El vocablo “crisis” se instaló como recurso explicativo y descriptivo del momento histórico que estamos atravesando. Hablamos de crisis sanitaria, crisis económica y financiera; crisis del trabajo remunerado y de los cuidados; crisis ecológica, crisis social y de la cultura y crisis del Estado, evidenciando así la dificultad para reducirlo a una sola de sus dimensiones. La sensación de extraordinariedad de este tiempo abrió paso a la de abierta incertidumbre. La pandemia mundial de la covid-19 y las crisis que agudizó y develó con crudeza nos exigieron aprender a vivir en los intersticios de un orden que, parafraseando a Gramsci (1981) , no termina de morir y otro que no termina de nacer.
En este orden incierto, los distintos Gobiernos de países afectados por el coronavirus tuvieron que adoptar medidas para prevenir y mitigar su propagación. En Argentina, el 19 de marzo 2020, se decretó el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO)1, que redujo las salidas de toda la ciudadanía a lo dispuesto como estrictamente indispensable. La suspensión de la presencialidad escolar y laboral fue una característica sobresaliente de los primeros meses de cuarentena, que aceleró la visibilización de la denominada crisis de los cuidados2.
Desde hace décadas, la problemática ligada a los cuidados ocupa los debates feministas. En una escena pública fuertemente virtualizada, esta faceta de la vida social se instaló en la discusión y cobró relevancia a nivel institucional. El repliegue en el espacio doméstico incrementó la presión sobre las familias, se intensificaron los tiempos y la carga de cuidados, reafirmando la tipificación de un régimen de cuidado marcadamente familista3. Si la sensación de sobrecarga devino experiencia cotidiana para muchas mujeres4 de todo el espectro social, rápidamente se abrió un interrogante acerca de las disparidades con las que se transitaron los momentos más restrictivos de la cuarentena.
Los cuidados en crisis también nos hablan de la deficiente producción de bienestar y persistente desigualdad social en una Argentina que ya se encontraba en una situación particularmente crítica antes de la llegada de la pandemia. En 2020 se profundizaron la contracción económica, la pérdida de empleos y la depreciación de ingresos, se incrementaron también los indicadores de pobreza5, llevando al Gobierno nacional a tomar disposiciones excepcionales. Frente a una situación socialmente dramática se implementaron medidas de transferencia de ingresos y programas públicos específicos, dirigidos tanto a los sectores más vulnerables como al sector privado de la producción6.
El señalamiento de las carencias estructurales de acceso a servicios públicos básicos (cloacas, luz y electricidad), en los barrios populares del país, se actualizó cuando los movimientos sociales prendieron la alarma sobre las potenciales consecuencias fatales que podría desencadenar un confinamiento puertas adentro. En respuesta a esta demanda, el Gobierno nacional implementó otra modalidad de cuarentena que se dio a conocer como aislamiento comunitario7, específicamente, para los barrios populares del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA).
Al inicio del confinamiento, en los barrios populares del AMBA vimos multiplicarse las ollas populares y alargarse las filas compuestas por quienes día a día, al ver su trabajo puesto en suspenso por la cuarentena, se veían imposibilitados para generar ingresos. Las imágenes que caracterizaron estos barrios pusieron de manifiesto su capacidad de organización colectiva y la movilización de saberes para resolver cuidados en los territorios, al reorientar algunas tareas de cuidado e incorporar otras nuevas. Nos preguntamos, entonces, ¿qué prácticas sociocomunitarias de cuidado se desplegaron en las organizaciones sociales para sobrellevar la pandemia?, y ¿qué tácticas y redes surgieron? El objetivo de este artículo consiste en describir y analizar las experiencias de reconversión de las organizaciones sociales para sostener comunitariamente el lazo social y el cuidado en tiempos de confinamiento social estricto.
Para este análisis partimos de una noción amplia de cuidados como las actividades “indispensables para satisfacer las necesidades básicas e imprescindibles para la existencia y mantenimiento cotidiano de las personas. Incluye[n] el autocuidado, el cuidado directo de otras personas, la provisión de las precondiciones en que se realiza el cuidado y la gestión del cuidado”8 (Zibecchi 2014, 10). A la luz de nuestra investigación, y con base en esta definición, consideramos relevante incorporar la carga emocional y afectiva (Hochschild 1975) puesta en juego en el trabajo de cuidado.
En lo que se refiere a los cuidados llevados adelante en los espacios sociocomunitarios, contamos en Argentina con invaluables antecedentes (véase Bottaro 2010; Colabella 2012; Faur 2014; Faur y Brovelli 2020; Fournier 2017; Pautassi y Zibecchi 2010; Rodríguez y Marzonetto 2015; Santillán 2014; Zibecchi 2020, 2014). Aun así, dada la envergadura, capacidad de adecuación y capilaridad territorial de estas organizaciones, entendemos la necesidad de observar las prácticas de cuidado en estos espacios. En el contexto de la pandemia, este dominio de prácticas ganó visibilidad en la agenda pública y peso en la agenda académica, a pesar de las dificultades metodológicas que conllevó para la investigación en ciencias sociales indagar a distancia. Este escrito asume el desafío de seguir interrogando estas prácticas, con el llamado a la prudencia interpretativa y epistémica que demanda la presente coyuntura.
