Introducción
Hacia la última década del siglo XIX y el inicio del siglo XX en Argentina, y sobre todo en la atmósfera de las grandes ciudades como Buenos Aires, convergieron una serie de transformaciones de carácter urbano, higiénico-médico y cultural que repercutieron en las sociabilidades. Entre ellas se inició el gusto por el viaje de placer, que marcó nuevos caminos en la construcción de las formas del ocio.
La novedad fue absorbida por las familias más encumbradas del país y pronto se concretó un espacio en el territorio nacional para viajar, la incipiente villa de Mar del Plata, al sudeste de la provincia de Buenos Aires, sobre el océano Atlántico. Esta situación inicial se fue complejizando y hacia la segunda y tercera década del siglo XX , tiempo de una coyuntura que influyó en el impulso al turismo, Mar del Plata se consolidó como balneario nacional al ampliar el acceso a grupos veraneantes más plurales.
En este escenario, ante las significaciones particulares que para las mujeres tuvo el viaje este trabajo propone indagar al respecto dando idea de algunos de los grupos que se movilizaron hacia el balneario, los imaginarios que se pusieron en juego en esos desplazamientos y sobre las prácticas que se activaron. De este modo, se infiere que si bien viajar y pasar un tiempo de vacaciones implica experiencias que comparten aquellos que son turistas, estos sucesivos no son ni generales ni estáticos, sino todo lo contrario: conllevan sentidos dispares y procesos móviles, de acuerdo con el grupo de pertenencia del cual se trate.
Es importante destacar que concibiéndolos como objeto de estudio dentro de las ciencias sociales, ocio y turismo están interrelacionados. Mientras que el turismo es marcado por la movilidad o el desplazamiento de personas -lo que es estimulado por aspectos simbólicos o materiales que involucran una o varias motivaciones combinadas-, el ocio es una necesidad humana y una dimensión de la cultura (Gomes, 2012). Desde este marco, más que un intercambio de bienes y servicios, el turismo es un proceso de intercambio donde las personas no son pasivas, sino agentes activos en la construcción de la economía simbólica (Marín Guardado, 2015).
Si bien se ha hecho un registro sobre las interpretaciones que el concepto de ocio tenía hacia las primeras décadas del siglo XX 1, para el análisis se tomarán desde una perspectiva humanística las nociones actuales, sabiendo que es una vivencia encuadrada en el mundo de las emociones, no razonable y libremente elegida, que permite el acceso a numerosos aspectos de la vida social y cultural de un territorio (Cuenca y Goytia, 2012)2.
En este panorama, la elaboración del artículo toma el aporte de los estudios sobre el viaje, vinculado con el placer, bajo la perspectiva de género, y así mismo se nutre de las lecturas sobre los balnearios de mar con capital interés en Mar del Plata.
Mientras que lo primero permite comprender la injerencia de las movilidades tanto en un sentido físico como simbólico sobre quienes se desplazan, la perspectiva de género ofrece miradas a través de las cuales interpretar argumentos e imaginarios instalados y su correspondencia con marcas y sensibilidades más estables o transgresoras. Lo último aporta el referente espacial, un lugar emblemático en la historia del ocio argentino, y la inauguración de prácticas sociales y corporales inéditas.
Estas revisiones dejan algunos intersticios para la labor creativa, particularmente en el contexto seleccionado. Si bien se cuenta con una interesante producción académica sobre enfoques del turismo en clave histórica y cultural en el país, los temas tocan tangencialmente las problemáticas de las viajeras3. Lo mismo sucede con las investigaciones sobre Mar del Plata, pues muestran un mayor énfasis en los orígenes del balneario, a partir de una historia localista que desde enfoques interdisciplinarios integra la historia urbana, social y del consumo en el rol de las instituciones estatales y civiles, las movilidades y las políticas, así como en la transformación del espacio costero, la propiedad urbana y la producción arquitectónica, en las imágenes y medios gráficos para la promoción de las prácticas de ocio, entre otros4.
Es así que el interés de la propuesta formulada, que parte de un caso regional, reside en contribuir con un estudio polisémico que aborde representaciones de las prácticas del viaje y del vacacionar de mujeres en un balneario de mar, a través de la lectura de los mensajes escritos y visuales en la prensa gráfica. No tiene un fin descriptivo sino simbólicamente interpretativo, para ahondar en la dimensión social, proceso que podría transferirse a otros contextos.
Los abordajes se hicieron mediante la lectura de representaciones sociales en revistas ilustradas. Vale señalar que estas publicaciones, junto con los diarios y periódicos eran los principales canales de comunicación que combinaban una miscelánea de mensajes, desde noticias informativas hasta secciones de entretenimiento. Hacia 1920-1940 la producción gráfica fue tan amplia y tan variada que es imposible abarcar todas las propuestas, de allí que se hayan seleccionado tres revistas para la búsqueda de algunos casos representativos: Caras y Caretas, El Hogar, Life5. Las tres, en rasgos generales, compartieron el hecho de captar los intereses de un amplio número de lectores y de llegar a segmentos sociales heterogéneos, por lo que no se puede hablar de categorías de revistas exclusivamente femenina o masculina. Su éxito aseguraba importantes tiradas de ejemplares, a un costo razonable, que permitía el acceso de lectores de recursos económicos moderados. Por tanto, es oportuno pensar que el carácter amplio de los modelos difundidos tenía tal alcance que a estas publicaciones se convierten en testimonios convenientes para interpretar los modos de pensamiento de la época.
En consonancia con lo propuesto, la primera parte atiende a la noción del viaje como fenómeno cultural, con una mención al caso de las riveras y se participa un marco general para visualizar cuáles eran algunas de las situaciones de las mujeres. Para la segunda parte se hace una sucinta caracterización de la villa de Mar del Plata, proseguir el desarrollo de las siguientes partes donde se dan algunos casos representativos y las reflexiones.
Aproximaciones sobre el viaje
Desde la mirada histórica, los registros sobre las experiencias del viaje ofrecen un amplio repertorio de formas y funciones. Viajes de peregrinación y comercio, viajes de conquista de los otros y de descubrimiento, viajes para conocer, viajes de exilio y encuentro con uno mismo, como delectación espiritual, como emoción contemplativa y cultural, experiencias reales o imaginarias. También viajes de placer y exotismo.
