.