La problemática relativa a la labor de cuidados presenta una paradoja, mientras se encuentra en el corazón de la producción social de bienestar y del desarrollo humano (Esquivel, Faur y Jelin 2012), su valor carece de un reconocimiento social, político y económico justo (Fraser 2016, 2008). Si bien numerosos estudios se han dedicado a historizar el proceso de subalternización de un trabajo naturalizado como prerrogativa de las mujeres confinadas a lo doméstico (ver Carrasco, Borderías y Torns 2011), las coordenadas actuales de su proceso de visibilización relativa y (des)valorización siguen puntuadas por un signo de interrogación y se encuentran en el telón de fondo de este artículo.
Esta inquietud investigativa reconoce sus raíces en los debates feministas de cuño marxista de los años setenta, particularmente los de vertiente italiana, que señalan críticamente el modo en que, en el sistema capitalista, la parte asalariada de la sociedad -trabajo productivo masculinizado- se apropia del valor creado por el trabajo doméstico no remunerado -reproductivo y feminizado- (Federici 2018). Si bien la crisis del régimen de acumulación fordista y sus correspondientes instituciones obligaron a problematizar esta forma dicotómica de pensar los modos de expropiación (Fraser 2016), no le quita fuerza al argumento según el cual una parte de nuestro orden social y económico se sostiene gracias al trabajo no remunerado que siguen asumiendo las mujeres.
En línea con estas discusiones, el uso del concepto de valor en este artículo se nutre de las propuestas que, en lugar de comprenderlo de modo sustantivo, privilegian un abordaje en términos de pragmática: modos discursivos conflictivos de poner a prueba y de valorar prácticas, bienes, lazos y afectos (Boltanski y Esquerre 2017; Fraser 2017)9. Movilizaremos una noción ampliada de producción de valor, que comprende su dimensión económica -valor de cambio-, y la plurivalencia de aquello que socialmente se considera útil y que, por lo tanto, se configura como campo de disputa (Fraser 2016; Gago 2019; Rojas y Cuesta 2017). Producción de valores, a través de los cuidados sociocomunitarios, cuyo reconocimiento se halla en pugna y no encuentra traducciones económicas lineales.
El análisis propuesto emerge de una investigación de carácter cualitativo con enfoque etnográfico (Guber 2012), realizada entre julio y septiembre de 2020. La selección de los casos abordados incluye un merendero, una biblioteca popular, un Espacio de Primera Infancia (EPI) y una cooperativa de cuidadoras de personas mayores10. El Merendero 9 de Julio, además de dar de comer, también realiza apoyo escolar y actividades deportivas; la Biblioteca Popular Mosquito enfoca su actividad en el arte, la cultura y la educación, pero también en la promoción jurídica sociocomunitaria centrada en lo penal juvenil; el EPI Jardín El Cerrito, que educa y cuida niños/as de cuarenta y cinco días a cuatro años de edad, nace en el marco del Centro Cultural El Compi que desarrolla actividades culturales, deportivas y de formación, y Acompañar, la cooperativa de cuidadoras de personas mayores, se desempeña en hogares de adultos mayores y en menor medida en casas particulares.
En nuestra investigación delimitamos las organizaciones sociocomunitarias según se encuentran en los denominados barrios populares (ver definición del Registro Nacional de Barrios Populares [Renabap] 2019)11 y acorde se ubican en el AMBA: La Matanza (Barrio Villa Scasso), General San Martín (Villa La Cárcova y Barrio Sarmiento) y Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Barrio Ramón Carrillo). Buscamos trabajar con organizaciones que abarcan un abanico amplio de actividades de cuidados, para así reconstruir sus modos de reconversión durante el ASPO, desde la perspectiva de quienes cuidan, dirigen y acuden a dichos espacios. Se escogieron según un criterio de selección por conveniencia, de acuerdo con relaciones previas al estudio entre investigador/a e informante. Sobre esa base se procedió por snowball a entrevistar personas vinculadas con dichas organizaciones, como criterio de inclusión, ya fuera por su participación en las actividades o por la función significativa que cumplían en ellas. Llevamos a cabo entrevistas semiestructuradas12 -telefónicas y por video llamada- a referentes de las organizaciones sociales -hombres y mujeres- trabajadores/as, voluntarios/as y a familias participantes. Asimismo, combinamos estas con conversaciones no direccionadas y material fotográfico provisto por los/as referentes/as. En cuanto al tratamiento y la reflexividad sobre tales vínculos, retomamos de la mano de la antropología social la figura del informante.
El artículo se estructura mediante tres apartados. En el primero presentamos el contexto social y caracterizamos las actividades realizadas por las organizaciones sociocomunitarias estudiadas en el AMBA, antes y durante la pandemia. En el segundo describimos sucesos que ponen en escena la provisión comunitaria de cuidados, como la organización colectiva de “la olla”. En tercer lugar, mostramos cómo en el contexto de restricción a la circulación las organizaciones tuvieron que desplegar tácticas para “contener”, “acompañar” y cuidar de sí y de otros/as.
Organizar colectivamente el cuidado en pandemia
La suspensión de la presencialidad para actividades educativas, de esparcimiento y de cuidado, que eran asumidas por instituciones públicas, privadas y comunitarias, trasladó, casi de modo exclusivo, las responsabilidades de cuidado a los hogares particulares. A pesar de las medidas de emergencia desplegadas por el Gobierno nacional, el deterioro de las condiciones de vida en los barrios populares se hizo patente en la experiencia social, en torno a cuestiones fundamentales como el acceso a alimentación, salud y educación, cuyos efectos se sintieron en el incremento e intensificación del tiempo dedicado a las tareas domésticas y de cuidado asumido por las mujeres. La situación suele agudizarse para casos en los que se suman personas a cargo. A fines de marzo de 2020 se registró un aumento en la demanda de asistencia alimentaria a comedores escolares y sociocomunitarios, así como a ollas populares (Foglia 2020)13. La magnitud del sector, hasta ahora registrada, es indicativa de un tendido organizacional que se visibilizó de modo inusitado durante el ASPO.