Urry (2002) señala que la práctica del viaje organizado existió en las sociedades pre modernas, pero estaba reservado a los grupos de las elites. Esto se habría consolidado con el Grand Tour, que podría llegar a interpretarse como un antecedente de los viajes de turismo. De acuerdo con Suárez Huerta (2012), a partir del siglo xvi el viajero dejó de ser tan sólo mercader, diplomático o peregrino y comenzó una etapa en la cual el viaje era el mejor camino hacia el conocimiento. El denominado Grand Tour respondía a un recorrido a través de Europa reservado principalmente a los varones británicos de las familias encumbradas, que luego sería emulado por jóvenes de otros países con fines pedagógicos y formativos6. Esta práctica se fue extendiendo hacia otros grupos sociales menos aristocráticos, y se convirtió en un fenómeno cultural que otorgaba distinción y prestigio. Esto produjo una banalización del viaje, reducción de costos, estandarización de itinerarios, del tiempo e incluso de los destinos, hasta llegar a convertirse en algo más parecido a lo que hoy se conoce como turismo (Suárez Huerta, 2012).
Por diversas razones, la práctica fue guiando a los viajeros a las riveras. Pastoriza (2012) marca que hay consenso entre los historiadores en señalar que la difusión del octium es sobre el modelo inglés, -a partir de Brighton en 1750- reinterpretado en función de los diferentes usos y condiciones en las distintas geografías. Fue desde la experiencia en Biarritz que se marcó una inflexión, cuando sobre los sesgos terapéuticos comenzaron a prevalecer los hedonistas, y mientras la llegada del ferrocarril abrió nuevas posibilidades para la concurrencia masiva a los balnearios. Los aportes señuelos de Corbin (1993) en relación con el recorrido histórico acerca de cómo se va modificando la visión sobre las riberas del mar y cómo se va dando una proximidad al paisaje y sus elementos, permite un acercamiento al desarrollo de las costumbres y la codificación de estrategias, de prácticas personales y sociales, de esquemas y comportamientos originales. A su vez los estudios de Walton (2008), que indagan especialmente en los usos del espacio público de la orilla del mar y de la playa como sitios de placer y de consumo planteados por grupos populares de la sociedad británica, llevan a profundizar en cuestiones de clase, género, edad, culturas en pugna, el cuerpo y las modas del vestir7.
Desde la perspectiva de género, las relaciones entre viajes y mujeres, de acuerdo con las fuentes consultadas, se han nutrido principalmente del aporte de narrativas de sus movilidades y del rescate de sus voces, iniciados en las últimas décadas bajo la perspectiva mencionada y en el marco de los estudios de las ciencias sociales y humanas8. Se trata de registros sobre el accionar de algunas de las pioneras que en la medida en que atravesaron geografías y campos culturales desiguales durante los siglos xix y XX , abrieron de nuevos horizontes, no solo físicos sino también simbólicos, en el sentido de romper con ciertas limitaciones sociales que no les permitían avanzar, descubrir ni transformarse.
Se coincide con Miseres (2017) toda vez que propone que cada viajera cuando habla de los modos en los que se contactó con su sociedad, con la de otros y en cómo se construyó a sí misma y a esos territorios en medio de un espacio cultural en tránsito, está ofreciendo una forma más compleja y completa de pensar las relaciones culturales e identitarias en el siglo XIX.
En este sentido, no se puede soslayar que el viaje implica un vínculo entre dos puntos distantes que tiene una expresión física, geográfica. En los viajes de ocio, el movimiento es una condición inevitable y para que la movilidad sea turismo se requiere, según la doctrina convencional, que su motivación sea la procura del placer, la curiosidad o la distracción (Korstanje y Muñoz de Escalona, 2013). Asimismo, cada viaje establece relaciones particulares con la temporalidad, que en este caso es el periodo de las vacaciones. Implica una voluntad de acción que propone una salida y un regreso pero en ese intervalo el viajero que vuelve, ya no es el mismo. Las experiencias provocan marcas y emociones que no pasan inadvertidas, se guardan en la memoria a modo de referencia. Así es que el viaje tiene una dimensión emotiva. La mayoría de las modalidades del viajar "parecen prometer o permiten fantasear, con la satisfacción de aquello que por una razón u otra se negó en casa. Como resultado, no sólo es el viaje normalmente alimentado por el deseo, sino que también incorpora potentes impulsos transgresores" (Porter, 1991, p. 9).
De allí el hecho de que no sea casual que el viaje haya alimentado diferentes imaginarios y para las mujeres haya sido un móvil para trascender espacios, alejarse de los otros, alcanzar posiciones, superarse y activar otras sensibilidades. Pero no todos fueron concretados ni ajenos a la provocación de controversias.
Conviene aclarar que hacia principios del siglo XX se mantenían fuertes tensiones en los modos de situarse en los espacios público y privado de acuerdo al género. En el ámbito de dominio femenino eran pocas las oportunidades para evadir el espacio controlado y sin riesgos que propiciaba el hogar. Como era previsible, los valores y representaciones socialmente instaladas, volvían conflictivo el derecho de las mujeres a disponer de un espacio privado y de un tiempo propio para dedicarlo al ocio (CCEIVM, 2002) Afortunadamente, se fueron gestando acciones transformadoras y se crearon estrategias para articular el entretenimiento. A las calles, las grandes tiendas, los sitios para el entretenimiento y las sociabilidades en espacios cerrados o al aire libre, se añadió la práctica del viaje (Gómez-Ferrer Morant, 2002). Algunas viajaban acompañadas de familiares o amigos, otras, las menos, viajaban solas y con los más variados motivos: por funciones diplomáticas, científicas o de negocios de sus maridos, como exiliadas o religiosas, para mejorar su salud, o como simples turistas (Miseres, 2017).
Hacia fines del siglo xix quienes llegaron al balneario de Mar del Plata lo hicieron con su grupo familiar y formaron parte de las elites nacionales. En Suramérica, señala Miseres (2017), el perfil de mujer viajera que se escapaba o salía del espacio privado en busca de experiencias diversas encarnó un significativo contraste con el imaginario construido sobre el cuerpo femenino y su lugar en el contexto nacional. El acto de viajar hacia el balneario tuvo un carácter propio.