Caracterizar el universo de organizaciones sociocomunitarias que se dedican al cuidado en los barrios populares del AMBA no resulta del todo evidente, debido a la heterogeneidad de actividades que abarcan. Esta complejidad para asir y definir las organizaciones sociocomunitarias fue advertida por la amplia literatura que subraya la falta de consenso respecto a los modos de nombrar este sector (Fournier 2017). Para el caso argentino, se resalta un entramado que involucra tanto activismos políticos, sociales o religiosos como, en ocasiones, articulaciones con el Estado en sus distintos niveles y acciones (Sanchís 2020). En esta trama participan y median principalmente mujeres que articulan con las familias y las burocracias estatales. Los grados de profesionalización e institucionalización de las organizaciones son dispares a lo largo del territorio. De modo correspondiente, los marcos normativos y regulatorios son fragmentarios y plurales (Zibecchi 2014), aunque en líneas generales los trabajos y quienes los desempeñan están mal remunerados y poco protegidos en términos de derechos laborales.
Debido a las ambigüedades mencionadas, una definición taxativa de los cuidados sociocomunitarios suele ser difícil de formular14. A pesar del estrecho lazo que mantienen las organizaciones de este sector con la política pública, su magnitud sigue siendo difícil de calibrar con precisión, no obstante, se sabe de su alcance territorial e histórico en el país (Basconzuelo y Baggini 2015)15.
Previo a la pandemia, el conjunto de actividades de los espacios estudiados era llevado adelante de modo presencial. El uso de medios digitales se privilegiaba para la comunicación con los/as vecinos/as. Las actividades nodales de cada uno de dichos espacios eran: la “copa de leche” (merienda) y la escuela de fútbol (merendero); talleres artísticos y culturales, curso de terminalidad educativa (biblioteca popular); jardín para primera infancia (EPI), y cuidado de adultos mayores (cooperativa). Las organizaciones territoriales buscaron adecuar y mantener en la virtualidad algunas de sus acciones, pero frente a la situación de emergencia la mayoría han tenido que volcarse al aprovisionamiento alimenticio.
Algunas lo hicieron a través de ollas populares, otras mediante bolsones o con la puesta a disposición de sus redes para proveer apoyo a diferentes ollas que emergían en sus barrios. Las plataformas virtuales de comunicación fueron centrales para la información, descentralización y gestión logística -planificación de horarios de entrega de alimentos, datos relevantes sobre la higiene y desinfección, pedidos de vecinos/as, entre otros-, no sin dificultades propias de una conectividad intermitente y un acceso a dispositivos tecnológicos escaso. El diálogo con las familias vía Facebook y WhatsApp, directo e indirecto -mediante los “estados”16-, también fueron canales de información para mantener algunas de sus actividades nodales.
En este marco diverso de tácticas, los cuidados adquirieron novedosos sentidos mayormente aludidos a la cuestión sanitaria, ponderando acciones como limpiar, repasar, desinfectar y lavar. A medida que transcurrían nuestras entrevistas dicha categoría parecía integrar otras actividades como: acompañar, apoyar, atender, alimentar, nutrir, arreglar, llamar, acomodar y cocinar. Así, se hacía cada vez más explícito el sentido práctico que compromete el cuidado como categoría empírica del hacer (Thomas 2011). Resulta notable la capacidad de adaptabilidad y solvencia de las organizaciones para dar respuestas colectivas a un conjunto de necesidades que se manifiestan en los barrios bajo un “dinamismo vitalizante” (Fournier 2020, 8) que supuso tejer o actualizar redes con otras organizaciones, burocracias y organizaciones no gubernamentales (ONG).
En este apartado presentamos el escenario en el momento de la llegada del virus SARS-CoV-2 y sus efectos en la producción de cuidados sociocomunitarios en los barrios. Cuidados que no pueden comprenderse sin considerar su capacidad de adecuación y significación social, a la vez que hablan de un sector difícil de ceñir y encasillar. Asimismo, destacamos aquellas actividades que solían ser nodales para cada organización para, luego, percibir sus transformaciones en medio de la crisis. A continuación, describimos los modos en que las organizaciones hicieron viable la asistencia alimentaria y los efectos práctico-reflexivos que suscitó dicho cambio.
(Re)construir redes: “buscar recursos” y componer lazo
En la mayoría de los barrios en los que trabajamos, organizar una olla popular para proveer asistencia alimentaria se presentó como un imperativo poco eludible. Las ollas populares en Argentina, a menudo asociadas a momentos de crisis, fueron sedimentando experiencias de más largo aliento en los comedores (Neufeld y Cravino 2001). Sin embargo, considerando la especificidad sanitaria de esta crisis, las vías de implementación de la asistencia alimentaria fueron objeto de deliberación en cada espacio sociocomunitario.
Antes de la pandemia, algunos espacios ofrecían meriendas o almuerzo a quienes asistían a sus actividades, pero, a excepción del Merendero 9 de julio, para ninguno dar de comer era el centro de su hacer cotidiano. Algunos decidieron ponerse a disposición de otras ollas, como acción de enlace y táctica de ayuda mutua en la trama sociocomunitaria, otros entregaron comida o “parar la olla” -armado, organización e instalación de “la olla” generalmente con fines comunitarios-. En poco tiempo, las organizaciones sociales mencionaban haber triplicado su volumen de asistentes. Reconvertirse a dicha actividad supuso desplegar una serie de tácticas17 y movilizar distintas redes, algunas previas y otras nuevas.
Según los discursos relevados, las redes político-institucionales fueron el principal canal de obtención de recursos materiales, equipamiento e infraestructura, para armar “la olla”, sobre todo donde dicha actividad representaba una novedad, como en la Biblioteca Popular Mosquito. La adquisición de mercadería adicional para abastecerse, o para otras organizaciones del territorio, también pasó mayoritariamente a través de este tipo de redes. Las dependencias estatales con las que las organizaciones dicen haber trabajado primordialmente en este contexto fueron el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación (MDSN) y sus áreas homólogas a nivel municipal. En algunos barrios se generaron mesas territoriales zonales, compuestas por diversas carteras municipales -salud, desarrollo social y vivienda- y organizaciones de la sociedad civil que permitieron comunicar y articular demandas.
Por su parte, las redes político-territoriales habilitaron sinergias operativas. Por ejemplo, una de las organizaciones recibía los contingentes de mercadería que se repartían entre organizaciones de la zona. En otros casos, en el Barrio Villa Scasso y en Villa La Cárcova, la conexión posibilitó un reagrupamiento de militantes o colaboradores/as: si una olla no podía hacerse por algún motivo, los/as militantes se proponían para ir a cocinar a otras ollas. Esto también permitió la redistribución de recursos alimenticios o de elementos sanitizantes -como el alcohol en gel- en caso de que faltaran insumos. En este sentido, en San Martín fue notable el despliegue de nuevas redes de ollas populares en las que participaron los/as referentes/as entrevistados/as, que pretendían enlazar actividades entre diversos actores como asociaciones de vecinos/as, iglesias, organizaciones educativas -bachilleratos populares y profesores/as de la educación popular-y sociales, universidades públicas e incluso un sindicato de fleteros.
La virtualización de la educación en todos sus niveles, y de muchas actividades culturales, enfrentó a las familias a dificultades ligadas al déficit de dispositivos móviles, computadoras y datos de conexión a internet. La Biblioteca Mosquito decidió entonces realizar campañas de donaciones, a fin de recaudar dichos elementos, además de ropa y alimentos complementarios. Ello implicó movilizar un tercer tipo de red vinculada a las ONG. En el Centro Cultural El Compi la intermediación de una ONG dedicada a la construcción permitió una recaudación para la adquisición en el Banco de Alimentos18 y favoreció conexiones con organizaciones de otras zonas para compartir y buscar soluciones conjuntas a problemas similares. En esa misma organización, la participación de una ONG cristiana asumió la cocina de la olla una vez por semana, con el aporte de insumos alimenticios propios. En otro caso se solicitaron donaciones directas para costear la alimentación, compra de datos móviles y dispositivos de segunda mano para los/as usuarios/as de la organización. Por último, a estas redes se le sumaron otras personales, que permitieron colectar fondos para la construcción de la organización -como el caso del merendero -, a través de la venta de comidas elaboradas o la instalación de un “roperito” -venta de ropa de segunda mano- cerca de la fila de la olla.
En suma, encontramos redes de tipo político-territoriales -relacionadas con movimientos sociales más amplios o redes comunitarias-, de tipo político-institucionales -ligadas a relaciones con dependencias del Estado- y, en menor medida, redes vinculadas a ONG. La convergencia de estas tácticas, su imbricación y solapamiento son parte de arreglos cuyo diseño se imprime en la singularidad de cada territorio y nos habilita a pensar y proyectar la sostenibilidad de la vida (Pérez 2006) en términos comunitarios.
Además de organizar vida en los barrios, los espacios proporcionan asistencia burocrática. En tiempos de reducción drástica de los ingresos de las familias, el apoyo para llevar adelante trámites administrativos se reveló indispensable para acceder a ciertos subsidios de emergencia. “Somos el Estado en tu barrio” fue un modo recurrente de connotar las complejas actividades de las organizaciones, de aludir a su rol de gestión burocrática y capacidad resolutiva. La conjunción de las distintas redes mencionadas y de administración para los barrios habilitó una penetración relativa de la política pública de emergencia a niveles locales que, en tiempos de restricción a la circulación, ha sido de suma importancia para garantizar ciertos derechos. De tal forma, estas evidencias sugieren leer en la figura de la organización social territorializada una labor que sería cuasi-estatal (Vommaro 2017), cuyo valor carece de reconocimiento.
Esta composición de redes de distinta naturaleza permitió implementar o ampliar la asistencia alimentaria en un contexto de crisis. Leemos este modo de articulación como una forma de producción de valor político generado por mediaciones y vínculos organizantes entre sujetos individuales y colectivos, y entre estos y las instituciones públicas. Dicho valor, por la permanencia de las redes que constituye en el mediano y largo plazo, denota un saber orientado a la resolución de problemas, capaz de responder a situaciones de contingencia adecuadas a las características específicas de cada territorio (Roig 2020a). Desde la perspectiva de nuestros/as interlocutores/as, “salir a buscar recursos” implicó apelar o fortalecer canales de soporte que rebasan los límites de lo barrial. Los límites del territorio se transforman y adoptan una configuración regida por las redes y vínculos que lo componen, antes que por su topografía (Roig 2020b). Desde la perspectiva de las organizaciones, la alimentación no solo en su provisión sino en su modalidad de entrega, sus destinatarios/as y su dimensión cualitativa configuraron en el dar de comer una pregunta por el cómo.