Estas viajeras personificaron una imagen digna y excluyente, dado que estacionarse durante la temporada en un paisaje diferente, era una práctica excéntrica, una singularidad que permitía experimentar esnobismos y legitimar nuevas emociones dentro de códigos de distinción cultural y económica. En este sentido, no habrían alimentado controversias ni peligros.
Estas variables fueron cambiando y entrada la segunda década del siglo XX , el perfil de las viajeras comenzó a diversificarse. No solo por el impulso que tuvieron las prácticas turísticas y la adhesión a ciertas ideas en vías de construir un país que se modernizaba sino también, porque fue un tiempo de expansión para las oportunidades en clave femenina, propicio para la obtención de derechos civiles y para la reconfiguración del sistema de género (Newman, 1990). Se permitió, entre otras cosas, que las mujeres comenzaran a ocupar lugares que durante largo tiempo habían sido conservados por los varones, con la intención de desdibujar la convicción irrevocable que eran inferiores o incapaces en actividades físicas e intelectuales. Se otorgó el consentimiento de innovar roles en el mundo de las profesiones y del trabajo extradoméstico; de acceder a los niveles de educación, a disciplinas del arte y la ciencia; de participar en organizaciones feministas y movimientos sindicales; de hallar un aliciente para gozar de cierta autonomía de pensamiento y actuación, sin el sustento imperativo de una figura masculina9.
La evolución de los discursos en torno a la sexualidad trajo entre otras consecuencias la promulgación de una nueva moral sexual, que dio licencia a nuevas correspondencias con el cuerpo y con las sensibilidades, e instaló referentes transgresores que inquietaban por la provocación de los ideales tan defendidos (Barrancos, 1999). También la figura de la mujer se asoció con apuestas positivas, era una pieza fundamental para concretar los cambios en vías de fortalecer los valores nacionales (Toussonian, 2010), ya que ella conjugaba entre sus funciones de reproducción, protección y administración familiar, la de educadora y transmisora de los fundamentos que cimentaban las futuras generaciones. En este contexto complejo emergieron figuras de nuevas amas de casa, trabajadoras y profesionales, artistas, deportistas, flappers, stars y mujeres que se desplazaban, las viajeras.
Trazos de lugar
Enclavada en el litoral bonaerense de la costa atlántica argentina, Mar del Plata se fundó en 1874 sobre tierras privadas incipientemente desarrolladas alrededor de actividades agropecuarias y pesqueras. Hacia 1880 este perfil sufre modificaciones de tipo urbano-cultural hacia la conquista del paisaje y comienzan a definirse los inicios de la villa balnearia. Esto encontró sus raíces en el estímulo que las prácticas vinculadas con el ocio estaban teniendo entre los grupos de la burguesía europea. Los nuevos criterios sobre la salud y el bienestar, las miradas sobre el cuidado del cuerpo y el culto a las actividades físicas que proponían un acercamiento a la naturaleza y el aire libre, propiciaron el avance estacional de viajeros hacia espacios no usuales. Esto transcurrió sincrónicamente en una coyuntura en la que Argentina había logrado cierta estabilidad en la estructura de Estado y se integraba a la economía mundial imprimiendo el perfil de modelo agroexportador que la diferenciaría (Romero, 1987; Losada, 2009). En este proceso, se conformó un grupo de notables que urdió las directrices del poder y se enriqueció con lo producido. A continuación, estos personajes se afiliaron a nueva sensibilidades, en especial a las europeas, entre ellas, a los viajes y resolvieron el diseño de un espacio en el país donde desarrollar la afición. Así, en la incipiente villa de Mar del Plata se instalaron durante la temporal estival, en opulentas viviendas, se invirtió en hotelería, se extendió la red ferroviaria que posibilitó la accesibilidad desde Buenos Aires y dado que algunos veraneantes se acercaban con fines terapéuticos y otros de sociabilidad, se pensó el diseño de arquitecturas sobre el margen oceánico para prestar servicios variados entre ellos ramblas, bares, casillas de baño y piletas10.
Hacia la segunda década del siglo XX se observa como el perfil elitista comenzó a sufrir algunas alteraciones. La Argentina fue parte de un cuadro internacional donde la amenaza revolucionaria primero y la crisis económica después, replantearon el papel del Estado. Resoluciones económica dejaron de favorecer tan rotundamente a los grandes propietarios de la tierra, se reconfiguró la jurisdicción estatal hacia el planeamiento de la economía, acompañada de una extensión en la renovación de la infraestructura y la intervención en los problemas propios de la sociedad (Caimari, 2012). Las transformaciones del modelo productivo de este tiempo propiciaron el desarrollo de un grupo nuevo, los empresarios industriales que no revistieron el carácter aristocrático de los pioneros del modelo agroexportador, los primeros viajeros veraneantes. Esto dio lugar a la apertura de oportunidades para una movilidad social ascendente y de acceso a bienes materiales y simbólicos que sugirieron una ampliación de los sectores medios. En este panorama, se modificaron las formas del uso del tiempo libre para el entretenimiento, con la gradual extensión de ciertos beneficios para el sector obrero (Devoto y Madero, 1999)11.
La actividad turística se consolidó como objeto de políticas estatales, que le confirieron el carácter de industria nacional y de interés público, incluso haciendo manifiesta desde diferentes esferas para promover el imperativo por viajar y miran las cartas de ruta del país. Así, el Estado intervino en diferentes áreas y proveyó de infraestructura, equipamiento y servicios adecuados para el esparcimiento. Se modernizaron las ciudades y también los centros turísticos, entroncadas con demandas y propuestas trazadas con anterioridad, se reconfiguraron las formas del paisaje local. El sector ribereño fue objeto de nuevas normativas y se realizaron obras viales, parques y equipamientos balnearios, reconfigurándolo drásticamente.12 Sin perder su carácter de privilegiado centro social, Mar del Plata se perfiló como un balneario más democrático, con verdaderas proyecciones populares (Pastoriza, 2002). Un aparato propagandístico y publicitario se concretó para convocar a visitantes más plurales aludiendo a que junto a la aristocracia, veraneaba el señor almacenero, el señor comerciante, el señor empleado o la señorita profesora (Caras y Caretas, 1932). El objetivo era ser el balneario de todos y para todos.