De “la fila” a “la olla”
“Las seños” (educadoras) del Jardín El Cerrito destinan entre seis y nueve horas semanales a contribuir con los/as cocineros/as, verificar las pautas mínimas de higiene de quienes hacen “la fila” con sus tuppers (recipientes plásticos para el guardado de alimentos) y ollas, y tomar lista de las personas que se acercan al merendero. Según lo que nos comentaban, con el correr de las semanas, “la fila” se tornó en un intersticio de enlace entre la organización y el barrio: se habla, se comparte el momento, se miran a lo lejos y se sale del tedio de las paredes enfrascantes. Afuera, una exposición de fotografías adorna las paredes del jardín y ocupa la mirada de quienes esperan, mientras los cucharones cargan el alimento que será distribuido. Las educadoras anotan y comunican el plato del día, llevan su delantal característico, son “las seños” y se vuelven parte de un paisaje de cuidados que se contornea más allá de la vereda: corrigiendo el uso del barbijo y enseñando cómo higienizar bien las manos y los utensilios. El momento culmen llega con la entrega de la vianda. Luego de higienizar el recipiente traído por cada persona que asiste a la olla, este se llenará con la cantidad de porciones solicitadas, buscando equidad en los ingredientes, sobre todo en lo que concierne a la carne, que varias de las personas entrevistadas señalan como escasa. En “la fila” pasan muchas más cosas que la simple espera: se socializa, ocurre un encuentro con otros/as en tiempos donde los vínculos sociales se han insularizado. Algunos/as de los/as referentes/as con quienes conversamos enfatizaban que muchas personas en riesgo de padecer formas más graves de la covid-19 insistían en poder ir a buscar directamente su comida, en vez de que se la entregaran en el domicilio. “La fila”, por juego de espejo, pone en escena la ambigüedad del cuidado: condensa la potencialidad de un contagio -un riesgo en términos epidemiológicos-, a la vez que un momento para sostener el lazo social.
Cuando cuidar significa al mismo tiempo preservar del contagio y sostener relaciones, las organizaciones tienen que ingeniar tácticas novedosas para ese cometido. Dar de comer se tradujo en una preocupación por el cómo dar de comer: dónde, a quiénes y qué, haciendo evidentes las diversas dimensiones implicadas en dicho acto que excede la mera provisión. En este contexto, “dar” implicó otras acciones para potenciar lazo social a través de la comensalía.
Garantizar una porción de carne sustantiva en la olla, ha sido evaluado por nuestros/as interlocutores/as como una dificultad para alcanzar lo que consideran “comer bien”: “es eso, viste, como, le falta carne a la olla, ¿entendés? […] Con eso como que se entiende la situación, en la situación en que están las ollas populares” (Luis, referente del Centro Cultural El Compi, Barrio Sarmiento, entrevista con una de las autoras, julio de 2020). Si bien resulta relevante, no se trataba únicamente de asegurar una buena nutrición, la pandemia reforzó un interrogante latente sobre qué significa comer y, por ende, “comer bien”. Entre las organizaciones apuntalan una visión del Estado que considera la alimentación como una serie de números -una visión meramente objetiva y cuantitativa-, concepción contrapuesta a la alimentación como “hecho cultural”. En este sentido, la directora del Jardín El Cerrito indica que “nadie toma en cuenta ese plus que le agregamos a la comida” (Julia, Barrio Sarmiento, entrevista con una de las autoras, julio de 2020), en alusión al menú elaborado en función de los lugares de origen de muchas de las familias que migraron al barrio. En palabras de otra interlocutora, el comer como “hecho cultural” está referido a la comensalía de cariz familista:
Queremos revalorizar la cultura en la casa, de la cena, del almuerzo como ver a la madre, al padre, al hermano o a la tía o quien fuese quien esté a cargo, ¡cocinar!, el olor de la comida como… hacer ese tuco, ese guiso o lo que podamos, esa tortilla de papa. (Karina, coordinadora de la Biblioteca Popular Mosquito, Villa La Cárcova, entrevista con una de las autoras, agosto de 2020)
Algunas organizaciones tratan, cuando pueden, de sumar a los bolsones golosinas para “levantar el ánimo”. También fue señalada la importancia que reviste “comer rico” y darle “gusto” a la comida con la ayuda de condimentos, los cuales suelen estar por fuera de las transferencias de mercadería del Estado. Además de planificar los contenidos de los bolsones y las “ollas”, la pandemia supuso nuevos aprendizajes para quienes cocinaban: aprender nuevos tiempos de cocción y entrega para evitar la permanencia en la fila, manejar ingredientes cuya calidad había cambiado, armar porciones equilibradas en función del número de personas y garantizar que “salga rica”. En una ocasión, se nos relató que la entrega de viandas había sido interrumpida por un caso de contagio y, entonces, la comida se entregó en crudo. Darle continuidad a la asistencia supuso movilizar conocimientos finos acerca de las economías domésticas de los barrios, para asegurar que la comida entregada en los bolsones pudiera efectivamente ser consumida por los hogares en vista de sus condiciones materiales de vida:
Otra cosa que pensaba también era precocer los garbanzos […] el problema con los garbanzos es que lleva mucho tiempo de cocción y ahí […] ¡todos tienen garrafa! […] entonces…, hacerlos, congelarlos y repartir, así en bolsitas, digamos. (Johana, cocinera del Jardín El Cerrito, Barrio Sarmiento, entrevista con una de las autoras, julio de 2020)
En otros territorios, garantizar la alimentación implicó nuevas asociaciones, por ejemplo, con el Ejército. En el caso de La Matanza, semanalmente acuden colaboradoras del merendero a preparar -lavar, cortar y cocinar- alimentos en la dependencia del Ejército -tipo campaña- en González Catán19. Como nos mencionó una referente: “Lo que es la organización, nos pareció bárbaro, lo recibimos muy bien, y también los vecinos, porque los vecinos vienen, llevan la comida, están contentos porque les gusta, eh…, para nosotros fue positivo esto del Ejército” (Olga, referenta del Merendero 9 de Julio, Barrio Villa Scasso, entrevista con una de las autoras, julio de 2020). Aquello que se cocina en las tiendas de campaña es luego distribuido en los diversos comedores y merenderos de la zona.