Así como se promovía su visita sin exclusividades, algunas crónicas en la prensa aseveraban que Mar del Plata se estaba convirtiendo en un balneario de mujeres. Ya sea por la crisis económica que impedía a los varones veranear la temporada completa por la necesidad de trabajar, por las facilidades políticas o por las licencias ganadas en clave de género, el sitio parecía ser un espacio proclive para alojarlas. Algunos estereotipos de viajeras se irán descubriendo en los próximos apartados, y su presentación no es por orden cronológico sino por núcleos temáticos.
Hacia un club de mujeres
"En el balneario de las mujeres solas", una nota publicada en Caras y Caretas en 1930 el reconocido escritor y periodista argentino Juan José de Soiza Reilly traza características de algunos de los tipos de mujeres que accedieron al veraneo como resultado del contexto particular, no solo en materia social, sino también moral y profesional (imagen 1), y permite dar cuenta del lugar escogido, diseñado ex profeso para el turismo femenino, el Club Argentino de Mujeres.
Es interesante destacar que la institución formaba parte del Club Argentino de Mujeres, iniciado hacia 1921, una de las primeras organizaciones femeninas de esta índole en todo el país13. La institución fijó entre sus principales propósitos la cultura integral de la mujer, que señoras y niñas tuvieran un punto de reunión en un ambiente con fines sociales, intelectuales, físicos y de beneficencia que favoreciera su educación integral. En la sede central, en Buenos Aires, contaba con salas y oportunidades para prácticas educativas, laborales y de entretenimiento, entre ellas: excursiones al interior de la república14. Hacia fines de la segunda década del siglo XX se iniciaron los veraneos en Mar del Plata en una instalación propia: el Hotel Balneario sobre la Rambla La Perla:
¡Es la primera vez que ha visto el mar! [...] las grandes playas, la arena, las olas eran para ella fantasías [...] ¿Soñó alguna vez la delicia de estar en Mar del Plata? Nunca... Mar del Plata era el cielo de los ricos. [...] Ahora, merced al club, ha visto el mar, por fin (Caras y Caretas, 8 de marzo de 1930).
El club auspició una gran transformación en las modalidades del disfrute del verano para estas mujeres. Las limitaciones de vivir alejadas de la geografía marítima y las carencias económicas que restringían el viaje, parecían ser la causa de una decepción de hecho. Ahora, la atmósfera cultural propiciaba revertir una situación negativa de larga data, y el veraneo se convertía en un derecho social y no en privilegio de unos pocos.
¿Quiénes veraneaban? La mayoría eran profesoras y maestras, pero había también médicas, abogadas, arquitectas, doctoras en Filosofía y Letras, dentistas, solas o con sus hijos. Esta composición de las veraneantes es altamente significativa: se trataba de mujeres profesionales, y esto conlleva el resultado favorable de intentos por incluirse y desmarcar las diferencias entre sexos. Los estudios sobre profesionalización y género han mostrado que la inserción de la mujer en el mundo laboral ha sido sumamente compleja, pero en rasgos generales se puede señalar que si en el inicio del siglo XX predominó el ideal hegemónico sobre permanecer en el hogar, atendiendo los deberes conyugales y maternos, un par de décadas después las posibilidades de penetrar los espacios laborales comenzaron a iluminarse.15 Inicialmente, la participación femenina se concentró en actividades más vinculadas con sus supuestas predisposiciones "naturales" (Nari, 2004), en el área de las humanidades, las ciencias de la educación, las letras, las ramas "menores" de la medicina (KohnLoncarica y Sánchez, 2000; Palermo, 1998). La educación formal comenzó a ser más accesible, la expansión del magisterio marcó la incorporación de las mujeres a la educación superior y a la profesionalización siendo una tarea calificada, honrada y reconocida socialmente16.
Este era el perfil mayoritario de las huéspedes, alrededor de setecientas socias que se turnaban durante los meses de enero a marzo para hospedarse en el hotel17 y abonaban un concepto de pensión total que integraba el derecho de baño y también la ayuda del bañero. Para ellas, el ferrocarril del Sud otorgaba rebajas en los pasajes. Esto no dejaba de estar en sintonía con las estrategias políticas de hacer del viaje cada vez más extensivo.
El cronista describe un escenario idílico, donde no habría disputas, sino complicidad: "toda la casa se estremece en el bullicio de estas sesenta mujeres fraternas, cordiales, afectuosas, que hablan entre sí, lejos de las envidias, de los odios, de las chismografías" (Caras y Caretas, 8 de marzo de 1930).
Son varias las actividades que se relatan. Algunas están estrechamente ligadas con nuevos requerimientos programáticos del ocio, cualificación de actividades salutíferas e higiénicas vinculadas con la naturaleza y con el aire libre, consumos culturales propios de la modernidad que activan el cuerpo en su beneficio, como la alusión a la gimnasia sueca y otros ejercicios como el baño de mar.
Y asimismo, "otras, sentadas en la terraza, leen, cosen, tejen o se dedican, simplemente, a impregnarse de yodo" (Caras y Caretas, 8 de marzo de 1930) se relatan tareas más vinculadas con el espacio doméstico, parecieran abogar a prácticas largamente adjudicadas a la paciencia y dedicación femenina, como una tendencia innata desde las visiones estandarizadas del género. No por esto debería pensarse que están alejadas de sensaciones placenteras, al contrario, quizás en este espacio las mismas tareas que en lo cotidiano pudieran resultan fastidiosas y repetitivas, aquí serían un entretenimiento sin marcas de tiempos o condicionantes.
El cronista selecciona tres trayectorias de vida de veraneantes maestras anónimas desde donde se reconocen motivaciones personales del viaje y sus aportes transformadores. En el caso de la primera veraneante, el viaje al balneario es una oportunidad de convertir las vicisitudes de su vida. Se sitúa en un espacio que le permite sociabilidad y refinamiento de sus modales, y también satisfacer las aspiraciones de ascenso social. En el club, se tienden redes para lograr un puesto de trabajo que dignifica la condición poco afortunada de la joven, volviéndola exitosa.
En el segundo caso, se explora en el sentido del viaje en tanto posibilidad de introspección. El relato desanda la preferencia por la soledad de una maestra desdichada, la contemplación y el silencio en el contacto con la naturaleza. El poder del ensimismamiento, de la reflexión, de los momentos de estar consigo misma no es insignificante y puede ser el desencadenante de situaciones que no se han resuelto antes, por no tener el momento de tomar posición. Con esto se quiere decir que en los períodos de ocio se pueden concretar decisiones personales para las que no hay tiempo en la vida cotidiana, es una oportunidad para modificar estados estancos18.
En el tercer caso, el viaje permite desarticular las rutinas en la ciudad: todos los días las mismas tareas y los mismos trayectos, para contraponer el descanso, el alejamiento de lo repetitivo y autónomo. Simultáneamente, cuando delineó las funciones terapéuticas del veraneo en la costa, el cronista perfila las características de la joven, aun sin ser explícito verbalmente, que no deja de convocar imágenes de una mujer que está recuperándose de una enfermedad respiratoria,19 que es muy delgada, de pecho hundido y voz ronca:
¡Treinta años de escuela sin haberse limpiado nunca los pulmones con mar! Treinta años de lucha, y recién este año, por poco dinero, con sus ahorros, ha podido jugar en la arena, zambullirse en las olas. ¡Pobre maestra! (Caras y Caretas, 8 de marzo de 1930).
En la cita, casi en tono de protesta, pareciera que el viaje es la recompensa para una mujer que dedica su vida a tareas que sirven al bien de la nación, a formar ciudadanos educados y dignos, comprometiendo en esa labor, su propia salud. Esto debe tener un reconocimiento y una de las formas de retribuirlo, políticamente, es a través de las vacaciones y la predisposición para su acceso.
¿Qué aportan las fotografías sobre las características de las veraneantes?
De acuerdo con el registro gráfico, las imágenes se encauzan por diferentes significados. Por un lado, comunican visualmente algunas de las convenciones dadas por las diferencias de clases, a saber, quienes administraban el club y quienes se hospedaban allí. En consecuencia, presentan desiguales características: a las primeras se las identifica con nombre y apellido, tienen una indumentaria semejante a la de los usos urbanos y posan con actitudes convencionales en un retrato fotográfico, como si estuvieran con ello confirmando o respaldando la dignidad de sus tareas.
Las fotografías de las veraneantes alimentan el perfil idílico que se construye en el texto. Imágenes en grupos resaltando la camaradería y el sentido de pertenencia.
En relación con su apariencia, se muestran cuerpos resueltos luciendo sus trajes de baño y el pelo corto según la tendencia de moda. Si bien las posturas se presentan informales, en contacto unas con otras, los modos de comportamiento mantienen algunas marcas del género. Es innegable el predominio de las piernas cruzadas como signo de feminidad fuertemente asentada, situación que está presente también en las autoridades. Si se piensa en términos de códigos inhibidores de género (Mc Phail Fanger, 2012, 99-129), se trataría de una señal estructural en el cuerpo, sobreviviente a una trayectoria histórica de generaciones que restituye gestos expresivos, a simple vista espontáneos, aunque culturalmente incorporados desde la infancia. La necesidad de resguardar las inquietantes fantasías sexuales que despierta la entrepierna femenina constriñe insinuaciones de separación o apertura que perviven más allá de la actitud de la retratada.
No deja de ser alentador que las imágenes participan de una negociación entre las condicionantes de género y las definiciones generales del ocio, justamente porque se las muestra desligadas -en gran porcentaje- de las tareas consideradas femeninas. Estas veraneantes representan un logro en las marcas hegemónicas que subvierte estructuras. Como se vio con antelación, en el tiempo de vacaciones era ilusoria la idea del disfrute de mujeres solas, en particular para quienes estaban casadas y tenían hijos, dado el aumento de obligaciones derivadas del cuidado del grupo familiar y de la demanda de tareas domésticas (Durán, 2002). En este sentido, la dimensión positiva del ocio en tanto que influye en la satisfacción de las necesidades psicológicas, en la mejora de la calidad de vida, no siempre estaba correspondida entre las mujeres. Sin embargo, esto parece ser superado en el balneario, incluso apostando por prácticas que afianzan relaciones intergénero y transforman conductas atávicas.
En el club serían capaces de administrar su temporalidad de acuerdo con un interés voluntario, reflejando en las escenas momentos de relajación y descanso. Asimismo, se construye un sentido de pertenencia y de complicidad con otras mujeres que contribuyen a reivindicar estrategias y ritmos para alcanzar objetivos compartidos o en solitario. Esto no es semejante en todas las huéspedes, pero sí está la potencia de volverlo tangible, aunque los fines del viaje sean disímiles. En última instancia, la estadía era una excusa para recobrar un espacio privado y personal que perviviría en el recuerdo y sería transferido, de algún modo, en el regreso a las operatorias de la vida diaria.
Marcas de distinción
Como consecuencia de una sociedad en pleno movimiento social, en la cual gravitaban grupos que comenzaban a acceder a prácticas que antes eran excluyentes, los miembros de las elites debieron recomponerse y esto implicó también rever las formas del ocio. Entre sus inquietudes estaba la necesidad de afiliarse a consumos ociosos y suntuarios, a exhibirse, a ostentar, situación que el ilustrador Lanteri declara con humor (imagen 2).
La construcción en sumatoria y acumulación de imágenes sobre baúles, cajas, ornatos, afeites, personal de servicio, mascotas que acompañan el vacacionar, habla por sí misma sobre los emblemas de posesión social ligados al viaje. Alude a las presunciones de derroche propias de los grupos más privilegiados y sugiere condiciones estereotipadas de viajeras para las cuales el ocio lindaría con la frivolidad y la presunción. La viajera, vestida en traje de baño y con actitud despreocupada, está dispuesta a disfrutar de la estadía en Mar del Plata.
Es conclusiva la construcción elitista que se hacía de estas viajeras en la prensa ligada al significado del lugar como la ciudad aristocrática por excelencia, escenario de elegancia de la mujer argentina. En este sentido, el lugar opera como estrategia de clase del cuerpo. Las categorías distintivas del espacio geográfico y cultural se transferían al perfil de quienes lo usaban, colaboraban en una identificación mutua.
Las crónicas de la Dama Duende20 denunciaban con impunidad las estrategias puestas en marcha por los "circulillos de la brillante aristocracia" (Caras y Caretas, 8 de marzo de 1930) y en el afán por abarcar los detalles más caprichosos, dejaban entrever las relaciones codificadas entre lugares y modos de comportamiento:
Ocultas a las miradas del público, las gentes bien se hallan como en su casa. Improvisan reuniones en la arena, muy parecidas a las de los salones sociales. Cada círculo se reúne alrededor de una gran sombrilla multicolor, y allí, antes de meterse en el mar, continúa el chismorreo iniciado la noche anterior (...) Damas delicadas del estómago, acostumbradas a "comidas especiales", hunden sus albos dientes en el sándwich de jamón que les ofrece un vendedor ambulante ignorante de la existencia de la palabra higiene. (...) Aquí lo importante es el baño de sol, el chismorreo y... el sándwich plebeyo (Caras y Caretas, 12 de marzo de 1927).