A pesar de la situación crítica, en las experiencias relevadas, la asistencia alimentaria se pudo sostener y las dificultades organizativas se sobrellevaron gracias a la participación de quienes trabajan comunitariamente. La emergencia no impidió la elaboración de sentidos reflexivos sobre el dar de comer ni la tentativa de conjugar limitaciones materiales -propias y de las familias- con una comprensión de lo que se pone en juego en términos culturales y emocionales.
En este apartado, hemos mostrado cómo la proliferación de ollas populares, para asegurar la alimentación de las personas, y los enlaces virtuosos de ayudas mutuas entre diversos actores territoriales (eclesiásticos, organismos no gubernamentales, organizaciones políticas, etc.) para tornarlas posibles, permiten vislumbrar las transformaciones en la cotidianidad de las organizaciones y la plasticidad que debió ser asumida por estos espacios para afrontar la pandemia. De igual manera, en la descripción de “la fila”, en tanto lugar de espera y de (re)composición del lazo social, y en los modos de implementar “la olla” dimos cuenta de formas de actualizar saberes organizacionales en una coyuntura de crisis. De esta reconstrucción se puede decir que asoma la problematización de los significados de la intervención y del asistir público-estatal, según sentidos heterogéneos y críticos.
“Salir al encuentro”: una contención y un cuidado de sí y de los/as otros/as
Dentro del conjunto de prácticas nombradas por las organizaciones estudiadas, el “contener” apareció como la más recurrente y significativa, en tanto noción émica, mediante la cual designar aspectos intangibles de las prácticas de cuidado y, al mismo tiempo, mostrar las acciones, disposiciones y dimensiones afectivas puestas en juego. Haciendo alusión a las tácticas que se habían desplegado en la organización, en pos de contribuir con el día a día de las familias y así mantener el enlace con ellas, una educadora nos dijo “es un tema tener chicos en casa con la cuarentena, yo creo que a veces a las mamás las puede superar y tratamos de darles actividades también, que las relajen, pero también que no las vuelva locas” (Cecilia, educadora del Jardín El Cerrito, Barrio Sarmiento, entrevista con una de las autoras, julio de 2020).
En el uso del lenguaje común local, “contener” evoca la posibilidad de aportar un apoyo y ratificar relaciones de interdependencia al remitir, en los relatos reconstruidos, a un compendio de prácticas y saberes relacionados tanto con el acompañamiento como con el acceso a derechos. Esto último implica considerar tensiones en torno a las maneras de producir colectivamente dicha contención, las cuales, de acuerdo con las referentes, eran sublimadas con base en la construcción del lazo de confianza y en una comunicación permanente, ya fuera presencial o virtual.
Las educadoras concurrían rotativamente al Jardín El Cerrito para ayudar en la olla y, también, para diseñar el conjunto de actividades que cada semana les entregaban personalmente a las familias. Ellas entendían la necesidad de planificar el material, no solo para los/as niños/as del jardín, sino para toda la familia. Ponían el cuerpo diariamente en esta tarea, que surge como integral e integradora, al tratar de sostener el vínculo educativo y el lazo social. Así, en su planificación incorporaron otras variables relevantes como condiciones de hábitat, composiciones familiares y posibilidades de acompañamiento a los/as adultos/as a cargo. De igual manera, garantizaron que el lazo construido permaneciera mediante algún tipo de comunicación -audio, video o una plataforma digital-.
En el caso del EPI, se tomó la decisión de armar kits con materiales didácticos y recreativos. Según Julia, la directora del Jardín El Cerrito, cuando es imposible “salir al encuentro” para tratar de “acceder colectivamente a derechos básicos”, se erosiona la “idea de un porvenir” (Barrio Sarmiento, entrevista con una de las autoras, julio de 2020). Esta degradación se inscribe en un panorama de vidas precarizadas, agravado por la pérdida de ingresos laborales y el encierro que hicieron de los hogares una “olla a presión”.
Al igual que en el EPI, la virtualización de las actividades de la Biblioteca Popular Mosquito adquirió particular protagonismo para reinventarse: se desplegaron varios y nuevos talleres virtuales, desde lo educativo -apoyo escolar para niños/as, adolescentes y adultos/as- hasta lo artístico y cultural. Incluso ampliaron el público de la organización y alcanzaron a personas de otros barrios. Gracias a una encuesta realizada por WhatsApp, la biblioteca identificó carencias en las familias a nivel de dispositivos antes que de conectividad. La compra de estos permitió que algunas familias se mantuvieran vinculadas a través de los talleres.
En alusión a estas diversas tácticas de sostenimiento de los vínculos sociales, varias de nuestras interlocutoras se referían al “trabajo de confianza”20 -espacios de diálogo y escucha- que en los últimos años forjaron con las personas que participaban en los espacios sociocomunitarios. Transmitir que tenían con quien contar fue una manera en la que gradualmente se construyó y mantuvo comunidad en esta coyuntura.