Queda claro que estas veraneantes re-territorializan un lugar, en el sentido que imprimen usos y significados nuevos al tiempo que negocian otros conocidos, a partir de un funcionamiento interno y por las características de las veraneantes que se asemejan por inclusión social. Es decir, se establecen interdependencias con las costumbres mundanas porteñas, el hecho de construir ciertas actividades "parecidas a las de los salones" suponen mantener el estilo de vida que emulan habitualmente. Por otro lado, hay innovaciones que imprimen rasgos de identidad al nuevo lugar, lo caracterizan, lo diferencian de los ámbitos cotidianos y de algún modo lo cargan de un significado deseado y sobrevalorado. El ejemplo está en comer "el sándwich plebeyo," una metáfora de cómo algo totalmente ajeno a lo corriente se vuelve un esnobismo a la vez que transgrede las convenciones. De allí que la identidad de un lugar siempre está en proceso de cambio, de formación, de modificación (Massey, 2004).
A pesar del reacomodamiento que deben hacer los veraneantes de las elites, nunca desaparecerá por completo su dominio simbólico. Uno de los mecanismos de mantenerse vigentes fue su presencia en la opinión pública, en los medios de difusión. Uno de los casos se dio en una nota que el fotógrafo Hart Preston21 elaboró para la revista Life, en su versión original en inglés (imagen 3). Se trata de un registro visual de una viajera de la high society, Carmen Pueyrredón, de 17 años que recientemente había hecho su debut en la capital porteña.
La vida de las clases altas tenía su réplica en el interior del semanario, cuya dirección editorial optaba por mostrarla mediante una extensa sección gráfica. Son trece fotografías en tono de grises, diez corresponden a momentos de la temporada estival en Mar del Plata y las tres restantes captan espacios icónicos del balneario, entendido en la crónica como "el resort más elegante del hemisferio sur".
Un pequeño bloque de texto sintetiza el origen notable de Carmen apelando a la trayectoria de ciertos miembros de su familia. Si bien se resalta su pertenencia a la "aristocracia", aunque no testimoniara ciertamente un origen nobiliario, esto tenía una finalidad simbólica que asegurara cierta condición de linaje. En la misma línea se da idea del estilo de vida de su clase refinada culturalmente, como modo de diferenciarse de los otros en un contexto de marcada movilidad.
Las vacaciones transcurrían en una estancia cercana a la ciudad, los tres meses de verano desde diciembre, en Navidad, hasta marzo, en Pascua,22 para pasar los días en torno a ciertos rituales icónicos:
Aquí, (...) los aristócratas argentinos nadan, toman el sol, practican golf y juegan. (...) Carmen va a la playa por la mañana entre las 10.30 y el mediodía. Almuerza en el club de golf, baila té en el Bristol. A primera hora de la tarde, puede jugar a la ruleta en el vasto y nuevo Casino de Mar del Plata (Life, 5 de mayo de 1941).
Las imágenes penetran en el espacio privado, se exhiben los pasatiempos en su estancia familiar y si está solitaria, en varios casos se emplean convenciones fotográficas semejantes a los retratos de las estrellas de cine, para reafirmar el interés por un referente digno de imitar ante un sector de la audiencia, era un personaje famoso que comunica patrones estéticos y modelos de personalidad. Este tipo de jóvenes no viajaban solas; sin embargo, hay una construcción visual de cierta independencia.
Cuando está con sus amigas, tomando naranjada en la terraza de un chalet frente al mar, cercano a Cabo Corrientes, se destaca un lenguaje corporal de cordialidad, la indumentaria es casi uniformada, todas se alinean en una misma moda del vestir. La pose para el fotógrafo, aunque se dé idea de una escena captada con naturalidad, dista bastante de cómo se exhibían las veraneantes del Club Argentino de Mujeres. En el caso de Carmen y sus amigas, la proxémica es más distante y moderada: no se caracteriza por la informalidad y el alboroto, por el contrario, la atraviesan los buenos modales.
En el contexto de la playa de moda, Playa Grande, quedan explícitos los modos de usar el espacio "solo para la aristocracia" y entre los toldos.23 A pesar de que los epígrafes refieran actividades vinculadas con el contexto marítimo, como el bronceado, Carmen está más ocupada por el cuidado de su estética que por el disfrute de la naturaleza, se acicala con frecuencia y de modo natural.
Si bien en las revistas se resaltaba la afición por el traje de baño como una costumbre de higiénica moral y de uso permanente sobre la arena, de acuerdo con las fotografías, el uso intermitente del maillot era una marca de grupo. Las jóvenes de la alta sociedad preservaban su pudor y se mostraban sobre la arena, con indumentarias diseñadas para tal fin. Este comportamiento mantenía una apariencia familiar que no generaba incomodidades, ofrecía cierta seguridad, un sitio intermedio entre la vulnerabilidad de sugerir los defectos del cuerpo y la rigidez del vestir urbano. Los varones que acompañaban a Carmen también estaban vestidos, uno de ellos resultó ser su esposo tiempo después. Esta práctica no era solo de escala personal, tenía otras repercusiones, por ejemplo, las autoridades del Ocean Club, uno de los balnearios en Playa Grande, impusieron a los asistentes que conservaran la salida de baño sobre la malla cuando se dirigieran al chalet habilitado para la hora del aperitivo o los almuerzos improvisados.
Tanto la escena del acicalado, como la del avance por los toldos y el mostrarse vestidos se vincula con el hecho de ser partícipes del desfile social, en grupo o en solitario, siendo el objeto de las miradas o siendo observadores.
Las tres fotografías restantes de la nota refieren a espacios emblemáticos del turismo local. Una vista aérea de Playa Grande en las mañanas desierta de visitantes y los clubs houses en primer plano, el Casino, receptor de veraneantes plurales, "la playa pública" que, según el cronista, se asemeja a Coney Island, un salón del Casino, "el más grande del mundo" donde se juega cada noche24. Es interesante cómo en la contigüidad de las imágenes pueden verse ciertas diferencias en las formas del veraneo. La panorámica de muchedumbre anónima de la playa Bristol, frente a la individualidad con identidad reconocida de Carmen Pueyrredón, los cuerpos que lucen la casta desnudez frente a los vestidos que preservan la elegancia.