No van a contar sus situaciones íntimas, que ya todas las conocen, porque el barrio es rechico y ya se sabe cómo es la cuestión, pero…, hay cuestiones que no se saben tampoco. […] Varias mujeres nos pidieron asistencia psicológica. (Karina, coordinadora de la Biblioteca Popular Mosquito, Villa La Cárcova, entrevista con una de las autoras, agosto de 2020)
Estos fragmentos ilustran cómo la presión del encierro y la situación económica degradada podían leerse bajo la clave de agotamiento emocional en el hogar, en general, y en las mujeres y niños/as en particular. A fin de responder a los pedidos de atención psicológica, algunas organizaciones recurrieron a articulaciones con: centros de atención primaria en salud, a través del municipio; psicopedagogas de las escuelas zonales con las que consultaban, además, cuestiones pedagógicas alusivas a niño/as escolarizado/as, y consejerías municipales de la mujer para los casos de violencia de género.
“Acompañar” supuso involucrarse y, a la vez, promover la prevención del contagio, tanto entre quienes acudían a las organizaciones como entre quienes trabajan allí.
“Militar el cuidado”
Cuesta, pero bueno, trato de mantener lo que es, estar todo el tiempo limpiándonos, usando el alcohol, […] el trapito con lavandina en la puerta, el desinfectar toda la casa, el estar con el alcohol en la mano todo el tiempo. (Olga, referenta del Merendero 9 de Julio, Barrio Villa Scasso, entrevista con una de las autoras, julio de 2020)
Con estas palabras, la referente del merendero hacía alusión a las medidas de prevención que tomaban allí. Unos días atrás habían recibido una donación de desinfectantes y aprovecharon esto para hacer un audio y enviarlo a las familias sugiriendo cómo limpiar y airear sus casas y bienes.
Limpiar, higienizar y ventilar eran el compendio de medidas que las organizaciones recordaban y repetían continuamente a las familias, cada vez que las veían en “la fila” para retirar una vianda, buscar un kit o, bien para consultar por los programas de transferencia de emergencia o la vacunación de algún adulto/a mayor de la familia. Las organizaciones eran agentes fundamentales para hacer circular información precisa y propiciar escenarios de aprendizajes varios, contrarrestando la experiencia de sobreinformación al comienzo de la cuarentena. En ciertos barrios, la información oficial transmitida por BCB y difundida mediante capacitaciones estuvo más presente que en otros. Se pretendió comunicar las medidas de prevención del contagio del coronavirus y entregar elementos de higiene en postas sanitarias: uso del barbijo, distanciamiento social, uso de lavandina y alcohol en gel, desinfección de bolsas de compras y vehículos, y entrega de materiales didácticos de diversos programas estatales.
A pesar de las campañas impulsadas por la política pública, en articulación con los movimientos sociales, fue difícil contrarrestar condiciones infraestructurales deficitarias tanto en los barrios como en las viviendas. El confinamiento no vino con las garantías edilicias ni de infraestructura necesarias para asegurar la estadía a largo plazo en las viviendas (Blanco 2020). Se debe recordar que, para estos barrios y hogares, el acceso a servicios suele ser informal o implica recurrir a la modalidad “prepaga” en un sentido amplio: la garrafa de gas y en algunos casos la luz o el internet, lo que los vuelve proclives a la interrupción e intermitencia de servicios y a la desmejora de las condiciones de vida.
Por su parte, en las organizaciones, los/as referentes/as buscaban “dar pelea” al virus y, a la vez, generar mecanismos para “desdramatizar” la situación y sus efectos paralizantes, con el fin de mantener las relaciones humanas.
El virus vino para quedarse y nosotros tenemos que aprender a desenvolvernos adentro de esto y dando la pelea. Entonces, desdramatizarlo, entender que se puede asistir a las personas que tienen covid sin contagiarte, se puede tener relaciones humanas sin contagiarte, es decir, militando mucho las prácticas de cuidado. (Silvia, presidenta de la Cooperativa Acompañar, Barrio Ramón Carrillo, entrevista con una de las autoras, septiembre de 2020)
“Militar el cuidado” no solo como una acción pedagogizante hacia afuera de la organización, sino en la elaboración de un discurso hacia adentro de esta, representó la síntesis de esfuerzos, recursos y cuerpos puestos en juego para ayudar y acompañar a otros/as.
Al interior de las ollas y los merenderos, la implementación de grupos rotativos de trabajo y la división de tareas y roles fueron medidas tomadas, rápidamente, para limitar el agrupamiento de personas y garantizar la continuidad de la asistencia alimentaria en caso de contagio de alguien, así como el aislamiento del grupo. Esto fue parte de un proceso de aprendizaje específico, producto de pruebas y errores, así como de la rutinización de prácticas mediante la puesta reflexiva en común, entre miembros de los colectivos y entre estos y otros actores institucionales: “Comprender riesgos biológicos y traducirlos a decisiones prácticas organizativas” (Luis, referente del Centro Cultural El Compi, Barrio Sarmiento, entrevista con una de las autoras, julio de 2020).
Por otro lado, las trabajadoras de la Cooperativa Acompañar comenzaron con el cuidado de adultos/as mayores, sector poblacional predominantemente olvidado en los paquetes de medidas de ayuda y asistencia del Gobierno, durante los meses en que se realizó este estudio. Las organizaciones sociocomunitarias contribuyeron con algunos de los programas desplegados por los distintos niveles del Estado y fueron claves para la detección de casos y asistencia de las personas con mayor riesgo -enfermedades crónicas, mayores de sesenta años y con discapacidades-; bajo el formato “manzana por manzana” mapearon a estas personas y sus respectivas situaciones.