No se puede obviar que más allá de las prácticas modernas en las formas de acceder al ocio de este tipo de viajeras, se incluyen percepciones aún conservadoras de la condición femenina, los imaginarios del género siguen siendo precedidos, en gran medida, por el canon patriarcal y hay dos cuestiones que concluyen esta referencia. Por un lado se emplaza la moralidad en las relaciones intergenéricas: las niñas bien no debían permanecer solas con varones, se organizaban en grupos de no menos de seis y en muchas oportunidades debían ser acompañadas por una chaperona, figura que las protegía y controlaba en la sociabilidad. Y por otro lado, se recuerdan mandatos femeninos que establecen el precepto de la unión conyugal, la maternidad y, ligado con esto, su incompatibilidad con el disfrute del ocio, al menos del veraneo tal y como se lleva a cabo por Carmen a su edad: "...probablemente se casará pronto y se retirará durante los próximos ocho o diez años para tener hijos" (Life, 5 de mayo de 1941).
Y aquí se rescatan las palabras que se mencionaran líneas arriba sobre las relaciones conflictivas entre las formas de disfrute del tiempo libre y las mujeres, especialmente las que cumplen roles de madres. Queda claro que hay ciertos lineamientos que no se concede trascender, aún en experiencias de vacaciones.
Experiencias sensibles
Hay clara evidencia de que una de las razones por las cuales la playa se incorporó a los usos culturales fue el aliciente terapéutico, como se anticipó. Hacia los finales del siglo xix y principios del XX la recomendación del descanso se volvió una tendencia creciente, el objetivo era huir de las aglomeraciones y pasar una temporada lejos de los centros urbanizados. Las excursiones al campo y a la montaña fueron, en un principio, los destinos elegidos. Prontamente y en cruce con la predisposición a favor de la hidroterapia, proliferaron las estancias de baño termal, los spa y se difundió la idea de visitas a estaciones balnearias.
Hacia la segunda y tercera década del siglo XX la necesidad de buscar la naturaleza se aunó con la predisposición para impulsar el desplazamiento recreativo y de allí que se represente otro estereotipo de viajeras (imagen 4). Este traslado aparece como conector del paisaje y la sensibilidad, se alienta a las mujeres a viajar y se las invita a salir al encuentro de los elementos del medio ambiente conectándolos con lo subjetivo de sus emociones:
La invitación al viaje se embriaga de rumbos argentinos en los caminos de la tierra, el agua y el aire (...) Y en una mujer magnífica -los pies desnudos, los brazos tendidos, la risa en la boca- saluda la llegada del tiempo propicio y se dispone (...) a su derecho a gozar de la naturaleza (El Hogar, 12 de septiembre de 1937).
Por otro parte, hay una referencia directa a estimular las movilidades internas que, además, se ven favorecidas por la estética del paisaje argentino que tiene desde costas de océano hasta montañas de cordillera, de norte a sur la naturaleza sorprende con elementos diversos y atractivos.
Se apela a la conexión cuerpo-naturaleza, emociones-aire libre. Una imagen fotográfica de grandes dimensiones y a color, contigua al texto citado, da idea de un cuerpo que exhala libertad. Brazos y piernas se extienden como conectándose con la naturaleza, cuerpo y espacio parecerían integrarse en la arena y en el mar. Un rostro sonriente expresa emociones de plenitud, felicidad, sensaciones positivas y liberadoras, desde las teorías del ocio, podría encuadrarse en el concepto de flow (Csikszentmihalyi, 1991), como una actividad en la cual se pierde la noción del tiempo y se vive una gran satisfacción, donde el estado del cuerpo participa activamente. Se reducen las prevenciones, se olvidan las preocupaciones y el cuerpo se dedica a accionar libremente.
Resulta interesante la propuesta del texto citado de plantear que gozar de la naturaleza es un derecho, y que el viaje estaría reivindicándolo. Esto vendría adherido a una serie de saberes y prescripciones sobre cómo optimizar las formas de vivir mediante la cultura física y el aire libre.25 En ellos se tejieron nuevas experiencias culturales asociadas con los beneficios que podían aportar los elementos del paisaje como el sol, el agua, el aire (Kaczan, 2016). Esto no solo aportaba al fortalecimiento individual, sino también a la cimentación de una sociedad más sana, más fuerte y la mujer era la mediadora de ese proceso.
Si el título de la nota invita al viaje, las imágenes muestran lo que pasará en el destino: desde el medio de locomoción para el traslado, hasta algunos de los ocios y deportes, que pueden practicar las jóvenes sonrientes. No se vinculan con la playa, se refieren a paseo en bicicleta, en canoa y a caballo, lo cual refuerza la práctica de deportes, de poner el cuerpo en movimiento y ejercitarlo, por lo que las vacaciones son una excusa para hacerlo de manera informal y entretenida.
Si bien no tiene un rol explícito el acicalado y la belleza, no es posible pasar por alto la presencia del espejo y la joven contemplando su rostro como imagen icónica de la feminidad.
Es recurrente, en las secciones femeninas de las revistas, la potencia del territorio al aire libre como motor de la mutación en los gestos, el lenguaje, el espíritu, la actitud. Se da a entender que la misma mujer de la ciudad, triste y medrosa, se transforma al llegar a Mar del Plata, pues adquiere un ritmo nuevo: el mar, con sus caricias, la inspira a correr y le enseña a saltar y reír:
El ritmo que usted nota es, en efecto, el ritmo nuevo adquirido en su frecuente trato con el aire libre y con las olas. El mar, con sus caricias, la decide a correr y le enseña a saltar y la invita a reír. Todo su cuerpo se desata en la elasticidad inocente de sus músculos. Baila. Canta. Grita. (Caras y Caretas, 15 de febrero de 1930).