Localizar a los/as viejitos/as, para muchos/as de los/as entrevistados/as, significó vincularse a una población con la que no existía trato previo a la crisis. Llevar bolsones de mercadería y kits de higiene, gestionar remedios, evitar que salieran para pedir turnos médicos y organizar vacunaciones son una serie de tareas que se conciben como “ayuda comunitaria”, pero cuya especificidad en la actualidad estriba en la preponderancia que adquirió la promoción de la salud y el grupo de adultos/as mayores como población destinataria de estos cuidados. Según algunos testimonios, la presente crisis visibilizó la falta de espacios sociocomunitarios orientados a esta población:
Si no tienen familiares cerca, o por ahí ponele que viven con una hija. Hay una que vive con una hija y tiene un horario complicado con el tema del laburo; cuando viene del trabajo ya está todo cerrado […]. A veces le hago las compras, la hija pasa y busca en mi casa y se lo lleva. […] Y de la otra señora sí, eh… yo le llevo todo. Y el otro señor también. Pero bueno… (Johana, cocinera, Jardín El Cerrito, Barrio Sarmiento, entrevista con una de las autoras, julio de 2020)
Los/as adultos/as mayores han sido, sin duda, por pertenecer al “grupo de riesgo”, un foco de atención por parte de las organizaciones y familias, que buscaron garantizar cierto lazo social a través del cuidado comunitario de la salud. La contracara de esta faceta de los cuidados alude a los riesgos, exposiciones, fatiga física y emocional de referentes y trabajadoras comunitarias que, tal como mencionaron, nunca dejaron de “poner el cuerpo”.
En este apartado, “contener” y “salir al encuentro” fueron expresiones locales de una coordinación colectiva, en y entre diversas organizaciones, para poder llegar a las familias. La virtualización de las actividades de la Biblioteca Popular Mosquito, la entrega de kits didáctico-recreativos del EPI, la asistencia a vecinos/as de la tercera edad y la coordinación de rotaciones de grupos de trabajo en el Centro Cultural El Compi fueron al menos cuatro tácticas para estar ahí, y con otros/as, que implicaron movilizarse a través de la contención y la salud comunitaria.
Conclusiones
Iniciamos este artículo delineando la polisemia que el vocablo crisis evoca, así como el modo en que, de manera reciente, sus sentidos fueron actualizados conforme a la crisis ocasionada por la pandemia del virus SARS-CoV-2. En este escenario, pasar de una agenda orientada a la crisis de los cuidados a otra que vuelve legibles los cuidados en las crisis se ha instalado como un desafío tanto para la política pública, como para los/as analistas sociales. En Argentina, al igual que en otras partes de la región, la problematización de los cuidados exigió atender las modalidades bajo las cuales se afrontó el aislamiento, cuya experiencia, en un principio compartida por todos/as, demostró ser transitada diferencialmente según territorios, géneros y sector social de pertenencia.
A partir del estudio cualitativo, con enfoque etnográfico, nos propusimos abordar el interrogante sobre las prácticas sociocomunitarias de cuidado desplegadas por cuatro organizaciones sociales ubicadas en el AMBA, en el marco de la pandemia y, en particular, durante los meses de aislamiento físico. Entre los resultados de esta investigación presentamos el modo en que se hace manifiesto un tipo de hacer sujeto, organizado con base en una multiplicidad de sentidos asignados al cuidar como dar de “comer bien”; cuidar como “acompañar”, y cuidar del barrio como cuidado de la salud. Estas variaciones del cuidado sociocomunitario tienen lugar en territorios profundamente marcados por desigualdades sociales e históricas persistentes, donde las personas trabajan y militan con protecciones sociales insuficientes, a veces inexistentes, e infraestructuras de servicios públicos deficitarias. Amén de las iniciativas gubernamentales focalizadas en los sectores populares, las organizaciones sociocomunitarias asumieron un rol clave en la interlocución y mediación entre sus respectivos territorios y el Estado, además de atender y responder problemáticas no contempladas durante la medida de restricción a la circulación.
Las organizaciones sociales se concentraron en contrarrestar dichas carencias al movilizar un entramado organizacional que, con notable solvencia, compuso redes de apoyo y obtención de recursos más allá de los confines barriales. Así, contener, sostener y comunicar, como formas de cuidar a otro/a -a veces a distancia-, se manifestaron bajo la pretensión de recomponer lazo social y afecto. Como vimos, a pesar de que los cuidados recayeron mayormente sobre las familias, y en estas sobre las mujeres, los espacios estudiados contribuyeron a la provisión y gestión de cuidados.
En nuestro análisis, (re)construir redes, “salir al encuentro” y “militar el cuidado” fueron tácticas desplegadas por nuestros/as entrevistados/as para seguir sosteniendo lazos sociales y contener afectivamente, así como asistir y acompañar en tiempos de extremo desconcierto y crisis. Las prácticas singulares de cuidado que buscamos reconstruir revelan saberes, competencias políticas y organizativas en contextos de vulnerabilidad. Experiencias que denotan una generación de valores socialmente útiles en el centro de la producción de sociedad, y que agudizan la paradoja señalada más arriba. A pesar de una creciente publicidad en torno al rol crucial que han asumido estas organizaciones en los momentos críticos, ¿qué modos de reconocimiento, representación y redistribución (Fraser 2008) se tramitarán para el trabajo de los/as diversos/as actores/as involucrados/as en la organización sociocomunitaria de cuidados? Aún quedan abiertos los interrogantes acerca de una tensión irresuelta entre el proceso de visibilización de dichos cuidados y sus traducciones de valor.