Se construye así una narrativa en la que se identifican sensaciones estimulantes para perder el miedo al ridículo, para adquirir personalidad. Así, la playa conforma un lugar para la inauguración de experiencias sensoriales que atraviesan las condiciones originales del paisaje, intervienen en el espacio y en el comportamiento, en las emociones y los afectos. Los aspectos de la subjetividad de la veraneante están íntimamente asociados con las condicionantes del espacio, identifican desapegos geográficos y desapegos sensoriales del lugar del cual se parte, como la ciudad, del que se traen esquemas que se traducirían en nuevos actos, nuevos procederes y modos de conectarse.
Otro de los estereotipos está dado por la movilización personal que propicia el viaje en las emociones sentimentales, el enamoramiento y el flirteo; aquí la identificación de la viajera parece construirse desde un estereotipo de mujer desinhibida, independiente y conocedora de las consecuencias:
Los viajes estimulan la imaginación: (...) cualquier muchacha (...) aún la de apariencia más insignificante, se anima, se transforma, adquiere interés de aventura a las pocas horas de un viaje en común, por la virtud mágica del cambio de horizontes y la alegría de viajar (El Hogar, 12 de noviembre de 1937).
Desde el acto de viajar, es decir, de compartir un mismo medio de transporte, la obligada convivencia de algunas horas, se estaría activando un tono de intimidad, "como si hubiera que decirse todo antes de que el viaje termine" (El Hogar, 23 de febrero de 1923).
Y ya en destino, el viaje de turismo acentúa la predisposición al amor. En el imaginario, el cambio de paisaje tiene eficacia para dar encanto a cualquier muchacha que en su espacio original resulta indiferente. Las tensiones en la vida cotidiana, desde la forma de vestir acorde a una imagen de feminidad respetuosa a ciertos cánones, hasta la limitación de expresar deseos asociados con las virtudes convencionales, parecerían desactivarse en la costa, para dar lugar al manejo de lo imprevisto y espontáneo, lo que gusta o disgusta, sin que predomine como prioridad el uso de la razón o la norma.
Las crónicas señalan que en el balneario hay una inclinación por el flirteo, que es una institución difundida, permanente y acreditada, desde que amanece hasta que se pone el sol, no hay sitios que cuenten con preferencias, se descubren parejas en el golf, en Cabo Corrientes, en la Rambla y en la arena.
Las mujeres podían participar, sobre todo señoritas de las familias distinguidas; por eso se dice que el encuentro era un pretexto justo para el flirteo porque permitía la sociabilidad entre los sexos que podía llevar a la concreción de compromisos de verano. Las historias de amor de la literatura y del cine alimentaban el aspecto prohibido de romance y enamoramiento y ejercitaría la imaginación de las lectoras y su curiosidad por ponerlo en práctica.
Resuenan imágenes controversiales, como la Beba, un personaje de la revista Caras y Caretas, creado por quien firma como Roxana, con dibujos de Valdivia. Esta muchacha de 17 años, compila en tono de ridiculización y en un punto de crítica las características de las jóvenes porteñas modernas, símbolo de la actual generación de frívolas mujercitas que fuman, beben, bailan, tienen problemas sentimentales y, entre las inquietudes, viajan.
La Beba podría ser cualquier muchacha conocida, alguna concurrente a los tés, espectadora del teatro, paseante de los centros comerciales, todo apariencia, sus preocupaciones eran el baile, el teatro, las visitas, los deportes, los paseos, los amigos y las amigas.
En el episodio sobre su viaje a Mar del Plata entre las actividades que se relatan se alude al encuentro escondido en parejas a los alrededores del golf, con la impunidad con que allí pueden encontrarse, y al escenario de la playa como espacio para el flirteo, un escenario casi idílico en medio de un viaje al balneario.
La prensa advierte que, sin embargo, como finalidad mundana, no conducía a nada. En un punto, hay una conexión del viaje con el libertinaje y la falta de prejuicio que habilita a actos ilícitos, lo que podría dificultar los matrimonios. Esto sí alarmaba a las madres que, según aseguraban algunas crónicas, economizaban todo el invierno para que en el verano la niña hallara en la playa al tan ansiado novio, y con ello la promesa de ascenso social.
Este tipo de representaciones de viajeras no podían sino exhibir los estereotipos de mujeres de clases acomodadas vinculadas con formas del ocio fútiles y presumidas.
Algunas reflexiones
El viaje como proceso de cambio que implica el recorrido de puntos distantes, que compromete tiempos particulares es, también, un desplazamiento que conlleva inestabilidades internas, que activa los sentidos para modificar subjetividades y conductas. El protagonismo de las mujeres viajeras implica una autonomía largamente deseada y finalmente conquistada -aunque no en todos los aspectos.
Como se expuso, en algunos de los estereotipos representativos se exhibieron desapegos/apartamientos de los roles tradicionales del género, la toma de poder y agencia sobre el destino supuestamente irrevocable; así mismo pudieron desarticularse rutinas establecidas, provocar estímulos distantes a los cotidianos e inaugurar sensibilidades agradables. El contexto del balneario local contribuyó ampliamente con estas lecturas. Mar del Plata reflejó el profundo cambio operado de la otrora villa balnearia de las elites hasta el momento que entró en la ilusión de los argentinos como el balneario adonde ir a veranear, idea aún vigente.
La prensa dejó entrever que para algunas mujeres, el veraneo no era un lujo superfluo, era una necesidad que transformaba el espíritu. En el lenguaje del cuerpo y la subjetividad de los sentidos se crearon diálogos con el medio que se descubría, de un modo que no se podía experimentar en la ciudad. El amor y el viaje aparecieron vinculados por una condición de estímulo, que daba lugar a relaciones indecorosas, sin embargo, no parecía ser una situación condenada sino vista, más bien, como una licencia de vacaciones. Esto habla por sí mismo sobre los nexos entre el placer, el tiempo libre y las prácticas amorosas, algunas de las cuales que no llegaban a sobrepasar el coqueteo y otras, las menos, las que aseguraban alianzas conyugales.
Pero también hubo una ligazón con patrones estables. Las marcas de clase, la pertenencia a cierto linaje y su congruencia con determinado estilo de comportamiento, los códigos de moralidad que constriñen el lenguaje corporal y estimulan iconografías de lo femenino parecen no ceder límites, mientras que adoctrinan representaciones convencionales que prometen extenderse en el tiempo.
En resumen, las viajeras fueron un símbolo de la modernidad y en la interpretación de sus representaciones e imágenes es posible desandar las matrices de un proceso cultural complejo de la sociedad argentina en las primeras décadas del siglo XX.